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Era asombroso, como en un arranque de locura o concentración, Guzmán Manzaneda daba

fuertes caricias sobre su lienzo, con sus pinceles inquietos que a medida que se movían, iban
dando vida a las líneas algo deformes que había hecho en su cuadernillo. De pronto decía: ¡Ya
está! ¿Qué tal? Dejando anonadados a los que lo acompañaban.

“Le gustaba comprar los toritos de Aco”, manifiesta Josué Sánchez, con ellos y otros objetos de
barro, diseñaba también sus lienzos, plasmando expresiones que solo él captaba y podía volcar
con sus acuarelas.

En 1946 en una muestra colectiva, presentó uno de sus lienzos más famosos: “Las lavanderas” y
al año siguiente, en el Octavo Salón de Acuarelas exhibe “El rebaño”, lienzo con el que ganó el
premio de la Cooperación Nacional de Turismo, y poco después en el mismo salón, obtiene la
Medalla de Oro. Sin embargo, estos premios y reconocimientos, no hicieron que cambiara su
sensibilidad y amor por lo suyo, por su origen.

Y tanto amaba su valle, que paseaba con algunos de sus amigos, buscando algo que llamara su
atención para plasmarlo en su lienzo salpicado de color y alegría. Un día, nos cuenta Josué
Sánchez, que paseaban por el campo y fueron sorprendidos por un perro enfurecido que quería
morderlos. Guillermo sostenía su sombrero de paño y con eso espantaba al animal, que no dudó
en prenderse del sombrero con sus afilados dientes, arrancando un pedazo de él y dejándole un
agujero de ventilación: “Guillermo seguía usando ese mismo sombrero hueco”, dijo Josué,
riéndose.

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