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LA ALIMENTACIÓN DEL MINERO DE

TRIANO (1882-1907)
Publicado por Ezagutu Barakaldo | May 24,
2019 | Economía, Historia | 0 

Una de las pautas fundamentales para el


estudio de las actividades laborales de la zona minera de Triano en
Vizcaya, es el estudio de la alimentación de los mineros.
Las peculiaridades de su abastecimiento, a través de cantinas
proveídas y regidas por los propietarios de las minas, a lo que había
que añadir el tipo de alimentos que consumían, generalmente de
escasa variedad y valor nutricional, trajeron consigo unas
consecuencias que fueron más allá del ámbito meramente
alimenticio. En efecto, si la primera huelga que se tiene constancia
en la zona minera de Asturias fue como consecuencia de las quejas
de los mineros por la alimentación que recibían, en los montes de
Triano, el problema de las subsistencias era una clamor continuo en
todas las reivindicaciones obreras e, incluso, llegó a constituir un
elemento sino primordial, si básico para aglutinar adhesiones al
incipiente movimiento obrero.

Estas son las líneas generales que se abordan en la presente


comunicación: cómo se abastecían los mineros de los alimentos;
tipo y calidad nutricional de su alimentación; y por último, las
repercusiones que en el ámbito laboral se vieron reflejadas como
consecuencia de las irregularidades denunciadas por los mineros
en lo que se refiere a los dos puntos anteriormente citados.

