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EDITORIAL
SINTESIS
Diseño de cubierta: Juan José Vázquez
© E D ITO R IA L SÍNTESIS, S, A.
V alleh erm o so , 32. 28015 M ad rid
T elé fo n o (91) 593 20 98
ISBN: 84-7738-111-9
D ep ósito lega l: M. 7.199-2011
Fotocom posíción : M on oC om p, S, A,
Im presión: Lavel, S, A.
Im p reso en España - Prin ted in Spain
«Pensaba encontrar aquí el campo, un pueblo
como tantos otros, un entrevero de carretas,
aperos, animales domésticos, en suma, todo
el ir y venir pintoresco y encantador de la
vida rústica. He encontrado una calle de París
y los paseos del Bois de Boulogne.»
10
introducción:
La dimensión espaciai
del turismo
11
trastocando la estructura económ ica d e muchas regiones, el turismo ha
estimulado sectores industriales en crisis; alentado a su socaire el c r e
cimiento de los servicios; alterado el m edio físico; consumido no sólo
espacios naturales, sino paisajes agrarios; ocasionado m odificaciones
en la distribución espacial d e la población, la mano d e obra y las
rentas; p rovoca d o importantes m etamorfosis en la conectividad y la
vertebración d e las relaciones entre los elem entos d e los sistemas de
asentamientos. Y es que e l turismo es, ante todo, una actividad de
dimensión eminentem ente espacial. Si la huida d e la rutina urbana, la
búsqueda d e la alteridad espacial, el «cam bio de a ires» o el dépayse-
m ent d e los franceses, están en el o rig en de los desplazamientos d e
aquel p rim er turismo aristocrático d e l siglo XVllI, la masificación a
partir de la última gran guerra no ha dejado en ningún momento de
evoca r el aspecto espacial en la prom oción d e la im agen turística d e un
determ inado lugar (Miossec, 1977, págs. 55 y ss; y Lozato-Giotart, 1987,
pp, 11 y 12), Ahora bien, no obstante la asunción d e esta palmaria
dimensión espacial; no obstante la convicción generalizada de que el
tiem po lib re ocupa una parte cada v e z más importante en las vidas de
las personas en los países desarrollados; no obstante la certeza d e esta
— en palabras de G oppok (1985, p. 372)— auténtica «exp losión recreati
va », es lo cierto q e la reacción científica d e la comunidad geog rá fica ha
sido desigual, fragmentaria y morosa; y, en fase de sistematización
teórica apenas balbuciente, la g eo g ra fía humana ha tardado todavía
más en admitir su consideración d e disciplina docente en los estudios
universitarios.
En efecto, no p u ed e decirse en m odo alguno que la producción
científica internacional sea parca — el Gentre des Hautes Etudes Touris-
tiques d e la U niversidad d e A ix-en-Provence, en el que hemos tenido
ocasión de trabajar en varias estancias d esd e el otoño d e 1987, re c o g e
en sus ficheros más d e dos millones d e referencias bibliográficas, no
pocas d e ellas, si bien no firmadas p o r geógrafos, d e indudable conte
nido espacial— ; ni pu ed e decirse tam poco que nuestra disciplina se
haya mostrado absolutamente retardataria — Christaller, a quien tanto
d e b e la geogra fía humana teórica, habría aplicado ya en 1955 y 1963
sus enfoques locacionales al estudio d e la distribución d e los asenta
mientos turísticos— . P ero es lo cierto que, pese a esa nada desdeñable
producción, la actividad turística ha sido vista p o r buena parte de
nuestros colegas — más atentos al estudio d el paisaje agrario y las
actividades industriales, seguram ente p o r esa herencia posibilista que
ponía el acento en el estudio d e los hechos d e producción— como una
actividad cuando menos frívola. A l punto que un g e ó g ra fo tan poco
susceptible d e ser m otejado d e frívolo como e l fallecido Ghadefaud
(1987, p, 11) ha d e salir al paso d e esas reticencias escribiendo, en la
12
que es su espléndida y póstuma tesis d e Estado: «H ace falta ser u n iver
sitario, para estudiar durante el p rop io tiem po d e ocio las vacaciones
d e los dem ás». Esto, en un país que, com o Francia, había intentado ya
en los años setenta las prim eras teorías so b re e l espacio turístico (M ios
sec, 1976 y 1977). La justificación de esta actitud reticente — pensamos
con Luis (1987, pág. 8)— no resid e sino en la dificultad d e la g eo g ra fía
clásica, vinculada al «g é n e r o d e vid a », para in corporar aquellas activi
dades que eran justamente la negación d e l trabajo, p e ro que tenían una
enorm e significación socioeconóm ica, sociocultural y m edio-am biental.
Se com prenderá fácilmente que si éstas han sido durante mucho
tiem po las reservas opuestas a la tarea investigadora, la enseñanza
universitaria d el turismo com o parte d e los program as d e g eo g ra fía
humana haya estado rodeada d e un d e sp re cio todavía mayor: sólo en
los últimos años han com enzado a aparecer manuales sob re e l tema que
nos ocupa: los d e Lozato-Giotart (1987), Boniface & G oop er (1987), Pear-
ce (1981), etc...
Es, pues, sorprendente que la comunidad g e o g rá fic a que v iv e en un
país com o el nuestro, con 45 m illones d e visitantes extranjeros — aquí
se incluyen los turistas y los excursionistas— , que es país anfitrión d e la
Organización Mundial del Turismo y don de el turismo ha p rovoca d o
transformaciones espaciales d e una magnitud tal — no pocos térm inos
de la nomenclatura científica acuñados internacionalmente tienen m ar
chamo español: m arbellización, balearización, etc.— , haya reaccionado
de forma tan lenta d esd e el punto d e vista científico y soslayado el
fenóm eno com o materia docente que im partir a los futuros titulados en
geografía.
En consonancia con cuanto queda dicho, y lejos d e toda pretensión,
la finalidad d el presente libro no es otra que la d e o fre ce r al lector una
aproxim ación al estudio d el fenóm eno turístico que le permita aden
trarse en los aspectos m etodológico-conceptuales, p e ro también en la
valoración d e recursos e impactos territoriales, sin descuidar el apasio
nante debate epistem ológico que en orden a la sistematización teórica
d el espacio turístico vien e celeb rán d ose entre las grandes corrientes
d el pensam iento g eo g rá fico contem poráneo.
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1_____
Aspectos
conceptuales
15
valor central d e l nuevo sistema social; se im pone com o necesidad y
d e b e r moral al individuo, tanto para su salud personal, com o para el
desarrollo arm ónico d e la sociedad. D esarrollo que en esta prim era
etapa se identifica con la acumulación, no con el despilfarro; con la
producción, no con el consumo: el ocioso es visto com o un consumidor
que despilfarra (Sue, 1980, 2.° ed. 1983, pág. 12).
La consolidación d e la sociedad industrial, em pero, altera sustan
cialmente el sistema d e valores: la m ecanización y la robotización p r o
gresivas perm iten no sólo que la burguesía lo g r e emular el estatus
ocioso de aquella aristocracia viajera, sino la ampliación d el tiem po de
ocio al conjunto d e la población. La sociedad postindustrial, em inente
m ente consumista, incorpora así el ocio a su nueva escala d e valores.
Sin em bargo, com o acabamos d e adelantar, estamos todavía muy
lejos d e haber alcanzado esa prom etida civilización d e l ocio; mucho
menos, d e haberla generalizado al conjunto de los habitantes d el Plane
ta. Por una parte, « e l ocio no es la ociosidad, no suprim e el trabajo, lo
p resu p on e» (Dum azedier, 1962); lo que significa que las masas d e
ociosos forzosos — d e parados— , creadas por e l desarrollo tecn ológi
co, difícilm ente pu eden tener acceso a las costosas actividades turísti
cas propiciadas p o r el tiem po lib re pagado; por otra, los países subde
sarrollados, en fase todavía de subconsumo, carecen d e las rentas
necesarias para satisfacer unas «n e ce sid a d e s» que son más bien fruto
d e la opulencia. D e cualquier manera, la sociedad postindustrial p a re
ce em pecinada en solucionar e l prob lem a d el paro m ediante el aumen
to d e la producción, en el m arco — menos lógico que patológico— del
crecim iento ilimitado (Racionero, 1987, págs. 13 a 22). Tal porfía, lejos
de difundir la reducción d el trabajo a todas las capas sociales, no ha
hecho sino cambiar su naturaleza, sustituyendo las actividades d e p ro
ducción por actividades de control; p o r el desarrollo desm esurado de
las actividades terciarias: y es que, para mantener su tasa de creci
miento, el sistema continuará creando nuevas necesidades, que g e n e
ran más trabajo que bienestar (Sue, 1980, pág. 18).
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lución d e l hecho turístico y su formulación conceptual, pues, con toda
seguridad, e l tránsito d esd e aquel turismo individual, «d istin gu id o», d e
las guías Baedecker, a los trasiegos intercontinentales d e gran d es ma
sas d e turistas por los touroperators d e hoy no sólo representa un salto
cuantitativo, sino formas muy distintas d e ocupación d e l espacio p o r las
actividades relacionadas con e l recreo.
17
Turismo
18
Tiempo de ocio
Tiempo de
trabajo
Ocio
Recreo
Actividades Recreativas
Excursión en
Domésticas Habituales T U R IS M O
el día
Rango geográfico
Inter
Doméstico Local Regional Nacional
nacional
19
^ NEGOCIOS
C O N G RESO S Y V IA JE S — V A C A C IO N E S
DE E S T IM U U C IO N - A C T IV ID A D ES
D EP O RTIV AS
- T E R M A L IS M O
Y T A U S O T E R A P IA - A C T IV ID A D ES
C U LTU RALE S
— P E R EG R IN A JE S - E S T A N C IA S CO RTAS
DE P U C E R (incluidos - A C T IV ID A D ES
- C LA S E S T R A N S P U N T A D A S fines de semana) R E C R EA T IV A S Y DE
(Mar, nieve, campo) U N A T U R A L EZA
T U R ISM O OCIO
Criterio principal: Desplazamiento de más
Criterio principal; M otivo de recreo
de 24 horas
20
A partir d e 1950, el increm ento g en era l d e las rentas en los países
desarrollados, la adopción d e leyes sociales que reconocen e l d erech o
de los trabajadores a las vacaciones pagadas — el acuerdo fue adopta
do ya por la convención de la Organización Internacional d e l Trabajo,
en 1936— , el desarrollo de la industria automovilística y su popu lariza
ción han transmutado aquel turismo termal, talasoterapéutico, m inorita
rio, en un hecho d e masas sin precedentes; un hecho que, a ju zgar p o r
los resultados d e una encuesta llevada a cabo en Francia en 1978 (Sue,
1980, pág. 8), p a rece ya irreversib le: planteada la disyuntiva, el 55 p o r
100 de los franceses prefería trabajar la mitad, con vistas a disfrutar de
sus vacaciones turísticas, antes que doblar su salario.
D el turismo individual, en diligencia o en tren, minoritario, estacio
nal, atraído p o r espacios enclavados, con un fuerte gradiente social
respecto d e la población d e las zonas receptoras, un turismo d e con
templación d el espacio, hemos pasado a un turismo d e masas que
sacraliza el automóvil com o sím bolo d e l viaje; un turismo pluriestacio-
nal, o incluso d e fin d e semana, diversificado espacio-tem poralm ente,
atraído p o r espacios abiertos, con un alto gra d o d e h om ogen eid ad
socio-espacial respecto d e las zonas receptoras; un turismo, en suma,
ávido consumidor d el espacio. Es lo que, p o r analogía con la evolución
poblacional, Chadefaud (1987, pág. 975) ha denom inado en expresión
afortunada «la transición turística».
21
ba un grand tour epistem ológico p o r las diferentes etapas d el pensa
miento geoturístico — etapas que, com o ha quedado escrito, no pueden
sustraerse a la sucesión paradigm ática prop ia d el resto d e la geogra fía
humana— , con especial referencia a la — tan soslayada en los países
latinos en los últimos años— geogra fía alemana (véase: Kulinat & Stei-
necke, 1984),
Pues bien, aunque m odesto y limitado, ha d e d ecirse que el interés
d e los g eó g ra fo s p o r el turismo es bastante antiguo: ciento cincuenta
años ha casi que Kohl (1841) llamaba la atención sobre la fuerza trans
form adora d e l m edio que tenian los desplazamientos de personas hacia
un lugar determ inado. Reclus, p recu rsor d e tantas otras vías m etodoló
gico-conceptuales, habría asumido ya la consideración espacial del
entonces todavía turismo incipiente (en Bonneau, 1984, pág. 51).
Para la g eo g ra fía clásica, d esd e el determinism o ambientalista al
posibilism o historicista francés y la tradición co ro lógica alemana, el
objeto d e estudio se centra en las influencias que los factores físicos y
antropogeográficos tienen sobre la aparición y d esarrollo d el turismo
(Luis, 1987, pág, 10), D esde Hettner (1902) hasta Hassert (1907), desd e
una concepción que vira d esd e la apreciación m orfológica hasta el
enfoque genético-funcional, el turismo es considerado com o un factor
de transformación d e l paisaje cultural; su objeto d e b e afrontar una
d o b le tarea: e l análisis de las causas g eográ fica s — naturales ha de
entenderse a la sazón— d el turismo y la explicación d e los impactos
provocados por el mismo. N o otra cosa p a rece d esp ren d erse de la que
ha sido considerada (Luis, 1987, pág, 12) com o el paradigm a d e la
g eo g ra fía clásica d el turismo: la tesis doctoral d e Sputz (1919). N o muy
diferente es la orientación que ex h ib e la prim era g eo g ra fía francesa
sobre el tema — los trabajos d e Blanchard sobre Niza y C ó rce ga (Clary,
1984, pág. 64), o la c é le b re tesis d e C rib ier (1969): en todos los casos, el
estudio d el turismo se plantea com o una última parte para la síntesis
vidaliana, como la última tesela d e l m osaico regional, en el m arco d e la
noción de circulación— . En general, y p ese a algunos prem iosos inten
tos de conceptualización (Poser, 1939), no p u ed e concebirse todavía
una geogra fía d el turismo, cuyo objeto sea exclusivam ente esta activi
dad.
Después d e la Segunda G uerra Mundial, el enfoque clásico se v e
en riqu ecido p o r las aportaciones d e la g eo g ra fía social alemana: el
paisaje cultural es ahora producto d e las interrelaciones hom bre-m edio
mucho menos que trasunto d e la organización social; d e la interacción
entre los grupos sociales que satisfacen sus necesidades en un área
dada. Ruppert y M aier (1969) recon ocen el descanso y el rec re o com o
funciones no menos básicas que e l trabajo, la vivien d a o la educación;
el objeto es ahora el estudio d e «las formas d e organización y los
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procesos con transcendencia espacial desencadenados p o r los grupos
humanos cuando satisfacen la función vital «r e c r e a r s e » (en Luis, 1987,
pág. 20). A hora bien, no obstante la importancia conceptual d e estas
formulaciones sociales, estamos todavía en una persp ectiva m etodoló
gica no p o co próxim a a la etapa clásica, que busca más la com prensión
d e la interacción sociedad-m edio en un espacio concreto, que la form u
lación d e una teoría explicativa d el fenóm eno turístico d esd e el punto
de vista espacial. Este g eo g ra fía en nada se aleja d el em pirism o gno-
seológico característico d el m étodo inductivo clásico (Luis, 1987, pág.
2 2 ).
La g eo g ra fía neopositivista, como es sobradam ente conocido, d es
plaza e l objeto d e estudio a la búsqueda d e las regu laridades existen
tes en la distribución d e ciertos fenóm enos espaciales. El turismo y el
recreo fueron un inmediato cam po de pruebas para el neopositivism o:
uno d e los difusores más significativos d el nuevo enfoque locacional fue
el prop io W . Christaller, quien en 1955 y 1963 proponía com o objeto de
la g eo g ra fía d e l turismo — F re m d en v erk e h rsg eo g ra p h ie — e l análisis
d e las regu laridades existentes en la distribución d e los asentamientos
turísticos. Para Christaller, el esquem a explicativo descansa en el c r e
ciente impulso hacia la p eriferia mostrado p o r ciertos grupos sociales
residentes en las aglom eraciones urbano-industriales, com o resultado
d e un d o b le tipo d e factores interrelacionados: los que «em p u ja n » a
efectuar los desplazamientos, com o consecuencia d e la m ejora d e l b ie
nestar económ ico a partir d e los años cincuenta y la fuerza d e atracción
que para las gentes tienen determ inados lugares. Para Christaller la
g eo g ra fía d e l turismo es una subdisciplina d e rango similar a la g e o
grafía d e las actividades agrarias o industriales; en m odo alguno, com o
quería la tradición vidaliana, pu ede incluirse en una g eo g ra fía d el
transporte, a la que transciende como fenóm eno d e m ayor amplitud.
D esde una asunción clara d el papel d el consumo en la actividad
económica, las regu laridades que rigen la distribución espacial d e los
asentamientos turísticos descansan sob re principios d e racionalidad
económ ica similares a los que fundamentaran la teoría d e los lugares
centrales: la elección d e un centro y la duración de la estancia se
entienden com o resultado d e decisiones racionales que toman los con
sum idores con el fin de sacar la m ayor rentabilidad a la inversión
realizada (Luis, 1987, pág. 25). La m odelización christalleriana ha sido
com pletada p o r los trabajos d e M cM urry (1954), P erloff y W in g o (1962),
W o lfe (1969), Thompson (1967), Pattmore, 1977; Coppock, 1982; Smith,
1983; G roote, 1983; o Pearce, 1987. Yokeno (1968) y Biagini (1986) han
realizado sus aportaciones teóricas d esd e la aplicación d el m od elo d e
Von Thünen-W eber y e l d e jerarquización funcional d e D avies en el
caso de la Italia septentrional, respectivam ente.
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Si con el neopositivism o ha com enzado la fase d e teorización, a
partir d e los años setenta la g eo g ra fía d el turismo conoce un desarrollo
creciente, com o crecien te es el p eso d el rec re o tanto en la producción
económ ica com o en la organización d el espacio. Sin em bargo, estamos
todavía lejos d e haber resuelto satisfactoriamente los problem as de
sistematización disciplinaria: com o en e l resto d e la g eo g ra fía humana,
coexisten varios enfoques con objetos y propuestas m etodológicas no
p o co distintas: d esd e los continuadores d e la tradición clásica, a los
militantes d e un neopositivism o mucho más cuajado ya; p e ro em ergen
también las reacciones ya conocidas que van d esd e e l behaviourism o
todavía neopositivista (Miossec, cuyos m odelos serán exam inados en la
última parte d e este libro), hasta el radicalismo no exento d e adheren
cias comportamentales d e un Chadefaud (1987), d e l cual nos ocupare
mos especialm ente en los últimos parágrafos. En todos estos trabajos
late en m ayor o m enor m edida un cierto rechazo d el reduccionism o y
formalismo neopositivistas, la denuncia d e la falacia positivista de consi
d era r los distintos comportamientos espaciales com o la expresión con
creta d e las necesidades reales d e determ inados grupos humanos en el
cam po del ocio; p e ro la reacción va d esd e la incorporación d e la
p ercep ción a unos planteos todavía neopositivistas — en el caso de
M iossec— al conductismo estricto d e M e rcer — influencia d e la p e r c e p
ción, histórica, social y culturalmente condicionada, en los com porta
mientos espaciales de los grupos sociales con ocasión d e l em p leo d e su
tiem po lib re— , o al radicalism o historicista de un Chadefaud, que,
sob re una adscripción sincera a los planteamientos marxistas d el con
flicto social — y justamente en su abono— incorpora nociones tomadas
d e l sistemismo behaviourista para explicar los mecanismos d e domina
ción y alienación a través d e la producción d e mitos espaciales.
Abiertam ente antipositivista, la g eo g ra fía humanista no se ha desta
cado precisam ente p o r sus contribuciones a la sistematización teórica
d e l espacio turístico.
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pervivencias posibilistas: e l fenóm eno turístico, cuando ha sido objeto
cío estudio p o r parte d e nuestros colegas, no ha sido con sid erad o sino
como uno más d e los factores p revios y conducentes a la síntesis reg io -
iiiil. Incapaz d e so b revolar los territorios tangibles y bien conocidos,
m presentados p o r la vía idiográfica; incapaz d e elu dir e l m arco espa
cial concreto, la g eo g ra fía española, sincrética en exceso, no es d esd e
luogo acreed ora d e los intentos d e sistematización teórica d e l espacio
turístico: com o en e l resto d e las subdisciplinas d e la g eo g ra fía humana,
como en el caso d e la g eo g ra fía urbana, la produ cción geoturística
española no pu ed e ocultar su «d e p e n d e n c ia » d e las form ulaciones teó-
I icas extranjeras.
Siendo todavía la rg o el camino que recorrer, no p u ed en m en osp re
ciarse, sin em bargo, algunos d e los trabajos que, ya firm ados p o r
nuestros colegas, ya obra d e algunos economistas y so ciólogos — aun-
c]ue con innegables referencias espaciales— constituyen un punto de
partida insoslayable. Es e l caso d e las aportaciones d e A lca id e Inchaus-
ti (1964 y 1975) sob re econom etría y d esarrollo turístico español; de
Arespacochaga (1965, 1966 y 1967), Figuerola Palom o (1978, 1984, 1985-
1986), sob re políticas turísticas y ordenación d e l territorio; d e Fernán
dez Fuster, sobre la organización turística d el territorio y sob re m erca
dotecnia turística; d e Castelló Más (1986) y G aviria (1974) sob re im pac
tos espaciales y fenóm enos d e colonización, respectivam ente; de Canto
Fresno (1983), O rtega V alcárcel (1975) y Miranda M ontero (1985), sob re
la segunda residencia; d e l Grup d'Estudis d e L ’Alt Pirineu (1979), d e la
tesis doctoral d e Lóp ez Palom eque (1982), sob re e l turismo d e montaña;
d e Luis (1987 y 1988) y Sánchez (1985), sobre la evolu ción de la g e o g r a
fía del ocio y aspectos m etodológicos para el estudio d e una g eo g ra fía
turística d e l litoral, respectivam ente. Pero, tal cual hemos advertido,
parte d e la producción bib liográfica d e b e en tenderse adscrita a un
marco d e análisis region al concreto. Destacan, entre otros, los trabajos
del g e ó g ra fo francés Fourneau (1983, 1984 y 1985) d e A riza Rubio
(1984), García M anrique (1985-1986), la tesis doctoral d e Marchena G ó
mez (1987), Valenzuela Rubio (1985) o Zoido Naranjo (1979), sob re el
turismo en Andalucía; d e Barceló Pons (1966, 1986 y 1987), Picornell
Bauzá (1986) y Salva Tomás (1983 y 1985) sob re el turismo balear; la
tesis doctoral d e V era R ebollo (1987) sobre el litoral alicantino; o d el
mismo Valenzuela Rubio (1976, 1977 y 1986) so b re la Sierra d e LÍadrid.
Trazar las lindes entre los intentos sinceros d e generalización — que
los hay— y la vocación co ro lóg ica latente todavía en muchos d e ellos no
es tarea en absoluto simple: la m ayoría d e los g e ó g ra fo s cuenta en sus
curricula con trabajos d e uno y otro signo, y, salvo excepcion es, se
advierte una tendencia crecien te a transcender el m arco espacial sin
gular e irrep etib le, en busca d e más satisfactorias explicaciones cientí
25
ficas. En todo caso, el lector tiene una cita inexcusable con Luis, cuya
A p roxim a ción histórica al estudio de la geografía d el o cio incorpora un
exam en exhaustivo d e toda la producción bib liográfica española hasta
1988.
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cioso y especializado rep erto rio bibliográfico: la Docum entation Tou-
ristique. B ib liogra p h ie Analytique Internationale, que, en formato d e
fichas catalogables, dotadas d e una b r e v e reseña, r e c o g e inform ación
de las revistas científicas más reputadas.
El catálogo h em erográfico mundial no cuenta tam poco con una sola
publicación de carácter estrictamente g eog rá fico ; sin em bargo, sus
páginas dan cuenta periódicam ente de los avances y debates m etodoló
gico-conceptuales d e la g eo g ra fía d el recreo. Adem ás de las ya m en
cionadas, d eb en destacarse: Annals o f Tourism Research. A Social
Sciences Journal (Elmsford: Pergam on Press); Journal o f Leisu re Re
search (A lexandría); Leisure Studies, the Journal o f the Leisure Studies
Association (London: E & F. N. Spond Ltd.); Tourism, M anagem ent,
Research, Policies, Planning (G uilford); Recreation Research R eview
(W aterloo); Leisure Sciences, An In terd isciplina ry Journal (N e w York:
Grane, Russak & Gompany Inc.); Caribean Tourism Research and D e v e -
lopm ent C en tre: Journal o f Travel Research (todas ellas en lengua in
glesa). Publicaciones bilingües son: L o is ir et Société, Society and Leisu
re (Sillery: Presses Universitarios du Q u eb ec) y la helvética bilingü e
Revue du Tourism e. Zeitschrift fu e r F rem d en verk eh rs: en lengua ale
mana, Studienkreis für Tourismus: y finalmente la revista polaca P ro -
blem y Turystyki-Problem s o f Tourism (W arszawa: Instytut Turystyki).
27
espaciales nos habría perm itido colum brar algunas generalizaciones a
propósito de la interacción entre e l hom bre — en tanto que turista— y el
m edio. Pero, con toda seguridad, no habríamos lo g ra d o sobrepasar el
campo todavía id iográfico de la inducción premiosa, más atentos a la
descripción que a la explicación teórica. El lector ha d e conocer tam
bién los intentos de sistematización teórica ensayados d esd e las «n u e
va s» geografías.
Los últimos ep íg ra fes quieren, pues, mostrar el estado en que se
encuentra el debate epistem ológico presente, en el camino hacia una
geogra fía teórica d e l espacio turístico. Nuestras páginas finales harán
un exam en crítico d e las realizaciones neopositivistas, comportamenta
les y radicales más representativas. Hablarem os d e la aplicación que,
d e l m odelo d e Davies, hace Biagini (1986) para el establecim iento d e
una jerarqu ía funcional d e los asentamientos turísticos; d el uso d e m o
delos gravitatorios o d e la teoría de grafos (Lesceux, 1977) para estu
diar la demanda teórica y las tendencias d e su comportamiento, res
pectivam ente. Dentro todavía d el neopositivism o, y retom ando la apli
cación que d el m odelo de Von Thünen hiciera el japonés Y okeno
(1968), el g e ó g ra fo francés M iossec (1976) nos ofrece un m odelo de
espacio turístico que incorpora también la dimensión d e las p e rc e p c io
nes. D esde la crítica radical, d esd e el conflicto social com o soporte
conceptual — ahora— d e la producción d el espacio turístico, Chadefaud
(1987) nos ha leg a d o en la que es su tesis doctoral póstuma una teoría
que en cierto momento rem ite a la dimensión cognitiva para explicar
los procesos de alienación, mitificación — creación d e mitos— y emula
ción respecto d el comportam iento d e la clase dirigen te, que están en
la base de la transformación d e l espacio por las actividades turísticas.
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2________
Turismo Y movilidad
espacial
29
«jó v e n e s » todavía que el turismo d e masas d e nuestros días. La aplica
ción d e los índices y tasas más frecuentem ente usados en la literatura
turística tropieza así con lagunas documentales cuya «colm atación» ex i
g e la adopción de procedim ientos indirectos d e m edición. Esta es la
razón por la que el estudio d e las fuentes ha abandonado el ep ígra fe
m etodológico-conceptual, como es la costumbre, para ser tratado junto
con los problem as de cuantificación.
