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Cuando se habla de Bolivia -sobre todo en el extranjero pero también dentro


del propio país- se suele acudir a figuras o construcciones idiomáticas que,
recurriendo a una visión geográfica y cultural fragmentaria y parcializada,
tratan de resumir y de reducir la realidad nacional a la fórmula de "país
altiplánico" o "país andino". Aparte de constituir un recurso fácil, esa
caracterización, incompleta, y por lo tanto deformante, se fundamentaba en el
hecho de que, hasta no hace mucho, sólo se conocía la parte occidental del país.

Desde la Conquista y la Colonia hasta bien entrado el Período Republicano, la


política del país se hacía y se vivía en las regiones andina y altiplánica. La
economía colonial y republicana descansó siempre sobre la explotación de las
minas, de plata primero y de estaño después, al punto de que todavía hoy se
habla de Bolivia como de un país eminentemente minero. Por esta misma razón,
las expresiones culturales de la región occidental son las que hasta el presente
han encontrado mayor difusión, tanto fuera como dentro del país y se las
considera como las manifestaciones que simbolizan y expresan la identidad
boliviana. Por lo demás, es también un hecho que, hasta hace pocos años, el
altiplano y los valles andinos monopolizaban las mayores concentraciones
humanas del país, con por lo menos el setenta por ciento del total de la
población. Ante esta realidad, no es extraño, entonces, que a nadie se le
ocurriera caracterizar a Bolivia como "país tropical" o "país amazónico".
Tampoco sería correcto hacerlo, ya que, de la misma manera, significaría
incurrir en una deformación, en una mutilación de la realidad global boliviana.

Lo cierto, sin embargo, es que más de dos terceras partes del territorio de
Bolivia están conformadas por llanuras tropicales y subtropicales, atravesadas
por caudalosos ríos que pertenecen a las cuencas del Amazonas y del Río de la
Plata.

En esta región se encuentra el departamento de Santa Cruz, que con algo más
de 370.000 kilómetros cuadrados es el más extenso de los nueve
departamentos que conforman el territorio de la República de Bolivia. Está
ubicado en el este del país y limita con Brasil y Paraguay. Actualmente tiene
alrededor de 1.500.000 habitantes; la temperatura promedio al año es de 24,6
grados Celsius y su altura media es de 437 metros sobre el nivel del mar. Su
capital es la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y tiene en la actualidad una
población de más de 800.000 habitantes.

En términos de actividad y producción económica, Santa Cruz es la región más


importante del país, siendo sus principales rubros la producción de petróleo, de
gas natural, caña de azúcar, algodón, maderas, soya, arroz, trigo, maíz y
ganadería. En la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y en la llamada "región
integrada", que se extiende desde la capital hasta unos cien kilómetros hacia el
norte, existen también algunas considerables concentraciones industriales,
entre las que se destacan los ingenios azucareros, las refinerías de petróleo,
los silos y agroindustrias relacionadas a la soya, la industria lechera y sus
derivados, la fabricación de materiales de construcción, muebles, cueros,
conservas, bebidas y otras.

La vastedad del territorio, la generosidad del clima tropical y la diversidad de


las actividades económicas y productivas han hecho que la región de Santa
Cruz se convierta, en los últimos treinta o cuarenta años, en una especie de
polo de atracción, tanto para la propia población boliviana, como para un sin
número de inmigrantes procedentes de los más cercanos y de los más remotos
países del mundo.