Cantinas y tiendas obligatorias, 1882-1890


Las condiciones de vida de los mineros de Triano han sido
ampliamente descritas y estudiadas. La dureza del trabajo minero,
al igual que los requisitos y obligaciones que los patronos exigían y
que fueron el germen de amplias movilizaciones obreras, fueron
reflejados a través de distintos canales de comunicación, claro
está, desde la óptica de aquellos que las contaban. Si nos
remitimos a un artículo aparecido en la Revista de Estudios Vascos
Zumárraga en 1953, firmado por Javier de Ybarra, nieto de aquellos
propietarios de minas del mismo nombre, mucho se dice de lo que
la explotación de estos yacimientos supuso para el devenir
económico de Vizcaya y de la parte que a los patronos mineros les
correspondió en este éxito empresarial, que tal era el concepto que
se tenía de las minas. Efectivamente, desde el punto de vista
patronal, las minas no eran más que un negocio más al que, por
supuesto, había que sacar el máximo rendimiento. La vertiente
social de la cuestión minera era observada por los propietarios
mineros desde una óptica de labor benéfica, no exenta de un matiz 
paternalista. Desde esta concepción de las relaciones patronos-
mineros, estos primeros crearon una cobertura de asistencia
espiritual, entre la que destacaban patronatos, asilos y hospitales,
instituciones todas ellas de beneficencia particular tuteladas por
distintas órdenes religiosas. Por lo tanto, para la patronal había que
alimentar el alma de los obreros y componer los cuerpos de aquella
mano de obra necesaria para el buen funcionamiento del engranaje
económico del que las minas eran una pieza fundamental.
Pero, mientras los patronos se dedicaban a cubrir las necesidades
espirituales y componer los cuerpos quebrados de los mineros,
¿cuál era el vivir día a día de estos trabajadores? No entraremos en
la presenta comunicación a detallar la problemática de la vivienda
en la zona minera, tan sólo en cuanto a aquellos puntos que
estaban estrechamente vinculados con la alimentación de los
mineros. Aún así, reseñar que tanto los barracones en los que
estaban obligados a vivir los mineros, como la comida que estaban
obligados a comprar en las tiendas obligatorias eran fruto de las
más ácidas y corrosivas críticas. Cualquier pretexto era bueno para
hacer saber las condiciones en las que vivían los mineros y el tipo
de géneros alimenticios que consumían. Por su crudeza, estos
aspectos de la vida minera pasaron a formar parte de las primeras
reivindicaciones laborales, y dentro de la literatura societaria se
convirtieron con el tiempo en un mito del que ningún escrito que
hiciera referencia a la historia de los montes de Triano podía
sustraerse. Así, por ejemplo, cuando el articulista, escritor y
ensayista Julián Zugazagoitia, a la sazón edil socialista del
Ayuntamiento de Bilbao, publicó en 1930 su libro El Asalto, basado
en la figura del político socialista Facundo Perezagua, describía de
este modo las condiciones de vida de los mineros con respecto a la
vivienda y alimentación:
Los mineros no tenían casa; se albergaban en los barracones de los
capataces, en cubiles que los cerdos rechazarían; allí comían o se
surtían de los géneros averiados y podridos de la cantina,
adquiridos a precios que el capataz imponía.
La descripción no puede ser más gráfica, ni menos veraz tampoco,
a tenor de lo que en abril de 1882 se reseñaba el rotativo El
Noticiero Bilbaíno3. No sin cierta chacota, el corresponsal de este
periódico en Gallarta, indicaba que en la alimentación de los
mineros por evitar enojosas digestiones, no figuraban los exquisitos
platos de principios, bistec, postres y demás exquisiteces que
adornaban las cartas de dos de las más prestigiosas fondas bilbaí-
nas, la de doña Brígida y la de la Prusiana. La variada alimentación
de estos obreros, llena de infinidad de baterías de pucheros, se
componía de alubias, habas y garbanzos, de una ínfima ración
de buen tocino americano, todo a ello a un precio desorbitado. Se
calculaba que un minero gastaría a diario de 3,5 a 4 reales diarios
en su alimentación, cuando los jornales variaban de 10 reales mí-
nimo hasta 17 reales máximo. La cantinela de la carestía de los
artículos de primera necesidad fue algo constante en todas las
referencias al tema de la alimentación de los mineros de Triano y la
escasa variedad y pésima calidad de estos artículos también. La
verdad es que los jornales no daban para más. Si al elevado
desembolso que suponía la alimentación, se añadía el coste no ya
de la vivienda, sino del lugar donde dormir, los mineros tampoco
tenían mucho margen donde escoger una dieta variada, acorde con
sus necesidades nutricionales, aunque los proveedores se hubiesen
esforzado en hacer llegar mayor selección y mejor calidad de
alimentos hasta las cantinas.
Por lo tanto, la dieta del minero estuvo sujeta desde el comienzo de
las explotaciones mineras de Triano, reglamentadas por los
patronos mineros, a los imperativos que éstos establecían en torno
a las cantinas de uso obligatorio. Las legumbres por su baratura
eran el plato estrella, por no decir monocorde de la dieta del
minero, puesto que proporcionaban la energía sino necesaria para
reponer las fuerzas, sí para continuar la dura faena destripando o
transportando mineral. Aún así, las legumbres por si solas, como
hidratos de carbono y proteínas no complejas, no compensaban las
necesidades proteínicas de los mineros y para solventar este
déficit, se les añadía tocino que con su alto valor energético paliaba
en cierta medida esta carencia.
Si a este menú se añadía un cuartillo de vino, mal que bien, se
completaba la pitanza del minero, hasta la próxima comida, en la
que generalmente se repetían los mismos manjares.
El debate de las incipientes sociedades obreras en torno a la
alimentación del minero se encauzó desde un primer momento en
que aquellas deficiencias nutricionales que se observaban en la
dieta de éste, eran consecuencia directa de la obligatoriedad de
comprar en las cantinas de los barracones donde vivían. En efecto,
los mineros se veían forzados a adquirir los géneros en las cantinas
que eran regentadas por los capataces de las minas en las que
trabajaban. Estos géneros, puestos a la venta a un elevado precio,
eran de ínfima calidad. La solución para las asociaciones obreras
pasaba por eliminar esta venta exclusiva en la zona minera y dar
paso al libre comercio. Durante los años 1882 y 1883, eran
continuas las súplicas de estas agrupaciones para dar fin a la venta
exclusiva en las cantinas mineras. Aún así, representantes de la
patronal minera, si bien reconocían la carestía de los artículos de
primera necesidad, sostenían que si los mineros se atenían a una
alimentación más modesta, podían ahorrar algunos cuartos y que
en Triano podían encontrar ocupación cuantos fuesen. Y para
rematar la jugada, desde los periódicos afines a los propietarios de
las minas se hacían continuas referencias a los controles y
reconocimientos satisfactorios que se hacían a diario de leche, pan
y otros artículos de consumo diario en las tiendas exclusivas de la
zona minera.
Mientras tanto, las asociaciones obreras continuaban con sus
denuncias acerca de la obligatoriedad de comprar en las cantinas y
tiendas de los patronos, arremetiendo duramente contra la carestía
y la calidad de los alimentos que en ellas se vendían.