30
países «turísticos»— tienden a sim plificar este tipo d e controles, en
beneficio d e una más fluida recepción; lo que, sensu contrarío, no hace
sino com prom eter la fiabilidad d e las estadísticas d e llegadas.
Estas dificultades no obstante, la OM T publica periódicam en te va
rios rep ertorios estadísticos que todo alumno que se inicia en estas
derrotas científicas d e b e conocer. El más com pleto es, sin duda, el
Anuario de Estadísticas d el Turismo: a través d e dos copiosos volú m e
nes, va dando cuenta d e los a grega d o s mundiales, regionales y nacio
nales, d e las principales series estadísticas d e l turismo nacional e inter
nacional (llegadas a las fronteras, llegadas y pernoctaciones p o r tipo d e
alojamiento, m odos d e transporte, m otivos d e la visita, capacidad de
alojamiento, ingresos y gastos turísticos; e igualmente, salidas d e los
residentes d e los principales países em isores en viaje al extranjero,
desglosadas según país y región d e destino). Sin em bargo, los esfu er
zos realizados se tornan baldíos p o r las lagunas existentes en algunos
países, poco respetuosos con las normas d e hom ologación d e la infor
mación. Publicado en inglés, francés y español — com o en el caso
anterior— , el C om pend io de Estadísticas de Turism o es un resumen
anual en formato d e bolsillo d e las estadísticas básicas sob re turismo:
en la prim era parte se incluye una ficha separada para cada uno d e los
160 países y territorios com prendidos en cada edición, en la que figu
ran los indicadores estadísticos más importantes y más frecuentem ente
consultados en materia de turismo; la segunda parte contiene un análi
sis d e la evolu ción d e los m ovim ientos y d e los p agos d el turismo
internacional, a escalas mundial y regional, tomando com o base las
series históricas d esd e 1950 en adelante. Perfiles turísticos p o r países,
la última d e las publicaciones propiam ente estadísticas d e la O M T — pu
blicaciones d e índole m etodológica e inform es varios vienen a com ple-
lar su ingente labor editorial— , contiene elem entos d e información
comparativos sob re los países adscritos a su re d estadística: principa
les centros turísticos, últimas tendencias registradas en los viajes,
acuerdos bilaterales y multilaterales, legislación relativa a las vacacio
nes pagadas, presupuestos d e prom oción d e la oferta turística, junto a
una serie d e indicadores dem ográficos y económ icos d e cada país.
Para un estudio d e g eo g ra fía general, com o e l presente, bastaría la
nómina d e fuentes estadísticas que acaba d e ser mencionada; sin em
bargo, aun cuando no se trata de ningún m arco regional concreto — ni
siquiera e l nuestro— , no está d e más que, d e forma sumaria, hagamos
referencia a las principales fuentes nacionales para e l estudio d e la
g eog ra fía d e l turismo. La Secretaría G en eral d e Turismo (D irección
G eneral d e Política Turística) ofre ce datos relativos al número d e visi
tantes entrados en España, p o r nacionalidades en cada una d e las
provincias; núm ero d e pernoctaciones, p o r nacionalidades y provin-
31
entre el total de habitantes así hallado y la población perm anente — da
to conocido d esd e e l principio— nos da el número total d e turistas.
N o pocas ob jecion es pueden hacerse, así, a los indicadores utiliza
dos. El agua se reputa para tal fin muy poco reveladora, en la m edida
que, al m argen d e la población visitante, v e increm entado considera
blem ente su consumo durante el verano. El pan y la harina, que en
principio parecen más fiables, no están tampoco exentos d e reproches:
al distinto nivel d e consumo d e la población perm anente y la población
turística se une el hecho de que, considerado en muchas ocasiones
— por el turista en el m edio rural sob re todo— un producto artesano, es
consumido muy p o r encima de las necesidades habituales y, en muchos
casos, com prado com o sou ven ir p o r excursionistas que, haciendo el
viaje en el dia, escapan al criterio definitorio d el via je turístico. N o sale
m ejor parado el consumo d e carne (Sarramea, 1981): en las sociedades
rurales de montaña, una buena parte d el consumo cárnico invernal está
asegurada por elaboraciones relacionadas con la matanza del cerdo,
por lo que la tasa d e consumo fuera d e la estación está infravalorada,
sobreestim ando en cam bio el volum en de turistas en los meses-punta.
El tabaco, los sellos o la gasolina comparten, finalmente, análogas d e fi
ciencias.
La búsqueda d e indicadores a salvo d e estas limitaciones ha m ovido
a algunos investigadores a utilizar las variaciones en la producción d e
basuras como fuente para detectar la carga turística. Con toda segu ri
dad es el menos malo de todos, a condición de que su utilización no
d esoiga las recom endaciones de prudencia hechas para todos los d e
más indicadores indirectos. Algunos autores han p referid o, no obstan
te, otras fuentes de información complementarias: es e l caso d e Richez
(1978), que se sirve de aerofotogram as oblicuos, d esd e los que pu ed e
ser realizado el cómputo del número d e vehículos automóviles, p ro c e
diendo m etodológicam ente como en los casos anteriores; para disponi
bilidades financieras más modestas, Chadefaud (1971, págs, 10, 11 y 12)
p rop on e el aforo d e l número de autom óviles que pasan por un d e te r
minado punto en dirección a un foco receptor, con la consignación de
la matricula d e los mismos, lo que d e b e perm itir — com o verem os en el
siguiente ep íg ra fe— la estimación d e l o rigen de la población turística
o, dicho en otros términos, la delim itación d el área d e influencia de un
foco receptor. En ambos casos, tam poco menudean los inconvenientes:
el cómputo de Richez d e b e acom pañarse d e un coeficiente multiplica
d or para que el número d e vehículos pueda dar una cifra aproxim ada
d el total d e la carga turística; más resueltamente partidario d e las
estimaciones relativas, los recuentos automovilísticos d e Chadefaud no
perm iten evaluar la población turística absoluta, sino la ratio d e p r o c e
dencia de las provincias emisoras, lo que no es poco interesante a la
34
haiu de delim itar el cam po gravitatorio d e un foco turístico. En cual
quier caso — y volvem os a las reticencias con que com enzó este e p íg ra
fe , el principal inconveniente d e estas fuentes indirectas, que sin
em bargo no d eb en dejar d e usarse con la necesaria prudencia ya
«ludida, no es otro que su incapacidad d e aislar esa recip roca corrien te
miilgratoria que sin duda se desarrolla en e l seno d e la inm igración
luilstica mayoritaria.
35
respecto d e su población (al relacionar la ratio ¡em isión d e un país con
la ratio mundial):
N e jN w
IRETP =
PejPw
donde:
T
ISFT = -
O
donde:
36
disponibles para los turistas en una localidad y la población perm anen-
lo d e esa misma localidad, según la fórmula:
L X 100
TFT = ---- ------
37
perm anente y los visitantes estacionales, y, en definitiva, d e sus recí
procas interacciones. Pero, además, vien e a com pletar y matizar el
Indice espacial de frecuentación turística, anteriormente mencionado,
dando una m edida mucho más ex p resiva d e l peso espacial d e la fun
ción turística d e un determ inado lugar: no se trata ahora d e relacionar
el número de turistas y el territorio, sino la relación en el espacio entre
los autóctonos y los inm igrados (Defert, 1967, pág. 25). La nueva tasa se
formula así:
^ „ Í L X 100 1
donde:
TFR = ^
RP
donde:
38
Esta tasa p u ed e com pletarse con la de densidad d e residencias
Mocundarias (densidad = núm ero d e residencias secundarias/100 Km^),
y ambas dos pu eden además dar cuenta de las variaciones tem porales
experim entadas p o r un espacio turístico entre dos fechas dadas.
donde:
donde:
A, = --
^ Cm
Pt = N ^ -
39
2.1 .2 .7 . D e lim ita c ió n d e l á r e a d e in flu e n c ia tu ris tic a
Ne
E = — X lO''
Nt
donde:
40
MILLONES DE TURISTAS
50 61 63 65 67 69 71 73 75 77 79 81 83 85 1
AÑO
50 60 61 63 65 67 69 71 73 75 77 79 81 83 85
86
AÑO
41
inflación d e los costes d e los servicios turísticos): 129.000 millones d e
dólares en 1986 (Fig. 2.2), que, sumados a los producidos por el cada
v e z más caudaloso turismo interior, habrían supuesto unos ingresos
totales de más d e 500.000 millones d e dólares (Lozato-Giotart, 1985,
pág. 7).
Por otra parte, com o refleja el gráfico correspondiente (Fig. 2.3), en
esta última década el turismo acaba destacándose d e entre las activida
des relacionadas con el sector exterior, aventajando en dinamismo al
resto de las exportaciones. Superado el espasmo económ ico que estre
m eció a las econom ías occidentales en el pasado decenio, la recu p era
ción ha alentado un crecim iento que p a rece ser p o r ahora irreversib le:
1987 registra 355 millones d e turistas internacionales, lo que supone un
crecim iento de 5 puntos respecto al año anterior, y 150.000 m illones d e
dólares, que representan 21 puntos más que el índice d el año 1986 (Fig.
2.4; OMT, 1987).
P ero el turismo es todavía una actividad prácticam ente privativa d e
los países de econom ía desahogada, d e l llamado mundo de la opulen
cia. Si — como ya advertiam os anteriorm ente— el ocio no es la supre
sión d e l trabajo, sino su consecuencia, el viaje turístico no pu ede enten
derse sin el increm ento de la capacidad de consumo estimulado p o r el
crecim iento de las rentas en los países industrializados; el subconsumo
del T e rc e r Mundo no pu ede atender todavía estos pingües dispendios.
En efecto, Europa y A m érica totalizan en 1986 más d e la tercera
parte de las llegadas turísticas (Europa, más d e las dos terceras partes
y A m érica — sob re todo d eb id o al peso de Estados Unidos— casi una
quinta parte); a mucha distancia se sitúan Asia Oriental y Pacífico — casi
e l 10 por 100— , y ya en último lugar, y con una capacidad d e recepción
muy inferior, Africa, Asia M eridional y Oriente M edio, que en ningún
caso alcanzan el 3 por 100 d e las llegadas d el turismo internacional
(Fig. 2.5).
La distribución espacial de los ingresos gen erad os por e l turismo
internacional en 1986 (Fig. 2.6), rep ro d u ce exactamente cuanto hemos
afirmado a propósito d e las llegadas; más d el 50 por 100 d e los in g re
sos van a parar a las econom ías d e los países ricos, a los que hay que
añadir las «capturas» cobradas en los países menos desarrollados por
los touroperators, las multinacionales asentadas en los acaudalados fo
cos emisores. Por otra parte, los países desarrollados son además los
principales protagonistas d el turismo nacional, o cuando menos los
territorios en que e l rec re o turístico interior p u ed e calificarse d e un
auténtico fenóm eno de masas, que alcanza en muchos d e ellos a más d e
la mitad d e la población.
Las tendencias recientes observadas en el año 1987 — según la
O M T— no parecen c o rre g ir cuanto ha sido escrito para 1986: sobre el
42
AÑO
160
Indice Ingresos
F982 = 100
160
140
130
120
110
100
90 — I— — I— —I— —I— — I
1981 1982 1983 1984 1985 1988 1987 1988
Año
43
8.76}
A S IA OR IEN TAL Y PACIFICO
2 , 7 4 % AFR IC A
0 , 8 0 % A S IA M E R IO IO N A L
, 1 0 % O RIEN TE M EDIO
1 1 .1 9 %
A S IA O R IE N T A L Y PACIFICO
, 3 8 % A F R IC A
1 , 3 9 % A S IA M E R ID IO N A L
1 2 % OR IEN TE M E D IO
44
iirocimiento casi gen eralizad o en casi todos los continentes, se aprecian
Viinaciones mínimas respecto d e su peso relativo en e l turismo mun
dial; se advierte un lig e r o increm ento en África, Am érica, Asia Oriental
y Pacífico y Asia M eridional, y un m enor crecim iento relativo — que no
decrecim iento— en Europa y Oriente M edio. Tanto en llegadas com o
»'ii ingresos, Asia Oriental y Pacífico experim entan los m ayores cre ci
mientos relativos; Estados Unidos, devaluada su m oneda en relación a
los años preced entes, e je rc e un indudable m ayor atractivo para los
locos em isores eu ropeos y japoneses; pequ eñ os increm entos se ad
vierten finalmente en A m érica Latina y e l Caribe. En un clima d e relati-
v.i estabilidad en e l em p leo y los precios, los países industrializados
conocen increm entos continuos aunque m oderados en su turismo
interior.
Pero veam os ahora la configuración d e las grandes áreas turísticas
mundiales, así com o e l entramado d e flujos que vertebran las rela cio
nes interregionales suscitadas por la búsqueda d e la alteridad espacial
(jue p re c e d e a todo acontecimiento turístico.
45
Figura 2.7. Mapa de los principales focos turísticos en el mundo a comienzos
de los años 80 (según Lozato).
ahora una parte de esa corriente turistica que durante décadas frecuen
tara con no poca fid elid ad las playas d e l sur d e Europa.
La explicación, d e acuerdo con el m odelo diacrónico propuesto p o r
Chadefaud (Cf. último capítulo), sería relativam ente sencilla; asistimos a
la fase d e obsolescencia d e un producto turístico, consumido ahora por
las clases m edias y medias-bajas, mientras las más acom odadas co
mienzan a gestar un nuevo producto apoyado ahora so b re un tropismo
exótico, sobre un en trevero d e escenografías tropicales y circuitos
urbano-culturales; toda una nueva m oda que gravita tanto sobre la
mundialización del viaje turístico, cuanto sobre el d eseo d e distinción y
elitísm o d e las nuevas clases socioprofesionales surgidas en la era
postindustrial y para las que el d eterio ro y la masificación d e los litora
les m eridionales eu ropeos no son sino una excelen te y oportuna coarta
da.
El cuadro y la figura referid os en e l párrafo anterior denuncian una
serie d e cambios cuyo ejem p lo más llamativo es el acceso de China y
Hungría al grupo de los prim eros focos d e l turismo internacional (con
más d e diez millones d e llegadas). A l gru p o de grandes focos, con más
d e cinco m illones d e turistas, se incorporan asimismo otros países d el
este d e Europa, la rgo tiem po reticentes a un re c re o turístico que en la
etapa comunista era visto com o una p erversión más d e l sistema capita-
46
LLEG AD AS (en millones de turistas)
0,2 y menos 0,2 0,5 0,5-1 1-2 2-5 5-10 10-20 20-50
• o
O 0 0 O O O
IN G R E S D S (en dólares/turista)
47
El mapa d e Lozato-Giotart revela b a p o r otra parte unas tendencias
que nuestra más reciente cartografía no hace sino confirmar: saturadas
las periferias próxim as a los países em isores — lo que es muy claro en
el caso d e la Europa m editerránea, respecto del centro y oeste del
Continente— , las p eriferias interm edias comienzan a ser apreciadas
com o destino turístico de prim era categoría. Así, mientras M éjico se
consolida sobre su condición de p eriferia interm edia d e l foco em isor
estadounidense — que, p o r su magnitud, tiene en sus p rop ios litorales
una periferia d e proxim idad— , M arruecos y Túnez representan un
g rad o más d e alterotropía espacial para los focos em isores europeos.
La concentración d e l n ego cio turístico en las grandes em presas multi
nacionales explica además el crecien te atractivo d e lejanas periferias
com o Japón o Sudamérica, que se configuran com o focos secundarios
en plena expansión.
Si a la magnitud d e la frecuentación incorporam os e l volumen d e
ingresos por turista, podem os evaluar con mucha más claridad el alcan
ce de las mutaciones cualitativas anteriormente observadas. Si las p e r i
ferias próxim as absorben el segm ento más m odesto d e l m ercado turís
tico mundial (ingresos por turista inferiores a 500 $), los destinos inter
m edios y lejanos atraen a las clases más acomodadas, rebotadas en
muchos casos d e las periferias próxim as y cuyos dispendios superan
los 500 $ p o r turista; d e suerte que tanto Japón, el Sureste asiático,
Oceanía, el Caribe, los focos ocasionales africanos (Sudáfrica, Kenia) y
O riente M edio y e l norte de Europa, compensan con sus eleva d os
ingresos el carácter minoritario d e los flujos.
Finalmente, la recesión d el turismo internacional registrada en
nuestro país en el último bienio e incluso el éxito d e l Cantábrico como
alternativa al M editerráneo — en el caso d e las m igraciones turísticas
interiores— parecen abonar la hipótesis manejada anteriorm ente d e la
obsolescencia d el m odelo heliotalasotrópico y de su sustitución por un
— no tan em brionario ya— producto nuevo, basado en la búsqueda de
«p ara ísos» tropicales; de un exotism o urbano-cultural com o contrapun
to a la masificación d e los litorales tradicionales, finalmente d eg ra d a
dos, Un turismo que, más acom odado, q u iere ev o ca r mucho menos el
estilo m esocrático d e l M editerráneo tarraconense o malagueño, que el
tono balneoterápico y distinguido d e aquella corriente decim onónica
que tanto relum brón diera a los apacibles inviernos de la Costa Azul,
Sólo que en verano; al menos, p o r el momento.
48
quinta parte al este y apenas e l 10 por 100 a la Europa septentrional. En
si caso americano, la actividad turística se concentraba todavía más;
noreste d e Estados Unidos y Canadá, California y en m enor m edida
Florida y e l C arib e (Figs. 2.7 y 2.9). En 1987, la corriente eu ropea
experim enta un lig e ro retroceso en e l caso d e l turismo m eridional, d el
(jiie se benefician los países d e l Este (a los que todos los analistas
rtiiguran un futuro turístico en expansión), así com o los d e l centro y
norte d el Continente, destino ahora atractivo para las minorías d e alto
poder adquisitivo rechazadas p o r la masificación m editerránea (cuadro
I y Figs. 2.8 y 2.10). En el caso americano, a los focos californiano y
nororiental d e Estados Unidos vien e a sumarse Canadá, que en 1987
tocibe más d e quince m illones d e llegadas; e l C aribe, que, considera-
lio como un conjunto regional, constituye uno d e los grandes focos d e l
turismo mundial; y M éjico, que ha reforzado su condición d e p eriferia
próxima para el turismo d el norte, al tiem po que v e aumentar p o r
momentos sus atractivos urbano-culturales para las grandes reg ion es
lirnisoras d e l mundo (Europa y Japón).
La Europa m editerránea ha conocido una d e las m ayores concentra
ciones turísticas mundiales, cuyo o rig en no es otro q u e la heliotalasote-
líipia (Fig. 2.10). D e aquel turismo aristocrático que d esd e m ediados
del XVIII y XIX buscaba los tibios inviernos d el sur d e Europa — que,
zapatos bicolores sobre la arena, tules, som brilla en mano, etc., parecía
jugar al «e s c o n d ite » con el sol, refractaria a los bron ceados e p id é rm i
cos que delataban a la población autóctona— hem os pasado a un turis
mo que, p re via inversión d e l sistema d e valores, hace acopio d e sol y
mar durante — la otra gran n oved ad— la estación estival. Los gran d es
focos, la Costa Azul, La R iviera ligur, los lid i adriáticos, la Costa Brava-
Costa Dorada, Baleares o la Costa d el Sol, a cogen cada uno entre 10 y
15 m illones d e turistas nacionales y extranjeros p o r año, constituyendo
verdaderas region es cuya especialización funcional presenta una
hipertrofiada vocación turística. Esta corriente, d e m otivaciones «b a l
nearias» — en la acepción francesa— , propiciada p o r la com plem enta-
riedad climática respecto d e los húmedos focos em isores d e Europa
central y septentrional, apenas abandona la línea d e costa: una encues
ta, según Lozato-Giotart (1985, pág. 123), revela b a que sólo e l 2 p o r 100
del turismo heliotrópico en viaje p o r la Costa Azul se detiene a visitar
los museos o las curiosidades urbanas d el inm ediato traspaís. Adem ás
d e estos focos litorales, p e ro no a su socaire, se desarrolla también un
importante turismo urbano: Roma-El Vaticano, Venecia, Florencia, San
tiago, Granada, Córdoba, Sevilla, M adrid (con su cortejo de Toledo, La
Granja, Córdoba, Ávila, Salamanca, S egovia), Atenas, Lisboa, etc., cu
yas m otivaciones no son otras que el atractivo d e su riquísim o patrim o
nio histórico-artístico; un turismo, en definitiva, que, precisam ente a
49
causa de su distinta intencionalidad, tiene lugar a lo la rg o de práctica
mente todo el año.
La Europa atlántica y, en m enor m edida, la septentrional constituyen
un potente foco atractivo, si bien más disperso. La costa d e Bretaña y el
Canal d e la Mancha (D eauville o Brighton) han visto cómo, en la p rox i
m idad a las grandes concentraciones dem ográficas d e las cuencas d e
París y Londres, iba tomando cuerpo d esd e el siglo XIX una actividad
turística de proxim idad para aquellas personas que mantienen la tradi
ción d e la balneoterapia litoral entendida más com o un tibio gimnasio
que como una cámara de rayos U V A al aire libre, Junto a éste, un
turismo urbano a la cabeza de la frecuentación mundial; París — cuyo
índice espacial d e frecuentación turística es nada menos que 100.000
turistas/año/Km^— y Londres son ve rd a d era s region es turísticas con su
cortejo de ciudades-museo (Versalles, Chartres, Oxford, Cam bridge,
etc.). Menos prop icio a la m oda helioíalasotrópica im perante en nues
tros días, el norte d e Europa, precisam ente una d e las áreas p r o v e e d o
ras de turistas, no suscita el interés recíp roco de los eu ropeos d el sur,
que en todo caso buscan en el norte la satisfacción d e un ocio d e cariz
urbano-cultural (Estockolmo, Copenhague, Upsala, e l Cabo N orte o los
fjords); en todo caso, la obsolescencia d e la m oda heliotalasotrópica lo
convierten en un foco elitista, d e atractivos crecientes, y d esd e lu ego
en expansión.
P ero en e l corazón d e la Europa aquende el telón de acero se ha
desarrollado en las últimas décadas una densa región turística a ex p en
sas de la n ieve — el «o r o blan co»— y los deportes d e invierno, como
expresión del aumento y multiplicación d e los p eríod os vacacionales
en los países ricos d el vie jo continente; los A lpes, d esd e Francia hasta
el Tirol, a través d e Suiza, Alem ania y las Dolomitas italianas — desd e
C ren ob le-A lb ertville (C ou rchevel, V al d'Isére, Tignes, Les Menuires,
La Plagne, etc...) a Insbruck, pasando p o r Montana, Saint Moritz, Car-
misch-Parttenkirchen o Cortina d ’A m p ezzo— , constituyen e l más im
portante espacio turístico montano d el mundo (30 millones de turistas
en 1982). Así, d e un turismo d e élite que contempla el grandioso esp ec
táculo de la orografía alpina, que practica minoritariamente el alpinis
mo, el excursionismo y el esquí d e travesía en Chamonix o Aix-les-
Bains, hemos pasado a un turismo, no d esd e lu ego «d em ocrá tico», p ero
sí masificado; y, salvo en el Tirol — donde, desd e hace ya años se ha
practicado una política conservacionista, que ha optado menos por la
proliferación d e la segunda residencia que por la estancia en el m edio
rural, la casa de huéspedes y la pequ eñ a hostelería (Herbin, 1980)— , el
turismo de invierno ha resultado ser un ávido colonizador d el espacio,
En todo caso, el gigantesco capital natural representado p o r la belleza
d e sus paisajes, la buena im agen prop aga d a por las multinacionales d el
50
(») Europa del Norte
2 3 5 5 2 (1 0 ,3 % ) Europa Oriental
Europa Occidental
3 9 9 4 6 (1 7 ,3 % )
8 5 8 5 4 (3 7 ,4 % )
(b)
1 3 ,1 9 % H Caribe
Sudamérica
^ Centroamérlca
Norteamérica
(5.994)
Figura 2.9. Llegadas del turismo internacional, 1986. (a) Europa: (b) América.
51
sector, los excelentes equipamientos, la estratégica situación de p ro x i
midad, las facilidades d e acceso a los focos em isores, junto con el
crecim iento de la renta y el aumento y diversificación estacional d el
tiem po libre, son la clave d e l éxito alcanzado p o r estos «yacim ientos»
turísticos — para hacer uso d e la vo z tan cara a D efert— (Lozato-Giotart,
1985, pág, 32).
La gran n oved ad d e la última década, y particularmente d e los
últimos dos años, está siendo el paso de la Europa d e l este, desd e la
condición d e foco secundario en la clasificación d e Lozato-Giotart, al
gru po de los focos m ayores d el turismo mundial (cuadro 1 y Fig. 2.13).
Si durante décadas estas autocracias populares vieron en el turismo
una p erversa exaltación d el ocio y el consumismo, en los últimos años
han acabado p o r admitir que aquél podía ser quizá la última esperanza
d e capitalización para unas econom ías esclerotizadas p o r la burocracia
y el sesgo de los sectores productivos básicos. Ya en 1987, Hungría
rec ib e una frecuentación superior a los diez millones de turistas, y
Yugoslavia, Bulgaria, Checoslovaquia, la Unión Soviética y Rumania
cuentan con más de cinco m illones d e llegadas, si bien es lo cierto que
la captura d e dólares a cualquier p re cio en el m ercado negro, así com o
el abismo respecto d el n ivel d e vida, explican que los ingresos por
turista sean todavía de los más bajos d e l turismo mundial.
Hasta ahora el turismo no alcanzaba en la Europa d el este sino a un
exigu o porcentaje d e su clase trabajadora, que satisfacía sus necesida
des d e sol y playa en los litorales búlgaros, rumanos y soviéticos del
Mar N egro, y en mucha m enor m edida d e l Báltico; todos ellos, surgidos
en buena m edida antes d el triunfo de la revolución socialista. Existe,
p o r lo demás e igual que en occidente, un turismo urbano-cultural
atraído por la b elleza y el patrimonio histórico-artistico de muchas de
sus ciudades; lo que lle g ó a conocerse habitualmente en la je rg a turisti
ca como «la p eregrin ación roja»; Moscú y Leningrado, p e ro también
Varsovia, Gracovia, Budapest, Praga, etc. Un caso muy especial lo
constituía Yugoslavia, que bien relacionada con e l este y el oeste era
mucho menos un foco que una «encru cijada», una vía de paso del
turismo internacional: más de cinco m illones de extranjeros, casi todos
occidentales, han atravesado el país camino d e Grecia, con más de
veinticinco m illones de pernoctaciones (Laurenti; en Lozato-Giotart,
1985, pág. 33). En general, los d e la Europa oriental han sido hasta
ahora focos turísticos d e mucha m enor intensidad que los occidentales:
toda la URSS rec ib e hoy, según la OMT, apenas cinco millones de
turistas/año, y Dubrovnik, con ser una celeb rada estación, no alcanza
d esd e lu ego ni la intensidad ni la vitola d e Niza.
A l otro lado d el Atlántico, una parte muy destacada d e la actividad
turística tiene marchamo norteam ericano; pero, a escasa distancia, me-
52
FUENTE; O.M.T. Elaboración p io p ia .
53
rapéuticas o «b aln earia s» al m odo europeo, situadas entre Portland y
N orfolk en Virginia, justamente en la proxim idad a las grandes concen
traciones urbanas (d e Boston a Philadelphia y los Grandes Lagos) que
constituyen los principales focos em isores; a m edida que intentamos
ganar el m ediodía, marismas repulsivas y dunas se convierten en factor
de rarefacción turística, d e suerte que en la misma Florida las concen
traciones turísticas, d e indisimulada artificiosidad — esa pasión, tan
americana, por lo apócrifo— , parecen dar la espalda a un mar no muy
atractivo. D esde Santa Mónica hasta San Diego-Tijuana (en la frontera
con M éjico), el clima m editerráneo d e que disfruta el litoral california-
no, junto a la existencia d e las concentraciones dem ográficas d e Los
A n g eles y San Francisco, justifican el atractivo crecien te d e este foco
que recib e en torno a los diez m illones de turistas anuales, algunos de
ellos ejecutivos d e las grandes em presas con sed e en el industrioso
noreste, a las que envian sus órden es y directrices m ediante cómodas
terminales informáticas instaladas en sus lujosas residencias (cada ve z
más prim arias que secundarias) califomiañas.
