DE LA INSOLENCIA DE LOS JUDÍOS, POR SAN AGOBARDO DE LYON
Presentamos la carta que San Agobardo de Lyon, escribiera al emperador franco Luis el Piadoso, reprochándole que dispensase protección especial a los judíos y que los cristianos padecieran opresión por parte de una nobleza que los primeros habían sobornado (nihil novi sub sole). Tomado de la Patrología Latina de Migne, tomo CIV, Columnas 69- 74.
DE LA INSOLENCIA DE LOS JUDÍOS
I. Al Cristianísimo y Piadosísimo conquistador en Cristo Luis, emperador felicísimo y siempre augusto, de Agobardo, el más abyecto de sus servidores.
Dios todopoderoso que, en su presciencia, os ha predestinado, desde antes del comienzo de los siglos, a reinar en nuestros tiempos calamitosos; es quien os ha dado una sabiduría y un amor de la religión que os eleva por encima de los otros mortales, vuestros contemporáneos; lo que sin duda os preparó para que pongáis remedio a los males de nuestra época, de la que puede decirse que el Apóstol señaló ser la del Anticristo: «En los días postreros levantaránse hombres amadores de sí mismos, codiciosos, altaneros, etc., mostrando, sí, apariencia de piedad, pero renunciando a su espíritu» (II Timoteo 3, 1-2; 5), tiempos de los cuales no se puede esperar nada distinto a lo que ya se ve, excepto la liberación de satanás y el hollamiento público de la ciudad santa durante cuarenta y dos meses por el Anticristo, cabeza de los inicuos (Cf. Apocalipsis 11, 2). Así las cosas, yo suplico a vuestra serenísima longanimidad que preste oídos a las palabras con que yo, el último de vuestros siervos, considero necesarias para suscitar vuestra santísima solicitud concerniente a tan importante asunto, asunto al que única o especialmente al que vuestro gobierno debería brindar ayuda más que a todos los demás.
Si yo pudiese informar el asunto mientras pasara al silencio los nombres de las partes responsables, gustosamente lo hiciera. Pero porque no puedo hacerlo, me encomiendo a vuestra bondad y paciencia mientras me pongo en peligro y os informo lo ruinoso que es pasarlo al silencio.
II. Precedidos por Evrardo, magistrado de los judíos, han venido aquí Guerrico y Federico, vuestros commisarios imperiales sin duda, pero menos para ejecutar vuestras ordenes que las de cualquier otro. Ellos se han mostrado terribles ante los cristianos, pero mansos ante los judíos; hablo sobre todo de Lyon, donde ellos han dado como una muestra de las antiguas persecuciones contra la Iglesia, sembrando entre nosotros la desolación, los gemidos y las lágrimas. Como esta persecución ha sido dirigida principalmente contra mí, no podría contárosla por entero si a menos que vuestra solicitud quisiera saberlo totalmente. Pero procederé, en pocas palabras, a referiros lo que se ha hecho contra la Iglesia de Cristo.
Cuando los judíos vinieron por primera vez, me presentaron un diploma portando vuestro nombre; ellos presentaron otro al vizconde del condado de Lyon, ordenándole dar una mano a los judíos contra mí. Aun cuando estos diplomas fueron escritos en vuestro nombre, aun cuando fueron sellados con vuestro anillo, no podíamos en manera alguna creer que los tales hayan sido emanados de vuestro juicio y autoridad. Los judíos se envalentonaron inmediatamente con la más odiosa insolencia, amenazando con hacer caer sobre mí todos los castigos por los comisarios a los cuales anunciaron haber obtenido la autorización para tomar venganza de los cristianos. Después los judíos, y su magistrado Evrardo, nada más encontrarme, me repitieron las mismas palabras, y me afirmaron que Vuestra Majestad estuvo en gran irritación contra mí a causa de los judíos. En fin, los susodichos comisarios arribaron a Lyon, teniendo en sus manos una tabla de impuestos, y una capitular de sanciones las cuales no nos era posible creer que fuesen vuestras órdenes.
