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Domingo 6to del Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Año 2020.

Las Lecturas de esta Semana, V del Tiempo Ordinario Año Par, nos narrarón una serie de
acontecimientos que fue viviendo el Señor Jesús desde su salida de Galilea hasta llegar a Jerusalén,
donde finalmente entregará su vida para la salvación del mundo y mayor gloria de Dios. En ese
camino desde Galilea hasta Jerusalén, Jesús fue pasando por diferentes lugares con signos
prodigiosos. Por ejemplo: Fenicia, Decápolis, Samaría, Judea, Tiro, Sidón, Sarepta, Cesárea de
Filipo, Betsaida, Cafarnaúm, Tiberíades, Jericó, Emaús, y otros muchos pueblos y aldeas. En todos
ellos Jesús dejó claro con sus gestos y palabras que era el Hijo de Dios, el Mesías tan anunciado y
esperado por siglos.

El martes el Señor había confrontado con unos fariseos y escribas. Estos le habían
recriminado al Señor que sus discípulos no cumplían con la “tradición de sus antepasados”. ¿Cuál
era esa norma de la tradición? Lavarse las manos y hacer las oraciones necesarias antes de cada
comida. Jesús a estos fariseos y escribas les dice “hipócritas”. Una palabra bastante fuerte. Y
agregaba el Señor: “Ustedes han olvidado y anulado los mandamientos de Dios por aferrarse a
tradiciones puramente humanas”. Jesús no es que estaba en contra de la “tradición de los
antepasados”, de ser así, Jesús estaría en contra de su Padre Dios, ya que el mismo Dios suscitaba a
distintas personas para colaboran con el Plan de Salvación. Por tanto, Jesús no puede estar en contra
del Plan trazado por Dios, siendo él, Dios: la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Lo cual es
absurdo que Jesús contradiga al Padre y la tradición de los antepasados. Jesús estaba en contra de
aquellos que malinterpretaban a Dios y a los antepasados, y que hacían de las cuestiones religiosas
un espacio de corrupción, de irregularidades, de defraudaciones. Recordemos aquel pasaje en donde
Jesús mismo se enoja con los que comerciaban en el Templo, e incluso los acuso de hacer del
Templo una “cueva de ladrones”. Jesús no niega las “traducciones de los antepasados” sino que
rechaza a los que comercializan y lucran con la religiosidad por un simple interés económico.

El Evangelio del miércoles, leíamos cuando Jesús había mandado a llamar a la gente y a sus
discípulos para enseñarles que “lo que hace impuro al ser humano es aquello que surge y sale de su
interior”. Es decir, “del interior de cada persona”, según Jesús, “surge los robos, adulterios,
homicidios, codicia, envidia, difamación, etc”. Hay que saber cuidar la vida de interioridad.

Todos estos acontecimientos de las Lecturas semanales hay que relacionarlo con las
Lecturas de este domingo VI del TIEMPO ORDIANRIO. En la primera Lectura, el autor de Libro
del Eclesiástico dice “Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que
agrada al Señor”, y luego dice “Ante los hombres está la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo
que prefiera”. Por último dice “Él - por Dios- concoce todas las obras de los hombres”. San Pablo
habla de que “anuncian la sabiduría de Dios”. La sabiduría de Dios es una sabiduría totalmente
opuesta a la sabiduría del mundo. Que según San Pablo esa sabiduría del mundo o de los poderosos
del mundo es una sabiduría “condenada a la destrucción”. En el Evangelio de hoy nos encontramos
con unas 12 enseñanzas, afirmaciones y advertencias del Señor.

Uno de los temas principales es la relación de Jesús con el A. Testamento. ¿Qué relación
hay de Jesús con el A. Testamento? ¿Qué tipo de relación es? Ante la primera pregunta,
respondemos, sí: hay una relación de Jesús con el Antiguo Testamento. Y, ante la segunda pregunta
respondemos que, la relación de Jesús con el Antiguo Testamento es esencial. Jesús al inicio del
Evangelio de hoy dice “No piensen que vine para abolir la Ley y los Profetas: Yo no he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento”. Jesús refiere al Antiguo Testamento. Por lo tanto, la declaración
de Jesús que viene a dar cumplimiento es una declaración de que Él es la plenitud del A.
Testamento. Todo el A. Testamento proclama o profetiza la encarnación del Hijo de Dios.
Toda la Escritura habla de Cristo. Respecto a esto, decía san Jerónimo, autor de la Biblia en
Latín, denominada Vulgata: “Quien desconoce la Sagrada Escritura, desconoce el poder y la
sabiduría de Dios. Quien desconoce la Escritura en definitiva desconoce a Jesucristo”. Jesús es el
centro de toda la Escritura, y quien respeta la Escritura, respeta a Dios. La Sagrada Escritura, la
Biblia, la Palabra de Dios, no es un libro más - o no debería de ser- dentro de tantos otros, sino que
es - o debería de ser- el Libro por excelencia. Para nosotros los cristianos la Biblia, la Sagrada
Escritura, la Palabra de Dios es parte escencial de nuestra fe, de nuestra vida de piedad, de la vida
de la Iglesia, de cada acción litúrgica. San Pablo en 2 de Timoteo 3, 16 decía “Toda la Escritura es
inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reflexionar, para corregir, para instruir en justicia”.

