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Tema 15: Política Interior de Carlos III: La expulsión de los jesuitas, las

reformas en la Administración y el ejército

Uno de los hechos más significativos en el reinado de Carlos III fue la “expulsión de los
Jesuitas” de España y dominios de la Corona, con varias causas como motivo, incluyendo los
prejuicios del propio monarca hacia la orden. La causa principal podría ser el engrandecimiento
en España a finales del XVI y en el XVII con la protección de los Austrias, pero el monarca
Borbón, veía en ellos una organización insidiosa y muy rica que había llegado a defender el
regicidio, mantenía un voto especial de obediencia al Papa y sus sospechas de su deslealtad a
la Corona, unido a los adversarios y enemigos que tenían los jesuitas entre un amplio sector
del clero secular y más en el regular debido a su época de monopolio del cargo de confesores
reales, y su control en los nombramientos y la política eclesiástica. Por todo esto el gobierno
uso como causa para iniciar su expulsión el «Motín de Esquilache», la revuelta popular
masiva de Madrid de 1766, motivada por las reformas y prohibiciones dictadas por el marqués
de Esquilache: subida de los precios de los alimentos, programa de renovación e imposición de
la ley urbana en Madrid dentro de un plan de seguridad (prohibición del chambergo y la capa
larga) y la proliferación de extranjeros en el gobierno. Los jesuitas fueron señalados como
instigadores principales y determinado por una Comisión especial, que concluyó con la
incompatibilidad de la doctrina, su organización y las actividades jesuitas con la seguridad de la
Corona. Así pues, el decreto del 27 de febrero de 1767, determinó su expulsión de todo
territorio bajo dominio español, sus doctrinas prohibidas y sus propiedades confiscadas y sus
rentas asignadas a hospitales y medidas sociales. Su expulsión favoreció el desarrollo de una
política de reforma universitaria, entreverada de centralismo e intervencionismo, iniciada el 14
de marzo de 1769, donde una Real Cédula establecía el cargo de Director de Universidad y
con la petición del gobierno a las universidades de nuevos planes académicos. En 1771 los
privilegios de los 6 Colegios Mayores existentes en España fueron anulados y el rey se reservó
el control de los nuevos becarios, disminuyendo así el papel de los “colegiales” en las
magistraturas.
Sin enemigo común que uniese a todos los sectores del gobierno en una misma causa,
comenzaron las divisiones internas, enfrentando a Aranda cabeza de la facción “aragonesa o
castiza”, formada por aristócratas y militares ilustrados con los “golillas” (altos funcionarios),
de origen hidalgo por norma y juristas, defensores absolutistas monárquicos y
administrativamente centralistas. Los desencuentros de Aranda con Campomanes (fiscal del
Consejo) así como con Grimaldi (secretario de Estado), hicieron que el rey dejara de sostenerlo
nombrándolo en 1773 embajador en París. Tras el desastre de la expedición de Argel en 1775,
dirigida por él, viéndose aislado políticamente. La reacción “golilla” fue proponer a Floridablanca
como Secretario de Estado (febrero de 1777), lo cual acepto Carlos III, marcando la derrota
política de los “aragoneses” y el inicio de las reformas administrativas de la mano de
Floridablanca. Estas reformas se hicieron a todos los niveles territoriales (estatal, provincial,
municipal) destinadas al reforzamiento del absolutismo incrementando su eficacia. El Consejo
de Castilla se especializó en asuntos internos y en un eje principal de acción de gobierno,
pudiendo desde él lanzar, juristas y reformadores, iniciativas sobre política agraria, orden social
e imposición de la ley, viendo algunos en el Consejo de Castilla un freno al poder real y al
absolutismo del Estado. Sus figuras claves eran los fiscales, consejeros sobre la legislación y
alguna vez, preparaban proyectos de ley. Tenían estatus de ministros y debido a la importante
carga que tenían, la estructura da la fiscalía fue racionalizada en 1771, nombrando un tercer
fiscal y dividiendo el trabajo en áreas geográficas.
Los Secretarios de Estado llamados habitualmente ministros, eran las figuras claves. El
monarca heredó cinco ministerios: Estado, Guerra, Justicia y Marina e Indias. La característica
del gobierno fue la concentración de poder en manos de unos pocos hombres en contacto
permanente con el rey o con Floridablanca, mano derecha del monarca.
Desde 1754 la secretaría de Marina e Indias se dividió en dos departamentos con un solo
ministro al frente (Julián de Arriaga), hasta 1776, cuando ambos fueron asignados a dos
ministros diferentes y en 1787 el ministerio de Indias se dividió en dos secretarias, pero el 25
de abril de 1790, un real decreto abolió el ministerio de Indias, y sus funciones integradas en el
ministerio español pertinente aumentando así el número de ministerios con autoridad en las
Indias, pretendiendo esta «reforma» centralizar más aún el poder. Los ministros de los 5
ministerios comenzaron a reunirse en la «Junta de Estado», siendo permanente por decreto a
partir del 8 de Julio de 1787. Bajo el servicio de los ministros había funcionarios afines
políticamente llamados “covachuelas” (subsecretarios).
Los agentes provinciales ministeriales eran los intendentes, introducidos en 1718 y
reinstaurados en 1749, responsables de la administración general y del progreso económico de
su provincia, así como el reclutamiento obligatorio o el abastecimiento de tropas. Se
consideraban un escalón superior de la escala burocrática. Su inspiración como división
administrativa era de origen francés y eran hombres de confianza de los gobernantes y brazos
ejecutores de la reforma ilustrada del XVIII. Más tarde, Carlos IIII ordenó a los intendentes a
