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Los pocos días de batallas del décimo año de la guerra contra Troya
que abarca el poema de la Iliada, van transcurriendo con suerte
alternativa para ambos ejércitos. Los aqueos tratan en varias
Brad
ocasiones de conseguir que Aquiles abandone su pasividad y les ayude
Pitt,
a obtener la victoria, pero él se mantiene en su postura hasta que su
como el
amado primo y ayudante, Patroclo, es muerto por Héctor, el líder
Aquiles
troyano.
del
Los dioses, divididos en dos bandos y en continuo ir venir del Olimpo, cine.
contemplaban la batalla desde el Monte Ida, situado a unos setenta
kilómetros de Ilión, e intervenían en ella de forma encubierta encarnándose en
héroes de apariencia humana. Unos apoyaban a los griegos y otros, a los
troyanos. Zeus actuaba de árbitro, tomando decisiones en favor de uno u otro
bando según consideraba que debía equilibrar la marcha de la batalla. Apolo fue
el dios que más se jugó en el apoyo a los troyanos, no en balde la leyenda le
atribuye la fundación de Troya.
Apolo, siguiendo órdenes de Zeus, rescató el cuerpo de Sarpedón para que los
"hermanos gemelos, Muerte y Sueño", lo transportaran a Licia y pudiera ser
enterrado con todos los honores. Después se encarnó en Asio, tío de Héctor, y
se dirigió a él con estas palabras: "...guía los corceles de duros cascos hacia
Patroclo y trata de matarle, Apolo te dará apoyo".
Cuando Patroclo vio que el carro de Héctor se acercaba velozmente, lanzó una
piedra que acertó en plena frente del auriga de Héctor, haciendo que sus ojos
saltaran de las órbitas, cayendo en el polvo.
El auriga cayó del asiento a tierra. Héctor descendió del carro y se enfrentó a
Patroclo... "Se enfrentaron como dos leones hambrientos que en el monte
pelean furiosos por el cadáver de una cierva..., pues así tiraban el uno y el otro
del cuerpo exánime del auriga".
Ayudado por los aqueos, Patroclo se hizo, al fin, con el auriga muerto y
siguió atacando a los teucros que defendían a Héctor. Pero había
llegado su hora. Apolo, en la confusión del combate, le golpeó por la
espalda y le quitó el refulgente yelmo de Aquiles, que rodó sobre el
polvoriento suelo por primera vez desde que fuera forjado.
Tres veces, el divino Aquiles, gritó a orillas del foso y tres veces se turbaron los
teucros; y doce de los más valiosos guerreros murieron atropellados
por los carros y heridos por sus propias lanzas. Los aqueos,
aprovechando la confusión causada por las tremendas voces de
Aquiles, consiguieron poner a Patroclo fuera del alcance de los
enemigos y se encaminaron hacia el campamento.
La furia de Aquiles
Tetis, la de la casta de Zeus, divina entre los dioses, cogió la mano de Aquiles y
le habló de este modo: "Hijo mío, a pesar de nuestra aflicción, dejemos yacer a
Patroclo, ya que sucumbió por designio de los dioses, y tú recibe esta ilustre
armadura, tan bella como jamás varón alguno haya llevado sobre sus hombros".
Aquiles sintió como renacía su cólera, ante la vista de la armadura, a la vez que
se gozaba del espléndido presente de Hefesto. Expresó a su madre su
preocupación por la descomposición del cuerpo del amigo, invadido por un
enjambre de moscas.
Tetis vertió unas gotas de ambrosía, el nectar de los dioses, para que el cuerpo
se conservara fresco. Después pidió a su hijo que se armara para el combate
contra los troyanos. Aquiles vistió la brillante armadura, cogió la grande lanza,
que solo él podía manejar, y se dirigió hacia donde estaban los demás héroes
aqueos, en la orilla del mar junto al recinto de las naves, y les convocó dando
pavorosos alaridos.
Se entregaron los presentes, entre los que figuraban siete doncellas expertas
en intachables labores, doce caballos, diez talentos de oro (unos trescientos
kilos) y la joven Briseida. Después Agamenón hizo el juramento: "Sean testigos
Zeus, la Tierra y el Sol y las Furias (Iras o Eriníes) que bajo tierra castigan a los
muertos que fueron perjuros que jamás he puesto mano sobre Briseida". A
continuación degolló el jabalí con el despiadado bronce y dijo: "Zeus padre,
¡Cómo llegas a confundir a los hombres!. Jamás, Aquiles, habría sido capaz de
arrebatarme a Briseida contra mi voluntad. Pero, sin duda, querías la muerte de
muchos aqueos. Ahora - dijo, dirigiéndose a los hombres - id a comer y luego
trabaremos feroz lucha contra los teucros".
Cubrió la cabeza con el fornido yelmo que brillaba como un astro y sobre él
ondeaban las áureas y espesas crines de caballo que Hefesto colocara en la
cimera. Sacó de su estuche la poderosa lanza que solo él podía manejar y
alzándola y rugiendo como un león la agitó amenazante en el aire sobre su
cabeza. En tanto, los aurigas se aprestaban a uncir los caballos a los carros,
sujetándolos con hermosas correas de cuero brillante; empujaron los frenos
entre las mandíbulas y tendieron las riendas hacia atrás, atándolas a la fuerte
caja de los carros.
Zeus ordenó a Temis que convocara una asamblea de los dioses. Todos
acudieron y se acomodaron expectantes en rededor del dios. Zeus les indicó
que la intervención de Aquiles podía suponer el fin de los troyanos: "Pues si
Aquiles, el de los pies ligeros, combatiese solo contra los teucros, estos no
resistirían ni un instante su acometida". Después les pidió que se dividieran en
dos bandos y que intervinieran en el combate para equilibrar las
fuerzas.
