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ESTILO DE VIDA

Estos talentosos artesanos


ponen en alto el nombre de
México y
Latinoamérica
P O R E N R I Q U E T O R R E S M E I X U E I R O 28 DE
ABRIL DE 2020
Estos artesanos tejen un hilado de
esperanza que se extiende desde el sur
de nuestro continente, haciendo una
comunión con la naturaleza y la
responsabilidad de un trabajo justo

Los artesanos que realizaron el lienzo


de lana cepillada donde descansan mis
pies esta mañana, son originarios de la
Sierra Norte oaxaqueña, destacados
artistas textiles que firman este “gesto
cálido” que en estos días lo considero
como un “pequeño lujo” en plena declaración de una pandemia
universal. La suavidad que experimento permite que estas líneas fluyan
de una manera distinta. Cobra especial atención la sencillez del trabajo
que componen esta pieza de no más de dos metros de largo por uno de
ancho, que me obsequió mi madre en mi cumpleaños 27. Los tonos,
después de casi nueve años, se mantienen en perfecto estado haciendo
un intricado juego de tonalidades que van del beige al café tabaco, una
cualidad derivada de la ausencia de tintes sintéticos y el respeto a la
fibra en su estado natural.

El textil objeto de mi atención está firmado por el maestro Remigio


Mestas, destacado guardián de las tradiciones textiles oaxaqueñas y
una de las seis voces que se unen en esta historia para demostrar al
mundo, y a las nuevas generaciones, que nuestra Madre Tierra nos ha
obsequiado una extensa gama de fibras y tintes naturales para cobijar
y vestir de una diversidad de colores a sus amados hijos.
Conozcamos a la artesana Nilda Callañaupa de
Perú…
“El intercambio entre la selva, la costa y Los
Andes; entre el algodón y las fibras de camélidos,
me inspiró y llamó la atención”, recuerda Nilda
Callañaupa, maestra artesana peruana de
honorable trayectoria, quien desde su infancia en
su natal Chinchero, en el Cusco, se involucró con
su madre en este oficio aprendiendo a respetar
los frutos de su entorno. En la década de los
noventa, decide dar “el siguiente paso, hablar de
un proyecto y cómo mantener esta tradición viva”,
relata.
Es así que tres décadas después dirige el
proyecto más ambicioso en Perú, empleando
a más de 500 tejedores –adultos y niños– de diez comunidades y diez
tradiciones textiles diferentes, con el firme objetivo de demostrarles que
es un trabajo sostenible, pero, sobre todo, “que la práctica de este arte
atrae a las civilizaciones, a los jóvenes, a tener una oportunidad de
trabajo en su propia comunidad y mantener la cultura viva, la conexión
del pasado y el ahora, el respeto a la Madre Tierra que nos da de vivir.
Entonces, de esta conexión del tejido, la cultura, la vida, la tierra de
donde nosotros vivimos y la naturaleza de donde nos inspiramos para
nuestros diseños, los textiles cumplen diferentes funciones dentro de la
comunidad que uno va elevando como parte de sus obligaciones o la
espiritualidad, el respeto al medio ambiente, la conexión con la Madre
Tierra y la parte espiritual en tu vida diaria es todo un conjunto, no es
que uno va aquí y otro allá, todos se complementan de una manera que
hace reflexionar.

Conozcamos a la artesana Olga Reiche de Guatemala.


Coincidiendo con Nilda, llega la voz de la guatemalteca Olga Reiche.
Ella relata con orgullo y respeto cómo el tinte índigo se encuentra
entrañado en la espiritualidad de la cultura prehispánica de Guatemala.
“Se cultivó y fue una de las principales fuentes que creó una élite
económica. Este fue el primer producto de exportación, y también fue el
primer color que se adoptó después de la conquista para las ropas
tradicionales, dando continuidad a su
significado como tono ceremonial de las
civilizaciones originarias”.

Desde 1987, Olga ha luchado contra el uso de


tintes artificiales, concientizando la siembra
del añil, animando a las comunidades a que lo
vuelvan a emplear, reproduciendo textiles
antiguos con los nuevos grupos y buscando
zonas donde se hacían los textiles originales,
como lo logró rescatando la técnica Pikb’il, un
proceso tradicional de hilado de una hebra,
que Olga tinta con grana cochinilla para
obtener un rosa tenue con el que teje símbolos
que representan las montañas, los ríos y las
estrellas que abrazan el territorio guatemalteco.