Bastión para este tipo de reivindicaciones fue la huelga minera de


1890, en la que entre las consignas que se lanzaban contra la
explotación laboral y en demanda de la jornada de ocho horas,
también se gritaba: ¡Mueran los cuarteles! ¡Fuera las tiendas
obligatorias! Independientemente del malestar que generaban las
irregularidades en el abastecimiento de alimentos por su carestía y
calidad, las consignas anteriormente indicadas mostraban
claramente la capacidad de cohesión que el hecho alimenticio
pergeñó al movimiento societario desde sus orígenes, siendo una
de las reivindicaciones más repetidas y más utilizadas. Desde el
punto de vista de las asociaciones obreras, la huelga minera de
1890 se saldó con una clara victoria a favor del movimiento obrero,
y no sin cierto cinismo lo corroboraban los representantes de la
patronal en las minas, para quienes con el consabido lema ¡Abajo
los cuarteles y tiendas obligatorias!, por fin se habían terminado
estos abusos a cambio de una amplia libertad por parte de los 
obreros para albergarse y comprar comestibles. Se decía que el
conflicto había sido conjurado sin embargo, nada más lejos de la
realidad.
Reivindicaciones obreras y mejoras sociales, 1890-1907

A pesar de que como consecuencia de las reivindicaciones de la


huelga de 1890 había desaparecido la obligatoriedad de comprar
en las cantinas de los barracones, en la práctica los capataces se
las idearon para que esta obligatoriedad continuara. De este modo,
muchos de los capataces indicaban a sus mineros que debían de
realizar el gasto en las cantinas que regentaban bajo coacción de
ser despedidos si no lo hacían. Ya se podían quejar los obreros de
que en esas cantinas se expedían los géneros hechos una porquerí-
a y que estuviesen pidiendo a voces una inspección de sanidad, e
incluso de que los precios eran muy altos. Y de nada servía ir a
quejarse a las autoridades, puesto que las protestas caían en saco
roto.
La cuestión alimenticia, además de ser un elemento más de
sumisión obrera ante los atropellos de los capataces, era un
elemento de discordia entre los mismos mineros. No faltaban las
quejas entre los mismos mineros ante la docilidad de otros
compañeros, en el caso que se cita de origen gallego, que además
de someterse a agotadoras jornadas de trabajo que rebasaban el lí-
mite establecido por la ley, se dejaban robar en los comestibles, e
incluso envenenar por el mal estado en que éstos se encontraban.

Las quejas ante la mala calidad de los comestibles y el vino que se


vendía en las tiendas era una constante y en mayo de 1896, la
Comisión nombrada el primero de Mayo en el frontón de Gallarta y
los Comités Socialistas de Bilbao de Bilbao, la Arboleda y Gallarta,
publicaron un manifiesto dirigido a los trabajadores de Vizcaya en
el que se encaraba abiertamente este asunto9. En este escrito se
daba a conocer la malísima situación por la que atravesaban los
mineros, además de citar los cuarteles instalados en las minas y
sus condiciones, se mencionaba también quiénes eran los que
explotaban estos cuarteles y las tiendas obligatorias, y quién era el
que les abastecía de géneros alimenticios. Se indicaba que los
géneros que se expendían en estas cantinas y tiendas obligatorias,
eran de malísima calidad, lo peor de cada clase. Al parecer, todo
era bueno para los mineros. Todavía se hablaba cuando el
abastecedor de estas tiendas contrató a varios hombres para quitar
gusanos en grandes cantidades del tocino destinado a los cuarteles
mineros y que se vendió tan bonitamente. Los precios de estas
tiendas obligatorias eran entre un 25 y un 30 por ciento más caros
que los regían en las tiendas libres de la Arboleda y sobre géneros
de mucha mejor calidad.

El único expendedor de los artículos de consumo a los obreros de


las minas donde existían los cuarteles era un comerciante de Bilbao
apellidado Padró, desconocemos su nombre, que pagaba a los
propietarios mineros de la razón Sres. Zaballa 14.000 pesetas
anuales para mantener su exclusividad en el abasto. Desde luego,
las minas no eran para nada un mercado nada desdeñable, con una
población que oscilaba entre los 25.000 y 27.000 trabajadores.

