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3. En torno al sagrario. (Ver: 2 Cel. 201; Esp. de Per.

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Francisco veía a Dios en todas partes. Lo encontró en el prójimo y en lo profundo de su propio


corazón, transformado por la gracia. No obstante eso, en cuanto comenzó a vivir el Evangelio
sintió una profunda atracción por las iglesias y capillas. Dice en el Testamento: “El Señor me
dio tanta fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos Señor Jesucristo,
aquí y en todas las iglesias que hay en todo el mundo, y te bendecimos porque por tu santa
Cruz redimiste al mundo”. Y en una carta dirigida a todos los Hermanos reunidos en Capítulo,
les dice cosas como ésta: “Todo el mundo se espante, todo el mundo se estremezca; salte de
alegría el cielo, cuando sobre el altar, en manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
De su profunda fe en la presencia real en la Eucaristía, y del hecho de que en cada Misa Jesús
renueva su entrega por nosotros al Padre, Francisco saca una hermosa consecuencia: “Nada,
pues, guarden para ustedes mismos, para que los haga totalmente suyos quien por ustedes y a
ustedes se entrega totalmente”. Jesús en la Eucaristía es el centro de la unidad de todos los
Hermanos. Por eso Francisco hacía todo lo que podía para que las iglesias y loa altares
estuvieran limpios y bien arreglados, y para que las ceremonias fueran celebradas con todo
esmero y delicadeza. El franciscano ama profundamente a Jesús presente en cada sagrada
Eucaristía. La hermandad franciscana encuentra su mayor expresión y su mejor alimento en la
celebración eucarística.

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El franciscano contribuye con su mejor esfuerzo para que el culto divino sea siempre celebrado
dignamente. Participa plenamente de todas las celebraciones litúrgicas.

4. La obediencia mutua en el amor. (Ver: 1 Regla 5; Flor. 3)

El grupo de los hermanos de Francisco estaba abierto a todos los que querían acercarse. Pero
cuando alguno quería pasar a pertenecer al grupo, tenía que decidirse en serio. Era necesario
comprometerse a comportarse siempre como un verdadero hermano. En esa promesa de ser
siempre hermano está el núcleo de la obediencia evangélica. Por eso, para Francisco, ingresar
a la Fraternidad era equivalente a prometer Obediencia. Obedecer no es simplemente hacer lo
que se nos manda. Es mucho más que eso: es sentirse responsable del otro y estar pendiente
de sus necesidades. Como una madre está pendiente de sus hijos. O como el mismo Dios está
pendiente de nosotros y hasta lleva la cuenta de los cabellos de nuestra cabeza. Desobedecer
es desentenderse, desinteresarse. Por eso se puede decir que uno sólo puede considerarse
“hermano” de aquél a quien obedece. Si no le importa lo que el otro siente, lo que le pasa, lo
que piensa, lo que necesita, ¿qué sentido tiene llamarlo “hermano”? El hermano obediente no
obra inconsultamente. Sabe que su vida no le pertenece en exclusividad. Por eso cuando va a
hacer algo se fija muy bien si no va contra de los ideales comunes, o contra el sentir de la
Fraternidad. El franciscano está siempre pendiente de sus hermanos. No considera humillante
depender de los demás. El franciscano no quiere obrar inconsultamente. Trata de ser servicial
sin ser obsecuente. Procura ser comunitario sin ser gregario.

Para reflexionar:

♦ ¿En qué momentos, situaciones o rostros durante este tiempo crees que viste a Jesús?

♦ ¿Qué genera en vos este significado de Obediencia que nos propone el itinerario?

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