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Salmo 3

Como vimos en los cultos de oración anteriores, los Salmos 1 y 2 conforman la entrada al libro de los Salmos.

El primero comienza con una bendición para aquellos que transitan por la senda trazada por Dios en su Palabra,
mientras el segundo concluye con una bendición para aquellos que honran al Mesías y se someten a él.

El Salmo 1 nos presenta un contraste entre dos filosofías de vida, completamente antagónicas entre sí: La de
aquellos que se deleitan en la sabiduría de Dios revelada en su Palabra, y la de aquellos que deciden acogerse
al razonamiento humano que es contrario a esa revelación divina.

Y lo mismo vemos en el Salmo 2, sólo que el foco de atención ya no es la Palabra escrita, sino la Palabra
encarnada. Aquellos que sirven, temen y confían en el Hijo de Dios son llamados bienaventurados; aquellos
que se rebelan contra el Hijo recibirán el furor y la ira de Dios.

Así que haciendo énfasis en la Palabra y en el Hijo de Dios es como comienza este libro de los Salmos. Enfoque
que constituye el fundamento de toda adoración verdadera: La Palabra escrita y la Palabra encarnada.

El salmo 3 es el primer salmo que tiene título en este libro y es el primer salmo cuyas estrofas son separadas
por la palabra Selah que lo que significa es pausa.

Según el título, se nos indica que el autor fue el Rey David y que la ocasión fue cuando huía de su hijo Absalón.

Debemos recordar, que esa fue una de las experiencias más duras en la vida de David. Durante ese tiempo,
había sido objeto de grandes engaños; habían preparado toda una trama mentirosa para derribarle y quedarse
con el reino… Por lo que podemos imaginar, que confundido, turbado, atribulado y que adolorido se debió
encontrar el corazón de este siervo de Dios en esa ocasión.

Por un lado, cuanta tristeza debió haber sentido por la traición de uno de sus mejores amigos, probablemente
Ahitofel. Dice Salmo 55:12-14 “Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado;
Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al
parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, Y
andábamos en amistad en la casa de Dios”

Por otro lado, podemos imaginar, el peso en la conciencia de David al ver que su propio hijo le había
destronado; al ver la realidad de su descuido como padre y de estar cosechando ahora tan trágicos y funestos
frutos.

Y además de todo esto, la conciencia acusándole también, ante el hecho, de que esto era parte del juicio de
Dios como consecuencia de sus pecados perversos y escandalosos que blasfemaron el nombre de Dios al
haber codiciado y adulterado con Betsabe la mujer de Urias, y haber tramado la muerte de este.
Todo esto debió haberse agolpado en sus pensamientos y debió llenarlo de tristeza, de temor, de dudas, de
desconfianza y de gran abatimiento en su alma

Dice 2 Samuel 15:30 que cuando en plena noche tuvo que salir huyendo de su propio palacio con unos pocos
fieles servidores, para esconderse durante un tiempo de la furia de su hijo rebelde.“Subía… la cuesta del
monte de los Olivos, y mientras iba, lloraba con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todo el
pueblo que iba con él cubrió cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían.”

Además, tuvo que soportar también la burla de otros hombres como Simei del cual se cuenta que: “…tiraba
piedras a David y a todos los siervos del rey David, aunque todo el pueblo y todos los hombres
valientes estaban a su derecha y a su izquierda. Así decía Simei mientras maldecía: ¡Fuera, fuera,
hombre sanguinario e indigno! El Señor ha hecho volver sobre ti toda la sangre derramada de la casa
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de Saúl, en cuyo lugar has reinado; el Señor ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón. He
aquí, estás prendido en tu propia maldad, porque eres hombre sanguinario.”

