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Constitución de sujetos generizados en los relatos de memoria colectiva

Lelya Troncoso Pérez


Universidad de Chile
lelyatroncoso@uchile.cl
“De vez en cuando camino al revés, es mi modo de recordar…si
caminara hacia adelante, te podría contar como es el olvido”
(Lola Kiepja, última chamán Selk nam).

Memoria colectiva y sujetos generizados

El interés por la relación entre procesos de construcción de memorias colectivas y su


dimensión de género ha ido tomando fuerza y se ha ido complejizando en los últimos años
desde enfoques feministas interseccionales, queer y descoloniales, entre otros (Dunn,
2017; Troncoso y Piper, 2015; Reading, 2014; Rooney, 2008). Para los estudios de género el
hacer memoria feminista ha servido como estrategia tanto político como metodológica de
construcción de relatos y recuerdos que han sido silenciados e invisibilizados por versiones
hegemónicas de pasado, que impactan a su vez en la mantención de un presente
hegemónicamente masculinizado, blanco, heterosexual y colonial. Al mismo tiempo la
complejización de los enfoques feministas ha permitido elaborar una mirada más fina, más
atenta a intersticios que ha dado cuenta de relaciones de poder que operan al interior de
memorias con enfoque de género, feministas o queer. En esta línea el trabajo de Dunn
(2017) da cuenta, por ejemplo, de la marginalización de representaciones lésbicas en
procesos de monumentalidad queer. El desafío parece ser la construcción de memorias
generizadas cada vez más ricas en diversidad, menos inequitativas en cuanto a su
representación y más políticamente concientes y concientizadoras de las tensiones
históricas basadas en la diferencia. Tal como se ha insistido desde los feminismos negros:

"Ha hecho falta un cierto tiempo para darnos cuenta que nuestro lugar era
precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia en
particular(...) pasaron años para aprender a usar la fuerza que la supervivencia
diaria nos podía entregar, años para aprender que el miedo no nos tiene que

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incapacitar, y que podíamos apreciarnos unas/os a otras/os en términos que no
eran necesariamente los propios " (Lorde, 1982, p. 2261).

Este énfasis en la diferencia surge como una respuesta crítica a usos problemáticos de una
“igualdad” que ha operado invisibilizando relaciones de poder, homogeneizando a las
mujeres como grupo, ocultando tanto las dimensiones estructurales de la desigualdad
social como la materialización de las diferencias que encarnamos en nuestras relaciones
cotidianas. Sin embargo estas propuestas críticas se ha encontrado a su vez con fuertes
resistencias de parte de ciertos sectores feministas que insisten en la primacía de un sujeto
mujer en las luchas feministas y del patriarcado como sistema de poder primordial, a
diferencia de abordajes interseccionales que apostarán por “descentrar el centro” (Narayan
y Harding, 2000) y pensar en términos de una articulación más compleja de estructuras de
poder (un hetero-patriarcado capitalista colonial, por ejemplo). Acá podriamos plantearnos
una primera pregunta para la discusión : ¿De qué manera consideran que la complejización
de los enfoques feministas desde miradas interseccionales han fortalecido o debilitado la
construcción de memorias generizadas? ¿Qué tipo de memorias generizadas necesitamos
para movilizarnos colectivamente?

La relación entre memoria colectiva y género es relevante de analizar en cuanto


reconocemos que las prácticas de hacer memoria, de recordar, de constituir presentes y
soñar futuros son a su vez modos de generizar y mantener un determinado orden natural
de las cosas, lo cual nos permite a su vez reconocer y valorar el potencial de estas prácticas
de memoria para tensionar y contribuir a la tranformación de órdenes normativos,
normalizadores y opresores del género (Troncoso y Piper, 2015). Las realidades, relaciones
e identidades que construimos y habitamos forman parte de lo que se puede entender
como una vida social generizada, ya que “prácticamente en todas las culturas las diferencias
de género constituyen una forma clave para que los seres humanos se identifiquen como
personas, para organizar las relaciones sociales y simbolizar acontecimientos y procesos
naturales y sociales significativos” (Harding, 1996, p. 17-18). En este sentido, el trabajo de

