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Lunes de la VI semana de Pascua.

El Valedor, «el Espíritu de la verdad» (14,17), es «el Espíritu Santo» (14,26)


que asegura siempre a la comunidad la experiencia del amor del Padre y del
Hijo, y es también el que mantiene a los discípulos –individual y
comunitariamente– en el amor a Jesús y, por él, al Padre (14,20) y el que los
sostiene en el testimonio misionero que han de dar en el mundo (15,26-27).

El primer obstáculo que debe superar el evangelizador es el particularismo


excluyente. Este se anida y fortalece en el «corazón», y de allí es de donde
Pablo ha de expulsarlo. Por medio de los profetas de las comunidades, el
Espíritu Santo (del Padre) impidió la misión en «la provincia de Asia» (cf.
16,6) y, del mismo modo, el Espíritu de Jesús se opuso a la misión en Bitinia
(16,7); a la primera, por ser contraria al amor universal de Dios, y a la
segunda, por ser incongruente con la praxis histórica de Jesús.

Jesús va a explicarles a sus discípulos cómo el Espíritu Santo los va a ayudar


en la misión, y cuáles serán los adversarios internos y externos que se les
opondrán en su labor de mensajeros suyos.

1. Primera lectura (Hch 16,10b-15).

En el códice Beza se lee: «cuando él (Pablo) se despertó, …» dando a


entender así que Pablo tenía constantemente esa visión del macedonio –
Jesús en figura de macedonio–, pero que no le daba importancia, porque no
interpretaba su significado. Y, continúa el códice Beza: «nos refirió la
visión…» –obsérvese el pronombre «nosotros»– «y nosotros entendimos que
debíamos salir de inmediato para Macedonia, porque Dios nos había llamado
a nosotros a darles la buena noticia». La «visión» se dirige a Pablo; la misión
se le confía al grupo.

Interpretada la visión, el grupo salió para Macedonia y se fue directo a


Filipos. Era una ciudad pagana, sin notable presencia judía (no había
sinagoga), pero tenía relieve en la organización del imperio romano. El
sábado, en vez de permanecer quietos, salieron de la ciudad a buscar un
lugar de oración. El grupo «nosotros» se dedicó a unas mujeres paganas que
llegaron a ellos. Es importante que se trate de mujeres, porque con ellas no
se podía constituir una sinagoga. El tono de este grupo es cristiano, ya que
el grupo «nosotros» es profético, y propone el mensaje de Jesús. Entre tanto
Pablo se concentró en cierta asiática que representa a los paganos
simpatizantes del judaísmo. Era de Tiatira, no de Filipos, comerciante de
mercancías de alto costo, y con residencia también en Filipos. El Señor
intervino para que ella entendiera de qué le hablaba Pablo (quiere librarlo
del fracaso), porque ella no entendía. Esta se bautizó «con toda su casa» (no
se dice que recibieron el Espíritu Santo). Su bautismo la integra más al
mundo judío que a la comunidad de los discípulos de Jesús. Es una
conversión incompleta, por lo que el grupo «nosotros» manifiesta cierta
reticencia, y ella «suplicó» insistentemente ser reconocida mediante el
hecho de alojarse en su casa como demostración de que la juzgan «fiel al
Señor» (el códice Beza dice «fiel a Dios», al Dios de Israel). Su insistente
súplica indica que al principio el grupo no había aceptado. El grupo
«nosotros» se resistía para evitar que la población los identificara como
judíos. Pero finalmente ella los presionó. El Señor reconoce y rescata la
buena fe de Pablo, pero al mismo tiempo le va indicando, por medio del
grupo «nosotros», cuándo se desvía la misión.

2. Evangelio (Jn 15,26-16,4a).

El Paráclito se llama ahora «Espíritu de la verdad». Se trata, ante todo, de la


verdad de Dios, que es su amor inmenso por toda la humanidad. Jesús recibe
continuamente ese Espíritu como flujo de fuerza y vida que procede del
Padre. El Espíritu es Dios mismo, que se comunica liberando y dando vida
(cf. 8,32; 6,63). Por eso es «la verdad» de Dios. La misión del Espíritu dentro
de la comunidad es dar testimonio de Jesús, y también los discípulos han de
dar testimonio de Jesús ante el mundo, precisamente porque han estado con
él «desde el principio». Esto de estar con él «desde el principio» significa que
los discípulos son testigos de la vida entera de Jesús, desde su actuación
histórica hasta la que realiza después de resucitado. Es decir, no separan el
Jesús de la historia del Jesús de la gloria. O, dicho de otro modo, no
desvinculan el compromiso histórico de Jesús de la gloria celeste que ahora
ostenta, no desligan la cruz de la resurrección.

Hay un hecho que los discípulos deben enfrentar decididamente: la


institución religiosa judía (la «sinagoga») se va a venir contra ellos y los van
a atacar. Como dichas instituciones le rinden culto a una falsa
representación de Dios, se figuran que quitándole la vida a los demás están
honrando a su idea de dios. Jesús les hace ver que eso sucede precisamente
porque los que defienden dichas instituciones no conocen al Padre ni
tampoco lo conocen a él. Es decir, son religiosas, pero no creyentes;
sostienen un sistema de creencias y prácticas heredadas, pero no se basan
en una real experiencia de Dios; realizan acciones de piedad y de culto, pero
se han cerrado a la experiencia del Padre que Jesús transmite cuando da
testimonio de su amor.

Esas instituciones tendrán su «hora», o sea, su momento de sembrar terror y


destruir vidas, en contraste con la «hora» de Jesús, que es la de dar vida a
toda la humanidad por el don del Espíritu. La advertencia de Jesús tiene
como finalidad alertar a los suyos para que recuerden que eso estaba
previsto, puesto que lo mismo había acontecido con él; que él no se los había
dicho desde antes porque entonces los protegía de las insidias de las
autoridades religiosas, pero de este momento en adelante ellos solamente
tendrán que apoyarse en la fuerza interior de amor que les comunica el
Espíritu Santo del Padre.

Aquí encontramos una razón de por qué prosperan los grupos y los
movimientos que proponen devociones que prometen y no comprometen,
que no son netamente cristianos, que proponen incluso visiones
distorsionadas de Dios, de Jesús o de la buena noticia: el Señor nunca
quiebra la caña rajada, y por eso no elimina esos grupos. Pero «nosotros»
tenemos la responsabilidad de ser testigos del amor universal que nos
identifica como «cristianos».

Debemos insistir una vez más en diferenciar el testimonio de la publicidad y


de la propaganda. No es lo mismo hacerle publicidad o propaganda a Jesús
que dar testimonio de él. El testimonio implica la ayuda del Espíritu Santo y
por consiguiente la fuerza de amor que procede de él. La publicidad y la
propaganda solo necesitan eficaces técnicas de mercadeo. Solamente quien
ama al estilo de Jesús da testimonio de él. Y ese testimonio implica «guardar
su mensaje», es decir, el compromiso de dar, entregar o dedicar su
existencia a procurar libertad y vida a la humanidad. Desde luego, este
testimonio suscita la oposición de quienes sienten amenazados sus intereses
con dicha labor. Y surge entonces la persecución, incluso disfrazada con
vestidura religiosa. El discípulo cuenta con la fuerza interior del Espíritu
Santo para sobreponerse a esa persecución.

Feliz lunes.

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