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Decía T. S. Eliot que existen dos clases de poetas: los críticos y los que siguen el
dictado de una voz interna. Los primeros, son los poetas capaces de comprender
y asimilar la tradición poética que los precede y, conscientemente, situarse en ella
y recrearla. Los seguidores de la voz interna, se contentan con escribir al dictado
de su imaginación creadora, sin tomar demasiado en cuenta la tradición
precedente. (1)
Puede asegurarse que Federico García Lorca pertenece al bando de los poetas
críticos ya que, al igual que muchos de sus compañeros de generación, tuvo un
profundo conocimiento de las tradiciones poéticas anteriores y reflexionó sobre
ellas, para posteriormente adaptarlas a su quehacer poético.
Así podemos encontrar en su poesía los ecos de antiguos romances y
canciones, la estructura y musicalidad del cante jondo, las nanas y otras
canciones populares, los recursos poéticos del barroco, fundamentalmente de
Góngora; las imágenes procedentes de las vanguardias, especialmente del
Cubismo - y más especificamente, de Reverdy- y del Surrealismo; las ideas
estéticas del Romanticismo y el Simbolismo, todo ello en un afán unificador que
creó su propio estilo.
Este matrimonio de aparentes contrarios no es gratuito y responde a la
necesidad que tiene todo poeta contemporáneo de hacer suya la cada vez más
amplia tradición que se le ha legado. Es, pues, un rasgo de modernidad.
La Generación del 27, de la cual forma parte Federico, llevó muy lejos este afán
conciliatorio, unificando en un sólo texto poético tradición y vanguardia, lo popular
y lo culto, lo nacional y lo universal, lo intelectual y lo emotivo, el subconsciente y
la lucidez. Todo lo anterior regido por un enorme culto a la imagen y al virtuosismo
en la confección de los poemas.
Esta postura los llevó a teorizar acerca de sus apuestas poéticas,
proporcionándonos los ensayos resultantes valiosas claves en el desciframiento
de la red poética que tienden ante nosotros.
Federico García Lorca no fue la excepción y nos da, a través de los ensayos que
escribió, su sentir ante las distintas tradiciones que asume dentro de su obra y, si
sabemos leer entre líneas, la poética que lo rige.
El presente trabajo se propone descifrar, a través de sus distintos ensayos, la
manera en que Federico García Lorca asume y recrea la tradición popular en su
poesía, para posteriormente aplicar los resultados a algunos de sus poemas.
Nos basaremos, principalmente, en los textos leidos en conferencias, como "El
cante jondo, primitivo canto andaluz", "Arquitectura del cante jondo", "La imagen
poética de Don Luis de Góngora", "Homenaje a Soto de Rojas", "Imaginación,
inspiración, evasión", "Canciones de cuna españolas", "Teoría y juego del
duende"; de las palabras leídas en la presentación en público del Romancero
gitano y del Poeta en Nueva York; los artículos "Divagación. Las reglas de la
música", "Comentarios sobre Omar Kayyam" y "Un prólogo que pudiera servir a
muchos libros" y finalmente, de un texto de autocrítica, llamado simplemente
"Poética".(2)
Todos estos textos, por su estructura, en la que se presenta el tema a ser
tratado, el desarrollo del mismo y la postrer conclusión, pueden ser considerados
ensayos. Recordemos que el ensayo es un género relativamente nuevo -al menos
comparado con la poesía y el drama- que nació en 1580 con los Ensayos de
Montaigne. Se puede decir que el ensayo es el fruto de la individualización del
hombre que se da en el Renacimiento.
El mismo Montaigne, en sus escritos, reflexiona sobre la naturaleza del ensayo
y habla sobre sus características y el espíritu que lo rige. Así, por ejemplo, dice:
"El juicio es un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por
eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos Ensayos" (3).
El ensayo es un género que brinda gran libertad a quien lo ejerce,
proporcionándole múltiples caminos dentro de su reflexión sobre algún tema. Dice
Montaigne: "Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente
buenos y nunca me propongo agotarlos" (4) y añade: "Varío cuando me place y
me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la
ignorancia." (5)
Años después, Bacon, en sus Ensayos publicados en 1597, definía al género
como "dispersed meditations" (6). Y en la actualidad, Octavio Paz ha dicho que el
ensayo "es como un paseo por una ciudad, donde importa más el paseo mismo
que el punto a donde lleguemos". (7)
José Luis Martínez enumera los rasgos característicos del ensayo: "exposición
discursiva, en prosa; su extensión, muy variable, puede oscilar entre pocas líneas
y algunos centenares de páginas, mas parece presuponer que pueda ser leído de
una sola vez". (8)
Pero el ensayo es todavía más. Es "literatura de ideas", como lo llama José Luis
Martínez (9), ya que por una parte posee una cualidad didáctica y lógica -en la
exposición de las ideas y en el interés por compartirlas con el lector-, una
flexibilidad tal que conduce a enormes libertades tanto ideológicas como formales,
y un alto relieve literario. Alfonso Reyes, al abordar lo anterior, concluye que el
ensayo detenta dos dimensiones: la lógica y la estética. (10) El ensayo es
entonces, sí, la exposición libre de ideas con uso del juicio, pero conlleva también
ser un texto de alta calidad literaria.
Podemos comprobar que los aquí llamados ensayos de Federico García Lorca,
poseen ese "paseo" libre por las calles de sus temas, deteniéndose algunas veces
en sus plazas, jugueteando por algún callejón o contemplando largamente el
portón de ciertas casas. Son un ejercicio de la razón que lleva a cabo su autor
sobre ciertos aspectos de la poesía, la inspiración, la música y los cantos
populares. Sus argumentos están ordenados de manera discursiva, escritos en
prosa y pueden ser leídos de una sola vez -de hecho, como ya se anotó más
arriba, algunos de estos textos fueron leidos en público por el propio Federico.