Mas así que los olimpios penetraron entre los guerreros, levantóse la
terrible discordia que enardece a los varones y les hace venir a las
manos, estableciendo la feroz contienda.
Paris
Zeus, desde lo alto del Monte Ida, observatorio de los dioses durante la llega a
batalla (el Monte Ida se encuentra a unos 70 kilómetros de Troya), Troya
tronó horriblemente, y Poseidón sacudió desde las profundidades la con
inmensa tierra. Asustóse Aidoneo (Plutón), rey de los infiernos, y saltó Helena,
de su trono temiendo que la tierra se abriese y se hicieran visibles las versión
horrendas y tenebrosas mansiones de los muertos, visión que hasta las del cine
deidades aborrecían.
Ares alentaba a Héctor y Apolo a Eneas a enfrentarse con Aquiles, para frustrar
el deseo de éste de enfrentarse a Héctor, pero Eneas le dijo al dios: "...Ningún
hombre puede combatir con Aquiles, pues a su lado siempre acude alguna
deidad que le libra de la muerte. Si un dios me apoyara para igualar las
condiciones del combate, Aquiles no me vencería". Apolo insistió: "¡Héroe!
Ruega tu también a los dioses auxilio, pues dicen que naciste de Afrodita, hija
de Zeus, y el pelida es hijo de una diosa inferior, pues la primera desciende de
Zeus y Tetis fue hija del anciano del mar.
Cuando la niebla se retiró de los ojos de Aquiles, éste comprendió que algún
dios había favorecido a Eneas, haciéndole desaparecer.
Aquiles, saltando entre las filas, arengó a los aqueos incitándoles al combate
cuerpo a cuerpo. Héctor, desde su posición, hacía lo mismo con los teucros y
buscaba el encuentro con Aquiles. Pero Apolo logró disuadirle de un
enfrentamiento directo. Mientras, muchos valerosos teucros caían bajo el
ímpetu de Aquiles que se batía en feroz combate contra todos los que se ponían
a su alcance. Una de sus numerosas víctimas, Polidoro, hermano de Héctor, fue
atravesado de parte a parte por la lanza del pelida y, encorvado, con las
entrañas en la mano, fue visto por Héctor que, furioso, fue al encuentro de
Aquiles arrojándole su lanza. Atenea, con un leve soplo, desvió la trayectoria e
hizo que el arma retornara a los pies de Héctor.
Aquiles arremetió contra él dando horribles gritos, pero Apolo cubrió a Héctor
con una densa niebla, ocultándole, como hiciera Poseidón con Eneas, de la vista
de Aquiles que, rabioso, exclamó, tratando de acertar a ciegas con la
carne de Héctor que se le ocultaba: "De nuevo te has librado de la
muerte. Yo acabaré contigo, más tarde, si algún dios me ayuda, como
contigo han hecho" y siguió esparciendo, con saña, la muerte por todos
lados. El ímpetu de Aquiles se extendía a todos sus guerreros y lograron
que los teucros buscaran refugio en la amurallada Ilión, donde Príamo
veía aproximarse el desastre.
Aquiles El hado funesto solo detuvo a Héctor para que permaneciera fuera de
da los muros de Ilión, junto a las puertas esceas. Apolo, harto de la carrera
muerte de distracción de Aquiles y los suyos, se encaró con él y le reveló el
a engaño.
Héctor
(Cuadro
de
Rubens
)
Aquiles, enfurecido con el dios, exclamó: "¡Oh flechador, el más funesto de los
dioses!. Me engañaste, alejándome de la muralla, cuando todavía habrían
mordido la tierra muchos teucros, antes de llegar a Ilión. Me has privado de
alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado con facilidad a los teucros, ya
que no temes mi venganza. Y, ciertamente, me vengaría de ti si mis fuerzas lo
permitieran". Dicho esto, sin esperar contestación del dios, regresó corriendo a
las murallas de la ciudad; como el corcel vencedor en la carrera de carros,
trotaba el veloz Aquiles, tan ligeramente movía los pies y rodillas.
Príamo fue el primero, desde su torre, en verle venir por la llanura, tan
resplandeciente como el astro que en otoño se distingue entre otras muchas
estrellas, por sus vivos rayos, durante la noche oscura y recibe el nombre del
perro de Orión (Cannis Minor), el cual, con ser brillantísimo, constituye una
señal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual
manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras corría.
Príamo, viendo que su hijo amado permanecía inmóvil junto a las puertas, le
pidió a gritos que no continuara, allí, solo y le urgió a que entrara en la ciudad.
Príamo ya echaba en falta, entre los muros de la ciudad a sus otros dos hijos,
Polidoro y Licaón, que habían sido muertos por Aquiles, y le dijo a Héctor: "Ven
adentro del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y las troyanas; no
quieras proporcionar inmensa gloria al pelida y perder tú mismo la existencia.
¡Compadécete de mí! De este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón,
después de contemplar tantas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas mis
hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo en el terrible
combate y las nueras arrastradas por las fuertes manos de los Aqueos...".
Príamo y Hécuba siguieron con sus ruegos a Héctor para que entrara en la
ciudad, pero Héctor se consideraba responsable del desastre sobrevenido sobre
su ejército por haberse empeñado en mantenerlo fuera del recinto de la ciudad,
plantando cara a los aqueos en campo abierto.
