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En primer lugar quisiéramos advertir cómo y desde dónde se sitúa la pregunta por la
presencia de la filosofía en la teología. En los escritos de Welte encontramos una clara
interlocución con el pensamiento filosófico y teológico moderno. Pero no
entenderíamos correctamente su pensamiento si creyéramos que la finalidad de dicho
diálogo se encierra en los parámetros argumentativos de las diversas corrientes de
pensamiento. De lo que se trata es pensar en las condiciones de posibilidad de la
revelación y de la fe, de la verdadera religión. Desde este interés nos preguntamos por el
rol de la filosofía al interior de la teología (15).
De este modo, este primer encuentro entre teología y filosofía fue más de carácter
simbiótico, que reflexivo o sistemático; o, como también lo denomina Welte, de un
"connubium inocente de la teología cristiana con el pensamiento griego" (24). Pero,
como bien advierte Hegel, gracias a este connubium, y en concreto gracias a la
formación filosófica de los padres de la Iglesia, se hacen posibles "los primeros
rudimentos de la doctrina cristiana, el desarrollo de una dogmática" (25). El
cristianismo, movido por el Espíritu de su fundador, quería y debía expresar su mensaje
en un contexto cultural diverso al de su origen, a fin de que él pudiera ser comprendido,
acogido y creído. Ese contexto estaría dominado por la cultura helénica y por sus
categorías de pensamiento. Si esta cultura se hizo dominante para el pensamiento
cristiano y para la vida de la Iglesia —por más de un milenio, fuera del contexto
histórico que le había dado origen, y haciendo prevalecer el concepto por sobre el
acontecimiento—, ello se debe más a la falta de creatividad de las generaciones que
siguieron a aquella de los padres de la Iglesia, que a una supuesta equivocación por
parte de estos (26).
Pero la nueva situación histórica no solo estaba condicionada por este nuevo momento
en el desarrollo del pensamiento filosófico; el mismo proceso de constitución de las
ciudades representaba para los hombres y mujeres que las habitaban nuevos espacios
para el ejercicio de su libertad y autonomía. El orden feudal y campesino iba quedando
atrás y surgían con fuerzas los oficios de artesanos, comerciantes y maestros. Estos
últimos, unidos a los estudiosos y eruditos, conformarían las nacientes universidades; y
los artesanos y comerciantes fundarían los gremios.
Así las cosas, la Iglesia —y al interior de ella la teología— se veía enfrentada ante una
situación que representaba una auténtica crisis tanto de los contenidos y de las formas
del pensamiento, como también de los modos de organización y convivencia social. Y
en este contexto, escribe Welte, "el cristiano, sobre todo el teólogo, e incluso el obispo
cristiano, se debían preguntar: ¿Adónde debía llegar la Iglesia, en circunstancias en que
las personas querían ser mucho más independientes de lo que habían sido hasta ahora?
¿Qué sucedería ahora con la conciencia cristiana creyente y las enseñanzas de fe,
cuando la razón humana comenzaba a sentirse libre e independiente de la fe y cuando
ella se permitía transformar en quaestiones disputatae no solo la totalidad del mundo,
sino que también el dato de la fe? ¿Adónde se iría a parar, cuando buscando un consejo
se recurría a un pensamiento pagano, me-diado incluso por un mahometano?" (31).
Por cierto, se trataba de una situación crítica y difícil. Tomás de Aquino reconocería en
ella un desafío para el propio pensamiento y para la vida del conjunto de la Iglesia.
Hacia el año 1239, con 14 años de edad, Tomás visitará la Universidad de Nápoles y allí
sería instruido por primera vez en la filosofía aristotélica. Sin embargo, sus estudios de
Aristóteles los realizaría fundamentalmente bajo la guía de su maestro Alberto Magno,
en la ciudad de Colonia, entre los años 1248 y 1252. Entonces la resistencia eclesiástica
al aristotelismo, aunque más tarde recrudeciera (32), ya no era aquella del Sínodo de
París, del año 1210; ni tampoco la que expresara el Papa Gregorio IX, el año 1228, en
su carta Ab Aegyptiis, dirigida a los teólogos parisienses (33). Ello permitió a Tomás,
hacia mediados del siglo XIII, ocuparse públicamente de las cuestiones planteadas por
Aristóteles y recibir de él los impulsos decisivos para conformar la estructura de su
propio pensamiento teológico (34).