Tam poco falta en el nuevo continente el turismo urbano-cultural
— N ueva York, Washington, Q uebec, N ueva Orleans, etc.— , p e ro éste
tiene una significación prácticam ente irrelevan te si se lo compara con
su hom ólogo eu ropeo: con una historia muy reciente, ayunas de cate
drales románicas, góticas, d e iglesias renacentistas y barrocas, las ciu
dades norteamericanas no poseen en g en era l un patrim onio histórico-
artistico deslumbrante; más allá d e la em oción que suscita la contem
plación de los cé leb re s rascacielos o los puentes y viaductos, el turista
p re fie re hacer el p e rip lo d e los varios paisajes naturales muy notables
con que cuenta el continente septentrional: Buffalo y las cataratas del
Niágara, el Gran Gañón — en A rizona omiten la referen cia al Golora-
do— , o e l parqu e de Yellow stone. Un caso muy especial lo constituye
Las V ega s — La M eca mundial d e los ju e go s de azar— , todo un p olo
turístico en el sur sem idesértico d e Nevada.
En definitiva, p ese a la eleva d a renta p e r capita y al importante
contingente poblacional (doscientos cincuenta m illones d e habitantes),
la inmensidad d e este territorio y la separación marítima respecto del
otro gran foco — Europa— explican la d éb il densidad d e los focos
turísticos norteamericanos; la existencia d e vastos espacios hoy por hoy
refractarios.al ecu m en e turístico — Alaska, el gran N orte canadiense, la
gran Llanura central estadounidense, los desiertos interiores, etc.— , la
d e la concentración además sobre los litorales noratlántico y california-
no.
M éjico, cuya frecuentación supera los cinco m illones de llegadas,
constituye un com plem ento exótico fácilm ente accesible en coche o
tren d esd e Estados Unidos. La costa pacífica — la atlántica, abundante
54
•n lagunas, saladares y marismas, es mucho m enos atractiva— ha visto
nmdrar, en algunos casos antes ya d e la Segunda G uerra Mundial, toda
liiwi serie d e estaciones litorales cuajadas d e espectaculares com plejos
hoteleros y una residencia secundaria en v e rd a d e ra proliferación: Aca-
|iiilco, Manzanillo, Mazatlán, Ensenada y Tijuana en la Baja California,
i'ot o, junto a esta corriente de m otivaciones heliotalasotrópicas al m odo
nuropeo, e l crecim iento d e la frecuentación m ejicana se d e b e también
« otra m oda — esta v e z de cariz urbano cultural— que ha incluido en los
paquetes turísticos el impar patrimonio histérico-cultural azteca.
Las islas d e l C aribe por su parte constituyen d esd e hace relativa
mente p o co tiem po uno d e los mitos exóticos — un tanto kitsch— en esa
búsqueda d e l dépaysement, d e la ruptura d e las coordenadas espacio-
culturales, d e la rutina; una suerte d e réplica vicaria d e la Sybaris
clásica al gusto cutre d el siglo: m ujeres voluptuosas tras vestiduras
leves — casi estrictas— , hamacas para degustar el daikiri, palmas y
cocoteros, servidu m bre d e color, aguas cálidas con p eces fosforescen
tes y una vida presentada para un enajenante d o lce fare niente, son
parte d e la escenografía y la cosmética con que la publicidad v e n d e el
espacio turístico que, entre otras, representan las islas d e Barbados,
Bermuda, Martinica, Guadalupe, Haiti, Bahamas, Jamaica, etc. T o d o ello
gracias tanto a los razonables costes d el paquete turístico ofrecid o p o r
los turoperadores, cuanto al d e cliv e d e las fórmulas heliotalasotrópicas
de proxim idad, saturadas en su frecuentación y degradadas en sus
,itractivos naturales.
55
e l éxito d el Sureste asiático (Thailandia, Indonesia, Singapur, Filipinas),
sob re unas bases no muy diferentes d e las que sustentan el éxito d el
Caribe, aunque con e l valor añadido d e la distancia y el dépaysem ent
radical. En ese mismo conjunto regional, en esa misma línea de tropis
mo, se incluyen los archipiélagos d el Pacífico (Polinesia, Melanesia y
Micronesia); todo un dédalo d e islas cuya consideración com o conjunto
nos vien e a conform ar un foco turístico mayor, la cla ve d e cuyo éxito
p u ed e identificarse fácilmente: culturas milenarias, sectas religiosas
esotéricas como contrapunto tem poral al consumismo desarrollista, im
presionante patrimonio artístico; p e ro también, inciertas casas de masa
jes, relativa tolerancia en el consumo d e sustancias opiáceas, una vida
m uelle de tintes no poco caribes, forman la im agen d e marca d e un
territorio que los turoperadores ven den p o r un p re cio no muy superior
al que costaría una semana p o r el circuito d e las ciudades italianas.
56
0 Abidjan, la mitificación exótica d e cuya balneoterapia tropical resulta
fuertemente atractiva en los m ercados d e la Europa desarrollada y
br umosa; más minoritario, e l turismo keniata se ha desarrollado sob re
lii base d e los safaris cin egéticos — o solamente fotográficos— de su no
poco exótica sabana.
En términos análogos p u ed e entenderse e l todavía secundario foco
do Asia m eridional (la India, Paquistán, Sri Lanka, M aldivas), cuyo desa-
1rollo no es sino expresión d e l ele va d o grad ien te d e alteridad espacial
mitre esa p eriferia y los países em isores eu ropeos, norteam ericanos y
japoneses, gradiente hábilmente explotado p o r las econom ías d e esca
la generadas en la concentración d el n e go cio turístico mundial.
Un foco no p o co distinto es el que representa Japón, una socied ad
productora no poco refractaria a la ociosidad. Aun así es un foco más
Fvnisor que receptor: la lejanía respecto d e los países ricos y la eleva d a
cotización d e su m oneda no han sido factores d e atracción para un
Ilirismo que se nutre sobre todo d e ejecutivos y hom bres d e n ego cios
europeos y norteamericanos. N o obstante, no d e b e olvidarse que Seúl,
Taipeh o Hong-Kong, así com o muchos otros lugares de la Tierra d eb en
no poco al turismo nipón.
De características sim ilares al anterior, el Oriente M edio d e antes
de la crisis d e este último verano tiene en los Emiratos Á ra b e s Unidos o
en Kuwait un turismo vinculado sobre todo a los n egocios que, a ju zgar
por la relación d e ingresos p o r turista, compensa con pingües b e n efi
cios su caudal minoritario.
57
Figura 2.11. Principales tipos de flujos emisores turísticos internacionales de
los años 80 (según Lozato).
58
fBcientemente, la falta d e innivación, p e ro también una fuerte atracción
nnlural y unos p recios mucho más competitivos, han p ro v o ca d o la apa-
Ilción d e flujos sur-norte d esd e España.
Los vu elos charter, la estabilidad económ ica y las m ejores condicio-
iius d el dólar explican e l hábito, progresivam en te extendido en Euro
pa, de atravesar el Atlántico a la búsqueda d e una vacación turística en
Ilutados Unidos, Canadá y Centroam érica; un flujo que tiene su re c ip ro
cidad d esd e Estados Unidos y Canadá hacia e l vie jo Continente. Los
flujos norteam ericanos son los siguientes;
a) Flujo nororieníal: d esd e las m ega lóp olis hacia la costa atlántica,
los Grandes Lagos y Q uébec; menos caudalosa es la corriente que
fluye hacia los trem edales d e Florida.
b ) Flujo suroeste: hacia e l litoral californiano, en una expansión
creciente a la que no son ajenos ni e l d e sp eg u e económ ico d e este
I Istado en los últimos años ni los indudables atractivos climáticos d e su
inediterraneidad cabe el Pacífico.
c) Flujo m eridional: hacia M éjico y e l Caribe, que com ienza a
desarrollarse muy recientem ente a la búsqueda d e una alterotropía
inás radical que las periferias d e proxim idad propias d e las décadas
pasadas.
59
drena un flujo m enor constituido por europeos y norteam ericanos en
viaje d e n egocios sob re todo; com o tampoco es mucho m ayor el flujo
absorbido p o r las estaciones surorientales australianas. Más recientes
son las corrientes que desem bocan en China, la India y los países
árabes d e Oriente M edio.
c) Flujos africanos: si bien toda África no alcanza el nivel d e fre
cuentación d e la sola Costa d el Sol, en los últimos años la búsqueda de
una alteridad exótico-tropical comienza a inaugurar pequeños flujos
eu ropeos en dirección a las estaciones marítimas de Senegal y Costa de
Marfil, en tanto que, más privativa, Kenia recib e los mínimos flujos
suscitados por los safaris cinegético-fotográficos, aunque d e m ayor
nivel económ ico y social, como ponen d e re lie v e los ingresos registra
dos p o r turista (Fig. 2.8).
d ) Flujos sudamericanos: los enclaves precolom binos de los A n
des peruanos y el litoral carioco-platense acogen flujos en plena expan
sión, p e ro todavía p o co caudalosos, proced en tes d e Estados Unidos,
Europa y Japón,
e) Mucho más com plejos son los flujos em itidos desd e los países
desarrollados d e Europa y A m érica en dirección a los «p araísos» insu
lares d e las Seychelles, Maldivas, Oceanía, la Isla d e Pasqua, etc.,
diluidos jerárquicam ente en flujos m ayores — com o el colector d e
Bangkok, que lu ego sirve e l Sureste asiático p e ro también Nepal, y
Oceanía; cuyos flujos son igualm ente jerarquizados desd e Australia— ,
en busca d e esa alteridad donde e l exotism o está subrayado p o r el
hecho de su lejanía respecto d e los focos em isores (A isner y Pluess,
1983).
60
MHumarse al conjunto d e relaciones desiguales entre el norte y e l sur;
ni cortejo d e sutiles mecanismos de dominación y neocolonialism o del
Tni cer Mundo p o r los países ricos; a ese dudoso «en cu en tro» entre las
(los áreas geoecon óm icas mundiales, d e l que e l «R a lly París-Dakar»,
con el desierto sahariano sem brado 'de latas d e coca-cola y d e toda
Huerte d e basuras d e lujo, ante poblaciones sedientas, infraalimentadas
y estrictamente peatonales, no sería sino una ex p resiva caricatura. Y no
lii más lacerante.
61
3.
Los factores de la
actividad turistica
63
mo difícilm ente pu ede ob viar el espacio, p e ro no todo espacio poten
cialmente turístico lleg a a serlo realmente.
En efecto, ese paisaje estratégicam ente «d e c o r a d o » p o r la panflete-
ría publicitaria d e las agencias d e viaje pu ede ser en ocasiones poco
más que un pretexto cosmético, que un hecho de m arketing; p e ro no es
menos cierto que sin ese espacio — mas o menos manipulada su p e r
cepción— resulta p o co im aginable el dépaysem ent turístico. N o es
menos cierto que determinadas localizaciones — las estaciones d e d e
portes de invierno, el alpinismo, los paseos fluviales, etc.— no pueden
siquiera existir fuera d e unos muy concretos m arcos naturales; p e ro
tam poco lo es menos que no todos los espacios potencialm ente atracti
vos acaban siendo espacios turísticos. El p apel d e l m edio físico no
pu ed e ser soslayado; p e ro el espacio turístico, lejos d e cualquier d e
terminismo natural (Chadefaud, 1987, pág. 925), no es una realidad
hasta que los agentes económ ico-sociales decidan su «puesta en e s ce
na» para el consumo turístico.
64
1.1.1. El relieve
Una suerte d e ignoto atavismo, una esp ecie d e «sim patía» telúrica
la búsqueda rousseauniana d e la N o u v e lle Helo'ise— , suele m ovilizar
la .Ttracción d e l hom bre d e nuestras grandes urbes p o r las pulsiones
cú.smicas anteriores al hecho social mismo: el sol, los astros, el cielo, el
luogo, la noche (Chadefaud, 1987, pág. 934 a 942). Y e l relie ve, natural
mente.
Pocos son los relie ves que carecen d e atractivos turisticos, p ero, d e
acuerdo con e l instinto atávico referido, no todos suscitan la misma
lascinación: d e todos ellos destacan desd e lu ego los m odelados glacia
les sobre las arquitecturas d e l mundo alpino: los A lpes, los Pirineos, el
Moncayo, C redos, Cuadarrama, Sierra N evada, los Picos d e Europa, las
Kocosas, los Andes, el Himalaya, etc., despiertan una p oderosa atrac
ción en muchos amantes d e esa comunión con el cosmos. El excu rsio
nismo — el senderism o, com o p a rece a p etecer la última m oda— , la
penosa ascensión alpina p o r pared es verticales, chimeneas, brechas,
.igujas, crestas y glaciares, constituyen los in gredientes d e una m odali
dad turística que busca ante todo la altitud — la altura, m ejor— com o
expresión d e autotrascendencia, com o un acto d e distanciamiento d e la
cotidianeidad; una esp ecie d e contrapunto p e lig ro so — v iv e ro p e r i-
colosam ente— a la confortable rutina urbana. N o es extraño, así, que el
Aneto, el Everest de Hillary, el Aconcagua, el E iger, el Mont-Blanc
desde que el intrépido Saussure lograra coronarlo, sean cada año
escalados p o r arriesgados alpinistas; o que el enhiesto C ervin o se haya
erig id o en sím bolo d e esa heroica búsqueda turística d e la alteridad
espacial.
Más m odernam ente, la ampliación d e l tiem po lib re — la multiplica
ción d e los p eríod os vacacionales— y la elevación d e la renta en las
sociedades desarrolladas han dado lugar a una nueva m odalidad de
lurismo que sigue teniendo en las cum bres nevadas d el mundo alpino
su insustituible y necesaria escenografía espacial: el esquí en todas sus
m odalidades se ha convertido en un factor d e transformación y consu
mo d e l espacio montañés. Si bien — una v e z más— sólo los factores
humanos p u ed e explicar el mapa turístico invernal, no es menos cierto
que Chamonix, A lbertville, Garmisch, Kitzbühel, Cortina d ’A m pezzo,
Candanchú, Form igal, Panticosa, Sol y N ie v e en Sierra N evad a o Val-
desquí en Guadarrama, etc., no sólo explican el éxito gracias a la
existencia d e una demanda económ icam ente acom odada en los núcleos
urbanos próxim os, sino también a su incom parable «estam pa» natural,
hábilmente acicalada lu ego p o r la publicidad turística.
Por otra parte, si el esquí alpino ha m ostrado en las últimas décadas
una decid id a vocación hipsotrópica — la búsqueda de m ayores cotas
65
altitudinales para el emplazamiento d e las estaciones— , el éxito alcan
zado recientem ente p o r las m odalidades nórdicas — esquí d e fondo,
sobre todo— , mucho más respetuosas con el m edio natural, está revalo-
rizando los atractivos d e la m edia montaña com o nuevo destino turísti
co. N o obstante, com o com probarem os más adelante, los deportes de
invierno descansan, además d e sobre factores humanos y económ icos
ciertam ente determinantes, sob re la combinación natural d el re lie v e y
el clima; y ello, tanto d esd e el punto d e vista d e la im agen turística,
cuanto desd e el d e las interacciones físicas entre ambos.
N o menos adm iración despiertan las entrañas d e la tierra. Ese viaje
interior, verd a d era metáfora d el re g re s o a los orígen es — el atavismo
que lleva muy tempranamente a Don Quijote a esa excursión intestina
p o r la cueva d e Montesinos— , constituye otro d e los indudables atracti
vos entre los amantes de la esp eleología . El mundo cársico de las
cadenas alpinas destaca p o r encima d e toda otra m orfología.
A caballo entre el vé rtig o suscitado p o r el corazón d e la tierra y la
fascinación por la altitud, el — otro— atavismo d e los fluidos ígneos
hace d el mundo volcánico m otivo d e indudable atracción: el Vesubio,
el Etna, el T eid e — y tantos otros— , son un com plem ento extraordinario
en el interés que despiertan sus respectivas region es turísticas.
P ero tampoco son desp reciables otras m orfologías, en principio
menos majestuosas: si los páramos que coronan las depresiones tercia
rias españolas (aunque comienzan a ser revalorizadas para la práctica
d e nuevas m odalidades deportivas com o el cicloturismo d e montaña)
apenas logran llamar la atención d e los potenciales trepadores, un
turismo menos dep ortivo p e ro no menos amante d el paisaje natural
re c o rre arrobado las plataformas tabulares d el Gran Gañón en circuito
turístico p o r los Estados Unidos. Ni siquiera las inconsistentes dunas
litorales pueden dejar d e suscitar la curiosidad, cual es el caso d e la d e
Pyla, en las inm ediaciones d e la depresión aquitana d e Arcachon, cu
yos más de cien m etros d e altura justifican sobradam ente su gran
frecuentación.
3.1.2. El clima
66
gustos caprichosos y m udables d e una sociedad que es capaz no ya de
rtdaptarse a las sorpresas d e la atmósfera, sino d e desafiarla.
Ahora bien, versátil y veleid osa como él mismo, la im agen d el clima
ii.Mtá presente d esd e las prim eras m igraciones turísticas. N o es infre
cuente que una estricta m inoría de los viajeros d e los siglos p reced en -
los — A lexa n d er Von Humboldt, Théophile Gauthier, Charles D avillier
y su am igo inseparable, el c é le b re plumista Gustave D ore, etc...—
luciese el gra nd tour m otivada p o r el d eseo d e robu stecer su form ación
.icadémica, a través d el contraste con la ex p erien cia viva d e la reali
dad; pero, con toda seguridad, e l grueso d e aquella corriente turística
lie burgueses del centro y norte d e Europa, en riqu ecid os p o r la r e v o
lución industrial, buscaba, émula d e los gustos aristocráticos, la tibieza
de los inviernos del sur d e Europa: una tem peratura m edia superior a
()" en los m eses más fríos, baja amplitud térmica, cielos azules y solea
dos. El M editerráneo es en esa sazón una suerte d e gigantesco balnea-
lio en que conjurar el asma, el reuma o la terrib le tuberculosis que
llevara a Chopin y a su enam orada G e o rg e Sand — más contumaz toda
vía que la tisis— hasta Valldem osa; Pau, Biarritz, Niza, Cannes, etc.,
nacieron d e la misma manera.
P ero a partir d e la última gran gu erra los hábitos de la población
europea sufren una radical metamorfosis, El M editerrán eo deja d e ser
ese sanatorio-boulevard, para convertirse en una galería d e m iles y
miles d e cuerpos desnudos tostados al sol justiciero d e l verano. El ñujo
norte-sur es el mismo, sólo que masificado: d e sd e la misma Europa
Septentrional que em itiera aquellos prim eros visitantes em igran hoy
millones d e trabajadores en busca d e un contrapunto climático — ^helio-
Irópico— a sus precipitaciones, brumas y nieblas frecuentes. Esta es la
causa d e la su pervivencia d e la Costa Azul y d e la génesis d e la Costa
Brava, la Costa Dorada o la Costa d el Sol. La m ultiplicación de los
períodos vacacionales y la búsqueda de ese am biente cálido y soleado,
más una dosis d e exotismo, están en el o rigen d e los flujos turísticoi
recientes hacia los litorales insulares d el mundo tropical y subtropicall
el Caribe, Canarias, Madeira, etc. Entre tanto, los 19-20° d e temperatu
ra m edia en los m eses de verano que registra la cornisa Cantábrioi,
junto a un tiem po bastante inestable, siguen siendo las co n d icion «i
climáticas p referid as por otra minoría que, salvo en la indumentaria,
parece mucho más a aquellos turistas invernales que a las «c ig a r r a l»
humanas d e la Coste d el Sol. Empero, la saturación d e l producto helio
talasotrópico a finales de los años ochenta p a rec e conducir a las mino
rías turísticas más acom odadas hacia fórmulas m enos degradadas: •!
sol y la playa a p recios baratos ceden su atractivo en beneficio d t
espacios d e m ayor calidad m edioam biental, dotados d e servicios m ál
07
refinados — golf, gastronomía, festivales musicales, exposiciones pictó
ricas, etc.— .
Ahora bien, en otras m odalidades turísticas el clima se convierte en
un factor no determinante, com o ha sido y será subrayado, p e ro sí
im perativo. Es el caso d e los deportes d e invierno, en que el p apel del
relieve, con ser importantísimo, pasa a un lugar secundario si no contri
bu ye a lograr una óptima innivación: una estación d e esquí com o la
riojana de Valdezcaray, fácilmente accesible d esd e el potente foco
em isor vasco, p e ro deficientem ente dotada d e nieve, difícilm ente pu e
d e restar clientela a las estaciones pirenaicas aragonesas; los circuitos
d e fondo recientem ente inaugurados en el Pirineo oscense — Gabardi-
to, Linza y Lizara, en los valles d e Echo, Ansó y A ragü es d el Puerto,
respectivam ente— tienen en la perm anencia d e la n ie ve un problem a
no m enor que el que plantea la minoritaria adhesión a esta dura prácti
ca deportiva. N o otra explicación tiene el hecho de que e l esquí alpino
haya ob servad o d esd e los orígen es una conducta hipsotrópica — una
tendencia a alcanzar cotas d e m ayor altitud— , en la búsqueda de una
innivación segura, así com o d e m ayores índices de continentalidad que
garanticen su perduración y calidad (la estación invernal d e tipo «in te
g ra l», d e que trataremos en el próxim o capítulo, tiene en la hipsotropía
uno d e sus pilares básicos).
En no pocos casos el clima constituye un factor limitante para la
implantación de estaciones turísticas; el paludismo, el cólera y otras
enferm edades endémicas, pasan a un segundo plano ante los efectos
catastróficos d el monzón d e verano en el mundo tropical; la localización
de la actividad turística en Sri-Lanka, la antigua Ceylan, no ofrece
dudas: mientras la parte occidental, húmeda — e l barlovento d el mon
zón— , perm anece desierta d e actividad turística, el seco vértice noreste
— el sotavento— a lberga las únicas estaciones talasoterápicas.
Pero, en no pocos casos también, el hom bre ha ido venciendo los
im perativos climáticos, d e suerte que factores antaño adversos se con
vierten hogaño en los aliados d e nuevas prácticas recreativas: el vien
to, tradicionalmente denostado, convierte hoy a Tarifa en escenario
eu ropeo incom parable para la práctica de la plancha a vela — wind-
surf— ; playas abiertas, fuertem ente batidas por el viento y el oleaje
— com o A ga d ir o la p eligro sa playa d e Gros en San Sebastián— , son
hoy los lugares p referid os para la efím era navegación so b re la plancha
— sur/— , etc.
La geogra fía d el turismo ha tratado d e superar e l carácter pura
mente descriptivo d e los párrafos anteriores mediante la elaboración de
índices y m odelos destinados a sistematizar las relaciones entre el
clima y la oferta recreativo-turística (Gf. Besancenot, 1989).
68
10 20 30 40 50 70 80 90 100
«flXM/vrf T e m p e r a tu r a
c u e rp o h u m a n o
30 fr_____
2 6 E T S O fO C A IV T E
U _____ H
bochornoso"
1 6 " E T ------------------ O
\
\ -1
9 £T\ ----------------- -
\ -2
\ F R IO Y H U M E D O
T e m p e r a tu r a
de c o n g e la c ió n
-3 *
-1 0
M U Y FR IO
-2 0
L ím ite
p rá c tic a e s q u í
-4 -
-3 0
FRIO E X T R E M O
-4 0
19 20 30 40 50 60 70 80 90 1 0 0 L im ite a c tiv id a d e s
H u m e d a d r e la t iv a % a l a íre lib re
(ro p a á r tic a )
FU E N TE : B o n ifa c e & C o o p e r.
69
idónea para la m ayor parte d e las actividades recreativas; por debajo
d e los O °C un estrés álgid o perm ite, usando la vestimenta aislante
adecuada, la práctica d e los deportes d e invierno (ahora, en estos
valores térmicos, la intensidad d el frío no es tanto función de la hume
dad d e l aire, cuanto d e la fuerza del viento).
3.1 . 2 . 2 . I n d i c e s c lim á t ic o - t u r ís t ic o s
Uno de los indicadores más sim ples para evaluar la «c a lid a d » turísti
ca d e la estación estival (d e junio a septiem bre) se d e b e a Burnet
(1963), cuyo índice clim ático-balneario (esta vo z d e b e entenderse en la
acepción francesa, que considera el veran eo litoral com o una forma
más d e balneoterapia) es el cociente entre e l número d e días de lluvia
y la temperatura, según la fórmula siguiente:
ICB = N/T
70
Estación buena
Estación
bastante buena
Estación
mediocre
Estación mala
siendo:
71
tienen en común su form ulación en tanto que suma algebraica de tres
elementos: dos positivos, la duración d e la insolación y la temperatura;
uno negativo, las precipitaciones. El potencial turístico es entonces
tanto más eleva d o cuanto m ayor es la insolación, la temperatura y la
ausencia d e lluvia, co rrigien d o la deficiente formulación de Burnet,
d onde el potencial turístico aumentaba a m edida que descendía el
cociente N/T.
Poulter (1962) m ide así la calidad d e una estación estival 4 mediante
la siguiente ecuación:
siendo:
T = La temperatura m edia d e l trim estre junio-agostro (en °C);
/ = La duración acumulada d e insolación (en horas);
P = Las precipitaciones d el mismo p e río d o (en mm).
4 = Á + 0,045 I - 0,2 P,
siendo:
1¿ e 1^ = Los índices respectivos de potencial turístico estival busca
dos;
Tx = La temperatura máxima m edia d el trim estre junio-agosto
C C ):
/ = La insolación total (en horas);
P = La precipitación total (en mm);
P, = El número d e días d e precipitación su perior a 0,25 mm.
72
I I <500
C O 500-599
O 600-699
m u 700-749
im 750-799
n ^800
O 1 0 0 km
Figura 3.3. Potencial climático-turístico del Reino Unido. índice estival Id (fór
mula de N.E. Davis, 1968), para el período 1916-1950. Los índices más elevados
caracterizan los climas más favorables.
ción, estos índices proporcionan una prim era y no poco valiosa im agen
de la variación espacio-tem poral d el potencial climático-turístico, tal
cual p u ed e apreciarse en la Figura 3.3, donde e l índice I de Davis ha
sido aplicado al Reino Unido.
La cartografía perm ite así constatar lo siguiente: a) e l potencial
turístico es más ele va d o a una pequ eña distancia d e l litoral que en el
prop io frente d e mar; b ) un óptimo nítido en el sureste d e la Isla; c) una
mayor potencialidad g en eral d e la fachada oriental frente a la occid en
tal (sotavento y barlovento, respectivam ente, d e los flujos frecuentes
del oeste); d ) e l ab rigo d e la costa sureste d e Escocia, a sotavento d e
las Highlands, que se traduce en un increm ento d e la potencialidad; e)
la disminución rápida del potencial turístico con la altitud.