Los habitantes de Santa Cruz se llaman cruceños, aunque también se los conoce
como orientales o cambas (nombre que se suele dar en Bolivia a todos los
habitantes originarios de la región tropical, es decir, también de los
departamentos del Beni y Pando). Y hay cruceños de generaciones antiguas,
como los hay de generaciones más recientes. Porque en Santa Cruz viven y
trabajan gentes venidas de Cochabamba y de La Paz, de Sucre y de Potosí, de
Oruro, de Tarija, del Beni y de casi todas las zonas del país. Y también hay
menonitas originarios del norte de Alemania, que llegaron desde el Canadá, los
Estados Unidos y México; hay japoneses de Okinawa, Kioto y Osaka, chinos de
Taiwán y Hong Khon; coreanos del Sur y del Norte; Sikhs del Punjab, rusos
blancos, sirios, libaneses, jordanos, egipcios, alemanes, italianos, judíos,
argentinos, chilenos, brasileños y muchos más. Pero los primeros en llegar a
esta región desde tierras remotas, fueron los conquistadores españoles,
atraídos por la Leyenda de El Dorado, del Gran Paitití.
Casi todos los historiadores del país y de la región coinciden en señalar que el
descubrimiento y la incorporación de los llanos orientales de lo que hoy es
Bolivia a la Audiencia de Charcas y al Virreinato de Lima, tuvieron sus orígenes
en la búsqueda de El Dorado, ese legendario emporio de riquezas inagotables
que, conocido con el nombre de Gran Paitití, encendía la imaginación de los
conquistadores españoles del Siglo XVI.

La Conquista del Perú y la posterior creación del Virreinato con asiento en


Lima, no habían logrado sentar jurisdicción en las llanuras orientales, que se
extienden desde los contrafuertes de la Cordillera Oriental de los Andes hasta
los límites con el Brasil y el Paraguay. Esa extensa región estaba habitada por
pueblos aborígenes como los Chanés, los Chiriguanos, los Chiquitanos, los
Guarayos y otros grupos étnicos de origen arawak o guaraní, nómadas algunos y
sedentarios otros. Fue entre 1548 y 1549 que llegaron a estas tierras los
primeros adelantados españoles, procedentes de Buenos Aires y Asunción. El
26 de febrero de 1561 don Ñuflo de Chávez procedió a la fundación de Santa
Cruz de la Sierra, como un homenaje a su villa natal del mismo nombre en la
Extremadura española. Pero en los años siguientes, la ciudad tuvo una vida
azarosa y cambió varias veces de ubicación y de nombre, ya que fue bautizada
como San Lorenzo el Real y San Lorenzo de la Frontera, hasta que finalmente,
hacia 1621, se estableció en el lugar que hoy ocupa, en las inmediaciones del río
Piraí, imponiéndose finalmente el nombre de Santa Cruz de la Sierra.

Los conquistadores no encontraron las fabulosas riquezas de El Dorado, pero, a


cambio de ello, decidieron convertir a la fe cristiana a todos los pueblos
dispersos que habitaban la región. Fue así que a partir de la segunda mitad del
Siglo XVII, la llanura cruceña se convirtió en tierra de Misiones que fueron

fundadas por Jesuitas y Franciscanos.

Además de la misión religiosa de la que deriva su nombre, las Misiones fueron


centros de producción y autoabastecimiento, no sólo de esas pequeñas
concentraciones humanas, sino también de toda la región, sobre todo en lo
referente a productos agrícolas y, aunque en menor escala, la cría de ganado.
Por otra parte, los trabajos del campo se vieron complementados con la
enseñanza, impartida por los religiosos españoles a los pobladores de la región,
de algunas artes y de la construcción, sobre todo de carácter religioso. Fue así
que entre los nativos surgieron, al cabo de algunos años, hábiles talladores de
madera, maestros en carpintería, pintores, decoradores y también músicos,
artes todas que formaban parte de la instrucción religiosa que se practicaba en
las Misiones. De aquella notable artesanía se conservan todavía hoy
impresionantes testimonios arquitectónicos y artísticos en poblaciones como
San José, San Miguel, San Javier, Santa Ana, San Ignacio, San Rafael, San
Ramón, Concepción, Porongo y otras. Esas magníficas obras de arte, testigos
elocuentes de la historia colonial del Oriente Boliviano, han logrado sobrevivir
al paso del tiempo y a la acción destructora de un clima implacable.
Genéricamente conocidas como las Misiones, esas poblaciones constituyen hoy
una de las principales atracciones turísticas no sólo de la región, sino del país,
gracias a no pocos esfuerzos desplegados en los últimos años por conservar y
restaurar las obras allí existentes.

