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Camino hacia la maduración en la vida cristiana

Los jóvenes siempre andan en busca de su identidad, de su lugar en la vida. Pero los métodos de
ese descubrimiento, a menudo, no son los más adecuados. Jesucristo ofrece una respuesta a está
inquietud que brota desde lo profundo del corazón juvenil: “Yo soy el camino, la verdad, y la
vida”.

Joven, Jesús más allá de ofrecerte un lugar, te señala un camino. Todo camino tiene un principio
y un fin. El espacio entre el principio y el fin es un proceso, un recorrido. Por ejemplo, para con-
quistar una montaña es necesario ejercitarse, prepararse, día a día. Nadie que no se discipline o
ejercite podrá conquistar una montaña. De igual manera, el camino de maduración cristiana im-
plica esfuerzo y disciplina. No hay maduración cristiana sin estos elementos.

Por otra parte, el camino de maduración cristiana, es un camino de fe. Sería un reduccionismo
plantearlo solo desde la perspectiva humana. Es hacer caso al Maestro que nos pide echar las re-
des donde se está completamente seguro que no hay peces. Sin embargo, se lanzan, no por la fe
en sí mismo, sino porque Él lo dijo.

Escuchar la voz del Nazareno es fundamental para emprender el viaje hacia la madurez cristiana.
La oración es un diálogo entre dos personas. Uno que habla y el otro que responde y viceversa.
No hay oración cuando soy únicamente yo el que hablo, sino cuando hay retroalimentación. Así
pues, para saber la verdadera dirección en este camino, es primordial escuchar la voz del
Pescador y obedecerle.

El camino no es fácil. En la vida hay tormentas, engaños, oscuridad. Por eso es importante la
oración. Sin esta, es imposible distinguir entre la voz de Dios y la del Maligno; así como los de-
seos de nuestra carne y los del Espíritu Santo. En razón de esto, y para evitar desviarnos del
camino verdadero, Jesús, se adentro en el desierto. Las tentaciones en el páramo son toda una
escuela de sabiduría para seguir el camino auténtico. Esto es sustancial, pues como sabes: “No
solo de pan vive el hombre”.

Quizá ya vas en esta etapa del camino, pero descubres tu indignidad, tu pecado. Debes de recor-
dar que el Buen Pastor anda en busca de los perdidos. Cristo iría asta las profundidades del mar
para rescatarnos. No teme a nuestros pecados. Lo único que nos pide es luchar incansablemente,
y Él hará el resto.
Hay una frase de San Agustín especial, para los que, por más te intentan, no encuentran a Dios:
“La verdad no se busca, la Verdad termina encontrándote. Sin embargo, Dios se deja encontrar
por los que le buscan. Recuerdas la parábola de la mujer que se le perdió la moneda. Apoco no se
llenó de alegría al encontrarla. Esta es otro señal de ir por el camino adecuado: la alegría.

El verdadero joven cristiano es un emprendedor, un buscador. No se conforma con lo obtenido,


porque sabe que aún le falta forma a la olla de barro. Dios es novedad, es infinito. Siempre nos
pide más. Pero el hombre se desanima al darse cuenta de su debilidad. Por lo tanto, es impre-
scindible volar, como lo hacen las águilas, por encima de nuestra fragilidad. Dejar de mirarnos a
nosotros mismos y ubicar al Maestro. Como lo hace un niño con su padre: el niño al saber que no
es capaz de levantar la roca, le pide ayuda a papá. En el mismo sentido, al no poder nosotros
conseguir lo deseado, y al faltarle estatura a nuestra madurez cristiana, volteamos la mirada al
Señor: pidiéndole, llamándole y buscando.

Solo de esta manera, joven, te tropezarás con Él. Verás el resultado de tanto buscar, llamar y
pedir. De pronto sentirás arder tu corazón y caminarás junto con él, el Resucitado. No querrá
marcharse de tu lado, porque tiene intención de obrar un milagro: abrirte los ojos. Y tú, lo re-
conocerás en la fracción del pan.

Alumno: Juan Gabriel Barajas Asesor: Pbro. José Antonio Oseguera Barragán

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