imponer una recaudación más estricta de los ingresos reales. Este sistema perdió fuerza pues
no había espacio para la independencia municipal en un sistema centralista y los ingresos de
las ciudades pasan a ser supervisados desde 1760 por el Consejo de Castilla. Para acabar con
el control municipal de la nobleza provincial, la reforma por decreto de Campomanes (5-5-
1766), permitía al pueblo formar parte del gobierno municipal y acabar con los gobiernos
hereditarios de las clases nobles provinciales, incluyendo representantes populares elegidos
anualmente por todo el pueblo. Pero los nuevos hombres solo aspiraban a formar parte de la
oligarquia local. En la administración municipal, el Estado aumento el control mediante la
Contaduría General de Propio y Arbitrios, dependiente del Consejo de Castilla. El procurador
Sindico Personero fue el representante popular en los ayuntamientos, los intendentes
provinciales supervisaron las cuentas municipales y los diputados del Común, controlaban al
abastecimiento y los mercados públicos.
La poca confianza en el ejército español del monarca y la derrota en la Guerra de los Siete
Años, exigió una reorganización militar radical encargado a Alejandro O´Reilly, que realizó al
modelo prusiano, además de fundar la Academia Militar de Ávila.
El punto débil del ejército eran las provisiones, pues no contaban con un sistema eficaz de
abastecimiento y aprovisionamiento, lo que le hacía poco preparado para entrar en un conflicto.
En 1768 se aprobó una de las reformas más importantes con las «Ordenanzas de S.M. para
el Régimen, Disciplina, Subordinación y Servicio de sus Ejércitos» por las que: organizaba
el ejército en regimientos y establecía su régimen económico, para tratar sobre todo de eliminar
los abusos en el reclutamiento; fijaban los deberes y competencias de cada escalafón militar;
indicaba los honores militares debidos a las autoridades del Estado y del ejército; establecía los
trabajos de guarnición en tiempos de paz y los servicios en tiempos de campaña militar; y
organizaba la justicia militar. Una Real Orden de 1769 prohibió al ejército reclutar milicianos,
salvo que lo hubiera solicitado el miliciano.
Otro problema era el reclutamiento por la impopularidad de las “Quintas”  que consistía en el
reparto de un contingente concreto de futuros soldados entre los diferentes reinos y
poblaciones en función de los habitantes que éstas tuvieran, con lo que el gobierno reclutaba
voluntarios y extranjeros, muchas veces desertores de sus propios regimientos. Así en
noviembre de 1770 se introdujo la adjudicación anual de reclutas forzosas provinciales para
todo hombre soltero entre los 17 y 30 años, por sorteo para un servicio de 8 años, siendo un
fiasco, pues los afectados recurrían a influencias, sobornos, huir o casarse, siendo los sectores
más pobres los reclutados, formando una infantería poco preparada para la guerra. A ello se
une la resistencia en las provincias vascas, navarra y Cataluña, que aludían a sus tradicionales
fueros. También existían reclutamientos forzoso de vagos y mendigos. A partir de 1776 se
abandonó el sistema produciendo un gran déficit de tropas.
El cuerpo de oficiales estaba dividido por orígenes sociales y en época borbónica hubo un flujo
de militares extranjeros. Los aristócratas españoles gozaban del privilegio de acceso al cuerpo
de oficiales, considerándolos sus líderes naturales. La situación difícil de los oficiales menos
privilegiados se exacerbó debido a salarios militares muy por debajo de la inflación, lo que
motivo en el cuerpo de oficiales una división entre la minoría privilegiada (alta nobleza) y la
masa de oficiales de menor graduación, con poca posibilidad de mejora. El único atractivo del
ejército era el fuero militar, privilegio corporativo que permitía a oficiales y sus familias ser
juzgados en asuntos civiles y criminales por tribunales militares y la determinación de
impuestos, cuestiones mal vistas por los contribuyentes y la mayoría de los civiles.
Carlos III heredó una marina medio fuerte construida casi toda dentro del programa de rearme
de Ensenada. El programa de construcción naval continúo fuerte en el decenio de 1770 en
Ferrol y la Habana. España no era autosuficiente en pertrechos navales y tanto la marina como
su construcción se convirtieron en un negocio a gran escala que arruinaba a las arcas del
estado.
En 1770 se crea el cuerpo de ingenieros navales, el cual preparó para el mantenimiento una
ordenanza de pertrechos en 1772, con un inspector general de ordenanza y un subinspector en
cada astillero. La duda de si la marina debía ser administrada por oficiales navales o por
burócratas civiles, se resolvió a favor de los oficiales en 1776. La ordenanza de arsenales puso
el poder de planificación, personal y abastecimiento en manos de los oficiales, actuando a
través de unas juntas. En el transcurso del siglo XVIII, se constituyó un cuerpo profesional de
oficiales pero estos estaban mal instruidos en preparación naval, provocando por ello dolorosos
desastres para la marina española, lo cual a su vez era un costoso gasto para las arcas del
Estado y se tomo la de decisión de usarla solo si no era inevitable, anclando los barcos en
puerto para su mantenimiento, pues aunque sea era un activo disuasorio.

Bibliografía:

- Historia Moderna de España (1665-1808); CASTILLA SOTO, Josefina, SANTOLAYA


HEREDERO, Laura. (Madrid, Ramón Areces, 2011.)
- Historia de España vol. 5, Edad Moderna: crisis y recuperación, 1598-1808; LYNCH,
John (Barcelona, Critica, 2005)
- Historia de España en la Edad Moderna; FLORISTAN, Alfredo. (Barcelona, Ariel, 2011)
- Manual de Historia de España 3. Edad Moderna (1475-1808); MOLAS RIBALTA, Pere.
(Madrid, Espasa-Calpe, 1988)

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