Por lo demás, durante todo el período colonial, la región entera vivió dedicada a
una agricultura rudimentaria, a la cría de ganado para consumo doméstico y, en
menor escala, a la artesanía. Era una economía de subsistencia. En esas
condiciones era muy difícil siquiera pensar en un progreso material y cultural.
Por lo tanto, el crecimiento de la población era lento, casi insignificante.

La ciudad capital, Santa Cruz de la Sierra, no llegaba a los 20.000 habitantes


cuando se produjo la fundación de la República en 1825; y el resto de los
pueblos cruceños eran apenas aldeas con no más de 5.000 habitantes cada una.
Santa Cruz, al igual que todo el Oriente Boliviano, figuraba en los mapas, pero
en realidad era un vasto territorio despoblado que jugaba un papel poco menos
que secundario en la vida colonial del Alto Perú. Los contactos con el mundo
exterior eran escasos y difíciles, entre otras causas porque las vías de
comunicación eran precarias, cuando no inexistentes. Sin embargo, la región
participó activa y decididamente en las luchas por la Independencia a principios
del Siglo XIX; y las llamadas Republiquetas que se establecieron en Santa Cruz
formaron parte importante del movimiento independentista de esta zona del
continente americano. Una vez creada la República de Bolivia, el 6 de agosto de
1825, Santa Cruz pasó a formar parte del territorio y la jurisdicción del nuevo
Estado. Pero las condiciones de vida de la región, caracterizadas por el olvido,
el abandono y el aislamiento, permanecieron virtualmente inalteradas. Vale la
pena, a este propósito, recurrir a una cita del historiador cruceño Hernando
Sanabria Fernández, quién, en su Breve Historia de Santa Cruz, incluye este
ilustrativo párrafo sobre el período republicano del siglo pasado:

"A pesar de todo ello, para algo había de servir Santa Cruz en aquélla agitada
época de la vida nacional. Largamente alejada de las ciudades y los pueblos
donde se urdía el complot y con fama de insalubre y plagada de dañinos
insectos, escogíanla los gobiernos para lugar de destierro de sus enemigos y
delincuentes políticos."

El mismo autor supone, líneas más adelante, que "a fuerza de tanta noticia de
rebeliones y motines operados arriba y de tanto recibir a desterrados políticos
y frecuentar su trato", la ciudad de Santa Cruz de la Sierra terminó por
contagiarse de esa vocación revoltosa, poniéndola en práctica en reiterados
cuartelazos y pronunciamientos callejeros. Pero también es verdad que muchas
de esas rebeliones respondían al legítimo reclamo de la región de ser tenida en
cuenta y de lograr una mejor atención de sus necesidades por parte del
Gobierno Central. La más notable acción en ese sentido fue, sin duda, la
protagonizada entre 1876 y 1877 por el abogado Andrés Ibáñez y sus
seguidores, agrupados en el Partido Igualitario, inspirado en las ideas del
socialista utópico francés Graco Babeuf. Pero la revolución igualitaria de
Ibáñez, que postulaba la creación de un estado federalista, terminó siendo
derrotada por una expedición punitiva del Gobierno Central. El propio Ibáñez y
algunos de sus seguidores, luego de un juicio sumario, fueron fusilados el 1° de
mayo de 1877 en la localidad de San Diego, en el extremo oriental del
departamento de Santa Cruz. Esa derrota simboliza, de alguna manera, la
conflictiva relación que seguiría teniendo la región con el resto del país y
consigo misma.

