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El documento comienza citando dos perspectivas que iluminan el discurso moral: El decálogo (Ex 20,2-
17), y las bienaventuranzas (Mt 5,3-12).
Objeciones a esta convicción.
- El rechazo de normas, obligaciones y mandamientos, instintivo en la persona humana y
particularmente vivo hoy día. Tensión entre el deseo de una plena felicidad y el deseo de una libertad
ilimitada. Así el complejo normativo de la Biblia, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia que
interpreta y concretiza estas normas, aparecen como obstáculos que se oponen a la libertad y de los
cuales es necesario liberarse.
- Los escritos bíblicos han sido redactados al menos hace mil novecientos años y pertenecen a épocas
lejanas en las que las condiciones de vida eran muy diversas de las de hoy. Algunos mantienen una
actitud fuertemente escéptica al considerar que la Biblia no puede servir para encontrar soluciones a
tantos problemas actuales, tales como la violencia, el terrorismo, la guerra, la inmigración, la
distribución de las riquezas, el respecto a los recursos naturales, la vida, el trabajo, la sexualidad, las
investigaciones en el campo genético, la familia o la vida comunitaria.
¿Cuál es el valor y el significado del texto inspirado para la moral de nuestro tiempo, en el que no se
pueden descuidar las dificultades antes mencionadas?
Las muchas normas, mandamientos, leyes, colecciones de códigos, que ofrece la Biblia no están
aisladas ni son autosuficientes, sino que corresponden siempre a un determinado contexto. En la
antropología bíblica, lo que es primario y fundamental es la actuación de Dios, que precede a la del
hombre. En esta concepción bíblica está la visión de la persona humana, creada por Dios, y capaz de
entrar en una relación radical y esencial con Dios y con la comunidad de los hermanos.
Antropología y teología se compenetran mutuamente. La persona humana aparece primero como
criatura a la que Dios ha donado la misma vida, después como miembro del pueblo elegido con el que
Dios ha estipulado una alianza particular y, finalmente, como hermano y hermana de Jesús, el Hijo
encarnado de Dios.
La Sagrada Escritura no puede ofrecer directamente soluciones a muchos problemas hodiernos. Se
deben tener en cuenta dos criterios fundamentales: la conformidad con la visión bíblica del ser humano y
la conformidad con el ejemplo de Jesús.
1. INTRODUCCIÓN
El deseo de obtener una vida plenamente satisfactoria está arraigado desde siempre en el corazón
humano. La realización de este deseo depende del propio obrar en relación con el de los otros. En la
Biblia se pueden encontrar indicaciones y normas para obrar rectamente y alcanzar la vida plena. Desde
siempre el hombre está en búsqueda de felicidad y de sentido. Esta búsqueda se vive en una tensión:
“quiere ser feliz aun viviendo de modo de no llegar a serlo” (Agustín). “Si el hombre no está hecho para
Dios, ¿por qué sólo es feliz en Dios? Si el hombre está hecho para Dios, ¿por qué se revela tan opuesto a
Dios?” (Pascal).
La Comisión Bíblica parte de dos presupuestos determinantes:
1 – Dios es, para todo creyente y para todo hombre, la respuesta última a esta búsqueda de felicidad y de
sentido,
2 – la Sagrada Escritura una: abarca ambos Testamentos, es un lugar válido y útil de diálogo con el
hombre contemporáneo sobre las cuestiones que atañen a la moral.
1.1. Un mundo que busca respuestas
En la era de la globalización se observa una transformación rápida de opciones éticas, bajo el
choque de los trasiegos de población, de las relaciones sociales que han pasado a ser más complejas y de
los progresos de la ciencia especialmente en el campo de la psicología, de la genética y de las técnicas de
la comunicación. Es tal el influjo sobre la conciencia moral que tiende a desarrollarse una cultura
fundada sobre el relativismo, la tolerancia y la apertura a novedades, no siempre ahondadas
suficientemente en sus fundamentos filosóficos y teológicos. La contrapartida a esta cultura de la
tolerancia es la desconfianza, o una marcada intolerancia frente a ciertos aspectos de la enseñanza moral
de la Iglesia sólidamente arraigados en la Escritura. ¿Cómo alcanzar el equilibrio?
