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Coronavirus, precariedad e Ingreso Básico Universal: algunas ideas para el caso

chileno.

Gracias al COVID-19, la idea de que un largo invierno se acerca tiene mucho sentido.
El mundo del trabajo con el coronavirus está acelerando sus transformaciones. Algunos de
los trabajadores más cualificados pueden refugiarse en el teletrabajo. Sin embargo, las
imágenes del metro posteriores al toque de queda nos seguirán chocando: una parte
importante de la fuerza de trabajo de la capital está obligada a salir a trabajar, aunque se
enferme o no. La política estatal de protección social, basada en subsidios focalizados
probablemente no dará una buena respuesta. Mientras más se tarde en retirarse la amenaza
del COVID-19 los estragos que causará en estos trabajadores serán mayores y ordenar que
se queden en las casas con la amenaza de los militares en la calles quizá haga descender los
ingresos de muchos. El “ingreso mínimo garantizado” aliviará en parte a los trabajadores
dependientes pero al resto de la clase trabajadora no servirá de mucho.

Los trabajadores en general planificamos nuestras vidas bajo ciertos supuestos,


pensábamos que marzo podía ser un mes agitado pero nunca tanto. Con la situación actual
algunos quizás estemos arrepentidos de algunas acciones que realizamos en diciembre o en
el verano. Ciertamente algunos estarán arrepentidos de algún gasto algo innecesario. La
coyuntura presente, dependiendo cuánto se extienda podrá hacer que más de alguno quede
en una posición mucho peor que la que esperábamos hace tres o cuatro meses (estallido
social incluido). Se hace necesario que empecemos a pensar alternativas para que la
mayoría de la población pueda sostenerse y planificar un plan de vida viable que prescinda
en parte del trabajo. No darán abasto las soluciones focalizadas, porque el coronavirus puso
en jaque todo el sistema público.

Una opción que está cada vez más cerca puede ser el establecimiento de un Ingreso
Básico Universal. Definido por Guy Standing como “un modesto monto de dinero pagado
incondicionalmente a individuos de forma regular (por ejemplo, mensualmente)”, podría
ser una política que contribuya a atenuar los efectos de la precariedad futura del empleo. Al
ser incondicional permitiría eludir las evaluaciones de pobreza de los típicos subsidios de
pobreza y permitiría apoyar a una parte importante de trabajadores precarizados por la
presente situación. Entregar una suma de dinero a todos los residentes de Chile, sin
discriminar con quien viven y sin importar si quiere trabajar o no se hace cada vez
necesario. En España actualmente algunos están proponiendo un Ingreso Básico de
emergencia que puedan percibir todos sus habitantes. Una de las razones que esgrimen es
bastante simple: es necesario brindarle seguridad económica a toda la población con
políticas aplicables a toda ésta.

Los efectos positivos de los ingresos ciudadanos son cada vez más estudiados. Uno
de esos efectos recientemente discutido que tiene una medida como el Ingreso Básico
Universal, en el caso de que se implemente a corto plazo, es que podría evitar algunos de
los estragos que causarán estas semanas de encierro a la salud mental de parte de la
población. Sergi Raventós, en una columna más o menos reciente, comentando algunos de
los recientes experimentos señalaba que la inseguridad económica es un factor influyente
en el deterioro de la salud, en tanto que puede provocar, estrés, crisis de ansiedad o
depresión, etc. Asegurarle un ingreso a la parte de la población que no cuenta con
posibilidades de planificar su vida podría servir para mitigar los efectos nefastos de la
pandemia y del encierro que frustró los planes de vida de muchos.

Hace un tiempo observaba que implementar un Ingreso Básico Universal a toda la


población no era algo que se tenía que aplicar como un shock. La coyuntura nos obliga de
nuevo a pensar la razonabilidad de la propuesta. Liberarnos del “trabajar para vivir” en
tiempos como éstos se convierte en un desafío cada vez más urgente.

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