1 Traducción propia

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construir memorias feministas es relevante si afirmamos que las identidades y relaciones
de género construidas en torno a una diferencia sexual naturalizada (entendida en términos
binarios, dicotómicos, opuestos y jerárquicos) siguen operando como modos de relación y
creencias fuertemente arraigadas en las sociedades actuales, siendo su transformación,
desestabilización y desnaturalización un horizonte político clave para toda práctica
investigativa o interventiva que se reconozca feminista. Abordar la memoria como una
práctica social generizada y generizante implica entonces interrogar los procesos sociales
de hacer memoria, en vez de intentar develar memorias que tendríamos.

La pregunta por la constitución

“¿Por qué recurrir a la historia de las mujeres o la memoria de las mujeres


para reconstruir un relato? La pregunta es: ¿las mujeres somos portadoras
de una memoria específica? Vale aclarar que no caemos en ningún esencialismo,
pero debemos tener en cuenta que las mujeres hemos sido moldeadas
por una cultura determinada (patriarcal) que nos hizo (hace) “mujeres.”
(Sapriza, 2012, p. 38)

Preguntarnos por los modos en los cuales se constituyen sujetos, subjetividades, relaciones
y realidades en los procesos de hacer memoria, nos invita a pensar críticamente los modos
en los cuales las relaciones de poder en las cuales nos encontramos insertados nos han
moldeado de cierta manera, constituyéndonos ya sea en mujeres, hombres, lesbianas o
travestis en contextos sociales, históricos y culturales determinados. Nos partimos
preguntándonos por alguna esencia de un sujeto previamente constituido, sino que
buscamos ir más allá de las políticas identitarias (Lloyd, 2005). Esto implica que estas
memorias generizadas no vendrían a servir los intereses de un grupo pre-existente de ya
sea mujeres o feministas, sino que más bien estás prácticas de memoria serían en si mismas
constitutivas de aquellos sujetos que representan. El sujeto es en este sentido un “sujeto
en proceso” (Lloyd, 2005) un término que heurísticamente busca capturar la idea de una
subjetividad constituida por lenguaje, discursos y poder, una subjetividad inesencial y
permanentemente abierta a transformación. Tal como afirma Avtar Brah “si la identidad es
un proceso, entonces es problemático hablar de una identidad ya existente como si esta

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siempre estuviera constituida” (2011, p. 154). Al enfatizar entonces las dinámicas
generizadas y cargadas de poder del recuerdo y el olvido, podemos afirmar que no se trata
solo de ser recordadas/os, sino de cómo y de qué modos los sujetos generizados son
recordados (Chedgzoy, 2007). En esta misma línea de abordaje crítico y sospechoso de los
procesos de construcción de memorias generizadas Nelly Richard (2010) apela a una
práctica que no se remite sólo a revisar y discutir las huellas del pasado, sino que se
preocupe por descifrar silenciamientos, omisiones y negaciones, apuntando a cuestionar
relatos que caen en falsas pretensiones de verdades y significados absolutos o más
auténticos, una crítica atenta a los modos discontinuos y fragmentados de configurar el
pasado y a las intencionalidades de las memorias construidas.