Finalmente, Clausse y Guérout (1955) han construido su índice de
potencialidad climático-turístico, sustituyendo el volum en d e las p r e c i
73
pitaciones por su duración, lo que sin duda se acerca más a la p e r c e p
ción que d el clima tiene y v iv e el turista. Su índice 1, se formula así:
I, = 0,2 T + 0,2 / - D
siendo:
74
consideración representa indudablem ente un gra d o d e com plejidad
mayor en e l intento d e abordar cuantitativamente las potencialidades
climático-turísticas d e una región . El índice clim ático marino ICM se
lormula así:
IC M = (T + T, + I ) - (N + N , + + N , + N „)
íiiendo:
T = Tem peratura m edia mensual en (°C);
= Tem peratura m edia mensual d e l agua d e l mar (°C);
I = Insolación m edia diaria (horas al m es,d ivid id o p o r el número
d e días);
N = N úm ero mensual d e días de lluvia;
N„ = Núm ero mensual d e días de viento violento (> 1 6 m/s);
A4 = Núm ero mensual d e días d e niebla;
Ng = Núm ero mensual d e días de helada;
N„ = N úm ero mensual d e días de nieve.
75
Un ejem p lo d e su ex p re s iv id a d p u ed e v e rs e en la Figura 3,5,
donde el p rop io autor ha aplicado el índice a seis estaciones del litoral
francés. A sim ple vista, las rentas d e situación d e la fachada m editerrá
nea destacan sobre la más baja potencialidad climático-turística d e la
fachada atlántica. En g en eral p u ed e afirm arse que un resultado negati
vo im pide toda actividad turística y que un índice climático marino por
encima d e 20 parece, en la Europa occidental de nuestros días, el
umbral necesario a partir d el cual es posib le la tem porada turística
(todo ello, sin olvidar que la m oda heliotalasotrópica p a rece ahora y
p u ed e ser en el futuro mucho menos ex igen te en insolación, como así
sucediera en los orígen es d el desplazam iento turístico).
D e cuantos ha producido en las últimas décadas la g eo g ra fía del
turismo, el índice planetario d e M ieczkow ski (1983 y 1985) es sin duda
ninguna el más depu rado y solvente d esd e el punto de vista m etodoló
gico. Se formula así:
/CT = 8 C4 + 2 C4 + 4 R + 4 5 + 2 W
siendo:
76
valor 5 cuando la temperatura máxima es inferior a 24 °C, esa
velo cid a d toma valor 2 a temperatura com prendida entre 24
y 33 °C, alcanzando esa temperatura valor 5 con una v e lo c i
dad entre 3,4 y 5,4 m/s (se entiende así que a esa tem peratura
una ligera brisa es más confortable que la situación d e cal
ma).
(8 • 5) + (2 • 5) + (4 • 5) + (4 ■5) + (2 • 5) = 100
• ICT > 40, aceptable; ICT < 40, desfavorable; e ICT 10, con dicio
nes climáticas refractarias a la actividad turística. Los resultados p u e
den valorarse en la Figura 3.6, donde el autor ha cartografiado el
Indice IC T para la totalidad d el Planeta en el mes de enero.
Excelente
Aceptable O 2500 km
I ] Desfavorable
77
3.1 .2 .3 . ín d ic e s c lim á tic o -te ra p é u tic o s
Tx - Tn < 1 0 °C
0 = clima saludable < 2 dias/mas con V > 16 m/s
N < 10 días/mes
78
9.1.2.4. La a p titu d c lim á tic o -in v e rn a l
79
A: Barcelonnette (1130 m», 1922-1953; B: Les Houches (1120 m), 1901-1949: C: Val d 'Isé re (1830 m), 1901-1937
80
Probabilidad 0.99 Altitud nieve (metros)
0,9 7- 0,97
0,95
0,95-
0,90 0.90
0.80 . 0,80
0,70. 0,70
0,00 0,60
0.50 0,50
0,50 0,40
0,30 0,30
0,20 0,20
0,10 0,10
0,05 0,05
0,03
0,03
001 I 1 I I I .1 I [ - I I I I I I I I I I 1 I I I I I 0,01
31 7 14 2 1 2 8 4 1 1 18 25 1 8 15 22 1 8 15 22 2 9 5 12 19 26 3 10 17 24 31
1 D I E I F I M I A I M I
81
caducifolias— están asociadas generalm ente a los sistemas montañosos,
d e manera que su papel es en cierto m odo com plem entario d e l desem
peñado por la orografía en el caso d e los deportes invernales o el
senderism o estival... N o obstante, en algunas ocasiones lleg a r a jugar
un papel d e p rim er orden, como sucede con los parques naturales y
nacionales, que, si bien no han consentido una producción d e espacio;
turístico in situ, han constituido sin em bargo, un atractivo más para los
focos turísticos cercanos, verd a d eros beneficiarios d e las estructuras
de alojamiento: Broto, Torla, Aínsa, Bielsa y desd e lu ego Jaca — aunque
en este caso sólo d e form a com plem entaria— , tienen en el Parque '
Nacional de O rdesa y Monte P erd id o un suplemento d e atracción turís
tica.
Muy directam ente vinculados a las form aciones vegetales, d esd e el
bosque caducifolio, las coniferas, el matorral o la sabana, no pocos
focos turisticos d eb en su frecuentación a la práctica de la caza (L óp ez
Ontiveros, 1985), d ep orte desd e lu ego minoritario p ero capaz en algu
nas ocasiones d e diversificar estacionalmente la dem anda turística: en
la m ayor parte d e los pueblos pirenaicos, este turismo cin egético p e r
mite mantener abiertos durante buena parte d el año unos equipam ien
tos hoteleros que d e lo contrario se limitarían a cumplir su función
durante el estricto p e río d o estival,
En contadas circunstancias, los recursos forestales pasan a ser un
factor determinante d e ciertos destinos turísticos; es el caso d e la saba
na africana, frecuentada en virtud d e su belleza, p e ro también como
escenografía para un turismo cin egético d e lejana p roced en cia y e le v a
dos recursos económ icos (Kenia es un buen ejem plo); y es el caso
también d el bosque ecuatorial, que, si en su m ayor parte constituye un
ámbito no precisam ente atractivo, e l auge actual de los llamados d e p o r
tes californianos — o m odalidades d e aventura— comienza a valorarlo,
asociando su inmensa b elleza a los recorrid os fluviales (Iquitos o Ma-
naus).
82
SNos cursos remansados la réplica interior d e los baños en la playa
playas se llaman precisam ente las zonas tradicionales d e baños en el
1 lo Ebro— . Su fama ha sido en muchos d e ellos razón suficiente para el
83
d e las presas fuera despoblación, inundación y erosión dem ográfica,
en el momento presen te es visto com o una nueva posibilidad d e revita-
lización a través d e l turismo: es el caso d el em balse d e Phoenix en
Arizona, o el em balse d e Yesa, en nuestro río Aragón, que ha asistido
en las últimas décadas a la implantación d e dos acampamentos — uno
de ellos exhibe el muy ex p resivo nom bre de «M ar del P irin e o »— y
algunas urbanizaciones, donde no es infrecuente v e r practicar todo tipo
de deportes náuticos,
Naturales o artificiales, el éxito d e los lagos com o áreas d e creciente
atractivo turístico guarda también una estrecha relación con la satura
ción y degradación d e los espacios litorales, toda v e z que las aguas
embalsadas se presentan como su versión sucedánea en el interior;
p e ro es también inseparable del auge d e las nuevas m odalidades d e
portivas a que vien e haciéndose referen cia con reiteración y que tie
nen en los lagos interiores un estadio mucho más seguro que el mar
abierto (motonáuüca, esquí acuático, suri, patín a vela, etc.). D e sus
tipos e impactos darem os cuenta en los siguientes capítulos.
El termalismo y la talasoterapia, finalmente — no por citados en
último lugar, menos importantes— , forman parte com o ningún otro
factor del origen histórico d el desplazam iento turístico: Aix-les-Bains,
Panticosa, Alhama de A ragón, Vichy, Bagnéres de B igorre, Cauterets,
La Toja, por no inundar las páginas que siguen con una vasta nómina de
ellos, deben a la hidroterapia, a los efectos salutíferos d e las aguas
m edicinales un aristocrático esplen dor que se remonta en algunos ca
sos ya al siglo XVlll, com o ha puesto d e re lie v e Olaechea (1985), en un
estupendo libro sobre los viajeros ilustrados españoles. Caídos muchos
d e ellos junto con la clase social que los levantara, vu elven a resucitar
rem ozados a expensas d e la iniciativa pública (Balneario de Panticosa)
o gracias a una nueva demanda — los nuevos ricos de las sociedades
postindustriales— , que, hastiada de masificación, v e en la hidroterapia
una forma distinguida d e singularizarse d e las turbas abrasadas p o r el
sol en los litorales m editerráneos. Los hábitos m udables de los hom
bres parecen augurar un buen futuro a esta m odalidad turística. D el
mismo m odo que, en los tiem pos d e la navegación espacial, la marítima
— el mar como un factor turístico en sí mismo— vu elv e a ser rescatada
por esa misma m entalidad d e parvenus, d e nuevos ricos tan enferm os
d e tedio como ávidos de alcurnia, bajo la form a d e lujosos cruceros p o r
el C aribe o el Ejeo.
84
nalidad transformadora; una capitalización para la explotación d e lo
que hasta entonces no es sino un yacim iento de materias primas. En
definitiva, líderes capaces de captar una dem anda cuyos n iveles d e
lenta, hábitos d e consumo, etc., explican, no sólo la «d em ocratización »
del fenóm eno turístico en su conjunto, sino también las nuevas formas
espaciales p o r éste adoptadas. No deja d e ser oportuna a este respecto
la contundente afirmación d e Picornell Bauzá (1986, pág. 59), para quien
el desarrollo turístico d e las islas Baleares no tuvo com o causa principal
la belleza d e sus paisajes, sino antes otras mucho más importantes d e
Indole socioeconóm ica: región situada a menos de dos horas d e vu elo
de los principales focos em isores europeos, hoteles accesibles a menos
de una hora d el aeropuerto, clima benigno, p recios a la baja, hostelería
preexistente d e la etapa d e l turismo individual, suelo barato, alimenta
ción barata, mínimo control fiscal, fácil salida d e divisas y.., ¡paisajes
bellos! El mito se crearía después com o consecuencia d e la puesta en
valor p o r el capital.
Hora es pues de que com pletem os el tejido de com plejas interrela-
(áones entre los atractivos naturales ya exam inados y los hechos huma
nos; hechos que son de índole económ ica, técnica, cultural o política,
estrechamente interconectados — ¿es acaso im aginable entender los
nuevos hábitos culturales fuera d e l contexto económ ico o técnico?— y
sólo susceptibles d e ser individualizados p o r razones estrictamente
didácticas.
85
sarrollados, para pasar a un superconsumo cuya diversificación p erm i
te atender las nuevas necesidades d e ocio. A l mismo tiempo, el cre ci
miento de las rentas ha conseguido increm entar la propensión al aho
rro, una parte d e l cual ha p o d id o ser invertido en la creación de
estructuras colectivas de alojamiento; mientras que, estimulado por
nuevos hábitos culturales, tanto com o por el aumento d e la presión
fiscal y el fantasma d e la inflación, el ahorro familiar ha sido canalizado
hacia la adquisición d e la segunda residencia, la forma d e alojamiento,
sin duda, más característica d e la condición turística de un espacio; de
la ocupación d el espacio por el re c re o turístico.
Por otra parte, sin perjuicio d e las «e x p lic a c io n es » teóricas más
porm enorizadas servidas por M iossec en el último capítulo d e este
libro, el turismo no escapa a los factores geoecon óm icos tradicionales
que determinan los precios de coste y venta d e no im porta qué em p re
sa, como las econom ías de escala o las externalidades. Existe siem pre
d e esta manera un p re cio límite que fijar según el servicio turístico
prestado; p e ro el crecien te p roceso d e concentración d e la oferta ha
gen erad o econom ías d e escala que perm iten o fre ce r — a un número
creciente de turistas, no sólo ya de las clases más acomodadas, sino de
las m edias e incluso modestas d e los grandes países em isores— la
m ayor parte d e las formas y destinos turísticos a un p recio cada ve z
más accesible. N o d e otro m odo es p o sib le el turismo d e masas.
Más coyunturalmente, la política monetaria, el vaivén d e los cambios
monetarios, explican alguna de las fluctuaciones de los flujos turísticos
internacionales. Resulta difícil, no obstante, fijar d e form a precisa su
ve rd a d e ro papel — ¿hasta qué punto la elección pondera las ventajas
d e un cambio favorable?— , p e ro no cabe duda que algunos d e los
m ovim ientos d e los últimos años tienen en las variaciones cambiarías su
verd a d era explicación. Así, el turismo d e frontera no es el único sensi
b le a las fluctuaciones, lo que p a rece obvio, sino que el reforzam iento
d e l yen ha hecho que Japón sea un país muchos más em isor que
receptor; o que la caída de la libra esterlina en los años 70 originase,
una disminución d e la emisión turística británica, al tiem po que aumen
taba su capacidad d e atracción d e la clientela continental; o que la
fortaleza d el dólar d esd e 1981 estuviese acompañada de un crecim ien
to d el turismo norteam ericano en Europa, que el descenso d e la cotiza
ción a partir de 1986 hacía retro ce d er en tanto que aumentaba correla
tivamente el turismo eu ropeo en Estados Unidos. La fragilidad d e las
m onedad nacionales en los países comunistas y d el tercer mundo, la
ávida captura d e dólares a cualquier precio, estimulada no pocas veces
d esd e los corruptos aparatos político-policiales d e la Administración,
los cambios inverosím iles que p u ed e lleg a r a acordar e l m ercado ne
gro, son parte importante d e una corriente turística cuyos atractivos
86
Estadio económico Características Ejemplos
87
Península Ibérica. El caso d e ésta última m erece, em pero, una matiza-
ción; si bien es cierto que los 15.651.000 d e visitantes españoles en el
extranjero apenas compensan los 43.235.000 d e llegadas extranjeras
registradas en 1985 en nuestro país (según fuentes d e la Secretaría
G eneral de Turismo, los turistas que pernoctan al menos una noche no
llegan a treinta y cinco millones, com o se ha escrito en el capítulo
anterior), y que más de siete d e esos quince m illones d e salidas al
exterior lo son de estrictamente 24 horas y p o r la frontera andorrana, y
un número no definido haría lo p rop io p o r las fronteras francesa y
portuguesa, lo que suavizaría no p o co su significación turística efectiva,
no cabe ninguna duda que los apenas 3 m illones d e auténticos turistas
españoles (Díaz A lvarez, 1988, pág. 117) salidos allende nuestras fron
teras son indicio d e una incipiente capacidad d e emisión, que es r e
flejo del ingreso d e nuestro país en el club de las naciones desarro
lladas.
Finalmente, las sociedades d e consumo d e masas — superconsu-
mo— , en plena revolución científico-técnica, en plena era postindus
trial, fuertem ente terciarizadas, tienen en Norteam érica, Europa O cci
dental, Japón, Australia y N ueva Zelanda, los m ayores focos em isores
tanto del turismo nacional cuanto d el turismo internacional,
89
5 ,4 9%
(a)
29,79%
H Aire
^ M ar
^ Carretera
0 Ferrocaril
6 1 ,7 5 %
(b )
1 4 ,0 0 %
Aire
M ar
86,0 0 %
I Aire
M ar
^ Carretera
^ Ferrocaril
□ Cruceros
6 8 ,9 0 %
Figura 3.11. Llegadas turísticas. (Según modo de transporte; año 1986). (a)
España, (b) Indonesia, (c) Grecia.
90
En efecto, si en la p eriferia lejana, la hostelería es la reina d e los
«lojamientos, la segunda residencia constituye en los países desarrolla
dos la m odalidad estelar d e la transformación d e l espacio p o r el turis
mo. El crecim iento d e las rentas y e l aumento d e la capacidad d e
tiliorro, junto a razones d e tipo fiscal — ya señaladas— y d e tipo cultural
como verem os lu ego— , explican la proliferación d e este tipo d e
viviendas, cuya construcción ha sido el factor más importante d e consu
mo d el espacio p o r el re c re o y de cuyo im pacto hablarem os más
«delante. Sirva como botón d e muestra la estructura d e l alojamiento
lurístico español, donde pu ed e apreciarse e l peso apabullante d e la
Mogunda residencia, en tanto que los espacios p eriféricos lejanos, com o
por ejem plo Indonesa, hacen recaer en la hostelería convencional todo
i»l peso d e l alojamiento; mucho más respetuoso e integrado espacial
mente — la adquisición d e segundas residencias está ved a d a a los
DXtranjeros— , el turismo tirolés ha optado p o r la com binación d e la
pequeña hostelería con las casas d e huéspedes (Fig. 3.12).
M edios d e transporte y estructuras d e alojam iento están pivotando
en el sistema turístico mundial sobre la estrategia espacial de las em-
[iresas turoperadoras multinacionales — otro d e los factores técnicos
lesponsables de la mundialización turística— , cuyo com plejo control de
la oferta y la demanda, d e las ocupaciones laborales, precios hoteleros,
compañías aéreas y d e transporte, n egocios inm obiliarios, p e ro tam
bién d e la p ercep ción d e l espacio turístico a través d e la información,
han alterado el con ce p to euclidiano d e distancia. La reducción d e los
costes d e servicio, como consecuencia d e la alta com petitividad g e n e
rada p o r las econom ías d e escala, ha lograd o ex ten d er e l destino
turístico al Planeta todo: la distancia a los focos recep tores no es ya una
cuestión de medios, ni siquiera d e tiempo, sino d e coste, y este esp a
cio-coste p u ed e fletar un via je en vuelo ch a rter a destinos lejanos por
un p re cio más bajo que el que deb ería pagarse en e l prop io país por
un viaje no organizado. Una estrategia, la d e los turoperadores, que,
como verem os luego, no hace sino subrayar los mecanismos d e dom i
nación, colonialism o y dependencia d e los países p o b res receptora*
por las potencias ricas emisoras.
91
(a) 9,31 %
2,65 %
H Hoteles y sim.
0 C asas Labranz.
E U Aptos, alquiler
1 3 Sgda. Resdcia.
□ Camping.
8 4 ,2 6 %
(b ) 0,6 4 %
5 6 ,3 4 %
0,88%
(c)
■ Hoteles y sim.
^ C asas Labranz
0 Sgda. Residencia
tu C asas Salud
5 6 ,0 6 % □ Albergues
2 ,2 4 %
Figura 3.12. Estructura del alojamiento en 1986. (a) España, (b) Indonesia, (c)
Austria.
92
d«* los hábitos de consumo y en la redacción de un nuevo c ó d ig o de
valores m orales que contribuyen decisivam ente a com pletar el cuadro
(1(! factores explicativos d e la localización y masificación d el turismo
contemporáneo.
El p roceso d e urbanización, alentado p o r la concentración espacial
nn que se basó la revolución industrial, es en buena m edida una d e las
o.iusas d el éxito alcanzado p o r el rec re o turístico. Si esta actividad tiene
DUO de sus fundamentos en la búsqueda d e l dépaysement, d e la alteri-
li.id espacial, no es extraño que e l stress trepidante d e la vid a urbana,
la uniformidad d e las conductas, la p érd id a d e unas auténticas raíces,
iioan razón bastante para que el cam po — com o la anticiudad— , la
naturaleza o el mar acojan e l tiem po lib re d e los habitantes d e las
i jrandes urbes; o que la em igración rural sea ahora un factor estimulan-
le del turismo rural, en la casa natal que muy previsoram ente nunca
llegó a ve n d e rse en el momento d el éxodo.
Así, e l éxito de la segunda residencia en Europa y Estados Unidos
no pu ed e entenderse sólo a través del increm ento d e la capacidad d e
ahorro e inversión de sus habitantes, o d e razones m eram ente fiscales.
Hay, p o r el contrario, otras d e índole social o cultural, hechos d e
civilización, en suma: el contacto con la naturaleza, frente al hacina
miento inevitable d e la m ayor parte d e las habitaciones en el mundo
desarrollado; el atavismo d e la tierra, d el que la casa es epifanía inse
parable; las ansias d e libertad e independencia; el espacio — el otro—
como ficción, como una cierta poética, p e ro también como p roy ecció n
interina d e los anhelos d e l ser humano, la persecución d e un cierto
prestigio social o más bien la falsificación tem poral d e l p rop io status,
que op era a través d e mecanismos de emulación d e los signos externos
de riqueza, etc. En definitiva, d e un nuevo ed ificio moral, que hace de
la posesión su arquitectura; que, ante la disyuntiva s e r o tener, apuesta
de form a escalofriante por el último: «h o y día conocem os el p re cio de
casi todo, p e ro e l valor de casi nada», escrib ió ya Oscar W ild e en su
Darían Cray.
M óviles psicosociales no muy diferentes — la obtención de esa iluso
ria independencia, la ostentación de la riqueza atesorada, etc,— se
esconden detrás d el éxito alcanzado por el automóvil, cuya «d em ocra ti
zación» hemos reputado factor incuestionable d e l turismo d e masas. En
la m edida que este tipo d e desplazam iento entraña m ovilidad espacial,
el automóvil ha adquirido el valor d e un ve rd a d e ro fetiche; una parte
d e esa «falsificación eventual d e l prop io status socia l» que resulta ser el
turismo (Gay-Para, 1985, pág. X). En otras palabras, adoptado com o un
ocio en sí mismo, en lugar d e como un m edio, e l automóvil ha sido
auténticamente sacralizado (Sue, 1980, pág. 23).
Hemos p o d id o com probar, en páginas anteriores, cómo el sol y la
93
playa, el heliotalasotropismo, son sin duda la m otivación preem inente
del turismo mundial. Pues bien, ello ha sido posib le gracias a otra
mutación en la escala d e valores. En e l siglo XIX difícilm ente se hubiese
p o d id o entender e l baño colectivo en plena desnudez corporal; la
playa era un balneario y un bou levard p o r el que se discurría «d e c e n
tem ente» vestido y con sombrilla. En el tiem po que nos ha tocado vivir,
las pieles bronceadas — casi abrasadas— han suplantado a aquellos
criterios estéticos; hoy un narcisismo seguram ente desm edido, un culto
al cuerpo exagera d o, son capaces d e hacinar a m iles d e seres humanos
que se habían acercado a la playa para huir precisa y paradójicam ente
d el hacinamiento urbano.
El increm ento d e l nivel d e vida tiene otra d e sus manifestaciones
importantes en el acceso a la cultura d esd e las capas sociales más
bajas, históricamente analfabetas. La generalización d e los estudios de
bachillerato, la «d em ocratización » d e la enseñanza universitaria entre
la clase m edia — cada v e z más numerosa— y el p apel ju gado p o r los
m edios d e comunicación — especialm ente la televisión— en la difusión
d e los conocimientos, han contribuido a a ce rca r las distintas culturas
d el Planeta; a mundializar la curiosidad por su aprehensión. Es así
com o debem os entender que, junto a un turismo mayoritariamente
litoral, heliotalasotrópico, una parte nada desdeñable d e los flujos ten
ga en la visita d e carácter urbano-cultural su principal m otivo d e atrac
ción: Lourdes, París, Roma, Venecia, Florencia, Madrid, Toledo, Sala
manca, Sevilla, C órdoba, Granada, Egipto, Atenas, Estambul, Fez, Ma-
rrakech, etc., p o r no citar sino una minuta b r e v e d e esa larga nómina
d e focos culturales, d eb en su espectacular desarrollo contem poráneo a
esas masas d e turistas curiosos, émulos d e aquellos viajeros ilustrados
d el XVllI, para quienes el viaje — el grand tour— era parte inseparable
d e su form ación académica.
La expresión religiosa es, p o r su parte, un factor nada despreciable;
es más, está en los orígen es mismos d el viaje turístico. En efecto, aún
cuando en su dimensión actual hemos partido d el siglo XVIll, no es
menos cierto que la Edad M edia conoció uno de los acontecimientos
turísticos — avant la lettre— d e más honda significación, no sólo cultu
ral, sino espacial: e l Gamino d e Santiago, la p eregrin ación al A póstol de
Compostela, es el prim er grand tour d e l que tenemos constancia, y un
hecho sin el cual se entienden pocas realidades d e la Europa m ed ieval
cristiana, p ero en ningún caso la vitalidad que tuvo el e je urbano que
atravesaba ese circuito iniciático, preñ ad o d e ocas, sím bolos druidas y
toda suerte de referencias sincréticas. Más contem poráneam ente, los
hechos económicos, técnicos y culturales que están siendo analizados
son los responsables d e una serie d e flujos turísticos que tienen en la
expresión religiosa toda su explicación: Fátima, el mismo Santiago de
94
En definitiva, una serie de intrincados hechos culturales, en estrecha
relación con los factores económ icos y técnicos ya considerados.
96
lictúan com o factores inhibidores de la dem anda turística; sin ir más
lejos, E.T.A. ha «actuado» en las playas m editerráneas españolas con
objeto no sólo d e atacar a uno d e los sectores cla ve d e nuestra econ o
mía, sino d e desdibujar la im agen de España entre la clientela turística,
. 1 través d e la creación d e un estado d e inseguridad. Recíprocam ente,
3.2.5. La información
97
iolüan com o factores inhibidores d e la dem anda turística; sin ir más
|«|()!i, E.T.A. ha «actu ado» en las playas m editerráneas españolas con
i)l)|(!lo no sólo d e atacar a uno d e los sectores cla ve d e nuestra econo-
IIlili, sino d e desdibujar la im agen d e España entre la clientela turística,
«t iM vés d e la creación d e un estado d e inseguridad. Recíprocam ente,
llnn Sebastián, playa tradicional d e la Familia Real española y d e una
liurguesía m adrileña poco ha fiel frecuentadora d e sus indudables en-
(iHUtos, conoció d esd e principios de los 70 una importante recesión
sólo en los cinco últimos años p arece c o rre g irs e — y cuyas razones
lio son otras que la inseguridad; no p u ed e prob arse tan fácilmente,
poro no es im probable que esa situación tenga a lgo que explicar en el
Miciente y correlativo increm ento de la frecuentación turística santan-
lierina, que habría así capturado parte d e los antiguos ñujos donostia-
I tas.
3.2.5. La información
98
4______
Procesos y tipologías de
desarrollo turístico
99
estos últimos han exam inado procesos d e desarrollo, lo han hecho <
menudo sobre los casos próxim os d e l Caribe. En consecuencia, grai
parte de esta bib liografía está basada en un pequ eñ o muestrario d€
ejem plos aislados, soslayando, hasta hace relativam ente p o co tiempo
los procesos habidos en importantes region es d e A frica o Asia...>:
(Pearce, 1989, pág. 58.)
Con el ries go que supone afrontar una clasificación tipológica ei
una disciplina jo v en y todavía no suficientemente sistematizada, vamo¡
a ocuparnos de las m odalidades d e desarrollo vinculadas al turismc
litoral, los deportes d e invierno, los proyectos hidrorrecreativos y el
turismo rural. Conscientemente, hemos soslayado e l turismo urbanc
que, si en términos absolutos es no p o co caudaloso y capaz d e configu
rar verdaderas region es turísticas (París, Londres o las ciudades italia
nas), en la m ayoría de los casos queda, sin em bargo, diluido entre la
plurifuncionalidad inherente a la ciudad d e tamaños m edio y grande.
100
P ER IF ER IA I P ER IF ER IA I P ER IF ER IA IV
t tC H A S A B T IP O S DE A L O J A M IE N T O
1 Hoteles
2 Segund as residencias
3 C asas de huéspedes y
habitaciones particulares
4 Camping
Crecimiento de
la participación
■ Iniciativa de las diferencias
reoional-local c la se s sociales
en esta demanda
Regional» |J Iniciativa exégena turística
101
La participación local y regional, así como el protagonism o d e laál
diferentes clases sociales en el viaje turístico, guardan no poca relacióií
con la dimensión cron ológica y con el factor distancia ínsito a la amplia
ción periférica d e l destino turístico. La figura 4.1 muestra cóm o en las
dos prim erias periferia s e l turismo litoral ha acabado por ser un fenó
m eno d e masas al alcance d e la m ayor parte d e la población d e loa
países ricos em isores, y cómo el n e go cio turístico ha abandonado el
carácter significativam ente ex ó g en o que a com ienzos d e siglo tuviera,
en beneficio d e la participación m ayoritaria d e las iniciativas local y
regional. En contraposición, las periferias interm edias y lejanas — esp e
cialmente éstas últimas— se desarrollan sobre la base d e una demanda
marcadamente minoritaria, siendo la participación en dógen a en los
p rocesos de desarrollo muy discreta cuando no inexistente.