Las líneas gruesas de la propuesta teológica a través de la cual Tomás de Aquino intenta
responder a los desafíos de su propio contexto social y eclesial, marcado —como hemos
dicho— por los nuevos espacios de autonomía del pensamiento y de la práctica social,
bien pueden ser comprendidas sintéticamente en las tres tesis que formula B.Welte: la
distinción entre razón y fe; la íntima relación entre fe y razón; y la necesaria contextura
humana de la revelación y de la teología (35). Por la importancia que tiene la propuesta
tomista en la historia de la relación entre filosofía y teología, consideremos brevemente
dichas tesis.
La primera tesis postula la nítida distinción entre razón y fe. Según Welte, esta
distinción es tan fundamental que, en ocasiones, lleva a Tomás a hablar de dos
verdades: aquella a la que se accede por el ejercicio mismo de la razón humana y
aquella a la que se accede por la revelación y la fe (36). La relevancia de esta distinción
radica justamente en el contexto histórico en el que Tomás la formula: ella supone un
reconocimiento expreso de las posibilidades del pensamiento humano para acceder por
sí mismo a la verdad. Con ello, Tomás no postula ingenuamente que cada uno de los
actos del pensamiento conduzcan necesariamente a la verdad; para él es evidente la
debilidad del pensamiento humano. De lo que se trata es de un reconocimiento
fundamental de la fuerza y del poder del pensamiento humano, de su autonomía y
libertad respecto de cualquier alteridad, respecto incluso de la misma fe.
Por último, la tercera tesis que Welte propone para comprender la propuesta teológica
de Tomás de Aquino tiene que ver, como decíamos, con la contextura humana de la
revelación y de la teología. Desarrollando aquel movimiento de la tesis anterior que va
de la fe al pensamiento, aquí Welte dirá que "para Tomás también la revelación y su
forma reflexiva teológica se orientan al pensamiento y, en el pensamiento, al hombre
pensante. Porque ello está en la perspectiva de Tomás, este le dio a gran parte de su
teología la forma de la conceptualización aristotélica, según él mismo la comprendió. El
utiliza esta filosofía como el instrumentarium y, por así decirlo, como el lenguaje de su
teología. La teología debe hablar de la revelación de Dios, pero en el lenguaje del
hombre" (39).
La doble síntesis del pensamiento y de la fe —es decir, la síntesis del pensamiento hacia
la fe, y la de la fe hacia el pensamiento—, Welte la reconoce en un texto de Tomás que
considera "uno de los más sublimes de toda su obra". Se trata del texto de la Suma
Teológica en el que expone la primera vía (40). Aquí, "Tomás con Aristóteles conduce
el pensamiento sobre el concepto de movimiento hacia primum movens immobile, y
termina diciendo: et hoc omnes dicunt Deum. Deus, explica Welte, es la palabra de la
comunidad creyente, el "omnes" de la frase. Primum movens immobile es el concepto
del pensamiento, la palabra de Aristóteles. Las palabras del pensamiento y las palabras
de la fe permanecen siendo diferentes y no se confunden. Pero se iluminan
recíprocamente y, finalmente, apuntan a lo mismo. Pero lo mismo no es lo igual, se ve
diferente para el pensamiento y diferente para la fe" (41).