Otro motivo de queja de los mineros era las irregularidades que se


constataban en las pesas y en las medidas, a pesar de los
periódicos reconocimientos de las autoridades, a los que se
consideraban puras pantomimas. Y claro, a estos abusos en las
cantidades de los géneros se añadían los abusos en la calidad de
los alimentos, puesto que había tiendas donde se vendían
productos adulterados y en mal estado. ¿Pedir responsabilidades a
las autoridades de estos atropellos que ellas mismas debían evitar,
cuando uno de los concejales del Ayuntamiento de Abanto y
Ciérvana era propietario de dos tiendas?

En junio de 1896 se estaban estudiando en las Cortes las


reclamaciones de los mineros de Vizcaya, y reunidos varios
representantes del Círculo Minero en el Gobierno Civil de Vizcaya,
manifestaron que dónde existían los cuarteles y las tiendas
obligatorias era en las minas de Matamoros, Reineta y algunas
otras de Allende y no en las que ellos explotaban. Los del Círculo
Minero crearon una comisión de la que tomaría parte el diputado
Adolfo Urquijo, que gestionaría con los propietarios de las minas,
entre ellos su suegro José Martínez de las Rivas, la desaparición de
barracones y tiendas obligatorias. Estas medidas tomadas por la
patronal poco o nada podían decir a las asociaciones obreras. Valga
como ejemplo que en 1895 las Cortes votaron un crédito de cien
mil pesetas anuales para vigilar el trabajo de las minas. Un año
después el reglamento para su aplicación todavía estaba para su
estudio en el Consejo de Estado, y a saber cuando saldría de allí12.
Ante semejante dilación, bien poco parecía que les podría interesar
a las autoridades los abusos a los que eran sometidos los mineros.
En 1899 las asociaciones obreras consideraban que la zona minera
era el sumidero donde iban a para todos los géneros podridos del
comercio de Bilbao, y como a los obreros no se les vendía otra
cosa, no les quedaba más remedio que comérselos.

