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I. Cuestiones epistemológicas
Desde sus primeras investigaciones, Saussure evalúa críticamente el estado de su disciplina y
aspira a encontrar “los datos elementales sin los cuales todo vacila, todo es arbitrariedad e
incertidumbre” (46: 2). Bachelard y Canguilhem han descripto muy bien estas situaciones
recurrentes en la historia de una ciencia. Las crisis de crecimiento del pensamiento -dice el
primero- “implican una refundición total del sistema del saber” (1:18). Canguilhem, por su parte,
combate la concepción que reduce la historia de las ciencias a ser una especie de museo de los
errores de la razón humana en el que los momentos significativos se explican por la contingencia
o la sucesión de azares: la historia de una ciencia -enfatiza- no puede ser una simple colección de
biografías, ni tampoco un cuadro cronológico al que se agregan algunas anécdotas, sino una
historia de la formación, la deformación y la rectificación de los conceptos
científicos (Introducción al Traité de physiologie de Kayser, p. 19, cit. En 32: 400).
Al analizar este punto, Saussure consolida una ruptura epistemológica con la lingüística de
su tiempo: la lengua es desglosada enteramente del lenguaje; si bien es una parte “esencial” de éste,
“un producto social de la facultad del lenguaje”, el aspecto teóricamente decisivo es su definición
“una totalidad en sí y un principio de clasificación”. Lo natural al hombre no es exactamente el
lenguaje hablando sino “la facultad de constituir una lengua, es decir un sistema de signos distintos
corresponden a las ideas distintas”. Aunque Saussure adjudique a Whitney la idea de la lengua como
convención social (dando por sentado que “la naturaleza del signo en que se conviene es
indiferente” (23-26), lo cierto es que aun en Whitney subsiste la noción tradicional del lenguaje
como nomenclatura. Para el lingüista norteamericano, “primero tenemos una idea y después le
ponemos un nombre”, lo que implica que el “significado” -en la terminología saussureana- sea un
deato prelingüístico y la lengua es una simple nomenclatura en la que la arbitrariedad sólo opera en
la forma externa (9: 353); al extenderla a la unidad conceptual, Saussure efectúa, pues, una
renovación total del planteo convencionalista.
Si bien la consideración de la lengua como sistema tiene suficientes antecedentes en la
historia de la lingüística, la originalidad de Saussure consiste en no tomar ya el término en su
carácter analógico o descriptivo, y hacer de él, en cambio, un concepto operatorio, derivado de una
perspectiva consecuentemente relacionista: “la lengua es un sistema de puros valores que nada
determina fuera del estado momentáneo de sus términos” (116).
El enfoque sociológico de su concepción de la lengua tiene muchos aspectos coincidentes con
la doctrina de Durkheim: en uno y en otro la institución social actúa como una norma impuesta a la
colectividad; la coerción que ejerce y la autonomía de que goza son sus características centrales. El
individuo registra pasivamente -y actualiza con sus actos- el funcionamiento de un sistema cuya
dinámica es independiente de su arbitrio. Dice Durkheim: “puesto que (la sociedad) supera
infinitamente al individuo, tanto en el tiempo como en el espacio, está en condiciones de imponerle
las maneras de actuar y de pensar que ha consagrado mediante autoridad” (15:84). Y Saussure: “si
se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla
libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello” (104). Es, pues,
una “convención”, un “contrato”, pero imperativos.
