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INTRODUCCIÓN A LA PROBLEMÁTICA INSTITUCIONAL- BERTOLINO, MARTA

Saber: interrogar, problematizar, transformar (se).


El objetivo del este trabajo es introducir a ustedes en unos desarrollos teóricos, algunos saberes, unas nociones que orientan nuestra práctica
y trazan el perfil de nuestras intervenciones institucionales. Nociones útiles por las que les propongo transitar, trazar algunos recorridos, intentar
diversas articulaciones. Desde nuestra perspectiva, los saberes son ellos mismos instituciones -a veces “medievalmente” sacralizadas- y esto nos lleva
a promover una relación particularmente cuestionadora con el conocimiento. Una relación que nos permite resistir los encasillamientos, los “ismos”
que aplastan la singularidad, el acontecimiento, y hasta el deseo de seguir pensando. Porque pensar es experimentar, es problematizar, es arriesgarse a
decir algo distinto, es encontrar el propio límite y simultáneamente dejar que algo del afuera sacuda ese límite y nos conmueva.
¿Por qué comenzar con esta reflexión acerca del saber? Sucede que el trabajo con instituciones nos jaquea permanentemente con
interrogantes de difícil respuesta si nos situamos en posiciones dogmáticas. Nos plantea un verdadero desafío a la imaginación, un tránsito por
diferentes saberes, no a la manera del especialista disciplinado sino en la perspectiva mucho más intensa y productiva de la transdiciplinariedad.
El prefijo “trans” está asociado con la idea de transversalidades y también de transgresiones. Y es, en efecto, animándonos a producir nuevos
cruces discursivos, a transgredir dominios de conocimiento ya instituidos, a pensar de otro modo, cómo logramos expandir nuestro campo de análisis y
nos situamos en la perspectiva de que algo nuevo surja. Nuevas prácticas, diferentes agenciamientos, dispositivos potenciadores, producción de nuevos
sentidos.
En cierto modo, todas nuestras intervenciones institucionales operan intentando provocar (entre otras cosas) mínimas fisuras allí donde hay
demasiada captura de sentido, demasiada rigidez en los circuitos instituidos.
Se trata entonces de trabajar algunas nociones útiles para el análisis institucional, tanto en las intervenciones institucionales, en la clínica
institucional como en la clínica grupal cuando esta logra integrar el análisis de los mecanismos institucionales, o sea, de la dimensión institucional, en
su abordaje de la grupalidad.
Pero en un sentido mucho más general –al que no es ajeno el espíritu de este trabajo introductorio, ni de este curso- se trata de nociones,
teorías, saberes, que pueden auxiliarnos en la necesaria reflexión de nuestro hacer para guiarnos mejor en esos anudamientos complejos e ineludibles
que son las instituciones.
Guiarnos mejor y saber qué estamos haciendo, tanto en nuestra práctica profesional como en las otras prácticas sociales en las que
participamos en tanto ciudadanos. Cuestiones que no están en absoluto separadas, como ya veremos, aunque con frecuencia se las presenta escindidas.

Interrogar las ideas de espacio, establecimiento, organización, funciones


Ya sea que trabajemos con “individuos” o con grupos (términos estos que tendremos que interrogar, situar, desplegar en todo su campo
semántico), ya sea que trabajemos en lugares públicos, como un hospital, una escuela, unos tribunales, una facultad, o en ámbitos privados, como una
clínica o una empresa, aun en la intimidad de un consultorio psicoanalítico, siempre hay diversas instituciones en juego y siempre, lo sepamos o no (es
mejor si lo sabemos) estamos implicados en redes institucionales. Es decir que hay una multiplicidad de relaciones institucionales que nos atraviesan.
Por lo tanto, aquello que acontece en el ámbito más o menos acotado donde se despliegan nuestras acciones sólo encuentra su sentido cuando
interrogamos el espacio-tiempo mucho más amplio del histórico-social en que se inscribe.
La corriente socio-analítica francesa, especialmente autores como René Loureau y Georges Lapassade han acentuado esta idea de retícula
institucional, de cruce de instancias, de atravesamientos múltiples, que permite pensar que cuando se interviene en un punto cualquiera de esa red, todo
el tejido institucional de la sociedad está en juego ahí.
Entonces, ¿cuáles son los espacios de los que hablamos?¿y cuáles los espacios donde accionamos? Cuando ante una demanda institucional
tenemos que definir nuestro campo de trabajo, es importante delimitar un campo de análisis y un campo posible de intervención, los cuales nunca
llegan a recubrirse totalmente. La idea es potenciar el deseo de transformación implícito en la demanda y extender el campo de intervención lo más
próximo posible al campo de análisis.
Otra noción que conviene interrogar es la de “función”. Polemizando con la visión estructural funcionalista que hace de la idea de
“funciones” de la institución su “leitmotiv”, dice Castoriadis que es innegable que las instituciones cumplen funciones, sin las cuales la existencia de
una sociedad resulta inconcebible. Sin embargo, sería absurdo pretender explicar tanto la existencia de la institución como sus características por la
función que la institución cumple en la sociedad.
Las sociedades y sus instituciones no se reducen a esta funcionalidad, a esta supuesta correspondencia entre los rasgos de la institución y las
necesidades “reales” de la sociedad. Nunca entenderemos los fenómenos que ocurren en y con las instituciones si los pensamos como funciones y los
problemas que éstas presentan, como funciones que no se cumplen adecuadamente, como “dis-funciones”. En todo caso, éste puede ser –y en los
hechos suele ser- el disparador de la consulta que abre a una posibilidad de análisis, pero nunca de su punto de llegada.
En primer lugar, ¿cómo definir las “necesidades reales” de una sociedad, cuyas instituciones vendrían a satisfacer? Lo que en verdad sucede
es distinto. Nos encontramos, a lo largo de la historia de la cultura, con sociedades muy diversas, que inventan y definen para sí tantos nuevos modos
de responder a sus necesidades como también nuevas necesidades. Y esto es así porque lo “real” de las necesidades, así como lo “real” de los actos
individuales o colectivos, se dan siempre, existen siempre, inmersos en una red simbólica.
En un párrafo de La Institución Imaginaria de la Sociedad, dice Castoriadis, retomando el concepto freudiano de pulsión:
“Así como en el pasaje de lo somático a lo psíquico hay emergencia de otro nivel y otro modo de ser, y nada es tanto psíquico si no es
representación; así tampoco en el pasaje de lo natural a lo social hay emergencia de otro nivel y de otro modo de ser, y nada es en tanto histórico-
social si no es significación, aprehendido por y referido a un punto de significaciones instituido”. 1