La dicha de los judíos no conocía límites, al igual que la consternación de los cristianos, no solamente de aquellos que huyeron, se escondieron o que fueron apresados, sino también las de todos los que vieron u oyeron del escándalo, sobre todo después que la opinión de los judíos se vio confirmada, tanto que comenzaron a predicar irreverentemente a los cristianos lo que debían creer y profesar, blasfemando también abiertamente de Jesucristo nuestro Dios, Señor y Salvador.
III. Esta perversidad fue corroborada por algunas palabras de vuestros comisarios, murmuradas a los oídos de algunos, de que los judíos no son abominables, como se piensa generalmente, que por el contrario son muy caros a vuestros ojos: y que algunos de ellos son considerados mejores que los cristianos en muchos aspectos.
Yo, vuestro indigno siervo, no estaba en Lyon en ese tiempo, sino que estaba lejos por causa de los monjes de Nantua, que estaban luchando entre sí por cierta rivalidad. Sin embargo, envié a nuestros mensajeros con una carta a esos hombres, diciéndoles que deberían mandar lo que quisieran y que nosotros obedeceríamos lo que a ellos les plazca. Pero no recibimos indulgencia de ellos. En consecuencia, algunos de nuestros sacerdotes fque fueron amenazados por su nombre, no se atrevieron a mostrarles la cara.
Nosotros padecemos esta persecuciones de los fautores de los judíos, porque les hemos predicado a los cristianos que no les vendieran esclavos cristianos a los judíos, que no sufriesen que los judíos vendiesen esclavos cristianos a los Sarracenos de España, ni que los tuviesen como siervos pagados en sus casas, ni que las mujeres cristianas celebren con ellos el sabbat, ni que trabajen para ellos el Domingo, ni que en tiempo de Cuaresma coman con ellos ni que sus mercenarios coman carne en esos días; que ningún cristiano debe comprar carne sacrificada o cortada por los judíos, ni venderla a otros cristianos, ni beber de su vino, y otras cosas semejantes. Porque esta es una costumbre de los judíos cuando matan un animal para comerlo, ellos no lo estrangulan, sino que le hacen tres incisiones, y cuando ellos lo abren, si el hígado aparece dañado, o si el pulmón está pegado al costado o está lleno de aire, o si no tiene bilis, u otras por el estilo, la carne es considerada como inmunda para ellos y la venden a los cristianos, y de un modo insultante, las llaman bestias cristianas.
IV. Del vino, que también consideran inmundo y no usan sino para venderlo a los cristianos, si llegan a saber que se ha derramado en lugares sórdidos, ellos enseguida lo recogen de la tierra y lo reservan en vasijas. No sólo muchos cristianos, sino también muchos judíos, son testigos de estas y otras cosas que hacen, dignas de reproche.
No sólo San Jerónimo, que los conocía a fondo y exteriormente, nos atestigua que los judíos todos los días y en todas sus oraciones maldicen a Jesucristo nuestro Señor y a los cristianos bajo el nombre de Nazarenos (Comentario sobre Amós, libro I, cap. 1, 12; Epístola a Dárdano, 4), sino que los mismos judíos dan testimonio de esto. En este orden, a modo de parábola, le digo a los cristianos: Si alguno es un siervo bueno y fiel de su señor, y supiere que alguien es enemigo, detractor, conviciador y una amenaza a su señor, él no desearía ser amigo de ese hombre, compañero de mesa ni comer con él. Pero, si tal hiciese y su señor lo supiere, no le juzgaría un servidor bueno y fiel. Y por eso, puesto que sabemos que los judíos son blasfemadores y maldicientes contra Cristo Dios y Señor, y contra sus Cristianos, no deberíamos unirnos a ellos compartiendo su comida o bebida, según la regla que nos fue dada de antiguo y ordenada por los santos Padres con sus palabras y ejemplos. En lo demás, puesto que viven entre nosotros y no deberíamos ser malvados con ellos ni actuar en contra de su vida, salud o riquezas, observemos las costumbres que han sido ordenadas por la Iglesia. El modo en que deberíamos ser cautelosos o humanitarios con ellos no es oscuro, sino que ha sido claramente expuesto.
