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Saussure y los fundamentos de la lingüística - José Sazbón (1985). Buenos Aires: CEDAL.

Significación del Saussurismo


En su “psicoanálisis del conocimiento objetivo” Bachelard ha señalado las dificultades que retardan
la determinación de la objetividad científica. “Cuando se investigan las condiciones psicológicas del
progreso de la ciencia -ha dicho- se llega muy pronto a la convicción de que hay que plantear el
problema del conocimiento científico en términos de obstáculos... En efecto, se conoce en contra
de un conocimiento anterior” (1:15). La noción bachelardiana de obstáculo epistemológico es
inestimable para situar el punto de partida negativo de la investigación de Saussure: tanto el pasado
ideológico de la ciencia que él contribuyó a fundar como el punto nodal de una concepción que,
aunque combatida, subsiste en algunos momentos de su enseñanza (5, cap. IV; incluido en 53).
Se trata de la concepción de la lengua como nomenclatura, es decir como un repertorio de
nombres que corresponderían puntualmente a otras tantas cosas ya dadas (así como el mapa de
China imaginado por Borges cubre punto por punto la superficie de China). Las diferentes lenguas
no harían más que repetir variadamente esa idéntica operación en virtud de la cual un conjunto de
ideas preexiste a las palabras y son su referente invariable. “La mayoría de las concepciones que
ofrecen los filósofos del lenguaje hacen pensar en nuestro primer padre Adán llamando a los
diversos animales y dándoles a cada uno un nombre” -ironiza Saussure en sus notas inéditas. Dos
problemas se desprenden entonces de esta situación: a) el lenguaje sólo sería, en definitiva, una
nomenclatura de objetos, lo que es problemático en más de un sentido, entre otras razones porque
no siendo la norma que un signo lingüístico corresponda a un objeto definido por los sentidos, no
podría convertirse este caso en el tipo (no se entiende) del lenguaje; b) designado el objeto por su
nombre, uno (no se entiende) conformarían un todo que se transmitiría en el tiempo, sin que
hubiera que prever distorsiones, lo que es contrario a la realidad histórica: ésta muestra alteraciones
no solo del lado del nombre sino también de la idea. De los dos problemas, es el segundo
(consecuencia inevitable del primero) el que Saussure identifica como el impedimento más grave
para desentrañar la verdadera naturaleza del signo lingüístico. Era, pues, la continua predisposición
a considerar al signo como una entidad unitaria lo que constituía, en términos bachelardianos, el
obstáculo epistemológico principal que retardaba el establecimiento de una ciencia de la lengua.
Para superar este obstáculo -y aunque su pensamiento oscilo a lo largo de los tres cursos en
los que enunció sus tesis renovadoras-, Saussure se verá llevado a asentar las bases de la disciplina
postulando la arbitrariedad del signo lingüístico, entidad doble y diferencial que integra un
sistema, el de la lengua, conjunto de articulaciones y demarcaciones cuyo funcionamiento se revela
en el estudio sincrónico de cada uno de sus estados.
Examinaremos por separado cada uno de estos aportes, las aperturas que permiten y su
problemática implícita.

I. Cuestiones epistemológicas
Desde sus primeras investigaciones, Saussure evalúa críticamente el estado de su disciplina y
aspira a encontrar “los datos elementales sin los cuales todo vacila, todo es arbitrariedad e
incertidumbre” (46: 2). Bachelard y Canguilhem han descripto muy bien estas situaciones
recurrentes en la historia de una ciencia. Las crisis de crecimiento del pensamiento -dice el
primero- “implican una refundición total del sistema del saber” (1:18). Canguilhem, por su parte,
combate la concepción que reduce la historia de las ciencias a ser una especie de museo de los
errores de la razón humana en el que los momentos significativos se explican por la contingencia
o la sucesión de azares: la historia de una ciencia -enfatiza- no puede ser una simple colección de
biografías, ni tampoco un cuadro cronológico al que se agregan algunas anécdotas, sino una
historia de la formación, la deformación y la rectificación de los conceptos
científicos (Introducción al Traité de physiologie de Kayser, p. 19, cit. En 32: 400).

Toda la biografía intelectual de Saussure puede condensarse en la afanosa rectificación de los