Problematizar: lo institucional como dimensión intersticial


¿Cuál es la dimensión propia de lo institucional y en qué sentido sería problemático su abordaje?
Cuando el quehacer institucional nos lleva a emprender el análisis de los procesos institucionales, caen algunos supuestos. Uno de ellos, muy
arraigado, es la supuesta relación de exterioridad que da forma a la ya clásica antinomia individuo-sociedad. Ahora bien, no hay tal relación de
exterioridad; la sociedad y sus instituciones no son exteriores al “individuo”. No son el “medio” en que éste se desarrolla, ni el “contexto” de sus

1
Cornelius Castoriadis, La Institución Imaginaria de la Sociedad, Vol. 2, Tusquets Ed., 1989, pág 305.
acciones, ni menos aun el “marco” en el que estructura su neurosis (ellas mismas inalterables desde siempre y para siempre). No hay un “individuo” y
una “sociedad” que se interconectan, que “influyen” uno sobre otro.
La idea misma de influencia, tanto cuando se subraya y se acentúa (en una perspectiva sociologista) como cuando se minimiza o se niega,
poniendo el acento en la libertad del hombre, que podría desentenderse en mayor o menor medida de su sociedad (en las perspectivas psicologistas o
más genéricamente liberales), en cualquier caso supone una existencia separada de estas dos realidades que entrarían en juego: individuo y sociedad.
Supone una relación de exterioridad entre ambos. Pero este supuesto ignora completamente la naturaleza profunda de toda sociedad. No hay un
individuo y una sociedad. Hay, sí, producción social-histórica de individuos, así como hay creación siempre inacabada de sociedades, con sus
significaciones y sus instituciones. No hay, en fin, oposición entre individuo y sociedad. El individuo es creación social y por lo tanto creación
histórica.
En Tótem y Tabú, Freud inventa el mito del asesinato del padre y lo relaciona con la fundación de la sociedad. Castoriadis subraya la
importancia que tiene en la construcción de ese mito el pacto de hermanos, es decir, el renunciamiento de todos los vivientes a ejercer una dominación
real y su compromiso a aliarse y combatir a cualquiera que lo pretendiera. En el mito de tótem y tabú es también y sobre todo político; apunta a hacer
pensable, en términos psicoanalíticos, la institución de la sociedad como sociedad entre iguales, esa misma sociedad de que Freud dice, en esa misma
obra, que es la realidad.2
Otra perspectiva fértil para pensar estas cuestiones es la que ofrecen los trabajos de Féliz Guattari y Giles Deleuze. En El Anti-edipo postulan
la coexistencia del campo social y del deseo. “La producción social es tan sólo la propia producción deseante en condiciones determinadas”; sólo hay
el deseo y lo social, y nada más. Se trata de una obra muy compleja y de enorme repercusión en el campo del trabajo institucional y su análisis excede
en mucho los límites de este artículo.
El concepto de fantasma de grupo que trabajan estos autores tiene para nosotros un interés particular, y nos detendremos en él en otro
momento. Pero acá quiero citar una frase, que de paso viene bien para introducir el próximo apartado. Dice así:
“El polo revolucionario del fantasma de grupo aparece, al contrario, en el poder vivir las propias instituciones como mortales, en el poder
destruirlas o cambiarlas según las articulaciones del deseo y del campo social, al convertir la pulsión de muerte en una verdadera creatividad
institucional”.3

Problematizar: lo institucional, en su doble dimensión, insistencia y autoalteración.