Y se cuenta que al reclamo de sus hombres de guerra por estas ofensas él respondió: “He aquí, mi hijo que
salió de mis entrañas busca mi vida; ¿cuánto más entonces este benjamita? Dejadlo, que siga
maldiciendo, porque el Señor se lo ha dicho. Quizá el Señor mire mi aflicción y me devuelva bien por
su maldición de hoy. Así pues, David y sus hombres siguieron su camino; y Simei iba por el lado del
monte paralelo a él, y mientras iba lo maldecía, le tiraba piedras y le arrojaba polvo. Y el rey y todo el
pueblo que iba con él llegaron al Jordán fatigados, y allí descansaron.” 2 Samuel 16:6-8,11-14

Por eso él dice en el V ¡Oh Jehová, ¡cuánto se han multiplicado mis adversarios!

Y ¿no es verdad que a veces todos los problemas y las adversidades vienen juntas? Spurgeon decía que: La
aflicción tiene una familia numerosa.

A veces vienen sobre nosotros las legiones de nuestros pecados, la muchedumbre de nuestros dolores
corporales, las aflicciones espirituales, y todos se junta en un mismo momento como fue el caso de David.
Sin embargo, cuando leemos el salmo, podemos notar la confianza que Dios le regaló a ese hombre en ese
tiempo.

Ya vimos su necesidad. V1-2 Veamos ahora su declaración Vs3-6 (leer)

Tres cosas declara David:


a) Que Dios es su escudo alrededor de él. Esa es la expresión favorita en las escrituras para denotar el
cuidado y la protección que Dios tiene para con sus hijos. Él es un Dios protector.

b) Que Dios es su gloria. David había sido despojado de su trono y de toda su pompa, sin embargo, para él
esa no era la gloria. Para él, Dios era su gloria.

c) Que Dios es el que levanta su cabeza. Es Dios quien le da confianza y esperanza.

Por eso, después de entregarse a la oración (v4), él declara que pudo dormir sin ningún temor (V5).

El sueño no se concilia muy fácilmente en medio de una crisis. David pudo haber pasado noches en vela
cuando su hijo Absalón se rebeló y reunió un ejército para matarlo. Sin embargo, durmió tranquilamente,
aun en medio de la rebelión. ¿Qué marcó la diferencia? Su confianza en estas cosas: En que Dios es Su
escudo, su gloria y su esperanza, aquél que levanta su cabeza.

Y es que es más fácil dormir bien cuando aceptamos con plena seguridad, que Dios tiene las riendas de las
circunstancias. Si usted se pasa la noche despierto por la preocupación de no poder cambiar las
circunstancias, derrame su corazón delante de Dios y agradézcale que Él lleva las riendas de todo. Luego,
¡crea, confíe y descanse en eso!

¿Cuál fue la oración que posiblemente David elevó al Señor?

Su Petición. (V7) “Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la
mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste.”

David sabía que Dios es justo, y que Él avergüenza y quita al enemigo y al impío todo el poder de dañar. La
expresión “porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla” lo que significa es vergüenza. Cuando a
uno lo golpean en la mejilla, más que dolor, lo que uno siente es vergüenza.

Y la expresión: “…los dientes de los perversos quebrantaste.” Lo que significa es inutilizar al


contrincante, quitarle al enemigo todo el poder de dañar.
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Por eso, la última expresión de David en este salmo es de entera confianza en la obra de Dios. V8 “La
salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.”

Él reconoce que la victoria es completamente la obra de Dios. Por eso, los que tienen al Dios de toda justicia,
aquellos tienen a Dios como su escudo, aquellos cuya gloria es Dios y Él es quien les da confianza y
esperanza levantado sus cabezas en medio de las aflicciones; siempre serán bienaventurados.

Por eso, Cristo dijo que el hombre piadoso es bienaventurado. Aunque esté enfermo, aunque lleve luto,
aunque sea un mártir, es bienaventurado. Job, sentado en las cenizas de la basura, era bienaventurado. Los
santos son bienaventurados cuando son maldecidos. Los santos, aunque sean magullados y heridos, son
bienaventurados. Porque Dios está a su lado.

Que el Señor nos regale tal confianza en medio de las aflicciones y las pruebas cual quiera que sean.

Leer el salmo, orar y cantar un himno.

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