Se ha afirmado que aquellas memorias que ponen en riesgo identidades generizadas


“normales” corresponden a aquellas que con mayor probabilidad han sido excluidas y
subordinadas, mientras que aquellas que contribuyen a mantener un orden generizado
normal son dominantes (Reading, 2014). Es por esto que considero que es necesario prestar
atención a fisuras, deslices y experiencias que han sido marginadas en la construcción de
memorias del pasado reciente. Las memorias del pasado reciente están constituidas por
múltiples voces y desde múltiples posicionamientos situados siempre generizados, dicha
coexistencia debe ser visibilizada para comprender tanto la complejidad como la
transformación constante de los modos en los cuales damos sentido a nuestro pasado,
presente y futuro. Las relaciones de poder en las cuales se sitúan estas voces y
posicionamientos van a incidir en qué algunas pasen a ser dominantes y otras marginadas,
y van a permitir a su vez que se reproduzca un determinado orden social generizado que a
pesar de las fisuras y tensiones mantenga un sentido de estabilidad y de “realidad natural”.

Tener esto en cuenta lo anterior nos puede facilitar la tarea de prestar atención a tensiones,
contradicciones y resistencias presentes en los diferentes procesos de memoria, y a los
modos paradójicos en los cuales discursos, ideas y símbolos tradicionales de género pueden
permanecer, sin que sujetos generizados habitan estas expectativas de manera cómoda ni
estática, resistiéndose éstos/as muchas veces a las normas de género dominantes y

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aparentemente naturalizadas en sus vidas cotidianas (Sjoberg, 2014). Creo que este aspecto
es clave su queremos ir más allá de denunciar una memoria patriarcal y androcéntrica que
invisibiliza y victimiza a las mujeres, para prestar atención a como hombres, mujeres,
personas y colectivos trans, travestis y lesbianas se han rebelado históricamente ante estas
normatividades y disciplinamientos. Personalmente me he dado cuenta que a la hora de
realizar análisis feministas de memorias colectivas en un primer momento de análisis me
fijo más en aquello que es coherente con una crítica feminista más clásica, es decir, ver por
ejemplo de que manera las mujeres aparecen como sujetos secundarios , estereotipados o
invisibles, para luego en una segunda etapa de análisis intencionar otra lectura cuyo foco
sean las formas de resistencia a este orden tradicional del género, lo que me permite
complejizar y visibilizar tensiones y contradicciones en mi primer análisis. ¿En qué
elementos se concentran a la hora de realizar una lectura feminista de memorias colectivas
y qué les llama la atención y cómo han realizado esfuerzos por tensionar y problematizar
sus propias lecturas?

Debates feministas en torno noción de experiencia

La noción de experiencia ha estado sujeta a un debate intenso y enriquecedor en el ámbito


de los estudios feministas (Scott, 1991; Mulinari y Sandell, 199; Mohanty, 2003; Brah, 2011),
un debate que me parece importante retomar debido a que la experiencia es un
componente clave en nuestras prácticas de memoria que no siempre se somete a
cuestionamiento o problematización (Troncoso, 2016).

El uso de la noción de experiencia de mujeres como medio para acceder una mejor visión
de la injusticia social y así crear teorías más justas en el ámbito de epistemologías feministas
denominadas del punto de vista o standpoint (Brooks, 2007) , ha generado discusiones
reiteradas en torno a numerosos problemas que conllevan determinados abordajes de la
experiencia, reconociéndose ampliamente en la actualidad que las historias basadas en
experiencias pueden ser problemáticas, corriendo el riesgo de naturalizar categorías que se
encuentran ideológicamente condicionadas (Stone-Mediatore, 2000). Considerando la

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centralidad de las narraciones basadas en experiencias en el ámbito de los feminismos y los
estudios de la memoria es necesario repensar cómo aproximarse a éstas.

Tal como he abordado en mi tesis doctoral (Troncoso, 2016) el debate en torno a la


conceptualización de la experiencia es posible identificar dos posicionamientos extremos:
uno empiricista y otro postestructuralista. La visión empiricista puede ser entendida como
aquella que aboga por entender las experiencias como formas de acceder a una realidad
pre-discursiva, es decir como manera de acceder a la realidad tal cual es. En el otro extremo
se sitúa la mirada postestructuralista defendida por feministas como Joan Scott (1991) que
postulan que no es posible acceder a nada más allá del discurso y que las experiencias son
constituidas en el lenguaje, es decir son una producción discursiva. ¿Qué implicancias
tienen cada una de estas perspectivas? ¿Cuáles son los riesgos de un reduccionismo
discursivo a la hora de construir y analizar memorias generizadas desde un enfoque
feminista?

