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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA. 2º BACH.

Teoría del conocimiento


En el mundo moderno se va a producir un cambio radical en la
manera de entender el conocimiento y en la manera de entender el
ser (la esencia) de las cosas. Desde el pensamiento renacentista,
pasando por Galileo y Descartes se llegará a la conclusión de que
solo “es” aquello que puede ser reducido a nociones matemáticas
captadas y construidas, esto es, concebidas en el entendimiento. El
ser de las cosas, su esencia, reside en los conceptos generados por el
entendimiento.

Toda la filosofía posterior a Tomás de Aquino entiende la verdad


como adecuación del entendimiento a la cosa. Descartes también lo
hace así, pero, para Descartes, la cosa también es algo del
entendimiento. (Dado que, como hemos dicho, el ser de las cosas se
encuentra en las nociones matemáticas captadas o elaboradas por el
entendimiento). En consecuencia, la verdad será una adecuación de
algo del entendimiento a algo del entendimiento. Cuando se produce
esta adecuación estamos ante una certeza. Es decir, cuando el
entendimiento elabora juicios que están en concordancia con sus
propios modos de operar, con sus propias reglas, no puede verlos
más que como algo indudable, incuestionable, cierto.

Descartes encuentra que la certeza va acompañada siempre de dos


notas características: la claridad y la distinción. Tiene que ser así
porque para poder estar ciertos de algo ese algo tiene, en primer
lugar, que hacérsenos presente de alguna manera (esto es lo que
significa que sea distinto).

La vieja concepción del conocimiento como conocimiento de lo


universal y necesario se mantiene, dado que una certeza será un
conocimiento válido para cualquiera conciencia, y necesario en tanto
no se puede dudar de ella

Si la Metafísica trata del ser de las cosas, y el ser viene dado ahora
en el entendimiento, la primera labor de la Metafísica será aclarar
qué es y cómo funciona el entendimiento. Por esta razón, para
Descartes, la Metafísica pasará a hacer las funciones propias de la
epistemología o teoría del conocimiento.

Todo esto hará que Descartes rompa con la filosofía de su tiempo y


proyectar un nuevo sistema filosófico.

Frente a la confusión que parecía reinar en la filosofía, se encontró


con la seguridad que ofrecía la nueva ciencia renacentista y el
importante papel que las matemáticas representaban en el método
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de dicha ciencia. En este sentido tuvo la influencia de la obra del


Padre Clavius.

Descartes se propondrá dotar a la filosofía de un nuevo método.


Nuestro filosofo consigue un avance fundamental de las matemáticas
al dar inicio a la geometría analítica (ejes cartesianos). Y, siguiendo
este ejemplo, concibió la idea de extender este procedimiento único
a todas las ramas del saber.

Descartes se propone unificar todas las ciencias en una, a la que


llamó scientia mirabilis, es decir, ciencia maravillosa o admirable. Se
trataría de una ciencia elaborada con un mismo método para todas
las disciplinas del saber. Descartes comparó esta ciencia con un
árbol cuyas raíces serían la metafísica; el tronco, la física; y las
ramas, la ética, la mecánica y la medicina.

Es importante advertir que el objetivo del proyecto de Descartes no


fue teórico sino eminentemente práctico, pues consideró que su
finalidad era la de facilitar al ser humano el dominio de la naturaleza
y el logro de su perfeccionamiento.

La reflexión filosófica, según Descartes, exige unas condiciones


previas: por un lado, establecer el método más riguroso, semejante
al de las matemáticas; por otro, prescindir de los contenidos de la fe;
y, por último, renunciar a las explicaciones de la filosofía anterior.

Las matemáticas aparecen como modelo, y, tras un somero examen


del modo de proceder de las Matemáticas podemos descubrir que se
atiene a los siguientes pasos (dos operaciones naturales o modos
fundamentales de conoce: a partir de una serie de elementos simples
o naturalezas simples, captados como evidentes, es decir, claras y
distintas, en una intuición intelectual inmediata, desarrollamos
demostrativamente (deductivamente) todo el resto del saber.
Tenemos de esta manera dos operaciones naturales del intelecto o
modos naturales de conocer:

 la intuición
 la demostración.

