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Sin embargo, estas reformulaciones fecundas no se han visto igualmente retomadas en lo referido a una
teoría psicoanalítica de la constitución de la sexualidad masculina, aún pendiente. Silvia Bleichmar1 ha venido
desplegando sugerencias y abriendo líneas de trabajo en torno a esta problemática a lo largo de estos años, lo
cual ha operado como incitante para mi propia indagación y la configuración de un programa personal de
investigación. Parte de las interrogaciones y de los esbozos de respuestas, siguiendo la propuesta de “poner a
trabajar” el Psicoanálisis desde sus impases, aporías y fundamentos, constituyen las fuentes que animan esta
presentación.
Una parte de los aportes tendientes a una reconceptualización acerca de este tema ha provenido de los
estudios de género. Estas investigaciones han puesto el acento en los modos histórico-sociales de
representación de la femeneidad y masculinidad, desatrapándolos de una presunta dependencia de la biología, y
con ello han generado nuevas posibilidades de abordaje y comprensión. No obstante, en la medida en que la
sexualidad, concebida como plus de placer no reductible a la autoconservación, no se limita a los dos rubros de
la sexuación como ordenamiento masculino-femenino, ni a la genitalidad articulada por la diferencia de los
Psicoanalista.
Pte. José E. Uriburu 115 2° F (1027) Capital Federal / 011-155-4927014
1
Cf. “Paradojas de la constitución sexual masculina”. Revista de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para
Graduados. Nº 18. Buenos Aires, 1992.
2
Pueden revisarse los artículos “La organización genital infantil” (1923), “El sepultamiento del complejo de Edipo”
(1924), “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos” (1925). También: “La sexualidad
femenina” (1931), “La femineidad” (1933) y “Análisis terminable e interminable” (1937).
3
Cf. Gilmore, D.D.: “Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad”. Barcelona: Paidós, 1994.
1
sexos, sus aportaciones tienen que ser valoradas en sus alcances y pertinencia específica. En otro trabajo4 me he
ocupado de discutir la inclusión acrítica de la categoría de género al Psicoanálisis, en virtud de que ciertos
desarrollos (Stoller, 1968, 1973, 1979, 1982; Greenson, 1966, 1968; Dio Bleichmar, 1985, 1996, 1997; Burín,
1987, 1993, 1996, 1998; Meler, 1987, 1991, 1998, entre otros) favorecen, según entiendo, un extravío que
diluye el carácter central del descubrimiento freudiano en torno a la sexualidad pulsional por su reducción y
subordinación a la identidad genérica.
Me interesa exponer algunos fragmentos del análisis de un adolescente de 17 años a fin de retomar la
complejidad de las vicisitudes de la constitución de la sexualidad masculina, en sus ordenamientos y posibles
destinos, una vez que el acceso a la genitalidad propicia recomposiciones tanto de la sexualidad infantil cuanto
de los modos de organización de la identidad sexual.
Juan Ignacio tiene 17 años y consulta cursando 5º año del secundario porque ha disminuido su
rendimiento y tiene dudas acerca de la elección de carrera futura. Además del colegio, practica artes marciales
y tenis. No tiene novia, pero espera tenerla pronto, si bien otros intereses le ocupan actualmente todas sus
energías, especialmente la actividad en el Centro de Estudiantes. Comenta: “Los primeros años de la Primaria
me preocupaba por ser el mejor. Cuando mis viejos se separaron no me calentó nada, me caí...Desde chico me
gustó ver la vida desde afuera, me interesa más la vida de los demás que la mía, saber qué le pasa al resto. Las
preguntas clásicas filosóficas me las hice: ¿Estamos solos en el universo? ¿Qué voy a poder hacer yo en mi
vida? ¿Voy a ser útil en el mundo? Me planteo y me replanteo”.
Se entrena intensamente en judo, deporte que comenzó por un problema interno: “Vivía en casa sin
salir, sin hacer nada, engordando. Y me servía para estar histérico, estar mal conmigo mismo...”. Se define
como solitario, inhibido y con escasas relaciones sociales. Mantiene un vínculo privilegiado con dos amigas
con las que se reúne frecuentemente. Lo que le atrae de esta relación es que existe mucha sintonía entre los tres.