La relación entre don divino y respuesta humana, entre acción antecedente de Dios y tarea del hombre,
es determinante para la Biblia y para la moral revelada en ella.
La alianza: Un concepto teológico original que expresa la intuición: Así ha expresado Israel
en su literatura sagrada, esta relación única entre sí mismo y el Dios que desde el comienzo lo acompaña,
lo libera, se da a él y lo recoge.
a. De las alianzas humanas a la alianza teológica. La noción de alianza ha llegado a ser tan
importante como para determinar desde el comienzo, la concepción de las relaciones entre Dios y su
pueblo privilegiado. Este concepto interpretativo que se aplica a los acontecimientos de la salida de
Egipto, se extiende retrospectivamente al pasado en forma de etiología. Se reencuentra en el Génesis
para describir la relación entre el SEÑOR Dios y Abraham, el antepasado (Gén 15,17), más aún, en un
pasado todavía más lejano y misterioso, entre el SEÑOR Dios y los seres vivientes que han sobrevivido
al diluvio en el “tiempo” de Noé, el patriarca (Gén 9,8-17). La transposición teológica de la idea de la
alianza es una originalidad bíblica: solamente ahí se encuentra el concepto de una alianza propiamente
dicha entre un contrayente divino y uno o más contrayentes humanos.
b. La alianza entre contrayentes desiguales. En los orígenes Israel no podía ni soñar con
expresar su relación privilegiada con Dios, el Totalmente Distinto, el Trascendente, el Omnipotente
según un esquema de igualdad horizontal: Dios ↔ Israel. Desde el momento en que se ha introducido la
idea teológica de la alianza, espontáneamente sólo cabe pensar en las alianzas entre contrayentes
desiguales, bien conocidas en la práctica diplomática y jurídica del Próximo Oriente antiguo extra-
bíblico: los famosos tratados de vasallaje. La intuición de un contrayente divino, que toma y mantiene la
iniciativa de un término al otro del proceso, constituye el trasfondo de casi todos los textos de la alianza
en el Antiguo Testamento. Dios
↕
Israel
Este doble movimiento se expresa, en campo teológico, mediante dos temas principales: la Gracia (el
SEÑOR se compromete a sí mismo) y la Ley (el SEÑOR compromete al pueblo que pasa a ser su
“propiedad”: Ex 19,5-6). En un estadio posterior esta dinámica de la alianza se concentra en la “fórmula
de la alianza”: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”, que se ha difundido por todas partes en uno y otro
Testamento, especialmente en el contexto de la “nueva alianza” anunciada por Jeremías (31,31-34). Un
esquema semejante se aplica a David y a su descendencia: “Yo seré para él un padre y él será para mí un
hijo” (2 Sam 7,14).
c. El lugar de la libertad humana. En este marco teológico la libertad moral del ser humano no
entra como un sí necesario y constitutivo de la alianza. Aquí la libertad interviene más tarde, como una
consecuencia, cuando todo el proceso de la alianza está completo. De este modo nace la moral revelada,
la “moral en situación de alianza”: un don de Dios, totalmente gratuito que, una vez ofrecido, interpela la
libertad del ser humano en cuanto a un sí completo, una aceptación integral. Esta moral revelada,
expresada en un marco teológico de alianza, representa una novedad absoluta respecto a los códigos
éticos y cultuales que regían la vida de los pueblos circundantes. Tiene, por esencia, un carácter de
respuesta, sigue a la gracia, el auto-compromiso de Dios.
d. Consecuencias para la moral. La moral es mucho más que un código de comportamientos y
actitudes. Es un “camino” revelado, regalado. Desarrollado en Deuteronomio, los profetas, la literatura
sapiencial y los salmos didácticos. Hay dos elementos de síntesis:
1º Este “camino” debe ser concebido de manera global, según su sentido teológico profundo:
designa la Ley como un don de Dios, como fruto de la iniciativa exclusiva de un Dios soberano, que se
compromete a sí mismo en una alianza y compromete a su contrayente humano. Esta Ley se distingue de
las muchas otras leyes.