Un ejemplo, en septiembre de este año, la Dirección de Sanidad del


Puerto de Bilbao inutilizó 2.660 kilos de bacalao y 126 cajas de
tocino que se hallaban en putrefacción y que llegaron a Bilbao a
bordo del vapor Elvira, y que era de suponer que su destino serían
las minas de Triano. Eso sí, no se desveló el nombre del
comerciante al que iba destinado este cargamento.
Ante las continuas quejas de los atropellos por parte de los
patronos mineros, uno de estos, que además era concejal del
Ayuntamiento de Bilbao, utilizaba la plataforma que le brindaba un
pleno de esta entidad para hacer un panegírico de la actuación de
los patronos. El señor Alonso Allende, que era como se llamaba
este concejal, dijo textualmente Los mineros (patronos) no
explotan a los obreros, al contrario, lo que hacen es darles de
comer. La indignación de algunos concejales, entre ellos del
concejal socialista Merodio, les llevó a considerar estas
declaraciones como una desvergí¼enza, puesto que ninguna
explotación eran tan odiosa como la de las minas, además de por
los atropellos laborales, por la cuestión de las tiendas obligatorias
donde se expedían comestibles adulterados, lo que llevaba a los
mineros a llevar una vida de esclavos.
Comenzado el siglo XX, el comercio libre intentó hacerse camino en
la zona minera, pero topaba con fuertes dificultades para su
consolidación por la competencia desleal de que era objeto por las
tiendas obligatorias. En agosto de 1903 la Agrupación Socialista de
Las Carreras presentó dos escritos al Circulo Minero sobre la
situación de los obreros de la minas. En el segundo de estos
escritos de solicitaba mejorar la triste situación de los mineros a
causa de la carestía de los productos de primera necesidad, al
mismo tiempo que justificaba la conducta del comercio libre,
abocado a soportar la competencia de las tiendas de los patronos
mineros. En primer lugar, decía este escrito, era un hecho que los
mineros estaban obligados a proveerse de las cantinas y otras
tiendas de los capataces de las minas, unas veces por la falta de
dinero, como consecuencia de lo tardío en percibir sus pagas y
otras por la amenaza más o menos directa de sus encargados. En
segundo lugar, aquellos mineros que vivían fuera de los barracones
por estar casados o alojados en otro tipo de locales, recibían un
salario menor, por lo que hacían un gasto menor también en las
tiendas libres, en detrimento de este tipo de comercio. En tercer
lugar, las tiendas obligatorias se aseguraban el cobro de los gastos
hechos por los mineros descontándoselo de los jornales, mientras
que el comercio libre no tenía medios para garantizar que se le
pagase lo que les debía. La única solución que tenían los
comerciantes libres era la de aumentar sus precios, en ocasiones
mayores que los de las tiendas obligatorias, pero eso si, sus
géneros eran de mejor calidad que los de éstas últimas. Las
soluciones que se proponían para evitar las cortapisas para el
comercio libre eran las siguientes: que los mineros compraran
donde quisieran y que se pagase a los mineros a mes vencido y no
con los retrasos de hasta más de diez y de veinte días, para evitar
los daños que los malos pagadores causaban a las tiendas libres. Ya
no se hablaba de géneros en mal estado o de mala calidad, la
cuestión a debate era la carestía de los productos de primera
necesidad.
En octubre de 1903 un nuevo movimiento huelguístico azotó a la
zona minera y ante el dramático cariz que tomaron los
acontecimientos, después de terminada la huelga se realizaron
diferentes informes para determinar cuál era la situación real de los
mineros antes de estallar el conflicto. Entre estos estudios, se
encontraba el de los Sres. Salillas, Sanz Escarpín y Puyol, a cargo
del Instituto de Reformas Sociales. Según estas investigaciones,
había en la cuenca minera de Vizcaya, de once a doce mil mineros,
procedentes un 70 por ciento de Galicia, Asturias y Castilla.
Ganaban desde 1,25 pesetas como jornal mínimo, a un máximo de
3,75 pesetas. Las jornadas eran de nueve horas y media en
invierno y de doce en verano. Se alimentaban, por término medio
al mes, con 60 kilos de pan, cinco de tocino, tres de tasajo crudo,
dos de judías y garbanzos y 50 de patatas. Cada día consumían un
cuartillo de vino y una copa de aguardiente, bebidas casi siempre
adulteradas. Todo ello muy caro, mucho más caro que en Bilbao.

Cada año, a causa de las lluvias, los mineros dejaban de trabajar de


ochenta a noventa días. Dormían en habitaciones realquiladas o en
los barracones, dos en cada cama… Según los comisionados, las
habitaciones destinadas a dormitorios eran verdaderos cajones de
madera. Por trabajar rudamente al aire libre enfermaban del
aparato respiratorio, y muchos morían de pulmonía. Por dormir
como dormían, las enfermedades de la piel se propagaban
rápidamente; en tres años se comprobó en los hospitales mineros
360 casos de sarna. Con anterioridad, la vida de estos obreros era
más dura. Diez y siete huelgas parciales y tres generales, desde la
de 1890, y el consiguiente incremento de edificios y comercio en
los pueblos mineros, habían creado la situación previa a la huelga
de 1903.

Las quejas siempre venían de los obreros connaturalizados y


fijamente avecindados en la cuenca minera, organizados en
asociaciones políticas. Por el contrario, a la mayoría de los obreros
trashumantes y andariegos, poco les importaba seguir
alimentándose de quince gramos de tasajo salobre y soportar
dormir en el más raído de los petates. Para los autores de este
informe, si a las quejas sobre la alimentación, se añadían las
condiciones de los dormitorios de los barracones, era un hecho
innegable que en la cuenca minera de Vizcaya existía el germen y
la razón de una serie de conflictos sociales, de luchas, huelgas y
motines más o menos lejanos, pero que llegarían de no llevarse a
cabo una política que satisficiese a todas las parte implicadas.

Para prevenir y evitar cualquier movimiento huelguístico, los


patronos pedían una ley de huelgas y un aumento de la Guardia
Civil; los obreros, solicitaban una organización severa de la
Inspección del Trabajo y de las Juntas provincial y municipales de
reformas sociales, que en Bilbao no habían llegado a funcionar
siquiera. En definitiva, que en la cuenca minera había un problema
de higiene y de salubridad, al que se añadía un problema político y
se hacía urgente su solución16. Mientras tanto, el Estado, el
Gobierno y el Parlamento aplazaron en los momentos de la huelga
de 1903 el remedio a la situación de los mineros, sin que pasado
medio año después de este conflicto, hubieran tomado solución
alguna.