Esto da ocasión para comenzar a hablar acerca de su sexualidad: “No me va transar. Podría salir con una chica
pero no de cualquier manera. Solange y Lucía tienen novios afuera. Me atraen pero es como un amor más
fuerte. Las quiero un montón. Con abrazarlas ya te sentís mucho mejor que cuando te atrae otra mujer. Un
poco de celos me dan los novios. Fueron las primeras chicas que se interesaron por mí de otra forma. De
chico era muy gordo, me sentía mal...me dejaban de lado. Estas chicas me hacen sentir bien cuando me dicen
que se sienten bien conmigo. Me dijeron que soy tranquilo. En eso soy un poco diferente al resto, raro; por ahí
me siento como medio extraño”.
De su infancia conserva pocos recuerdos. Nació en el interior y dado que el trabajo de su padre los
obligaba a trasladarse de un sitio a otro, cambiaron de residencia en numerosas ocasiones. Respecto del padre
expone una relación ambivalente, de mucha admiración pero también con cierto resentimiento por sus
ausencias: “Mi viejo no pasó mucho tiempo con nosotros. Viajaba mucho por su trabajo. Mi vieja no
trabajaba, estaba todo el día con nosotros. Cuando era chiquito mi papá era idealizado”. Los recuerdos más
gratos que relata corresponden a escenas con su padre: “Íbamos al campo los dos solos, abajo del sol. Nos
revolcábamos en el pasto, yo tendría cinco o seis años...era fabuloso. Con Alejandro (su hermano mayor, de 19
años) decimos: ¿te acordás de aquellos años felices?...” Se refiere a la etapa anterior al nacimiento de sus
hermanas menores (actualmente de 12 y 10 años). Y agrega: “La foto que más me gustó es una donde estoy
sentado sobre mi viejo en una hamaca, a eso de los 5 años, y Alejandro. A mi viejo se lo ve como comenzando
en su carrera: humilde. Después subió el nivel. Cuando empezamos, como toda pareja joven...todo era más
pobre”.
A los ocho años, luego de una serie de incidentes, los padres se separaron: “A papá lo tenía como un
tipo serio, responsable, pero salía con la secretaria. La quería hacer pasar por loca a mi vieja. Ahora estoy
bien con él, tiene otra esposa y otra hija. Nos visita, pero mi hermano no quiere verlo. Igualmente me cuesta un
montón hablar con él o pedirle plata. Hasta me da vergüenza. Papá es muy inteligente, sumamente inteligente,
frío, calculador. Le cae bien a todo el mundo, incluso por eso a mi mamá no le creían que tenía otra mujer.
Maneja muy bien... Mamá haría cualquier cosa por nosotros. Siempre nos cuidó. No dejaría que nos pase nada
malo. Trabaja mucho, nos llena de cosas”. Por otra parte, se lleva muy bien con su tío materno, un hombre
soltero que funciona como su confidente y con quien comparte muchas salidas.
4
“La noción de género y su inclusión problemática en la teoría psicoanalítica”. Trabajo de investigación. Doctorado en
“Fundamentos y desarrollos psicoanalíticos”. Universidad Autónoma de Madrid, 2001.
2
A medida que fue avanzando en las entrevistas, se manifestaron más francamente sus dudas e
incertidumbres en torno a la sexualidad y a su relación con las mujeres: “Si quisiera sé que podría tener novia,
pero soy cagón...Esto me preocupa mucho”. No ha tenido experiencias sexuales, aunque se define como “muy
calentón” porque piensa mucho en el sexo.
Con el progreso del análisis el “complejo paterno” pasa a ocupar un lugar central. Aquello que en un
primer momento ponía de relieve el carácter idealizado del padre comienza a ceder a medida que va pudiendo
configurar una representación más “realista”, como él mismo la caracteriza. En una de las sesiones llega
eufórico: “Mejor, imposible. Le pedí plata a mi viejo en buenos términos y no me costó tanto. Lo veo más
humano. Antes pensaba que tenía más de lo que tiene, lo engrandezco en todo. También tiene sentimientos”.