conceptos lingüísticos existentes, en la formación de otros nuevos y sobre todo en la busca de su
coordinación sistemática. “La lengua es un sistema riguroso -le dice a su discípulo Riedlinger- y la
teoría debe ser un sistema tan riguroso como la lengua. Ese es el punto difícil, pues no es nada
enunciar una tras otras afirmaciones, apreciaciones sobre la lengua: todo el problema consiste en
coordinarlas en un sistema” (17: 29-30). Nada más alejado de la lingüistica de su tiempo que este
tipo de preocupación teórica y lógica: por entonces se trabajaba en la búsqueda de materiales de
comparación y en la elaboración de repertorios etimológicos (5: 39). Saussure no era hostil a esta
orientación de las investigaciones, pero creía que ningún estudio histórico podía prescindir de una
fundamentación epistemológica o -como se diría hoy- de la construcción de los conceptos con que
opera. Faltando esa fundamentación, las investigaciones sólo se apoyaban en el sentido común, en
nociones acríticas en la ausencia de preguntas pertinentes. “No hay un solo término empleado en
lingüística al que conceda algún sentido”, explica Saussure a su amigo, el lingüista Antoine Meillet;
el trabajo en esta disciplina choca una y otra vez con “expresiones lógicamente odiosas” para evitar
las cuales “harían falta una reforma decididamente radical” (4: 96; el subrayado es mío.)
¿Cómo encarar esta “reforma decididamente radical”? La enormidad de la tarea pesó
ciertamente en la evaluación de Saussure. Su prolongada reticencia a encararla y las continuas
correcciones que imponía a su pensamiento (visibles en los inéditos, pero no el Curso, que nunca se
decidió a redactar) lo prueban suficientemente. Su afán de perfeccionismo, su empecinamiento en
tener la idea acabada antes de someterla al público explica la parquedad de su obra publicada. Lo
cierto es que -como recuerdan Bally y Sechehaye- toda la vida debió luchar contra la insuficiencia
conceptual y la metodológica de la lingüística de su tiempo “buscando obstinadamente las leyes
directrices que pudieran orientar su pensamiento a través de ese caos” (7). En 1891 lamenta la
carencia de principios orientadores en el estudio de las lenguas, sin los cuales el trabajo #está
desprovisto de toda significación seria, de toda verdadera base científica” (47:65). Tres años después
denuncia “la inepcia absoluta de la terminología corriente” y declara “la necesidad de reformarla y
de mostrar así qué especie de objeto es la lengua en general” (carta a Meillet del 4 de enero de 1894,
en 4: 96).
La “ruptura epistemológica” saussureana comienza entonces por impugnar globalmente el
status precientífico de la disciplina y se preocupa por hallar los “datos elementales”, el “punto de
vista” correcto desde donde abarcar el conjunto del campo por explorar y sus determinaciones
esenciales. Para presentar adecuadamente el cuerpo de nuestras proposiciones -reflexiona Saussure-
“sería preciso adoptar un punto de partida fijo y bien definido”. Pero dado que en lingüistica “es
falso admitir un solo hecho como definido en sí mismo”, el mismo punto de partida es problemático.
Ahora bien, “es imposible asentar una teoría prescindiendo de ese trabajo de definición, aunque esta
manera cómoda haya bastado hasta ahora al público lingüístico”: se impone, pues, “una operación
de abstracción y de generalización” (47: 56-57). Pero la efectuación de esta operación está lejos de
ser sencilla. En lingüistica no hay cosas ni objetos dados que puedan estudiarse desde diferentes
perspectivas. A la inversa: la perspectiva es el comienzo de delimitación del objeto de estudio. Lo
que Saussure llama su “Profesión de fe en materia lingüistica” consiste en afirmar que “en otros
dominios es posible hablar de las cosas desde uno u otro punto de vista, seguros de encontrar
un terreno firme en el objeto mismo”, mientras que en lingüistica “negamos en principio que haya
objetos dados, que haya cosas que continúen existiendo cuando se pasa de un orden de ideas a otro y
que sea posible, por consiguiente, permitirse considerar 'cosas' en varios órdenes como si estuvieran
dadas por sí mismas” (47:58).
Rechazando las variadas formas de sustancialismo o de vitalismo (el lenguaje concebido
como un organismo sometido al ciclo vital: Schleicher) o de idealismo (el lenguaje como creación
individual), Saussure impondrá la primacía del punto de vista como criterio metodológico
consciente del trabajo lingüístico: en este dominio, el enlace que se establece entre las cosas
preexiste a las cosas mismas y sirve para determinarlas (47:56). No es la índole del material acústico
o conceptual la que fundamentará las distinciones de la lengua: éstas tienen su justificación en sí
mismas. No existiendo nada de sustancial en la lengua, es la tarea del lingüista la que mediante un
ajustado trabajo teórico -enunciación de definiciones, producción de conceptos, articulación de
éstos, demarcación de niveles- conformará definitivamente el objeto propio de la lingüistica.
Saussure actúa en una época en que se ha generalizado la preocupación por la búsqueda y la
fundación de un objeto especifico a cada disciplina. Se combate en dos frentes: contra el
reduccionismo (que esfuma la especificidad del objeto propio) y contra la subordinación de una
disciplina a otras (las que comienzan a constituirse temen el expansionismo de las ya consolidadas).
Pasarán muchos años hasta que se haga patente el condicionamiento ideológico de muchas
controversias de límites, originadas, en muchos casos, en una división del trabaja intelectual que
prolonga una compartimentación universitaria basada en los requerimientos institucionales del
sistema social (la escisión entre sociología, economía e historia, en la que se fundarán tradiciones
académicas autónomas, es el ejemplo más notorio de esta situación). Sea como fuere, hacia
comienzos de siglo Durkheim, Husserl y Saussure, en sus respectivos campos (sociología, lógica,
lingüistica), se preocupan por deslindar los objetos específicos de sus ciencias antes el asedio de la
psicología. En Las reglas del método sociológico. Durkheim define a los hechos sociales como
aquella “manera de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo y dotadas de un poder
coercitivo en virtud del cual se le imponen. Por consiguiente, no podría confundírselos... con los
fenómenos psiquicos, que sólo tienen existencia en la conciencia individual y por ella” (15:24) Hacia
la misma época, Husserl hace conocer, en sus Investigaciones lógicas, un firme alegato en favor de
la independencia de los actos lógicos, los cuales apuntan a “esencias” que no cabe reducir a la esfera
psíquica. Saussure, por su parte, refiriéndose a las ciencias sociales (y entre ellas a la lingüistica),
señala una “enorme línea de demarcación entre la psicología general... y esas ciencias; cada una de
éstas requiere nociones que aquélla no suministra” (17:52; cf. también 2). En busca del objeto de la
lingüistica, Saussure se verá llevado a trabajar teóricamente el concepto de lengua, distinguiéndolo
del de lenguaje y adjudicándole una función primordial en la edificación de la doctrina.