El malestar por el encarecimiento de los productos de primera


necesidad en la zona minera era cada vez mayor, y el 1º de abril de
1904 las Agrupaciones Socialistas de Gallarta, Ortuella, Las
Carreras, Arboleda y San Julián de Musques, además de las
Sociedades de resistencia de Obreros Mineros, Forjadores y
Martilladores, Barrenadores y Maquinistas de las Secciones de La
Arboleda, convocaron a los mineros a un mitin monstruo que
tendría lugar en el Frontón de Gallarta el día 3 de ese mes, para
pedir de los poderes públicos el abaratamiento de estos productos.
Cualquiera que fuese el tipo de movilización obrera encaminada a
mejorar la alimentación de los mineros y el abaratamiento de los
productos de primera necesidad topaban con la mayor indiferencia
por parte de patronos y autoridades. En 1907, se llegaba a la
conclusión de que con lo que comía a diario un minero y con el
trabajo tan duro que tenía que realizar, era imposible vivir.

El alimento diario de los mineros en este año 1907 poco había


variado del de sus compañeros de 1882, ahora bien, se había
sustituido buena cantidad de las legumbres por las patatas, género
mucho más económico. Por la mañana, unos comían unas sopas
insípidas y otros un puchero de patatas con una insignificante
tajadita de tocino. A las doce de la mañana, la mayoría consumían
alubias y otros garbanzos, con otra pequeñísima ración de tocino.
Vino, lo bebían los menos. Por la noche, la mayor parte cenaban el
resto de las alubias de medio día y los demás un puchero de
patatas, acompañadas de una tajada de tocino tan grande que la
mayoría de las veces la ingieren sin darse cuenta. Estos eran los
alimentos que reparaban las fuerzas de los mineros. Se calculaba
en este año 1907 que un minero consumía al mes por término
medio: 11 panes, a 75 céntimos cada uno 8,25; Celemín y medio
de alubias, a 2 pesetas el celemín 3,00; Un quintal de patatas, a 6
reales y medio la arroba 6,50; Cuatro kilos de tocino, a 2 pesetas
kilo 8,00; Habitación 11,00; Tres kilos de tasajo, a 1,50 pesetas el
kilo 4,50; Calzado 3,00; Ropa 5,00; Tabaco 3,00; Lectura 0,50; Vino,
10 cuartillos a 30 céntimos uno 3,00. Total de gastos 55,75
En este cálculo mensual no se incluían otros gastos menudos que
eran absolutamente indispensables. Además, había que tenerse en
cuenta que el cálculo de gastos estaba hecho para una sola
persona, no para una familia.

El ingreso mensual de un minero podía calcularse en un término


medio de 60 pesetas, a pesar de que el jornal era de 3 pesetas
diarias, puesto que se calculaba que entre fiestas, paros forzosos
por falta de trabajo o por los temporales, enfermedades u otras
contingencias, tan solo quedaban 20 días hábiles al mes. Por lo
tanto, la diferencia a favor del minero era de 4,25 pesetas. Este
cálculo estaba hecho para mineros solteros, con lo que no era difícil
imaginarse la situación de aquellos que tenían que mantener una
familia.

Calidad

Calidad de la dieta de los mineros de Triano.


Como consecuencia de los escasos datos que poseemos es difícil
determinar la evolución de la dieta de los mineros de Triano. Para
1882 se hablaba de que su dieta se componía básicamente de
alubias, habas y garbanzos, acompañados de una pequeña
cantidad de tocino20. Se supone, que éstos serían los alimentos
que constituían la comida del mediodía, sin que tengamos relación
de qué alimentos componían el sustento del resto del día. Es de
pensar, que por la noche muchos comerían las sobras del mediodí-
a, o se apañarían con la consabida sopa clarita, que también solía
constituir el desayuno de la mayoría de los mineros.

