Para afrontar la figura de Jesús de Nazaret, lo primero que hemos de hacer es
confiarnos a los testimonios históricos de su vida y su mensaje. Tenemos a nuestra disposición dos grupos de testimonios escritos: el primero es de los testimonios extra-bíblicos el segundo es el de los testimonios bíblicos o cristianos, es decir, el Nuevo Testamento.
2.1. Algunos testimonios extra-bíblicos
En lo que respecta a los testimonios extra-bíblicos no es difícil comprobar enseguida cómo el “hecho” Jesús ha sido testimoniado desde el inicio por la historiografía del tiempo. Igualmente es necesario notar que en los testimonios extra-bíblicos la referencia a Jesús de Nazaret está siempre mediada por la referencia al movimiento nacido de Él. Lo que la historiografía oficial del mundo romano - la “historiografía oficial”- conoce y testifica es el hecho de que, ya al final del siglo I y después en el II, de modo creciente, se manifiesta una identidad religiosa distinta de la hebrea: un movimiento que se remite a este personaje, en conjunto bastante misterioso, que no ha tenido una gran incidencia en la historia oficial, pero que ha dado vida a una “religión” que ha tenido una difusión rápida. “cristianos”, derivado de su nombre, Jesucristo, son llamados los fieles de esta nueva religión.2 Entre estos testimonios se pueden citar algunos más significativos. El primero es del año 112, y es la famosísima carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, en la actual Asia Menor, al emperador Trajano. El gobernador Plinio, en su región, entra en contacto con un grupo de “cristianos”, y no sabe cómo comportarse con este nuevo movimiento. Escribe, entonces, al emperador Trajano, diciéndole que los partidarios de esta religión están “habituados a reunirse en un día establecido, antes del alba, para alabar a Cristo como un dios”. El segundo es del 116, y es de un historiador de confianza del mundo romano, Tácito, que en sus Annales cuenta el famoso incendio de Roma, provocado por Nerón. Él mismo nos dice que Nerón, que probablemente está en el origen de este incendio, para desviar las acusaciones sobre él, las habría hecho recaer sobre aquellos que Tácito llama los “crestianos” (mostrando su conocimiento poco profundo de la tradición hebrea, porque confunde el término mesiánico “Cristo” con el nombre propio, conocido en Roma, de “Cresto”). Refiriéndose a este movimiento, precisa: «Ellos tomaban su nombre de Cristo, que había sido ajusticiado por el procurador Poncio Pilato bajo el imperio de Tiberio. Frenada de momento, esta dañina superstición volvía a difundirse no sólo a través de Judea, en donde tuvo su origen, sino también en la Urbe, donde confluyen y son aplaudidas todas las cosas más vulgares e ignominiosas». Lo importante de este testimonio es que poseemos una referencia precisa sobre aquello que, también desde el punto de vista de la fe cristiana, es un dato fundamental del Nuevo Testamento: la muerte en cruz de Jesús, bajo Poncio Pilato. El tercero se remonta al 120: Suetonio, otro gran historiador romano, habla de un episodio acaecido a los cristianos bajo el emperador Claudio. En Roma los cristianos y algunos judíos habían sido expulsados porque mantenían un continuo y áspero litigio entre ellos. La comunidad hebrea, que en la Urbe era una comunidad muy consistente, a partir de un momento dado se había visto dividida en facciones contrapuestas, los judíos y los cristianos, hasta el punto de que el emperador había decidido expulsar a los más perversos. Tenemos así conocimiento de las dificultades que encontró el movimiento cristiano en relación con la tradición hebrea. También Suetonio, llama a Jesús “Cresto”: mostrando una vez más no sólo la ignorancia acerca de la tradición hebrea, sino también la poca importancia que se le daba a este personaje histórico. Un último documento, de origen judío, es de aquel famoso historiador hebreo que es Flavio Josefo, hombre de gran cultura, que llegó a ser secretario del emperador Tito, y que contando con un gran conocimiento de la historia hebrea, había sido llevado a Roma por este último, como consejero en cuanto se refería a las cuestiones de Palestina. En la “Antiquitates judaicae”, Flavio Josefo habla de Juan Bautista (que presenta como “hombre bueno, que exhortaba a los judíos a llevar una vida virtuosa y a practicar la justicia recíproca y la piedad hacia Dios, invitándoles a acercarse juntos al bautismo”), y también se refiere a Jesucristo: «En este tiempo vivió Jesús, hombre sabio. Era autor de obras maravillosas y maestro de aquellos hombres que acogen con alegría la verdad y se atrajo a muchos judíos y también a muchos griegos. Siguiendo las acusaciones de nuestros notables fue condenado al suplicio de la cruz por Pilato, pero aquellos que antes le habían amado no cesaron de amarlo. Los divinos profetas habían predicho esto sobre Él y muchísimas otras cosas maravillosas. También hoy existen aquellos que, siguiendo su nombre, se llaman cristianos». Del conjunto de estos testimonios extra-bíblicos no es que averigüemos mucho, puesto que Jesús no fue un personaje relevante para el mundo de entonces. Comenzó a serlo sólo a través del movimiento iniciado por Él, y a través de las progresivas consecuencias que este movimiento generó en la cultura y en la configuración social de la época.