II. Lengua y Lenguaje


Jakobson ha hecho notar, con razón, que Saussure fue el gran revelador de las antinomias
lingüísticas (23: 354-355). Su punto de vista peculiar, la perspectiva total desde la que sitúa los
diversos campos y tareas de la disciplina, consiste en postular que el lenguaje es siempre un objeto
doble, cuyas dos partes se suponen recíprocamente. El juego de las dualidades opositivas atraviesa
todo el campo del lenguaje, enfrentando: lo articulatorio y lo acústico; el sonido y el sentido; el
individuo y la sociedad; la lengua y el habla (langue et parole); lo material y lo insustancial; lo
paradigmático y lo sintagmático; la identidad y la oposición; lo sincrónico y lo diacrónico, etc. (5:
40), de tal modo que cada uno de los términos de los diferentes pares sólo vale por su oposición al
otro. Se trata, en suma, de entidades o niveles relacionales, carentes de toda realidad sustancial.
El sentido de esta precisión puede hallarse en reflexiones, saussureanas muy anteriores al dictado de
los cursos sobre lingüística general.
En 1893-94, al esbozar un artículo sobre Whitney (a quien siempre admiró y en quien
declaradamente se inspira), después de citar con aprobación el postulado del lingüista
norteamericano: “el lenguaje es una institución humana”, Saussure previene contra el riesgo de
asimilar esta institución a otras, lo que “nos engañaría sobre su verdadera esencia”. En efecto, todas
las demás instituciones “se fundan (en grados diversos) en las relaciones naturales de las cosas...
por ejemplo, el derecho de una nación o el sistema político... Pero el lenguaje y la escritura no se
fundan en una relación natural de las cosas. En ningún momento hay relación alguna entre cierto
sonido sibilante y la forma de la letra S... el lenguaje es una institución pura... una institución sin
analogía” (47: 59-60). ¿Cómo acceder a la naturaleza de esta institución única? No hay otra vía que
recurrir en primera y en última instancia al estudio de las lenguas. Pero a su vez pretender estudiar
éstas olvidando que “están primordialmente regidas por ciertos principios que se resumen en la idea
del lenguaje es un trabajo... carente de toda significación seria, de toda verdadera base científica”
(47: 65), lo que hace que el estudio general del lenguaje deba alimentarse de las observaciones de
todo tipo que se hagan en el campo particular de una u otra lengua. Así se produce una dialéctica
incesante entre naturalidad e historicidad que enlaza el estudio general y el histórico-descriptivo.
Desde un punto de visa riguroso, la teoría parte de las “lenguas” para alcanzar luego la lengua en su
universalidad y finalmente el “ejercicio y facultad del lenguaje en los individuos” (ibid). La teoría
saussureana trata de explicar de qué modo el lenguaje, cuya variedad histórica remite al principio
central de la construcción conceptual de Saussure: la arbitrariedad del signo lingüístico.
Las dificultades de asignar a la lingüística un objeto integral y concreto derivan de la
naturaleza multifacética del lenguaje: varias ciencias podrían reivindicarla como su objeto:
psicología, fisiología, antropología, gramática, filología, etc., pero esta vía analítica -dice Saussure-
nunca condujo a nada la otra posibilidad sería limitarse a un solo aspecto del problema, pero así
desaparecerían las dualidades. Ante este dilema insoluble la única solución es “situarse desde el
principio en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todas las demás manifestaciones del
lenguaje”, ya que ella es la única entidad susceptible de una definición autónoma.