En términos generales, la situación de la ciudad y del departamento no cambió


mucho hasta bien entrado el presente siglo. Fue a partir de la década del
cincuenta y, más aún, del sesenta, que empezaron a producirse
transformaciones, a menudo violentas, en la vida cruceña, en la actividad
económica, en la arquitectura y el paisaje, en las costumbres y, en definitiva,
en la importancia de la región en el contexto nacional. Varios son los motivos y
las razones que pueden señalarse como causantes de ese proceso de cambios.
La conclusión de la carretera Cochabamba-Santa Cruz, permitió la integración
de la economía cruceña al mercado nacional y un considerable flujo migratorio
de occidente a oriente; la política de distribución de tierras, sobre todo en el
norte cruceño, a campesinos del Altiplano y de los valles occidentales, que no
pudieron ser beneficiados con la Reforma Agraria de 1953; la explotación
intensiva, por parte del Estado, de los yacimientos de petróleo y de gas
existentes en la región y la asignación del once por ciento de los recursos
generados por esa producción, en beneficio del departamento; la apertura de
nuevos rubros productivos, especialmente en la agroindustria (azúcar, arroz,
algodón, entre otros); la conclusión de la conexión ferroviaria con Brasil y
Argentina y, desde luego, los incesantes reclamos de los cruceños ante las
autoridades del Gobierno Central a fin de poder dar respuesta, en términos de
recursos y de infraestructura, a las crecientes necesidades de la región, como
consecuencia de la llegada de cada vez más numerosos contingentes de
inmigrantes; todo ello y algunos otros factores más, condujeron al rápido
crecimiento de la ciudad y de las zonas rurales, sobre todo de las más cercanas
a la capital, en las que también empezaron a crecer otras concentraciones
urbanas como Montero, Portachuelo, Warnes, Buena Vista y de algunas más
alejadas como Camiri, Samaipata, Mairana y otras.

Las ciudades y el campo vecino empezaron a llenarse de gente y de vehículos


que llegaban con más gente. Aparecieron enormes mercados en los que se
ofrecían los productos tradicionales de la región, como el arroz, la carne
vacuna, la yuca, el plátano, el charque, las chirimoyas, las guayabas y las
mangas, y otros hasta entonces poco menos que desconocidos, casi exóticos,
venidos de otras tierras y otros climas, como el tomate, la papa, el locoto, las
zanahorias, las ocas, el chuño y otros aún más novedosos. También aparecieron
los productos de plástico, las botellas con bebidas gaseosas de diferentes
colores y sabores, las latas de conserva, los hoteles, los restaurantes y los
locales nocturnos, las tiendas y las oficinas. Al aeropuerto de El Trompillo ya
no llegaba, como hasta poco antes, un avión por semana, sino dos aviones por
día, y después fueron más; a la improvisada estación ferroviaria llegaban los
trenes de la Argentina y del Brasil con gentes y productos. En poco más de una
década, la ciudad pasó de algo menos de 50.000 a más de 200.000 habitantes,
y dos décadas más tarde su población era superior a las 600.000 personas. En
la actualidad, su tasa promedio anual de crecimiento demográfico de más del
siete por ciento hace prever que, hacia 1995, Santa Cruz de la Sierra habrá
superado la cifra de 1.200.000 habitantes.

Fue en la década del sesenta que la ciudad empezó a modernizar su hasta


entonces precaria o, incluso, inexistente infraestructura de servicios. Se
procedió a la instalación de un moderno sistema de agua potable; se creó el
servicio público del alumbrado eléctrico; se empezó a tender los cables de
comunicación telefónica; se enlosetaron las calles del llamado "Casco Viejo",
vale decir, la ciudad antigua que hoy constituye el centro urbano, así como de
los cada vez más numerosos barrios nuevos que iban apareciendo en la
periferia, y se abrieron y asfaltaron avenidas de circunvalación, más conocidas
como "anillos", de los que actualmente existen cuatro sobre un diámetro de
diez kilómetros. Pero, sobre todo hacia el este y hacia el sur de la ciudad, los
nuevos barrios y urbanizaciones se extienden hasta más allá de donde podría
estar el octavo anillo. A mediados de la década del ochenta, el antiguo
aeropuerto de El Trompillo, que debido al rápido y casi incontrolable
crecimiento urbano estaba ya virtualmente en el centro de la nueva ciudad,
debió ser reemplazado por el moderno aeropuerto internacional de Viru-Viru,
el más grande y completo del país, con servicios de vuelos tanto nacionales
como internacionales, que está situado a 18 kilómetros de la ciudad sobre la
carretera al Norte, que es la nueva vía de comunicación terrestre con
Cochabamba y el resto del país.