La siguiente noticia sobre los alimentos que constituían la dieta de


estos mineros data de 1903, y estos datos se reducen a lo que por
término medio consumían durante un mes. Otro tanto de lo mismo
ocurre con los datos proporcionados para 1907, en los que de
nuevo nos presentan los consumos medios mensuales de estos
trabajadores, aunque esta vez, sí que se indica cuál era la dieta
completa diaria de los mineros. A partir de los datos presentados
para ambos años, 1903 y 1907, sobre estos consumos mensuales,
hemos calculado los consumos diarios. Los datos pueden parecer
contradictorios, básicamente por la falta de uniformidad de las
fuentes pero, en última instancia, resultan esclarecedores acerca
de la alimentación de los mineros de Triano. También, hay que
indicar el escaso margen de tiempo transcurrido entre 1903 y 1907
como para dar cabida a cualquier cambio drástico en la dieta de
estos trabajadores.

Si observamos el consumo de pan, pasamos de 2 kilos diarios en


1903 a 605 gramos también diarios en 1907. La primera cifra
puede parecer exagera, mientras que la segunda parece acercarse
más a la realidad. A su vez, la cantidad de tocino consumido en
ambos años sufrió una pequeña variación, mientras que la cantidad
de tasajo se mantuvo igual para los años indicados. Por su parte,
las judías experimentaron un elevado crecimiento, de 2 kilos
anuales a 6 kilos también por año en 1903 y 1907
respectivamente. Esta variación puede obedecer a la diversidad de
las fuentes consultadas, aún así la cantidad de 67 gramos diarios
de estas legumbres indicada para 1903 se asemeja un tanto
exigua, en comparación con los 200 gramos que se reseña para
1907.

1.- Consumos mensuales

Artículos 1903 1907

Pan 60 kilos 18 kilos

Tocino 5 kilos 4 kilos

Tasajo 3 kilos 3 kilos

Judías y garbanzos 2 kilos 6 kilos

Patatas 50 kilos 46 kilos

Vino 34,69 litros 11,56 litros


2.- Consumos diarios

Artículos 1903 1907

Pan 2,000 kilos 0,605 kilos

Tocino 0,167 kilos 0,133 kilos

Tasajo 0,100 kilos 0,100 kilos

Judías y garbanzos 0,067 kilos 0,200 kilos


Patatas 1,667 kilos 1,533 kilos

Vino 1,156 litros 0,385 litros


Fuentes: elaboración propia a partir de: La Lucha de Clases, Las
minas de Vizcaya (2 de abril de 1904); La Lucha de
Clases, Crónicas de las minas (26 de enero de 1907).
En cuanto al consumo de patata, parece que decreció algo desde
1903 hasta 1907, si bien, se quedó para ambos años en torno al
kilo y medio la cantidad de este producto que los mineros comían
al día. Por lo que respecta al vino, las cifras también bailaban. En
1903 se indicaba una cifra que rebasaba el litro de vino consumido
al día, mientas que en 1907 esta cantidad se redujo básicamente a
un tercio de la misma. El litro largo al que se hace alusión que
consumían de diario los mineros en 1907 (un cuartillo diario,
equivale a 1,156 litros) nos parece un poco exagerada y proclive a
hacer pensar en una pandemia de alcoholismo que arrasaba la
zona minera, mientras, la cifra aportada para 1907 muestra estar
más acorde con la realidad.

La cuestión que se nos plantea con estas cifras en la siguiente:


¿cubrían estos aportes nutricionales las necesidades dietéticas de
los mineros de Triano? Los datos arriba reseñados sobre consumos,
hacen referencia a los alimentos sin elaboración alguna, lo que
hace subir el aporte energético como consecuencia de las grasas
añadidas para cocinarlos. Teniendo en cuenta este dato, hemos
calculado la cantidad de kilocalorías consumidas a diario por los
mineros de Triano según las fuentes indicadas.

Las cifras de 1903 no parecen, en absoluto acordes con la realidad.


