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SCANNONE,
L. MALDONADO, _]. M. LABOA, F. BARANDIARAN1
L. SCHEFFCZYK, ]. MARJTAIN
LA RELIGIOSIDAD
POPULAR
Revista Católica
Internacional
Año 9 Septiembre/Occubre V/87
Suscripción y venta
Una revista no esrá viva más que si cada vez deja descontenta ¡¿ una
quinta parte de sus suscriptores. La justicia consiste solamente en que
no sean siempre los mismos quienes se encuentren en esa quinta parte.
De otro modo yo diría que, cuando nos dedicamos a no molestar a na-
die, caemos en el sistema de esas enormes revistas que pierden millor
nes, o los ganan, para no decir nada, o más bien, por no decir nada.
Communio
Edición Española
Redacción, administración, suscripciones
Ediciones Encuentro, 8. A.
Editor responsable:
José Miguel Oriol
Director
Juan María Laboa
Edición alemana
Internationale katholische Zeitschrift. Communio Verlag
(D 50000 K'a'lrl 50, Mate/rtmrre 34. R.F.A.J '
Hans—[lts von Balthasar (Suiza), Albert G'órres, Franz Greiner, Peter Henrici, s ). Walter Kasper, Karl
Lehmann, Hans Mater, Otto B. Roegele
Edición estadounidense
International Catholic Review Communio
lGo1zz¿zga Unir murit_y, Sj7u£ane, Wa:b 99258. USA )
Kenneth Baker, s. ¡,, Andrée Emery, William] Hill, 0. p.,james Hitchcock, Clifford] Kossel, s. j , Thor
mas Lungan rCunndá), Val _]. Peter. David L, Schindler, Kenneth L. Schmitz (Canadá),)ohn R. Sheets,
s. j..)ohn H. Wrigth, s. j,
Edición brasileña
Commumo, Revista Internacional catolica de mltum
(Rm: Benjamin Corz_rrwzl, 33 ' 4º, mzr1. 20001 Rio de jiuzeim R], En…/;
Fernando Bastos de Avila, 5. j., Estevao T. Bettencourt, o 5 b., Lucmno]. C. Duarte, Tarci51o M. Padilha.
Candido G. de Paul Machado, Mgr Karl-josel Romer, Heracllto F. Sobra] Pinto, Newton K, B, Sucupira.
Edic1ón croata
Svesci Communin
(Kri'cun.réu Sad;u?z¡ur/, Maru/¡cuz ¡rg 14. YU 41000 Zagra/¡. Yugor/uriul
Andelko Badurina, Stipe Bagafic, o, p., Vjekoslav Ba)stc.]erko Fucak, o. l. m., Tornislav lvancic, Adalbert
Rebir, Aldo 5Enric, Tomislav )anko Sagi—Bunic, 0. f. m. cap.,josip Turcinovi, Matijan Valkovic.
Edic1ón chilena
Revista católica internacional Communio de lengua hispana para América latina
(Cartilla 13786. Santiago, Chile!
German Doig, julio TCI'BÍI'DUIHÚ, s ¡. Frangois Francou, s. j , Vicror Gambino, s d. la , Carlos Martínez,
Luis Meyer, Fernando Moreno, Sergio Muñoz L., Francisco—josé Piñón.
Edición francesa
Revue catholique Internationale Communio
28 me d'/iz¿te/zil. 75016'Punr
jean-Robert Armogathe, Guy Eé(louelle, 0. pc. Frangoise y Rémi Btague, Claude Bruaire, Georges Chan»
trainc. s. j,01ivu:r Costa de Beauregard, Michel Costantini, Georges Cottier, o. p., Claude Dagens,
Marie—josé y jean Duchesne, Nicole y Lo'i'c Gauttier,]ean Ladriére, Mame—joseph le Guillou, Henri de Lu-
bac, s. i., Corinney)ean Luc Manon,jean Mesnard,)ean Mouton,]eamGuy Pagé, Michel Sales, s ¡ Robert
Toussaint. Jvauelme d'Ussel, sfx.
EdiCión italiana
Strumento internaziona.le per un lavoro teologico Communio
rlíd¡:1mzilm.a Book. ría G. Rom… 7, 120123 Milani). lia/m!
Sants Bagnoli, Felice Cesana, Francesco d'Agostino, Gianfranco Dalmasso, Adriano Dell'Asta, Giuseppe
Goisis. Elio Guerriero, Marco Paolinelli, Antonio Sicari, o (. d.,(3u1do Sommavilla.
Edición holandesa
lmernationaal katholiek Tijdschrift Communin
(Hungt2mul 41. [3 9000 Gem“. Bélgica!
jan Ambaum (NL), Stefaan Van Calster (B), Alexander Van der Does de Willebois (Nl,),_lan Lanbrecht,—
(B),]os F. Lescrauwaer, m. s… c, (NL), Klara Rogiers (B), Georges De Schr1'|vet,s )., (B),Joris Schlider (NL);
Herman P. Vonhiígen (NL), jan-Hendrik Walgrave, o. p, (B), Gérard Wilkens, &. j. (NL). '
Edición polaca
Mietlzynarodowy Przeglad Teologicnzy Communio
(Palletinum, Przy/¡yrzeu'r/eiegn 30, PL 60-659 Poznan, Pn/mzm)
l.ucjm Balter, s. a. c._jan Charytansk¡, s.|.,l<a11micrz Czulak, 5 a. c., Stefan Dusza, 5 a c., Kuzimierz Dy-
natski, s. a. c., Stanislaw (Sawrylo, 5. a. c.. Puwel (loralcyk, s. u Stanislaw Grygiel, Kazimierzjacaszek,
a u (_ Helmut _luros_ s. d. s., jozef Maika, Stanislaw Nagy, s. c. |. Mgr animierz Romaniuk_ Waciuw
Swierzawski.
Revista Católica Internacional
Communio
La religiosidad popular
Intrvduttio'n
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Religiosidad popular y evangelización
1. La religioridadpopular tradicianal
a) Descripción
Es una religiosidad cuyo sujeto es el pueblo. No es, pues, objeto de una de-
cisión o conversión personal. Cada persona singular nace a ella, como nace a
la propia tradición. La hereda, aun cuando los miembros de cada generación la
recreen al asumirla. Esta religión se transmite por los mismos cauces de la socia-
lización por los que se transmite la cultura. Basta ser miembro del pueblo en
cuestión para formar parte de ella.
La religiosidad tradicional es una religiosidad participada. Todos los miem-
bros del pueblo son en ella actores. Esta variedad de protagonistas es una de las
' Sobre esta terminología cfiz nuestro estudio Rell€in…tidadpnpular, rrl¡3io.ridadpnpulañzaday reli-
gión q/irial, uPastoral Misionera», 11 (1975), 46-66. Sobre el conjunto de la cuestión cfr. los exce-
lentes estudios de LLUIS DUCH, Df la fclígiá :: la religiópupulan Publicaciones de la Abadía de Mon—
serrat, l980, LUIS MALDONADO, lntmductiú'fz ¿: la religioiidadpopular, Santander, Sal Terrae, 1985, )!
jUAN A. ESTRADA, La 1ranr£m7zari6n de la religioridnd/Jaj/¡lan Salamanca, Sígueme, 1986,
389
_]uan Martín Velasco
b) Origen
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Religiosidad popular y evangelización
ese proceso que algunos historiadores han denominado folklorización del cris-
tianismo 2. Con esta expresión se refieren en términos generales a ese proceso
de inculturación del Evangelio y la Iglesia en las culturas de las poblaciones pa-
ganas entre las que se extendió a partir de la oficialización del cristianismo que
surgió de su reconocimiento por el Imperio Romano. Tal inculturación fue el
resultado de la encarnación del cristianismo en la vida y la cultura del pueblo y
se produjo como consecuencia de una estrategia evangelizadora según la cual las
mediaciones más externas de la religión pagana: templos, santuarios, fiestas, en
lugar de ser eliminadas fueron sustituidas y puestas al servicio de una nueva in-
tención y actitud religiosa no siempre suficientemente educadas?
Por eso no es extraño que el proceso produzca una verdadera contamina-
ción del cristianismo con elementos paganos, que exigirá toda una serie de pro
cesos de corrección de los que nos han quedado numerosos ejemplos en los es-
critos de los responsables de la Iglesia“.
Si juzgamos por los resultados, el éxito de tales procesos parece haber sido
sólo relativo como muestra la configuración, llena de elementos paganos, mági—
cos y supersticiosos de la religiosidad popular de la edad media contra la que
reaccionan las reformas medievales y, posteriormente, la protestante y la
católica.
e) Situación actual
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juan Martin Velasco
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Religiosidad popular y evangelización
2. La religioridad papulan'zada
a) Descripción
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juan Martín Velasco
b) Origen
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Religiosidad popular y evangelización
ciones creadas por las congregaciones religiosas o los agentes de pastoral que
reemplazaban o acompañaban unas formas oficiales que resultaban excesiva-
mente alejadas del pueblo. Algunos de los rasgos menos positivos de este tipo
de religiosidad es posible que tengan su origen en los métodos pastorales ern-
pleados para inculcarla. La dificultad para mantener la práctica de tales media—
ciones: asistencia a la misa, frecuencia de la confesión y la comunión y recurso a
la unción de los enfermos sin cultivar con intensidad la experiencia de la fe y la
esperanza cristiana obligaba a esa pastoral a insistir en motivaciones más aefica-
ces» como el recurso a los premios eternos o el miedo a la muerte, el juicio o los
tormentos del más allá? ,
Probablemente algunos de los rasgos de la religiosidad que acabamos de
describir sean simplemente el resultado de la asimilación acrítica por el pueblo
de esas pastorales poco respetuosas de la religión y de las conciencias.
c) Situación actual
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Juan Martin Velasco
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Religiosidad popular y evangelización
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juan Martin Velasco
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Religiosidad popular y evangelización
con el núcleo central, evitando las que resultan incoherentes con él o pueden
suponer un obstáculo para la promoción de los valores que contiene. Las media-
ciones deben, además, articularse entre si, sin privilegiar algunas hasta el punto
de que unilateralice la vida religiosa Esas mediaciones deberán ser coherentes
con la situación cultural de la comunidad y ser elocuentes para ella. El cultivo
de las mediaciones no deberá eximir en ningún caso de la insistencia en la inicia»
ción y la educación de la experiencia teologal que debería expresarse en ellas.
Cultivadas con todas estas cautelas, las mediaciones de la religiosidad popular
pueden constituir un apoyo muy valioso para la vida de fe.
Aludamos también desde este punto positivo a la ayuda que la religiosidad
popular puede prestar a la transmisión de la fe. De hecho ha sido el gran medio
para la socialización religiosa en tiempos de cultura uniforme impregnada de
cristianismo El cambio cultural ha hecho que en estos momentos no lo sea.
Pero parece claro que resulta extraordinariamente favorable contar con una re—
ligión inculturada para que la fe pueda ser transmitida de generación en genera—
ción. No porque la fe pueda transmitirse de forma inconsciente y amecánica», o
pueda heredarse como se heredan otros elementos de la cultura, sino porque
existen obstáculos de tipo social y cultural que una correcta inculturación de la
fe puede ayudar a superar.
La enumeración de algunos de los servicios que la religiosidad popular
puede prestar a la evangelización no debe hacernos olvidar algunos de los peli-
gros que pueden convertirla en obstáculo para la misma. Anotemos como más
importantes la absolutización de sus expresiones; la tendencia a convertirlas en
hechos estereotipados y rutinizados; la tentación de ver en ellas la obra que eli-
mina la gracia convirtiéndola en respuesta mensurable de Dios a los méritos
contraídos con las propias acciones; el peligro de sustituir la decisión personal y
la llamada a la conversión por el mantenimiento de una tradición o de una prác-
tica externa; el hacer de esa religiosidad una especie de ídolo que se interponga
entre el Dios único y el creyente; el construir con la religiosidad una corriente
paralela a la vida y que no la transforma en absoluto; y, por último, el disponer
con esa religiosidad heredada y por tanto rrconsabida» de una especie de uva-
cuna» contra la novedad inaudita del Evangelio cristiano. Esta enumeración de
posibilidades y obstáculos que la religiosidad popular contiene en orden a la
evangelización de las personas que viven en ella pone de relieve la necesidad de
un tratamiento cuidadoso de este fenómeno por parte de los agentes pastor
rales.