Al analizar este punto, Saussure consolida una ruptura epistemológica con la lingüística de
su tiempo: la lengua es desglosada enteramente del lenguaje; si bien es una parte “esencial” de éste,
“un producto social de la facultad del lenguaje”, el aspecto teóricamente decisivo es su definición
“una totalidad en sí y un principio de clasificación”. Lo natural al hombre no es exactamente el
lenguaje hablando sino “la facultad de constituir una lengua, es decir un sistema de signos distintos
corresponden a las ideas distintas”. Aunque Saussure adjudique a Whitney la idea de la lengua como
convención social (dando por sentado que “la naturaleza del signo en que se conviene es
indiferente” (23-26), lo cierto es que aun en Whitney subsiste la noción tradicional del lenguaje
como nomenclatura. Para el lingüista norteamericano, “primero tenemos una idea y después le
ponemos un nombre”, lo que implica que el “significado” -en la terminología saussureana- sea un
deato prelingüístico y la lengua es una simple nomenclatura en la que la arbitrariedad sólo opera en
la forma externa (9: 353); al extenderla a la unidad conceptual, Saussure efectúa, pues, una
renovación total del planteo convencionalista.
Si bien la consideración de la lengua como sistema tiene suficientes antecedentes en la
historia de la lingüística, la originalidad de Saussure consiste en no tomar ya el término en su
carácter analógico o descriptivo, y hacer de él, en cambio, un concepto operatorio, derivado de una
perspectiva consecuentemente relacionista: “la lengua es un sistema de puros valores que nada
determina fuera del estado momentáneo de sus términos” (116).
El enfoque sociológico de su concepción de la lengua tiene muchos aspectos coincidentes con
la doctrina de Durkheim: en uno y en otro la institución social actúa como una norma impuesta a la
colectividad; la coerción que ejerce y la autonomía de que goza son sus características centrales. El
individuo registra pasivamente -y actualiza con sus actos- el funcionamiento de un sistema cuya
dinámica es independiente de su arbitrio. Dice Durkheim: “puesto que (la sociedad) supera
infinitamente al individuo, tanto en el tiempo como en el espacio, está en condiciones de imponerle
las maneras de actuar y de pensar que ha consagrado mediante autoridad” (15:84). Y Saussure: “si
se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla
libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello” (104). Es, pues,
una “convención”, un “contrato”, pero imperativos.
Asimismo, Saussure se ocupa del otro polo de la antinomia entre la sociedad y el individuo: si
bien “la lengua no es una función del sujeto hablante [sino] el producto que el individuo registra
pasivamente”, el habla “en cambio, es un acto individual de voluntad y de inteligencia” una
“práctica” que contribuye a incrementar el “tesoro” de la lengua (30). Se ha dicho (13) que la
dicotomía saussureana de la lengua y el habla tendería a conciliar las doctrinas opuestas de
Durkheim y Tarde: como el “hecho social” durkheimiano, la lengua se refiere a hechos psíquico-
sociales exteriores al individuo, sobre el que actúan las presiones de la conciencia colectiva; el habla,
por su lado, sería una “concesión” hecha al factor individual defendido por Tarde. Lo cierto es que,
junto a la conciencia colectiva en que se basaría la lengua, hay lugar para una conciencia
lingüística (39) que aparece en la actividad de clasificación con la que el sujeto analiza el material
lingüístico. Esa conciencia lingüística torna concretas las posibilidades significativas que encierra el
sistema; más aún, cuando Saussure contrapone análisis objetivo -el del historiador- análisis
subjetivo -el de los sujetos hablantes-, señala que este último “es el único que importa, porque se
funda directamente en los hechos de lengua” (252). Pero, desde el punto de vista sistemático, el
habla es siempre un fenómeno secundario, subordinado a la lengua. Al separar la lengua del habla,
dice Saussure, separamos al mismo tiempo: Primero lo social de lo individual y segundo lo esencial
de lo accesorio. De las dos partes que integran el estudio del lenguaje, “una, esencial, tiene por
objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo... la otra, secundaria,
tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir el habla”. Pero en esta dualidad, como en
las restantes, ambos términos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: “la lengua
es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos... ésta es necesaria para
que la lengua se establezca”; ahora bien, “históricamente, el hecho de habla precede siempre... el
habla es la que hace evolucionar a la lengua” (30).
La última observación remite al discutido problema del verdadero status saussureano de la
“lingüística del habla”. Y Bally lamentaba que el maestro no hubiese abordado este aspecto de su
doctrina (contemplado, no obstante, en el Curso). La cuestión epistemológica reside en el problema
de si el habla posee una organización propia que la haga susceptible de un estudio autónomo. En
realidad, Saussure desaliente esta perspectiva: en el habla no hay nada colectivo, “sus
manifestaciones son individuales y momentáneas. No hay nada más que la suma de casos
particulares... sería quimérico reunir bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla” (37-38).
Martinet niega de plano que el habla pueda poseer una organización independiente de la lengua: no
haría más que volver concreta la organización de la lengua. El problema se amplifica cuando se
impugna el carácter absoluto de la misma bipartición. Así es como de las insuficiencias que se le
imputan a la dicotomía saussureana, se ha pedido pasar a clasificaciones no dualistas como la
hjelmsleviana de “esquema, norma y habla”, entre otras. Una de las cuestiones abiertas, a propósito
del carácter sistemático o no del habla, es la de la metodología y el encuadre conceptual a aplicarse
en su análisis (por ejemplo, en el estudio de enunciados o de discursos, surge de inmediato el
problema de dónde situar el concepto de “frase”: si dentro de la lengua o del habla).

III. Arbitrariedad Del Signo


La perspectiva del “punto de vista” le permite a Saussure, como vimos, afirmar que “el enlace que se
establece entre las cosas preexiste, en este dominio [la lingüística J.S], a las cosas mismas, y sirve
para determinarlas” (47: 56). Ni la naturaleza del material acústico ni el carácter del concepto
significado son pertinentes para fijar las demarcaciones de la lengua. Estas son autosuficientes, e
intervienen en uno y otro plano -es decir, el del pensamiento y el del sonido- efectuando
deslindamientos recíprocos de unidades, combinando dos órdenes articulándolos. Cada término
lingüístico -se lee en el Curso- es un miembro, “un articulus donde una idea se fija en un sonido y
un sonido pasa a ser el signo de una idea”. Pero lo decisivo es que “la elección que requiere tal
fragmento acústico para tal idea es perfectamente arbitraria”. No hay ninguna relación causal de
orden lógico o natural que incida desde el exterior sobre el sistema de la lengua: “el enlace de la idea
y el sonido es radicalmente arbitrario”.
La arbitrariedad del signo es la piedra angular de la lingüística de Saussure y la base de
sustentación de su programa semiológico. También aquí se puede apreciar la “ruptura
epistemológica”, el cualitativo salto conceptual que separa a Saussure de sus predecesores.
Ciertamente el convencionalismo whitneyano, en el que se inspiró inicialmente Saussure, ponía en
claro el aspecto definidamente social de las lenguas, el hecho de que su vigencia y continuidad se
debían al consenso de una comunidad y no a factores externos a ella (naturales, biológicos, etc.) y
que, por consiguiente, como decía Whitney, no había sobre la tierra lengua alguna en la que existiera
una conexión interna y esencial entre la idea y la palabra. Partiendo de estas premisas, se puede
razonar que la “arbitrariedad” de las lenguas se debe a que sólo una convención permite reducir a
unidades las diferentes articulaciones y los diferentes sentidos. Pero el convencionalismo limita la
arbitrariedad a la forma externa (Whitney: “primero tenemos una idea y después le ponemos un
nombre”), con lo que vuelve a caer en la concepción de la lengua como nomenclatura: el concepto es
un dato prelingüístico, anterior a la convención.
La arbitrariedad radical de Saussure, en cambio, abarca los dos planos. La lengua es un
conjunto de articulaciones, de límites que introducen discontinuidad en la masa de las realizaciones
fónicas y en la masa de las significaciones; nada definido, estable o fijo preexiste a las operaciones de
la lengua: pensamiento y sonido son, antes de su mediación, “dos masas amorfas” (156-157). Es la
lengua la que permite que el hablante categorice una entidad fónica particular como tal o cual
entidad significante y una entidad conceptual como tal o cual entidad significada; y estas
categorizaciones no se deben a ninguna razón intrínseca a la naturaleza de la sustancia fónico-
acústica o conceptual. La lengua es un sistema de valores puros en el que la identidad de cada
unidad sólo deriva de su oposición a las demás unidades del sistema. Cada término del sistema
lingüístico asume un valor que se define por las relaciones que mantiene con todos los demás
términos. Este valor es diferencial, opositivo: su naturaleza se agota en los caracteres que lo
distinguen de los otros valores.
El valor lingüístico, concepto esencial del saussurismo, pues en él se cifra tanto el carácter
“sistémico” de la lengua como el principio de la arbitrariedad del signo, tiene, tanto como peste, un
aspecto conceptual y un aspecto material. Desde el punto de vista material, lo que importa en la
palabra “no es el sonido mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir a esa palabra de
todas las demás, pues son ellas las que llevan la significación”. Como se postula que ninguna
realización fónica es más apta que otra para transmitir aquello que se le encomienda, es evidente
que “nunca un fragmento de la lengua podrá fundarse, en última instancia, en otra cosa que en su no
coincidencia con el resto”. De modo que “arbitrario y diferencial son dos cualidades
correlativas”. En la lengua, constituida enteramente por valores, no hay más que diferencias,
sin términos positivos. Un sistema lingüístico es una serie de diferencias de sonidos combinados con
una serie de diferencias de ideas. Contra el convencionalismo, cuyo principio de la arbitrariedad
vacilaba al llegar al plano del concepto, Saussure afirma: no hay ideas dadas de antemano, sino
valores que emanan del sistema. Y cuando se dice que éstos “corresponden a conceptos, se
sobreentiende que son puramente diferenciales, definidos no positivamente por su contenido, sino
negativamente por sus relaciones con los demás términos del sistema. Su más exacta
característica es la de ser lo que los otros no son” (162-163; el subrayado es mío), lo que
implica que el contenido de un concepto estará fijado por lo que está fuera de él, delimitándolo y
diferenciándolo. Saussure ejemplifica: el término francés mouton (así como el español carnero),
aunque posee la
misma