102
Características, origen del Impulso, Impacto sobre los modos
Tipo de evolución
fuentes de financiación. de vida de la comunidad
Comunidades de apartamentos
Veraneantes Cambios rápidos en el poder local: nueva
Crecimiento rápida
Comercio especializado estructura económica y de poder
Financiación exógena
Normativa estable
Tursitas de paso
M ovilidad Individual dentro de la estructura
T uristas de fin de semana
Desarrollo transitorio de poder y la economía
Empresarios estacionales
Pequeño cambio, pero global,
Financiación local
en la economía local
103
la puesta en práctica d e un program a d e expansión turística con dobla
finalidad: la m ejora d e los intercam bios con el ex terio r y la prom oción
de actividades recreativas de tipo social.
El proyecto fue perfectam ente m editado y calculado, d e suerte qua
la oferta — el análisis d e l m ercado y la evolución d e la capacidad d e las
playas— p reced ió siem pre a la demanda; d e esta manera, el control
d el n ego cio turístico jamás fue abandonado a la iniciativa privada ni a la
im provisación. Si a ello añadimos el carácter colectivo d e la propiedad
d e la tierra y el p apel jugado por e l Estado en la financiación, p o d re
mos entender que los vastos com plejos turísticos creados (Mamia, en
Rumania; Zlatni Pjassac, en Bulgaria), con una capacidad receptora
com prendida entre las 15.000 y las 25.000 camas turísticas, resulten ser
centros funcionales muy localizados, cuyo impacto sobre la organiza
ción territorial, que continúa como antaño dominada por las funciones
portuarias tradicionales, apenas se ha dejad o sentir, siendo asimismo
le v e s los efectos sob re el m edio natural.
104
Bucarés (42.000) y Saint-Cyprien (24.000) (F ig . 4.3), Escalonados ap ro
ximadamente cada 50 kilóm etros, son e n cla ves turísticos especializados
(|iie utilizan la playa y el m ar co m o espacios-soporte, d e l mismo m odo
(|ue las estaciones integrales d e d e p o rtes d e invierno — com o se ve rá
más adelante— toman la es ce n o g ra fía subalpina com o un gigantesco
nHtadio d eportivo. Los em plazam ientos e le g id o s son bastante pareci-
105
dos: a orillas d e zonas lagunares, en el cordón litoral, y casi siem pre eñ
sectores en principio poco turísticos — p o r los mosquitos, dada su con
dición marismática hasta hace p o co tiem po— . Las operaciones inmobi
liarias compensan así los eleva d os costes d e un acondicionamiento eí¡
nihilo con los irrelevantes precios d e l suelo. Respecto a la demanda;
estos centros integrales planificados se dirigen a una clientela d iversifi
cada, reservando un pequ eño pap el a la hostelería tradicional, que
jamás llega a representar más d e un 10 por 100 d e la capacidad rec ep
tora total. ;¡
Su m orfología, p o r otra parte, adopta unos rasgos muy estereotipa
dos: una superficie de agua, dotada d e un puerto d ep ortivo y equipa-i
mientes anejos, obra generalm ente d e un único prom otor; un em plaza
miento directo — ^junto a la lámina d e agua— d e las estructuras de^
alojamiento (la fórmula publicitaria «lo s pies en el agu a»); espacios-
periféricos no edificables, agrícolas en ocasiones o reservados a una
expansión posterior («zon a d e ordenación d iferid a »); unos inmuebles,
que responden a la preocupación arquitectónica de disfrutar de la
m ejor manera p osible de la exposición a los rayos d el sol, intentando
que éste penetre en el interior d e la vivienda (una semejanza más con
las estaciones d e esquí integrales: en aquéllas, la hipsotropía asegura la
innivación; en éstas, la arquitectura se adapta a la vocación heliotrópi-
ca).
Sea cual fuere, y aún con el p e lig ro d e convertirse en verd a d eros
«qu istes» de desarrollo en m edio de region es m arcadam ente agrícolas
o pesqueras, estas soluciones integrales, lo mismo que su correlato
invernal, son p re ferib les a los tipos espontáneos que, fuertem ente des
organizados, tienen en la Costa Brava una d e sus más características
expresiones.
106
iHpacial d e frecuentación que bate el rec o rd d e las riviera s franoo-
Itiilianas (250-500 turistas/hectárea/año).
D esde e l cabo d e Creus a Mataró, el litoral se resu elve en una serie
lio costas rocosas, tanto graníticas com o calcáreas, muy recortadas, y
salpicadas d e form a intermitente p o r pequeñas calas a cuyo socaire se
sitúan los pequ eños puertos pesqu eros preexistentes o recoletas playas
íumontadas p o r pinedas y alcornocales. Toda v e z qu e no se trata d e un
corredor continuo — d e ahí las dificultades tradicionales d e comunica
ción y e l recurso histórico al cabotaje marítimo— , la estructura g e o ló g i-
c.i y el m odelado hacen d e la Costa Brava una reg ió n turística no poco
íimparentada con el conjunto d e «m arin as» que caracterizan la rocosa
iiviera d el Levante ligur. Y ha sido, justamente, e l turismo e l qu e ha
proporcionado a este ámbito litoral la unidad que jamás había tenido
(Barbaza, 1966).
En un m arco esencialm ente heliotalasotrópico, e l crecim iento turísti
co ha conocido una ve rd a d era proliferación inm obiliaria que, a través
(le una urbanización abusiva, aunque d e baja altura, ha transformado
las colinas litorales en un m ero soporte para e l alojamiento. El p roceso
ha entrañado trasvases d e mano d e obra d esd e la agricultura, la pesca
y la industria hacia el terciario d e ocio, d el que se han beneficiado
Mobre todo los municipios costeros: los d e l interior, que participan
económicamente en el d esarrollo d e las actividades turísticas d e la
costa, no han log ra d o lucrarse directam ente d e la presencia d e los
turistas. Una v e z más, e l turismo se ha concentrado en las estaciones
marítimas, soslayando los pequ eñ os municipios d e l inmediato traspala,
Los centros turísticos d e la Costa Brava presentan una estructura
espacial bipolar d esd e e l punto d e vista d e las actvidades recreativas
-playa y centro urbano— y polinuclear en lo que a las áreas de
iilojamiento se re fie re — vie jo puerto o casco viejo, don de coexisten
viviendas d e pescad ores y d e «reh abilitados»; zonas d e torres d e apar-
lamentos, d e l tipo «m a rb e llí»; y urbanizaciones d e villas y chalets— ,
Como en los litorales italianos o yugoeslavos, los viejos puertos p e s
queros han sido parcialm ente acondicionados para rec ib ir em barcacio
nes d e recreo; sin em b argo, coexisten en este caso las «m arinas»
integrales o funcionalmente especializadas que antes encontráramos en
la costa d e Languedoc-Rosellón o que tienen en Puerto Banús su ocasio
nal réplica andaluza.
N o existen, pues, ejem plos de planificación capitalista al m odo fran
cés. La Costa Brava respon d e más bien a un tipo d e desarrollo intensi
vo, su rgido espontáneam ente y donde la dem anda ha p re c e d id o a la
oferta; lo que no im pide que sobre ese esquem a, cuyo rasgo más
destacado es la anarquía y la im provisación, podam os apreciar todo un
libanico d e procesos de desarrollo diferentes, com o distintas han sido
107
también las respuestas d e las comunidades le a le s a la colonización
turística. No d e b e olvidarse que durante el fraiquismo — como ob ser
van M orris y Dickinson— la planificación d el uo d e l suelo urbano fue
mucho menos una iniciativa de la región que uh p rerroga tiva munici
pal, y que, por consiguiente, el desarrollo turísico fue inseparable de
la actitud de las comunidades litorales o — m ejor— d e sus gobernantes,
«qu ien es lo condujeron en diferentes direccioms, d e acuerdo con los
intereses locales dominates (los m ayores terrateiientes o, más frecuen
temente, los altos funcionarios municipales, prq^ietarios también del
suelo y, en algunos casos, relacionados con em pesas constructoras); el
gob iern o local controló los hilos y el n ivel y la drección d e la corrup
ción...» (M orris y Dickinson, 1987, pág. 19.) Contastan así municipios
como Bagur y Palafrugell, ordenados urbanísticanente a partir d e villas
y pequeños hoteles para atender a una clientela slecta, con Lloret de
Mar o Rosas que d esd e fines de 1960 dieron a bienvenida a una
demanda masiva, sobre el m odelo d e un crecimiinto vertical del par
que inm obiliario y con todo e l cortejo d e especu lsión y deterioro que
cabe suponer. O el contraste advertido por P rie tle y (1986) entre el
citado Lloret, g ob ern ad o por una política de laissz-faire, y la estricta
normativa impuesta en Tossa d e Mar o la más m d ern a expansión de
Blanes que, contando con una sólida y d iversifica d estructura produc
tiva anterior, apoyada sobre la base de la agricultira, la industria textil
y la pesca, pudo afrontar el reto turístico sin un eicesivo vasallaje.
108
dosarrollistas, p e ro a buen segu ro mucho más integrados en el territo-
1 1 0 anfitrión.
109
rio y con carácter biestacional — esquí en invierno; climatismo y excur
sionismo en verano— en los servicios inducidos p o r e l n ego cio turís
tico.
Los agentes urbanos ex ógen os jugaron, por otra parte, un papel
menos excluyente que com plem entario, orientado en todo caso a la
edificación de grandes hoteles o a la construcción d e un ferroca rril de
110
montaña, sin asfixiar unas iniciativas — ^privada y pública— endógenas
(jue pronto pudieron com p rob a r cuán im portante había sido el turismo
Invernal como germen d e un más amplio y territorialm ente integrado
liesarrollo económico y social.
111
4 .2 .2 .I. La estación integral: el caso de «La Plagne»
M ETROS
112
reducida a la ejecución d e infraestructuras com plem entarias (obras
públicas, carreteras, etc.,.).
b ) Eficacia. Aunque no lo garantiza necesariam ente, esta m odali
dad prop icia una planificación glob a l efectiva y un d esarrollo integral
d esd e el punto d e vista técnico-financiero: la p rop orción entre pistas y
apartamentos pu ed e ser mantenida con más facilidad bajo una sola
dirección; d el mismo m odo que los problem as técnicos inherentes a la
construcción, más fácilmente resueltos. Un único prom otor p u ed e a d e
más com pensar con operaciones inmobiliarias las fases menos lucrati
vas d el p royecto (com o la instalación d e los rem ontes mecánicos,
etc...).
c) Gracias a la coordinación técnico-financiera, el desarrollo es
mucho más rápido, logran do el prom otor recu p erar en p o co tiem po el
capital invertido.
d ) Coordinación, planificación coherente e integración física d e las
instalaciones de la estación dan como resultado una m orfología muy
funcional, d e manera que el alojamiento — apartamentos y hoteles se
arraciman al p ie d e las vertientes esquiadles— y las instalaciones r e
creativas están reunidos en un radio d e acción muy localizado, que
perm ite al deportista salir esquiando casi d e sd e su p rop io apartamen
to,
e) El aislamiento y la independencia vien en asegurados p o r la
localización de las instalaciones, generalm ente alejadas d e los asenta
mientos rurales preexistentes, p o r encima d e l lím ite altitudinal d e l há
bitat permanente. Tal emplazamiento tiene, no obstante, consecuencias
diferentes y hasta encontradas: p o r una parte supone un intento d e
integración con la escenografía natural — intento sagazm ente explotado
por la cosm ética publicitaria— ; p o r otra, resta a la estación todas las
posibilidades d e inserción en el m edio local anfitrión, convirtiéndola en
un v e rd a d e ro «q u is te » territorial.
/) Las instalaciones d e prim era categoría que este tipo de estacio
nes ofrecen atraen a un turismo generalm ente acom odado. Así, el in
crem ento d e los costes que el desarrollo de este tipo d e enclaves
aislados com porta está com pensado con tarifas más altas; p o r otra par
te, el prop io aislamiento da cierta vitola elitista a la estación, contribu
yen d o a ele va r e l estatus socioeconóm ico d e la clientela.
113
el p apel ju gado p o r los diferentes agentes económ icos, d e cuyas estra-'
tegias darán cuenta después tanto los impactos como la m orfología y la
demanda turística atraída.
En los prim eros momentos, y aunque los municipios construyen una
carretera d e acceso hacia la eleva d a cota altitudinal escogid a para el
emplazamiento (2.000 metros), el prim er prom otor — una modesta em
presa regional— quiebra inmediatamente. Poco después, un gru p o de
bancos con sed e principalm ente en París crean una em presa d e desa
rrollo, la S.A.P. {Société d 'A m én a gem en t de La Piagne), llegan do a
firmar un contrato con los municipios en d iciem bre d e 1961: S.A.P.
tendrá los derech os exclusivos tanto d e la construcción de la red de
remontes mecánicos com o d e l alojamiento, según tasas previam ente
acordadas; d e los ayuntamientos obtendrá una concesión p o r treinta
años del suelo ocupado por las pistas d e esquí (p o r un pequ eñ o p o r
centaje sobre las rentas d e los rem ontes), así como la posibilidad d e
venta del suelo en que serán construidos los apartamentos.
Hacia 1968, la Sociedad había cread o ya 5.000 camas, principal
mente en el condominio, con una re d d e remontes capaz d e soportar
9.000 esquiadores p o r hora; si bien la instalación d e estas infraestructu
ras fue inicialmente irrentable, la venta d e apartamentos bloqu e a blo
que aseguró una rápida recuperación d el capital invertido, perm itien
do la autofinanciación de la totalidad d e la operación. Con La Plagne,
S.A.P. fue desarrollando progresivam en te cuatro pequeñas estaciones-
satélite en los a lred ed ores y a una altitud semejante.
Em pero, es en la m orfología don de el carácter integral d e la esta
ción se hace más patente. Siguiendo esa vocación hipsotrópica a la
búsqueda d e una innivación más segura, todo el alojamiento está locali
zado a 2.000 m etros (muy por encima d el poblam iento tradicional,
situado en e l fondo d e l valle), sobre un pequ eñ o rellano hacia el que
co n vergen las principales pistas y d esd e e l que se toma la m ayor parte
d e los remontes. El volum en d e l alojamiento ha sido calculado en fun
ción de la capacidad d e las pistas, ccn objeto d e asegu rar que los
beneficios de esta asociación funcional no serán com prom etidos por
una innecesaria sobrefrecuentación. El uso d e vehículos particulares
queda en consecuencia muy restringido, mientras que aquellos otros
que llegan p o r el lado norte d e las edificaciones están efectivam ente
separados de los esquiadores, que se sitúan en el lado sur gracias a la
form a lineal de la estación. El tipo d e acondicionam iento turístico que
La Plagne encarna limita también la su perficie d e suelo susceptible de
ser vendida, reduce costes d e servicios, perm ite un uso más racional
d e la calefacción central y facilita no p o co la gestión y el mantenimiento,
Finalmente, con excep ción d el em p leo en algunos d e los nuevos
puestos d e trabajo creados, la población local ha sido excluida efectiva
114
mente d e l desarrollo d e la estación central y sus satélites d e altitud. Sin
em bargo, la apertura d e los inmensos dom inios esquiadles p o r la so
ciedad S.A.P. ha estimulado a los m unicipios d e l va lle a em p ren der
algunas operaciones d e carácter más tradicional (pequ eñ os hoteles,
chalets, camas en casas d e huéspedes, a lb ergu es) a lre d e d o r d e loa
asentamientos existentes montaña abajo (Lon gefoy, 1.500 m; Montcha-
vin, 1.300 m; Champagny, 1.200 m), que están unidos a la zona esquia
ble superior p o r una serie d e rem ontes d e enlace y se han desarrolla
do como parte d e l com plejo glo b a l d e La G rande Plagne. Una estación
que en 1974 tenía ya una capacidad d e alojam iento d e 14.000 camas, un
equipo d e 45 telesillas y 80 telearrastres, un dom inio esqu iable d e 138
kilómetros y una frecuentación calculada para la campaña 1973-74 en
m edio millón d e esquiadores.
115
En general, el resultado d e este tipo catalítico de desarrollo difieré
notablemente d e l asociado a una estación integral: en aquél, el nuevd
asentamiento turístico logra engastarse en el poblam iento rural p r e e
xistente; en éste, los m ayores proyectos están localizados frecuente
mente a relativa distancia d e las entidades locales d e población. Por
otra parte, la m ultiplicidad d e los agentes económ icos y la naturaleza
menos intensiva d e los proyectos hacen que la d e tipo catalítico sea una
estación mucho más diversificada y armónica que la que resulta d e las
fórmulas integrales. Otro tanto p u ed e d ecirse a propósito d el origen de
la demanda, que si en la estación integral tiene un carácter minoritario,
en la d e tipo catalítico la va ried ad d e alojamientos ofrecida absorbe una
dem anda socialmente más h eterogén ea y diversificada.
Señalada com o m odelo d e este tipo d e acondicionamiento invernal,
Vars es, siguiendo a Pearce (1989, pág. 74 y ss.), el resultado d e l efecto
catalizador de una gran em presa foránea. Su potencial recreativo había
sido detectado con anterioridad a los años 50; abierta la espita del
éx od o rural, los pocos habitantes d e l valle, vinculados además a un
sector agropecuario en d eclive, carecían no obstante d e los m edios
para, en la inmediata postguerra, fomentar su desarrollo más allá de
cuatro a cinco remontes mecánicos sim ples y d e algunos pequeños
hoteles y chalets. La situación cambia sustancialmente en 1958 con la
elección de un nuevo alcalde, antiguo político nacional, capaz d e llamar
la atención del gru po financiero parisino que va a crear la Société p o u r
rE q u ip e m e n t et le D e v e lo p p e m e n t de Vars (S.E.D.E.V,), em peñada en
el desarrollo d el municipio como centro turístico.
A diferencia d e la población local, S.E.D.E.V. tiene recursos finan
cieros y técnicos para la instalación de una re d d e rem ontes lo bastante
gran d e como para dar a la estación una p royección nacional. Así,
mientrs S.E.D.E.V. construye cada una d e las fases d e la red d e rem on
tes mecánicos, el municipio, en los térm inos d el contrato, c e d e un área
específica de suelo a la compañía para la edificación de las estructuras
d e alojamiento. Renuentes al principio, los habitantes locales respon
dieron con entusiasmo, firmando el acuerdo con S.E.D.E.V. en 1962. La
em presa se impuso a sí misma límites a la expansión d e l condom inio de
apartamentos, dejando abierta la posibilidad de formas alternativas de
alojamiento,
D esde 1962, e l registro d e las licencias d e construcción denuncia un
increm ento considerable de la actividad local: edificación d e chalets,
inauguración o ampliación de pequeños hoteles y pensiones; m ejora de
un com ercio aquí, apertura d e otro nuevo allá; aparición d e cafeterías,
discotecas, etc... Parte d e esta actividad, asistida p o r créditos de enti
dades gubernamentales (C rédito Hotelero, C rédito A grícola ), se ha
concentrado a lred ed or de pequeñas aldeas preexistentes (Sainte-Cat-
116
horin, Sainte-Marie el Saint-Marcellin), mientras que S.E.D.E.V. y otras
Mociedades foráneas han levantado un nuevo centro en Les Claux (69
|)or 100 d e las camas turísticas en 1972), 3 km aproxim adam ente aguas
( 1 1 riba del valle. El municipio mantuvo el control en la venta d el suelo
117
Figura 4.6. Modeío de Barker (1982) de desarrollo turístico en los Alpes.
118
- y p ro teg id o — bosque que domina el valle, las viejas cabañas de
pastores son convertidas, p o r los vecinos que tienen d erech os d e pasto
en estas tierras, en casas de retiro o albergu es d e fin d e semana. Con el
desp egu e turístico, una serie de nuevas pistas comienzan a trazarse en
las vertientes arboladas, al tiem po que trenes d e crem allera y teleféri
cos perm iten a los turistas alcanzar las cimas d e la C ordillera. Cuando
los municipios invierten en proyectos d e esquí d e verano, se constru
yen nuevas carreteras hacia el piso alpino, hacia los glaciares donde
están ubicados los remontes m ecánicos.,.».
Por otra parte, la prop ia demanda explica, en cierto m odo, el éxito
de las fórmulas orientales extensivas y territorialm ente integradas; co
mo apunta el p rop io Barker, el turismo alemán — el acaudalado y fiel
turismo alemán— p a rece mucho más inclinado a tomar sus vacaciones
como una forma d e participación e integración en la vida local d e los
municipios receptores, que como una rép lica hiperfuncional, deportiva
y profana de la vid a eremítica, que con vierte a la montaña en un m ero
soporte econom étrico: más d e la tercera parte d e las pernoctaciones
turísticas registradas en 1970 en el Tirol y e l A lto A d ig e lo fueron en
casas particulares. De su impacto económ ico y territorial darem os
cuenta en el próxim o capítulo.
A partir d e criterios basados en la concepción de la ordenación
turística d el espacio montañés, Guérin (1984) identifica finalmente doS
tipos d e desarrollo en los A lp es franceses: a) e l desarrollo entendido
com o explotación d e los recursos — am énagem ent para la m ise §n
valeur— ; y b ) el desarrollo considerado com o conservación y salvi*
guardia d e la montaña. En e l prim ero, el énfasis está en la inversión y
explotación de los recursos naturales d e los A lp es para satisfacor ll
demanda externa y obtener el m áximo b en eficio d e las actuacioneij ll
implantación d e las nuevas estaciones que tal fórmula de ordenación
territorial com porta da lugar así a una importante reestructuración d f
la econom ía y la sociedad locales. La opción conservacionista, en OOn*
traposición, subraya la fijación d e los efectivos dem ográficos e x iltM *
tes, sus tradiciones y valores, y da a los residentes locales una b U M I
oportunidad para determ inar su prop io futuro.
Aunque ambas opciones no son mutuamente excluyentes, I X ilt t
entre ellas una cierta tensión, con impactos espaciales d esd e l U t f f
contrastados: la doctrina desarrollista ha fa vo recid o las estación#! S t
altitud, los dominios subalpinos y alpinos, con e l acento puesto s i l l l ^ ^
en la unidad funcional d e l producto turístico invernal; la política OOMIV*
vacionista se ha orientado más a la m edia montaña, a la b ie s ta c io n ilttM
y a una organización y planificación d e escala m icrorregion il)
preten d e engastar el potencial turístico en las actividades e c o n ó IIM II
agropecuarias.
III
En suma, la diversid ad d e tipos coexistiendo en una misma región
invernal, el distinto papel ju gado p o r los agentes sociales y económ i
cos, la com plejidad de la casuística, hacen que ni ésta ni otras clasifica
ciones semejantes puedan llega r a sistematizar una tipología admisible
para la m ayoría d e los estudiosos; com o ha escrito Barbier (1982, pág,
41), la clasificación es sólo posible si partimos d e un solo criterio, p ero
si tratamos de com binar varios difícilm ente llegarem os a obtener resul
tados brillantes o, cuando menos, satisfactorios.
120
A pertúrbanos en zona rural r en zona urbano-industrial difusa ® principales aglomeraciones urbanas
los denom inados d e «recu p era ción derivada» y los d e «recu p era ción
secundaria».
En los proyectos hidrorrecreativos d e recuperación derivada, la
actividad turística v ie n e a superponerse a una función inicial: agrícola
(em balses destinados al rie g o ), energética (em balses para la prod u c
ción h id roeléctrica) o em balses cuya misión era el abastecimiento d e
agua a las ciudades, etc... Es sin duda el tipo más extendido en Francia,
que tiene en Serre-Pongon (2.825 Ha y 20 km d e riberas, en los A lp es
de Alta Provenza) o en V a ssiviére (1,000 Ha, en e l Limousin) dos d e sus
121
ejem plos más representativos, En todos los casos su m orfología, funcio
nalidad y frecuentación están muy determ inados por los im perativos de
la función inicial (prohibición, p o r E le c th cité de France, d e la frecuen
tación turística en las proxim idades d e las presas; im posibilidad e x p re
sa d e cualquier actividad motonáutica en los em balses d e abastecimien
to d e agua potable),
Los planes hidrorrecreativos d e recuperación secundaria hacen del
turismo una función completam ente nueva y distinta, que vien e a suce
d er a las funciones iniciales totalmente periclitadas. Se trata d e antiguos
molinos, canales fluviales inutilizados, turberas y yacim ientos mineros
abandonados, o antiguas graveras que, vaciadas para atender la d e
manda creciente d e l sector d e la construcción, dejan al descubierto el
nivel freático (tal es también el origen d e los «g a la ch os» d el río Ebro),
etc.
Los parques hidrorrecreativos d e creación e x nihilo, finalmente,
suelen adoptar en algunos casos la form a de una cavidad excavada
artificialmente en el lecho m ayor d e un curso d e agua, d e suerte que su
nivel hidráulico corresponda al de la capa freática; en otros casos — los
más— , la de la represa de un curso d e agua. En aquéllos, cuyos incon
venientes más g ra ves son la dificultad d e su vaciado, resulta muy in
cierto asegurar la calidad d e las aguas, siendo frecuente el riesgo d e
eutrofización y d eterioro bacteriológico; en éstos, el vaciado y la reno
vación d e las aguas no p a rece plantear m ayores problem as. Por último,
si aquéllos, dada su construcción, presentan entornos excesivam ente
rectilíneos, con el consiguiente impacto negativo d esd e el punto d e
vista estético-paisajístico, éstos, lo mismo que los em balses preexisten
tes, exhiben unas riberas sinuosas que perm iten diversificar las infraes
tructuras d e alojamiento y ocio, dando al conjunto una escenografía
muy parecida a la d e los lagos naturales, mucho más atractiva.