Por unos instantes, pensó en dejar las armas contra las murallas y tratar de
negociar con Aquiles una rendición honrosa de Ilión, devolviendo a Helena y los
tesoros que Alejandro (Paris) trajera con ella a Troya. Además, le propondría
entregar la mitad de los tesoros de la ciudad contenía, pero se dijo: "No, no iré a
suplicarle; que sin tenerme consideración ni respeto, me matará
inerme, como a una mujer, tan pronto como deje las armas. Imposible
es conversar con él desde lo alto de una encina o de una roca, como un
mancebo con una doncella: sí, como un mancebo y una doncella suelen
conversar. Mejor será comenzar el combate, para que veamos a quién
concede Zeus la victoria. Cuando vio que Aquiles se le acercaba, cual
si de Ares se tratara, con su armadura y su escudo brillando como el
resplandor del fuego del sol naciente, se echó a temblar y huyó
espantado.
Cerca hay unos lavaderos de piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y
las bellas hijas de los troyanos solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo
de paz. Por allí pasaron los dos contendientes, en veloz carrera, y así llegaron a
dar tres vueltas a la ciudad de Príamo.
Los dioses les contemplaban y Zeus dijo: "Mi corazón se compadece del caro
Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado, en mi obsequio, en las cumbres
del Monte Ida. ¡Deliberad, oh, dioses!, y decidid si le salvaremos de la muerte
horrísona o dejaremos que muera a manos de Aquiles".
Cuando, en la cuarta vuelta, pasaban por los manantiales, Zeus tomó la balanza
de oro y puso en cada lado la suerte de cada uno de ellos. La balanza se inclinó
bajo el peso del día fatal de Héctor y penetró hasta el Orco. Al instante, Apolo
desamparó al troyano y Atenea se acercó a Aquiles: "Párate y respira;
persuadiré a Héctor para que luche contigo frente a frente"- le dijo - y fue en
busca de Héctor tomando la forma de Deifobo, hermano de Héctor.
Llegó hasta él y le pidió que rechazara el ataque del pelida: "¡Mi buen hermano!
Nuestro padre, nuestra venerable madre y los amigos me abrazaban las rodillas
y me suplicaban que me quedara con ellos; de tal modo tiemblan todos, pero mi
ánimo se sentía atormentado por grave pesar y vengo en tu auxilio. Ahora
peleemos con brío sin dar reposo a la pica, para ver si Aquiles nos mata y se
lleva nuestros sangrientos despojos a sus cóncavas naves o sucumbe vencido
por tu lanza". Dicho esto, Atenea se puso a caminar obligando a Héctor a
acompasar su paso.
Cuando llegaron frente a Aquiles, Héctor le dirigió estas palabras: "No huiré más
de ti, como hasta ahora. Mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me
des muerte. Si Zeus me concede la victoria y te arranco la vida, cuando te haya
despojado de tus armas entregaré el cadáver a los aqueos. Obra tu conmigo de
igual manera y entrega mi cuerpo a mi familia.
Diciendo esto, blandió y arrojó con furia la fornida lanza. Héctor reaccionó con
agilidad y evitó el golpe. La lanza se clavó en el suelo. Atenea la recogió y la
devolvió a Aquiles sin que Héctor lo advirtiese. "¡Erraste el tiro, deiforme
Aquiles!... Ahora, ¡guárdate de mi broncinea lanza!. ¡Ojalá toda ella se
escondiera en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos si tu
murieses, porque eres su mayor azote".
Así habló Héctor y lanzó la lanza que rebotó en el escudo de Aquiles. Cuando se
volvió hacía Deifobo, para pedir otra pica, vio que éste había desaparecido y
comprendió el engaño de los dioses: "¡Oh, ya los dioses me llaman a la muerte! -
exclamó - cercana la tengo y no puedo evitarla. Así les habrá placido a Zeus y
Apolo que antes me salvaban de los peligros. ¡Cumpliose mi destino!. Pero no
quisiera morir cobardemente, sin gloria, sino realizando algo grande que llegara
a conocimiento de los tiempos venideros".
Héctor cayó sobre el polvo, y Aquiles, jactándose del triunfo, le dijo: "...A tí los
perros y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo le haremos
honras fúnebres". Héctor, con tenue voz, respondió: "No permitas que los perros
me despedacen y devoren junto a las naves aqueas. Acepta el bronce y el oro
que, en abundancia, te darán mis padres, y entrega el cadáver a los míos para
que lo lleven a mi casa y los troyanos lo pongan en la pira".
Aquiles, mirándole con torva faz, replicó: "No me supliques ¡¡perro!!. Ojalá el
furor y el coraje me incitaran a despedazarte, cortar tus carnes y comérmelas
crudas. Nadie podrá apartar tu cuerpo de los perros y las aves de rapiña;
aunque me quieran pagar tu peso en oro, así no podrá tu madre ponerte en un
lecho para llevarte".
Diciendo esto, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los miembros y
descendió al Orco. Aquiles dijo: ¡¡Muere!! Yo acogeré gustoso mi parca y perderé
la vida cuando los dioses inmortales dispongan que se cumpla mi destino".
Arrancó la lanza del cuello del muerto y le despojó de la ensangrentada
armadura. Acudieron, entonces, los demás aqueos y con sus picas hendían el
hermoso cuerpo inerme, mientras decían: "¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho
más blando de tocar que cuando prendió nuestras naves con el voraz fuego".
Aquiles llegó al lecho de Patroclo, junto a las naves, y, colocando sus homicidas
manos sobre el pecho del amigo muerto, exclamó: "¡Alégrate, oh Patroclo,
aunque estés en el Orco! Voy a cumplir cuanto te prometiera. He traído
arrastrando el cuerpo de Héctor, que entregaré a los perros para que lo
despedacen cruelmente; y degollaré, ante tu pira, doce hijos de troyanos
ilustres por la cólera que me causó tu muerte".
Arrojó sobre la pira: cuatro corceles, dos de los nueve perros del rey y los
cuerpos de los doce hijos de troyanos ilustres degollados a los que había dado
muerte con su lanza. Y, a continuación, entregó la pira a la indomable violencia
del fuego, diciendo: "¡Alégrate, oh Patroclo! Yo he cumplido cuanto te prometí,
pero a Héctor no lo entregaré a la hoguera sino a los perros, para que lo
destrocen.
