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(Ley 294 de 1996, art.

5o), ya establecida en nuestro medio, como un mecanismo idóneo y


suficiente para brindar medidas que protejan efectivamente a las víctimas de la violencia
doméstica. Por su parte, la acción de protección está condensada en un procedimiento breve y
sumario, regido esencialmente por la oralidad, equiparado a la acción de tutela, con una doble
instancia atípica en donde las decisiones de un funcionario administrativo, investido con
facultades jurisdiccionales, son revisadas por vía de apelación ante el Juez de Familia, quien se
erige como superior funcional. Los términos de la acción de protección son cortos, con una
capacidad de reacción de la institucionalidad señalada por la ley, consistente en que es factible
adoptar medidas de protección con mucha agilidad, pues dentro de las cuatro horas siguientes
deberá adoptar alguna que amerite el grado de urgencia. Erigido sobre estos principios de
brevedad y oralidad, el desarrollo probatorio es amplio, pues no existe un régimen o tarifa
especial en este aspecto, por lo cual le es aplicable el Código de Procedimiento Civil en lo
relacionado con el tema. La doble instancia se cumple en el efecto devolutivo, lo que da plena
validez a las decisiones de la primera instancia que deben irse cumpliendo en el entretanto de la
decisión del Juez de Familia quien puede confirmar, modificar o revocar la decisión.

La acción de protección no es por sí misma sancionatoria, pues su cometido es prevenir, hacer


cesar y erradicar la violencia intrafamiliar. De ahí que las medidas que se tomen están
encaminadas a superar la situación de agresión y de latencia de la misma, siguiendo un
procedimiento previsto para tal fin y del que a continuación nos ocuparemos desde sus puntos
relevantes:  La finalidad de la acción de protección: la Ley 294 de 1996 señala el propósito de la
acción de protección como el tratamiento de las diferentes modalidades de violencia para
preservar la armonía y la unidad familiar, sin embargo, este interés legal ha sido severamente
cuestionado, pues no se puede sacrificar la integridad o la vida de las víctimas de la violencia en
aras de mantener una institución en la que ya se ha perennizado la vejación y la violencia. Este
objetivo no riñe con el de brindar protección a las víctimas, pues corresponde al juzgador hacer un
ejercicio de ponderación en donde se somete a estudio y valoración los derechos en tensión para
concluir cuál prevalece, si los derechos de la familia a la unidad y la armonía familiar, a través de
sus miembros, o los derechos vulnerados de los sujetos víctimas.

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