Pero viniendo a nuestras vidas qué podemos decir. Esto. Cada uno de nosotros tiene un
“antiguo testamento”, es decir, todos hemos tenido una vida antes de Cristo, un pasado sin Cristo,
un pasado en dónde Cristo no era el centro de muestras vidas. Todos tenemos un antes de Cristo y
un después de Cristo. Cada uno de nosotros, desde nuestras experiencias y conversión, hemos ido
descubriendo progresivamente que podíamos escribir un “nuevo testamento” según los gestos y
palabras de Cristo. Tenemos que llegar a decir junto a San Pablo - a la comunidad de Filipo 1, 21-
“Para mí la vida es Cristo”. Cada uno de nosotros está llamado a ser un “evangelio viviente”, es
decir, un “nuevo testamento” en donde Cristo propone salvación a todos los hombres. Estamos
llamados a dar vida, así como Jesús lo hizo, y que la Escritura lo atestigua. Dar vida con hechos
concretos, puntuales, reales. Dar vida con el que necesita ser escuchado. Dar vida con el que
necesita llorar, desahogarse. Dar vida con el que necesita un plato de comida. Dar vida con el
necesita un abrazo sincero, no fingido. Dar vida con el necesita una palabra amable, a tiempo, y
capaz de sacar una sonrisa. Dar vida significa muchas veces callar para no herir. Dar vida significa
no andar difamando o hablando cosas inciertas y a espaldas. Dar vida significa tener configurarme
más y más a Cristo. El Culto, la participación de Misa, la vida Sacramental, la vida de piedad tiene
que extenderse con hechos concretos en lo cotidiano de la vida. De nada sirve comulgar y comulgar
sin intención de cambiar. San Pablo respecto a eso es bastante fuerte cuando se dirige a la
comunidad de 1 Corintios 1, 29 “quien recibe indignamente el Cuerpo de Cristo, recibe su misma
condenación”.

Las 12 enseñanzas, afirmaciones y advertencias del Señor, se pueden dividir en particulares


y generales. Las particulares son 2: 1ra. Jesús se dirige a sí mismo: no vine a abolir ni la Ley ni los
Profetas. 2da. Jesús se dirige al hombre y a la mujer en situación de divorcio. Las generales son 10,
de las cuales 6 son muy precisas. 1ra. El que no cumpla el más pequeños de los mandamientos. 2do.
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y profetas, no entrarán en
el Reino de los Cielos. 3ro. No mataras, no te irritaras, no insultaras contra de tus hermanos. 4to.
Antes de presentar la ofrenda al altar, reconcíliate con tu hermano. 5to. No jures ni por Dios, ni por
nada. 6to. Cuando digan sí, sea sí, y cuando digan no, sea no.

La cuestión del “ojo y la mano como ocasión de pecado: arrancarlo o cortarlo para que tu
cuerpo no sea arrojado al infierno”. En la Sagrada Escritura hay pasajes muy complejos para
interpretar que si no lo interpretamos a la luz de lo que enseña la Iglesia suele ser no solo un error
sino hasta provoca daño. El CATIC n° 115 enseña que hay dos sentidos para interpretar la Palabra
de Dios: el sentido literal y el espiritual. El sentido espiritual se subdivide en tres: alegórico, moral,
anagógico.

El sentido alegórico, es decir, hay pasajes en la Sagrada Escritura que son simbólicos o
prefigurativos. Por ejemplo: el cruce del mar Rojo es el signo de la victoria de Cristo sobre la
muerte. El sentido moral, es decir, hay pasajes en la Sagrada Escritura que nos enseñan al buen
obrar. Por ejemplo: el pasaje del buen Samaritano; o la regla de oro “no hagas a los demás lo que no
te gusta que te hagan a Ti”. El sentido anagógico, es decir, hay pasajes en la Sagrada Escritura que
me refieren a las cosas futuras o las realidades eternas. Por ejemplo: la última Cena es signo del
Banquete celestial. Con la diferencia que en la presencia de Dios no necesitaremos ni última Cena
ni celebrar la Misa - por lo menos, no como lo entendemos ahora-, porque estaremos en la presencia
de Dios, y allí nuestro acto será la contemplación y la adoración.

En cuanto a la cuestión del “ojo y de la mano como ocasión de pecado: arrancarlo o cortarlo
para que tu cuerpo no sea arrojado al infierno”, lo que el Señor pretende es enseñarnos a cuidar o
ser responsables con nuestros actos, no solamente con nuestros ojos o con las manos, la lengua
también. Al mismo tiempo, el Señor, nos enseña que hay que ser conscientes de que todos nuestros
actos tienen sus consecuencias e implican al final de los tiempos un juicio particular: la vida de los
bienaventurados o la condenación eterna. No lo digo yo, lo dice la Palabra de Dios.

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