Una acción pastoral cuidadosa deberá evitar la eliminación pura y simple de
la religiosidad popular, por la falta de atención o por la crítica desconsiderada
de sus manifestaciones, eliminación que puede causar estragos en la vida reli—
giosa y hasta en la psicología y la cultura del pueblo. Pero tampoco parece
adecuado orientar la acción pastoral al mantenimiento puro y simple de estas
manifestaciones. Una pastoral de mantenimiento debe operar demasiados com?
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juan Martín Velasco
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Piedad y teología popular
en la Biblia
por
Henri Cazelles
Los pueblos del Antiguo Oriente viven inmersos en una intensa piedad po—
pular. Los modernos diccionarios de egiptología o asiriología no incluyen el ar-
tículo <<piedad» pues sus límites serían imposibles de precisar. Antes incluso de
que la invención de la escritura nos haya aportado testimonios escritos, esta pie-
dad ha dejado sus huellas en templos, capillas, restos de ofrendas animales 0 ve-
getales, estatuillas. La presencia de estatuillas de diosas de la fecundidad o de es-
tatuas de dioses con cuernos poderosos y <<ojos inmensos» (A. Spycket) no debe
llevarnos a pensar de forma apresurada en la idolatría. En los honores rendidos
a las imágenes divinas podía haber idolatría en quienes confundían la divinidad
y la imagen que la representaba, pero no era éste el fondo de su vivencia reli-
giosa. La imagen representaba o hacia presente (ahí estaba la ambigñedad) una
fuerza que intervenía en el curso de la vida del hombre y sobre la cual él no te—
nia control alguno.
Podía ser una piedra o una roca de formas sorprendentes, levantada a modo
de señal en las rutas del desierto, y de ahí el culto a las piedras en Arabia y a las
montañas en Anatolia. Podían ser los astros, ya fuese por su luminosidad, ya por
el ritmo de sus apariciones y desapariciones, y de los que dependía el propio
ritmo de la vida humana. Eran más a menudo las fuerzas ocultas que hacían ma-
nar una fuente o desencadenaban el viento y la tormenta. Eran las fuerzas que
daban fecundidad a la vegetación y a las cosechas, a los animales salvajes 0 do—
mésticos, a los hombres, a las mujeres y a las tribus. Eran los dioses protectores
de las dinastías y sus pueblos, cuyos ejércitos eran capaces de ofrecer su protec-
ción o de aniquilar al enemigo. Estos dioses protectores también podían brindar
su protección a un hombre o a una mujer determinados, iluminándoles con sus
consejos o castigándoles con cólera si no eran escuchados. En suma, la piedad
popular no se dirigía a un ser supremo, a un dios del cielo y la tierra», aún
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Henri Cazelles
402
Piedad y teología popular en la Biblia
carnal, se aplaque». Hay también “plegarias para reconciliarse con el dios irri-
tado». En sus incertidumbres sobre la persona y el carácter de los dioses —en las
incertidumbre teológicas, podríamos decir— la plegaria se tiñe con frecuencia
de magia y el esfuerzo va dirigido más a presionar a la divinidad que a implo-
rarle. Hay así plegarias a modo de conjuros contra los malos presagios o para ca—
sos de sueños funestos. Los escribas graban sobre sus tablillas de arcilla conjuros
contra sortilegios, contra maldiciones, contra los espectros (incluso un espectro
anónimo), y están vinculados a la invocación de un dios o una diosa: <<Como el
humo que (el espectro) sube a los cielos, como el tamarisco arrancado que no
vuelve a su lugar. A tu orden augusta que es invariable y a tu asentimiento
firme que es inmutable, es_lshtar quien es eminente, es Ishtar quien es reina, es
Ishtar quien es grande, es Ishtar quien puede preservar» (Seux, op. tit.,
pág 138).
La magia parece todavía más desarrollada en Egipto, pero hay también otro
enfoque de la divinidad. junto a himnos majestuosos, a menudo espléndidos,
puestos en boca de los reyes, como Akhenaton dirigiéndose a su padre Aten, el
disco solar (“tú habitas siempre en mi corazón; nadie te conoce sino tu hijo…
pues tú le has informado de tus designios y de tu poder». Traducción de
F. Daumas, L£J dieux de l'Egypta París, 1965, pág. 119), nos han sido transmiti-
das las plegarias de los humildes. En sus “llamadas a los vivos», los muertos pi-
den que se interceda por ellos. Un noble se dirige al dios Ptah de Memfis en dos
términos: <<Ptah, mi corazón está lleno de ti, mi corazón está ordenado con tu
amor como la marisma con capullos de loto. He levantado mi casa junto a tu
templo» (Barucq-Dumas, pág. 111), pero en Deir el-Medineh, en la necrópolis
donde son enterrados los trabajadores de las tumbas del valle de los reyes y del
valle de las reinas, éstos se dirigen a la diosa de la montaña tebana, Mert-Sager.
Un ciego le dice: <<Señora que se arrepiente para otorgar misericordia, tú has he-
d'10 que vea las tinieblas en pleno día. Pueda yo contar tu poder a los peque—
ños... ten piedad de mi en tu misericordia». Otro enfermo, ya curado, le dice:
(Yº era un ignorante, un insensato que no distinguía el bien del mal. Por haber
cometido una transgresión contra la Cima, ella me dio una lección. Estaba en su
mano noche y día. Estaba sentado sobre los ladrillos como una parturienta. Lla-
maba al hálito, más el no venía a mi. Entonces me humillé a la Cima... cuyo po-
der es grande y ante todo dios y toda diosa. Mira lo que voy a decir… Tened
Cuidado con la Cima, golpea como un león furioso, hostiga a quien ha pecado
contra ella… y yo he elamado a mi Señora. Y ella ha venido en un halito suave.
Ella tuvo piedad de mí…» (Ibid., pág. 167-169).
Estamos peor documentados respecto a los pequeños países de la costa me-
diterránea de lo que lo estamos sobre los grandes. La piedad popular se mani—
fiesta no solamente en los entierros de los muertos, a menudo en sepulturas co—
munes, sino también en las estatuillas de tierra cocida Estas representan con
frecuencia a Astarté o a una diosa desnuda, lo que se hará raro en el primer mi-
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Henri Cazelles
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Piedad y teología popular en la Biblia
sometidos. Un hijo de Saúl lleva por nombre lshbaal, en honor a Baal (l Cró 8,
35), y es sólo más tarde cuando la Biblia lo transforma en Ishboshet, teniendo
borbet el significado de wergiienzm David respeta las costumbres de los gabac—
nistas en sus altos lugares (Il Sam 21, 5), por bárbaras que fueran. Practica una
política de integración, dejando florecer los santuarios y cultos locales de Dan en
Bersabé. Salomón hizo otro tanto y fue el santuario de Gabaón antes de orde—
nar la construcción de su templo según el modelo de los templos fenicios y ca—
naneos. Incluso mandó construir otro sobre el monte de los Olivos en honor a
otras divinidades distintas a Yahvé (I Re 11, 4-7).
Esto no dejó de plantear problemas a los teólogos de la época, como Abiat—
har y Ahimas, levitas, hijos de Sadoc, encargados de la custodia del arca de la
alianza (ll Sam 15, 24—25). Al vivir próximos a la corte, concocían sus abusos y
no estaban dispuestos a favorecer las matanzas de sacerdotes de los santuarios
locales, como el ejecutado por Saúl en Nob. Vemos por los textos más antiguos
del Pentateuco (lo que los críticos denominan el estrato yahvista) que los pro—
blemas de sucesión dinástica fueron el centro de las preocupaciones de la época,
tanto del clero como de los escribas. Es muy probable por otra parte que en_]ev
rusalén, como en Egipto, la ecasa de vida» donde se formaban escribas y futuros
ministros estuviera contigua al templo. Es en función de la dinastía de judá
(Gén 19, 10; Núm 24, 7-17) como estos autores bíblicos han recogido las anti-
guas tradiciones de las tribus y la elección de un menor a expensas del
mayor.
Pero no están ahí la piedad y la teología popular. Para el pueblo, la palabra
del rey, de David (Il Sam 23, 1—2) ysus sucesores, es un oráculo (Prov 16, 10),
testimonio de una sabiduría divina (I Re 3, 28). Se celebra una fiesta nacional y
real en el atrio del templo construido por Salomón (I Re 8, 1 y ss.) y las fiestas
estacionales de cosecha y recolección continuaron celebrándose en los antiguos
santuarios locales, con ofrendas de primicias y rescate de los primogénitos (Ex
31, 18 a 19-22; 29, 11, 16—18). Los teólogos yahvistas se contentaron con consi>
derar a las antiguas divinidades locales, como Lahai-Rio (Gén 16, 14), como
mensajeros o ángeles de Yahvé que hablaba por su boca. Consideraron que
Yahvé, el Dios que invocaban desde Enós, nieto de Adán, el Dios al que Abra-
ham había construido sus altares, era el mismo que el dios supremo de los cana-
neos llamado El: El Elyon en (jeru)$alem, el Olam en'Beerseva, El Shaddai, El
Qanno, El Bethel... En Siquem, El, reconocido como Dios de Israel (Gén 33,
20), hizo de un Baal-Berit (Jue 9, 4) un El—berit (Jue 9, 46).
Es improbable que el pueblo haya visto bien la diferencia. Se constató que
en lugar de integrar se habia sido integrado y que el Yahvé de las promesas y los
mandamientos apenas era algo más que un Baal de fecundidad de las cosechas,
los rebaños y los hombres. Cuando las alianzas políticas entre Samaria y Tiro, en
tiempos de Acab y jezabel, hubieron introducido oficialmente en la corte el
Baal de los Cielos y su clero, un fiel yahvista estimó en solamente 7.000 el nú—
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Piedad y teología popular en la Biblia
me han dado mis amantes'. Las convertirá en maleza y los animales salvajes se
alimentarán de ella. Le haré rendir cuentas de los días de los Baales a los que
quemaba sus ofrendas: se adornaba con joyas, corría tras sus amantes y a mi me
olvidaba» (2, 14-15). Por no observar los mandamientos, <<el país está desolado y
todos sus habitantes desfallecen» (4, 2-3). Sin embargo, Dios recuerda su ley:
<<Aunque escriba para el mi ley de mil maneras, se la ve como cosa extranjera» (8,
12). Para Oseas, en lugar de prosperar, Samaria y su becerro desaparecerán
<<como astilla en la superficie de las aguas» (10, 7). En el sur, Miqueas no será
menos severo hacia la propia jerusalén: a causa de las prevaricaciones de sus je—
fes, sacerdotes y profetas: uSión será labrada como un campo, jerusalén se con-
vertira en un montón de escombros y la montaña del templo en una masa de
maleza». Se cree comprar a Dios con torrentes de aceite, con novillos de un año,
e incluso con la inmolación de un niño primogénito, mientras que <<lo que el Se-
ñor exige de ti: nada más que el respeto al derecho, al amor y a la fidelidad, la
vigilancia en el camino con Dios» (6, 8; tr. TOB).
