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EL DOBLE

Quién sabe cuántas veces su madre le había dicho que no debía caminar por
el sendero de piedras, uno de los cuatro o cinco caminos que atravesaban ese
sector del bosque. El chico jamás olvidó la prohibición; al contrario, las secretas y
atemorizantes fantasías que fue tejiendo durante toda su niñez tenían ese camino
por escenario.
Quizás por eso, para probarse que su niñez ya había pasado, cierta mañana,
con once años recién cumplidos, se decidió a explorarlo.
El chico se llama Franco y por ahora camina por el famoso sendero, echando
rápidas miradas hacia los lados: follaje, altísimos pinos que bordean el camino,
matas de arbustos que monótonamente se repiten como si siempre estuviera en
el mismo lugar.
Ya anduvo una hora y está por volverse convencido de también en este caso
su madre exagera las prevenciones. Justo en ese momento divisa una casita
blanca. Por un instante duda, pero enseguida lo vence la curiosidad. Sigue.
Se aproxima a la casa. Exteriormente la edificación es igual a la suya, pero eso
es perfectamente comprensible ya que los escasos pobladores de la zona
parecen construir sus viviendas siguiendo el mismo modelo.
Camina por el patio tratando de no hacer ruido. Ahora sí, siente que ha
traicionado las recomendaciones de su madre. Por algo ella insistió tanto con que
no caminara por ese sendero. Pero más fuerte que el temor y la culpa resulta la
curiosidad. Se propone espiar rápidamente por una ventana sin ser visto por los
de adentro, si los hay, y enseguida emprender la vuelta a toda carrera.
Se queda agazapado bajo la ventana y, tras respirar hondo, comienza a
incorporarse lentamente. Sus ojos van trepando por la pared, se fijan en el marco
de la ventana y al fin ven to que hay dentro de la casa: es algo… siniestro,
Ya podemos ir adelantando la moraleja, sin temor a pecar de apresurados: no
hay que desobedecer a los padres cuando insisten tanto en una prohibición, por
estúpida y arbitraria que parezca. No hay que desobedecer a los padres. Este
chico, Franco, no debió desobedecer a los padres.
Azorado, el niño ve que dentro de la casa, sentados alrededor de una mesa,
hay un hombre igual a su padre, una mujer idéntica a su madre y un bebé,
perfecta réplica de su hermanito. Iguales son los muebles, los mapas que dibuja
la humedad en la pared, el enorme cenicero que está en el centro de la mesa, el
mantel de hule, las sillas con respaldo de mimbre trenzado. En ese momento,
mientras él repasa cada uno de esos increíbles detalles, el hombre está diciendo
(y tiene la misma voz de su padre):
-Adónde habrá ido Franco? Voy a ver...
El chico alcanza a esconderse detrás de un árbol y observa que el hombre igual a
su padre se asoma a la puerta y mira en derredor. Enseguida, cuando vuelve a la
casa, él aprovecha para huir,
“¿Qué demonios ocurre?", se pregunta mientras retoma el sendero de piedras
con toda la celeridad que le permiten sus temblequeantes piernas.
Corre como loco. Al fin llega a su casa extenuado. Cuando se calma un poco
Comienzan sus dudas: ¿qué significa todo eso?, ¿qué extraño fenómeno es ese
de la réplica de los suyos en el extremo del camino?, ¿cómo es que
esos dobles de su familia esperaban a un Franco que no podía ser sino su propia
réplica? Decide que lo mejor será preguntárselo a sus padres, los verdaderos.
Pero los padres lo reciben a puro reto. No hacen más que repetir que desde
hace dos horas lo esperaban preocupados. Que ya terminaron de comer, y la
comida está fría.
A Franco casi no le importan los retos porque considera mucho más grave el
Problema en que está metido. Claro que si hasta ahora
él vivió feliz desconociendo la existencia de esos dobles, no hay razón para que
no pueda seguir como antes. Sin embargo... sabe que no podrá vivir tranquilo
hasta averiguar que sucede realmente.
A la tarde vuelve a caminar por el sendero de piedras, hasta la otra casa.
Nuevamente el miedo, los pasos sigilosos, el corazón que palpita fuerte, las
sombras del camino.
Se esconde entre unos matorrales y espía los movimientos de esa familia. Está
tan concentrado que no oye los pasos de alguien que viene detrás. iDios! El doble
de su padre lo sorprende espiando:
-Qué hacés escondido ahí, Franco? Vamos para adentro-le ordena.
Aterrorizado, merienda con esos tres. Observa que la réplica incluye increíbles
detalles: un pocillo con un pedacito de esmalte saltado, algunas cosas de las que
él suele pegar debajo de la mesa, llamadas genéricamente, más allá de la forma
que se les dé, "mocos". ¿Qué seres siniestros pueden conseguir réplicas tan
perfectas? Está seguro de que en cualquier momento lo degollarán o le harán
algo peor. Piensa que su única posibilidad de salvación es que no aparezca el
doble suyo, ya que, es obvio, debe haber un chico igual a él en esa familia.
Precisamente en ese momento alza la vista y, en efecto, ve una foto en la
pared donde aparecen los cuatro, es decir, también está su doble. Y claro: una
foto igual hay en su casa. Tiene que huir de ahí antes de que aparezca su propio
doble y su "padre" descubra quién es él verdaderamente.
-Dejé una cosa en el patio-se le ocurre decir-. Voy a buscarla.
Nuevamente corre enloquecido por el camino. Anochece. Llega a su casa
agitado, presa del terror. Su padre lo reta:
-iOtra vez te fuiste? ¿Qué es eso de desaparecer a cada rato? Dijiste que salías
al patio y te hiciste humo! ¡Te estuvimos buscando Franco!!
-Dejá de retarlo -interviene la madre-.
Está agitadísimo, parece afiebrado. El chico no logra articular las palabras ne-
cesarias para explicar a sus padres el horrible descubrimiento que ha hecho.
Además, ¿cómo es que su padre verdadero lo reta por algo que él le ha dicho
al otro, al doble? ¿No estarán todos de acuerdo? ¿Y si los dobles son éstos, no
los otros? iTal vez los verdaderos sean los otros! iDios mío, que alguien le
explique al chico que ese camino da un montón de vueltas por el bosque, pero no
conduce a ningún lado, que es un círculo perfecto!

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