La actividad económica de la ciudad y la región, con su dinámica y sus


exigencias, ha generado nuevas y hasta hace poco desconocidas formas de vida,
de convivencia, de supervivencia. La siesta del mediodía caluroso es
interrumpida por una llamada telefónica de urgencia, cuando no es imposible
debido a un prolongado almuerzo de trabajo. El café con tertulia a las cinco de
la tarde o la serenata de medianoche al pie de una ventana han cedido su lugar
a la recepción oficial con saco y corbata, al desfile de modelos de pasarela o a
la ceremonia de inauguración con vino de honor. El tiempo, que antes sobraba a
toda hora, ahora se ha vuelto escaso. Y falta, sobre todo, para que la ciudad y
sus gentes puedan hacer frente a las nuevas y cada vez más urgentes
exigencias de su vida cotidiana.

Esas necesidades se sienten tanto en la ciudad como en el resto del


departamento. Por lo demás, los requerimientos y las posibilidades no son
siempre iguales en todas las regiones. Porque geográfica y culturalmente -y,
como consecuencia de ello, también en términos económicos- Santa Cruz
presenta regiones variadas y diferenciadas entre sí. Hay zonas más pobladas y
más desarrolladas que otras, como las hay aquéllas que aún conservan casi
intactas sus tradiciones culturales, manteniendo el mismo aspecto y el mismo
carácter que tenían hace más de un siglo, mientras otras lo han perdido o
canjeado por otros nuevos. Y, por último, hay regiones que aún mantienen la
exuberancia de su flora y de su fauna, en tanto que otras evidencian signos de
preocupante deterioro. Ateniéndose a las características de cada una de esas
regiones y dejando de lado las delimitaciones de las quince provincias cruceñas,
este libro ha preferido subdividir la realidad geográfica, económica y cultural
del departamento en cuatro regiones: la llamada Región Integrada -capital y
provincias del Norte-, la Chiquitania de la llanura oriental, el extenso Chaco del
Sur y los Valles Cruceños colgados del Occidente andino. Cada una de estas
regiones es diferente de las otras, no sólo por las dimensiones de su extensión,
sino por su paisaje, su clima, sus habitantes, en suma, porque posee una
personalidad propia. Pero todas ellas suman y resumen, en su variedad y
diversidad, la identidad de una región que, a su vez, se está convirtiendo en
síntesis de un país del que, al mismo tiempo, es también una cara diferente, la
otra cara de Bolivia.
La verdadera historia de Santa Cruz nacida el 26 de febrero de 1561
Pese a que el carnaval ha opacado la recordación de la Fundación de Santa
Cruz, desde que las tendencias regionalistas han aflorado con fuerza, cada vez
se torna más importante entender el fenómeno cruceño y este propósito no
puede abordarse sin reconocer el pasado, que lamentablemente no se conoce y
en muchas ocasiones se aborda más con un espíritu preñado de fanatismo que
objetivo.
En el Tratado de Tordesillas de 1494, Portugal y España se repartieron
Sudamérica y para tomar control de “su” territorio los españoles comenzaron a
realizar un movimiento de pinzas sobre el continente, desde el Pacífico
partiendo de Panamá y desde el Atlántico a través del río de La Plata primero y
luego desde Asunción. Probablemente todo esto sin proponérselo claramente y
más que nada guiados por la ambición que era lo dominante en las iniciativas de
adelantados y otros designados por la corona, que usando su propio peculio, se
fueron tras fabulosos tesoros de cuya existencia tenían algunas referencias y
recogían más por donde cabalgaban.
Tanta ambición provocó mucho enfrentamiento entre ellos, que adquirió en
ocasiones carácter de guerra civil, pero, pese a las condiciones relativamente
favorables, no se dio que los españoles desconocieran al rey aunque estuvieron
tentados a ello. La osadía de los más ambiciosos no pasó de desconocer o
incluso ajusticiar a las autoridades designadas por la corona o de asumir
poderes para controlar el territorio de acuerdo a sus propios intereses. Las
disputas entre los “leales” españoles era porque finalmente el inmenso
territorio de América quedó muy pequeño para sus ambiciones, lo trajinaron y
rebatieron de norte a sur y de este a oeste, para encontrar oro y en ese afán
fundando muchas ciudades de las cuales muy pocas se encuentran en el lugar de
su fundación. Parte de la historia colonial es la historia de esas luchas por
riqueza, poder y por aprovechar el sudor y la sangre de los pueblos indígenas
que se rebelaron permanentemente. Esta es una verdad innegable pero decirla
no justifica a caudillos que a nombre de los nativos hoy se ponen del lado de los
que siempre les oprimieron.