significación que el inglés sheep, no tiene el mismo valor: ante la carne cocinada y servida, el inglés
dirá mouton y no sheep; la diferencia de valor entre sheep y mouton consiste en que el término
inglés tiene junto a sí un segundo término, lo que no ocurre con la palabra francesa (ni con la
española).
Este fecundo principio ha sido desarrollado por la lingüística possaussureana y aplicado en
otras disciplinas. Así como cada lengua delimita diferentemente el conjunto de los sonidos
pronunciables, también delimita diferentemente la masa amorfa del significado. Hjelmslev ha
mostrado (20: 78) cómo en el interior de un mismo campo semántico, las lenguas no coinciden
exactamente en las mismas demarcaciones:

“La estructura específica de una lengua -comenta Hjelmslev-, los rasgos que la caracterizan por
oposición a otras lenguas, la diferencian o la asemejan a éstas... determinan el lugar que ocupa en la
tipología de las lenguas... Lo que, de acuerdo con Saussure, hemos llamado la forma lingüística,
asienta diferentemente de una lengua a otra sus fronteras arbitrarias en un continuo de sustancia en
sí mismo amorfo...” (20: 103-103). Igualmente, en el dominio del parentesco (45: 133):

La incorporación del principio de la arbitrariedad del signo por otras disciplinas


(antropología, psicoanálisis -con reservas y modificaciones-, teoría de la comunicación social, etc.)
tuvo lugar sobre la base de la formulación más general efectuada por Saussure. La faz material y la
faz conceptual del signo recibieron tardíamente los nombres respectivos de significante y
significado. Es, en efecto, prácticamente poro antes de finalizar el último de sus cursos de
lingüística general (dictado en 1910-11) cuando Saussure introduce estos célebres términos. De
Mauro observa atinadamente (9: 408) que la nueva denominación implica, en el plano de la
terminología, la plena conciencia de la autonomía de la lengua como sistema formal respecto de la
naturaleza auditiva o acústica, conceptual, psicológica u objetal de las sustancias organizadas por
ella. Al incorporar los dos nuevos términos, Saussure subraya la radical arbitrariedad del signo
lingüístico, pues significado y significante se comportan como “organizadores y “discriminadores”
de la sustancia comunicada y de la sustancia comunicante.
La extensión semiológica de los conceptos, a su vez, permite manipularlos en contextos
disímiles, siempre que se respeten los atributos formales del signo. Saussure ha hecho notar, al
respecto, el carácter lineal del significante verbal; siendo de naturaleza auditiva, se desenvuelve
únicamente en el tiempo. Mientras los significantes visuales -por ejemplo, las señales marítimas-
pueden ofrecer complicaciones simultáneas en distintas dimensiones, los significantes acústicos sólo
disponen de la línea del tiempo: sus elementos se presentan sucesivamente formando una cadena.
La linealidad del significante lingüístico está en la base del funcionamiento mismo del sistema de la
lengua. En el discurso, las palabras contraen entre sí cierto tipo de relaciones llamadas
sintagmáticas. El sintagma es una combinación de palabras más o menos rígida, más o menos
abierta; en el primer caso, se trata de formas regulares que Saussure recomienda atribuir a la
lengua; en el segundo, de combinaciones libres pertenecientes al habla. También en este caso, las
observaciones de Saussure han dejado abierto un campo de problemas: dos orientaciones diferentes
han adoptado las investigaciones sintagmáticas de acuerdo con la relación combinatoria que
consideren fundamental (14: 27-31). O bien se trata de la idea de vecindad, de proximidad -que
deriva del principio de la linealidad del significante-, y en ese caso este enfoque culmina en el
distribucionalismo (la distribución de una unidad es el conjunto de los entornos en que puede
aparecer; el entorno de un enunciado está constituido por los elementos que lo preceden y lo
siguen). O bien se enfoca la coexistencia, haciendo abstracción de la distancia y del orden de los
elementos coexistentes; este enfoque es propio de la glosemática (en cuya descripción de la lengua
es fundamental la “solidaridad” y la “combinación” de las unidades). Otro tipo de conexiones,
diferentes de las sintagmáticas, son las relaciones asociativas, o paradigmáticas, cuya sede, de
acuerdo con Saussure, es el cerebro, formando parte del “tesoro interior” que constituye la lengua
para cada individuo. Mientras la conexión sintagmática es in praesentia, la conexión asociativa
une términos in absentia, pues depende de una serie virtual delimitada por la memoria y la
asociación (tanto a partir de la imagen acústica como del significado).
De la arbitrariedad del signo, finalmente, se desprenden dos atributos opuestos de la lengua:
su mutabilidad en el curso del tiempo y la estabilidad del sistema en el tiempo. En efecto, siendo
independiente de toda realidad lógica o natural, la lengua sufre los más profundos cambios; por otro
lado, y en virtud de lo mismo, mientras los significantes y los significados se transformar, el sistema
lingüístico se mantiene. Estas características, y otras debidas al principio de la arbitrariedad, tienen
su fundamente último en la dimensión profundamente social de la lengua, que no respondiendo a
ninguna exigencia externa, posee como única y sólida base de sustentación el consenso social. “El
sistema de signos está hecho para la colectividad como el navío está hecho para el mar”, ha dicho
Saussure.