Según Welte, "serán Hegel y sobre todo Schelling, cada uno a su modo, quienes
expresarán la idea de que el depositum de la tradición teológica requeriría de una total
revisión y asimilación filosófica, a fin de que él llegue a ser realmente propio del
hombre, según la forma contemporánea en la que se ha desarrollado su espíritu, y a fin
de que en este espíritu él se encuentre consigo mismo" (44). Por una parte, Hegel
desarrollará un sistema teológico que en su fascinante unidad ni siquiera la teología
medieval había sido capaz de formular (45). En un contexto histórico que se había ido
conformado por el proyecto emancipatorio de un pensamiento autónomo (Kant) y de
una práctica revolucionaria (Revolución Francesa), Hegel sitúa "la teología, esto es, el
cristianismo en forma de pensamiento, en relación con la totalidad abierta del mundo
nuevo de la naturaleza, del espíritu, de la historia, de la vida política y, así, como la
unión, la verdad, la libertad de la totalidad universal, que todo lo deja y conserva
libremente" (46).
Por otra parte, sin embargo, Schelling se encargará de advertir respecto del peligro de
reducir lo indeductible de aquello que ha sido previamente dado al pen-samiento
teológico —esto es, la revelación de Dios—, a un simple pensamiento, trasladándolo así
desde la esfera de la realidad fáctica a aquella de la posibilidad y de su necesidad. Con
todo, el carácter indeductible de la positividad del cristianismo no inhibió en Schelling
aquella misma voluntad sistémica y unitaria de Hegel; más bien, lo llevó al intento de
iluminar y desarrollar filosóficamente aquello positivamente dado. De este modo,
explica Welte, la "filosofía positiva" de Schelling surge como una filosofía de la
revelación (47).
Asociada a las dos características anteriores, y en parte como resultado de ellas, Welte
reconoce en la teología de entonces una gran libertad y autonomía respecto de la mera
facticidad de la fe y de la Iglesia. Se trata de una teología que, porque es capaz de
pensar por sí misma, no ve en la simple facticidad de la fe y de la Iglesia algo definitivo
y último, sino que es algo que requiere ser nuevamente pensado desde su propio origen,
que debe someterse al juicio crítico de la razón. Los mejores exponentes de esta libertad
y autonomía teológica —dice Welte, recordando al "noble y piadoso Adam Möhler"—
están lejos de una actitud descomprometida con la fe y con la Iglesia; sin embargo,
dicho compromiso no se vive como un sometimiento del espíritu, sino como libertad
para pensar creativamente lo dado.
Una cuarta característica del pensamiento teológico de esta época, Welte la reconoce en
los ingentes y sucesivos esfuerzos por pensar la unidad de la diversidad en el
cristianismo. Para los teólogos de entonces, especialmente para Sebastian von Drey
(54), no basta en absoluto la mera acumulación de información, es necesario "buscar
una idea, una raíz viva y espiritual, que ayude a comprender teológicamente como
desarrollo de lo uno las muchas afirmaciones, enseñanzas, testigos, cultos, formas de
vida comunitaria, y los múltiples acontecimientos de la historia de la Iglesia (55). Pero
este interés por pensar sintéticamente lo múltiple no solo tiene por objeto la
multiplicidad de las expresiones históricas en las cuales se ha ido realizando el
cristianismo, sino que aspira a pensar en esa unidad también aquello que se ha
escindido, dividido, o aquello que simplemente no se reconoce como propio. Así, por
ejemplo, Drey va a reconocer tanto un protestantismo católico como uno herético; y
ambos, cada uno a su modo, vivirá en función de la Iglesia y su unidad. El
protestantismo católico, en cuanto sustenta la idea de la libertad y de la autonomía de
cada creyente, permanece al interior mismo de la Iglesia como un principio vital. El
protestantismo herético, en su mismo aislamiento y dialécticamente, hará aún mucho
más patente este principio vital y remitirá a la unidad de la Iglesia. Por su parte, Möhler
va a comprender la Iglesia como una realidad que, antes de la división, está constituida
por la unidad inconsciente de todas las herejías y, después de la división, por la unidad
consciente de todas ellas (56). La unidad de lo múltiple, e incluso de lo contrario, no se
establece en la escuela de Tübingen como unidad cerrada, ni se constituye como unidad
mecánica o lógico-formal. Por el contrario, la unidad de lo múltiple se concibe como un
sistema abierto a nuevas síntesis del espíritu en la historia (57).