Desde la mirada empiricista las experiencias pasan a constituir un acceso a la verdad, una
experiencia que es presentada como no mediada por el sujeto que la vivenció, ni por la
cultura de la cual forma parte, ni por el contexto en el cual éste se encuentra inmerso. El
establecimiento de verdades basadas en narraciones de experiencia como acceso a la
realidad tal cual es, corre el riesgo de construir verdades a partir de ciertas experiencias de
sujetos en posiciones privilegiadas, invisibilizando relaciones de poder, diferencias entre
sujetos y diversidades de experiencias. Tal como establecen Mulinari y Sandell (1999), es
necesario problematizar la experiencia como acceso a la verdad, ya que toda experiencia se
encuentra mediada por cargas históricas y políticas. Las autoras agregan que es necesario
reconstruir la relación unidireccional creada entre experiencia, conocimiento y posesión de
verdad, ya que no se puede asumir que dichos conocimientos son necesariamente
inocentes, puros y verdaderos.

Joan Scott (1991) va a problematizar el uso de la experiencia como evidencia desde un


abordaje postestructuralista, cuestionando los modos en los cuales las narraciones de los
sujetos de su propia vivencia pasan a constituir una forma de evidencia auténtica e
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irrefutable. Scott argumenta que esta apelación a la experiencia como verdad no da cabida
a historias diferentes. Simultáneamente la identidad de quienes documentan sus
experiencias es abordada como evidente en sí misma, y las diferencias entre sujetos son
naturalizadas. Cuando la experiencia pasa a ser concebida como el origen del conocimiento,
ya no es posible dar cabida a preguntas acerca de la naturaleza construida de la experiencia
y de cómo los sujetos son constituidos de diferentes maneras y de qué manera se estructura
la visión de cada uno/a. Una mirada postestructuralista busca preguntarse más bien por los
modos en los cuales se establece la diferencia, cómo esta funciona y de qué manera
constituye sujetos que ven y actúan en el mundo. Cuando la experiencia opera como
evidencia, y el significado es considerado transparente, ésta funciona reproduciendo en vez
de cuestionando sistemas ideológicos dados, asumiéndose que los hechos hablan por sí
mismos (Scott, 1991).

El uso de la experiencia como evidencia tiene efectos concretos en los modos de


comprender la emergencia de nuevas identidades. Para Scott no se debe asumir que la
aparición de una nueva identidad es algo que siempre estuvo ahí esperando ser descubierto
o expresado, ni algo que siempre va seguir existiendo. La autora postula que la emergencia
de nuevas identidades es un evento discursivo, siendo la experiencia y el lenguaje
inseparables, debido a la cualidad productiva del discurso. Desde esta mirada las
identidades no preexisten y las experiencias no se poseen, es decir, constituimos
identidades a través de experiencias que son a su vez eventos discursivos. En este sentido
podríamos afirmar que hacemos memoria e invocamos determinadas experiencias
constituyendo de esta manera identidades generizadas particulares.

Shari Stone-Mediatore (2000) plantea la necesidad de incorporar las críticas de Scott y


asumir los peligros de conceptualizar la experiencia en términos empiricistas. Sin embargo,
enfatiza la necesidad de usar estas críticas como un insumo para pensar modos no
empiricistas de realizar narraciones basadas en experiencias. Es decir, la crítica
postestructuralista no se debe transformar en un argumento que promueva simplemente
desechar la noción de experiencia, sino más bien instarnos a repensarla.