Se imponía una reforma y llegó la reforma deuteronómica que se esforzó en
preservar el carácter gozoso de la religión popular con sus fiestas estacionales y
las ofrendas de sus primicias, pero no restableció los antiguos santuarios pa-
rriarcales. Concentró el culto en jerusalén, cerca del templo de la dinastía de
David y el arca de la alianza. Los ritos locales no fueron abolidos, sino puestos
bajo el control de los levitas depositarios de la ley de Moisés (21, 3—5). Sí fueron
abolidos los santuarios locales y sus sacerdotes levitas transferidos ajerusalén,
alugar escogido por Yahvé para hacerlo morada de su nombre». También las
primicias de los frutos de la tierra serán aportadas a esta morada de Dios; una
confesión de fe precisará que es un reconocimiento hacia Dios que <<ha entre-
gado esta tierra a su pueblo y le ha otorgado su bendición» (26, 9). Estas fiestas
no se explican por la fuerza fecundante de un dios de la naturaleza, sino por una
acción providencial y salvadora del Dios de Israel para con su pueblo. Igual-
mente, en el ritual del diezmo trienal, las primicias de la cosecha debían ser pre-
sentadas a Yahvé y no entregadas a un muerto en la impureza y en el duelo; este
muerto era probablemente el dios Baal, quien, según los cananeos, moría con la
sequía del verano (lamentaciones de Adonis) y reaparecía con las lluvias del
otoño. Finalmente, la fiesta de la luna llena de primavera no será ya la celebra—
ción de la espiga de la cebada, la primera de las semillas cosechadas, sino la re-
memoración de la salida de Egipto.
Los legisladores de la <<ley de santidad» (Lev 17-26), cuya primera redacción
se debe probablemente a los sacerdotes dejerusalén antes del exilio, toman pref
canciones semejantes para corregir la piedad popular sin sofocarla. Los bueyes,
corderos y cabras que se degiíellen no deberán ser ofrecidos a los sátiros del
campo sino a Yahvé ante su morada. La sangre no es el pago a una divinidad
cruel como Molok, al que se sacrifican niños, sino un don» que Dios acepta so»
bre su altar y que el <<da» para la vida (Kz]>per, a menudo mal traducido por <<e>c
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Piedad y teología popular en la Bilbia
mente que el año no comienza ya en otoño como bajo la monarquía, sino en pri-
mavera (R. de Vaux, Inrzitariom de l'A7zcim Terrammt, 1, París, 1958, págs. 2897
291) y la fiesta de la Pascua se considera una conmemoración de la salida de
Egipto. Pero R. de Vaux no es el único en poner de manifiesto (Lar ramfíter de
l'Arzcim Testament, París, 1961, págs. 7—15) que los elementos del ritual encuen-
tran la explicación de su simbolismo en los pastores nómadas (la víctima, el
tiempo, la forma de cocción, los panes sin levadura, las hierbas amargas, los ves-
tidos), y]. Henninger ha descubierto que la orden de no romper los huesos de
la victima pertenece a las creencias de los pastores del Asia central.
2) Con el rito de la ofrenda de la primera gavilla, ligado al de los ácimos,
nos encontramos con los ritos estacionales campesinos. Este rito se mantiene,
pero esta' unido a los sacrificios del Señor, umanjares consumidos y transforma-
dos en perfumes apaciguadores», antigua expresión que de nota la aceptación di—
Vina. El incienso, la oblación de la harina, la libación del Vino, de las que descon—
fiaran los profetas (Am 4, 4-5), e incluso los holocaustos que Dios, según
Jeremías (7, 22), no había pedido en el desierto, son ahora incorporados a unos
ritos en los que el verdadero Dios no corre ya peligro de ser confundido con
ningún Baal.
5) En el gran día de Kibpur, en que Dios perdona anualmente las faltas del
pueblo, el antiguo rito de la expulsión del chivo expiatorio queda integrado en
los sacrificios y aspersiones de sangre vivificante. Se insiste en que el macho ca-
brio no sea sacrificado, pues los sacrificios sólo se ofrecen a Yahvé. Pero “el mar-
cho cabrío carga Con todas sus faltas llevándolas hacia una tierra estéril» (Lev
16, 22).
4) De la misma forma se integra —en función en lo sucesivo de una teología
monoteísra muy exigente y a título de conmemoración de las acciones salvíficas
de Dios en beneficio del pueblo que ha hecho suyo? toda una serie de antiguos
ritos a los que estaba vinculada la piedad popular: la purificación de la mujer
que ha dado a luz (Lev 12), el vuelo del pájaro hacia el campo que simboliza la
purificación del leproso liberado de su enfermedad (Lev 14, 7), la consagración
de las aguas lustrales (la <<vaca alazana» de Num 19), las aguas <<arnar-gas» que
debe ingerir la mujer sospechosa de adulterio por un marido celoso.
Es con este ritual practicado por los sacerdotes aaronitas bajo la vigilancia
de los sabios (y de la escuela farisea muy Ligada a la moral estricta que constituía
el <<judaísmo») como vivió la religión judía en pleno desarrollo y en plena cx-
pansión en el mundo pagano hasta la destrucción del segundo Templo en el
año 70 de nuestra era. Los legisladores, tras la experiencia de los profetas, ha-
bían sabido preservar la expresión pintoresca y tradicional de la piedad popular,
evitando los cultos licenciosos y orgiásticos a Baal, o a un Yahvé considerado
como un simple Baal, en los altos lugares.
Sin duda, nuestra cultura no está hecha de costumbres pastorales ni siquiera
agrícolas. Pero ya el pueblo de la Biblia había debido asimilar culturas variadas;
409
Henri Cazzel.les
410
Religiosidad popular,
sabiduría del pueblo
y teología popular
por
Juan Carlos Scannone 8.1.
' DP: Documento de Puebla (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano); EN:
Exhortación Apostólica Evangelii Nunliandí, de PABLO VI. ':
1 Cf. K, RAHNER, “Einlcitcndc Uebcrlcgungen zum Vcrh'alltnis von Theologie und Volksreli-
gion», en: K. RAHNER, u… a. (Hrsg), Volkrrflz£ían-Religzan de; Volka Stuttgart-Berlin-Kóln-Mainz,
1979, p. 12. Ver además mis articulos: (-R€ligión del pueblo y teología», CMS. wa'.r£a del Ce:zmv de
I:wer¡igaciorzes y Acción Spcial_. nº 274 (1978), 10-21; y rrSa¿idur/a ]Jop/zlary teología mmlz¡znzada», Stror
mata 35 (1979), 3-18.
411
juan Carlos Scannonc 8.1.
1) uReligiosidad»
412
Religiosidad popular, sabiduria del pueblo y teología popular
2) “Pueblo» y “popular»
Estos dos términos, según son usados en este contexto, pueden referirse a
dos significaciones distintas, aunque íntimamente relacionadas: a) al pueblo en-
tendido como el conjunto de los sectores o clases de menos recursos en los ór-
denes del poder, del tener y/o del saber: en América Latina se trata ante todo
de las grandes mayorías pobres y empobrecidas; b) al pueblo entendido como
nación, pero no considerada a partir del estado, sino como el conjunto de quie-
nes comparten una historia, una cultura (o estilo humano de vida) y un destino
histórico comunes. (Pensamos que, cuando dentro de la Iglesia, se opone el
apueblo» o lo <Ap0pulat», al clero o a alo clerical» y /o <<lo académico», se está
usando analógicamente el primer significado mencionado).
Sin embargo, como lo dice L Maldonado, no se ha de hacer un planteo dile—
maítico, sino dialéctico—sintético, pues no se trata de “un término totalmente
equívoco, sino analógico», aunque así no se tiene cuidado puede dar lugar a mu-
chas equivocaciones“.
Según pensamos, dicho uso analógico se basa en el nexo semántico, histó-
rico y —probablemente— también ontológico entre ambas significaciones o, res-
pectivamente, las realidades a las que se refieren. Se da una correlación imántim
porque ambas acepciones se refieren a un sujeto colectivo y apuntan a lo que en
el es cºmunitaria y común. El nexo ¡Jirtárim que se da, por ejemplo, en América La-
tina, consiste en el hecho de que los pobres y sencillos (de los que habla EN 48)
son entre nosotros quienes mejor conservan la memoria histórica común y me-
jor condensan la cultura común, fruto del mestizaje cultural fundacional y de su
primera evangelización. Aún más, sus aspiraciones y su lucha por la justicia, la li-
beración, la comunión y participación, están en la línea del proyecto histórico-
cultural de la gran nación latinoamericana, históricamente influido por el sen-
tido cristiano del hombre. Por último, el probable nexo ontalo'gim entre ambos
significados se basa en que la sencillez de los sencillos es de suyo más tras-
parente para lo comunitario y común y —aunque no está a priori libre de alinea—
ciones— lo preserva más facilmente de la desfiguración que nace de los privile-
gios del poder, del tener o del saber. Además el sufrimiento de los pobres
tiende de suyo a abrirlos a la pobreza de corazón, a la solidaridad con los otros,
al ansia de justicia para todos y a la sed de Dios; y por ello sus legítimas aspira-
ciones y sus intereses objetivos coinciden con los del bien común de la na—
ción.
Por tanto, cuando hablamos de religiosidad o sabiduría “del pueblo» o upo-
413
juan Carlos Scannone S.l.
pulates», estamos pensando sobre todo en los pobres y sendllos como analogatum
printe¡>x del pueblo—nación y de su cultura, y en éste en cuanto —al menos en
América Latina—— conserva, condensa y transparenra mejor su cultura propia en
los sectores pobres. De ahí que, cuando se trata de la religión o la sabiduría de
los pobres y sencillos del pueblo de Dios, la cuestión de la relación orgánica y
constitutiva de su piedad y sabiduría cristianas con la teología plantea el pro-
blema dc la teología popular como teología inculturada.
Estimamos que también el Documento de Puebla reúne en unidad ambas
significaciones, pues, por un lado, dice de la religiosidad popular que <<se trata
de la forma o de la existencia cultural que la,religión adopta en un pueblo de-
terminado» (DP 444) y, por otro lado, añade que <<esta religión del pueblo es vi-
vida preferentemente por los “pobres y sencillos' (EN 48), pero abarca todos los
sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los horn—
bres en nuestras naciones políticamente tan divididas» (DP 447). Asimismo,
después de hablar de la cultura latinoamericana surgida del mestizaje cultural
(DP 409) e impregnada de fe católica (DP 412 y 413), agrega: <<es una altura...
conservada de un modo más vivo y articulador de toda la existencia en los sec-
tores pobres» (DP 414).
Por ello en América Latina la opción preferencial por los pobres incluye un
momento de opción por los valores evangélicos y humanos de su cultura y reli-
giosidad populares ique son los de la cultura histórica latinoamericana—; y la
opción pastoral por la evangelización de la cultura implica en su núcleo la op-
ción preferencial por los pobres.
3) <<Sabiduri'a»
414
Religiosidad popular, sabiduría del pueblo y teología popular
y axfisia con otros intereses (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural III, 6)»
(DP 448).
4) <<Teología»
" Sobre ésta cf., entre Otros, A. Eeri-1R-N. ME'ITE (Hrsg.), '1'/7£alogic du Volku, Mainz, 1978,
Lumíére el Vie, nº 140 (1978), dedicado a las <<Théologies populaircs»; y el debate entre A. FIERRO y
J:]. TAMAYO en: Iglrria vir/a nº 8990 (1980), 533-538 y n" 93 (1981), 85-91.
415
juan Carlos Scannone S.I,
416
Religiosidad popular, sabiduría del pueblo y teología popular
6 Cf. B. LONERGAN, aEinhcit und Vielfalt», en K. NEUFEI,D (Hrgs.), Pmblzme und Pm—
peéti1¡e á1gmatz'rc/yer Thealagie, Diisseldorf, 1986, 118-128.
7 Cf. ]. SOBRINO, “La 'autoridad dostrinal' del pueblo de Dios en América Latina», Concilium,
nº 200 (1985), p. 78; G. GUTIERREZ, aQuehacer teológico y experiencia eclesial», Ibid. nº196
(1934), p. 403.
“ Cf. G. Gutiérrez, xL'irruption du pauvre dans la Thc'ologic de l'Amcrique Latine», Comm-—
gente nº 172 (1981), p. 24.
417
_]uan Carlos Scannone S.l.