Afrodita, hija de Zeus, mantenía el cuerpo del troyano apartado de las vista de
los aqueos y procedió a ungirlo con un divino aceite rosado para que Aquiles no
lo lacerase al arrastrarlo. Mientras, Apolo cubrió el cielo con una nube, para
evitar que el sol secara los miembros y nervios del héroe caído. Así le cuidaban
los dioses, compadecidos de la fatal suerte de su antiguo protegido.
Como la pira ardía levemente, Aquiles imploró a los vientos que soplaran con
fuerza. Estos, que estaban celebrando un banquete en la morada del impetuoso
Céfiro, se levantaron con inmenso brío, esparcieron las nubes, hicieron crecer
las olas y, pasando por encima del mar, llegaron a Troya y cayeron sobre la pira,
haciendo que el fuego abrasador bramara con furia. Al amanecer, los vientos
regresaron a sus moradas y los hombres sofocaron con negro vino las ya
agotadas llamas. Procedieron a recoger los huesos de Patroclo, los encerraron
en una urna de oro, la sellaron con doble capa de grasa, la cubrieron con un
sutil velo y la colocaron sobre un túmulo.
Zeus intervino, al fin, y consideró que lo mejor sería que la madre de Aquiles,
Tetis, convenciera a su hijo de que debía restituir el cadáver a Príamo, pues
Héctor siempre le había ofrecido sacrificios y era su favorito en Ilión. Tetis fue
llamada a presencia del dios, se sentó junto a él y escuchó sus palabras: "¡Oh
diosa Tetis! Aquí se está proponiendo el rapto del cadáver de Héctor, pero yo
prefiero dar a Aquiles la gloria de devolverlo y conservar, así, tu respeto y
amistad. Amonéstale y háblale de la irritación que nos está produciendo su
actitud. Por mi parte, enviaré a la diosa Iris al magnánimo Príamo, para que
vaya a las naves de los aqueos y redima a su hijo, llevando dones a Aquiles para
que aplacar su enojo".
Iris, entre tanto, habló con Príamo sobre el deseo de los dioses y éste lo
comunicó a Hecuba que trató de convencerle de que no acudiera al
encuentro de Aquiles, pues arriesgaba la vida: "Lloremos en palacio a
Héctor, a distancia del cadáver; ya que cuando yo le parí, el hado
poderoso hiló de esta suerte el estambre de su vida: que habría de
saciar con su carne a los veloces perros, lejos de sus padres y junto al
hombre violento cuyo hígado ojalá pudiera yo comer hincando en él los
dientes". Príamo le respondió: "Yo mismo he oído a la diosa, la he visto
ante mí y creo en sus palabras. Y si mi destino es morir, lo acepto: que me mate
Aquiles tan luego como abrace a mi hijo y satisfaga el deseo de llorar sobre él".
Hermes se calzó sus bellas sandalias aladas que le llevan por el mar y la tierra
con la rapidez del viento, y tomando la vara con la que adormece a
quien quiere y despierta a los que duermen, descendió del Olimpo y
llegó junto al carro tomando la forma de un joven príncipe en la flor de
la juventud. Su presencia, alarmó a Príamo y a su cochero, pues
temieron que se tratara de alguien que pretendiera darles muerte.
Hermes les tranquilizó, haciéndose pasar por uno de los hombres de
Aquiles que venía a protegerles por el camino al campamento aqueo.
Príamo le preguntó por el estado en el que se encontraba el cuerpo de
su hijo y el mensajero respondió: "Doce días lleva muerto, y ni el
cuerpo se pudre, ni lo comen los gusanos. Si a él te acercas, te
admirarás de ver cuan fresco está. De tal modo los dioses cuidan de tu
hijo, pues les era muy querido".
Mapa
con
ciudade
s
griegas
y la
ubicaci
ón de
Troya.
Lavado y ungido el cadáver, se le cubrió con uno de los ricos mantos hallados
entre los obsequios del rescate, y el mismo Aquiles lo depositó sobre un lecho
preparado el carro de Príamo. El héroe gimió y se dirigió al túmulo de Patroclo:
"¡Oh Patroclo! No te ensañes conmigo si en el Orco té enteras de que he
devuelto el cuerpo de Héctor a su padre; este ha sido el deseo de los dioses y
han entregado un rescate digno que consagraré en tu recuerdo, en la parte que
te es debida.". Al llegar la noche, volvió a la tienda e invitó a cenar a Príamo
que, temeroso de la amenaza de Aquiles, había permanecido allí.
"¡Esposo mío! Saliste de la vida en plena juventud, y me dejas viuda. ¿Qué será
de nosotros?. Tu hijo, es todavía infante y no creo que llegue a la juventud;
antes será la ciudad destruida desde su cumbre. Pronto nos llevarán en las
naves aqueas y nos ocuparan en viles oficios, propios de cautivos. Algún aqueo,
en venganza por los suyos que tu mataste en combate, arrojará a tu hijo desde
lo alto de alguna torre, ¡muerte horrenda!. ¡Oh Héctor! Ni siquiera pudiste, antes
de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables
advertencias, que habría recordado, de noche y de día, con lágrimas en los
ojos". Esto fue lo que dijo llorando, y las mujeres gimieron.
Después, Hécuba se dirigió al lecho y habló al hijo muerto: "¡Héctor, el hijo más
amado de mi corazón! No puede dudarse de que en vida fueras querido por los
dioses pues ahora yaces en palacio tan fresco como si acabases de morir, a
pesar del cruel trato que recibió tu cuerpo de manos del maligno Aquiles tras
darte horrible muerte, no contento con haber vendido, al otro lado del mar
estéril, muchos de mis otros hijos que, antes, logró capturar.