Las reglas del método se refieren al procedimiento a seguir en el uso


de estas dos operaciones de la mente.

El método, según Descartes, es el instrumento para guiar la razón y


posibilitar su correcto uso. Este método debe consistir en un
conjunto de reglas seguras y sencillas. En el Discurso del método, lo
resumió en cuatro reglas.
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1. La primera es la de la evidencia. Esta regla es particularmente


importante, ya que a partir de ella se deriva la duda metódica y
universal. Consiste en no admitir nada como verdadero a no
ser que sea conocido evidentemente como tal, es decir, solo se
han de aceptar aquellas ideas que nuestra mente posea con
claridad y distinción. Descartes sostuvo que las ideas claras y
distintas se obtienen mediante la primera operación del
espíritu, es decir, la intuición intelectual.
2. La segunda regla es la de análisis. Señala que hay que dividir
los problemas en tantas partes como sea necesario con la
finalidad de reducir lo complejo, lo que proviene de la
experiencia, a sus partes más simples, es decir, evidentes. Aquí
aplicamos la segunda operación del espíritu: la deducción
3. La tercera regla es la de síntesis. Prescribe que hemos de
conducir nuestros pensamientos, comenzando por los objetos
más simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco
hasta el conocimiento de los más compuestos. Esta es un
complemento a la regla anterior en la cual también se aplica la
segunda operación del espíritu, la deducción.
4. La cuarta regla es la del recuento. Implica “hacer en todo
enumeraciones tan detalladas y revisiones tan generales” de
manera que tengamos la seguridad de no haber errado en el
desarrollo del método; comprobamos que el análisis ha sido
completo y la síntesis se ha realizado correctamente. Se
asegura así el enlace entre intuición y deducción.

Tras establecer los fundamentos del método en la parte II del


Discurso. Descartes lo pone en práctica en la parte IV, y elabora de
este modo su sistema metafísico.

Una vez establecidas las cuatro reglas del método, Descartes


consideró que para afrontar con éxito la búsqueda de la certeza
absoluta era necesario dudar de todo. No se trata de una duda
escéptica, sino metódica y provisional. Es el empleo de la duda como
método, como procedimiento de averiguación filosófica. Se trata de
dudar deliberadamente, o mejor, declarar falso todo aquello de lo
que sea posible imaginar el menor motivo de duda. El objetivo final
es encontrar una verdad cierta, libre de cualquier sospecha.

La duda metódica es una consecuencia de la aplicación de la primera


regla del método, la de la evidencia, por la que se intenta encontrar
una verdad intuitiva, es decir, que se presente tan clara y distinta al
espíritu humano que no haya motivo alguno para ponerla en duda.

Descartes juzgó que existían diversos motivos para dudar:


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1. Los sentidos nos proporcionan a veces un conocimiento


confuso y engañoso
2. Mediante nuestros razonamientos, es decir, la deducción,
podemos cometer errores lógicos.
3. No es posible distinguir, con absoluta certeza entre la vigilia y
el sueño.

Además de estos motivos, Descartes expone la denominada hipótesis


del genio maligno en su obra Meditaciones metafísicas.

En ella finge la hipótesis de que el ser humano a sido creado por un


ser poderoso pero malvado, un ser que ha diseñado la mente de tal
modo que nos lleva a equivocarnos aun en aquello que nos parece
más evidente. Así, podría ocurrir que nuestra mente estuviese
fabricada de tal forma que se equivocara incluso en aquello que
considerara evidente.

Así la duda no solo afecta con esta hipótesis a las deducciones o


razonamientos matemáticos, sino a las mismas intuiciones con las
que se percibe de un modo inmediato una verdad evidente.

La duda hiperbólica tiene una gran importancia ya que exigirá más


adelante realizar una teodicea con objeto de asegurar que las ideas
claras y distintas se correspondan con la realidad.