122
piejos que, nunca ajenos d e l todo a la práctica d e la natación y los
baños, han d e procurar controlar la contaminación, p o r vertid os d e
acampamentos y alojamientos en general, p roven ien te d e cursos
afluentes.
b ) Una frecuentación salvaje que, en ocasiones — el acampam en
to— , opta p o r las «cala s» tranquilas de estos litorales interiores; zonas
en las que la inaccesibilidad no facilita ni mucho m enos la evacuación
de residuos y basuras.
c) Las variaciones d e n ivel d e estas aguas em balsadas (p o r la
utilización en ergética o la dem anda estival para riegos, justamente
cuando las precipitaciones d e crec en en la m edida que aumenta la
evaporación) dejan em ergid as masas d e fango que, sobre su repulsión
estética, amenazan la segu ridad d e los bañistas, im pidiendo adem ás la
práctica d e algunas m odalidades deportivas.
d ) E levados costes d e unas operaciones que d eb en afrontar tanto
el acondicionam iento d e playas artificiales, la creación d e «p u e rto s » o
muelles para las em barcaciones y todo un abanico d e equipam ientos
d e alojamiento y ocio, cuanto una restauración paisajística que, m edian
te la reforestación, está encaminada a frenar los p rocesos erosivos y la
colmatación rápida de estos vasos artificiales, no menos qu e al e m b e lle
cimiento d e su escenografía.
e) La rentabilidad d e estas costosas inversiones no pu ed e basarse
solamente en la sobreírecuentación (que, p o r lo demás, daría paso al
d eterioro y la absolescencia), sino mucho antes en una buena adecua
ción entre el tamaño d e las láminas de agua y la carga turística que son
capaces d e soportar, sin olvidar que las prácticas deportivas que están
en el o rig en d e estos proyectos tienen sus exigen cias específicas. Así,
si el eje rcicio d e la vela req u ie re una su perficie mínima d e 10 Ha para
los ve lero s ligeros, las com peticiones de em barcaciones d e ve la e x i
g en entre 30 y 40 Ha y no menos de 2 m d e fondo; entre ambas, la
plancha a ve la ha perm itido la utilización recreativa d e láminas d e agua
de superficie más reducida. El esquí náutico y la motonáutica en g e n e
ral no son posibles en «c a m p o s» d e su perficie in ferior a 8 Ha, siendo
necesaria también la construcción d e pequ eños m uelles para el am arre
y la salida d e los deportistas, y en todos los casos una profundidad
nunca inferior a 1,5 m. Los campos d e regatas no d eb en tener dim en
siones inferiores a 2.500 m d e longitud y 100 a 130 m d e anchura,
teniendo en cuenta que las traineras gran d es no soportan densidades
superiores a los 6 barcos p o r hectárea. En cuanto a la carga humana
más satisfactoria, la planificación aconseja no sobrepasar los 10 m^ d e
«p la y a » y los 5 m^ d e su perficie d e agua para el baño p o r usuario;
como m edida general, e l umbral de saturación se alcanzará cuando la
carga turística p o r hectárea sobrepase las 3,000 personas. Finalmente,
123
y a los efectos d e mantener la rentabilidad d e la inversión realizada, la
bibliografía especializada recom ienda que la su perficie destinada a
rec ib ir los equipamientos d e ocio y alojamiento sea igual, al menos, a la
superficie de la lámina de agua embalsada.
124
urbanas com o a las caudalosas m igraciones turísticas estivales, c ap ta
das ai paso...
e) C o m p lejos con espacios de ocio p e rifé ric o s . Se trata de un tipo
hid rorrecreativo creado en zonas ya muy desarrolladas desd e el punto
de vista turístico, d e b id o a la calidad de su prop io cuadro natural;
pueden a p a recer tanto en áreas d e montaña (Serre-Pongon, ya citado),
como en el traspaís litoral que captura los ex ced en tes rechazado! por
la sobre frecuentación y el d eterioro de la línea d e costa (Saint-Caaaiati,
a unos veinte kilóm etros d e Cannes).
125
4.4.1. Modelos de desarrollo de la residencia secundaria
126
ter más urbano, mientras que el impulso ex terio r conserva todavía los
rasgos p rop ios d e la vivien d a vacacional.
Tercera fase. El área original secundaria es absorbida por la e x
pansión metropolitana y form a parte ahora d e la prop ia ciudad, de
suerte que las antiguas residencias tem porales acaban transformándoae
en residencias permanentes. Mientras tanto, se han desarrollado nue
vas y distintas áreas de residencia secundaria sobre la base d e la
demanda d e fin d e semana o d e alojamientos vacacionales, que no han
retrocedido aunque crecen más m oderadam ente. N o obstante, la e x
pansión ex terio r y el aumento d e la demanda no son función exclu siva
mente d el crecim iento d em ográfico capitalino, sino también d e la am
pliación d e la red d e autopistas y carreteras, d e l número d e p rop ieta
rios de vehículos automóviles, de la multiplicación d e l tiem po lib re y
los p eríod os vacacionales, así com o d el d eseo d e muchas autoridades
locales d e increm entar sus tasas y contribuciones fiscales; todo lo cual
provoca una intensificación d e l uso d el suelo, que facilita la especu la
ción p o r parte d e los prom otores inmobiliarios.
127
Tercera fase. La iniciativa particular, d e residentes locales o de;
m edios urbanos próxim os, es sustituida p o r parcelaciones trazadas tan
to p o r la autoridad local — com o una de las formas d e increm entar los
recursos fiscales— cuanto p o r los prom otores inm obiliarios a la bús
queda d el m ayor beneficio. En este momento, la residencia perm anen
te acaba siendo prevalente, d e la misma manera que la tranquilidad y
el aislamiento, señuelo d e los prim eros propietarios secundarios, ha
d e sa p a recid o.
128
tantas con d erech o a cocina además. En España, 3,6 millones d e e sp a
ñoles pasaron en 1983 sus vacaciones en el m ed io rural, con una d u ra
ción y un gasto m edio de 19 días y 65.000 pesetas p o r familia (A lv a re z
C uervo y Bote Góm ez).
Un estudio d e Frater (1983) sobre el agroturism o en H erefordshire
destaca cuatro razones consideradas prioritarias p o r los gra n je ro s en
su decisión d e o fre ce r alojamiento turístico; a) increm ento d e los in g re
sos anuales (un 35 por 100 d e los encuestados); b ) posibilidad de
disfrutar de la compañía de los visitantes (un 25 p o r 100; c) la com pen
sación d e la caída d e los p recios agrarios (un 20 p o r 100); y d) a p r o v e
chamiento d e recursos infrautilizados (e l 16 p o r 100).
Si e l agroturism o d e p en d e esencialm ente d e la iniciativa individual,
en algunos países los agricultores recib en subvenciones y ayudas a la
comercialización, tanto p o r parte d e l Estado com o d e otras organizacio
nes; D artington Am enity Research Trust (1974) proporcion a a los a g ri
cultores ingleses consejos técnicos sobre costes y tipos d e alojamiento
según los recursos existentes. El cooperativism o para la com ercializa
ción d e este tipo d e producto turístico se rev ela paulatinamente más
necesario, toda v e z que los agricultores carecen propiam ente d e los
m edios adecuados para prom ocionar eficazm ente su oferta en e l m e r
cado urbano. En Francia, p o r ejem plo, existe la «F ed era ción N aolonal
de G íte s » (camas en el m ed io rural), que no sólo proporcion a asiatenoln
y asesoría al agricultor, sino que elabora también un registro naolonal
d e propietarios autorizados, así como un sistema d e reservas cen tra ll
zado. La coordinación es especialm ente importante en N u eva Z elan d a,
donde la estancia en casas d e labranza se o fre ce no sólo a los v e ra n e a n
tes particulares, sino que está incluida también en alguno de loa máa
innovadores paquetes turísticos; en tales casos, los coordinadorea r e
gionales d e la organización d e estancias agroturísticas necesitan, en
una determ inada área, asegurar la oferta suficiente d e casas d e lab ra n
za con que p o d e r atender la demanda en un momento dado.
Ahora bien, tal v e z p o r su carácter novedoso, estas m odalidades d e
estancia recreativa no han sido todavía objeto de una sistem atlaSfllón
satisfactoria. Sin em bargo, su débil impacto negativo sobre e l m td lo
receptor, así com o los ingresos económ icos com plem entarios que pue
den allegar a la sociedad anfitriona, sin olvidar tam poco las ven tajas d e
la plurifuncionalidad que propician, hacen del turismo en c a a s i d e
labranza un destino alternativo muy atractivo no sólo frente a la m odlll^
dad heliotalasotrópica d e prim era línea d e playa sino también frtn tt B
la segunda residencia, d e connotaciones ciertam ente urbanas y OUyOS
efectos negativos sobre el m ed io rural serán exam inados en el oapítuls
siguiente.
lai
5_____
Impacto espacial de
la actividad turística
131
region es deprim idas tienen en las actividades de ocio tal v e z su último
recurso de salvación: «d e la lectura d e muchos textos se infiere que el
turismo destruye la naturaleza y que es en cierto m odo responsable del
declive de las econom ías y sociedades tradicionales, p e ro también el
turismo a parece localm ente com o m ed io d e provisión, com o elem ento
de sustitución d e las actividades m oribundas(...) constituye ciertamente
una invasión, p e ro ¿acaso las invasiones no han sido históricamente
sino un m edio d e renovación, un factor d e p rog reso? Se le reprocha su
proliferación, su m itage, su expansión anárquica, p e ro ¿puede decirse
que se quiebra la organización d el espacio cuando la única virtud de
ésta es la anterioridad, a partir de la cual toda evolución es perturbado
ra?» (Clary. 1984, pág, 67).
En cualquier caso, en cuanto que está indisociablem ente unido a la
idea de desplazamiento, el acto turístico e x ig e inevitablem ente una
infraestructura d e transportes; com o una pernoctación al menos es el
criterio mediante e l cual el rec re o se convierte en un hecho turístico,
e x ig e también unos equipamientos para el alojamiento; y ex ige, final
mente, unos equipam ientos para la práctica de actividades d e ocio
durante la estancia. Exigencias, todas ellas, cuya atención entraña con
secuencias espaciales d e alcance muy variable sob re la población, el
em p leo y en definitiva sobre el sistema d e asentamientos; p e ro también
sob re la actividad económ ica y su estructuración sectorial — la industria
y los servicios, sobre todo— . El turismo, en m ayor o m enor medida, es
un insaciable y voraz consumidor d el espacio rural, p e ro también en
ocasiones su única garantía de supervivencia.
132
que se fundamenta este tipo de actividad recreativa. Pero, p o r otra
parte, el acondicionamiento turístico pu ede lo g ra r también que un m e
dio natural hasta entonces inhóspito y repulsivo sea recu p erad o para el
espacio humanizado. Los efectos no son, pues, sólo negativos, p e ro sin
duda son éstos los que con m ayor frecuencia dejan en e l m ed io natural
una huella irreparable.
5.1.1. El litoral
133
Buena parte d e las estaciones litorales de nuestro M editerráneo,
cuya característica pluviom étrica esencial es la coincidencia d e la esta
ción más calurosa con la inflexión d e las precipitaciones, p a d ece gra
ves problem as d e abastecimiento de agua potable, d eb id os en parte a
la sobrefrecuentación; la extenuación a que han sido sometidas las
aguas subterráneas ha p rovoca d o la salinización d e los acuíferos por la
invasión d e l agua d e l mar (Picorn ell Bauza, 1986, pág, 56), con los
consiguientes inconvenientes d eriva d os d e la alteración d e estos recur
sos hídricos: necesidad d e consumo de agua em botellada, p e lig ro para
e l funcionamiento d e electrodom ésticos, etc.
En otros casos, sin em bargo, las actuaciones urbanísticas con fines
recreativo-turísticos han conseguido ganar para el hábitat escenarios
antaño hostiles a la ocupación humana: es el caso d e la ordenación del
litoral d e Languedoc-Rosellón, que ha perm itido rescatar un ámbito
marismático e infestado d e mosquitos. Un com plejo program a de d e se
cación d e estos trem edales, campañas d e desinsectización, una im pre
sionante repoblación forestal y todo un sistema d e saneamiento y apro
visionamiento d e agua han perm itido habitar 200 km. d e costas, hasta
entonces repulsivos a toda ocupación: d esd e Saint C yprien, cerca d e
Perpignan, hasta la G rande Motte-Carnon, cabe M ontpellier, pasando
p o r la más conocida d e Cap d ’A g d e , a pocos kilóm etros d e Séte (M i
chaud, 1983, pág. 179 y ss.) N o hay que recordar, sin em bargo, que
para el discurso ecologista más radical estas operaciones llevan im plí
cito el signo d e la barbarie más contranatural; al fin y a la postre, todo
m odelo de ordenación d el territorio es necesariam ente polém ico, co
mo polém ica es siem pre toda decisión basada en la posibilidad de
elección.
134
cotas d e gran impacto sobre el m edio natural: junto a la proliferación
de segundas residencias, en ocasiones bajo la form a de torres de
apartamentos, la implantación d e estaciones d e deportes d e invierno
está acompañada d e una serie d e operaciones suplementarias d e acon
dicionamiento — carreteras, pistas, remontes mecánicos, etc.— qu e p o
seen un gran p o d er d e destrucción, algunos de cuyos más gravea
efectos son los siguientes:
135
palidad y los p o d ere s públicos en el valle pirenaico francés de Louron
son una buena muestra d e revitalización d e los ecosistemas montañe
ses; la práctica se ha encargado d e dem ostrar que los usos agrarios n o’
son incom patibles con los recreativos, y allí está el ejem plo d e Saint-
Lary — ejem plo también d e lid erazgo d e un alcalde im par— , cuya
prim era autoridad municipal ha entendido que la reintroducción d e la
cabaña ganadera, desaparecida en los prim eros momentos, no sólo
aseguraba una m ayor y más estable perm anencia d e la nieve, evitando
terribles aludes, sino que lograb a una m ejora d e los pastos naturales
d e alta montaña y allegaba además unos ingresos suplementarios. Y es
que los ecosistemas se degradan con la presencia d e l hom bre, p ero
también con su ausencia (com o lo prueba e l pavoroso increm ento del
número de incendios forestales en la montaña m edia española, g r a v e
mente despoblada p o r el éx od o rural).
136
rurales d e la región de los A lp es m eridionales se ha increm entado en
un 12 p o r 100: «n i las actividades agrícolas ni la industria — extrem ada
mente ocasional— son responsables d e este cam bio de tendencia. El
motor esencial es el desarrollo d e las actividades turísticas». Una ten
dencia similar muestra Saint Martin de B elleville, en la Saboya francesa,
donde la implantación d e la ya citada estación d e deportes d e invierno
ha invertido d e forma espectacular la reg res ió n dem ográfica anterior,
provoca d o un rejuvenecim iento d e la estructura b io lóg ica y, en conse
cuencia, reconducido el crecim iento natural a través d e l increm ento de
la natalidad.
P ero los ejem plos en sentido contrario no dejan d e menudear: Villa-
roger, otro municipio d e la Saboya francesa, no ha podido, p e s e a su
flamante estación a partir d e 1962, sino m itigar la intensidad d e su
d eclive dem ográfico. Más próxim o a nosotros, el impacto que so b re la
evolución d e la población absoluta ha ocasionado la actividad turística
en nuestros municipios pirenaicos oscenses, no con cede dem asiados
argumentos para el triunfalismo: en la m ayor parte d e los casos (fig.
5.1), el turismo no ha hecho sino desacelerar la tendencia reg res iva de
los efectivos montañeses; lo que, en una provincia cuyos municipios
rurales han sufrido una fuerte erosión dem ográfica, no deja d e ser, sin
em bargo, relativam ente esperanzador. Tan sólo Jaca y A ísa parecen
d esd ecir esa tónica gen eral d e la montaña oscense, aunque una inter
pretación ponderada d e sus aspectos cualitativos desp eja algunos eq u í
vocos: a la en orm e expansión d e su plano urbano, por la proliferación
d e segundas residencias, no correspon de d esd e lu ego la dinámica
p ro g res iva d e la cabecera jacetana, que tam poco ha p o d id o evitar el
éx od o d e su población más cualificada; en Aísa, don de el descenso ha
sido segu id o p o r un crecim iento como consecuencia d e la consolida
ción de la estación d e Candanchú, perteneciente a su térm ino munici
pal, no d e b e olvidarse que ese crecim iento es más ficticio que real; que
la m ayor parte d e los nuevos em padronam ientos (C allizo Soneiro, 1988,
pág. 75) o b ed e ce n menos a un deseo d e perm anencia en el m unicipio
que a los intereses puramente estratégicos d e los propietarios d e los
equipam ientos turísticos d e la estación, cuya conquista d el p o d e r muni
cipal — com o comentarem os más adelante— es una garantía d el buen
funcionamiento d e sus propias empresas.
P ero si la actividad turística no es siem pre causa d e una evolución
positiva d e la población absoluta y de un paralelo rejuvenecim iento d e
la estructura biológica, ello se d e b e en una buena m edida al carácter
marcadam ente estacional d e la demanda d e em pleo, que tiene conse
cuencias económ icas p e ro apenas respecto d e los m ovim ientos d e p o
blación — altas y bajas en e l Padrón— . La ocupación estacional d e la
mano d e obra turística tiene ciertas ventajas d esd e e l punto d e vista d e
137
I C R E C IM IE N T O ASC EN D EN T E
C RE CIM IE N TO
I C RECIM IEN TO D ESC EN D EN TE CONTINUO
_ J D E SC EN SO CRECIENTE
D E SC EN SO CONTINUO
n DE SC EN SO DECRECIENTE
J A V IE R CALLIZO SO N EIRO
L A REO U R B A N A DE HU ESC A
138
I.T distribución espacial d e la población, pues, adem ás d e frenar un
proceso em igratorio en otro caso irreversib le, contribuye a la redistri
bución espacial d e las rentas, en la m edida en que parte d e las mismas
vuelven con e l em igrante estacional a la reg ió n d e origen; p e ro tiene
también no pocos inconvenientes, toda v e z que p ro v o ca durante parte
del año un paro encubierto; en España, según fuentes d e la Secretaría
G eneral de Turismo, d e los 559.911 em p leos d e la hostelería en 1986,
328.721 (58,70 p o r 100) lo eran con carácter fijo y 231.190 (41,3 p o r 100)
con carácter eventual, tal cual refleja el cuadro n.° 2.
Fija o estacional, el turismo es sin em b a rg o un gran em p lea d or d e
mano de obra, d e em pleos directos e indirectos — sólo en España,
según Lozato-Giotart (1985, pág. 146), los em p leos directos suponen un
7,9 p o r 100 d e la población activa— . Según asegura este autor (1985,
pág. 148), una habitación turística e x ig e un standard m edio d e 1,5
em pleos directos, cifra que descien d e levem en te — menos de 1— en la
hostelería multinacional, mucho más atenta a la productividad que g e
neran las econom ías d e escala; p e ro com o la segunda residencia — que
en los países occidentales es e l m odo de alojam iento porcentualm ente
más importante— e x ig e menos mano d e obra en servicios, Cartuyvels
(1988), menos optimista, rebaja la ratio glo b a l (incluyendo todos los
modos d e alojam iento) a 1 em p leo directo p o r cada 12 camas turísticas
globales.
Restauración, guías, agencias d e viajes, m onitores d e esquí, segu
ros, bancos, servicios profesionales d e todo tipo, etc., lo cierto es que
el turismo g en e ra em pleos indirectos en p rop orción mucho m ayor que
otras actividades secundarias o terciarias: según el citado Lozato-G io
tart (1985, pág. 148), el coeficiente m ultiplicador sería d e 2 a 3 em pleos
indirectos p o r cada em pleo directo. A ello cabría añadir un buen p elliz
co d e em p leos no rem unerados y hasta clandestinos — toda una econ o
mía sum ergida— , que a través d e la hostelería familiar y las casas de
huéspedes está allegando una fuente d e ingresos bastante com o para
com plem entar las d ébiles econom ías agrarias, im pidiendo un é x o d o d e
otra forma inexorable.
Ahora bien, el crecim iento d e l em p leo — directo o indirecto— en el
sector turístico lo es a expensas d e la población activa agrícola. Unas
rentas más elevadas y d e más fácil obtención, junto con la elevación d el
p recio d e l suelo con fines especulativo, han llev a d o a muchos agriculto
res a la venta d e su patrimonio en busca d e un puesto d e trabajo en los
sectores relacionados con e l turismo — construcción y hostelería, sobre
todo— . El resultado es fácilmente inteligible: alteración d e la estructura
de la población activa, con g r a v e descenso d e los activos agrarios
jóvenes, en vejecim iento consiguiente e increm ento d e la población
139
activa ocupada en el sector terciario (Barceló Pons, 1987, y Salva T o
más, 1985), tal cual pu ede apreciarse en el cuadro n,° 3.
En definitiva, tanto si es capaz d e m odificar el sentido de la evolu
ción dem ográfica com o consecuencia de la captación de mano de obra
que vien e a reju ven ecer la estructura biológica, como si sólo obtiene
una m itigación d e la regresión poblacional, es lo cierto que, d esd e el
punto de vista espacial, el turismo provoca m ovim ientos m igratorios
interprovinciales desd e las áreas rurales deprim idas y desd e las r e g io
nes urbanas fuertem ente afectadas p o r el paro hacia las áreas recepto
ras en su m ayoría d el litoral — dado el peso d e la moda heliotalasotró
pica— ; y en todo caso constituye un a celerad or d e l éx od o intraprovin-
cial desd e el traspaís interior de las estaciones litorales, como han
advertido los citados Barceló y Salva, y com o ob serva Lozato-Giotart
(1985, pág. 148 y ss.) en el caso d e la Costa d el Sol; todo lo cual no hace
sino coadyuvar a la desertización dem ográfica del interior, convertido
en «p e r ife ria » d esd e el punto de vista económ ico.
140
Figura 5.2. Jerarquización funcional de los municipios Oscenses (según nive
les de centralidad real) 1980.
141
go, Panticosa, Torla, Broto, Bielsa— que a cogen siquiera una exigua
dem anda recreativa p oseen una dotación funcional muy superior a la
que les co rrespon dería d e acuerdo con su tamaño dem ográfico; lo que
significa que, además d e una cierta atracción — mínima p e r o no d e sd e
ñable— sobre su entorno, justifican sus m ayores índices d e centralidad
en la superación d e l umbral de dem anda que con carácter estacional
p rovoca la actividad turística (fig, 5.2).
En los n iveles propiam ente — funcionalmente— urbanos, el impacto
es mucho más evidente. A la dem anda turística increm entada p o r la
implantación d e la estación d e C e le r o p o r la apertura d el túnel d e
Bielsa, Benasque o Aínsa d eb en — siem pre d esd e el punto d e vista
funcional— la capitalidad com arcal que antaño ostentaran Boltaña
— m erced a su condición d e ca b ecera d e partido judicial— o Castejón
d e Sos — más geocén trica que Benasque para la Alta Ribagorza— . Jaca,
finalmente, prim era capital d e l Reino d e A ragón, ha resistido e l reto de
la industrialización d e Sabiñánigo, cuya área d e influencia comanda en
segunda instancia a título d e cabecera supracomarcal; con menos habi
tantes que Monzón y Fraga, ocupa el tercer puesto en la jerarquía
provincial, si bien com parte un rango y un área d e influencia muy
similar a la que ha conseguido Barbastro sin la com petencia pirenaica
de un núcleo com o la ca becera serrablesa. N o es difícil conjeturar que
la apertura de nuevos pasos fronterizos reforzará todavía más el rango
jerárqu ico d e los pequ eñ os municipios turísticos pirenaicos; que, en el
caso d e p rosperar la nominación, los ju egos olím picos de invierno
dilatarán todavía más la p royecció n territorial d e una ciudad que, como
Jaca, v iv e casi más atenta a sus relaciones transprovinciales que a sus
com prom isos comarcales, que son casi más una consecuencia que una
causa de su lid erazgo (fig. 5.3).
142
Figura 5.3. índice de atracción de los núcleos urbanos Oscenses, 1980.
143
d e su protagonism o económ ico (Lanquar, 1977), e l turismo tiene tam
bién efectos inducidos sobre las actividades económicas, y especial
mente sobre la industria y los servicios,
144
Tasa crecimiento anual del PIB
Canarias
Baleares
Aragón
• •
Comunidad Valenciana
M urcia
Navarra Cataluña
M adrid
• Andalucía
# La Ríoja
Cantabria
Castilla y León
• Galicia
. P aís Vasco
Asturias
©
50 60 90 100 110 120 130 UO
145
Por otra parte, los flujos económ icos allegados p o r e l turismo, los
ingresos d e divisas, constituyen un importante factor equ ilibrador d e la
balanza d e pagos d e los países receptores; contribuyen a m itigar el
déficit — frecuente en los países menos desarrollados— d e la balanza
com ercial. La ampliación eventual d e l m ercado que la dem anda turísti
ca significa es además un estimulante d e l consumo d e la producción
nacional, así como d e su exportación, en la m edida qu e — ^publicidad
directa— perm ite familiarizar al turista extranjero con los productos
nacionales, Pero es también un factor qu e fomenta las im portaciones d e
aquellos productos que, habitualmente consumidos p o r los turistas en
sus países d e o rig en (alimentación, gasolina sin plom o, repuestos auto
movilísticos, etc.), no existen en el m ercado receptor, neutralizando así
una parte d e los beneficios obtenidos p o r los ingresos d e divisas (Lan
quar, 1977, pág, 103).
146
c) La escala local: uno d e los efectos que con m ayor prontitud
detecta e l habitante d e las áreas receptoras — si bien el fenóm eno M 110
menos a p reciab le también en las escalas interm edias— , es el q u t h lQ f
d el turismo un v e rd a d e ro m otor d e procesos inñacionistas, com o 001)'
secuencia d e l desajuste entre el increm ento d e la dem anda estaclonil y
una oferta rígid a que no contem pla la im portación paralela d e b ltA M
demandados; lo que se traduce en un crecim iento disparado d el índiOt
de p re cio s al consumo (Díaz A lvárez, 1988, pág. 31). Paralelam entti U
afluencia d e capitales turísticos tiene a esta escala otra conseoucnoli
bien p ercep tib le: la aparición d e una espiral especulativa d el lUtlOi
arrebatado a sus antiguos propietarios rurales m ediante una o fc rtt
mucho más sustanciosa que la que nunca pu diera g en era r el ItOtOr
agropecuario.
A l mismo tiempo, la necesidad d e asegurar la cobertura c a p t l d#
garantizar una oferta digna d e la dem anda turística e x ig e d e las 00l#0*
tividades locales e l recurso a presupuestos y contribuciones extrior*
diñarlas, que suponen un gravam en añadido a las cargas inflaclonlilM
ya soportadas p o r los habitantes d e las áreas receptoras. T o d o tllO
p rovoca un encarecim iento d e l coste d e la vida, una se rvid u m b r» • l l
que ha d e hacer frente toda la población, cuando los beneficios turllll*
eos son lucrados sólo p o r una parte d e la misma.
147
Guarios; p e ro es también e l caso d e l flamante desarrollo d e unas activi
dades artesanales que, fuera d e la atracción — otra v e z la alteridad
espacio-cultural— que eje rcen en los países más industrializados, difí
cilmente hubiesen p od id o so b revivir; y es el caso d e la industria de
artículos d e regalo, que los turistas adquieren com o una prueba testi
monial, emblemática, d e su presencia en estas periferias receptoras; y
d e los artículos de via je y deportes — el d ep orte es factor destacado de
las actividades durante la estancia— . Más eviden te es e l impacto indu
cido por el turismo en el subsector d e la construcción — de alojamien
tos, p e ro sobre todo de segundas residencias— y las ramas afines
com o el vid rio y cemento, la m adera y el m ueble y d esd e lu ego la de
agua, gas y electricidad.
P ero donde los efectos d el turismo se manifiestan d e forma plena es,
sin em bargo, sobre el sector terciario. Com o tuvimos ocasión de com
prob ar en el ep íg ra fe dedicad o a analizar el impacto sob re el em pleo,
las áreas turísticas se caracterizan p o r un crecim iento desm esurado de
los servicios; p o r una verd a d era hipertrofia d e las actividades tercia
rias. El desarrollo d e los transportes, de los equipamientos hoteleros,
d el com ercio de bienes cuyo umbral d e dem anda está asegurado por
el contingente estacional d e turistas, la proliferación d e entidades finan
cieras y aseguradoras, la expansión d el abanico d e servicios profesio
nales d e todo tipo son consecuencia directa de las nuevas necesidades
creadas p o r la demanda turística. En el subsistema urbano oscense
(C allizo Soneiro, 1988, pág. 351), aparte la capital provincial por razo
nes obvias. Jaca y Benasque son los dos núcleos urbanos fuertemente
especializados en servicios; más tímidamente el segundo, más nítida
mente el prim ero, donde el em p leo «b á s ic o » alcanza nada menos que
el 33,47 p o r 100 d el sector terciario (565 de los 1.688 em pleos en el
sector, que a su v e z representan el 50 p o r 100 d e la estructura ocupa
cional d e la población activa).