2.2.- Los testimonios bíblicos. Los evangelios.
Junto a estos testimonios extra-bíblicos, tenemos el Nuevo Testamento. Una vez comprobado que los primeros nos dicen tan poco sobre el personaje histórico de Jesús, obviamente la única puerta de acceso a Él que nos queda es el Nuevo Testamento y, de modo particular, aquellos que conocemos en la tradición cristiana como los cuatro evangelios. El Nuevo Testamento está formado por otros escritos, pero éstos no consideran directamente el personaje histórico de Jesús, sino más bien el movimiento que nació de Él, y de formas diversas testimonian la vida, los problemas, la doctrina, las convicciones de este movimiento (la Iglesia). Pero se plantea un problema fundamental: el del acceso a la historia de Jesús de Nazaret a través de los evangelios. ¿Por qué es un problema? Porque está claro que los testimonios de los cuatro evangelios son testimonios históricos mediatizados por la fe de los cristianos, y está escritos por creyentes que reconocen en este personaje al Mesías, más aún, al Hijo de Dios. a. La crítica a la historicidad de los evangelios Hasta 1700, en la tradición occidental europea que, por su conocida historia ha sido una tradición completamente impregnada por la tradición cristiana, se ha creído en la historicidad fundamental de los textos evangélicos, tal como se presentan. Por tanto, al leer cada evangelio, tanto el simple cristiano como el hombre de cultura ha creído durante siglos y siglos estar frente a la crónica rigurosa de los acontecimientos de la historia de Jesús, de forma más o menos ordenada. Pero a finales del XVIII se han comenzado a plantear interrogantes serios sobre la historicidad de los evangelios. Una primera serie de interrogantes nacía de que, al comparar entre sí las narraciones de los cuatro evangelistas, se podía notar que había discrepancias desde el punto de vista histórico y narrativo: tanto es así que algunos datos no sólo no coincidían, sino que estaban además en conflicto unos con otros. Esta ha mostrado cuán difícil era entender los evangelios como una obra de carácter histórico-cronístico, en el sentido clásico del término. Una segunda, más profunda y radical, ha nacido de algunos autores que, a partir del iluminismo, se sitúan fuera del horizonte de la fe: entre los más famosos recordamos, por ejemplo, a Reimarus, Renan, Strauss... La pregunta fundamental era ésta: la reconstrucción de la figura y de la actividad de Jesús de Nazaret, que se nos presenta en los evangelios, ¿no parte del “prejuicio” de su mesianidad y de su divinidad? Por tanto, dado que estos evangelios han sido escritos por creyentes, ¿no supone quizá esta visión un condicionamiento para una exacta y objetiva reconstrucción histórica de la actividad de Jesús de Nazaret? Más aún: ¿no puede haber sido la creencia en la divinidad de Jesús de Nazaret una invención de los primeros creyentes? De este modo algunos han concluido que se ha asumido a este personaje histórico, que ciertamente existió (si bien no ha faltado quien sostuvo que se trata de un personaje absolutamente fantástico, o a lo sumo, mitológico), pero que tenía otros propósitos muy distintos a los de mostrarse como Hijo de Dios, y se le ha aplicado, reconstruyendo su historia, esta presunción o este ideal que se tenía precedentemente, fruto de la eterna ansia humana de salvación, más aún, de participación en una vida divina e inmortal. Se comprende cómo esta doble serie de interrogantes, tan palpitantes, haya afectado a toda la cultura occidental desde finales del XVIII: primero el iluminismo, sobre todo francés, después, en el XIX, la escuela idealista alemana (derecha e izquierda hegeliana), después la escuela positivista y al final la escuela marxista. Desde esta perspectiva, estos autores han intentado reconstruir, partiendo de sus posiciones, una vida de Jesús históricamente objetiva, científica, rechazando como condicionada por un prejuicio la visión dada por los autores evangélicos. Todo esto ha traído consigo una verdadera y propia “revolución historiográfica” en lo referente al problema del llamado Jesús histórico. Y desde el punto de vista de los teólogos y los exégetas cristianos, ¿cómo se ha respondido a este desafío tan importante y decisivo? Porque, si los evangelios están viciados por este prejuicio, como dicen estos autores, no se puede concluir más que la fe cristiana está construida sobre fundamentos que vacilan, más aún, que son del todo inexistentes. b.