IV. Historia y Sistema


El hecho de que el signo sea arbitrario -en sus dos componentes y en el enlace entre éstos- implica
que la conformación propia de cada significado y de cada significante sólo depende de que los demás
significados o significantes que coexisten con él en el mismo sistema lo delimiten de ese modo y no
de otro. Es decir que todo el valor del signo depende, a través del sistema, de las contingencias
históricas de la sociedad, pues el valor lingüístico es fundamentalmente social e histórico. El estudio
de la realidad del signo debe concentrarse, pues, en la investigación del sistema que le adjudica su
valor. El punto de vista historicista y el estructural están, así, ligados y el predominio del segundo
sobre el primero no se justifica sino como una fase precisa y delimitada de una investigación cuyo
horizonte es declaradamente histórico. Tiende a oscurecer este aspecto del saussurismo la
convergencia de dos factores: por un lado la expansión, en las ciencias humanas, de la ideología
estructuralista, que, declarando inspirarse en Saussure, hipostatiza el sistema y relativiza o disuelve
la dimensión histórica; por otro, la misma organización del Curso, que relega a las últimas secciones
los temas históricos, dando prioridad en la exposición a la distinción, hecha fuera de todo contexto,
entre la lengua como forma y el habla como realización fónico-acústica. Saussure, en cambio, partía
-en el último de sus cursos (1910-11), base principal de la obra de Bally y Sechehaye- del análisis de
las lenguas, destinado a que el estudiante tomara conciencia del carácter contingente e
históricamente accidental de la organización de los significantes y de los significados de las distintas
lenguas, para estudiar luego los aspectos universales, comunes a todas ellas, la lengua en general y
por último los fenómenos del habla.
La evolución intelectual de Saussure registra el mismo desplazamiento -metodológico- del
interés por la historia a la preocupación por el sistema. Para estudiar los sucesivos estados históricos
de las lenguas, advirtió, se requería un cuerpo de definiciones, un encuadre lógico, una idea precisa
de los fundamentos de la lengua; en una palabra: una teoría lingüística. Es la necesidad de
elaborarla la que le impide dedicarse plenamente a su pasión histórica y lo impulsa -contra sus
preferencias- a internarse en la inexplorada y ardua cuestión de “la lengua en general”. Así advierte
que para alcanzar lo concreto histórico, para restituir a lo contingente en su necesidad propia, era
preciso situar a cada elemento dentro de la red de relaciones que lo determina (5: 34) y por
consiguiente estudiar cada estado de lengua en sí mismo, en su momento de equilibrio, abstrayendo
-o “poniendo entre paréntesis”, como diría casi contemporáneamente Husserl -la dimensión
histórica. Esa abstracción debía llevar a superar la confusión teórica que se advertía en la lingüística,
la cual “situándose en un terreno mal delimitado... cabalga sobre dos dominios, por no saber
distinguir claramente entre los estados y las sucesiones” (118-119).
Saussure hará de esa distinción un principio metodológico básico: la dualidad interna de la
disciplina se expresará en el nítido deslindamiento de una lingüística sincrónica -que se ocupará
de los aspectos estáticos (el sistema en equilibrio)- y una lingüística diacrónica, encargada de
estudiar las evoluciones y sus distintas fases (las alteraciones del sistema). Ambas lingüísticas están
jerarquizadas: la perspectiva sincrónica tiene primacía tanto desde el punto de vista del objeto (para
el hablante, la sucesión, en el tiempo, de los hechos de lengua “es inexistente: el hablante está ante
un estado”; para la masa hablante, la sincronía “es la verdadera y única realidad”) como del método
(“es evidente que el aspecto sincrónico prevalece sobre el otro” pues si el lingüista “se sitúa en la
perspectiva diacrónica no será la lengua lo que perciba, sino una serie de acontecimientos que la
modifican” (117 y 128). Así, pues, todo el peso teórico innovador del concepto de lengua se traslada,
en el aspecto metodológico, a la lingüística sincrónica, mientras que el carácter en cierto modo
subordinado -desde el punto de vista de las nuevas tareas asignadas a la disciplina- del habla pasa a
la diacronía (“todo cuanto es diacrónico en la lengua sólo lo es por el habla”, cuyos elementos, a su
vez, deben “subordinarse” a la ciencia de la lengua: 138 y 36).
Las dos lingüísticas que Saussure postula se oponen tanto en sus métodos como en sus
principios. La sincrónica se basa en una sola perspectiva, la de los hablantes: para determinar una
realidad lingüística es “necesario y suficiente” averiguar en qué medida existe ésta para la conciencia
de los sujetos hablantes. La perspectiva de la lingüística diacrónica, en cambio, es doble: por un
lado, prospectiva: siguiendo “la verdadera marcha de los acontecimientos” se estudian críticamente
los documentos que son su testimonio; por otro, retrospectiva: se parte de una forma dada para
remontar el curso del tiempo en busca de la forma más antigua que la haya podido producir. Las
leyes que derivan de una y de otra lingüística difieren: las sincrónicas son generales, pero no
imperativas, pues ponen de manifiesto regularidades precarias; las diacrónicas son imperativas,
pero siempre accidentales y particulares.
Si la formulación de dichas leyes tiene una inspiración durkheimiana, también se podrían
señalar antecedentes de la dicotomía sincronía/diacronía en el lingüista polaco Baudouin de