Ahora bien, será esa misma atención a la dimensión histórica de la conciencia la que
llevará a los teólogos de la escuela de Tübingen a experimentar los límites de sus
propios sistemas conceptuales (62). El "poder de lo histórico", como le llama Welte,
ponía en cuestión el sistema conceptual, porque los conceptos mismos desde los cuales
él se articulaba estaban, también ellos, sometidos a la historia. Conceptos como
individualidad, libertad, acto, y otros, llevaban en sí mismos aquella fuerza de lo
histórico, que no se deja reducir a un sistema. Este límite, advierte Welte, fue
experimentado por aquellos teólogos, pero ellos no estaban en condiciones de superarlo
(63). Lo histórico de la historia suscitaba la posibilidad de articular un sistema, pero
luego el mismo sistema quedaba sometido a lo histórico y, así, terminaba siendo
sobrepasado por el poder que lo había impulsado. Quizás por esta razón, escribe Welte,
"después de los grandes pensadores de Tübingen, ya no fueron nuevamente posibles los
sistemas en la filosofía ni en la teología. Y, quizás, con ello se relaciona el hecho de que
la superación de la historicidad de la historia se haya convertido en un tema central de la
filosofía, aunque ya no más sobre las antiguas bases sistemáticas. Las ideas de Dilthey y
luego de Heidegger constituyen un testimonio significativo de ello" (64).
Como sea, las cinco características de la teología católica durante la primera mitad del
siglo XIX no solo muestran la fecundidad de los pensamientos filosóficos de Hegel y
Schelling al interior de la teología, sino que ellas bien se pueden comprender como
característica que también hoy la teología se puede seguir deseando para sí misma, más
allá incluso del aporte específico de ambos filósofos, y reconociendo los límites que
suponía el esfuerzo sistemático.
En Welte no se trata de defender ni de rescatar la filosofía de Hegel o de Schelling, por
más valor que a ellas les asigne, sino de mostrar cómo en la primera mitad del siglo XIX
se dio una experiencia privilegiada de encuentro entre filosofía y teología, en la que esta
última se entendió a sí misma como un pensar por sí mismo, como pensamiento místico,
como un ejercicio libre y autónomo de la razón, como búsqueda de la unidad en la
multiplicidad, como un pensamiento consciente de la dimensión histórica de la
conciencia y de la vida de los hombres. Esta teología, que supo dialogar con las grandes
corrientes filosóficas de su tiempo, que participó creativamente en el espíritu de su
tiempo y que se fue configurando del modo en que hemos dicho, no se puede ni se debe
reeditar hoy, pero puede llegar a ser un referente importante para una teología que hoy
comprenda la necesidad de su propia renovación. Así entendemos y valoramos con
Welte la propuesta de la escuela de Tübingen.
1.5 La crisis del siglo XIX: predominio del dato positivo y del historicismo
Ahora bien, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, Welte considera que se
comienza a manifestar un profundo cambio de época, que determinará
significativamente el pensamiento, sus estructuras y posibilidades. Y con la
transformación del pensamiento, se modificarán también los modos, las estructuras y el
estilo de la teología que se había comenzado a desarrollar durante la primera mitad de
siglo. Es impresionante constatar, observa Welte, cómo la genialidad y creatividad que
irrumpen en la historia con el pensamiento de Hegel, deberán despedirse tan pronto de
nuestra historia y cómo a partir de la segunda mitad del siglo XIX cambiaría tan
radicalmente el clima espiritual y humano de la época inmediatamente anterior
(65). Ejemplo de ello será la escasa o nula recepción de pensadores como Kierkegaard y
Newman, como también las dificultades que entre sus pares encontraron hombres de la
escuela de Tübingen, como Johann Kuhn, o los discípulos de algunos de los grandes
teólogos de entonces, como Martin Deutingen.
La nueva época histórica estará determinada por el dominio del dato positivo tanto en
las ciencias de la naturaleza como en la comprensión global de la historia: "La
conciencia de la realidad que dominará esta época —escribe Welte— ya no se orientará
más por el pensamiento, la especulación, por la idea, sino que primera y
fundamentalmente por el dato positivo, por las posibilidades de asirlo y dominarlo todo,
planificada y metódicamente" (66).
