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La última entrevista

El sol se asomaba entre los edificios frente a mí, a punto de surgir e imponerse
frente a la ciudad, el día volviéndose más agradable para muchos que se
encontraban entonces dentro de sus cubículos, trabajando con desgana. Voy fuera
del auto para mezclarme entre las multitudes, un veterano entre cientos de novicios
caminando hacia un mismo destino. Pienso en sus vidas, recién comenzando,
muchos recién graduados aspirando hacia las ligas mayores, mis pretensiones
siendo mucho más modestas. Pienso en mi familia, que espera en mi hogar,
dependiendo aún de mi soporte financiero, aguardando por una buena noticia, por la
posibilidad de saber que podremos seguir viviendo el mismo estilo de vida que me
costó la juventud alcanzar.

Al llegar a esa blanda y triste oficina pude oír mi corazón palpitar dentro de mi
pecho, la ansiedad haciéndome perder por unos instantes el control de mi cuerpo y
dificultándome la respiración. Me había encontrado en escenarios así múltiples
veces los últimos siete meses, cada uno de ellos sin traerme más que decepción y
rechazo, haciéndome sentir como un inútil, sin nada valioso que ofrecer, sin lugar al
que dar un paso adelante. Solo para después llegar a casa fingiendo que no me
molestaba, cuando en verdad la angustia me carcomía por dentro.

Es duro que eventualmente tus ganas de conquistar el planeta se vayan apagando,


quedándote varado en el mundo, un lugar en el que nunca pensaste sentirte
perdido, parar un momento y ver que nada a tu alrededor se detiene. Es terrible
sentir que ya nadie espera nada de ti, que ya alcanzaste el punto más alto de tu vida
y que pasó sin que te dieras cuenta, sin tiempo para poder gozar de ello.

Tomé una bocanada de aire, como ya muchas veces había hecho antes y avancé
con seguridad, caminando en frente de los jóvenes aplicantes, mostrándome
atestado de experiencia y madurez. Me senté en aquel lúgubre despacho con mi
última gota de esperanza a punto de desvanecerse. Respondí las preguntas con
entusiasmo, una capa fina de sudor formándose sobre mi frente. El hombre sentado
al frente mío ni siquiera se molestó en mirar mi currículum dos veces y fue ahí
cuando supe, hubo una pausa incómoda y el ambiente se tornó fatídico, e incluso
antes de que me despacharon supe que no volvería a escuchar de él. Fue entonces
que me derrumbé, que finalmente caí en un agujero oscuro viendo como todos a mi
alrededor continuaban con sus vidas y yo estaba atrapado en el fondo,
envidiándolos.

Volví a las calles, el sol calentando la parte trasera de mi cuello, reconfortándome.


Sentía que me ahogaba, excepto que podía ver a todos a mi alrededor aún
respirando. ¿Qué debía hacer entonces, cuando mis seres queridos permanecían
esperando, con sus expectativas puestas en mí, un viejo decrépito que el mundo no
se cansaba de vencer? ¿Cómo hacer para probarle al resto que aún era útil, que
aún era la misma alma llena de vigor de hace años solo que encerrada dentro de un
recipiente moribundo?

Mis manos temblaron ligeramente, mi vista se nubló, las lágrimas tomando posesión
de ella. Mi realidad es otra, y es que cuando alcanzas un punto en tu vida, cuando la
edad se empieza a notar en tu rostro, las arrugas toman el lugar de tus hoyuelos, y
el desgaste de tu mente comienza a afectar tu rendimiento laboral, te conviertes en
otro residuo para la humanidad. Y es que habitamos en un mundo en donde las
oportunidades están abiertas solamente hacia las personas jóvenes, dejándonos
atrás, con el peso de los años entre los hombros y el currículum bajo el brazo.

Maestro de maestros.

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