Conozcamos al artesano Ramón Gutiérrez de


Argentina.
Las fibras obtenidas de las ovejas, las llamas y la preciada
vicuña convergen en una celebración a la vida silvestre que es
hilvanada en una de las piezas textiles más reconocida en la
humanidad, el poncho argentino. En el norte de Argentina,
para ser más exactos en la ciudad de
Laguna Blanca, vive Ramón Gutiérrez,
un joven artesano, a quien desde
pequeño se le enseñó “el tejido para
realizar el cambalache” (trueque) una
de las prácticas sustentables que,
desafortunadamente, se han perdido
en la vorágine de consumo irracional
de nuestra era.

Ramón, a sus 15 años, se vio


involucrado en los chakus, una
actividad ancestral que permite
capturar vicuñas, arrearlas a un corral,
esquilarlas y asegurar su bienestar sin que se les sacrifique,
precisamente el hecho que significó su casi extinción después
de la conquista europea. En 2002, con 25 artesanos, dio inicio
a la cooperativa Mesa Local de Laguna Blanca enfocándose a
la coordinación y salvaguarda de la vicuña y la flora silvestre
en peligro de extinción. Actualmente, con 55 participantes en
la asociación y una pujante sociedad en búsqueda de
productos provenientes de prácticas responsables con el
medio ambiente que borren el daño ocasionad a nuestro
entorno, el objetivo es, “permitir la coexistencia de
conservación de las especies, el uso de recursos –como la
lana– y la sostenibilidad”.

Sin duda, uno de los factores claves de este rescate y gloriosa


reivindicación de la cultura textil prehispánica en nuestra
región, es la fuerte hermandad que la enlaza con los valores
de sustentabilidad ambiental y respeto a las comunidades
originarias que la producen. El alejamiento a prácticas
industriales, monopolios, inclusión de materiales ajenos a la
región y una férrea exclusión de tintes sintéticos hacen de esta
actividad milenaria uno de los segmentos más atractivos. Tan
solo en el año 2016, el PIB generado por la actividad textil y
fibras naturales fue de un 41.9% en México (Fuente FONART),
demostrando el gran (y rampante) alcance económico de esta
rama artesanal.

Conozcamos al artesano Remigio Mestas de México.


Alejado del aspecto económico y
siempre atento a generar una sinergia
entre la trama y la urdimbre con
materiales sin fronteras, como el
algodón egipcio o la baby alpaca de
Arequipa, tintados con el gris del
huizache o el rojo de la grana cochinilla
oaxaqueña, Don Remigio Mestas nos
recuerda el espíritu de un alquimista
textil sin comparación que siempre se
ha comprometido por el respeto al
trabajo de los artesanos con los que
colabora y la preservación de los
materiales que componen esta
“segunda piel”, como él lo denomina, obsequiada por nuestra
madre primigenia.

Él no solo es el artífice del lienzo que mencionaba en las


primeras líneas, mismo que en este punto de mi vida, nos
hemos convertido en uno mismo, precisamente en esa
comunión entre el textil, los materiales y la Tierra que nos une
íntimamente a esta labor que no solo viste o decora, sino que
también nos alienta a ser responsables y conscientes de la
riqueza, abundancia y nobleza de nuestro planeta y quienes la
habitan. “He sido un puente, un promotor de invitar y
contagiar el hecho de que nuestros conocimientos ancestrales
son valiosos, importantes y de orgullo. Se ha invitado a 42
comunidades en Oaxaca, ocho en el resto de México y más de
500 familias a participar, tratando de insistir que es una
buena carrera en la que existe la sustentabilidad tanto en
la economía como en su cultura.
Es hasta ahora que, lamentablemente, nos damos cuenta que
estos conocimientos y materiales químicos son dañinos,
entonces procuramos promover que salga de la naturaleza
esta segunda piel, las fibras naturales de los animales y
colorantes de la naturaleza”, afirma orgullosamente el
maestro oaxaqueño.
.
Conozcamos a los artesanos Mauro Habacuc y
Teófila Avendaño de Pinotepa de Don Luis, Oaxaca,
México.
Si concebimos a la Tierra como nuestra
madre, su útero se encuentra en la
magnificencia del mar. Es precisamente esta
masa acuosa la que nos obsequia un tinte
altamente valorado por las comunidades. “El
caracol púrpura los recolectamos en las
piedras donde azota el agua, allá en las
Bahías de Huatulco, Oaxaca”,
explica Mauro Habacuc, presidente de la
cooperativa de teñidores del caracol púrpura
en Pinotepa de Don Luis. Su hija, Teófila
Avendaño, hace eco al proceso de
obtención de la valiosa tinta, compartiendo
que una vez que esta sustancia de color
blanco entra en contacto con el aire y el sol,
sucede un proceso de oxidación que resulta en el característico color
púrpura, dejando testimonio del maravilloso poder de nuestra Madre
Tierra de tintar de vida nuestra existencia.

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