A escala nacional, el p roceso d e terciarización alentado por el desa
rrollo de la actividad turística no deja de advertirse con análoga clari
dad; tanto el diagram a d e la figura 5.5, cuanto la representación carto
gráfica d e la figura 5.6 despejan cualquier tipo d e incógnitas: Baleares,
Canarias y las comunidades autónomas litorales — Cataluña, Valencia,
Murcia y Andalucía— , al m argen d e l p a p el que sin duda ha ju gado el
crecim iento del em p leo público d eriva d o d e la propia configuración
autonómica d e la Adm inistración d el Estado, d eben a la inducción turís
tica la expansión d e un sector terciario que se sitúa siem pre p o r encima
d e l 50 por 100 d el em p leo total. Cuando e l análisis trata d e escudriñar
el dinamismo d e las distintas ramas d el sector, las reflexion es anterio
res cobran — aunque matizan algunos extrem os— un nuevo vigor: las
comunidades autónomas d e m ayor peso en el concierto turístico nacio-
148
% Crecimiento
CODIGO DE C O M U N ID A D E S A U T O M O N A S
1 Andalucía 10 Extremaduta
2 Aragón 11 Galicia
3 Asturias 12 Madrid
4 Baleares 13 Murcia
5 Canarias 14 Navarra
6 Cantabria 15 País Vasco
7 Castilla-La Mancha 16 La Rioja
8 Castilla y León 17 Comunidad Valencia
9 Cataluña
- 3 - 2 - 1 O 1 2 3 4 5
% Crecimiento % Crecimiento % crecimiento del empleo total
del empleo en servicios 1973-79 ^ del emplea en servicias 1979-85
•5
© _® © '■
u • 4 16. • 17
1 6 .2 , •12 l o i '-
•9 12 *
7.
J L 1 i 1 1,1 1 1 1 1 .1
-6 -4 - 3 - 2 - 1 O 1 2 -2 1,6 1,21 6,8 0,4 O 0,4 0,8 1,2 1,f
% crecimiento del empleo total % crecimiento del empleo total
149
Figura 5.6. El sector terciario en las economías regionales, 1985.
150
pios rurales p o r los municipios urbanos», uno más d e los agentes d e
urbanización d e l espacio rural, pues, si bien la búsqueda d e la anti
ciudad p a rece ser una d e las constantes atávicas capaces de m ovilizar a
los habitantes d e las grandes urbes, es lo cierto que, salvo e l caso
concreto d e l agroturismo, que opta decididam ente p o r un dépayse
m ent radical, la m ayoría d e las estancias turísticas — según fue escrito,
citando a Renucci (1984)— acaban teniendo una indisimulada vocación
urbana.
Mucho más que los equipamientos estrictamente hoteleros, los p r o
cesos d e conquista, aculturación y enajenación d e l espacio rural tienen
en la segunda residencia el v e rd a d e ro agente d e este consumo voraz,
ante cuyas consecuencias el espacio agrario acaba p o r v e r transforma
das las estructuras de su organización.
151
suele p erten ecer al mismo propietario, com o ha señalado Michaud
(1983, pág. 99), quien ironiza además así: «s i es verd a d que el francés
tiene el corazón a la izqu ierda y la billetera a la derecha, la residencia
secundaria se sitúa sin duda a m edio camino de ambas — puesto que
satisface simultáneamente las exigencias d e l corazón y las d e la carte
ra— , lo que explicaría tal v e z que ni la derech a ni la izqu ierda hayan
tratado abiertam ente de contener su d esa rro llo » (Michaud, 1983, pág.
107),
Otras causas, d esd e lu ego subsidiarias, tendrían su o rig en en la
presum ible reinvindicación atávica de la naturaleza, sabiamente ex p lo
tada como soporte em ocional p o r la publicidad turística; en la búsque
da de las raíces perdidas d el habitante de la ciudad, que en el caso de
los inm igrados rurales ha sido factor no p o co importante d e un retorno
tem poral que en algunos casos acaba siendo definitivo; en e l d eseo de
una vida familiar y social vedada p o r el ritmo vertiginoso d e la vida
urbana; o también, en la persecución d e un signo externo d e riqueza,
una suerte de manifestación em blem ática d e l prestigio social.
Pues bien, en no pocos casos, la residencia secundaria ha tenido
consecuencias beneficiosas sob re el m edio rural. Muchos pueblos ame
nazados d e m uerte natural irrem ediable, com o consecuencia d el en ve
jecim iento subsiguiente al fuerte éx od o rural, han recib id o una im por
tante inyección económ ica y vital, y una dotación d e equipamientos
susceptible de fijar e incluso d e atraer mano de obra; el crecim iento
d el em p leo com o consecuencia d e las nuevas demandas derivadas d e
la construcción d e residencias secundarias y d e los nuevos equ ipa
mientos d e servicios ha perm itido a parte d e la población agraria
compatibilizar sus ocupaciones en el cam po con un em p leo en la cons
trucción o los servicios con carácter estacional. Los municipios afecta
dos p o r la implantación d e residencias secundarias han recib id o a d e
más una inyección económ ica suplementaria com o consecuencia de las
tasas fiscales satisfechas por los residentes tem porales.
Los efectos negativos no son, sin em bargo, menos patentes. Las
elevadas densidades que acompañan a esta proliferación de segundas
residencias, la standardización d e los m odos y estilos d e construcción
— que van d esd e las m orfologías urbanas a recreaciones de lo bucóli-
co-rural rayanas en la más d ep lora b le cursilería— , el desconocim iento
d e una armonía arquitectónica que descansaba en la coherencia funcio
nal de la habitación con su m edio físico, han acabado p o r banalizar el
hábitat. En definitiva, la destrucción d e l paisaje rural preexistente
— tanto en e l litoral, la montaña o la campiña— . A l mismo tiem po, la
segunda residencia ha p rovoca d o un insólito p roceso d e especulación
d el suelo, que en los prim eros momentos p a rec e fa vo re ce r a los p ro
pietarios rurales, deslum brados por las ofertas exorbitadas recibidas
152
d e los nuevos «c o n ve cin o s» tem porales; más tarde, sus hijol h llN É I É#
adquirir la tierra a un p re cio ganado p o r la fie b re especulatlv*. l i ■ tllO
se añade el increm ento d e las tasas fiscales para subvenir l l l nUtVNM
necesidades d e costosos equipamientos y el p roceso inñaolonllti ^Ul>
desencadena el increm ento d e la demanda, el resultado e s y * oonool
do: un alza d e l coste d e la vida, soportado p o r una población qu* no
siem pre se beneficia d e la presencia d e los residentes secundarlos. E»
más, si bien es cierto que el turismo estimula el crecimiento d * los
servicios, en no pocas áreas rurales e l residen te tem poral deja m enos
beneficios de los que cabría suponer: no todas las com pras tienen lugar
en el municipio d e acogida, sino que muchos d e estos nóm adas turlatl
eos — y ello es más patente en el caso d e estancias d e fin d e semana
resuelven su cesta de la com pra en los hiperm ercados d e laa áreas
urbanas d e p roced en cia o de los grandes ejes d e carreteras, causando
un lucro cesante en el pequ eñ o com ercio local d e las áreas receptoras,
Pero, sin duda alguna, los efectos más g ra v es están en el consumo
mismo d el espacio rural p o r las actividades recreativas; en la apropia
ción d e espacios colectivos y en la privatización d el paisaje — d e sd e el
litoral hasta la montaña— ; en la enajenación d e l patrim onio rural, p e ro
también en la banalización y destrucción d el a cerb o cultural.
En efecto, cientos d e hectáreas son ven d id os todos los años p o r los
agricultores, y sobre todo p o r los agricultores viejos, que tienen ahí
una esp ecie d e «renta turística» del suelo (Reparaz, 1986, pág, 280);
adquisición que lu ego gen erará una elevadísim a plusvalía hasta que
sea vendida al consumidor d e segunda residencia. La enajenación y la
p érd id a d e protagonism o político de los residentes perm anentes es el
paso siguiente. D e esta manera, frente a la indiferencia d el turista de
paso, muchos residentes secundarios prop ietarios acaban con frecu en
cia dom iciliados y gobernan do el Ayuntamiento: a v e ce s con más luces
y espíritu d e em presa que los autóctonos; p e r o en otras ocasiones,
como procuradores d e los n egocios in versores frente a los intereses
locales. La penetración en el mundo rural d e formas urbanas standardi
zadas contribuye así a despojar a los habitantes d e su ser histórico
mismo: banalizado y destruido el acerb o cultural, enajenado el patri
monio agrario, el espacio rural se rinde a la ciudad.
153
ha dado al traste con e l sistema a gra io tradicional. El caso balear
resulta a este respecto un v e rd a d e ro lácoratorio de experim entación
científica: «E l desarrollo d e las activid.des ligadas al turismo sobre
todo a partir d e 1960 ha entrañado un Irenaje d e la población activa
agrícola hacia la construcción y las a cvid a d es terciarias, gracias al
cual la agricultura insular se ha visto liierada del peso dem ográfico,
absorbiendo e l turismo los capitales y Iscapacidad d e em presa, mien
tras que se elevaban los salarios y el irecio d el suelo rural ante la
demanda d e la expansión urbana y d é lo s otros servicios, haciendo
irrentable la práctica agrícola», ha escrito Barceló Pons (1987, pág.
242).
Las transformaciones d el sector agraio, para cuya valoración conti
nuaremos haciendo referen cia al caso bilear, muy bien estudiado por
el autor ya citado y p o r Salvá Tomás 1985), han supuesto muy en
prim er lugar una fuerte contracción de suelo para usos agrarios en
ben eficio de la expansión d e l suelo urlano. Según cifras d e l prop io
Salvá Tomás (1985, pág. 71), entre 190 y 1984, el suelo urbano ha
duplicado casi su superficie, pasando de 25.000 Ha a 40.744 Ha. Ahora
bien, tal contracción ha estado acompaiada d e toda una «r e c o n v e r
sión» en los sistemas d e cultivo, para haor frente tanto a la disminución
d e los activos — tan necesarios en las pácticas extensivas tradiciona
les— , cuanto a las nuevas demandas de consumo propiciadas por la
presencia d e la clientela turística. Las mitaciones sufridas por el agro
balear ante la presencia dominante d el urismo pueden resum irse en
los siguientes hechos:
154
— carne, leche y d eriva d os— , y para asegurar una producción
hortofrutícola directam ente estimulada p o r el consumo urbano
y turístico.
d) Mantenimiento de una actividad agrícola a tiem po parcial, «b ie n
ligada al desarrollo d e la residencia secundaria o p o r la prop ia
actitud d e los activos terciarios que, salidos d e l campo, han
conservado sus tierras y mantienen una actividad a tiem po par
cial» (Barceló Pons, 1987, pág. 242). Abandonados los cultivos
cerealícolas en b en eficio d e la especulación, estas ocupaciones
residuales pueden adoptar la form a d e una sim ple recolección
a rb orícela en las tierras d e secano — el alm endro ha visto
aumentar su su perficie— ; p e ro también, prácticas más tecnifica-
das en e l caso d e pequeñas parcelas de regadío, que son aten
didas p o r la esposa y secundariamente p o r e l cabeza d e familia,
fuera d e sus com prom isos laborales en la industria y los s e rv i
cios; o puede, finalmente, tratarse d e una agricultura recreati
va, d e fin d e semana, a través d e la cual e l residente secunda
rio, convertido en hobby-fa rm er, practica una recolección fun
damentalmente arborícoia para el autoconsumo (Salvá Tomás,
1985, pág. 75).
155
d esd e el punto d e vista d e la estructura económ ica d e las áreas r e c e p
toras, com o consecuencia de la hipertrofia d e l sector terciario, d e su
fuerte monofuncionalismo; colonialismo, p o r la estrecha — aunque desi
gual— vinculación d e la oferta turística, respecto d e los grandes turo
p erad ores extranjeros, controladores de, en algunos casos, hasta el 80
p o r 100 d e la demanda recreativa, como señala Picorn ell Bauza (1986,
pág. 51), y captores d e un buen p ellizco d e los ingresos turísticos que
quedan retenidos en los países ricos em isores, propietarios d e una
parte importante d el parqu e inm obiliario de las áreas receptoras.
El turismo es, asimismo, un indudable factor d e degradación am
biental y paisajística, que, sobre p rovoca r una p érd id a d e la calidad de
vida, atenta contra los propios atractivos de las áreas recreativas. Cuan
do el consumo d el espacio por e l turismo atiende menos a la integra
ción en el paisaje que al lucro inmediato, el m edio ambiente acaba
sufriendo unos vacíos que, d e no ser subsanados, engrosan las ganan
cias d e quien los aprovecha, produciendo perjuicios, gastos y en g e n e
ral deseconomías: «estas deseconom ías no se contabilizan en los gastos
de explotación y por lo tanto no entran en la evaluación d el producto
nacional bruto o d el producto interior bruto, p o r lo que el crecim iento
d e ambos productos no hace sino registrar la degradación del recu rso»
(Barceló Pons, 1986, pág, 31 y 32). La pérd id a d e los prop ios atractivos
turísticos, provocada p o r la saturación d e un área determinada, es un
riesgo tan evidente para e l mismo capital invertido que hasta los em
presarios menos escrupulosos parecen practicar lo que Picornell Bauza
ha denom inado la «h ip ocresía d el proteccionism o pragm ático»: « d e b e
mos p ro te g e r el paisaje, p orq u e si no mataremos la gallina d e los
huevos de oro; se qu iere p ro te g e r e l paisaje no p orq u e sea un valor en
sí mismo, sino porqu e existe el p e lig ro d e que la degradación p ro v o
que el rechazo d e los turistas» (1986, pág, 58).
Ahora bien, lo contrario no pu ed e ser la práctica de lo que, no sin
dem agogia, cierto ecologism o radical recom ienda bajo la form a de
turismo lib re y salvaje: los impactos negativos no p rovien en solamente
de la urbanización turística d el espacio, sino también d el hecho mismo
d e la frecuentación ilimitada; d e una frecuentación que, en gen eral
p oco p roclive a dejar el m enor ben eficio económ ico, despierta en las
áreas receptoras no pocos recelos y más d e alguna fricción. Michaud
refiere, a este respecto, algunos casos d e v e rd a d e ro rechazo, origina
dos p o r ese tipo de turista d om in gu ero y d ep red ad or, en pequeñas
poblaciones rurales; el contenido de los pasquines murales no pu ede
ser más expresivo: «lo s agricultores os ofrecen am ablem ente el prim er
racimo de uvas; respecto d e l segundo, disparo a la vista» (1983, pág.
170).
Ese rechazo no es, p o r otra parte, sino el reflejo d e otro d e los
156
efectos negativos d e l turisnto; la hom ogeneización y standardización
cultural, la aniquilación d e los ritmos vitales d e la sociedad rural. En
una palabra: la despersonalización. Si el turismo tiene en esencia su
origen en la huida d e la ciudad, en la búsqueda d e la naturaleza y el
mundo rural como alteridad espacial, el resultado final no es, en la
m ayor parte d e los casos, sino la aculturación urbana d e l espacio rural,
la im posibilidad d e eludir la propia ciudad: si para aquellos p rota go
nistas de la convulsión d e l Mayo francés la naturaleza se presentaba en
1968 com o un edificante contravalor, los agobios d e la vid a urbana no
parecen ser los m óviles turísticos de los hijos d e aquellos idealistas,
pues, urbanos recalcitrantes, adoptan el espacio rural y la naturaleza
como un m ero soporte funcional para la práctica d e novedosas activida
des deportivas (Chadefaud, 1987, pág. 938).
P ero e l turismo tiene también efectos beneficiosos, com o hemos
p o d id o apreciar. A su socaire han p o d id o efectuarse reparadoras o p e
raciones d e acondicionamiento en espacios degra d a d os o refractarios a
la ocupación humana, operaciones que sólo el ecologism o más fanático
reputaría com o negativos; se han em p ren did o repoblacion es forestales
ambiciosas; se ha dom eñado e l p e lig ro catastrófico d e algunos agentes
naturales — regulación d e cauces fluviales, protección contra aludes,
etc.— , El turismo en muchos casos ha lo g ra d o «resu cita r» áreas rurales
agónicas, condenadas a una muerte d e otra form a irreversib le; ha
estimulado y animado econom ías en crisis y ha conseguido fijar y atraer
población. Y es que, integrado con el m edio receptor, sabia y eficaz
mente planificado, e l turismo es — y p u ed e ser— un agente dinamiza-
dor d e áreas deprim idas. Los ejem plos abundan: el valle pirenaico
francés d e Louron — al otro lado de nuestro valle d e Gistaín— es una
buena muestra d e cóm o el desarrollo en dógen o, alentado p o r los p o d e
res públicos, pu ed e invertir la tendencia declinante d e un espacio de
montaña, al mínimo coste social y espacial además; más cerca d e noso
tros, la Adm inistración regional aragonesa ha apoyado la iniciativa de
la Moncomunidad d e los V alles — Echo, Ansó y A ragü és d el Puerto—
d e implantar bellísim os circuitos de esquí d e fondo en Gabardito, Linza
y Lizara, respectivam ente, en el deseo d e captar un turismo menos
contaminante, que pueda adem ás inyectar a estas economías silvopas-
toriles unos ingresos com plem entarios capaces d e aplacar la antropo-
rragia rural, si no d e cauterizarla.
El gran problem a que d eb en afrontar, no obstante, los espacios
m aginados no es otro que su escasa capacidad de resistencia ante la
búsqueda de una rentabilidad rápida y fácil p o r parte d el capital in v er
sor, que d esd e lu ego no p a rece q u erer co rre r el m enor riesgo. Es,
pues, la Adm inistración quien d e b e tomar conciencia de que en el
momento actual, esos espacios constituyen una reserva d e ocio para la
157
ciudad, y, en consecuencia, la vida d e los mismos, el hecho mismo de
v iv ir en ellos, d e b e ser objeto d e subvenciones solidarias.
En todo caso, el esp ejo en que d e b e m irarse toda hipotética planifi
cación no d e b e ser otro que el m odelo tirolés, estudiado en una esplén
dida tesis por Herbin (1980); si bien no p o co particular, el turismo
austríaco es buen ejem plo d e integración económ ico-sectorial, d e ra
cionalización de la oferta recreativa, de respeto a las colectividades
rurales. En suma: d e mínima colonización d e l espacio. Es cierto que la
proxim idad al foco em isor alemán le aseguraba una pronta y masiva
frecuentación, p e ro ese era justamente el p e lig ro que una política a d e
cuada como pocas ha lograd o conjurar. Austria tiene en el turismo la
décim a parte d e su producto interior bruto, y además a un coste social
y espacial mínimo. ¿Cuál es el secreto? D esde luego, no la enajenación
del territorio y su abandono a la proliferación d e residencias secunda
rias, que las hay, sino que, a fin d e yugular, o cuando menos mitigar, la
espiral especulativa, la legislación austríaca proh íb e tajantemente la
adquisición de la tierra por parte d e los extranjeros; se evita así ad e
más la captura d e una parte d el n ego cio turístico p o r los poderosos
turoperadores alemanes. Más bien, la clave p a rece estar en las ayudas
a la pequeña hostelería y a las casas d e huéspedes: un m odelo que
propugna la integración territorial d el turismo con el resto de las activi
dades económicas; que opta por la com plem entariedad entre el sector
agropecuario y las actividades suscitadas p o r el tiem po d e ocio, lejos
de todo monocultivo y d e toda monoestacionalidad. Una política territo
rial, en fin, que ha hecho d e esta reg ió n montañesa uno d e los espacios
humanizados más herm osos d e l Continente.
En definitiva, aunque gran consum idor d e l espacio en algunos ca
sos, el turismo es para muchas region es tal v e z su última oportunidad
de reanimación; p e ro un turismo que, amante d e la diversid ad más que
d e la hom ogeneidad, cultive armónicamente su prop ia razón de ser
— la alteridad espacial— ; el contraste espacial y cultural que en riqu ece
y hace libres y tolerantes a los hom bres, com o atisbara ya Cervantes en
E l Licenciado V id riera: «la s luengas p e re g rin a cio n e s hacen a los hom
b re s discretos».
158
6-------------
Hacía una teoría
del espacio turístico
159
neopositivistas, behaviouristas o radicales, edificadas hasta la fecha, así
com o el d eseo fervien te d e ahondar en el surco d e las «exp lic a c io n es »
científicas d el espacio turístico.
En las páginas que siguen, el autor intenta o fre ce r algunas d e estas
aportaciones científicas recientes; unas se enmarcan en el conjunto d e
m odelos teóricos form ulados por la g eo g ra fía neopositivista; otras, co
m o es el caso d e la d e Miossec, con e l d eseo d e intentar una teoría
global del espacio turístico, tratan de conciliar la vía hipotético-deducti-
va — ya clásica— d e un Von Thünen con el recurso prudente — cuando
la ocasión lo requiera— a la inducción o a la incorporación d e la
dimensión comportamental; el último, el d e Chadefaud, es creación
paradigm ática de un enfoque radical que tam poco desdeña, sin em bar
go, el papel d e la p ercep ción en la gestación d el mito p re v io a la
producción d el espacio turístico,
160
la obra d e Christaller como soporte teórico para exp lica r esas regu lari
dades espaciales, p e ro a través d e las recreacion es que d e aquélla ha
ido haciendo a partir d e los años sesenta la g eo g ra fía anglosajona. De
este modo, la d e Biagini (1986), que vam os a ex p o n e r en los párrafos
siguientes, es una aplicación d e l m odelo jerá rqu ico d e Davies, que
p reten de sortear los escollos surgidos com o consecuencia d e la ex c e s i
va rig id e z que presenta la teoría de los lugares centrales en su formula
ción originaria.
El turismo d e masas de nuestros días, esencialm ente heliotalasotró
pico, ha tenido — y tiene— un indudable p a p el m odificador d e la je r a r
quía urbana, que se manifiesta en el crecim iento y m ultiplicación d e los
centros litorales en detrim ento de los núcleos d e l trapaís. Pocas dudas
caben al respecto. El debate se plantea, sin em b argo, a propósito d e la
estructura jerárqu ica resultante de la transformación d e un espacio p o r
el turismo. Así, para C om a P ellegrin i (1968), opinión qu e com parte
Valussi (1986), las áreas turísticas manifiestan una tendencia a organizar
e l territorio que p a rece aproxim arse a la estructura espacial d e los
lugares centrales. Para Saey (1973), la teoría d e los lugares centrales
resulta, sin em bargo, claramente insuficiente, si no insatisfactoria, d e b i
do sob re todo a las distorsiones apreciadas en la jerarqu ía d e los
asentamientos: por una parte, el número de centros de tamaño m edio
resulta ser muy superior al p revisto p o r la teoría, en tanto que es muy
inferior el número de núcleos de m enor tamaño; p o r otra, es un hecho
p rob ad o que la jerarqu ía d e funciones centrales no siem pre coincide
con la jerarqu ía dem ográfica d e los asentamientos.
Ahora bien, la resolución razonable de este debate no p u ed e — no
d e b e — estar en la denuncia ultrapositivista d e esas falacias; en otras
palabras, el desajuste indudable entre la realidad y algunos puntos d el
esquem a teórico no d e b e desazonarnos, puesto que esas irregu la rid a
des consienten en apuntar sensu con trarío a las razones d e dichas
deform aciones. A sí lo entendió Claval (1986, págs. 147-148): « e l interés
principal d e una teoría com o la de los lugares centrales no p ro v ien e d e
la form a más o menos perfecta con que perm ite dar cuenta d e las
regu laridades observables, sino, por el contrario, de todos los p r o b le
mas que plantea cuando las regu laridades no existen; es g en erad ora
d e problem as, p orq u e postula un orden y todo lo que no se ajusta a ese
orden dem anda una explicación ». N i más, ni menos: el p ro c es o d e
verificación d e la teoría conduce a la búsqueda d e una explicación para
aquellos desajustes; para aquellas irregularidades. N o otra convicción
ha m ovid o a Biagini (1986) a aplicar la teoría d e la localización d e las
actividades terciarias en su versión daviesiana.
Para el autor italiano, pues, la jerarqu ía urbana pu ede considerarse,
en el caso d e las region es fuertem ente turísticas, expresión d e la noda-
161
lidad aurflfldl poi 1«I presencia de servicis destinados en todo o en
parta a la poblnción turística. D esde esta convicción, que pone e l acen
to mano» nn ¡,I verificación d e los postulados christallerianos que en la
detección de una estructura jerárquica, com o expresión d e las nuevas
dotaciones funcionales prom ovidas por el increm ento del umbral de
doni.inda turística, y d esd e una consideración d e la prop ia jerarquía,
basada menos en la existencia d e rangos discretos que en la d e una
continuidad — se habla de niveles y no d e rangos— , el autor italiano
nos ofrece, a través d el m odelo d e Davies, una clasificación jerárqu ica
de los centros turísticos d e la Italia septentrional, que descansa sob re el
análisis d e las funciones d e com ercio y servicios relacionados con la
recepción turística.
Un centro turístico alberga, para Biagini (1986, pág, 8 ), cuatro tipos
d e habitantes y ofre ce dos tipos d e servicios. La población está com
puesta por: a) los habitantes permanentes d e l p rop io núcleo, a una
parte d e los cuales conciern e directam ente la actividad turística: b ) la
mano d e obra inm igrada estacionalmente; c) los turistas que pernoctan
en la localidad, y d) los turistas que pernoctan fuera de la localidad,
pero, pendulares, acuden a ésta atraídos p o r su dotación funcional. Los
servicios ofrecidos p o r un centro turístico, d e acuerdo con la teoría de
la base económ ica urbana — razón “ básico-no básico” — , son d e dos
tipos: a) básicos, es decir, aquellos que pu eden ser utilizados por los
turistas pendulares, — souvenirs, alimentación, artesanía, galerías de
arte, anticuarios, discotecas, boutiques, restaurantes, servicios p ro fe
sionales— ; y b ) no básicos, o aquellos qu e vien en a ser usados por los
turistas que pernoctan en la localidad — estructuras de alojamiento en
gen eral— . En todo caso, ha d e tenerse presente que d eben ser exclu i
dos aquellos servicios que, vinculados a una autorización estatal — un
estanco o un casino d e ju eg o— , no pu eden denunciar las relaciones
sistémicas espontáneas surgidas entre los distintos núcleos; com o tam
po co pueden ser revela d ores d e nada aquellos otros servicios esp ecífi
cos d e un tipo d e localización turística, como, por ejem plo, los rem on
tes m ecánicos en e l caso de una estación d e esquí o la existencia d e un
puerto d eportivo en el caso d e una estación litoral.
Hechas estas consideraciones, Biagini pasa a aplicar el m odelo de
Davies, que, a través d e las nociones d e rango, umbral d e dem anda y
alcance económ ico, desem boca en la elaboración d e un índice de cen
tralidad — en esta ocasión denom inado de «centralidad turística»— , que
se aplica tanto a los servicis básicos como no básicos, y cuya formula
ción es la siguiente:
162
donde:
P = } ^
donde:
163
El m odelo gravitatorio, tal cual ha sido ponderado por Lesceu:fl
(1977, pág. 11), e xp resa la intoracción existente entre dos núcleos urba
nos — uno emisor, receptoi el otro— ; interacción que es directamente
prop orcion al al tamaño d e ambos e inversam ente proporcion al a la
distancia. La fórmula es la siguiente:
donde:
164
distancia es, pues, recíproca ni su efecto d e fricción producto única
mente d e una m étrica isotrópica y absoluta.
Sin em bargo, el m odelo gravitatorio no ca rece d e pertinencia teóri
ca: es un hecho difícilm ente cuestionable — y d e sd e lu ego p rob ad o—
que la atracción d e un centro turístico d e c r e c e a m edida que la p e r i
feria se va dilatando progresivam ente: y tam poco es d e sd e lu eg o r e
chazable que la interacción — aun no siendo recíproca— entre dos
centros será tanto m ayor cuanto más gran d e sea su talla dem ográfica.
