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literarios/html/RisaMuerteBataille.htm 05/09/2008

La risa como afirmación de la muerte en Bataille


12 Marzo 2008 | Sociología | Rolando García

Mi Madre, obra de George Bataille publicada en 1966, forma parte de un conjunto de


cuatro libros escritos por el autor como una prolongación de Madame Edwarda, del que
también forma parte Divinus Deus y del que Charlotte d’Ingerville –recogida de los
escritos de Bataille después de su muerte en 1962- sería la continuación.

En ella, Bataille plasma las transformaciones por las que pasa Pierre al descubrir el
verdadero carácter de su madre, una mujer entregada a los placeres hasta la locura, diría
ella misma “tengo caprichos inconfesables y me siento muy feliz de poder
revelártelos.... Aunque deba morir por ello, quiero ceder a todos mis deseos... Hasta los
más locos”[1], y que a pesar de ello mantiene un amor hacia su hijo, aunque no sea a él
a quien ame, sino la angustia de amar.

Al igual que en muchas de sus obras, en Mi Madre no importa mucho la trama o el


sentido cronológico de la historia, sino que en éste caso las transformaciones de Pierre y
los sentimientos desmesurados de su madre, muestran en parte las mutaciones propias
de Bataille; pasar de la timidez y la devoción, a la entrega a los placeres de la carne en
Pierre, a la par del recuerdo de la transformación misma de Bataille, pasar de fiel
creyente de Dios para después negarlo rotundamente.

Y es que la obra plasma de manera fehaciente los rasgos que caracterizan el


pensamiento del autor y digo pensamiento y no una filosofía porque Bataille no propone
una nueva filosofía, sino que tan sólo nos plasma un pensamiento móvil que se
desenvuelve entre sus concepciones religiosas, muy arraigadas en él a pesar de negarlas
tajantemente, y sus movilidades en el desenvolvimiento de la vida ante un Dios que ha
muerto, pero sobre todo una búsqueda constante por responder uno de sus grandes
temores, la muerte.

George Bataille es reconocido como uno de los mas grandes escritores y ensayistas
franceses, sus obras van desde la narrativa y la poesía, hasta el teatro; en las vísperas de
la Primera Guerra Mundial, y con una formación meramente católica es atraído por la
literatura y la experiencia mística, por lo que se adentra en la lectura de obras religiosas
de la edad media, este periodo definiría un rasgo esencial en la obra de Bataille, sin
embargo, hacia 1925, Dios ha muerto y su ausencia es casi tan absoluta como absoluto
es el horror que debe soportarse [2].

Además de Mi Madre y Madame Edwarda, escribe El Erotismo (1957[3]), La Historia


del ojo (1928), Teoría de la religión (1948), La parte Maldita (1947), Sobre
Nietsche(1945), La Littérature et le mal(1955), D’Eros de Les Larmes(1961), El
nacimiento del arte(1955) y una serie de escritos, conferencias y artículos reunidos en
La suma Ateológica (De Somme Athéologique, 1954).
Con el antecedente de una juventud que giraba entre una vida laica y una vida religiosa,
Bataille se va a mantener con una gran influencia religiosa en su obra, ya no como una
idea o un pensamiento solidificado, sino como un ente prevaleciente, diría Dios ha
muerto, pero nos persigue su sombra; siendo esa sombra la que prevalecerá en su obra,
Bataille lo expresaría así “Dios es el horror en mí de lo que fue, es y será tan horrible
que a toda costa debería negar y gritar con todas mis fuerzas que niego que eso fue, es
o será, pero mentiría”[4].

No obstante, en Mi Madre plasma una postura en la que se aleja profundamente de


Dios, para ello, ya pasó por la lectura de las obras de Nietzsche y su distanciamiento de
la concepción del Bien y Dios se va alejando, transformando su carácter ascético –tanto
por su desenvolvimiento por más de una década en las bibliotecas, como por su deseo
de viajar al Tibet-, en la desmesura del deseo y de la risa, opta por el camino de la carne
y el deseo en un largo camino en la soledad “en la soledad que conocí, las pautas de
éste mundo, si subsisten están hechas para mantener en nosotros un vertiginosos
sentimiento de desmesura: esa soledad es Dios”[5], un camino de la soledad que va en
dirección, irremediablemente, a la muerte.