Por espacio de nueve días, los teucros acarrearon leña, desde el Monte Ida
hasta Ilión, y cuando, por décima vez, apuntó la aurora que, cada día, trae la luz
a los mortales, sacaron el cadáver del audaz Héctor, lo colocaron sobre la pira,
prendieron fuego y el cuerpo fue abrasado por las voraces llamas. Más tarde,
con lágrimas corriéndoles por las mejillas, los hermanos y amigos sofocaron los
rescoldos con negro vino. Recogieron los blancos huesos calcinados y los
colocaron en una urna de oro que envolvieron con un leve velo de púrpura;
depositaron la urna en un hoyo que cubrieron con grandes piedras y, sobre él,
erigieron el túmulo. Después volvieron al palacio de Príamo y celebraron el
espléndido banquete fúnebre. Así concluyeron las honras fúnebres de Héctor,
domador de caballos.
Aquiles fue llorado durante dieciséis días por las nereidas y por las nueve
musas, mientras entonaban cantos fúnebres. El día decimoctavo, quemaron el
cuerpo en la pira y sus cenizas fueron mezcladas con las de Patroclo y
enterradas en el cabo Sigeo, que domina el Helesponto. En el cercano poblado
de Aquileón construyeron un templo, en donde se erigió una estatua que le
representaba llevando un pendiente de mujer.
Aquiles – El hijo del militar Peleo y la ninfa del mar Thetis. Es el guerrero más poderoso de La
Ilíada. Orgulloso y testarudo, se ofende fácilmente y reacciona con una indignación
abrumadora cuando percibe que su honor ha sido menospreciado.
La ira de Aquiles en Agamenón por tomar su premio de guerra, la doncella Briseis, forma el
tema principal de La Ilíada.
Agamenón – Rey de Micenas y líder del ejército aqueo. Arrogante y egoísta, Agamenón
proporciona a los aqueos un liderazgo fuerte pero a veces temerario y egoísta.
Patroclus – querido amigo, compañero y consejero de Aquiles, Patroclus creció junto al gran
guerrero en Phthia, bajo la tutela de Peleo.
Dedicado tanto a la causa de Aquiles como a la causa aquea, Patroclo se encuentra junto al
enfurecido Aquiles, pero también se pone la aterradora armadura de Aquiles en un intento de
detener a los troyanos.
Odiseo – un excelente guerrero y el más hábil de los comandantes aqueos. Junto con Nestor,
Odiseo es uno de los dos mejores oradores públicos de los aqueos. Él ayuda a mediar entre
Agamenón y Aquiles durante su pelea y, a menudo, les impide tomar decisiones imprudentes.
Diomedes (también llamado «Tydides») – el más joven de los comandantes aqueos,
Diomedes es audaz y algunas veces demuestra su impetuosidad. Después de que Aquiles se
retira del combate, Athena inspira a Diomedes con tanto coraje que en realidad hiere a dos
dioses, Afrodita y Ares.
Gran Ajax – Un comandante aqueo, Gran Ajax (a veces llamado «Ajax Telamonio» o
simplemente «Ajax») es el segundo guerrero aqueo más poderoso después de Aquiles. Su
tamaño y fuerza extraordinarios lo ayudan a herir a Héctor dos veces al golpearlo con
piedras. A menudo lucha junto con Little Ajax, y la pareja se conoce con frecuencia como el
«Aeantes».
Little Ajax – Un comandante aqueo, Little Ajax es el hijo de Oileus (para ser distinguido del
Gran Ajax, el hijo de Telamon). A menudo lucha junto al Gran Ajax, cuya estatura y fuerza
complementan el pequeño tamaño del Pequeño Ajax y su velocidad veloz.
Néstor : Rey de Pilos y el comandante aqueo más antiguo. Aunque la edad ha tomado gran
parte de la fuerza física de Nestor, le ha dejado con gran sabiduría. A menudo actúa como
asesor de los comandantes militares, especialmente Agamenón.
Menelao – Rey de Esparta; el hermano menor de Agamenón.
Idomeneo – Rey de la ciudad Creta y un comandante respetado. Idomeneo dirige una
acusación contra los troyanos.
Machaon – Un sanador. Machaon es herido por París.
Calchas – un adivino importante. La identificación de Calchas de la causa de la plaga que
devastó al ejército aqueo conduce inadvertidamente a la brecha entre Agamenón y Aquiles.
Peleo – el padre de Aquiles y el nieto de Zeus. Aunque su nombre aparece a menudo en la
épica, Peleus nunca aparece en persona. Priam invoca con energía el recuerdo de Peleo
cuando convence a Aquiles para que devuelva el cadáver de Héctor a los troyanos.
Phoenix – un amable y viejo guerrero, Phoenix ayudó a criar a Aquiles mientras él todavía era
un hombre joven. Aquiles ama profundamente y confía en Phoenix, y Phoenix media entre él y
Agamenón durante su pelea.
Los mirmidones : los soldados bajo el mando de Aquiles, oriundos de la tierra de Aquiles,
Phthia.
Los troyanos:
Se caracterizan por se originarios de Troya entre ellos se encuentran: Héctor, Príamo, Hecuba,
entre otros.
Héctor – Un hijo del rey Príamo y la reina Hécuba, Héctor es el guerrero más poderoso del
ejército troyano. Él refleja a Aquiles en algunos de sus defectos, pero su sed de sangre no es
tan grande como la de Aquiles. Él está dedicado a su esposa, Andrómaca, y su hijo, Astyanax,
pero resiente a su hermano París por llevar la guerra a su familia y ciudad.Lea un análisis en
profundidad de Héctor .