Esa cita de Gutiérrez nos obliga a distinguir dos niveles en la ateología pO-
pular»: el más espontáneo, primario e inmediato que se enraíza sobre todo en la
Palabra de Dios encarnada en la religiosidad popular; y, segundo, el que a partir
de ese :<humus» primero resulta de un contacto nuevo y renovado del pueblo
pobre y creyente con dicha Palabra de Dios, a través de una instancia organiza-
tiva popular como son las Comunidades Eclesiales de Base 0 los Círculos Bíbli»
cos, etc. Ambos niveles están íntimamente relacionados: no hay que dejar de se-
ñalar la novedad cualitaíi11a de este último nuevo encuentro del pueblo con la
Escritura y sus consecuencias para la teología popular; pero tampoco hay que
olvidar que esa nueva experiencia eclesial —espiritual y teológica? se enraíza en
la arriba mencionada encarnación del Evangelio en la religiosidad popular y, en
parte, se alimenta de ella (al par que la alimenta). Pues aún antes que se diera
ese grado mayor de organización, reflexión explícita y autoconciencia, ya la pie-
dad popular envangelizada era evangelizadora y también <(teologizadora» a su
manera. Aunque quizá la consciencia de esto último no hubiera sido posible sin
el nuevo paso cualitativo que se está dando. En éste no dejan de destacarse dos
momentos de enormes consecuencias para la teología popular y para la teología
a secas, que anteriormente no habían cobrado tanta relevancia, a saber, el con-
tacto dimío del pueblo pobre y creyente con la Biblia y la iluminación desde esta
de su vida y convivencia hirttíricar. Así es como se da entre Escritura y vida (in-
cluida la praxis pastoral y social popular) un fecundo círculo hermeneútico cuyo
fruto es un discurso teológico de articulación no científica sino sapiencial.
¿En que sentido, con todo, una teología popular así entendida es, propia-
mente hablando, teología? Aunque en parte se'trata de una cuestión de nombre,
también se trata de una cuestión de valoración. Así es como algunos adoptan la
distinción tajante que hace Cl. Boff en Teología e Práctica entre discurso reli-
gioso (profético, sapiencial, de revisión de vida, etc.) y teológico, entendido
como el de la teología como ciencia. ]. B. Libanio teme, sin embargo, que esa
distinción terminológica esconda cierto elitismo y privilegie de manera exclu-
siva al segundo; según el se trata de dos discursos tealágz'coi diferentes, no sólo
legítimos, sino legitimadores 9.
Aunque -—como dijimos— G. Gutiérrez afirma: <<esa reflexión de comunida-
des que evangelizan, que convocan en ercleiia (y que por ello son precisamente
eclesiales), es hacer teología, pensar la fe, la condición cristiana. Se trata del
ejercicio del derecho a pensar que tiene'el pueblo pobre», habla sin embargo
también de “aquellos cristianos que llamamos más estrictamente teólogos ('teó-
logos profesionales” se les califica en algunos ambientes)» “'. Pues bien, la pala-
“ Cf, respectivamente, CL . BOFF, Teºlogia ¿ Prátira. Teologia do Poli?ica : rua: media;ñfi, Petról
polis, 1978, yj. B. LIBANTO, ¡<Théologie populaire: legitimité et existence», Lumiére tt Viº, nº 140
(1978), 85-100. Con éste concuerda C, FLORIS'I'AN, uPovo de Deus e Teologia Cristi», Revitta Ecle-
iia'.rtira Braii1eim 45 (1985), 296-309.
'” Cl. su art. cit. en la nota 7, p.403.
418
Religiosidad popular, sabiduría del pueblo y teología popular
De lo dicho se deduce que el modelo para pensar la relación entre esos dos
saberes teológicos de ninguna manera es el modelo de relaciones tales como
ignorancia—saber, opinión—verdad, doxaepisteme o ideología-ciencia.
Pero tampoco basta el paradigma (de corte dialéctico) saber implícito-saber
explícito o representación»concepto, pues no se trata de un saber anterior, in-
genuo, inferior e imperfecto que sólo se hace crítico, superior y perfecto en el
saber ulterior conceptualmente explicitado de la ciencia. Asimismo no es ade-
cuada la mera relación (de inspiración fenomenológica) (mundo de la vida» e
uideación», <<l0 vivido» y <<lo reflexionado» o <<facticidad» y <<eidos», pues en la
419
juan Carlos Scannone S.I.
teología popular no sólo hay vida y contenido, sino también forma, idea y refle-
xión , que a su modo alcanzan el sentido esencial y su verdad. Pues, aunque
tanto la exposición dialéctica como la reducción fenomenológica valoran la sa-
biduría popular no sólo como pre— sino también como intra-científica (respecti—
vamente, como momento de la ciencia, en cuanto saber inmediato, o como su
horizonte, en cuanto mundo de la vida), con todo la miden a partir y con la me—
dida de la ciencia, como si ésta fuera el pmtotipo (aunque no la forma única) de
racionalidad. Por ello tales modelos no son adecuados para pensar la relación
entre teología popular y científica
En cambio estamos de acuerdo con Cl. Boff en que el modelo para com—
prender la relación entre los saberes del pueblo y del intelectual“ (que aplica-
mos a nuestro caso) no debe ser unidireccional, sino que es el io!emzmbio mutuo
de saberes erperz]?cor, di.ttirztor, irreduetiáler entre sí y válida; cada uno en su género.
Así es como cada uno tiene su función insustituible en la teología como mo—
mento interno de la Iglesia y como tarea y carisma dados a ella, de modo que,
aunque se da un aporte específico de la teología como ciencia, también se da
uno propio de la teología popular tanto a aquélla como a la Iglesia.
Pero no se trata propiamente de una relación bipolar 0 Circular, sino tridi-
mensional, pues la fe —que busca la inteligencia— constituye una especie de ter-
cer polo prioritario y normativo entre ambos polos, que orienta, norma y dis-
cierne el intercambio de saberes mencionado, como instrumento manuductivo
de su propia intelección De ahí se deriva la insustituible función de discerni-
miento del magisterio de la Iglesia, como auténtico intérprete de la fe, en ese
diálogo teológico.
Aunque dicho intercambio tiene profundas raíces en las Sagradas Escrituras12
y en la historia de Iglesia y teología, con todo hoy existe una nueva toma de
conciencia del mismo, cuya explicitación, acentuación y profundización se de-
ben a un acontecimiento de doble faz: la “irrupción del pobre» en la conciencia
de la sociedad, de la Iglesia y de la teología, y la consecuente revalorización de
religión y sabiduría populares, acontecimiento que constituye un verdadero
signo de los tiempos.
En ese intercambio: ¿en qué consiste el aporte propio de la teología popu—
lar? No en que necesariamente esté más libre de desviaciones o de influjos ideo-
lógicos, sino sobre todo en lo siguiente: Enpn'mer lugar, en lo propio de la sabi-
” Cf. CL. BOFF, “Agente de Pastoral e Povo», Reoirta Ezleiiá11im Brarileira, 40 (1980), 216-242.
Sobre los modelos para pensar la relación de ambos saberes cf., además de ese artículo, C. CULLF.N,
“Sabiduría popular y fenomenología», cn ]. C, SCANNONE (ed.), Sabiduría popular, símbolo _yfr'losqña,
Buenos Aires, 1984, p. 30 s En ese mismo libro ver también mi trabajo: -<Sabiduría popular y pen-
samiento especulativo», 51-74.
” Sobre la relación entre el pueblo y el Nuevo Testamento, cf. H. FRANKEMOLLE, <<Zur
'Theologie des Volkcs' in Neucn Testament, Eine Problemskizzc», en A. EXELER-N. METT):, op.
cit. en la nota 2, 86-119.
420
Rel1giosrdad popular, sabiduría del pueblo y teología popular
duría espiritual como saber más primario y originario, es decir, más cercano a
las fuentes espirituales de la religión y de la fe (tanto las que nacen de la sed hu-
mana de Dios como las que provienen del don gratuito del Señor), sin tantas
mediaciones y cortapisas conceptuales. De ahí le viene un carácter más carismá-
tico, profético y escatológico. En regando lugar, aporta lo propio de la sabiduría
de la vida, a saber, su cercanía y conexión más íntima con la existencia humana
cotidiana, la cultura propia, la praxis y la realidad históricas. De ambos caracte-
res surge un tercer aporte: el continuo recuerdo crítico a la teología académida
acerca de lo elemental y fundamental humano y cristiano, gracias al sentido de
realidad, de humanidad y de fe que tiene el pu'cblo pobre y creyente.
En relación con ello podemos nombrar un cuarto aporte: su continuo testi?
monio de aquello que en la fe es irreductible a la razón, tanto la trascendencia y
gratuidad del misterio de Dios y su designio salvador como el papel insustitui-
ble para toda teología de lo contemplativo y de lo histórico, y por ende, del
símbolo y la narración (ante todo bíblica), a cuyo servicio deben estar la teoriza-
ción y la sistematización.
En otro orden de cosas se sitúa una quinta serie de aportes. Pues, por tra-
tarse de la teología de los pobres, aporta al teólogo profesional y a la teología
académica como disciplina e institución un lugar hermeneútico privilegiado
para conocer al Dios de jesús a través de una conversión evangélica, ética e his»
tórica a los pobres. Así, respetándose la autonomía de la teología como ciencia y
hermeneútica, se le proporcionan un horizonte y una perspectiva nuevos: más
evangélicos, más humanos y más históricos. En relación con el cambio de desde
donde» y horizonte, está también el del “cómo» (en una perspectiva incultu-
rada) y el “hacia dónde» o relevancia práctica: pastoral e histórica. Todo ello no
desfigura el ¿qué» de la fe, sino que abre su más profunda intelección, ni conta-
mina la razón teórica, sino que la libera y la sitúa.
Además, aun en un orden más directamente intelectual se da un texto aporte.
Pues la teología popular puede suscitar rsospcchas metodológicas» a una teolo-
gía académida demasiado separada de la vida espiritual, de la vida humana o de
la realidad histórica, así como positivamente puede ofrecerle no sólo preguntas
nuevas sino también nuevas pautas de respuesta, ciertas expresiones y aún care-
gorías y líneas de articulación, que la teología científica asumirá y elaborará crí-
ticamente según su propio método, al mismo tiempo que con ello aporta a la
teología popular sus contribuciones específicas (que ya sugerimos más arriba al
hablar de lo propio de la teología como ciencia).
Por último, se da un reptimo aporte, cuando el pueblo fiel da a la teología
académica que se le comunica, su retepcio'n según el modo de su propia teología
popular. Se trata primeramente del <<instinto evangélico» que le hace aceptar o
no, por connaturalidad, una cierta teología como concordante con la fe y la en-
señanza de la Iglesia. Pero también se trata de la recepción o no, de aportes de
una teología científica si lo hacen crecer o no en su vida (espiritual, humana, his-
421
_]uan Carlos Scannone S.l.
422
Inculturación y
religiosidad popular
por
Luis Maldonado
423
Luis Maldonado
424
lnculturación y religiosidad popular
De todos modos hay que esperar a la III Asamblea General del Sínodo de
los Obispos celebrada en Roma a finales de 1974 y consagrada a la Evangeliza»
ción para hallar una mayor elaboración de las ideas anteriores.
' La Iglm'a en la actual lran.t/%matión df Amírzm Latina a la luz del Conti/io. Medellín. Conclu-
siones. Bogotá. Ed. Paulinas (CELAM), 1979”.
425
Luis Maldonado
' Ver A. VERW1LGHEN , La rellgi05itf])0j7/llditf dam Zar (lacummtr rtrmtr du Magiriere. En: Nouve-
lle Revue Thcologique, 109, 4, 1987, 521640.
* _]. C. SANNONE. Evangelizacio'n de la cultura y la religio.ridad popular. En: CIAS, 357, octubre
1986, 490-501.