Llegados a este punto, Descartes se da cuenta de que al dudar de


todo, surge una verdad de la que es imposible dudar: la existencia
de un yo que duda. “Ninguna cosa hay segura de momento más que
esta: que mientras pienso he de existir

Ya san Agustín había empleado un razonamiento semejante en su


disputa con los escépticos cuando afirmó “si me engaño, existo”. Lo
novedoso no era el argumento en sí, sino su utilización; Descartes lo
estableció como el principio y fundamento de su sistema.

A partir de aquí, el filósofo procede a explicitar otras verdades que


considera que están incluidas en la primera: la esencia del yo, la
existencia de Dios y, desde esta última, la existencia del mundo.

Descartes, pasos a paso, describió un proceso de descubrimiento en


el que es importante el orden en el que se desvelan cada una de las
verdades. Es así porque estas verdades se encadenan unas con otras
exclusivamente en relación con el método que el autor ha propuesto.

Una vez alcanzada la certeza absoluta del “yo pienso”, Descartes se


pregunta ¿quién soy yo? Lo único que podemos saber con seguridad,
es que el yo tiene que consistir en el pensamiento y que, por
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consiguiente, es una cosa o substancia que piensa ¿Qué es una cosa


que piensa?

Descartes describe al yo o sujeto que piensa como una realidad que


entiende, que afirma, que duda, que quiere, que siente, etc. Por lo
tanto, el pensamiento, para él, es toda actividad que sucede en
nuestro interior y que puede ser percibida por nosotros mismos. Los
cuerpos, por el contrario, carecerían de actividad mental, por lo que
Descartes identificó la sustancia pensante con el alma o el espíritu.
Precisamente, el atributo esencial de este es el pensamiento.

El pensamiento en sentido estricto, procede del entendimiento o


razón, facultad del espíritu cuyas operaciones son la intuición y la
deducción. Sin embargo, hay que distinguir otra facultad en el alma:
la voluntad o querer. De hecho, esta es el punto de partida de la
duda metódica. En contraste con los limites de nuestro
entendimiento, la voluntad no tiene en sí misma ningún límite,
porque puede aceptar o no las ideas y juzgar las cosas con completa
libertad.

Hecho el análisis del pensamiento observamos que este consiste en


una actividad en la que manejamos ideas. Para clasificarlas,
Descartes consideró tres criterios distintos:

 Según su adecuación a la realidad. Las ideas pueden ser


verdaderas o falsas.
 Según el criterio de verdad. Las ideas pueden ser claras y
distintas o confusas.
 Según su origen o procedencia. Conforme a este criterio
Descartes clasifica las ideas del siguiente modo:
o Adventicias. Son ideas que parecen provenir del
exterior, puesto que, al menos aparentemente, coinciden
con la realidad que muestran los sentidos.
o Facticias. Son las producidas por la imaginación
(fabricadas, inventadas) y que, por lo tanto, no coinciden
con la realidad. Por consiguiente todas ellas son falsas.
o Innatas. Son las que están ya en la mente o en el alma.
NO las ha podido producir el propio sujeto, puesto que
si lo hubiera hecho podría modificarlas a su antojo. De
aquí concluye Descartes que tales ideas han sido puestas
en el sujeto por Dios. Si además se tiene en cuenta que
la garantía del criterio de verdad es la existencia de
Dios, resultará que las ideas ciertas (claras y distintas)
coinciden con las ideas innatas y con las verdaderas,
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puesto que la existencia de Dios asegura su


correspondencia con la realidad.

Un conocimiento -una idea o, más propiamente, un juicio- puede ser


verdadero o falso según coincida o no con la realidad. Pero a
Descartes también le preocupaba, como hemos visto, si al ser
humano le es posible alcanzar certeza o seguridad subjetiva sobre
aquello que conoce.