Asimismo, Saussure se ocupa del otro polo de la antinomia entre la sociedad y el individuo: si
bien “la lengua no es una función del sujeto hablante [sino] el producto que el individuo registra
pasivamente”, el habla “en cambio, es un acto individual de voluntad y de inteligencia” una
“práctica” que contribuye a incrementar el “tesoro” de la lengua (30). Se ha dicho (13) que la
dicotomía saussureana de la lengua y el habla tendería a conciliar las doctrinas opuestas de
Durkheim y Tarde: como el “hecho social” durkheimiano, la lengua se refiere a hechos psíquico-
sociales exteriores al individuo, sobre el que actúan las presiones de la conciencia colectiva; el habla,
por su lado, sería una “concesión” hecha al factor individual defendido por Tarde. Lo cierto es que,
junto a la conciencia colectiva en que se basaría la lengua, hay lugar para una conciencia
lingüística (39) que aparece en la actividad de clasificación con la que el sujeto analiza el material
lingüístico. Esa conciencia lingüística torna concretas las posibilidades significativas que encierra el
sistema; más aún, cuando Saussure contrapone análisis objetivo -el del historiador- análisis
subjetivo -el de los sujetos hablantes-, señala que este último “es el único que importa, porque se
funda directamente en los hechos de lengua” (252). Pero, desde el punto de vista sistemático, el
habla es siempre un fenómeno secundario, subordinado a la lengua. Al separar la lengua del habla,
dice Saussure, separamos al mismo tiempo: Primero lo social de lo individual y segundo lo esencial
de lo accesorio. De las dos partes que integran el estudio del lenguaje, “una, esencial, tiene por
objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del individuo... la otra, secundaria,
tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir el habla”. Pero en esta dualidad, como en
las restantes, ambos términos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: “la lengua
es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos... ésta es necesaria para
que la lengua se establezca”; ahora bien, “históricamente, el hecho de habla precede siempre... el
habla es la que hace evolucionar a la lengua” (30).
La última observación remite al discutido problema del verdadero status saussureano de la
“lingüística del habla”. Y Bally lamentaba que el maestro no hubiese abordado este aspecto de su
doctrina (contemplado, no obstante, en el Curso). La cuestión epistemológica reside en el problema
de si el habla posee una organización propia que la haga susceptible de un estudio autónomo. En
realidad, Saussure desaliente esta perspectiva: en el habla no hay nada colectivo, “sus
manifestaciones son individuales y momentáneas. No hay nada más que la suma de casos
particulares... sería quimérico reunir bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla” (37-38).
Martinet niega de plano que el habla pueda poseer una organización independiente de la lengua: no
haría más que volver concreta la organización de la lengua. El problema se amplifica cuando se
impugna el carácter absoluto de la misma bipartición. Así es como de las insuficiencias que se le
imputan a la dicotomía saussureana, se ha pedido pasar a clasificaciones no dualistas como la
hjelmsleviana de “esquema, norma y habla”, entre otras. Una de las cuestiones abiertas, a propósito
del carácter sistemático o no del habla, es la de la metodología y el encuadre conceptual a aplicarse
en su análisis (por ejemplo, en el estudio de enunciados o de discursos, surge de inmediato el
problema de dónde situar el concepto de “frase”: si dentro de la lengua o del habla).
significación que el inglés sheep, no tiene el mismo valor: ante la carne cocinada y servida, el inglés
dirá mouton y no sheep; la diferencia de valor entre sheep y mouton consiste en que el término
inglés tiene junto a sí un segundo término, lo que no ocurre con la palabra francesa (ni con la
española).
Este fecundo principio ha sido desarrollado por la lingüística possaussureana y aplicado en
otras disciplinas. Así como cada lengua delimita diferentemente el conjunto de los sonidos
pronunciables, también delimita diferentemente la masa amorfa del significado. Hjelmslev ha
mostrado (20: 78) cómo en el interior de un mismo campo semántico, las lenguas no coinciden
exactamente en las mismas demarcaciones:
“La estructura específica de una lengua -comenta Hjelmslev-, los rasgos que la caracterizan por
oposición a otras lenguas, la diferencian o la asemejan a éstas... determinan el lugar que ocupa en la
tipología de las lenguas... Lo que, de acuerdo con Saussure, hemos llamado la forma lingüística,
asienta diferentemente de una lengua a otra sus fronteras arbitrarias en un continuo de sustancia en
sí mismo amorfo...” (20: 103-103). Igualmente, en el dominio del parentesco (45: 133):
V. Lingüística y Semiología
La arbitrariedad del signo es un atributo funcional cuyo campo de operación excede a la lingüística:
el alfabeto Morse, por ejemplo, el lenguaje de los sordomudos entra en él. Otras formas de
significación -los ritos simbólicos, las señales de cortesía, etc.- tienen mayor motivación (o sea
menor arbitrariedad). Saussure considera que los signos enteramente arbitrarios son (no se) que
mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso, aunque su objeto, la lengua, sea sólo
un sistema particular, la lingüística podría convertirse en el modelo general de semiología. Esta sería
una ciencia consagrada a estudiar “la (no se) de los signos en el seno de la vida social”, y las leyes
que los rigen. La preocupación, propia de su época, por la especificidad de la disciplina, mueve a
Saussure a interrogarse: “¿por qué la semiología aún no es reconocida como ciencia autónoma,
teniendo, como las demás, su objeto propio?” y a contestar: giramos en un “círculo vicioso”; es la
lengua la que nos indica la naturaleza del problema semiológico, pero para plantear este problema
adecuadamente, es preciso estudiar la lengua en si misma. Es decir, rechazar como no específico el
enfoque psicológico -que sólo estudia la ejecución individual, mientras que el signo es social- y la
unilateralidad de la perspectiva sociológica -que asimila la lengua a las demás instituciones sociales,
mientras que la característica esencial del signo es que escapa siempre, en alguna medida, a la
voluntad individual o social. Distribuido así entre varias disciplinas, la especificidad del signo se
desvanece y no se llega a advertir “la necesidad o la utilidad particular de una ciencia semiológica”.