426
lnculturación y religiosidad popular
Donde se llega a una más cabal exposición de todo este engranaje estructuv
ral propio de la Religiosidad Popular es en la Conferencia de Puebla 0 Tercera
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla a co-
mienzos (enero) de 1979.
Puebla conecta ya, de una manera explícita y amplia, evangelización de la
mltura y Religiosidad Popular, concretando dicha conexión en la realidad lati>
427
Luis Maldonado
47.8
lnculturación y religiosidad popular
Así el Documento habla del <<radical sustrato católico con sus vitales formas
vigentes de religiosidad» (nº 7 y 412) en una clara alusión a la Religiosidad
Popular.
De la cultura latinoamericana dice que asu evangelización fue suficiente-
mente profunda para que la fe pasara a ser constitutiva de su ser y de su identif
dad otorgándole la unidad espiritual» (nº 412).
429
Luis Maldonado
430
Inculturación y religiosidad popular
431
Luis Maldonado
432
La religiosidad popular
en la vida de la Iglesia
por
juan María Laboa
433
juan María Laboa
434
La religiosidad popular en la vida de la Iglesia
hombre, en todo pueblo, y que toda religión tienen que satisfacer de manera in-
mediata: el temor a la muerte, la necesidad de una presencia superior cercana,
muy cercana, la división del año en diversos períodos, la utilización de los pode-
res religiosos para superar peligros y calamidades. Estas inquietudes y necesida-
des son previas a toda forma organizada en religión. Y se dan incluso en nues-
tros días, en las sociedades supuestamente más secularizadas. Tengo que añadir
a estas dos constataciones el dato innegable, sobre el cual volveré, de una con-
versión frecuentemente masiva y realizada demasiado rápidamente, es decir, sin
tiempo de cambio de estructuras y presupuestos personales.
El cristianismo, al pasar de una minoría selecta“espiritual, preparada, a ser la
religión de una civilización esencialmente rural, disimuló más que suprimió, las
costumbres, ritos y tradiciones practicadas durante siglos El polipodio y la ver-
bena continuaron siendo para muchos, en tiempos de Luis XIV, hierbas mági-
cas, tal como lo habían sido para los contemporáneos de Virgilio. El P. Nobleta,
en el mismo siglo, descubrió que algunos bretones dirigían oraciones a la luna.
Del mismo modo, el comportamiento de los europeos de los siglos XVI y XVII
respecto a la sangre *en particular la sangre menstrual— el esperma, la saliva, la
orina, los excrementos e incluso respecto a deshechos tales como trozos de uñas
y cabellos caídos, responde a un nivel arcaico de la mentalidad colectiva.
Aquí nos enfrentamos con un tema, música de fondo de todo este pro—
blema: la influencia de la cultura y de las condiciones de vida en las formas de
captación del mensaje, de la religiosidad popular. ¿Es posible un espíritu reli-
gioso puro e incontaminado en una situación en que no está asegurado el pan
de cada día y en la que el miedo es la compañía habitual del hombre? ¿Qué otra
cosa hubiera podido ser popularmente el cristianismo de otras épocas sino ante
todo un conjunto de ritos destinados a obtener del cielo abundantes cosechas,
evitación de calamidades, retroceso de enfermedades y superación del temor a
la muerte?
Terminado el Medioevo, en la mayor parte de regiones vitícolas, por ejem—
plo las de los alrededores de París, existía la costumbre de llevar la Eucaristía a
las viñas para protegerlas de los gusanos e insectos malignos. ¿Cómo clasiñcaria-
mos esta costumbre, de paganismo, superstícción o deseo incontenible de ayuda
del Dios de los cielos y tierra que se encontraba tan a la mano?
Hace años, leyendo la Historia de la Iglesia en América Latina, me extrañó la
afirmación de Dussel de que en América estaban aún en un período de evange-
lización, tras cuatro siglos largos. Más tarde, leí las constituciones sinodales de
1683, de la diócesis de Anneoy, a la que hoy podría añadir muchas más, y com-
prendi la complejidad del problema. El párrafo que me dio que pensar dice
así: aunque el celo de los señores párrocos haya abolido las supersticiones que
la ignorancia de los pueblos habia introducido en esta diócesis, no por ello deja-
mos de exhortarles para que no quede ningún vestigio de éstas. Y ordenamos a
los pueblos, bajo pena de excomunión, que supriman y abolezcan completa-
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juan Maria Laboa
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La religiosidad popular en la vida de la Iglesia
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juan María Laboa
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La religiosidad popular en la vida de la Iglesia
Culto a los mártires. Ya desde el siglo II, pero sobre todo, desde el siglo IV, con
motivo de la conversión de las masas que llevan a la Iglesia su sensibilidad for—
jada por viejas tradiciones, la piedad popular se caracteriza porla ilimitada vene—
ración de los mártires. Esta veneración se manifestaba en la fundación de capi-
llas o iglesias conmemorativas sobre sus sepulcros, y en la invocación de los
mismos en toda necesidad imaginable espiritual o temporal. La invocación po—
día tomar la forma de una sencilla oración, () de una peregrinación a las amemo-
riae», o de la compra de una sepultura junto a la tumba sagrada.
El motivo que inspira esta veneración es, indudablemente, específicmente
cristiano: la comunión de los santos, pero las formas bajo las que expresaban
esta creencia fundamental eran en gran medida las mismas con que los paganos
honraban a sus difuntos y especialmente a los que creían promovidos a la <<he-
roización». No debemos olvidar que ya San Agustín considera como una calum»
nia la aserción de que los cristianos habían sustituido a los dioses y héroes por
los mártires, señal de que se repetía esa acusación.
Y, sin embargo, qué duda cabe que esta veneración prolongada por el culto
a los santos, denuncia la necesidad de una religión más concreta, deseosa de ga-
rantías tangibles, de intercesores muy cercanos, fácilmente accesibles, formas de
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juan Maria Laboa
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La religiosidad popular en la vida de la Iglesia
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juan María Laboa
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La religiosidad popular en la vida de la Iglesia
Es decir, no hay duda de que en este tema concreto que hoy estudiamos te-
nemos que valorar también y fijarnos en parcelas, en influjos de otros campos
que no son los doctrinales o teológicos No cabe duda de que, de una manera u
“otra, los valores anteriores al cristianismo han influido en los conceptos estu-
diados hasta el momento. Mayor importancia e influencia han ejercido en la
vida de la Iglesia los distintos pueblos que invadieron el mundo romano y con-
formaron el occidente cristiano
Con esto quiero decir que, para una comprensión integral de la religiosidad
popular, tendríamos que estudiar la psicología religiosa, las prácticas y costum-
bres de los germanos, de los francos, de los visigodos, de los habitantes de Amé»
rica, etc. y comprobar cómo han influido en la vida diaria del catolicismo.
Qué duda cabe de que la idea que los germanos tenían del Dios Todopode-
roso, lejano, terrible, y de Cristo asimilado a un Gran Duque político influyó en
el culto exagerado a los santos y a las reliquias. Sería igualmente interesante es»
tudiar el lureranismo, jansenismo y humanismo católico, en relación a la idiosin-
_ crasia de los pueblos del norte o latinos, o insistir en la influencia de las distintas
psicologías en las diversas formas de piedad.
Concluyendo ¿qué diremos de esta visión rápida y a menudo superficial de
la religiosidad popular? Lo que caracteriza profundamente la vida diaria de los
cristianos son las devociones que responden, que solucionan de alguna manera
las angustias y preguntas fundamentales del hombre. Naturalmente que estas
devociones se nutren esencialmente de las grandes verdades cristianas, pero está
claro, también, que las formas que revisten conservan un paralelismo a menudo
sorprendente con las paganas, de cualquier época y continente.
Los rasgos fundamentales de esta religiosidad popular son los votos y pro-
mesas, las peregrinaciones de toda clase, las devociones, la necesidad de seguri-
dad, de ver y tocar lo divino, lo extraordinario. Esto supone de hecho una par-
ticipación casi nula en la vida cultural oficial. Es una religiosidad que responde a
un planteamiento elemental: Dios es respuesta a todas las incógnitas y necesida-
des del hombre. Y se quiere y se necesita experimentar este convencimiento.
Probablemente se trata más que de una fe en Jesucristo, de la creencia en Dios
creador, el Dios Todopoderoso y temible, cuya cólera hay que calmar por la ex-
piación, la purificación, el recurso a los mediadores. _
Por esta razón hay que granjearse la benevolencia de lo divino. Por ejemplo,
las expresiones cariñosas que los napolitanos utilizan para que San Genaro se
digne cada año licuar su sangre. Por eso también se da la religiosidad del nú»
mero y del esfuerzo. El católico que se considera cumplidor y ejemplar, a seme-
janza del fariseo de la parábola, contaba sus buenas obras, amontonaba sus rosa»
rios, misas e indulgencias, colocadas y contadas en largas listas. La piedad se
confundía con la aritmética. Terminaba apartindose peligrosamente de sus
fuentes cuando esperaba de tal ademán () palabra un efecto automático con te-
percusión en un aspecto muy determinado de la existencia. Se concedía tal im-
443
juan María Laboa
portancia a las bendiciones que los sacerdotes dedicaban a los animales y a los
campos que durante el Terror, mientras que los agricultores vivían y morían sin
ayudas religiosas, cuando se ehreraban de que existía un sacerdote escondido en
alguna parte le suplicaban que durante la noche bendijese sus campos y sus
animales.
Un ejemplo límite pero que puede ilustrar esta tendencia lo tenemos en la
novela Lar czj()mrer crm m Dior, de Gironella. El joven carlista que va al frente, que
ha cumplido con los nueve primeros viernes y cree firmemente en la prome5a
que acompaña a esta devoción, va a una casa de prostitución, convencido de que
estando en pecado no podrá morir en la guerra.
En este capítulo habría que apuntar ”también la familiaridad con lo sacro, tan
propio sobre todo de los pueblos latinos y estudiarlo que supone la práctica de
la blasfemia en pueblos creyentes y practicantes.
Las expresiones religiosas cristianas se mezclan y, naturalmente, se defor-
man con costumbres y necesidades que pertenecen al patrimonio ancestral. Esas
prácticas de religiosidad están influenciadas por supersticiones y prácticas mági-
cas. Se nota la necesidad de adoración y gratitud a Dios y a la vez un cierto te»
mor, por lo que se busca la intercesión de seres más próximos al hombre. Esta
necesidad de ayuda y cercanía frente a un Dios que se presenta como justiciero y
más lejano ha llegado a devociones aberrantes como la de presentar a María
como una defensora del hombre frente a la ira de Cristo. Intercesión que busca
contrapartida en la firme creencia de la presencia del maligno en todo, en todas
partes. La superstición, en sus múltiples formas constituyó la herencia más fu-
nesta del paganismo. Potencia oscura, por doquier presente, excrecencia de la fe
tanto como consecuencia de la incredulidad. Los obispos podían perseguirla
pero no agarrarla. Se les escurría. Pero ellos mismos veían en ella más bien una
realidad demoniaca que lentamente retrocedía que mera locura o insensatez
vulgar. El hombre expresa su fe con los elementos culturales de que dispone. Y
estos curiosamente son muy semejantes en todos los países cuando se trata de
acercarse a lo divino. Frecuentemente, el estudio de las actividades religiosas
populares nos producen una sensación de permanencia, de ausencia o de lenti-
sima renovación. Da la impresión, a menudo, de que los místicos, los teólogos,
los espirituales, las mismas instituciones oficiales forman un mundo aparte sin
que su pensamiento o experiencia llegue o influya en la masa de los fieles. se
que no siempre esto es verdad y, tal vez, ni siquiera en conjunto, pero no puedo
sustraerme a esta primera impresion.