Courtenay (quien en 1895 proponía distinguir la observación de los hechos lingüísticos en un punto
particular del tiempo, de su evolución), en el suizo Anton Marty (cuando sugería en 1908 separar la
parte descriptiva y la parte genética de la filosofía del lenguaje) y aun en otros. Pero, aparte del
hecho de que la “influencia” de éstos sea más que dudosa, pues ya en 1881, en sus cursos sobre
alemán antiguo, Saussure distinguía y oponía el análisis histórico y la descripción sincrónica, la
originalidad de Saussure y el carácter innovador de su investigación residen menos en el enunciado
de una y otra tesis particular que en la obstinada preocupación por reunirlas en una axiomática
estricta (“la teoría debe ser tan rigurosa como la lengua”). Desde este punto de vista, el programa de
la lingüística sincrónica saussureana tiene un carácter inaugural para el futuro de la disciplina. En él
se acentúa la especificidad de la lingüística como ciencia que trabaja sólo con valores (es decir con
equivalencias, identidades y diferencias), lo que la obliga a distinguir escrupulosamente los ejes que
sitúan a su objeto de estudio: un eje de simultaneidades, que concierne a las relaciones entre cosas
coexistentes y del cual está excluida por principio toda intervención del tiempo, y un eje de
sucesiones, que incluye todos los elementos del primer eje con sus cambios respectivos. Esta
dicotomía no separa dos objetos, sino dos accesos metodológicos a un mismo objeto. Saussure
enfoca la cuestión con espíritu dialéctico: “la verdad sincrónica parece ser la negación de la verdad
diacrónica, y viendo las cosas superficialmente, podría pensarse que hay que optar; pero no es
necesario: una verdad no excluye a la otra” (135).
La autonomía y la interdependencia de lo sincrónico y lo diacrónico son comparables, según
Saussure, a la proyección del primero sobre un plano; si bien toda proyección depende directamente
del cuerpo proyectado, también difiere de él, es una cosa aparte: en lingüística existe la misma
relación entre la realidad histórica y un estado de lengua, que es como proyección en un momento
dado.
El ejemplo más célebre, sin embargo, es el que compara al juego de la lengua con una partida
de ajedrez. En uno y otro juego de la lengua con una partida de ajedrez. En uno y otro caso estamos
frente a un sistema de valores y asistimos a sus modificaciones. Un estado del juego es similar a un
estado de la lengua. Las piezas tienen un valor relativo a su posición en el tablero, del mismo modo
que en la lengua cada término tiene un valor relativo a su oposición con todos los demás. Tanto el
ajedrez como la lengua se rigen por convenciones que preexisten a cada movimiento y subsisten
luego de él. Cada estado del juego es un momento de equilibrio, pero después del movimiento de
una pieza surge otro equilibrio, y el cambio operado no pertenece a ninguno de los estados. Sin
embargo, Saussure señala un punto en que la confrontación no es válida: el jugador de ajedrez
“tiene la intención de efectuar el desplazamiento y de ejercer una acción sobre el sistema,
mientras que la lengua no premedita nada: sus piezas se desplaza -o mejor, se modifican-
espontánea y fortuitamente” (127). Lepschy ha señalado otro: las reglas del ajedrez implican cierta
información de algún modo “diacrónica”: saber, por ejemplo, si el rey se ha movido y luego ha vuelto
a su puesto, para decidir si puede enrocar, etc.; nada semejante hay en la lengua cuando se la estudia
con un modelo puramente sincrónico (27: 44-45). En efecto, “la lengua es un sistema de puros
valores que nada determina fuera del estado momentáneo de sus términos”; el enfoque estático
preconizado por Saussure está destinado a aplicarse a ese “estado momentáneo”, al momento de
equilibrio en el que “todas las partes pueden considerarse en su solidaridad sincrónica” (116 y 124).
La lengua misma sólo sería “comparable a la idea completa de la partida de ajedrez, que implica a la
vez cambios y estados”; por eso el “objeto” de la lingüística “puede ser histórico”.
Saussure es consciente de que “la lengua aparece siempre (algo) una herencia del pasado”, y
que el mismo “estado de lengua -al que se aplica la lingüística sincrónica- “es siempre el producto de
factores históricos, siendo estos factores los que explican por qué el signo es inmutable”, así como
también por que el signo se altera. La historicidad del signo y su arbitrariedad son aspectos
indisolubles: “por ser el signo arbitrario no (algo con oce) otra ley que la de la tradición, y porque se
funda en la tradición puede ser arbitrario” (105 y 108). Sumergida por entero en la historia, que le
da vida y la mantiene, la transforma y la conserva, la lengua debe ser estudiada, en cada uno de los
estados, como un sistema de signos arbitrarios, inmotivados y susceptibles de alteración. De
Mauro vincula muy bien dos aspectos al comentar: “si se comprende el real alcance de la
arbitrariedad, ésta es sinónimo de la radical historicidad (algo) toda sistematización lingüística, en
el sentido de que toda sistematización no tiene fuera de sí, sino en sí misma la norma mediante la
cual se divide la experiencia en significados y las (algo) en significantes: por eso no está ligada a la
estructura objetiva de las cosas o de las realidades acústicas, sino que, adoptándolas como materias,
está principalmente condicionado por la sociedad que le da vida en función de sus propias
necesidades. Por eso la lengua es radicalmente social e histórica” (9:353).