Para nosotros, en cambio -afirma Saussure- “el problema lingüístico es ante todo semiológico y todo
nuestro análisis adquiere significación en virtud de este importante hecho” (34-35).
Desde el primer momento, el interés teórico por el sistema de la lengua, su funcionamiento y
naturaleza, está asociado a la fundación de una ciencia semiológica. Persuadido de la importancia
fundamental de la arbitrariedad del signo lingüístico, Saussure se pregunta hasta qué puntos otros
sistemas de signos también poseen ese carácter, y vacila en cuanto a incluirlos, o no, dentro de la
semiología tal como él la preconiza. Cuando la semiología se organice -piensa- deberá preguntarse
“si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales -como la pantomima- le
pertenecen de derecho” (100). Pero suponiendo que los incluya en su estudio, no por eso “su
principal objeto” dejará de ser el conjunto de los sistemas fundados en la arbitrariedad del signo. En
la sociedad, las convenciones de la significación -los signos de cortesía, por ejemplo- si bien pueden
tener cierta expresividad “natural”, están de todos modos fijados por una regla. Saussure advierte
que pueden existir gradaciones insensibles entre el simbolismo natural y el signo enteramente
arbitrario: “la semiología: su dominio, sus tareas (por ejemplo, distinguir grados en el carácter
arbitrario de los diversos sistemas)” (17: 67).
Saussure, que inicialmente lo utilizara, desecha el término “símbolo” para designar al signo
lingüístico: mientras éste es enteramente arbitrario, el símbolo nunca lo es por completo; siempre
subsiste en él un “rudimento” de vínculo natural entre el significante y el significado.
Contemporáneamente a Saussure -pero ignorándose recíprocamente- el filósofo norteamericano
Charles S. Peirce emplea, en cambio, el término “símbolo” para designar una clase particular de
signos. Peirce, en efecto, desarrolló las bases de una ciencia de los signos, en la que éstos se
distribuían en tres órdenes: íconos, que operan por la similitud entre dos elementos (p. ej.: el
dibujo que representa a un animal y el animal representado); idicios, que operan por la
contigüidad de hecho existente entre dos elementos (p.ej.: el humo es el indicio de fuego); y
símbolos, que operan por contigüidad instituida (p.ej.: la palabra “estrella” denota la clase de
objetos convencionalmente conocidos con ese nombre) (40: 45-62).
Pero mientras Peirce, figura fundamental del pragmatismo estadounidense, vinculaba los
análisis de su Semiotics al marco de una investigación esencialmente lógica (siendo la lógica para él
una disciplina consagrada a estudiar las “condiciones que debe satisfacer una aserción para que
pueda corresponder a la 'realidad'”), Saussure, como vimos, asocia el destino de la futura Semiología
a la renovación de la lingüística en la que él mismo está empeñado. Por lo demás, lejos de prestar
atención a la correspondencia entre lenguaje y realidad, se interesa por la sistematización interna y
el funcionamiento autónomo de los distintos procedimientos semiológicos vehiculizados por la
sociedad, entre los cuales la lengua se destaca por su complejidad, universalidad y sistematicidad
(derivada de la naturaleza arbitraria de sus unidades). El valor teórico esencial de la perspectiva de
Saussure sobre la semiología consiste en señalar la fecundidad del modelo de la lengua para toda
investigación futura sobre la vida de los signos. Después de él, las investigación lingüística y
semiológica se orientará por vías diversas y aun opuestas.
(…)