También hacia mediados del siglo XIX, historiadores como Ranke, Droysen,
Treitschke, entre otros, recogerán de un modo propio el interés por la historia y lo
histórico, el que ya se venía gestando en las décadas anteriores. Las grandes obras de
estos autores fueron siendo acompañadas, y a la vez superadas, por trabajos crítico-
positivos de textos y materiales históricos. Las mismas fuentes del cristianismo, en
particular las fuentes neotestamentarias, también serían sometidas a una revisión
histórico-crítica; se formularían nuevas preguntas respecto de cada uno de los datos
históricos; y, progresivamente, se perfeccionarían los métodos e instrumentales
analíticos. Todo este interés por la crítica histórica debe ser comprendido en relación al
surgimiento de la nueva sensibilidad espiritual que ya venía operando en la primera
mitad del siglo XIX. En este contexto hay que situar los trabajos de Denifle, Ehrle y
Baeumker en Alemania y los de Batifol y Morin en Francia, los trabajos exegéticos de
Lagrange y Hummelauer, las colecciones de fuentes patrísticas, etc. "Al final del siglo
XIX —escribe Welte— prácticamente todas las publicaciones teológicas de carácter
científico son monografías histórico-positivas" (68).
Ahora bien, todo este interés por la historia y por la historicidad fue poniendo cada vez
más de manifiesto que "las afirmaciones fundamentales del cristianismo, según ellas se
encuentran en los libros del Nuevo Testamento, o de otro modo, en las decisiones de los
Concilios, o en las obras de los Padres de la Iglesia, pertenecen siempre a un
determinado mundo histórico, que condiciona sus modos de preguntar, de pensar y de
hablar" (69). Así, progresivamente fue creciendo la necesidad de comprender dichas
afirmaciones fundamentales desde el trasfondo histórico que las posibilitaba. Esto, que
hoy pareciera ser algo de "sentido común", entonces dio —com-prensiblemente—
origen a una gran incertidumbre e inseguridad en los medios eclesiásticos. La
comprensión histórico-crítica de las fuentes de la revelación entraba, muchas veces, en
clara tensión con la comprensión que tenía la tradición eclesiástica de esas mismas
fuentes. Por una parte, cada vez se hacía más evidente que "la naturaleza histórica de
todas las afirmaciones del espíritu cristiano no permitía proyectar dichas afirmaciones a
un ámbito ahistórico en el que fuera posible construir sistemáticamente la totalidad de la
doctrina, protegiéndola de los avatares de la historia" (70).
Pero, por otra, junto a esta conciencia histórica crecía también el temor de que ahora
todo fuera puesto en duda y relativizado, de que ya nada se pudiera sostener, puesto que
ahora ya todo quedaba sujeto a las dinámicas propias de la historia, a las
interpretaciones histórico-críticas de ellas. El así llamado modernismo, como asimismo
la fuerte reacción eclesiástica en contra de él, afirma Welte, pueden considerarse como
indicios del carácter global y fundamental que había adquirido la crisis (71).
La neoescolástica, piensa Welte, fue la mejor expresión teológica de los cambios que se
habían comenzado a operar desde mediados del siglo XIX y, en su estructura interna,
ella representó la antítesis de aquella teología que se había comenzado a desarrollar en
la primera mitad de siglo (72). En efecto, esta teología, en lugar de estar animada por
una actitud de diálogo con el espíritu de la época, de entenderse a sí misma como un
pensar libre y autónomo y de querer dar cuenta de su propia historicidad, creyó que la
mejor forma de hacer frente a la crisis existente era refugiarse defensivamente en una
fortaleza del espíritu, considerando la genialidad libre del pensamiento teológico que
nacía, como algo cuestionable y peligroso (73).