¿Cómo conciliar, pues, la realidad de ese grad ien te gravitatorio, no
intrínsecamente despreciable, y los inconvenientes d eriva d os d e una
noción d e distancia ciertam ente periclitada? La solución apunta a la
necesidad d e establecer ciertos coeficientes correctores qu e pon deren
el hecho d e la ir recip rocid ad en las relaciones em isión-recepción. Rou
get (1971; en Miossec, 1976, pág. 27) prop on e com o índice d e g ra v ed a d
la siguiente fórmula que reem plaza la población p o r e l volum en d e
turistas em itido y recibido:
donde:
I = índice buscado;
T^¡ = suma de los turistas em itidos p o r i;
T,j = turistas recibidos por
dij = distancia lineal entre i y j, calculada sobre el mapa;
n = coeficiente de elasticidad d e la distancia.
165
según vim os en el segundo capítulo, para determ inar el área d e in
fluencia turística de un lugar — el o rigen d e la frecuentación— a partir
de los recuentos automovilísticos.
166
en cuenta que cada nodo p u ed e ser alcanzado hasta p o r dos caminos
distintos, tal cual aparece en la figura 6.1. El n o d o B p osee así la
prim acía com o foco desd e e l que es más fácil alcanzar los demás.
La propuesta de Lesceux (1977) se com pleta m ediante una aplica
ción d e l índice d e accesibilidad d e los nodos, qu e sustituye ahora los
caminos posibles por el volum en d e turistas em itidos d esd e cada n od o
al resto d e los que completan el grafo; volum en q u e inevitablem ente
subraya la existencia d e relaciones asimétricas, unívocas en muchas
ocasiones y más ocasionalmente recíprocas. El m étod o p reced en te cul
mina con un análisis d e tendencias estadísticas, aplicado, dentro d e una
serie tem poral, a las variaciones registradas p o r e l ín d ice de a ccesib ili
dad. Lo que perm ite, finalmente, allegar una explica ción d e las altera
ciones en las relaciones d e los ñujos turísticos d e un determ in ado
territorio.
N o es, pues, en m odo alguno, una alternativa a la cuantificación d e la
magnitud d e un flujo turístico, tal cual ha q u ed a d o formulada e n el
m odelo gravitatorio, p e ro sí un instrumento m etod o lóg ico útilísimo p a
ra detectar las variaciones tem porales — las tendencias en definitiva—
entre los flujos turísticos d e un área considerada.
Indice de
A B c 0 E
A c c e sb a d .
A 0 0 2 0 1 3
B 2 0 2 0 1 5
C 1 0 0 0 1 2
D 1 0 1 0 0 2
E 2 a 2 Q 0 4
167
6.2. El M p ae lo turístico de M iossec. La incorporación
d# la parcepción ai neopositivismo
A) Presupuestos teóricos
168
verem os— las econom ías d e escala, p u ed e alcanzarse en vu elo charter
sin que suponga un increm ento del presupuesto d e vacaciones; en
tercer lugar, e l tiem po d e la estancia dibuja una parábola aproxim ada
que refleja cómo la m ayor parte de la población turística pu ed e so p or
tar un tiem po m edio d e vacaciones entre 1 0 y 2 0 días, p o r encima d el
cual el descenso d e la curva está rem itiendo a un p roceso d e criba y
selección d e l que queda una clientela minoritaria y altamente acom oda
da. La combinación de esos tres gradientes desem b oca en un m odelo
elem entalm ente concéntrico que distingue dos círculos sumarios, se
gún el siguiente esquem a (Fig. 6.2);
Coste turistas
distancia tiempo
Desplazamiento
Suelo
169
del lUelO ea alto y l« población se hacina en minúsculos aparta-
mentOB nc.inipamentos turísticos.
3. PtMlltiti<i lejana; accesible para los presupuestos d e vacaciones
d e las clases acomodadas, la m enor frecuentación se traduce en
una m enor densidad d e habitación, precios más bajos y, en
consecuencia, urbanización sob re la base d e villas y grandes
mansiones (Costa d e Marfil, Senegal o e l C aribe).
Ts =
" 4
170
B de llegadas
A (miles)
en avión
50-99
Q'
# > 50%
o 100-499
O 500-999
© 40-49
O 1000-2499 0 3 0 -3 9
o 2500-4999
0 20-29
o 5000-9999
© 10-19
O 10 000-14 999 O 5-9
R U P T U R A PD LITIC A
DE C ON TIG ÜID AD
171
TU RISTAS
(M ILES)
10 000
5000
1000
500
100
50
l 3 4 6 6 7 8 9 101112 D IST A N C IA
(1000 Km)
172
Figura 6.6. Los turistas franceses en el mundo en 1972 (según Miossec).
173
Figura 6.8. Los turistas estadounidenses en el mundo en 1972 (según Mios
sec).
donde:
17 4
Figura 6.9. Simulación del turismo internacional (1972) (según Miossec).
175
toa In ttrn o i d * ámbito cumí continental, para la p ercep ción d e un euro]
p e o vivo la dlltancia do un m odo totalmente distinto: asumida la n ecesil
dad do ctruTidi el Atlántico, e l turista norteam ericano p e rc ib e e l espacio
eu ropeo como un todo; con el mismo desplazam iento se visitan varioa;
países, lo que hace que la estancia en cada uno d e ellos sea d e menor
duración, p e ro a cam bio supone un increm ento d e llegadas en varios
países a la vez. El m odelo explica, en general, el gradiente hasta laa
periferias medias, pero, a m edida que aumenta la distancia, la simula
ción tiende a subestimar los datos. Dicho d e otro m odo: el esquem a
teórico prop on e una se rie sucesiva d e cinturones concéntricos al cen
tro emisor, que van reflejando el increm ento d e los costes d e desplaza
miento con la distancia; p e ro esos círculos concéntricos no son fijos,
sino que, elásticos, se deform an frecuentem ente según múltiples facto
res.
176
el escaso interés d e los países socialistas p o r la recep ción turística
hasta muy recientem ente explica la deform ación negativa — casi el
bloqu eo— d e la emisión occidental; otro tanto p u ed e d ecirse d e A r g e
lia y Libia, países donde el socialismo ha sacralizado la producción en
la misma m edida que soslayado la llamada civilización d e l ocio, (Según
el principio d e las ocasiones interpuestas y d e la com petencia d e Stouf-
fer, estas deform aciones se presentan com o interdependientes y c o rr e
lativas, d e suerte que e l d esarrollo turístico d e la Europa m editerránea
se explica tanto p o r e l tropism o bioclim ático respecto d e l N orte cuanto
p or el b loqu eo y retraso d e Europa d e l Este; e l d e s p e g u e d e M arrue
cos y Túnez, por e l escaso interés recep tor d e A rg e lia : el d e Puerto
Rico, a expensas d e l d e Cuba, etc.; hechos, todos estos, que d eb en
cambiar en los próxim os años, a tenor d e los últimos acontecimientos
en la Europa oriental).
A hora bien, p o r encima d e los que acaban d e ser referidos, M iossec
subraya la existencia d e tres grandes agentes pertu rbadores d e l es
quema concéntrico, que actúan d e form a más estructural y permanente:
la información, las econom ías d e escala y la jerarqu ización d e l espacio
turístico.
5) La inform ación, ¡a valoración de los luga res p o r los turistas: en
la p e rcep ció n d e l espacio turístico, la calidad d e la im agen disminuye
también d esd e e l centro hacia la periferia. D e las áreas anejas al centro
— la p eriferia próxim a— e l turista p o see una im agen en gen eral d e
buena calidad, precisa, lo que explica en cierto m odo que sea el p rop io
turista el protagonista d e la elección d e su destino turístico, re le g a d o a
un segundo plano el papel d e las agencias d e viajes. P ero en las
periferias lejanas no sucede lo mismo: la im agen va p erd ien d o nitidez
con la distancia, tornándose más caricaturesca y sumaria, hasta que, en
el límite, el espacio p eriférico es p ercib id o com o un todo — un turista
español dirá qu e va a pasar sus vacaciones en Marruecos, pero, si ha
e le g id o Sudán, hablará genéricam ente d e su próxim a estancia en A fr i
ca— ; la calidad d e la im agen está ahora m ediatizada p o r los op era d o
res internacionales, ve rd a d ero s protagonistas d e la elección d e un
destino turístico. Em pero, e l gradiente d e difuminación d e la im agen
turística no es tam poco concéntrico sino radioconcéntrico (Fig. 6.1); se
deform a en función d e determ inados factores; tropism o bioclim ático
— los zaragozanos poseen una im agen más precisa d e l litoral tarraco
nense que d e l M aestrazgo, por ejem plo— , factores lingüísticos, políti
cos, culturales; p e ro también relacionados con e l bom b ard eo publicita
rio d e los turoperadores internacionales.
6 ) Las econom ías de escala: las agencias turísticas mantienen, en el
control d e l n e g o cio turístico mundial una d o b le estrategia: el a p ro v e
chamiento d e las externalidades y la obtención d e econom ías d e escala
177
★ FOCO E M IS O R
IT IN ER A R IO S D E N SO S PERO
POCO C O N D IC IO N AN TES
IT IN E R A R IO S POCO D E N SO S
PERO C O N D IC IO N AN TES
178
como consecuencia d e la concentración. Las relaciones entre los p r o
m otores d e los países em isores y los de las áreas receptoras se plas
man en la obtención d e econom ías externas: la agencia Y p rop on e a sus
clientes e l país X; e l país X p rop on e ser se rvid o p o r la compañía aérea
Y ' o v e r asegurados a sus turistas p o r la agencia Y. Por otra parte, el
control d e la oferta y la dem anda turísticas perm ite a los grandes
turoperadores concentrar sus servicios y esfuerzos so b re una serie
reducida d e destinos turísticos (Kenia, Bangkok, Tahití), que ven in cre
mentada su frecuentación com o consecuencia d e la posibilid ad que
estos grandes m onopolios tienen d e reducir los costes. Las econom ías
de escala explican así el control de la dem anda periférica, la existencia
d e fuertes concentraciones sob re unos pocos destinos, y, en definitiva,
otra d e las causas de deform ación d e los círculos concéntricos.
7) E volu ción y jera rqu ía d el espacio turístico: la jerarqu ización d el
espacio turístico, cuya génesis y evolu ción está acompañada d e la
transformación d e las infraestructuras d e transporte, d e la p e rcep ció n
espacial d e los turistas y d e la actitud d e las áreas receptoras, resulta
ser otro d e los agentes pertu rbadores d e l esquem a concéntrico en su
formulación prim igenia. M iossec distingue las fases evolutivas que
muestra la figura 6.12. Por otra parte, los flujos turísticos aparecen jera r
quizados tanto a escala mundial — Londres redistribuye en Europa gran
parte d e l turismo americano: Miami hace lo mismo respecto d el turismo
eu ropeo en Am érica; Bangkok hace lo prop io con el frente asiático— ,
com o a escala region al — Atenas difunde el turismo d e l Egeo; e l litoral
m editerráneo español hace la misma función respecto d e l turismo
extranjero p o r nuestro país— y a escala subregional — Jaca es centro
de difusión d el turismo pirenaico aragonés, etc.— . Sin em b argo, la
polarización d eriva d a d e la jerarquización d e los asentamientos turísti
cos no se traduce en una gravitación espacial rigurosam ente respetuo
sa con el esquem a concéntrico. Y ello p o rq u e la atracción turística es
lineal — cadena montañosa o litoral— , toda v e z que está orientada se
gún la línea de d eseo y d e tropismo, d e suerte que los círculos concén
tricos se deform an en la dirección opuesta al o rig en de los flujos. Dicho
d e otro modo, las corrientes incidentes son más p re co c es e intensas
que los reflujos, que las corrientes reflejas: e l sur d e la Costa Brava
— com o ya señalara Barbaza (1966) en una tesis doctoral ya clásica— se
desarrolla antes que el norte; el oeste d e la Costa d el Sol, antes que el
litoral granadino-alm eriense; más cerca d e nosotros y puesto qu e el
flujo p ro v ien e d e l sur, Canfranc-Candanchú p re ced en al d e sp eg u e de
Villanúa, que es un hecho relativam ente reciente; o Biescas mucho
después que Sallent-Panticosa; en otra escala, N ep al se ha desarrollado
mucho después que Thailandia, y hoy parte d e l flujo eu ropeo alcanza
Katmandú lu ego d e haber recalado en Bangkok. En suma, la evolución
179
jerárqu ica d e los asentamientos turísticos, d e acuerdo con un sesgo
lineal-tropista dilatado en dirección opuesta al foco emisor, constituye
otro d e los agentes pertu rbadores del esquem a teórico,
180
E ST A C IO N ES C O M P O R T A M IE N T O R E SP U E ST A D E U
FA S ES T R A N SP O R T E
m iS T lC A S DE L O S T U R IS T A S P O B U C IO N R EC EP TO R A
s
A
A B
atravesada lejana
tránsito aislamiento desinterés, desconocimiento atracción rechazo
terrítarío
S
UJ
s
s
segregación
competicidn y
.gestación de la jerarquía circuitos de excursiones efectos da emulación
segregación espaciales
dualismo
I
humanización plan da
totai? disolución del e sp a ordaniolón
cio percibido y banaliza la ttlio flil:
jerarquización turismo
conectividad máxima ción: deserción de turis la lva gu ird ia
saturación total
tas; saturación-crisis a to ló g lM
181
Figura 6.13. El espacio turístico teórico de Miossec.
182
constituyen la clase dirigente. Lejos del rechazo frontal qu e el neoposi
tivismo ha hecho de las form ulaciones posibilistas, Chadefaud in corp o
ra además una dimensión diacrónica, distinta, p e ro nada refractaria al
historicismo.
El radicalism o atem perado de Chadefaud se enm arca así en el con
junto d e reacciones que, a partir de los años 70, una parte d e la
comunidad geog rá fica com ienza a op oner frente a la supuesta neutrali
dad d e l p royecto científico neopositivista: «...hubiéram os p o d id o — y lo
pensamos un instante— p rosegu ir la vía inicial, la d e los flujos m igrato
rios estacionales en un espacio turístico receptor. P e ro eso nos habría
llevad o a un análisis incoloro y cloroform ado d e los hechos so ciales»
(Chadefaud, 1987, pág. 14). Si bien, com o vam os a v e r muy pronto, la
interrelación oferta-dem anda no es explicable sólo a partir d e l materia
lismo dialéctico, el «com prom iso social» — e l enga gém en t— asumido
por el autor en m odo alguno se aleja d e la actitud g en era l mantenida
p o r la g eo g ra fía marxista, a la que, en cambio, sí se perm ite añadir un
cierto sesgo idealista y presocial. Por otra parte, la propuesta rechaza
de plano cualquier p erviven cia d el determ inism o causal d e l prim er
positivism o ambientalista; los recursos naturales son necesarios,pero:
«¿cuántas nieves, cuántas playas, cuántas grutas tardaron en con vertir
se en turísticas, no han consegu ido serlo todavía o no lo serán jam ás?»
(ib id em , pág. 18). El m edio físico no es sino uno más d e los factores d e
la transformación turística d e un espacio. Juzgado el turismo com o una
mercancía, como un producto — la prom oción publicitaria p re fie re ha
blar de precios que de distancias o tiem pos— , el espacio no lleg a a ser
atractivo para Chadefaud sino p o r la m ediatización d e m odos d e pensar
y sentir colectivos; por el filtro d e lo im aginario individual y social; p o r
todo lo que cimenta la cultura misma d el gru p o humano. Y esa m ediati
zación comportamental, vehículo d e los mecanismos d e dominación de
unas clases sociales p o r otras, gen era una dem anda social que se
concreta en una oferta — el producto turístico— . El resultado final es el
consumo d e l espacio por e l turismo, la producción d el espacio turísti
co. En suma: e l espacio com o p royecció n d e la sociedad. La «cla se
socioespacial» o la «form ación socioespacial», para segu ir las acuñacio
nes conceptuales d e Reynaud (1979) y Di M eo (1985), respectivam ente.
183
bronceadas— , etc., son ideales vehiculados p o r los m odos d e vid a de
las clases dirigen tes (Fig. 6.14).
1. E l m ito
184
Figura 6.14. El espacio turístico de Chadefaud (del mito al espacio).
185
sión tropista, la «huida d e lo cotidiano», en un acto de ensoñación
ilusoria en suma, no es nada extraño que el acto turístico sea indisocia-
b le d e un mito que se alimenta sobre todo de im ágenes y ficciones
espaciales. De una referen cia que se im pone lu ego a las clases domina
das, cerrando el prim er bucle d e este sistema (Fig. 6.14),
2. El p ro d u cto turístico
3. El espacio turístico
186
vo s) y los espacios inmateriales, las «im á g e n es » salidas d e las connota
ciones m ercantiles que la prom oción turística aplica sob re e l espacio
material. Los paisajes se convierten en «im á ge n es », sellando e l funcio
namiento sistémico d e l espacio turístico. A su vez, e l espacio turístico
no es sólo una consecuencia, una expresión espacial d el producto
turístico, sino que retroacciona en feed back sob re e l prop io producto
turístico y sob re la dem anda social conform ada p o r e l mito: e l espacio
turístico — material e inmaterial— interviene en la oferta turística y
alimenta e l desarrollo d e l mito, de la dem anda social. Los últimos
bucles cierran definitivam ente el sistema (Fig. 6.14).
187
ron la «rec o n v ersió n » d e aquellas estaciones turísticas balnearias d el
siglo pasado: Cauterets, por ejem plo),
¿Oué valoración d e b e m erecern os la propuesta teórica de M ichel
Chadefaud? Su discurso, com o e l d e la corriente epistem ológica en que
milita, si bien d e m odo muy particular como hemos visto, tiene el
m érito d e procurar nuevas «ex p lic a c io n es » a las solas regularidades
espaciales detectadas p o r el neopositivism o, Pero, a diferencia d e
Miossec, cuya m etodología jamás elude la dimensión espacial, Chade
faud p a rec e en ocasiones reserva r al espacio una consideración secun
daria, cuando no obviarlo: el énfasis se traslada al producto turístico en
tanto que m ercancía y a la sociología como clave explicativa de la
conform ación d e la demanda; el espacio p a rece quedar reducido a
m ero soporte o proyección d e las relaciones d e clase. Participa, pues,
d e los reduccionism os que han sido reprochados a la corriente radical.
Em pero, el papel reserva d o p o r el autor francés a las representa
ciones mentales d e l espacio y la retroacción en feed h ack del p rop io
espacio producido sob re el producto turístico y el mito logran restau
rar una dim ensión espacial que de otro m odo hubiese quedado infrava
lorada, si no soslayada. Cuando el lector se em barca rumbo a la oceáni
ca travesía d e su tesis — un millar d e páginas im presas— , los tem ores
se disipan rápidam ente y e l p roceloso mar vu e lv e a la calma d e las
188
adscripciones historicistas nunca rechazadas. Es e l sesgo «fra n c és» de
la persp ectiva epistem ológica radical; la inducción idiográfica no tan
rem otam ente vidaliana se «c u e la » entre el tejido sistém ico-radical d el
espacio como producto social. Este marxismo sui ge n e ris p a rec e m os
trarse más crítico con el neopositivism o que con la tradición co ro lógica
(C allizo Soneiro, 1989, pág. 44). La reacción radical francesa se nos
presenta así más com o una confrontación generacional que com o una
ruptura epistem ológica; el espacio com o producto social detesta más
los cloroform ados — en expresión del autor— análisis cuantitativistas,
que la dim ensión historicista apenas disimulada. N o se trata d e una
vuelta al m arco regional — el autor apuesta reiteradam ente p o r la bús
queda d e gen eralid ad es— , pero, com o ha escrito Luis (1988, págs. 213-
214), bajo el entendimiento d e l espacio com o producto social, se agaza
pan tesis supuestamente progresistas — no es e l caso— , tanto com o la
reivindicación no tan inconsciente d e la m ejor tradición clásica — es el
caso, mutatis mutandis— .
189
Epílogo
A través d e las páginas anteriores, se nos ha brindado la ocasión d e
exam inar la actividad turística d esd e su distribución espacial, factores e
impacto, así com o desd e el estado en que se encuentra su debate
teórico. Hemos p o d id o advertir d e form a más que palm aria que el
turismo vien e a sumarse al catálogo d e desequ ilibrios socioeconóm icos
entre el N o rte y e l Sur, entre los países desarrollados, que acaparan la
inmensa m ayoría d e los flujos d e em isión y recep ción así com o también
el gru eso d el n ego cio turístico mundial, y los países subdesarrollados o
en vías de desarrollo, que comienzan paulatinamente a hacer va ler la
atracción espacial d erivada d e su condición periférica, p e ro que son
todavía incapaces no ya d e em itir un flujo rec íp ro co hacia los países
ricos, sino de eludir su colonización.
Lejos d e toda tentación determinista, la práctica turística descansa
sob re la búsqueda d e determ inados escenarios naturales cuya transfor
mación en espacios turísticos e x ig e inexorablem ente la voluntad capita-
lizadora d e los agentes económ icos para crear la oferta — e l producto
de Chadefaud— y la existencia d e una dem anda social im pensable p o r
debajo d e un cierto nivel d e vida. P ero lejos también d e todo determ i
nismo económ ico-social, el mismo enfoque radical postula en un d e te r
minado momento el concurso d e las representaciones mentales in d ivi
duales y la presencia recurrente d e atavismos presociales para e x p li
car la conform ación de la dem anda — e l mito— .
Por otra parte, el impacto espacial rev ela que la actividad turística
no es más perniciosa — tam poco menos— que otras actividades econ ó
micas. Es incuestionable que, sob re todo p o r m or d e la segunda resi
dencia, el turismo es un vora z consum idor d e paisajes naturales y
culturales, un agente transform ador d e la organización d el espacio a
través d e la alteración d el sistema de asentamientos; p e ro es lo cierto
también que, no obstante los fenóm enos d e colonización espacial y
dependencia económ ica a que da lugar, e l turismo p u ed e convertirse
191
en una d e las últimas esperanzas d e dinamización para las áreas m argi
nadas. El m odelo austriaco parece, d esd e luego, más recom endable
que las doctrinas m eram ente desarrollistas, tan ciegam ente observadas
en nuestro país hasta el momento presente.
El debate científico, finalmente, está todavía lejos d e haber alcanza
do un grad o de teorización satisfactorio, Consagrada durante largo
tiem po al estudio d el hecho regional, com o una más d e las teselas de
ese mosaico, la g eo g ra fía d e l turismo se ha visto notablemente en riqu e
cida por las aportaciones neopositivistas, p o r la incorporación d e la
dimensión comportamental y por las reflexion es que, tal ve z más socio
lógicas que espaciales, nos ha suministrado el enfoque radical. Como
en el resto d e las subdisciplinas de la g eo g ra fía humana, la d el turismo
ha ido pasando progresivam en te desd e una descripción idiográfica de
corte co ro lógico hasta la formulación d e leyes gen erales capaces de
«e x p lic a r » científicamente la organización d e l espacio recreativo. Que
da, sin em bargo, un la rgo camino que recorrer...
192
Apéndice estadístico
Cuadro n.° 1. L legad as e in gresos d e l turismo internacional, 1987
Ing re so s!
País Llegadas Ingresos
Turista ($)
195
Cuadro n.° 1. Llegadas e ingresos del turismo internacional, 1987 (Cont.)
Ingresos!
País Llegadas Ingresos
Turista ($)
Israel 1.379 1,347 976,79
República A rabe Siria 1,218 477 391,63
Dinamarca 1.171 2,219 1,894,96
Uruguay 1,047 208 198,66
Arabia Saudí 960 2,600 2.708,33
Chipre 949 666 701,79
Macau 908 0 0,00
República Dominicana 902 500 554,32
Indonesia 900 803 892,22
Suecia 814 2,033 2.497,54
Argelia 800 125 156,25
Filipinas 781 459 587,71
Emiratos Arabes Unidos 775 0 0,00
Malta 746 363 486,60
Iraq 739 40 54,13
Jamaica 739 595 805,14
Colombia 732 220 300,55
Sudáfrica 703 587 834,99
Kenia 662 344 519,64
Luxemburgo 645 193 299,22
Nueva Zelanda 645 934 1.448,06
Venezuela 615 409 665,04
Islas Vírgenes 580 623 1,074,14
Chile 560 173 308,93
San Marino 505 0 0,00
St. Martin 496 170 342,74
Bermudas 478 475 993,72
Zimbawe 455 32 70,33
Bahrein 442 94 212,67
Finlandia 436 791 1.814,22
Botswana 432 49 113,43
Pakistán 425 171 402,35
Barbados 422 379 898,10
Brunei 411 0 0,00
Guatemala 353 103 291,78
N igeria 340 78 229,41
Perú 330 393 1.190,91
Paraguay 303 121 399,34
Cuba 282 0 0,00
Costa Rica 278 136 489,21
Ecuador 276 167 605,07
Panamá 272 208 764,71
196
Cuadro n.° 1. Llegadas e ingresos del turismo internacional, 1987 (Cont.)
Ing re so s!
País Llegadas Ingresos
Turista ($)
107
Cukdzo n." 1. Llegadas e ingresos del turismo internacional, 1987 (C ontJ
Ingresos!
País Llegadas Ingresos
Turista ($)
Liechtenstein 75 0 0,00
Cambia 74 36 486,49
Seychelles 72 72 1,000,00
Irán 69 26 376,81
Malawi 69 7 101,45
Burundi 66 35 530,30
St. Kitts-Nevis 66 47 712,12
Etiopía 60 7 116,67
Guayana 60 24 400,00
República de Tanzania 60 25 416,67
Nueva Caledonia 59 30 508,47
Granada 57 30 526,32
Sudán 52 14 269,23
Burkina Faso 51 7 137,25
Benin 48 8 166,67
Burma 47 14 297,87
Samoa Occidental 47 9 191,49
Yemen 47 48 1,021,28
St. Vincent-Grenadines 46 35 760,87
Mali 43 16 372,09
Congo 39 6 153,85
Rwanda 39 7 179,49
Somalia 39 0 0,00
Turks and Caicos 37 24 648,65
Zaire 36 14 388,89
Uganda 35 8 228,57
Islas Cook 32 19 593,75
N lger 32 7 218,75
Papúa Nueva Guinea 32 17 531,25
Bonaire 30 6 200,00
Yemen Democrático 28 0 0,00
Dominica 28 11 392,86
Gabón 28 5 178,57
Madagascar 28 10 357,14
Chad 27 5 185,19
República Democrática de Laos 25 0 0,00
Saba 20 5 250,00
Suriname 20 4 200,00
Djibouti 19 6 315,79
Vanuatu 18 14 777,78
Montserrat 17 9 529,41
Tonga 16 9 562,50
198
Cuadro n.° 1. Llegad as e in gresos d e l turismo internacional, 1987 (Cont.)
Ingresos!
País Llegadas Ingresos
Turista ($)
199
Cuadro 2. Personal em p lead o en hostelería p o r provincias (agosto d e 1986)
200
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Ti CO o o o
W —f oq CO
201
Cuadro 4. Ingresos y gastos del turismo internacional expresados en dólares
(cifras redondeadas en millones de US $)
Ingresos Gastos
AMÉRIGA DEL
NORTE 12.342 14,713 + 19,2 13.519 14.682
AUSTRALIA-
JAPÓN 1.905 2,232 + 17,2 6.905 7.021
‘ N o c o m p re n d e Irlanda.
' N o d isp on ib le.
(F u ente: O .C.D .E.)
202
Cuadro 5. Tasas de crecimiento del em pleo en las actividades de servicios
(1973-79 y 1979-85)
203
Cuadro 6. Estiuotui.i d el alojam iento turístico 1986.
204
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