El consumo de pan parece excesivo, al igual que el del vino.
Probablemente, puede que sean estos dos datos los
que camuflen un resultado que podría ser más parejo a lo que
realmente comían los mineros. Sin embargo, las cifras de 1907 sí
que concuerdan más con la alimentación que llevarían a cavo los
mineros. Si analizamos las cifras ofrecidas en este último año,
observamos que el peso de la dieta recae sobre los hidratos de
carbono y sobre las grasas (pan, patatas y tocino), que son los
elementos básicos para proporcionar el combustible que necesita el
cuerpo humano. Las proteínas, aunque en menor medida, también
pueden ofrecer esta energía y, paradójicamente, esta es la partida
que menos kilocalorías aportaba a esta dieta. Mención aparte
merecen las legumbres, que frente a las noticias que tenemos de
épocas anteriores en la que monopolizaban básicamente la dieta
del minero, para 1907 tan solo constituían una quinta parte del
aporte energético de la dieta diaria de estos trabajadores.
Evidentemente, las necesidades energéticas varían en función de
la actividad de las personas. Se calcula que en aquellos trabajos de
intensa actividad física se puede llegar a necesitar 4.000 kilocalorí-
as diarias, siendo la media calculada para los varones de entre
2.700 y 3.000 kilocalorías. Sin duda alguna, el trabajo en las minas
exigía un elevado esfuerzo físico, y teniendo en cuenta los datos
arriba indicados, si un minero consumía en 1907 una cantidad de
4.524 kilocalorías diarias, se encontraba ligeramente por encima de
lo que sus necesidades alimenticias requerían. Ahora, también hay
que tener en cuenta el exceso de trabajo que en algunas épocas
podría darse, con el consiguiente mayor consumo de energía, que
podía quedar compensado por los periodos de astenia laboral.

A modo de conclusión, se puede observar que la alimentación de


los mineros de Triano sufrió pocas modificaciones desde 1882 hasta
1907. El aporte energético venía dado por los hidratos de carbono
proveniente de las legumbres, que fueron poco a poco
sustituyéndose en mayor o menor proporción por patatas, alimento
de menor calidad nutritiva pero mucho más barato. Por supuesto,
que la carne fresca estaba por completo ausente de su dieta, y las
proteínas provenientes de las legumbres, a pesar de no ser tan
completas como las animales, se veían compensadas por pequeños
aportes de tocino que, a su vez, conferían elementos grasos a la
alimentación. También el tasajo, carne seca de vaca importada de
Argentina, era otro componente proteico de la dieta del minero,
barato aunque de dudosa calidad culinaria. No se han encontrado
reseñas del consumo de bacalao por parte de los mineros, aunque
en referencias a los ajustes de los comerciantes bilbaínos con las
autoridades del puerto de Bilbao, constan referencias de
cargamentos de este producto destinados al consumo de la zona
minera, eso sí, de la más ínfima de las calidades. Otro elemento de
primera necesidad imprescindible en la dieta del minero era el pan
y su venta no estaba exenta de continuas quejas por
irregularidades en cuanto a su calidad y a su peso.

Por lo tanto, la dieta del minero sufrió un deterioro de su calidad


nutricional en cuanto se fueron incorporando productos, como la
patata, más baratos y no tan completos como las legumbres a las
que se sustituía. La carestía de los géneros de primera necesidad
fue desde el primer momento uno de los muros contra los que
topaba cualquier intento de mejora de la calidad nutricional de los
alimentos. Que las legumbres fueran de menor tamaño, o que el
tocino procediera de los Estados Unidos como consecuencia de su
baratura, no repercutía en su aporte nutricional, a no ser, claro
está, que sus condiciones sanitarias no fueran las adecuadas para
su consumo, y de ello derivaran intoxicaciones y otras
consecuencias nefastas para la salud de los mineros.

Aún así, no hemos encontrado noticias sobre casos graves de


intoxicaciones en la zona minera por el mal estado de los
alimentos. Por lo tanto, la piedra angular en la que se basaba el
problema de la alimentación de los mineros era el control por parte
de los patronos ya fuese de un modo directo o indirecto de los
canales de distribución y venta de los géneros alimenticios,
permitiendo la venta de unos productos de pésima calidad a unos
precios tan elevados que podían llegar hasta doblar el precio de los
mismos en la Plaza de Abastos de Bilbao. Esta carestía llevó a los
mineros a ir sustituyendo aquellos componentes de su dieta más
susceptibles al cambio por otros géneros que, si bien, eran
similares, no tenían la misma calidad nutricional. Por consiguiente,
la dieta del minero se fue empobreciendo desde el punto de vista
alimenticio, aunque por las cantidades reseñadas, aumentó la
cantidad de las raciones gracias a los aportes de otros comestibles
más baratos y menos completos, como ocurrió con el incremento
del consumo de la patata.

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