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Por Juan Bautista Ritvo
El sujeto tiene siempre que interpretar una ley inconsistente (“Me dice ‘A’, pero ¿qué
quiere decir ‘A’?”) y al hacerlo pone en juego un margen de libertad que no deriva –a
diferencia del pensamiento clásico– de la consistencia del sujeto sino de la inconsistencia
del Otro.
La decisión de interpretar (siempre se trata de eso, incluso en los casos extremos de “la
bolsa o la vida”) no proviene mecánicamente de una causa antecedente exhaustiva y
categórica, sino de un juego lacunar de disyunciones con respecto a las cuales no hay
respuesta del Otro.
Si llevamos la cosas a este punto, ya puede advertirse hasta qué extremo conceptos
centrales, los que afectan a la psicopatología, los que moldean lo que llamamos “función
paterna” –sin advertir, quizá, que el sentido matemático de “función”, tan tranquilizador,
está totalmente ausente de esta expresión–, suelen entenderse, en realidad, no desde el
psicoanálisis mismo sino a partir de ese fondo positivista, cientificista, que el discurso
universitario no cesa de transmitirnos. Es que, para tomar un ejemplo nada casual,
“función paterna” no refiere a una suerte de sello que viene a grabar una materia amorfa
según la simple norma de presencia o de ausencia, sino a una exigencia lacunaria, que
posee líneas de fuerza a la vez firmes y borradas –una borradura, se sabe, es inolvidable–,
y que interpela al sujeto llamado a la paternidad obligándolo a decidir en la certeza y en la
oscuridad: en la oscuridad de la certeza.