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Cornelius Castoriadis, La Institución Imaginaria de la Sociedad, Vol. 2, Tusquets Ed., 1989, pág 305.
acciones, ni menos aun el “marco” en el que estructura su neurosis (ellas mismas inalterables desde siempre y para siempre). No hay un “individuo” y
una “sociedad” que se interconectan, que “influyen” uno sobre otro.
La idea misma de influencia, tanto cuando se subraya y se acentúa (en una perspectiva sociologista) como cuando se minimiza o se niega,
poniendo el acento en la libertad del hombre, que podría desentenderse en mayor o menor medida de su sociedad (en las perspectivas psicologistas o
más genéricamente liberales), en cualquier caso supone una existencia separada de estas dos realidades que entrarían en juego: individuo y sociedad.
Supone una relación de exterioridad entre ambos. Pero este supuesto ignora completamente la naturaleza profunda de toda sociedad. No hay un
individuo y una sociedad. Hay, sí, producción social-histórica de individuos, así como hay creación siempre inacabada de sociedades, con sus
significaciones y sus instituciones. No hay, en fin, oposición entre individuo y sociedad. El individuo es creación social y por lo tanto creación
histórica.
En Tótem y Tabú, Freud inventa el mito del asesinato del padre y lo relaciona con la fundación de la sociedad. Castoriadis subraya la
importancia que tiene en la construcción de ese mito el pacto de hermanos, es decir, el renunciamiento de todos los vivientes a ejercer una dominación
real y su compromiso a aliarse y combatir a cualquiera que lo pretendiera. En el mito de tótem y tabú es también y sobre todo político; apunta a hacer
pensable, en términos psicoanalíticos, la institución de la sociedad como sociedad entre iguales, esa misma sociedad de que Freud dice, en esa misma
obra, que es la realidad.2
Otra perspectiva fértil para pensar estas cuestiones es la que ofrecen los trabajos de Féliz Guattari y Giles Deleuze. En El Anti-edipo postulan
la coexistencia del campo social y del deseo. “La producción social es tan sólo la propia producción deseante en condiciones determinadas”; sólo hay
el deseo y lo social, y nada más. Se trata de una obra muy compleja y de enorme repercusión en el campo del trabajo institucional y su análisis excede
en mucho los límites de este artículo.
El concepto de fantasma de grupo que trabajan estos autores tiene para nosotros un interés particular, y nos detendremos en él en otro
momento. Pero acá quiero citar una frase, que de paso viene bien para introducir el próximo apartado. Dice así:
“El polo revolucionario del fantasma de grupo aparece, al contrario, en el poder vivir las propias instituciones como mortales, en el poder
destruirlas o cambiarlas según las articulaciones del deseo y del campo social, al convertir la pulsión de muerte en una verdadera creatividad
institucional”.3
Reflexión final
Este trabajo oscila entre consideraciones tan generales como las relativas a la sociedad y la historia -que preferimos pensar como lo histórico-
social- y puntuaciones más específicas, que apuntan a abrir algunas puertas para pensar la práctica en y con instituciones. Dicha oscilación no es ajena
a la perspectiva institucionalista; por el contrario, la constituye.
2
Castoriadis Cornelius: El Psicoanálisis, proyecto y elucidación; Ed. Nueva Visión, 1992. En “Destino del análisis y responsabilidad de los analistas”, art. De 1986.
3
Deleuze, G. y Guattari, F, (s/f): El Anti-edipo, Paidós.
Este trabajo se apoya en diferentes teorizaciones que hasta ahora nos han resultado de utilidad para pensar la problemática de lo institucional
y sobre todo para intentar crear dispositivos eficaces en el trabajo institucional. Estas teorizaciones empalman en algunos puntos, en otros son
divergentes y en otros francamente contradictorias. Intentar articularlas pese a esas contradicciones y reflexionar sobre ellas no es ajeno, creo, a la
perspectiva institucionalista. Me animaría a decir que la constituye.