V. Lingüística y Semiología
La arbitrariedad del signo es un atributo funcional cuyo campo de operación excede a la lingüística:
el alfabeto Morse, por ejemplo, el lenguaje de los sordomudos entra en él. Otras formas de
significación -los ritos simbólicos, las señales de cortesía, etc.- tienen mayor motivación (o sea
menor arbitrariedad). Saussure considera que los signos enteramente arbitrarios son (no se) que
mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso, aunque su objeto, la lengua, sea sólo
un sistema particular, la lingüística podría convertirse en el modelo general de semiología. Esta sería
una ciencia consagrada a estudiar “la (no se) de los signos en el seno de la vida social”, y las leyes
que los rigen. La preocupación, propia de su época, por la especificidad de la disciplina, mueve a
Saussure a interrogarse: “¿por qué la semiología aún no es reconocida como ciencia autónoma,
teniendo, como las demás, su objeto propio?” y a contestar: giramos en un “círculo vicioso”; es la
lengua la que nos indica la naturaleza del problema semiológico, pero para plantear este problema
adecuadamente, es preciso estudiar la lengua en si misma. Es decir, rechazar como no específico el
enfoque psicológico -que sólo estudia la ejecución individual, mientras que el signo es social- y la
unilateralidad de la perspectiva sociológica -que asimila la lengua a las demás instituciones sociales,
mientras que la característica esencial del signo es que escapa siempre, en alguna medida, a la
voluntad individual o social. Distribuido así entre varias disciplinas, la especificidad del signo se
desvanece y no se llega a advertir “la necesidad o la utilidad particular de una ciencia semiológica”.
Para nosotros, en cambio -afirma Saussure- “el problema lingüístico es ante todo semiológico y todo
nuestro análisis adquiere significación en virtud de este importante hecho” (34-35).
Desde el primer momento, el interés teórico por el sistema de la lengua, su funcionamiento y
naturaleza, está asociado a la fundación de una ciencia semiológica. Persuadido de la importancia
fundamental de la arbitrariedad del signo lingüístico, Saussure se pregunta hasta qué puntos otros
sistemas de signos también poseen ese carácter, y vacila en cuanto a incluirlos, o no, dentro de la
semiología tal como él la preconiza. Cuando la semiología se organice -piensa- deberá preguntarse
“si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales -como la pantomima- le
pertenecen de derecho” (100). Pero suponiendo que los incluya en su estudio, no por eso “su
principal objeto” dejará de ser el conjunto de los sistemas fundados en la arbitrariedad del signo. En
la sociedad, las convenciones de la significación -los signos de cortesía, por ejemplo- si bien pueden
tener cierta expresividad “natural”, están de todos modos fijados por una regla. Saussure advierte
que pueden existir gradaciones insensibles entre el simbolismo natural y el signo enteramente
arbitrario: “la semiología: su dominio, sus tareas (por ejemplo, distinguir grados en el carácter
arbitrario de los diversos sistemas)” (17: 67).
Saussure, que inicialmente lo utilizara, desecha el término “símbolo” para designar al signo
lingüístico: mientras éste es enteramente arbitrario, el símbolo nunca lo es por completo; siempre
subsiste en él un “rudimento” de vínculo natural entre el significante y el significado.
Contemporáneamente a Saussure -pero ignorándose recíprocamente- el filósofo norteamericano
Charles S. Peirce emplea, en cambio, el término “símbolo” para designar una clase particular de
signos. Peirce, en efecto, desarrolló las bases de una ciencia de los signos, en la que éstos se
distribuían en tres órdenes: íconos, que operan por la similitud entre dos elementos (p. ej.: el
dibujo que representa a un animal y el animal representado); idicios, que operan por la
contigüidad de hecho existente entre dos elementos (p.ej.: el humo es el indicio de fuego); y
símbolos, que operan por contigüidad instituida (p.ej.: la palabra “estrella” denota la clase de
objetos convencionalmente conocidos con ese nombre) (40: 45-62).
Pero mientras Peirce, figura fundamental del pragmatismo estadounidense, vinculaba los
análisis de su Semiotics al marco de una investigación esencialmente lógica (siendo la lógica para él
una disciplina consagrada a estudiar las “condiciones que debe satisfacer una aserción para que
pueda corresponder a la 'realidad'”), Saussure, como vimos, asocia el destino de la futura Semiología
a la renovación de la lingüística en la que él mismo está empeñado. Por lo demás, lejos de prestar
atención a la correspondencia entre lenguaje y realidad, se interesa por la sistematización interna y
el funcionamiento autónomo de los distintos procedimientos semiológicos vehiculizados por la
sociedad, entre los cuales la lengua se destaca por su complejidad, universalidad y sistematicidad
(derivada de la naturaleza arbitraria de sus unidades). El valor teórico esencial de la perspectiva de
Saussure sobre la semiología consiste en señalar la fecundidad del modelo de la lengua para toda
investigación futura sobre la vida de los signos. Después de él, las investigación lingüística y
semiológica se orientará por vías diversas y aun opuestas.
(…)

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