Según Welte, tanto la obra de Josef Kleutgen, titulada La teología del pasado,
defendida por Josef Kleutgen, sacerdote de la Compañía de Jesús, como también las
medidas de León XIII y en particular su encíclica sobre Tomás de Aquino del año 1879,
expresan muy bien el espíritu defensivo que ahora animaba el recurso a la gran tradición
escolástica del siglo XIII. Ciertamente, con este recurso a la tradición escolástica,
especialmente a Tomás de Aquino, el repliegue defensivo de la segunda mitad del siglo
XIX adquirió una sólida base sobre la cual sustentarse. El mismo pensamiento de
Tomás se prestaba además para ello, "por cuanto él no solo es una de las expresiones
más grandes dentro del pensamiento teológico occidental, sino porque la particularidad
de su pensamiento lo ha predestinado y hecho apropiado para un tal repliegue defensivo.
El estilo del pensamiento de Tomás —explica Welte— tiene la forma del ‘tanto... como
también’, desde la que se pueden abordar prácticamente todas las preguntas y que, por
ello, permite a casi todas las partes creer que se pueden legítimamente reconocer a sí
mismos en su pensamiento" (74).
Pero por más sólida que fuera esta base conceptual, muy pronto se mostraría que ella no
se podía repetir mecánicamente en el nuevo contexto histórico. Y, así, la neoescolástica
de fines del siglo XIX será un claro ejemplo de un modo inadecuado de recurrir a una
gran tradición filosófica y teológica. En lugar de confrontarse críti-camente con aquel
pensamiento moderno, que hacia mediados del siglo XIX parecía ajeno e imposible de
integrar en función de la comprensión de la fe, la neoescolástica recurrió a un sistema
conceptual, que si bien le permitió al pensamiento católico encontrar un suelo firme
sobre el cual apoyarse, no fue capaz de ser acogido y comprendido de un modo crítico y
creativo, de acuerdo a las nuevas categorías y formas del pensar. Y el problema no
estaba en la gran tradición escolástica, sino que en ese intento ingenuo de pensar que era
posible huir de la historia, de la confrontación crítica con el nuevo horizonte de
comprensión del ser que, de hecho, operaba en la misma lectura e interpretación de
Tomás (75).
Una de las consecuencias más importantes que tuvo este refugio de la teología en el
pensamiento escolástico, Welte la reconoce en la disociación de la multiplicidad, esto
es, en la disociación de aquello que el pensamiento —tanto antiguo como nuevo— había
intentado comprender unitariamente. De este modo, el pensamiento neoescolástico
reproduce en sí mismo la tendencia de su tiempo a pensar la realidad como cosas que,
cerradas en sí mismas, entran en relaciones causales siempre determinables y
previsibles. Desde un punto de vista sociológico, recuerda Welte, es el tiempo en que el
catolicismo busca distinguirse, separarse y aislarse del mundo para constituir un sólido
corpus catholicum, que permitiera hacer frente a las formas de vida y de pensar de un
mundo que no se lograba comprender. La conciencia de ghetto y el correspondiente
sentimiento de inferioridad, según Welte, configurarían de modo decisivo la existencia
del catolicismo durante la segunda mitad del siglo XIX. Por todo ello, la tendencia a la
disociación no es algo que ocurra solo en el ámbito teólogico, sino que abarca al
conjunto de la existencia del catolicismo y de sus relaciones: la relación de la Iglesia
con el mundo, la relación católicos y protestantes, la relación cristianos y otras
confesiones, etc. (76).
En la teología esta tendencia a la disociación se constata claramente en que en la misma
doctrina de la fe, de los sacramentos o de la Iglesia, se destacan los mo-mentos externos
y objetivos del pensamiento, por sobre los momentos subjetivos, personales e interiores.
Se acentúa unilateralmente la autoridad central de la Iglesia, restando importancia o
desconociendo la libertad y creatividad del espíritu de cada individuo (77). Según la
tendencia a reconocer como realidad solo aquello que es determinable objetivamente,
los diversos temas y preguntas teológicas se abordan con un acopio progresivo de datos
objetivos, externos y normativos. Esta objetividad ya no debe ser pensada en su unidad,
en sus relaciones, en sus supuestos, ni nada parecido. Ante esa objetividad solo es
posible la reverencia obediencial, o bien, el rechazo global (78).