A la par de su negación de Dios, Bataille descubre en la risa no sólo la afirmación de la


muerte, sino una risa semejante que puede y disuelve todo, incluyendo por supuesto
Dios, ¿De qué reír, en este mundo, sino de Dios?, se preguntaría Bataille al suponer y
reafirmar el carácter de Dios como la risa de la muerte. La risa en más divina, y más
inasible que las lágrimas[6], de ésta manera, expondría la trascendencia de la risa como
una forma de espera irremediable de la muerte, siendo la risa la afirmación de que la
muerte misma llegará.

A la risa, se le agrega el encuentro del deseo que despierta la carne en la negación


cristiana de la misma, siendo esa negación el punto de partida para la afirmación del
camino para llegar a Dios, ya que la tradición cristiana de la negación de la carne para
llegar a Dios, la afirmación se convierte en una trágica promesa de una realidad
inexistente. Dios está muerto ergo Dios se pudre al igual que la carne. De tal manera,
que la carne para Bataille, no es sino la afirmación de que la muerte vendrá y dado que
Dios está muerto, la fatalidad de la mortalidad humana se plasmará en el deseo
descomedido[7].

Es así como el deseo y la risa se convertirían en el eje motor del pensamiento de


Bataille, mismo que aparecería de distintas maneras en todas sus obras, no siendo Mi
Madre la excepción; en ella, tanto Pierre como su madre, se entregan
desmesuradamente a los placeres de la carne, alejándose del Bien (de Dios) que tanto
protegía Pierre y acercándose a la locura por el goce de la vida, buscando en lo otro, una
afirmación al entrar en ese delirio en el que parece perderse en lo otro del ser.

En la obra, encontramos ejemplificado que el deseo y la entrega total a los placeres no


pueden ser del todo placenteros, ya que la desmesura es sólo una forma de negar la
muerte; es decir, no se puede vivir en el éxtasis permanente, para ello es necesario que
halla una subjetividad, en tanto que cuando se llega al éxtasis ya no se es sujeto, la
madre de Pierre Madeleine, es el claro ejemplo, el cumplir todos sus deseos, hasta los
más locos, la llevó a la muerte misma, no sin antes sentirse en una incertidumbre de
saber ya no quién es en el punto mismo del éxtasis, en donde ya no se es sujeto.
A pesar de ello, Bataille deja claro que la entrega desmesurada a los placeres nos es del
todo placentera, porque la constante espera a la muerte, mantiene la incertidumbre y la
pesadumbre de saberse inciertos y mortales, sabiendo de antemano que el gran temor
del hombre es inevitablemente cierto. La muerte el punto final, es el gasto total. La
muerte destruye, destruye la vana ilusión del hombre de sentirse permanente y de
afirmarse en la otredad de su ser.

Notas

[1] Georges Bataille. Mi Madre. P. 82

[2] Ignacio Díaz de la Serna. Del Desorden de Dios. P. 27

[3] Las fechas anotadas en paréntesis corresponden a las fechas de publicación de las
obras, en su mayoría publicadas después de la muerte de George Bataille en 1962, entre
la que destaca la edición completa iniciada por Gallimard en 1970, titulada Oeuvres
complétes.

[4] Georges Bataille. Op cit. P. 39

[5] Ibid. P. 57

[6] Ibid. P. 67

[7] Ignacio Díaz de la Serna en su libro Del Desorden de Dios, nos explica más
profundamente el carácter de la idea de Bataille sobre la trascendencia de la carne y el
deseo, atribuyéndola a su experiencia extática (del loco devenir de Nietszche, eterno
retorno, nunca dejamos de sufrir) del suplicio chino Leng-Tch’e. Pp. 24-27

Bibliografía

Díaz de la Serna, Ignacio. Del Desorden de Dios. México.Taurus. 1997. 162 p.

George Bataille. Mi Madre. Barcelona. Tusquets Editores. 1986. Colección erótica La


Sonrisa Vertical. 199 p.

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