La corona española, ávida de gozar también de las grandes riquezas en estos


territorios y con la potestad otorgada arbitrariamente por la Iglesia, definió la
política de conquista y colonización, primero a través de “capitulaciones”, una
especie de contrato entre la corona y el conquistador por el cual se otorgaba al
susodicho derechos sobre los territorios conquistados, siendo su deber
financiar la expedición, fundar ciudades para su respectiva colonización y
catequizar a los indios.
La división inicial que España fijo en 1534 repartió el continente en cuatro,
Nueva Castillo (Francisco Pizarro), Nueva Toledo (Diego de Almagro), Nueva
Andalucía (Pedro de Mendoza) Nueva León (Simón de Alcazaba). Ahí se inicio
una grave disputa porque estas demarcaciones chocaron con los intereses de
cada conquistador. Lo cierto es que estas y otras delimitaciones posteriores
provocaron guerras civiles entre los conquistadores y entre la corona y los
conquistadores. Es el caso de la lucha entre Francisco Pizarro y Diego de
Almagro por la posesión del Cuzco (70 leguas más o menos de su capitulación),
entre Gonzalo Pizarro y la corona representada por el virrey Nuñez de Vela,
entre Diego de Mendoza y el virrey Toledo y otras. Esto muestra que la
conquista no fue hecha por un cuerpo monolítico con un solo interés.
   
Breve descripción de la situación 1550-1561

Desde 1492, año de la llegada de Colón a La Española, hasta la conquista del


Perú por Francisco Pizarro en 1932, transcurrieron 40 años que fueron de
organización y montaje de aparatos y grupos de conquistadores para
diseminarse por el Norte y el Sur, hacia México y el Perú donde lograron que
estos imperios caigan en sus manos tras lo que se produjo la repartición y
definición de áreas de influencia de diversos encomenderos, aventureros o
hidalgos españoles.

Por eso cuando se produjo la fundación de Santa Cruz de la Sierra en 1561, ya


habían pasado 29 años de la caída del imperio incaico, años que fueron claves
para consolidar la influencia de los que llegaron por la ruta del Pacífico y para
la frustración de los que llegaron por la ruta del Atlántico.
En esos años se había consolidado el control de los españoles sobre amplios y
ricos espacios en los Andes y ya se adentraban al Amazonas, pero estas tierras
eran difíciles de explorar, estaban pobladas por salvajes, y muchos no se
sometían fácilmente. Estos grupos tenían un menor grado de civilización que los
incas y por ello tampoco tenían desarrollados conocimientos y destrezas para el
tratamiento de los metales y para acumular riqueza.

Los conquistadores llegados del lado oriental, que se adentraron en selvas y


chaco, no comprendían que éstos no podían ser territorios para ricas
conquistas y grandes botines. Como sólo hallaron indios, a los que despreciaban,
se los repartieron y eso fue lo único que pudieron hacer. El error de creer en la
existencia de grandes riquezas se alimentaba por mitos y leyendas que
forjaron o tomaron de los propios nativos. Es cada vez más seguro que los
mitos de la tierra de los metales o Kandire, El Dorado, el gran Paitití, etc. se
referían al propio imperio incaico. Hasta el siglo XVIII, la ambición e ilusión les
hizo creer que eran otras riquezas.