2º Este “camino” moral tiene una preparación. En la Biblia pertenece a un camino histórico de
salvación, de liberación, al que le compete un carácter primordial, fundador. Así, pues, la moral revelada
no ocupa el primer puesto, deriva de una experiencia de Dios, de un “conocimiento” en el sentido
bíblico, revelado mediante el acontecimiento primordial. La moral revelada continúa el proceso de la
liberación iniciado en el arquetipo del éxodo: lo asegura, garantiza su estabilidad. Nacida de una
experiencia de acceso a la libertad, la “moral en situación de alianza” busca preservar y desarrollar en lo
cotidiano esta libertad, tanto exterior como interior. La opción moral del creyente presupone una
experiencia personal de Dios, aunque innominada y sólo más o menos consciente.
Siete valores horizontales (tocan a las relaciones entre las personas humanas)
4. honrar la familia
5. promover el derecho a la vida
6. mantener la unión de la pareja marido y mujer
7. defender el derecho de cada uno a ver la propia libertad y dignidad respetada por todos
8. preservar la reputación de los otros
9. respetar las personas (que pertenecen a una casa, una familia, una empresa)
10. dejar al otro sus propiedades materiales.
Los diez valores del Decálogo siguen una orden de progresión decreciente (del valor prioritario al menos
importante). Dios en el primer lugar y las cosas materiales en el último; y, dentro de las relaciones
humanas, al comienzo de la lista está la familia, la vida, y el matrimonio estable. No obstante, es difícil
de promover en el contexto actual, esta escala de valores, pues el mundo hoy tiene un orden de prioridad
opuesto al de la propuesta bíblica: primero el hombre, después Dios; e incluso, al comienzo de la lista,
los bienes materiales (la economía).
En cambio, el Decálogo abre ampliamente la vía a una moral liberadora: dejar el primer puesto a la
soberanía de Dios sobre el mundo, dar a cada uno la posibilidad de tener tiempo para Dios y de gestionar
el propio tiempo de un modo constructivo, favorecer el espacio de vida de la familia, preservar la vida,
también la sufriente y la aparentemente improductiva, de las decisiones arbitrarias del sistema y de las
manipulaciones sutiles de la opinión pública, neutralizar los gérmenes de división que vuelven frágiles,
sobre todo en nuestro tiempo, la vida matrimonial, detener todas las formas de explotación del cuerpo,
del corazón y del pensamiento, proteger la persona contra los ataques a la reputación y contra todas las
formas de engaño, de explotación, de abuso y de coerción.
En la óptica de una “moral revelada” estos derechos humanos inalienables quedan subordinados a la
soberanía universal de Dios, que no se ejerce según un sistema autoritario y despótico, sino en una óptica
de la liberación de la persona y de las comunidades humanas. Implica de parte del hombre un tiempo
consagrado a la oración personal y comunitaria, el reconocimiento del poder último que Dios tiene de
regular la vida de sus criaturas, de gobernar las personas y los pueblos, de ejercitar el juicio; en
conclusión, el discurso bíblico de la soberanía divina sugiere una visión del mundo, según la cual no sólo
la Iglesia sino el cosmos, el ambiente circundante y la totalidad de los bienes de la tierra son, en última
instancia, propiedad de Dios (cf. Ex 19,5).