- Las fases de la redacción de los evangelios. En realidad, el desafío lanzado a la fe cristiana se ha mostrado provechoso y enriquecedor. Dejando a un lado las fases y los protagonistas del rico y encendido debate que ha caracterizado nuestro siglo (desde la contraposición de R. Bultmann entre Jesús histórico y Cristo pascual, al redescubrimiento del Jesús histórico por los llamados post- bultmanianos, hasta la fundamentales investigaciones exegéticas de H. Schürmann y de toda una serie de biblistas contemporáneos), podemos decir que hemos advertido que efectivamente, para acercarse a Jesús de Nazaret, era necesario tener, junto a la aproximación de la fe, también una aproximación historiográficamente seria y metodológicamente fundada; y que de hecho era posible reconstruir las fases históricas al hilo de las cuales habían sido escritos los mismos evangelios. En particular, los estudiosos han puesto de relieve que, desde el punto de vista historiográfico y exegético, en la formación de los evangelios era necesario distinguir al menos tres fases: Una primera fase se remonta a la misma existencia histórica de Jesús. Él, como otros muchos personajes históricos de gran altura (pensemos por ejemplo en Sócrates), no escribió, sino que usó para su enseñanza el método que era conocido normalmente en las escuelas rabínicas de su tiempo: trasmitir oralmente, a través de la enseñanza, las doctrinas fundamentales de la fe hebrea o -como en el caso de Jesús- los puntos centrales de su mensaje. En esta primera fase contemporánea a Jesús, el grupo de discípulos que se formó en torno a Él, por decirlo de algún modo, registró en la memoria oral los rasgos fundamentales de su existencia. Aquel grupo de personas que estuvieron con Jesús durante el período de su predicación, tuvieron una relevancia particular para el movimiento histórico que se ha referido a Él, porque fueron testigos oculares, y si queremos, “oyentes” de su predicación. Tenían impreso en la memoria (y en la vida) el testimonio de su enseñanza y de sus gestos, que después pondrán por escrito. La segunda fase, en cambio, debe remontarse al período posterior a la muerte de Jesús. Tras ésta, tenemos el fenómeno del nacimiento del movimiento que a Él se remite: nace la que conocemos como la primitiva comunidad cristiana. El acto fundante de esta comunidad es la fe en pasión, muerte y resurrección de Jesús. En esta primitiva comunidad cristiana los testigos históricos de la actividad de Jesús, los apóstoles, trasmiten a la comunidad la enseñanza de Jesús. En este segundo momento histórico, se forman, naturalmente, esquemas que recogen la predicación de Jesús y los puntos fundamentales de su existencia, casi una síntesis de su mensaje y de su vida. Estos esquemas eran utilizados por el movimiento cristiano en tres contextos principales: el culto (y en particular la eucaristía), la predicación y la catequesis. En estos tres contextos encontramos el nacimiento y la difusión de algunos esquemas y colecciones de predicación, de oración, de catequesis, cada vez más ricos y completos. El tercer momento, que cuaja todo lo sucedido hasta ahora, consiste en la redacción verdadera y propia de los evangelios. Nace de la exigencia de presentar orgánicamente la actividad de Jesús de Nazaret y su mensaje, mucho más en cuanto que poco a poco van faltando los testigos oculares directos, mientras que el movimiento cristiano se está ya difundiendo en áreas cada vez más alejadas de la Palestina originaria, y alcanza a personas que nada conocen no sólo de Jesús de Nazaret, sino ni siquiera de la tradición de Israel. 3 Nace entonces la redacción de los evangelios que poseen una finalidad primera de anuncio de la “buena noticia” cristiana, si bien, por esto mismo, representan el espesor histórico del “hecho” Jesús además de su definitivo significado a partir de la resurrección. Precisamente porque los evangelios han pasado por estas tres fases, podemos decir con fundamento que, teniendo en cuenta los elementos atribuibles (en lo posible) a cada una de ellas, es posible acceder a la historia de Jesús de modo seguro.