Príamo – rey de Troya y esposo de Hécuba, Príamo es el padre de cincuenta guerreros
troyanos, entre ellos Héctor y París. Aunque es demasiado viejo para luchar, se ha ganado el
respeto tanto de los troyanos como de los aqueos en virtud de su regla equilibrada, sabia y
benevolente.
Hecuba – reina de Troya, esposa de Príamo y madre de Héctor y París.
París – Un hijo de Priam y Hécuba y hermano de Héctor. El secuestro de la bella Helena,
esposa de Menelao, provocó la Guerra de Troya. París es egocéntrico y, a menudo, poco
viril. Lucha eficazmente con arco y flecha (nunca con la espada o la lanza más masculina) pero
a menudo le falta el espíritu para la batalla y prefiere sentarse en su habitación haciendo el
amor con Helen mientras otros luchan por él, ganando así el desprecio de Hector y Helen.
Helena – Reputada como la mujer más hermosa del mundo antiguo, Helen fue robada a su
marido, Menelao, y llevada a Troy por París. Ella se aborrece a sí misma ahora por la miseria
que ha causado a tantos hombres troyanos y aqueos. Aunque su desprecio se extiende
también a París, ella sigue estando con él.
Eneas – Un noble troyano, el hijo de Afrodita y un poderoso guerrero.Los romanos creían que
Eneas luego fundó su ciudad (él es el protagonista de la obra maestra de Virgilio, la Eneida ).
Andrómaca – la amada esposa de Héctor, Andrómaca le ruega a Héctor que se retire de la
guerra y se salve antes de que los aqueos lo maten.
Astyanax – El hijo pequeño de Héctor y Andrómaca.
Polydamas – un joven comandante troyano, Polydamas a veces figura como una lámina para
Héctor, demostrando ser sensato y prudente. Polydamas da buenos consejos a los troyanos,
pero Héctor rara vez lo hace.
Glaucus – un poderoso guerrero troyano, Glaucus casi pelea un duelo con Diomedes. El
intercambio de armadura de los hombres después de darse cuenta de que sus familias son
amigas ilustra el valor que los antiguos atribuían al parentesco y la camaradería.
Agenor – un guerrero troyano que intenta luchar contra Aquiles. Agenor demora a Aquiles el
tiempo suficiente para que el ejército troyano huya dentro de las murallas de Troy.
Pandarus – un arquero troyano. El disparo de Pandarus a Menelao rompe la tregua temporal
entre los dos lados.
Antenor – un noble troyano, asesor del rey Príamo y padre de muchos guerreros
troyanos. Antenor argumenta que Helen debería ser devuelta a Menelao para terminar la
guerra, pero París se niega a renunciar a ella.
Sarpedon – uno de los hijos de Zeus. El destino de Sarpedon parece entrelazarse con las
sutilezas de los dioses, llamando la atención sobre la naturaleza poco clara de la relación de
los dioses con el Destino.
Criseida – La hija de Crisa, un sacerdote de Apolo en un pueblo aliado de Troya.
Briseis – Un premio de guerra de Aquiles. Cuando Agamenón se ve obligado a devolver a
Criseida a su padre, se apropia de Briseida como compensación, lo que provoca la gran furia
de Aquiles.
Hera – Reina de los dioses y esposa de Zeus, Hera es una mujer intrigante y testaruda. A
menudo va detrás de la espalda de Zeus en asuntos en los que no están de acuerdo,
trabajando con Atenea para aplastar a los troyanos, a quienes odia apasionadamente.
Atenea – la diosa de la sabiduría, la batalla resuelta y las artes femeninas; La hija de Zeus. Al
igual que Hera, Athena odia apasionadamente a los troyanos y a menudo les da a los Aqueos
una valiosa ayuda.
Thetis – una ninfa marina y la devota madre de Aquiles, Thetis consigue que Zeus ayude a los
troyanos y castigue a los aqueos a petición de su hijo enojado. Cuando finalmente Aquiles se
une a la batalla, ella le encarga a Hefesto que le diseñe una nueva armadura.
Apolo – Un hijo de Zeus y hermano gemelo de la diosa Artemisa, Apolo es dios del sol y de las
artes, particularmente la música. Él apoya a los troyanos y a menudo interviene en la guerra
en su nombre.
Afrodita – diosa del amor e hija de Zeus, Afrodita está casada con Hefesto, pero mantiene una
relación romántica con Ares. Ella apoya a París y los troyanos durante toda la guerra, aunque
se muestra algo ineficaz en la batalla.
Poseidón – El hermano de Zeus y dios del mar. Poseidon tiene un resentimiento de larga data
contra los troyanos porque nunca le pagaron por ayudarlos a construir su ciudad. Por lo tanto,
apoya a los aqueos en la guerra.
Personajes de La Ilíada
Por lo visto en el resumen, ya puedes observar quiénes son los personajes de La Ilíada, al menos,
sus protagonistas y los secundarios principales. No obstante, vamos a verlos uno a uno en orden
de importancia:
Aquiles: es el protagonista de la historia. Hijo de Peleo y Tetis, es nombrado Pelida por su origen, o
bien el de los pies veloces. Es muy fuerte, nunca ha sido derrotado, es colérico y supuestamente
inmortal por haber sido bañado en el río Éstige, aunque faltó por mojar un talón, que será su único
punto débil. Su único fin es la fama.
Héctor: héroe troyano e hijo del rey Príamo. Es el mejor guerrero de su ciudad, y se representa
como un hombre fiel a su ciudad y las gentes a quien defiende.
Helena: la mujer de Menelao, de excelsa belleza, tanto, que incluso la diosa Afrodita sentía celos
de ella, lo que hace que enamore perdidamente a Paris por acto de la deidad.
Menelao: marido de Helena, rey de Esparta, hermano de Agamenón y esposo agraviado que busca
reponer su amor y diginidad recuperando a su mujer.