Sin saber con precisión lo que pasaba en el continente, los que llegaron por la
ruta del Atlántico no cejaron en su empeño de encontrar oro. Se hicieron unas
primeras incursiones por el llamado río de La Plata, luego se asentaron en
Asunción, donde Irala como gobernador buscó datos y trató de acercarse lo
más que se pudiera a El Dorado. En esos momentos, 1543, en el Perú, Gonzalo
Pizarro y sus seguidores se habían rebelado porque rechazaban las nuevas
leyes de Indias y luego se enfrentaron con el primer virrey Blasco Nuñez de
Vela, al que derrotaron y decapitaron. La época no podía ser mejor en
descubrimientos de riquezas porque en 1945 apareció Potosí, que fue a partir
de ese momento fenómeno económico trascendental. Con más razón el rey
estaba interesado en pacificar estas tierras y para resolver el problema el
soberano mandó a un prelado, Pedro De la Gasca, que llegó con amplios poderes
para pacificar la colonia y en eso estuvo cerca de dos años.
En 1548, los llegados por el Atlántico, enviaron una delegación a Lima (Chavéz y
otros) para hablar con La Gasca y pedirle el nombramiento de Irala como
gobernador. La Gasca temiendo que los recién llegados vinieran a sumarse a los
alzados, les ordenó que no se muevan un paso de donde se encontraban. La
política de la colonia fue no hacer por el momento mayores exploraciones. Irala
por ello murió sin haber avanzado mayormente sobre nuevas tierras.

Las varias fundaciones previas, la fundación definitiva y los traslados

Por una decisión de independizarse de la gobernación del Paraguay, el capitán


Ñuflo de Chávez se adentra a su suerte en la zona de los chiquitos y en 1558
funda en un primer momento La Barranca, más que nada como un asiento
informal, y otra con el nombre de Nueva Asunción. Pero por otro lado apareció
un nuevo conquistador, Andrés Manzo, que había recibido del virrey el derecho
de conquista sobre todas las tierras ubicadas detrás de Charcas y deambulaba
por el Chaco fundando otras ciudades como la Nueva Rioja o Condorillo y otra
La Barranca. En eso estaba cuando se tropezó con Chávez y allí surgió un
conflicto serio.

Para resolverlo, en 1560, Chávez de nuevo viaja a Lima para conseguir que el
virrey dirima su conflicto con Manzo y acepte crear una provincia nueva sobre
los amplios territorios desde Chiquitos a Moxos. El virrey acepta y nombra
gobernador de ese nuevo territorio a su propio hijo Francisco Hurtado de
Mendoza, en la medida que la idea de encontrar muchas riquezas, tal como
Chavez propagandizaba ladinamente, alimentaba la ambición de estos granujas.
El hijo del virrey nunca llegó a estas tierras y en los hechos Chávez, nombrado
lugarteniente de Mendoza, se hizo cargo de la gobernación.

A su vuelta, ya con todas las de la ley, Chávez funda Santa Cruz de la Sierra,
fundación que se llevó a cabo en una región muy alejada de la actual ubicación,
tierra de los gorgotokis y cibacicosis, hoy Chiquitos, y debió ser en base a los
argumentos jurídicos inventados por los españoles para apoderarse de estas
tierras, tal como refiere Eduardo Galeano:

”Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del


asalto a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que
había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al
Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de Castilla de
toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que
en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos
en esclavos y también sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de
obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin
intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios
dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se
les venía encima”.
Hay que entender que una cosa fue el territorio de la gobernación y otra la
ciudad de Santa Cruz, que a partir de ese momento se constituía en un hito de
la frontera, pero que resultaba demasiado lejana para los intereses del
virreinato pese a que pasó a depender de la recientemente creada Audiencia de
La Plata o Charcas.