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Lo necesario es más bien una conceptualización de la experiencia en la cual ésta no opere
como evidencia, como fuente de autoridad, es decir, una conceptualización que sea
reflexiva en el sentido de poder analizar críticamente posiciones privilegiadas desde las
cuales potencialmente se impongan experiencias hegemónicas, a la vez que se asuman las
experiencias con su potencial de resignificación constante y evitando naturalizar
determinadas identidades, pero sin que las experiencias dejen de servir como prácticas de
resistencia, considerando que “las identidades se inscriben a través de experiencias
construidas culturalmente en las relaciones sociales” (Brah, 2011 p.153). La invocación de
la experiencia no sirve necesariamente a fines de dominación, como ha defendido bell
hooks (1994) quien afirma que son especialmente miembros de grupos marginados quienes
apelan a la experiencia como autoridad para hablar, por ejemplo, de racismo en la sala de
clases. La crítica a los esencialismos debe estar también atenta a cómo operan sistemas de
dominación que silencian las voces de sujetos marginados posibilitando sólo la apelación a
la experiencia como vía para ser escuchados/as, es decir, las prácticas discursivas que
posibilitan que se apele a la “autoridad de la experiencia” ya han sido previamente
determinadas por políticas de dominación de la raza, el sexo y la clase (ibid.).

La feminista india postcolonial Chandra Talpade Mohanty (2003) incorpora las críticas
surgidas desde feminismos posestructuralistas sin descartar la relevancia de experiencias
concretas de dominación que viven muchas mujeres, especialmente de aquellas que han
sido constituidas como pertenecientes al tercer mundo. Mohanty argumenta que es
necesario reconocer que las experiencias individuales suelen ser discontinuas y
fragmentadas y deben ser necesariamente contextualizadas históricamente si es que serán
generalizadas en visiones colectivas o formarán bases de luchas sociales (Mulinari y Sandell,
1999). Se debe pensar por lo tanto la experiencia no como algo dado, sino como un
producto histórico y una práctica social que se encuentra siempre en proceso y es siempre
contestada. Esto permite reconocer que las experiencias pueden ser importantes
elementos de resistencia a discursos hegemónicos, de modo que se pueden constituir en
claves que posibilitan desafiar aquellas ideologías que promuevan la naturalización de
determinadas identidades sociales. Los planteamientos de Mohanty facilitan una

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reapropiación feminista no esencialista de la experiencia, que mantiene su potencial como
herramienta de resistencia de la lucha feminista, sin invisibilizar la relevancia de trabajar en
base a experiencias de dominación concretas de mujeres u otros sujetos. Es decir, podemos
por ejemplo analizar críticamente como a partir de determinadas prácticas de memoria
hegemónicas las mujeres han ocupado el lugar privilegiado de la víctima y como esta figura
se asocia con características como pasividad e indefensión, pero esto no debería llevarnos
a negar que existen formas de dominación y victimización que afectan de manera particular
a quienes somos constituidas como mujeres.

Para lograr esto las narraciones basadas en experiencias deben ser no empiricistas, y así
contribuir a visibilizar contradicciones ideológicas y desestabilizar narraciones
hegemónicas. Esto permite, siguiendo a Mohanty (2003), destacar el potencial
transformador de la experiencia que radica en que se posibilita una reescritura de las
identidades, lo cual le otorga un potencial de conciencia política radical.

Quisiera cerrar con la siguiente cita para dejar abierta la discusión en torno al potencial
revolucionario de los procesos de memoria feminista y el recurso de la experiencia como
herramienta de politización de nuestro pasado:

“Si hoy podemos hablar de violencia de género en las dictaduras del Cono Sur es
porque desde el feminismo se ha creado el espacio de enunciación colectivo que
supone la existencia de un sujeto capaz de politizar su experiencia y abrir campos
de disputa con otros actores, acerca del sentido de esas experiencias.” (Celiberti,
2015, p. 292).

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Doctoral para optar al grado de Doctora en Psicología, Universidad de Chile.

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