Agamenón: rey de Micenas y jefe de los griegos. Es egoísta y con un ego desmedido que le
enfrenta una y otra vez a Aquiles, su mejor guerrero. Es un hombre ambicioso y codicioso.
Odiseo: será el protagonista de La Odisea, donde se narra su vuelta a Grecia acabada la guerra.
También conocido como Ulises, es un hombre sabio, gran negociador y buen guerrero. Aunque no
se observa en La Ilíada, de él parte la idea del Caballo de Troya que acaba con la guerra y con su
ejército venciendo a Ilión.
Patroclo: amigo íntimo de Aquiles, casi un hermano pequeño, por tanto, su protegido. Decide
vestirse con las armas de Aquiles, de ahí que sea confundido con Héctor, quien le da muerte y
desata la ira del héroe griego.
Príamo: rey de Troya, hombre sabio y padre de Paris y Héctor, defiende a su pueblo frente a
cualquier circunstancia.
Argumento de la Ilíada
Como ya hemos dicho anteriormente, la Ilíada narra la
cólera de Aquiles y es precisamente así como da comienzo
el relato, con el tremendo enfado del protagonistas porque el
rey de los aqueos, Agamenón ha decidido quedarse la
esclava favorita de Aquiles, Briseida. A modo de venganza,
Aquiles decide retirar sus ejércitos y el bando aqueo se ve
diezmado por los troyanos.
En este momento, Patrocolo, primo y amigo íntimo de
Aquiles decide ponerse las armaduras de Aquiles y enfrentar
la batalla, con tan mala suerte que lucha directamente contra
Héctor, hijo del rey troyano Príamo y príncipe de Troya,
y acaba muriendo derrotado por Héctor.
Cuando Aquiles se entera de tal desventura, decide
vengarse y luchar contra los troyanos hasta dar caza a
Héctor, el asesino de su primo querido. Previamente, los
troyanos no habían querido devolver el cadáver de Patrocolo
a Aquiles para que pudiese enterrarlo en paz, entonces,
cuando Aquiles mata a Héctor, ata el cadáver de este a su
carro y lo arrastra por toda la playa de Troya, con el único fin
de humillarlo.
Desolado por la desolación y la pérdida de su hijo amado, el
rey Príamo baja a la playa de Troya, al campamento de los
aqueos para suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadáver
de su hijo y así poder enterrarlo en paz. Ante tal acto paternal
y sentimental, el héroe Aquiles se ve conmovido y decide
darle al rey troyano lo que pide, ya que ambos están en la
misma situación, es decir, llorando la muerte de uno de sus
seres más queridos.
De esta forma se termina el relato de la Ilíada, con la
reconciliación ante la devastación de la muerte de dos de
los grandes personajes de la obra, el rey troyano Príamo,
quien defiende su ciudad y su gente cueste lo que cueste,
frente al todopoderoso Aquiles, quien tan solo buscar
encontrar la fama eterna y que su nombre se repita a los
cuatros vientos, de generación en generación, y así pueda
perdurar en la eternidad. ¿Quién le iba a decir a Aquiles que
tendría razón y al final lograría su objetivo?
Ideas fundamentales
Resumen
La crueldad de Agamenón y la furia de Aquiles
Retrospectiva: los griegos sitian la ciudad de Troya porque los troyanos raptaron a
la bella Helena, casada con Menelao, hermano de Agamenón. Paris, que antes
del rapto había visitado a Menelao, infringe de modo imperdonable las leyes de la
hospitalidad. Al principio, las partes tratan de resolver el conflicto con un duelo
entre los dos hombres que se disputan a Helena. Cuando Menelao gana el duelo,
interviene la diosa Afrodita, quien envuelve a Paris en una espesa niebla y lo
transporta directamente desde el lugar de la disputa a la habitación de Helena en la
fortaleza troyana. Afrodita se siente unida a Paris porque tiempo atrás, con su voto,
le ayudó a ganar un concurso de belleza contra Hera y Atenea. A cambio, la diosa
le prometió entregarle la mujer más bella del mundo: Helena. Luego de la
inexplicable desaparición de Paris del campo de batalla, Menelao es declarado
triunfador. Pero la paz firmada entre los hombres se opone al plan trazado por los
dioses: Zeus le pide a su hija Atenea que incite al troyano Pandaro a disparar una
flecha contra Menelao. El griego queda herido, los troyanos vuelven a aparecer
como culpables y la guerra continúa.
“Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles de Pléyade, cólera funesta que causó infinitos males
a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa
de perros y pasto de aves”.
Durante las primeras batallas, las tropas son nobles, pues ambas reciben el apoyo
de los dioses: del lado de los griegos está Atenea, del lado de los troyanos, Marte.
Al final de cada batalla, las partes acuerdan un alto al fuego para poder enterrar
con honor a los numerosos caídos. Zeus pide a los demás dioses que se mantengan
ajenos al caos bélico. Mientras no satisfagan a Aquiles por la ofensa sufrida, la
suerte seguirá estando del lado de los troyanos. El segundo día de lucha, Héctor
llega hasta la fosa del campamento griego y planea incendiar los barcos enemigos.
Ahora, Agamenón reconoce su error y envía a tres mensajeros cargados con
suntuosos obsequios para Aquiles, entre quienes se encuentra Odiseo, que
presiona a Aquiles para reintegrarse a la lucha. Pero, en un impetuoso discurso,
Aquiles rechaza el pedido y hasta amenaza con abandonar por completo el campo
de batalla.
“Cuando los ejércitos llegaron a juntarse, chocaron entre sí los escudos, las lanzas y el
valor de los hombres armados de broncíneas corazas, y al aproximarse los abollonados
escudos se produjo un gran alboroto”.