La historia de la Iglesia presenta una constante en este campo… Se da una lu»
cha a tres niveles que difícilmente consiguen alcanzar una síntesis. Por una parte
el pueblo y sus devociones, con gran peligro de caer en supersticiones groseras,
pero con enorme aunque oscura intuición de que lo sagrado da sentido a su vida
y respuesta a sus inquietudes. Por otra los reformistas que ven claramente los
peligros y aberraciones de estas prácticas, pero que plantean frecuentemente el
444
La religiosidad popular en la vidad de la Iglesia
problema desde una postura de un cierto desprecio por las necesidades tal vez
elementales, pero ciertamente vitales del pueblo, y por consiguiente ofrecen so—
luciones, a menudo, muy teóricas y utópicas. Ver, por ejemplo, en este campo a
jansenistas, modernistas 0 al mismo Rosmini. Y finalmente la Iglesia institucio-
nal como un cómodo apego a lo ya adquirido y a unas tradiciones frecuente
mente sin valor y que difícilmente capta a un tiempo los planteamientos válidos
de los reformistas. Ver y comparar por ejemplo, el Sínodo de Pistoya y el Vati-
cano II, 180 años después.
En cualquier caso está claro que no se puede acercar a este tema sin tener en
cuenta la complejidad del problema histórico. Cuando se cree que se puede lle-
gar a una conclusión negativa es preciso matizar y subrayar los aspectos positi—
vos que van aflorando aquí y allí y, por el contrario, en aspectos que se presen-
tan como netamente positivos, hay que añadir observaciones que demuestran
desviaciones e incluso aberraciones. La realidad histórica religiosa es polifacética
y es preciso conocerla en su variopinta composición antes de juzgar, sacar con—
clusiones, tomar postura o decidir personalmente.
445
Religiosidad popular
y creencias del hombre
por
446
Religiosidad popular y creencias del hombre
' Dirqaiiíziaw Antmjalo'gicw, por _]Ull0 CARO BARO)A y EMILIO TEMPRANO, Ed. Itsmo, 1985,
p. 157. '
1 “Constitución "Lumen Gentium“n, Cap. VII, 52, en lo relativo al culto de los santos y sobre
todo Cap. VIII, 67, en lo que hace relación al culto a María, Léase también el documento
ºSacrosanctum Concilium» en Documento; del Vaticano [I, p. 168, Ed. BAC.
447
Felipe Barand1arin lrrzar
-“ Se trata de una hoja homilética de la que daré estos datos: “XI, nº 42, ciclo B, 18 de Agosto
de 1985.
448
Religiosidad popular y creencias del hombre
II
" Para interpretar a Durkheim, el lector puede recurrir a dos grandes obras: la primera de G.
GURVITCH, Le problém¿ de la rar/irimw (allfrtzw dan; la Sarialagie de Durkheim en la nVocation actue-
lle de la Sociologie» cap. VI, pp. 551-407, Ed. ((PUF», 1950. La segunda obra es la tituladaLa Ermu-
mm de la Arci6n Social de T… PAR50NS, Tomo 1, cap. VIH y ss., Ed. Guadarrama, 1968.
449
Felipe Barandiarán Irizar
la norma social Así resulta que el individuo no emite voz propia sino que es un
eco necesario de la sociedad.
Sigo a Gurvitch cuando precisa que la <<conciencia colectiva, según Durk-
heim, actúa fuertemente desde el interior bajo la forma de <<corrientes libres»
que nos empujan, ya con independencia de nuestra voluntad, ya arrastrándose
por el entusiasmo o indignación que provocan en nosotros. Nada parece libe-
rarnos de esa presión, aunque parezca que participamos de buen grado, en las
diferentes acciones, gozos y tristezas del grupo al que pertenecemos. Los mis-
mos sentimientos, al parecer innatos, como el amor paternoffilial, los celos ori-
ginados en la sexualidad, el sentirniento,religioso, etc. ofrecen diferencias según
las distintas sociedades a las que pertenecen los individuos». La generalidad o
identidad que puede ser observada en las diferentes conciencias individuales
que participan en la misma sociedad, es efecto de su participación en con—
ciencias colectivas y no al revés. La presión ejercida por la conciencia colectiva
es la que explicaría lo general y la que provocaría la identidad en las conciencias
particulares. Con esto, Durkheim se fabrica un nuevo problema, el de la pro-
yección de la conciencia colectiva fuera de las conciencias individuales. A este
respecto, nacen espontáneamente las siguientes preguntas: ¿Qué naturaleza
tiene esa conciencia colectiva? ¿Dónde existe?. La primera pregunta se refiere
al aser», la segunda tiene una connotación especial. La solución de Durkheim en
relación con el <<ser» de la “conciencia colectiva» se dirige hacia la identificación
de dicha conciencia con el Espíritu. Así, dicha conciencia viene a ser de una na»
turaleza metaempírica.
Esta extremosidad durkhaimiana, a recurrir a entidades transcendentes para
resolver, teologizando, problemas de caracter meramente científico, le resta fia-
bilidad ala solución final; pero no a otros aspectos de su teoría. Durkheim tuvo
el mérito notable de cambiar el tipo comtiano de una sociología sintética en Otra
de carácter analítico.
Las observaciones de Durkheim sobre la naturaleza del <<hecho social» cons—
tituyeron una gran aportación del ilustre sociólogo para lograr lo que se proponía
definir: a) el objeto de la Sociología; y b) el método para analizar los fenómenos
sociales. Su gran intuición y sus análisis acerca de la aconciencia colectiva», de»
jando a un lado su identificación final con el Espíritu, conservan una buena
parte de innegable verdad, la de la presión social que nos acucia a todos los indi-
viduos y que no deja de molestarnos, en alguna manera de coaccionarnos.
El problema es saber si esa coacción es determinante de los pensamientos y
comportamientos individuales, o es, más bien conciliable con la libertad perso?
nal. Así, pues, aparece la parte de verdad que encierra la noción de <<religión so-
ciológica». El error consiste en dotarle a esa noción del caracter explicativo ab-
soluto de la misma realidad social.
450
Religiosidad popular y creencias del hombre
III
451
Felipe Barandiarín Irizar
IV
432
Religiosidad popular y creencias del hombre
453
Felipe Barandiar:in Irizar
comentaba el caso diciendo wen esos momentos sollozaba». Pero esta gran mujer
nunca abandonó a la Iglesia ni a_]esucristo, sino que lo recibía casi diariamente.
Esta, y otras muchas personas que viven aquí mismo, y que anduvieron, durante
la guerra, de un lado para otro, de Vizcaya a Francia, de Francia a su pueblo, so-
portando todo cuanto he dicho, y que siguen siendo fieles a la Iglesia de Dios y
a]esucristo, ¿no merecen el respeto y admiración por su Fe, no ilustrada en reu-
niones de catecumenado, pero experimentada y forjada a golpes de la desgracia,
a golpes de la adversidad?. Nada de eso les ha impedido el que hoy hayan ol»
vidado el pasado, hayan perdonado y se sienten a diario, o los domingos, en los
bancos de esta parroquia.
Bastante gente, jóvenes y padres de familia, fueron fusilados por sus ideales
nacionalistas vascos. Como josé Maria de Azkarraga, joven de 21 años a quien
aguardaba un porvenir brillante y que fue fusilado el 16 de Diciembre de 1957.
Escribió a sus padres y hermanos su última carta antes de morir y, entre otras
frases les decía lo siguiente: <<... con esa tranquilidad que proporciona la con—
ciencia limpia de falta alguna de las que me imputarán, voy ante el Supremo
juez, el verdadero. Agur» y, más abajo añade “…que hermoso!!! ya el sacerdote
ha confortado mi espíritu con el Pan de los Angeles». <<Y después de esto, escri—
bía ¡¡qué importa la muerte!!. Y añado la última voluntad de José María Azka—
rraga: uni una venganza quiero para mi muerte»7. Esta muerte y otras muchas
que se produjeron en las mismas circunstancias, ese estilo cristiano de morir
1 sólo se explica con un estilo cristiano de entender la totalidad de la existencia
humana. También “se conocieron rebeldías pero entre estos vascos, cristiana-
mente educados, no era esa la nota dominante, ni mucho menos. También ha
habido bastantes personas que, después de un tiempo de alejamiento de la Igle-
sia, por la desconfianza que les originó su conducta, hallaron en algún religioso
o sacerdote el impulso que les reconcilió, a pesar de todo, con Aquélla.
Estos casos, hasta ahora señalados, son un muy pequeño reflejo de lo que era
la cultura vasca, transida de un pensamiento, de un proyecto de vida fundado en
el reconocimiento de Dios, de Jesús y de su Iglesia. Así se ha vivido, casi genera-
lizadamente, hasta los años sesenta en los que la crisis se apoderó de la concien—
cia de los vascos. El fenómeno vasco, el de su religiosidad profunda, el de su
desconcierto ante aquella Iglesia, el de su larga fidelidad y su actual situación
bien merece, más que frases lapidarias y despectivas, la atención de sus historia-
dores, sociólogos y antropólogos.
Aún hoy dia en muchas parroquias vascas, como en la que celebro la misa
diariamente, se puede ver a muchas personas de cierta edad, sobre todo muje-
res que en los años de la vorágine del cambio político (años 6875, de especial
gravedad en el País Vasco), en los que muchos hombres y mujeres (incluidos
muchos de nuestras f11as clericales o de seminarios), se alejaron de la Iglesia o se
7 Diario de un gudan' (omlenada ¿z muerte por RAMON DE GALARZA, p. 108, Ed. Ediciones
Vascas, 1977.
454
Religiosidad popular y creencias del hombre
olvidaron de sus obligaciones, siguen, con una finalidad extraordinaria, los ca-
minos de Dios. No han necesitado de grandes reflexiones teológicas, sino que
se han dejado conducir, fundamentalmente, por su sentido de Fe. Y, eso, a pesar
de que, siguiendo la moda de la pastoral de esos años, les desp0jaron de las no-
venas a la Virgen, a San José, a los Santos, de los primeros Viernes de mes, de
los cultos de los meses de mayo y octubre, del via—crucis cuaresmal, de casi todas
las procesiones, hasta de lo que en el País Vasco tenía tanto arraigo y significa-
ción cultural, como era lo relativo a los ritos funerarios y, en concreto, a la se—
pultura de las familias en su templo parroquial. Creo que se debiera considerar
que esa sencilla fidelidad es más que pura rutina y superficialidad, algo mas que
religión no personalizada. ¿O es que no significan nada tanta prueba pasada y
tantos hechos eclesiales escandalosos que les turbaron y a los que fueron some—
tidos tan gravemente?
455
Felipe Barandiarán Irizar
456
Religiosidad popular y creencias del hombre
VI
Tetminaré este trabajo con un ejemplo en el que ha tenido que ver la pastoral
y en el que también tenía que ver la Antropología. Se ha solido repetir hasta la
saciedad que las gentes vivían la Cuaresma y Pasión de Cristo con intensidad;
pero que no se festejaba la Resurreción de Cristo. No puedo negar, ni mucho
menos, que la Sagrada Pasión, aquí mismo, en el País Vasco, ha concitado entre
las gentes una emoción extraordinaria. Cierto es también que aquellos Sábados
de Gloria, celebrados por la mañana y con escaso concurso de fieles, era un es-
pectáculo deplorable.
Verdad es que eso parecía dar a entender que se olvidaba la principalidad de
la Fiesta de Pascua. También hay que añadir que la Teología actual, sin paragón
con la del pasado, destaca hoy día, al par con la Liturgia, la importancia central
de ese Misterio de nuestra Fe. Pero lo que ya no es tanta verdad es decir que esa
festividad fuera subestimada por el pueblo en todas partes. Así, otra vez, nos
encontramos con que la realidad no coincide con lo que se dice.