El acta de la Fundación ha desaparecido pero hay quienes, en base a


suposiciones, una gran imaginación y un fervor por lo español, la han
reconstruido y la publican en la Internet como tal, haciendo énfasis en un
supuesto espíritu bondadoso y caritativo de los recién llegados.
A la muerte de Chávez, el virrey Toledo ordenó trasladar Santa Cruz a una
región mejor ubicada para ser útil en la estrategia guerrera contra los
chiriguanos, que se habían convertido en un dolor de cabeza para Toledo
porque ponían en peligro con sus frecuentes incursiones las provisiones para
Charcas y las minas de Potosí,. Por eso designó un nuevo gobernador, a Juan
Pérez de Zorita. Diego de Mendoza, cuñado de Chávez y sus seguidores
terminaron rebelándose contra el enviado de Toledo resistiendo el traslado y
expulsándolo en 1573. La historia dice que el pueblo lo designó gobernador.
Dominaba en ellos la idea de conseguir riquezas por otro lado, sus ojos
brillaban ante la posibilidad de hallar las minas de plata que los nativos habían
indicado a Chávez que se hallaban un poco al norte.

Cuando Toledo fue en persona a hacer la guerra a los chiriguanos, envió de paso
un grupo a capturar al jefe rebelde Diego de Mendoza, que fácilmente fue
reducido y trasladado a Charcas donde fue ejecutado.
Hoy en día, ciertas corrientes han convertido esa rebelión, similar a la de
Gonzalo Pizarro contra la corona, en antecedente directo del movimiento
autonomista cruceño, por eso el Comité Cívico encargó un medallón de oro y
piedras preciosas, con la cruz potenzada en medio, al que han llamado “collar
Diego de Mendoza” para entregárselo a cada nuevo prefecto elegido y
públicamente auguran tener pronto un “gobernador”, si con ese título español.

Lo cierto es que Santa Cruz se resistió por años a trasladarse. El gobernador


Suárez de Figueroa que fundó en 1590 una nueva ciudad, San Lorenzo de La
Frontera o de La Barranca en las llanuras de Grigotá, los obligó a trasladarse a
la nueva ciudad y se dio el caso, en un fenómeno de terquedad histórica, que los
cruceños se rehusaron a entrar en la ciudad y se quedaron a las afueras, a 20
km. en la población de Cotoca. Pasaron 17 años para que se produzca la fusión y
ésta se dio en tal condición que a la vuelta de unos años el nombre de San
Lorenzo se olvidó y la ciudad tomó el nombre de la Santa Cruz de la Sierra de
Ñuflo de Chávez. Después de ello la zona desarrolló una economía de tipo
agrícola. Aparecieron las Misiones que fueron un emporio y hacia donde los
hacendados cruceños miraban con envidia y deseo.

Con la república, recién cuando frisaba la mitad del siglo XX, la ciudad de
Santa Cruz despertó de su letargo y comenzó a desarrollarse enormemente.
Fue con el descubrimiento del petróleo que comenzó su desarrollo.
Estos y otros pasajes de la historia cruceña deben analizarse, aclararse y
entenderse sin apasionamientos para impedir intentos de explicación forzadas
y acomodadas a esquemas fabricados al servicios de pretensiones de poder
oligárquico que busca desorientar al pueblo e inducirle a cultivar infundados
sentimientos regionalistas basados en una descarada apología de la presencia
española en estas tierras. Esta visión es anacrónica, racista y conservadora,
porque niega a rajatabla la realidad de opresión y genocidio vivido por los
pueblos indígenas, a cuyos descendientes se quiere seguir domesticando
mentalmente. Este intento tiene ya precedentes en la obra escrita por Gandia
denunciado por ser un intento del gobierno paraguayo para debilitar a Bolivia
en la guerra del Chaco y ahora han aflorado en mayor cantidad con el
enriquecimiento de la oligarquía cruceña relacionada con las transnacionales
que financia en conjunto proyectos para desvirtuar la historia, desde
publicaciones, artículos, libros, pasando por filmes y llegando a los discursos
del nuevo prefecto Costas.

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