El grado de presión que sufren los griegos es tal que solo esperan salvarse por
medio de una argucia: Patroclo, el mejor amigo de Aquiles, se pondrá su
armadura y hará creer al enemigo que el gran héroe ha regresado a la lucha. Pero
Héctor arroja una piedra contra las puertas del campamento griego y tira abajo el
muro mientras los griegos huyen hacia los barcos. Cuando Zeus, que observa el
tumulto, se descuida por un momento, su hermano, Poseidón, aprovecha la
oportunidad y se apresura a ayudar a los griegos de la mano de Hera, esposa de
Zeus y la más acérrima enemiga de los troyanos entre los dioses. Luego de seducir a
Zeus, Hera se aleja mientras el dios duerme. Por un momento, parece que la suerte
de los griegos ha cambiado, pues bajo el mando de Poseidón logran atacar al
enemigo y herir a Héctor. Cuando Zeus despierta, les recuerda que él es el padre de
los dioses, reprende fuertemente a su esposa y obliga a su hermano Poseidón a
retirarse de la batalla. Los dioses se quejan de las órdenes de Zeus y Poseidón le
recuerda que la caída de Troya es inevitable, pero no se produce una rebelión
contra el padre de los dioses. Zeus permite que Apolo cure a Héctor, con lo que los
troyanos vuelven a atacar los barcos.
La muerte de Patroclo
“¡Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste todo lo que en el pecho mi corazón
me dicta! / Ninguno de vosotros, sea varón o hembra, se atreva a transgredir mi
mandato; antes bien, asentid todos, a fin de que cuanto antes lleve a cabo lo que
pretendo”.
El regreso de Aquiles
El duelo final
Finalmente llega el duelo entre los dos héroes, Aquiles y Héctor. El dios Apolo
ayuda al troyano evitando que el enemigo de Héctor pueda acercársele. Pero,
cuando Zeus sostiene la balanza del destino y ésta se inclina hacia Héctor, Apolo
debe retirarse. Ahora es Aquiles quien recibe la ayuda de Atenea. La diosa de la
sabiduría se acerca al héroe troyano disfrazada de Deifobo, hermano de Héctor, y
le ofrece luchar a su lado contra los griegos. Pero, en el momento decisivo, el falso
hermano desaparece. Héctor ha caído en la trampa de la diosa. Sabe que morirá,
pero también lo llena de orgullo la idea de morir como un héroe y de saber que su
muerte será recodada. Finalmente, el troyano muere atravesado por la lanza de
Aquiles.
“Destruyó los anglos, atravesó el mármol con la espada / secamente crujió el portal;
tampoco los fuertes cerrojos lograron detenerlo / y los maderos se rompieron aquí y
allí / bajo el poder de la piedra”.
Antes de morir, Héctor pide que entreguen el cuerpo a sus padres. Pero Aquiles le
responde que antes de hacerlo él mismo devorará su carne y aunque le dieran su
peso en oro jamás entregaría el cuerpo del caído. Efectivamente, embargado por la
sed de venganza, profana el cadáver de su enemigo: lo ata a uno de los carros de
batalla y lo hace marchar alrededor del sepulcro de su amigo muerto,
Patroclo. Príamo, padre de Héctor y rey de Troya, se retuerce de horror ante este
espectáculo. Los habitantes de Troya a duras penas logran evitar que salga de la
ciudad para rogarle al vencedor que le entregue el cadáver de su hijo.
Furia incontrolable
La desmesura de los actos de Aquiles enfurece a los dioses. Por orden de Zeus, Tetis
pide a su hijo cegado por la ira que deje de profanar el cadáver de Héctor y lo
entregue para darle un entierro digno. Bajo la protección del mensajero Hermes,
Príamo ingresa a la tienda del furioso Aquiles. Príamo le recuerda a su propio
padre, Peleo, por lo que la furia aparentemente infinita del héroe griego pronto se
convierte en compasión. Finalmente, el guerrero cede y es capaz de compadecerse y
perdonar. El rey troyano puede llevarse el cadáver de su hijo en un carro tirado por
burros. La primera en ver el carro fúnebre y dar aviso a los troyanos de la muerte
de su gran héroe y protector es Casandra, la vidente. La esposa de Héctor,
Andrómaca, entona varias veces un largo canto fúnebre, en el que anuncia la caída
de Troya. Héctor es honrado durante varios días por los troyanos. Mientras tanto,
los griegos lloran la muerte de Patroclo.
Estructura y estilo
Enfoques interpretativos
El florecimiento de Grecia
Origen
Influencia
Hera concibe un plan para engañar a Zeus y con ayuda del cinturón de Afrodita seduce a
Zeus y con la de Hipnos lo hace dormir. Después encarga a Poseidón que intervenga en favor
de los aqueos. Áyax Telamonio hiere de gravedad a Héctor, que es retirado del combate por
sus compañeros y llevado cerca a la ciudad. A pesar de la resistencia de Polidamante y su
hermano Acamante, los aqueos toman una breve iniciativa en la batalla.
Las fuerzas troyanas se refugian en la ciudad pero Héctor queda fuera, con ánimo de pelear
contra Aquiles. Una vez los dos guerreros están frente a frente, Héctor huye y da varias
vueltas alrededor de la ciudad. Pero luego aparece Atenea y se hace pasar por Deífobo
engañando así a Héctor. Este, al creer que será una batalla de dos contra uno, se enfrenta por
fin cara a cara a Aquiles, quien lo mata, ata su cadáver a su carro de combate y subido en él
vuelve a su campamento.
Se celebran los Juegos funerarios en honor de Patroclo con las siguientes pruebas: carrera de
carros, pugilato, lucha, carrera, combate, lanzamiento de peso, tiro con arco y lanzamiento de
jabalina.