V. Piadosísimo señor, he mencionado solo algunas de las muchas cosas concernientes a la perfidia de los judíos, nuestra admonición, y los sufrimientos de la Cristiandad que están acaeciendo por medio de los simpatizantes de los judìos, puesto que no sé cómo pueden incluso llegar a vuestra atención. Sin embargo, es absolutamente necesario que vuestra piadosa solicitud sepa cómo la fe cristiana ha sido ultrajada por los judíos en ciertas maneras. Porque cuando ellos engañan a los cristianos sencillos y presumen que son caros a vos por causa de los Patriarcas; que entran y salen con honores ante vuestra vista, que muchas personas esclarecidas desean sus oraciones y bendiciones, y confiesan que ellos desearían tener el mismo legislador que los judíos; cuando ellos dicen que vuestros consejeros se han levantado contra nosotros por su causa, porque prohibimos a los cristianos el beber su vino; cuando, al tratar de afirmar esto, ellos presumen que han recibido de los cristianos muchas libras de plata por la venta de vino, y no encuentran, tras recorrer los cánones, por qué los cristianos deberían abstenerse de su comida y bebida; cuando ellos expiden órdenes selladas con sellos de oro en vuestro nombre y que contienen palabras que, en nuestra opinión, no son verdad; cuando ellos muestran a la gente ropas de mujer como si hubieran sido enviadas a sus esposas por vuestros parientes o matronas de los palacios; cuando ellos se vanaglorian de sus antepasados; cuando a ellos se le permite, contrario a la ley, construir nuevas sinagogas; llegando incluso al punto de que los cristianos ingenuos dicen que los judíos predican mejor que nuestros sacerdotes. Y esto era particularmente cierto cuando los referidos comisarios ordenaron que los mercados que habitualmente se hacen los sábados deberían ser cambiados para evitar impedir el Sabbatismo, y que les dejen escoger en qué días ellos tienen que ir al mercado, afirmando que esto se ajusta a la utilidad de los cristianos por causa del descanso dominical. En fin, esto prueba ser más inútil para los judíos puesto que quienes viven cerca, porque ellos compran la comida necesaria para el sábado, gastan el domingo más libremente en la celebración de la Misa y en la predicación, y los que vienen de largas distancias con ocasión del mercado, atienden a los oficios vesperales y matutinos después de la celebración de la Misa, y retornan a su casa con edificación. Ahora pues, si place a vuestra benignidad escuchar, os decimos que las Iglesias de las Galias y sus rectores, reyes y obispos por igual, deberían sostener lo referente a la separación de las dos religiones, específicamente la de la Iglesia y la de los judíos, y que ellos deberían ponerlo por escrito y dejarlo a la posteridad para que sea mantenido, y cómo esto es consonante con la autoridad, esto es, las Actas de los Apóstoles y toma su origen del Antiguo Testamento. Porque ellos muestran cuánto deben ser considerados como detestables enemigos de la verdad y cómo son peores que todos los infieles, como lo enseña la Escritura divina, y cuántas cosas indignas piensan de Dios y de los asuntos celestiales. Hemos discutido todas estas cosas con nuestros hermanos y hemos enviado estos escritos para que sean presentados a vuestra suma excelencia.
VI. Luego que la nota precedente había sido dictada, llegó cierto hombre de Córdoba, huído de España. Él dijo que había sido raptado cuando era infante por cierto judío de Lyon hace 24 años y vendido, y que escapó este año con otro niño de Arlés que como él fue raptado por un judío seis años antes. Cuando buscamos a los conocidos del hombre que vino de Lyon y lo encontraron, alguien dijo que otros habían sido raptados por este mismo judío, otros fueron llevados y vendidos, y que este año otro niño fue arrebatado y vendido por un judío. En ese momento se descubrió que muchos cristianos son vendidos por los judíos y que muchas cosas indecibles son perpetradas por ellos que son demasiado torpes de escribir.