Basadas en los valores del Decálogo, la teología moral y la catequesis, pueden proponer a la humanidad
de hoy un ideal equilibrado que por una parte no privilegia nunca los derechos a costa de las
obligaciones o viceversa y que, por otra parte, evita el escollo de una ética puramente secular que no
tenga en cuenta la relación del hombre con Dios.
a. Los pobres y la justicia social: estos tres códigos concuerdan en establecer medidas destinadas a
evitar la esclavitud de los más pobres tomando en consideración la remisión periódica de sus deudas, con
el año sabático (Ex 23,10-11) o la del año jubilar (Lev 25,8-17). La lucha contra la pobreza presupone la
realización de una justicia honesta e imparcial (cf. Ex 23,1-8; Dt 16,18-20). Ella se ejerce en nombre de
Dios mismo. Israel, beneficiario de la bendición divina, no es el propietario absoluto de la tierra, sino
que es el usufructuario (cf. Dt 6,10-11). Por ello, la actuación de la justicia social aparece como la
respuesta creyente de Israel al don de Dios (cf. Dt 15,1-11): la ley regula el uso del don y recuerda la
soberanía de Dios sobre la tierra.
b. El extranjero: la palabra ‘ger’ designa al extranjero residente que vive de modo duradero junto a
Israel. El término ‘nokri’ atañe al extranjero de paso, mientras que los términos ‘tôshab’ y ‘sakir’
designan, en la Ley de Santidad, a asalariados extranjeros. La atención prestada al ‘ger’ se manifiesta
constantemente en los textos legislativos de la Torah: atención puramente humanitaria en Ex 22,20; 23,9;
atención fundada sobre la memoria de la esclavitud en Egipto y de la liberación donada por Dios en Dt
16,11-12. “Indígenas” y “extranjeros” quedan unidos por una responsabilidad común y por un vínculo
descrito mediante el vocabulario del amor (cf. Lev 19,33-34).
c. Culto y ética: La literatura profética ha tomado en consideración la correlación entre el culto rendido a
Dios y el respeto del derecho y de la justicia. La predicación de Amos (cf. Am 5,21) y la de Isaías (cf. Is
1,10-20) son particularmente representativas de esta intuición teológica. El diezmo trienal, impuesto
originariamente cultual, recibe una nueva función por el hecho de la centralización del culto en
Jerusalén: a saber, proveer al sustento de las viudas, de los huérfanos, de los extranjeros y de los levitas
(cf. Dt 14,28-29; 26,12-15). Las fiestas de peregrinación reclaman la participación de los más pobres (Dt
16,11-12.14): el culto tributado a Dios en el templo de Jerusalén no adquiere su validez sino integrando
una preocupación ética fundada sobre la memoria de la esclavitud en Egipto, de la liberación de Israel y
del don del país por parte de Dios.
Así, pues, los códigos legislativos de la Torah están particularmente atentos a la moral social. La
comprensión que Israel tiene de su Dios, lleva a una atención particular a los más pobres, a los
extranjeros, a la justicia. Culto y ética van estrechamente asociados: ofrecer un culto a Dios y tener
preocupación por el prójimo son las dos expresiones inseparables de la misma confesión de fe.
a. El libro del Qohelet: (Ecl) forma parte del movimiento de la sabiduría, pero queda caracterizado por
su aproximación crítica. Comienza con la constatación: “Vanidad de vanidades, dice Qohelet, vanidad de
vanidades, todo es vanidad” (Ecl 1,2) y la repite en la parte conclusiva (12,8). El término “vanidad”
(hebel) significa literalmente: respiro, vapor, soplo, referido a todo lo que es efímero, fugaz, inestable,
incomprensible, enigmático. Qohelet caracteriza con ello todos los fenómenos de la vida humana. Los
hombres viven en un mundo del cual no tienen ningún control, en un mundo lleno de inconsistencias y
de contradicciones. Nada de lo que se obtiene en este mundo tiene un valor durable: sabiduría, riqueza,
placer, fatiga, juventud, la misma vida. Pese a las inconsistencias y las vicisitudes de la vida, los hombres
deben aceptar su puesto en la relación con Dios: “Ten el temor de Dios” (5,6).