Podríamos aquí pensar que un intenso investimiento del padre idealizado obtura la posibilidad de
renunciar a él como objeto privilegiado, lo cual obstaculiza por otra parte la identificación con algunos de sus
atributos. En este caso, si estos rasgos remiten a su carácter sexuado (en términos de sexo, no de género) la
dificultad en la instalación de la identificación precipita en una escena de seducción en la que el atributo genital
no circula ni se introyecta, potenciando la pasivización y fascinación con el padre. Aquí vale recordar aquello
que Freud señalara:
“Es fácil expresar en una fórmula el distingo entre una identificación de este tipo con el padre y una elección
de objeto que recaiga sobre él. En el primer caso el padre es lo que uno querría ser; en el segundo, lo que uno
querría tener. La diferencia depende, entonces, de que la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto del yo. La
primera ligazón ya es posible, por tanto, antes de toda elección sexual de objeto. En lo metapsicológico es más
difícil presentar esta diferencia gráficamente. Sólo se discierne que la identificación aspira a configurar el yo
propio a semejanza del otro, tomado como modelo”5.
Es claro que lo que se presenta como relevante en este caso, y como se expondrá a continuación, es la
identificación al padre sexuado que gobierna los modos de acceso y ejercicio de la genitalidad en la elección de
objeto, y no la problemática de la identidad de género en tanto rasgos secundarios de la masculinidad definidos
por los modos ideológicos e históricos de producción de subjetividad. La diversidad de signos con los que se
establece la bipartición cultural en la polaridad masculino-femenino se constituyen con anterioridad al registro
de la diferencia anatómica y coexisten con las modalidades de orientación del deseo sexual-pulsional sin
subsumirlas.
Igual desidealización se produce respecto de su madre. Empieza a quejarse porque siempre está
deprimida y bajoneada. “Pide que la comprendamos. Nos echa en cara todo. Pensamos en irnos de casa con
mi hermano. Necesito un lugar para estar tranquilo. Mamá te carga de culpa. Yo siempre me hice cargo de un
montón de cosas que no me competen. Siempre quise salvar a todo el mundo. ¿Qué hice yo? ¿Por qué me toca
esto a mí?”.
En este mismo período se suceden una serie de sueños angustiosos cuya temática se reitera: la
persecución por parte de hombres. Sueña que lo persiguen hombres con cuchillos, en grupos, en auto, en
camioneta, desconocidos. En todos los casos él va haciendo como un juego de estrategia por las calles por las
que corre tratando de huir de ellos. Se pregunta, intentando asociar: “¿perseguido por quién? ¿por mi papá,
por mi hermano?...no sé, no creo”.
5
“Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), en Obras Completas, Vol. XVIII, Buenos Aires. Amorrortu editores,
1990: 100.
3
Un par de meses después se pone de novio con una chica que le presenta un amigo: “Soy otro. Siento
cosas diferentes y me siento mejor. Me doy manija...pienso en el matrimonio, en los hijos, en cómo ser un
padre diferente”. Correlativamente aparecen angustias muy intensas con relación a la sexualidad a partir de
algunos “contactos sexuales sin penetración” que mantiene con su novia.
En primer lugar, menciona por primera vez un ejercicio compulsivo de la masturbación. Hace varios
años que se masturba con frecuencia, incluso en algunas ocasiones más de una vez al día. Esto le preocupa
porque teme no poder tener un buen desempeño cuando tenga relaciones sexuales con su novia. Interrogado al
respecto, señala que hasta el momento no lo había comentado porque le da vergüenza ya que es algo que no
puede manejar. Incluso el modo en el que lo hace le resulta difícil de confesar: para masturbarse debe en
simultáneo excitar la zona del ano, empleando el dedo o algún objeto. Describe situaciones en las que se
encierra en su cuarto y emplea algún objeto, generalmente el envase de un desodorante, para introducírselo en
el ano a la par que se masturba genitalmente. Es algo que no puede manejar y que le inquieta porque sabe que
no es “normal”, pero que no puede controlar ni dejar de hacer. Respecto de esta práctica no puede asociar nada
ni recuerda cuándo ni cómo comenzó a hacerlo.