En los años 40, en Rentería, el Domingo de Pascua, y antes de la misa so»
lemne, el clero parroquial, revestido con sus ornamentos sagrados, acompañaba
al Párroco en una procesión muy simbólica. El Cura portaba en sus manos la
custodia con el Santísimo y todos procesionalmente se dirigían, en la plaza del
ayuntamiento, al encuentro de la Virgen. Esta era traída, en andas, desde una es-
condida calle, rodeada de gente. Al encontrarse ambos, sonaba la música y, así,
todos juntos se adentraban en la iglesia, yendo por delante la imagen de la Vir-
gen. Todos los que asistían, y aún la gente que no asistía a la procesión, sabían la
significación de la misma: el encuentro de la Virgen con su hijo Resucitado
En Pasajes de San juan (Guipúzcoa) ocurría tres cuartos de lo mismo. Co-
piaré de mi obra antropológica, ya citada más arriba, lo que ocurría en este pue-
blo: <<El día de la Pascua de Resurrección tenía lugar la Procesión que llamaban
(enkontrada) o (el encuentro)». Esta ceremonia se divide en varios momentos:
a) La Virgen, o mejor, la imagen de la Virgen Dolorosa, vestida de negro y cu-
bierta su cara con un velo, era llevada sin ceremonia especial hasta la plaza del
pueblo; b) Antes de iniciar la Misa Mayor salía de la Parroquia la Procesión. A
esta asistían largas filas de hombres, con cirios encendidos en sus manos; detrás
' el clero, uno de cuyos sacerdotes llevaba bajo palio la custodia. Detrás iban las
mujeres; c) La Virgen, que había sido llevada anteriormente, solía estar situada
en el extremo opuesto a la pared del frontón, más o menos donde hoy esta el
kiosko; d) Llegada toda la comitiva a la plaza y dejando un espacio amplio en el
centro, un muchacho ataviado con ropas que ¡miraban las de San Miguel que
está en el retablo parroquial, se acercaba desde la pared del actual frontón al ex-
457
Felipe Barandiarín Irizar
Nota biográfica
458
Sensus Fidelium:
testimonio sustentado
por la comunión
por
Leo Scheffczyk
459
Leo Scheffczyk
fe, igualmente ilegítima, sucede allí donde se exige que el carácter vinculante de
un dogma dependa de que <<sea aceptado por toda la Iglesia como expresión
adecuada, justa e infalible de su fe»3. También aquí, el criterio de verdad que
presenta el Sentido de la fe aparece utilizado en contra de la doctrina de la
Iglesia.
No cabe duda de que en la actualidad no es posible prescindir del lugar teo?
lógico <<sentido de la fe», incluso cuando es empleado en contra de su intención
genuina. La posibilidad de una utilización desafortunada muestra por su parte
que este concepto va acompañado de una cierta problemática inmanente, que
debe ser tenida en cuenta y elaborada. Peto más allá de todas las posibilidades
de incomprensión o de utilización errónea que lo amenazan, su significado posi-
tivo debe ser considerado y subrayado. En una cuestión tan agitada hoy día
como la del puesto y significación de los laicos, de todo el Pueblo de Dios, el
concepto ejerce la función de una llave que abre el misterio de la Iglesia y asigna
en el un significado inconfundible en la vida de fe también a los laicos, a quienes
no detentan un ministerio; significado tan fuerte, que la separación (que se
suele entender siempre peyorativamente) entre <<Iglesia jerárquica» e <<lglesia de
los fieles» (hoy estrechada con frecuencia a una <<Iglesia de la base») choca contra
él y pierde su contenido. A ello alude el Vaticano II con las palabras: (<La univer-
salidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf. 1,_]n 2, 20-27) no puede
fallar en su creencia, y ejerce esta su peculiar propiedad mediante el sentido so-
brenatural de la fe de todo el pueblo, cuando 'desde el obispo hasta los últimos
seglares” manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe y de cos-
tumbresȼ.
1) La herencia irrmumialale
460
Sensus Fidelium: testimonio sustentado por la comunión
” Commanitan'um, c. 2.
* Ep. 23, nº 75 (PL 61, 281),
9 Con…: Arianai 1/1fl AJ¿XE71/ÍI¿7IZ, 6.
'º _] H. NEWMAN, Ú/75r dar Zezzg7n'i der Laim, 272.
“ lb., 290.
461
Leo Scheffczyk
” Cf. M. SECKLER, Inrtínkt ¡md Glaul;enrwille nach Tbmarz 11, Again, Mainz, 1961, esp. 166-170
M. D. KOS'1'ER, Der Glaubmm'nn d:7' Hin'en und Glán/7igm, en: Neue Ordnung, 3 (1949), 230 ss
'3 S. Th.ll. ll. q. 1 a. 9; M. GRABMANN, Die Lebr¡ d€J bl. Tb0ma1 z'. Aquin 121757 die Kin/ye ali Gar
¡rrwcrk, Regensburg, 1903, 168 ss.
"* 171 IV Smt. d. 13, 2, 1, c…
” Cf. W. A. THOMPSON, o. c., 456
462
Sensus Fidel_ium: testimonio sustentado por la comunión
““ 1: edición, 1565; tf. A/. LANG, Die lori tbeolagiti de; Melchºr Cano z¿m£die Mezbodz de; dogmati1-
then Beweirer, Miinchen, 1925.
'7 III, (. 4; cf. A. LANG, 117.
'“ Cf. U. HORST, Die Diréurrion ¡un die Immaculata Conte]tia im Dominiéa7zemrden, Ein B:itmg zm"
Gerrbit/ate der Tbmlagircben Methode, Paderborn, 1987, 27.
'9 lb., 99…
zº Lori t/7f0/ogír1, IV, c. 4.
º' A, LANG, 117.
” Cf. W . KASPEK, Die Lnéfe zion der Tradition in der nímircbm Sr/mle, Freiburg, 1962. ,
463
Leo Scheffayk
35 _]. A, MÓHLER, Die Ein/yeit in der Kirrhe oder das Prinzip dar Kat/:alz'zirmu5 (hsrg. vonj. R. Gei-
selrnann) Kóln, 1957. 50 s.
“ ]. A, MÓHLER, Symbolik oder Dari/ella71g der dogmatirfbm Gegenrízlze der Kat/¡aliken uml Pmte_t-
ta7zlen (hrsg, von j. R, Geiselmann), Darmstadt, 1958, 415, s.
" W. KASPER, o. c., 140.
15 G. PERRONE, De immumlalo Canreptu, I, Mailand, 1852, 59.
37 Aqui se empleó la fórmula <<sentimienro della Chiesa», cf. G. Sóu., MARIOLOGI]
(HDG III, 4), Freiburg, 1978, 214.
7" Así en la bula uIncfabilis Deus» se alude a la adoración y amor del apucblo creyente»
A. ROHRBASSER, Heilrl/yrre der Kiwbe, Freiburg/Schw. 1.955, 320.
464
Sensus Fidelium: testimonio sustentado por la comunión
culativo-sistemática por M..) Sheeben (1— 1888)ºº. Pero la aplicación más viva y
original fue la llevada a cabo por]. H. Newman (—|-1890), que como consecuen-
cia de itinerario de su propia fe y de una comprensión de la Iglesia de carácter
místico e interiorizante, reservó al remwjizíelz'um una estima tan alta que al cof
níienzo incluso suscitó escándalo, porque estaba unida (en un articulo del
<<Rembler») con la opinión de que “En los preparativos de una decisión doctri-
nal los fieles son preguntados (consulted), como sucedió hace poco a propó-
sito de la cuestión de la Inmaculada Concepciónxºº.
Este aprecio se fundamentaba en el hecho de que da comunidad de los fieles
es uno de los testigos de la realidad de la transmisión de verdades reveladas, y
porque su aunanimidad» (consensus) en la cristiandad universal es la voz de la
Iglesia infalible» “. Newman desarrolla detalladamente el contenido interno y la
eficacia viva de ese sensus (o consensus): <<Su consentimiento (el de los fieles)
debe ser considerado: 1) como un testimonio del hecho del dogma apostólico;
2) como una especie de instituto o p/mnema, que vive profundamente en el co—
razón del Cuerpo Místico de Cristo; 3) como orientación del Espiritu Santo; 4)
como respuesta a sus plegarias; 5) como muestra de preocupación ante el error,
que siente inmediatamente como un escándalo»”. La graduación ascendente en
el significado del remar fidelium que aqui se expone Se apoya sobre todo en
que tal capacitación de los fieles es contemplada en su relativa autonomía y en
su inmediatez al Espíritu de Dios; y en que no es considerada un órgano pasivo
de la recepción de la fe, sino también como principio activo, que precede a la
proclamación magisterial de la Iglesia, cuyo significado es reconocido, y contrif
buye a su desarrollo, manreniéndola incluso en el auténtico camino en caso de
fallo de la ecc/fria dorenr, ?
2) Elfundammto mí5ti[o
º M. ]. SCHEEBEN, T/Jealagir£hf Erkmntnirlebre (Hdb. der Karh. Dogmatik l), Frieburg, 1959,
97 ss.; 159 ss.
“' _]. H. NEWMAN, Úf7cr dai ngm'r der Lainz, o. c., 225.
3' la, 262.
'“ la,, 270.
465
Leo Scheffczyk
car la realidad eclesial. En esa direción apunta el paralelo sugerido por el joven
Mobler respecto del romántico <<espíritu del pueblo», cuya originariedad, vitali-
dad y fuerza creadora podrian ser trasladados también al “Pueblo de Dios», Pero
este afan de paralelismos ha sido denunciado con razón como un <<naturalismo»,
es decir, como una forma de pensar naturalista. Presupuestos actuales podrian
favorecer una interpretación tal que buscase una correspondencia con el prin-
cipio político-estatal del reparto del poder, según el cual las funciones son dis-
tribuidas entre disrintas instancias como protección frente al abuso de autori-
dad. Pero la imbricación entre autoridad doctrinal y sentido de la fe, entre
<<cuerpo docente» y <<cuerpo creyente» no tiene paralelo alguno en la vida estatal.
Por ello el buscar una explicación apelando a principios de democracia, en la
que los <<súbditos» son al mismo tiempo detentadores de la autoridad y la auto-
ridad brota desde abajo» es infecundo e inadmisible.
En la situación actual se podría pensar respecto del imeridilium que esta
participación de los fieles, teniendo en cuenta la estructura jerárquica de la Igle—
sia es de suyo algo secundario y marginal, lo que en la práctica serviría para va-
lorar un poco más a los laicos y proprocionarles la impresión de que significan
algo. ). H. Newman expone al fin de sus reflexiones teológicas también tal sig—
nificado práctico de la acentuación del sentido de la fe, pero su pensamiento
surge más bien desde las intenciones y anhelos de los obispos, es decir, a partir
de la Iglesia docente, y dice; <<Esta debería considerarse dichosa si es que en-
cuentra entre quienes reciben su doctrina “seguidores entusiastas”, que aportan
su propia comprensión y sensibilidad, y no se dirige solamente a aquéllos que se
dan por satisfehcos con una mera fides implicita» (esto es, con una fe que in-
cluye en su afirmación todo lo que la Iglesia dice)”. Pero todas estas y parecidas
fundamentaciones prácticas se mantienen sólo (en su limitada fuerza probato-
ria) si están enraizadas en datos y verdades más profundas. Pues bien, el enraiza-
miento más hondo se da en el misterio de la Iglesia, y mas en concreto en su
esencia como comunidad de los creyentes.
Por ello, la explicación y fundamentación del sentido de la fe se ha de dedu-
cir del misterio de la Iglesia, así como el Vaticano II añade significativa e inme-
diatamente a su declaración sobre el sentido de la fe la explicación sobre la ac-
tuación del Espíritu Santo en la Iglesia “. Pero no se percibe la esencia de la Iglesia
si, de acuerdo con las ideas racionalistas y naturalistas hoy reinantes, se la en
tiende como institución humana para la conservación del proyecto de Jesús en
el mundo, o como un agrupamiento religioso de personas que comulgan en las
mismas ideas, impresionadas por el evangelio, o como una corporación para la
promoción del bienestar de la humanidad, caracterizada por las implicaciones
políticas del mensaje de Jesús.
” H., 292,
” Lumen gemmm, 12.