La sociedad y sus instituciones no son algo ya dado por siempre y para siempre, al modo de un organismo natural. Es la evidencia la que
fuerza a pensar que las cosas no podrían ser de otro modo. No se tratará, entonces, ante un conflicto institucional, de ajustar lo que no marcha, de
adaptar lo que se desadaptó, de poner en función lo que se desfuncionalizó.
Lo “ya dado” es lo instituido de la institución. Lo que tiene que permanecer; la inercia de las instituciones tiene que ver con esto. Una inercia
que parece ser esencial a toda sociedad humana. Lo sedentario. También desde otra perspectiva, lo podemos pensar como lo repetitivo. Inmersos en
nuestras instituciones tendemos a naturalizarlas, es decir, creemos que esto instituido son las instituciones.
Ahora bien, la sociedad no está instituida de una vez por todas, es una sociedad que se autoaltera, pues lo socio-institucional es permanente
creación. Es esa otra dimensión en juego, la dimensión instituyente, la que permite entender que haya diferentes sociedades, la que posibilita pensar los
cambios en las instituciones, la autoalteración como modo de ser de lo social. La noción de imaginario social, solidaria de las nociones de imaginación
radical (relativa a la psique) y de sociedad instituyente, acuñadas por Castoriadis, apuntan a poder pensar el hacer humano en sus instituciones y de sus
instituciones, especialmente el hacer político instituyente.
Si prescindimos de estas nociones, o mejor dicho, de los problemas que ellas intentan pensar, el trabajo con instituciones se convierte en
puramente adaptativo o, en el mejor de los casos, se reduce al plano de lo organizativo, es decir, de lo combinatorio.

Poder: afectar, ser afectado, producir, resistir.


El tema del poder es ineludible en el trabajo con instituciones. Ahora bien ¿qué es el poder? El poder es una relación de fuerzas, dice
Foucault. Y vemos cómo esta respuesta desplaza la pregunta de ¿qué es? a ¿cómo se ejerce?. Porque no tiene otro ser que esa “relación”, que ese estar
en relación. Relación de una fuerza con otra fuerza. De modo que nunca la fuerza está en singular, ya que la fuerza no es más que ese poder de afectar
a otras fuerzas. Afectar (a otras fuerzas) y ser afectada (por otras fuerzas): todo campo de fuerzas distribuye las fuerzas en función de esas relaciones
(de poder). “Un conjunto de acciones sobre acciones posibles”, una multiplicidad de acciones, tales como facilitar, distribuir, en el espacio, ordenar en
el tiempo, prohibir, inducir, incitar, fascinar, suscitar… pero también ser inducido, ser suscitado, ser encerrado, controlado, programado. Afectar y ser
afectado. Relaciones de fuerza o de poder que son multipuntuales, microfísicas, estratégicas, virtuales, evanescentes, y sólo definen posibilidades de
interacción, modos probables de integración.
El poder se ejerce más que se posee. No es tanto una propiedad como una estrategia. El poder es ejercicio, acción que se ejerce siempre en un
campo de fuerzas y funciona según diversos diagramas. Sus efectos son atribuibles a disposiciones, maniobras, tácticas, técnicas, funcionamientos. El
diagrama o máquina abstracta, es el mapa de las relaciones de fuerzas, de las intensidades. Redes flexibles y transversales, en continuo desequilibrio.
Por ejemplo, el Panóptico, que Foucault define en Vigilar y Castigar, por su función de imponer una tarea o conducta cualquiera a una multiplicidad de
individuos cualesquiera, a condición de que su número sea reducido y el espacio relativamente poco extenso y bien delimitado, puede funcionar tanto
en relación al educar, como al producir, al castigar, al cuidar.
Se trata del cariz particular que toma el ser afectado, no como reverso pasivo del afectar sino como su irreductible opuesto, en el sentido de
que la fuerza afectada tiene a la vez la capacidad de afectar, una capacidad de resistencia, una capacidad de producir.

Reflexión final
Este trabajo oscila entre consideraciones tan generales como las relativas a la sociedad y la historia -que preferimos pensar como lo histórico-
social- y puntuaciones más específicas, que apuntan a abrir algunas puertas para pensar la práctica en y con instituciones. Dicha oscilación no es ajena
a la perspectiva institucionalista; por el contrario, la constituye.

2
Castoriadis Cornelius: El Psicoanálisis, proyecto y elucidación; Ed. Nueva Visión, 1992. En “Destino del análisis y responsabilidad de los analistas”, art. De 1986.
3
Deleuze, G. y Guattari, F, (s/f): El Anti-edipo, Paidós.
Este trabajo se apoya en diferentes teorizaciones que hasta ahora nos han resultado de utilidad para pensar la problemática de lo institucional
y sobre todo para intentar crear dispositivos eficaces en el trabajo institucional. Estas teorizaciones empalman en algunos puntos, en otros son
divergentes y en otros francamente contradictorias. Intentar articularlas pese a esas contradicciones y reflexionar sobre ellas no es ajeno, creo, a la
perspectiva institucionalista. Me animaría a decir que la constituye.

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