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IDEAS

Por qué las ideas de la filósofa Hannah Arendt nos sirven


de brújula en tiempos de coronavirus
Una salida a momentos de incertidumbre es sumergirse en la 'aventura
pública’, tal y como afirmaba la pensadora alemana. Es tiempo, como sujetos
políticos, de comprometerse con la colectividad

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MAR PADILLA

08 ABR 2020 - 00:15 CEST


Vecinos aplaudiendo a los médicos italianos en Roma. ANTONIO MASIELLO/GETTY IMAGES

Desengañémonos. En la sala de máquinas que decide el camino al futuro no hay nadie. Al


mando solo podemos estar nosotros. Todo es demasiado impredecible para andar cada uno a
lo suyo. Ya no podemos andar preguntando en cada esquina, como el capitán Willard —
interpretado por el actor Martin Sheen— en Apocalypse Now, “¿quién está al mando?“. En
estos tiempos inéditos, cuando el mundo es ya otro, el día de mañana es un espacio abierto
donde todo está por hacer.

“La realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos a lo inesperado”, nos advirtió


Hannah Arendt. Una salida a este atolladero es sumergirnos en la aventura pública, en

expresión de la autora alemana. Esta ilusión es un pensamiento antiguo, heredado y, a la vez,


flamante. Una llama en la oscuridad que tiembla pero no se apaga.

Que no nos cuenten milongas. Hay que liberarse de viejos descreimientos y cinismos. Los que
están de vuelta de todo son los que nunca han ido a ninguna parte, decía Antonio Machado.
Aún hay partido en la asombrosa partida del ser humano. En este nuevo espacio abierto ha
asomado la realidad de la esfera común, tan precaria como persistente. En un mundo del yo y
todo lo demás, asistimos a la frágil corporeidad del nosotros en el ámbito político y público.

En pequeñas multirrealidades cotidianas, simultáneas, son incontables las personas que, en un


movimiento tan imperceptible como definitivo, han dado un paso adelante y han decidido ser
sujetos políticos comprometidos con la colectividad. En barrios, pueblos y ciudades han
decidido unirse en una trama invisible que está impulsando lo comunitario como espacio de
cuidados, protección, respeto y reconocimiento. Es una red que no salva a la humanidad, pero
salva a los humanos. Entre la nada y el absoluto está todo.

Es hora de reaprender a pensar “sin barandillas”, como apuntaba Arendt. “O estudio filosofía o
me mato”, se dijo a sí misma de adolescente. A reflexionar sobre el mundo y las personas
dedicó su vida. Y advirtió que la sociedad padecía algún tipo “de insolvencia de la imaginación y
de bancarrota de la comprensión”. Demasiado ocupadas en desarrollar sistemas abstractos
alrededor de un elemento llamado hombre, se dio cuenta de que parte de las estructuras de
pensamiento saltaban en pedazos ante el contacto con la realidad. Ella lo llamaba la ineptitud
teórica. ”Arendt abandonó la morada que habían ocupado los grandes pensadores europeos
para salir al ágora y vérselas con las necesidades políticas y sociales de su particular tiempo de
oscuridad”, subraya Andreu Jaume, editor de La pluralidad del mundo (Taurus), una antología
de la obra de la pensadora.

Entonces, a estas alturas del siglo XXI, no nos engañemos más. Todos somos vulnerables,
vivimos a la intemperie y las soluciones categóricas no existen. Dicho esto, abramos bien los
ojos: está la susodicha pluralidad del mundo —habitado por personas de toda clase, sexo y
condición en permanente interacción, sin rastro de ese ser inmanente catalogado como
hombre—, está la multirrealidad, y está la experiencia. Según el diccionario, reparar significa
darse cuenta y, también, arreglar. Entonces hay que reparar, robustecer y renovar la esfera
política, pública y comunitaria. Hay que coger aire y sumergirnos en nuestras
responsabilidades ante el presente y el futuro.

Para empezar, la amenaza global de la pandemia va más allá de la crisis sanitaria. Está
poniendo a prueba la entereza de los sistemas democráticos. Vigilemos la restricción de
libertad a las personas y vigilemos también la ampliación de atribuciones a policías y ejércitos.
Estos tiempos vienen definidos por la noción de emergencia, y la emergencia tiene la facultad
de transformar a las personas. Reflexionemos y seamos sujetos activos ante esta
transformación, porque solo hay dos caminos: o la democracia sale reforzada de esta crisis o
la narrativa de los mensajeros del miedo abre paso a nuevos tipos de autoritarismo. El estado
de alarma puede transformarse en estado de excepción permanente, según Andreu Jaume.
“La biopolítica, el control de datos, la vigilancia constante del ciudadano o la posible
instauración de un estado policial son asuntos de los que nos debemos ocupar con ambición”,
advierte Jaume, quién insta a vigilar el peligro de prerrogativas políticas que, en nombre la
ciencia, transformen a la pluralidad de la ciudadanía “en un solo cuerpo, dado que los cuerpos
son intercambiables y, por tanto, prescindibles”.

Para el filósofo Santiago Zabala, “esta situación de emergencia –que viene de emerger- nos
enseña que hay que escuchar a los que saben, a los que nos previnieron que esto podría pasar.
Hay que tomarse en serio los anuncios del futuro, y hay que lograr superar la ingenuidad de
nuestra sociedad. Los hechos no funcionan solos, y la democracia no funciona sola”, subraya.
Para Paloma Román Marugán, doctora en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense,
esta crisis nos enseña que “vivíamos en la burbuja de un mundo de certezas que no han sido
tales”. La única certidumbre que se sostiene, según Román, es que “solo saldremos adelante
recuperando la conversación en el ágora, a partir de lo colectivo, del foro público".
No a la indiferencia
No podemos permanecer indiferentes. En el ágora acabemos todos. Hay que poner en valor la
libertad de toda la ciudadanía “para actuar y dar sentido a nuestras acciones con
independencia de nuestra condición económica o estatus social", según escribe Fina Birulés,
profesora de Filosofía de la Universidad de Barcelona, en Una herencia sin testamento: Hannah
Arendt (Herder). Frente a las tesis más apocalípticas, pensemos entre todos hacia dónde
queremos ir. Están los medios, están las ganas. Basta con echar un vistazo a la energía y
determinación del movimiento feminista –un movimiento donde tiene cabida la pluralidad del
mundo-, sin ir más lejos.

Al estudiar el terror totalitario, Arendt subrayó su carácter sin precedentes, y nos dejó en
herencia un conocimiento fundamental: todo es posible. La imprevisibilidad es una

característica inherente a lo humano, y se aplica normalmente en sentido negativo. Pero si lo


imprevisible existe, también se puede dar en positivo.

Hay que aprender de la experiencia y cambiar las tornas de un mundo aborrecido por casi
todos, basado en el terror al otro, la criminalización de la pobreza y el desprecio al futuro. Las
personas, “aunque han de morir, no han nacido para eso, si no para comenzar”, subraya
Arendt. Prestemos atención.

Hay una canción que resuena estos días en casa: se llama The church of indifference, y es de
una banda punk australiana de los 70 llamada The Saints. En estas semanas, en estos
próximos meses, vamos a ver en qué templo comulgamos unos y otros: en la de la aventura
pública o en el de la indiferencia. Nos va la vida en ello.

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