466
Sensus Fidelium: testimonio sustentado por la comunión
467
Leo Scheffczyk
“ [fi… 357
"' ¡b.. 31.
468
Sensus Fidelium: testimonio sustentado por la comunión
sino en todo caso suavizar algo, por el hecho de que la testiñcación de los laicos
es reconocida como un apéndice 0 anexo del Magisterio?
Ambas soluciones contradirían la comunión fundada objetivamente por
Cristo en el Espíritu Santo y establecida subjetivamente (esto es, por parte de
los fieles) en la fe. Se ha de pensar más bien en una relación orgánica recíproca,
en una referencia de dos capacidades diversas, que actuando juntas llevan a (nbo
un orden y realidad más altos (puesto que una unidad diferenciada siempre es
más elevada).
En todo esto no se puede ignorar, por supuesto, los poderes, la autoridad, la
competencia de orientación del magisteio, unidos con un especial carisma jerár-
quico, para la prolongación de la mediación¡de jesucristo en la palabra y el men»
saje. Asi como tampoco el testimonio de fe que le acompaña, que en casos deci—
sorios ejerce funciones de constatación, ¡emite juicios y sentencias. En ello, el
testimonio de fe del Magisterio se halla frente al testimonio de los laicos y le es
superior Sin embargo no está separado de éste, así como tampoco esta situa-
ción constituye una degradación de la testificación de los laicos; pues hay que
caer en la cuenta de que los miembros de la jerarquía participan, como bautiza—
dos y creyentes, en la misma fe y en el mismo sentido de la fe que ha sido d07
nado a toda la Iglesia y en consecuencia, a todos los fieles. A partir de aquí es
posible comprender cómo el testimonio creyente de ambos no se diferencia ni
en su contenido ni en su naturaleza, sino que se encuentran respectivamente en
niveles distintos y se realizan en diferentes dimensiones: el laico lo lleva a cabo
en el nivel de la vida, el miembro de la jerarquía en el nivel de lo oficial, de lo
autoritario y jurídicamente vinculante (que por supuesto tendrá que tomar
siempre en consideración las demandas que proceden de la vida).
Dado que es propio del ministerio la precedencia en la fe, sobre todo en la
primera transmisión de ésta en una Iglesia misionera, y que esta precedencia se
mantendrá también en la predicación ulterior, se podrá abrigar la opinión de
que la fe y el sentido de la fe de los fieles se deben deducir del ministerio, de tal
forma que no gozan de entidad propia. Entonces el consenso de los fieles, por
ejemplo con ocasión dela proclamación de un muevo» dogma sería sólo una es-
pecie de refuerzo y resonancia de la predicación del magisterio. El que esto no
es así lo muestra ya el hecho de que con ocasión de las dos últimas definiciones
(Inmaculada Concepción y Asunción de María) el más alto exponente del Ma-
gisterio interrogó a los obispos sobre el estado de la fe de su clero y sus fieles a
este respecto”. Con ello se expresa aquella ordenación fundamental, según la
cual pertenece al testimonio de fe dclremmfidelz'um un significado relativa-
mente autónomo como medio de averiguación de la Tradición viva de la Iglesia.
La relativa autonomía se deduce en último término del postulado de la fe de los
469
Leo Scheffczyk
5) Don )! miiízín
470
Sensus Fidelium: testimonio sustentado por la comunión
471
Leo Scheffczyk
capital vivo, que sólo puede ser formado y conservado en su realización viva.
En esta realización se integran también las manifestaciones del corazón, de la
piedad y de la fe vivida en oración. Puesto que el sentido de la fe no es una ca-
pacidad meramente intelectual, sino el fruto de una actitud de fe que engloba al
hombre entero, puesto que según Móhler es <<la palabra que vive en los cora-
zones de los fieles», tiene que ser sustentado también por la fuerza de los
corazones.
472
El apostolado de los laicos*
por
_]acques Maritain
473
_]acques Maritain
Es cierto que acaso pueda estar mal informado. No he leído el libro del Pa-
dre Cougar sobre la teología del laicado. Sin embargo, he asistido a numerosos
debates sobre este tema y he sacado la impresión de que necesitaríamos un estu-
dio global del problema, en el que se contemplasen no sólo el testimonio y la mi»
sión espiritual (la acción apostólica) propios de los laicos, sino también las mo-
dalidades específicas de su vida interior, de sus pruebas espirituales, de su
oración (litúrgica y privada) y de su camino hacia la unión con Dios y la perfec-
ción de la caridad, que es, evidentemente, lo más importante, pues a todos es
prescrito el progreso hacia la perfección: estate per]?cti…
Pero dejemos esta disgresión. Me parece (para volver a lo que antes sugería)
que se ha considerado el papel de los laicos ¿¡ partir de algo que, siendo eviden-
temente bueno y necesario, concierne únicamente a una parte del laicado; me
refiero a la Acción Católica y organizaciones similares, de manera que se ha per-
manecido continuamente —y no siempre con una conciencia suficientemente
clara de ello— en la perspecúva de una parlicáóacián ti el apostolado pmpz'o del (lem,
perspectiva que se ha ampliado progresivamente (como si en última instancia
pudiera llegar a abarcar al conjunto del laicado), pero sin salirse nunca de ella y
contemplando siempre las cosas desde el ángulo de visión inicialmente adop-
tado. En el limite, se tendría como resultado que la misión espiritual y el apos»
tolado de los laicos 720 podría ser má.r que una participación el la misión y el apos—
tolado propios del clero, lo que vendria a constituir, sin pretenderlo, una
concepción xclerical» de la misión del laicado en la Iglesia.
Me explico asi la enorme y casi exclusiva importancia que se concede hoy en
día (y de lo que quizá no se tarde mucho en quedar desilusionado) a las cuestio—
nes de organización, mientras que gran parte de las necesidades profundas del
alma cristina quedan insatisfechas.
No se puede olvidar, sin embargo, que el papel principal del sacerdote no es
organizar a los laicos, sino transmitir la Palabra de Dios. No se puede olvidar
tampoco que una cohorte jamás ha creado un espíritu. '
2. Quede bien entendido quela Acción Católica y las agrupaciones análogas
organizadas por el clero son completamente neman'ar y responden a una necerz'dad
urgente del momento presente. También yo afirmo esta necesidad. Lo que, no
obstante, añado, es que esto incumbe más a una pamº, a un rector del laicado cris—
tiano y a una misión espiritual que le corresponde en tanta que auxiliar del clero. A
este sector del 1aicado le son encomendadas actividades que lindan, por decirlo
así, con la jerarquía eclesiástica, saliéndose, por consiguiente, de la condición co-
mún de los laicos, puesto que ello implica una panirijmcio'n m el aportalado pmpi0
de la jerarquía y un mandato recibido de dic/M jerarquía. De aquí se deduce que esta
perspectiva no es aplicable al laicado en su conjunto ni a su misión en la Iglesia,
ya que no se adapta a lo que constituye la condición común del conjunto de
los laicos.
En otras palabras: conviene distinguir en el laicado el trabajo inrnanente al
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El apostolado de los laicos
Cuerpo místico realizado por algunos de sus miembros según sean romirionaflor
o delegado; por el clero iy que son en un grado u otro auxiliares del clero— y el
realizado por quienes ¡in /mber recibido del ¿lem una miriáfz 0 mandato para una acti-
vidad erpecrfira, que configura simplemente la inmensa mayoría del <<pueblo fiel»,
Hay sin duda en esta inmensa mayoría vastos sectores infieles más o menos
descristianizados o incluso completamente descristianizados. Pero hay también
sectores verdaderamente llenos de vida y fidelidad, en los que se cumple de
forma auténtica el ideal del laicado cristiano: gran pueblo animado por la fe y
comprometido en las actividades vitales del Cuerpo místico, polarizadas todas
por la gracia y la caridad. »
El laicado cristiano tiene como tal —independientemente de su participa-
ción en el apostolado propio de la jerarquía dentro de determinado marco— un
tertimarzia que ofrecer y una miri0'n er_piritual que realizar en la Iglesia. Y esta mi-
sión no corresponde a los integrantes del común del laicado cristiano en virtud
de una llamada o un mandato especial de la jerarquía, sino en virtud de su bau-
tismo y su confirmación, dicho de otra forma: por el mero hecho de ser miami
17m; de Cri…rta.
][
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]acr¡ues Maritain
III
4. Aquéllos que acabo de citar son un número reducido que se sitúa, por
decirlo asi, en el vértice del común de los laicos. En la bare de la vida del pueblo
fiel lo que fundamentalmente importa es la familia cristiana y el matrimonio
cristiano. Se habla mucho del matrimonio, pero a mi modo de ver no se insiste
como sería preciso en lo que desde ell punto de vista del Evangelio y la vida
eterna es la verdad más importante, a saber, que el matrimonio es una comuni-
dad sagrada en la que los esposos deben ayudarse mutuamente para tender hacia
la perfección de /a caridad, y que en medio de los problemas materiales, a menudo
agobientes, y de las dificultades de todo tipo que pesan sobre la comunidad fa-
miliar, la misión principal de ésta es el progreso de sus miembros en la santifica—
ción personal. Sin duda, no es elevado el número de personas casadas que están
en condiciones de otorgar a esta verdad el lugar primordial que le corresponde;
sin embargo, son ellos los que, por su propia vida y por su simple existencia,
ofrecen el más profundo e irradiante testimonio.
En el pleno de la obra de la carne y de la perpetuación de especie humana,
dar testimonio de la función a que el matrimonio y la sociedad doméstica están
especialmente llamados en relación a la vida eterna —a la vida eterna iniciada ya
aquí abajo—, ésa es, en mi opinión, la misión primordial que contra viento y ma-
rea debe asumir el laicado en tanto que cfirtiano, en tanto que parte esencial del
Cuerpo místico. Es ésta una misión ejercida por el hecho mismo de ser, un testi-
monio que no se manifiesta en palabras, sino en la acción y en la vida: el testi-
monio de quienes <<hacen la verdad». Los que wan a la luz», como dice el Evan—
gelio, conduciendo al mismo tiempo a los demás a la visión de la luz. Es a partir
de tales hogares cristianos como la masa será poco a poco ganada, si es que
puede serlo, con la ayuda de las organizaciones de Acción Católica (y, si se trata
del mundo obrero, con la ayuda de esos hogares a la acción principal realizada
por grupos misioneros como los del Padre Loew).
5. Un lamentable fenómeno sobre el que la experiencia de la vida me ha lle-
vado a reflexionar, es el hecho de que frecuentemente hijos de padres profun—
damente piadosos no conservan al salir de la infancia, aunque hayan recibido
una educación cristiana, más que hábitos religiosos pobremente superficiales o
incluso se vuelven decididamente contra la religión. En general, así ocurre en
aquellas familias en que, por fervientes que sean los padres, hay muy escasa
apertura o comunicación entre ellos y sus hijos en lo que atañe a las cuestiones
del alma. Por el contrario, he observado que alli donde esta apertura o comuni—
cación se ha establecido desde un principio de forma libre y total, la anomalía en
476
El apostolado de los laicos
fícil su puesta en práctica; pero todo es difícil para el cristiano en la vida del
mundo. Es igualmente cierto que, de hecho, la gran masa permanece ajena a es-
tas verdades. Pero en lo que concierne a la misión del laicado en la Iglesia, como
en general a toda la obra del Señorjesús entre los hombres, es en pequeños gmpar
donde comienzan a desarrollarse los aspectos más importantes para extenderse
poco a poco a continuación. De manera que lo que en primer lugar y antes de
todo se requiere, es que esos pequeños grupos no descuiden nada de lo que de
ellos depende para el bien común de la Iglesia y la expansión del Reino de
Dios.
IV
6. Un último punto sobre el que quisiera detenerme tiene por objeto las
iniciativas del laicado en el orden espiritual, para el servicio de las almas y la
Iglesia.
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jacques Maritain
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El apostolado de los laicos
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_]acques Maritain
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