A los pocos días intenta su primera relación sexual con la novia, pero no alcanza a excitarse. Acude a
la sesión preocupado, sin saber qué le pasó. “Fue un papelón, me sentí re-mal...No sé qué me pasó...pero la vi
en la cama, yo estaba parado al lado y no se me paró. Me quedé paralizado, helado. Me da miedo no servir
como hombre”. Relata entonces una escena real vivida, que le produjo mucho impacto: siendo niño,
aproximadamente a los nueve años, una noche escuchó ruidos y gritos en el cuarto de su madre. Se levantó
asustado, pensando que podía estarle pasando algo malo. Se acercó despacio, asustado por los gritos. La puerta
del cuarto de su madre estaba entreabierta y él se asomó para ver qué pasaba. Observó entonces a su madre
manteniendo relaciones sexuales con el que en ese momento era uno de sus novios. Se quedó impactado por la
escena: “mi mamá estaba abajo y el tipo arriba...Se movían, gritaban, gemían... Me quedé un rato parado y
después me fui...no sé si mi mamá me vio...por ahí me dio la impresión que sí, pero se reía...Cuando volví a mi
cuarto no pude dormir más”. A partir de aquí se enlazan una serie de recuerdos en los que la madre mantiene
relaciones ocasionales con sucesivos hombres, que entran y salen de la casa y a los que muchas veces encuentra
semidesnudos en el baño o en la cocina.
En las sesiones siguientes giran en torno a la impresión intensa que le causaron estas experiencias.
“Siempre me pregunté qué era lo que había visto, qué pasaba...Yo no sabía casi nada de sexo”. Recuerda que a
partir de allí comenzó a explorar sus genitales, a reproducir la posición de su madre en la cama tal como la
había visto, acostada con las piernas flexionadas, y a tocarse la zona del ano rozándola con los dedos.
Considera que quizás allí esté el origen de la masturbación anal que aún persiste.
El presente recorrido sobre el material clínico pone de relieve el carácter traumático de la seducción
ejercida por el semejante humano desde los tiempos de infancia. En este caso, tanto por parte de un padre
idealizado cuyo amor no puede resignarse (y que amenaza con una pasivización permanente), como de una
madre que convoca precozmente al ejercicio de una erogeneidad que no encuentra primariamente modos de
resolución. Las vivencias infantiles de Juan Ignacio van delineando fantasmática y erógenamente un camino
que posteriormente obstaculiza los movimientos de acceso a una identificación con el padre sexuado. El
excedente de excitación, efecto de un real traumático no metabolizable, deja librado al sujeto a una evacuación
4
que no encuentra en la compulsión masturbatoria una ligazón suficiente que proteja del desborde pulsional.
Este ejercicio pone en riesgo los enunciados yoicos desde los cuales el género se define en términos
masculinos.
En virtud de lo señalado, la posición sexual masculina obliga a retrabajar no solamente sus condiciones
de ordenamiento y atribución sexuada que corresponden a la identidad, y por tanto al yo en sus formas de
cualificación de las mociones deseantes, sino especialmente las polarizaciones pulsionales, erógenas y
fantasmáticas, que determinan sus posibles destinos y vicisitudes, ya que “entre la biología y el género, el
psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto, que no se reducen ni a la
biología ni a los modos dominante de representación social, sino que son precisamente, los que hacen entrar
en conflicto los enunciados atributivos con los cuales se pretende una regulación siempre ineficiente, siempre
al límite”7.
6
Cf. “Los caminos de acceso a la masculinidad”. Revista Zona Erógena, Nº 43. Buenos Aires, 1999: 31-34.
7
Silvia Bleichmar: “La identidad sexual: entre la sexualidad, el sexo, el género”. Revista de la Asociación Escuela
Argentina de Psicoterapia para Graduados. Nº 25. Buenos Aires, 1999: 41.
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