Esta sería la dimensión lógica.
Del aspecto que más se puede hablar en esta primera descripción de los
ensayos de Federico García Lorca es de la dimensión estética. Se trata de textos
bellos, ágiles, que al mismo tiempo poseen gran profundidad. El lenguaje, sin dejar
de ser preciso cuando el texto lo requiere, alza el vuelo hacia la imagen para
atrapar no sólo el intelecto del lector -o del escucha- sino también las fibras que se
mueven con la experiencia estética. Y está Federico totalmente consciente de este
mecanismo. En su ensayo "La imagen poética de Don Luis de Góngora", cita a
Marcel Proust para dejar clara su postura: "Sólo la metáfora puede dar una suerte
de eternidad al estilo" (11). La única manera que tiene el escritor de trascender es
"cazando" imágenes (12).
Así, podemos encontrar fragmentos como el siguiente: "Mientras una catedral
permanece clavada en su época, dando una expresión continua del ayer al paisaje
siempre movedizo, una canción salta de pronto de ese ayer a nuestro instante,
viva y llena de latidos como una rana, incorporada al panorama como arbusto
reciente, trayendo la luz viva de las horas viejas, gracias al soplo de la melodía."
(13)
En otro ensayo, dice: "El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar,
Guadalfeo, Sil o Pisuerga (no quiero citar a los caudales junto a las ondas color
melena de león que agita el Plata)" (14) y más adelante: "como la melancólica
musa de Cataluña y el ángel mojado de Galicia han de mirar, con amoroso
asombro, al duende de Castilla, tan lejos del pan caliente y de la dulcísima vaca
que pasta con normas de cielo barrido y tierra seca." (15)
Estos ensayos están impregnados de imágenes, tienen ritmo, participan del
tiempo suspendido de la poesía. Federico lo sabe y apunta: "Yo tengo el fuego en
mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar
de él sin literatura." (16) La palabra es fuego y el poeta, como salamandra, se
alimenta de ella y la produce. No puede, en sus ensayos, alejarse de su medio: el
fuego mismo, la poesía.
En ese hablar con fuego, deja constancia de aquello que lo consume, los
carbones encendidos que dan forma a su pensar poético y que podemos dividir en
tres grandes temas: lo popular, la forma en la poesía y la esencia de la poesía.
Por lo extenso que resultaría abordar estos tres grandes temas en la obra
ensayística y poética de Federico García Lorca, tendremos que reducirnos a tratar
el primero mencionado -y también, cronológicamente, el primero que trata en sus
ensayos-: la vena popular, y dejar para algún trabajo posterior los otros aspectos,
de enorme trascendencia también y estrechamente ligados a este primer móvil
que es lo popular.
EL PASO DE LA SIGUIRIYA
Tierra de luz,
cielo de tierra.
Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega;
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.
Tierra de luz,
cielo de tierra. (19)
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento, que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente
Federico encuentra gran afinidad entre los poemas del cante jondo y las
Gacelas amorosas de Hafiz, operando éstas últimas una doble influencia sobre la
poesía de Federico. En primer lugar, recordemos las Gacelas que incluyó Federico
en el Diván del Tamarit; y como segundo punto, toma la inspiración de algunos
poemas del cante influídos por las Gacelas de Hafiz, como el siguiente:
Que aparece de la siguiente manera en Cristobical, una de sus obras para títeres:
Por el aire
van los suspiros
de mi amante. (20)
Este sentimiento casi sacro de la experiencia estética es, tal vez, una de
nuestras particularidades como seres humanos. Ya en las civilizaciones
primigenias existía y aún ahora, llegando al final del siglo XX, lo continuamos
experimentando cuando nos encontramos ante EL ARTE -así, con mayúsculas- y
sentimos un arrobo especial, un sentirnos transportados hacia el instante eterno
de nuestra contemplación, a eso que Federico llama "evasión". Subraya, también,
que
Son artes que necesitan de la materia mortal del ser humano para mostrar su
epifanía y que precisamente por esta contradicción entre lo eterno de ellas y lo
precario del hombre, es que destilan sonidos negros.
Es tal vez por eso mismo que García Lorca tuvo tanta pasión por el teatro,
escribiendo muchas de sus obras dramáticas en verso, incitando al duende a
habitar sus textos
e incluso, en el tiempo de La Barraca, a habitar su propio cuerpo en el momento
de la actuación.
Regresando a la poesía y su apertura hacia el duende, apunta Federico:
NOTAS
1.- En su ensayo "The Function of Cristicism", dentro de T. S. Eliot, Selected
Essays, New York, Harcourt, Brace and Worrld, Inc., 1964.
2.- Todos estos textos se encuentrn en el tomo III de las Obras Completas de
Federico García Lorca. (Madrid, Aguilar, 1991).
3.- Citado por José Luis Martínez en su libro El ensayo mexicano moderno,
México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 8.
5.- Ibid, p. 9
6.- Ibidem.
9.- Ibid, p. 9.
11.- Federico García Lorca, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1991, Tomo III, p.
228.
12.- Como él mismo señala que procedía Gongora en su poesía (p. 230).
13.- "Canciones de cuna españolas", en Federico García Lorca, Op. cit., Tomo III,
p. 282-283.
19.- Para evitar confusiones, al citar se tomará, para los poemas, el Tomo I de las
Obras Completas y para los ensayos el Tomo III, anotando el número de página.
En este caso es T I, p. 161.