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Investigación Formativa
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IDEAS SECUNDARIAS:
- el lenguaje tiende a convertirse en un objeto serio de estudio para los teóricos de la vida
organizacional.
-el conjunto de la dimensión simbólica de la vida social del ser humano es un lenguaje en sí
mismo, y que todo lenguaje es al mismo tiempo expresión-signo de una simbología, así
como sistema de representación simbólica. Es decir, que todo lenguaje será el signo, el
testimonio y el modo de expresión de una forma particular de representar el universo, el sí
mismo y los demás que lo habitan.
CONCLUSIONES:
Espero haber contribuido a demostrar que no es inútil ni indiferente comprender cuáles
pueden ser las consecuencias profundas y de largo plazo de esta aparente “banalidad” de
comparar –en la administración empresarial– el “no dialogo” con la rentabilidad. Mi
propósito no es preconizar el incremento cuantitativo del uso de la palabra, en nombre de la
rentabilidad. Esta clase de preocupación nos llevaría a ciertas premisas y una finalidad que
no comparto. Pretendo, más bien, demostrar a quienes se preocupan sólo de la rentabilidad
que, si tratan a sus empleados como lo hacen aquellos que hemos estudiado, están
manteniendo una actitud miope, cuyo efecto es tan nocivo para sí mismos como para los
“utilizados”. ¿Es tan vital el interés de suprimir el habla en el trabajo? En el imaginario de
los directivos (e incluso en los términos que utilizan), el “buen” obrero es aquel que no sólo
es sumiso y consiente de todo, sino que, ¡además, “no habla”! Asumiendo la perspectiva de
los trabajos de Emile Benvéniste, ese trata propiamente de un acto en que al otro se le niega
el estatuto de persona. En el mundo de la jerarquía y de los “jefes” reina la lengua “oficial”
y “correcta”: aquello que se dice y la manera en que se dice difieren totalmente del modo
de expresión de los obreros y de su vivencia. Esto recuerda el fenómeno de la
“hipercorrección” del lenguaje de la pequeña burguesía candidata al ascenso social (Labov,
1979). En efecto, el esfuerzo de los obreros que intentan ascender y acceder al mundo de
los superiores pasa por negar su estatuto (¿identidad?) de obrero “como los otros” y adoptar
un “parecer” y un lenguaje propiamente antiobreros13. El habla es entonces una
herramienta de poder; sólo tienen derecho a ella los que son propietarios y quienes los
representan. Acaparada por quienes dominan en la relación laboral, se transforma en un
instrumento de violencia y de destrucción del dialogo: palabra que busca sólo su propio
eco.
Referencias