La ética de Qohelet no reclama un cambio radical de las estructuras, pero incluye elementos interesantes
de crítica política y social. El sabio fustiga ciertos escándalos y abusos inherentes al sistema de la
monarquía: el caso del rey que envejece y se vuelve testarudo y autócrata (4,13), la usurpación del poder
por parte de un criminal o de un arribista (4,14-16), la corrupción de los funcionarios a costa de los
pobres y de los campesinos (3,16; 4,1; 5,7-8), la multiplicación inútil de administradores públicos, si les
falta la sabiduría (7,19), la atribución de promociones y responsabilidades a incapaces (10,5-7), las
fiestas continuas en la corte del rey niño (10,16). Desde el punto de vista social denuncia los siguientes
comportamientos: la envidia y la rivalidad (4,4), la ociosidad y la pereza (4,5), la ansiedad y el activismo
(4,6), el individualismo y la sed de ganancias (4,7-12). En este escrito sapiencial se encuentra un filón de
reflexiones utilísimas para inspirar una vida equilibrada, tanto en el plano personal como en el colectivo.
b. El libro del Sirácida: (Eclo) ve la sabiduría tanto asociada a la experiencia humana y derivada de Dios
como también firmemente adherida a la historia de la salvación y a la Torah de Moisés (Eclo 24,23).
Revelación y experiencia, van conjuntas e integradas sin eliminarse ni una ni otra. Sirácida presenta a los
héroes de Israel (44-50) como ejemplos de la sabiduría e insiste en la observancia de la Torah y en
apreciar la belleza y armonía de la creación (42,15-43,33), recoger enseñanzas de la naturaleza y aceptar
las observaciones y las máximas de los sabios que le han precedido.
El libro es una colección de diversas instrucciones, exhortaciones y máximas que atañen toda la
gama de temas referidos a la vida virtuosa y a la conducta ética. Hay deberes para con Dios, deberes
domésticos, obligaciones y responsabilidades sociales, virtudes que practicar y vicios a evitar para la
formación del carácter moral. El libro constituye una especie de manual para el comportamiento moral.
Exalta la herencia singular de Israel, insiste en particular en el reclamo de que el pueblo de Dios
participe en la sabiduría de Dios de un modo singular, ya que dispone de otra fuente de sabiduría en la
Torah. El comienzo y la culminación, la perfección y la raíz de la sabiduría es “el temor del Señor”
(1,14.16.18.20). Sabiduría y temor del Señor son prácticamente sinónimos y se manifiestan en la
obediencia a la ley de Moisés (24,22).
La sabiduría actúa también en el desarrollo de las relaciones dentro de la familia: deberes de los
hijos para con los padres (3,1-16; 7,27-28); deberes de los padres para con los hijos (7,23-25; 16,1-14);
relaciones con mujeres: la esposa (7,19; 23,22-26; 25, 12-26,18), las hijas (7,24-26; 22,4-5), las mujeres
en general (9,1-9). La sabiduría queda referida también a diversos aspectos de la vida social: la distinción
entre verdaderos y falsos amigos (6,5-17; 12, 8-18); la cautela con extraños (11,29-34); actitudes hacia la
riqueza (10,30-31; 13,18-26); moderación y reflexión en los negocios (11,7-11; 26,29-27,3) y tantas
otras cuestiones.
Para la sabiduría, la vida cotidiana abarca innumerables situaciones que exigen determinadas
actitudes, decisiones y acciones no reguladas por las grandes leyes. En la convicción que toda la vida
está bajo el control de Dios, Israel encuentra a su Creador también en la vida cotidiana. Combina la
experiencia personal y la sabiduría tradicional con la revelación divina en la Torah, la praxis litúrgica y
la devoción personal.
Los sabios se ocupan del mundo que Dios ha creado y en cuya belleza, orden y armonía se revela
algo de su Creador. Mediante la sabiduría Israel encuentra a su Señor en una relación vital que está
también abierta a los otros pueblos. La apertura de la sabiduría israelita a las naciones y el carácter
claramente internacional del movimiento de los sabios puede proporcionar una base bíblica para un
diálogo con las otras religiones y para la búsqueda de una ética global, El Dios Salvador de judíos y
cristianos es también el Creador que se revela en el mundo creado por Él.