El criterio cartesiano de verdad está ya formulado en la primera


regla del método: podré estar seguro de que un conocimiento es
verdadero cuando lo perciba clara y distintamente, esto es, de tal
modo que no pueda dudar de su verdad. Sin embargo, el criterio de
verdad ofrece dos dificultades:

• Se trata de un criterio meramente formal, se refiere a lo que


en general haría falta para reconocer una verdad: que esta fuera
clara y distinta. El criterio de verdad es la claridad y distinción, pero
precisamente aquella claridad y distinción que tiene el cogito.

• El criterio de la claridad y distinción vale para saber aquello


que el yo percibe clara y distintamente es seguro subjetivamente,
pero no vale para asegurar que lo que el yo percibe clara y
distintamente es así en realidad, es decir, fuera de la mente. La
hipotesis del genio maligno no anula la certeza que uno tiene de su
propia existencia, ni tampoco, por ejemplo, la certeza de que dos
más tres parezcan cinco; pero si hace dudar de que en la realidad
dos más tres sean cinco. Por lo tanto, hace falta asegurar el criterio
de la claridad y distinción a través de la prueba de que el yo ha sido
creado por Dios, que es bueno. El propio criterio de verdad no
quedará definitivamente asentado hasta que se pruebe que Dios
existe, y con ello, que todas nuestras ideas claras y distintas
corresponden con la realidad. La existencia de un Dios bondadoso es
la garantía definitiva o última del criterio de verdad.

Por tanto, a partir de la demostración de un Dios bondadoso nos


permite alcanzar la certeza del mundo. En términos filosóficos quiere
decir, que la existencia de Dios me garantiza la validez de las leyes
del entendimiento para el mundo. Pero aquello de lo cual tengo
certeza es lo matemáticamente formulable: lo cuantificable, la pura
extensión. Del mundo externo solo puedo tener en consideración,
pues, lo cuantificable; y lo cuantificable es únicamente es
únicamente la extensión. Las cualidades, al no ser cuantificables,
quedan descartadas. Mundo y extensión, son para Descartes, lo
mismo. Nos encontramos, entonces con tres ámbitos de la realidad
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distintos, a los que Descartes llama sustnacias: el alma, Dios y el


mundo.

Descartes define la sustancia en Principios de la Filosofía como “una


cosa que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra para
existir”. Según esta definición solo Dios sería propiamente sustancia,
pero Descartes argumentará que sustancia es un término análogo y
que tiene varias formas de significar según se refiera a la sustancia
creadora o a las sustancias creadas. Así dice, también en Principios
de Filosofía, que podemos llamar también sustancia a aquellas
“cosas que solo necesitan del concurso de Dios para existir”. De este
modo considera también sustancia a la sustancia pensante y
corpórea.

La sustancia pensante se rige por leyes propias que no coinciden


con las que rigen para la sustancia extensa. Cada yo, cada conciencia
individual, es una sustancia pensante ( y no solo un modo de darse la
sustancia pensante única) Además, cada sustancia pensante es
simple - y por tanto, indivisible - y como consecuencia es inmortal, ya
que toda destrucción natural se produce por división. Descartes usa
también las expresiones alma, conciencia, yo, pensamiento, sujeto,
para denominarla.

La sustancia corpórea es el reino de lo cuantitativo, su estudio


corresponde a la física (Cinemática) y en ella rige un determinismo
absoluto. Descartes usa también los nombres de extensión y mundo
para denominarla.

Por otro lado, los atributos son lo que constituye la esencia o


naturaleza de una sustancia. El atributo de los cuerpos es la
extensión, el de la conciencia el pensamiento y los de Dios son
infinitos. También están los modos, que son las distintas formas de
darse los atributos que pueden variar. Así la extensión se puede dar
como figura o movimiento, el pensamiento puede darse como
imaginación, sensación, deseo, recuerdo, duda… aunque todos estos
modos son reducibles a dos generales: entendimiento y voluntad.
Como en Dios no hay variación, Dios no tiene modos.

Además las sustancias, atributos y modos se puede hablar de


accidentes, pero a diferencia de los anteriores, no tienen realidad
objetiva alguna.

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