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La infancia y adolescencia son las etapas de vida donde más se adquieren patrones

neuronales o esquemas cognitivos como denominan los psicólogos. Todo lo que vemos,
oímos, sentimos y vivimos se adhiere a nuestra personalidad, por lo que es fundamental que
entren en juego patrones básicos como la buena educación, en todos los sentidos, y el
apego, como estudiante de psicología puedo analizar un grande problema en la niña Beth
debido a un trauma infantil que ocasionó conductas que resultaron repulsivas y que por
muy raras que parezcan, o por mucho rechazo que generen, pueden tener solución.
Beth era una niña que perdió a su madre cuando solo tenía un año de edad. Ella y su
hermano quedaron bajo tutela de su padre biológico, quien abusó sexualmente de ambos.
Por suerte, los abusos fueron detectados y los niños fueron acogidos por una asistente social
seis meses después. Posteriormente ambos fueron adoptados por una pareja cristiana, con
mucha ilusión y cariño por dar. Y todo parecía ir bien hasta que Beth empezó a manifestar
pesadillas muy extrañas, para posteriormente comenzar su conducta a ser violenta hacia su
hermano, sus padres e incluso a animales (a los cuales llegó a matar). Además de ira,
también encontraron que Beth manifestaba conductas sexuales inadecuadas: la niña se
masturbaba públicamente y de manera excesiva.
Todo ello les hizo acudir a un psicólogo clínico especialista en tratamiento de niños
víctimas de abusos sexuales, Dr. Ken Magid, quien durante el diagnóstico y terapia de la
pequeña, decide grabar un vídeo espeluznante que ha recorrido el mundo: una entrevista a
Beth, donde los diálogos son impactantes. La paciente admitió en la filmación haber
maltratado a su hermano desde siempre, dándole cabezazos contra el suelo, clavándole
alfileres en todo el cuerpo y en sus partes íntimas, estirando y pateando sus genitales…
Incluso llegó a explicar que una vez lo intentó matar, pero paró debido a que sus padres la
descubrieron. También admitió que había pensado seriamente en matar a sus padres en
varias ocasiones y que maltrataba a sus mascotas habitualmente. No contenta solo con eso,
llegó a matar a varios animales. Ante todo ello Beth reconoció no sentir ningún tipo de
remordimiento ni culpa, su tono de voz ante todas las declaraciones era frío y calmado,
como si estuviese explicando cualquier anécdota trivial. Preguntada sobre el motivo por el
cual actuaba de esta forma, respondía que quería hacer sentir todo lo que ella sintió en el
pasado durante los abusos de su padre. Asimismo, ante todas las preguntas del doctor
referidas a si ella era consciente de que estos actos producirían sufrimiento en la otra
persona, admitió con serenidad que sí, que era eso, precisamente, lo que ella desea.

Por aquel entonces, años 80, Beth fue diagnosticada de un grave trastorno del apego,
equiparable a la sociopatía o a la psicopatía, caracterizado por el desarrollo de la
incapacidad de establecer relaciones sanas y adecuadas, debido en este caso a la historia de
abuso sexual y maltrato por parte de su padre. El motivo por el cual Beth no fue
diagnosticada como psicópata en ese momento es porque en esa época aún no se conocía el
trastorno disocial de la personalidad.
Y tubo un tratamiento muy estricto y ordenado, diseñado para niños con su mismo
problema, a los cuales les es muy complicado respetar reglas y hábitos. Muchas
restricciones que con el paso del tiempo, fueron menos estrictas e hicieron que Beth fuese
mejorando progresivamente. De hecho pudo recuperarse totalmente y hoy en día es una
persona con una vida normalizada trabajando incluso como enfermera. Adquirió una gran
capacidad para empatizar y para ser consciente de las consecuencias de sus actos.
Obviamente, su aparente maldad tenía génesis en el maltrato continuado del que fue
víctima siendo un bebé, y esto nos hace llegar a varias conclusiones: la importancia de la
buena crianza, y del tan necesario apego y afectividad.

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