Por ello, la tarea de pensar en las posibilidades del cristianismo dentro de la nueva
comprensión que los hombres iban teniendo de sí, del mundo y de Dios, se volvía a
situar en un nuevo y difícil comienzo. A todas la disociaciones antes enun-ciadas se
unía, consecuente, la tensión y polémica entre la "escuela y el pensamiento libre", entre
la "ortodoxia y la genialidad" y, por último, en la lucha en torno al llamado
"modernismo". Aunque algunas de estas polémicas hayan sido necesarias y fecundas,
gran parte de ellas estaban animadas por la desconfianza, el temor y la estrechez de
horizontes; en conjunto, ellas expresaron de modo palmario la profunda disociación que
se había producido en la teología y en el conjunto de la vida de la Iglesia (81).
Sin embargo, las propuestas de estos pensadores no fueron capaces de influir ni cambiar
la teología dominante; por el contrario, ellas también fueron incomprendidas y
marginadas (88); se situaban en una etapa demasiado temprana de la crisis y, quizás,
piensa Welte, el verdadero rol de dichos pensadores fue el de haber sido precursores
(89).
Pero, en la primera mitad del siglo XX, la escolástica volvería a entrar en escena. Y lo
haría, ahora, para superar el estrechamiento al que había sido sometido el pensamiento
de Tomás, durante la segunda mitad del siglo XIX. El interés por el pensamiento de
Tomás, el reconocimiento de las nuevas categorías del pensar y, en general, de las
nuevas condiciones de la sociedad, no permitían contentarse con la repetición mecánica
de ciertas fórmulas tomistas, y, más aún, hacían inviable cualquier aceptación acrítica
de las escuelas y sistemas que se había construido en torno a su pensamiento. Ahora se
quería conocer el conjunto de la obra de Tomás, el contexto histórico en que ella se
desarrolló, las categorías y tradiciones que fueron conformando su pensamiento. Y todo
ello, no por un mero interés o afán histórico, sino con la intencionalidad de aprender de
él cómo es posible dialogar con una nueva cultura, la que ya se venía gestando desde la
Ilustración.
El gran impulso a este nuevo tomismo lo daría Josef Maréchal, en Lovaina, con su obra
publicada en 1922, Le point de départ de la métaphysique; más tarde, en Alemania,
sería también desarrollado por pensadores como Johannes B. Lotz, Max Müller, Gustav
Siewerth, entre otros. Lo notable de este proceso, escribe Welte, es que "aquello que
una vez sirvió de coraza protectora, esto es, el pensamiento tomista, ahora se
transformaba en un horizonte abierto. Así, desde el estrechamiento original de la
perspectiva neoescolástica, se desarrolla ahora un pensamiento ágil y libre, en diálogo
vivo y crítico con los nuevos pensadores" (92).
De esta manera, la experiencia histórica mostraba que no era posible una huida de la
filosofía; que no era posible una "teología pura"; ni que tampoco era viable la mera
reedición de pensamientos y escuelas antiguas: la fe y el cristianismo acontecían
siempre según los modos y formas de comprensión que el hombre desarrollaba en la
historia. Pero esa misma experiencia histórica también mostraba que cualquier presencia
de la filosofía al interior de la teología debía ser sometida a una revisión crítica y
rigurosa, a fin de posibilitar una auténtica asimilación de ella en vistas a las tareas
propias del pensamiento teológico.
Por su parte, Paul Tillich, en su obra La religión bíblica y la pregunta por el ser,
formuló con gran prudencia teológica la relación de pertenencia interna entre la religión
bíblica y la teología cristiana, por una parte, y la filosofía, por otra. Pero, en este
contexto, Welte destaca muy especialmente el esfuerzo de Rudolf Bultmann y su
propuesta de desmitologización. Sin entrar a discutir los resultados específicos del
trabajo teológico de Bultmann, lo que a Welte le interesa destacar es su punto de partida
teológico. Este se encuentra "en el carácter mismo de la Palabra de Dios, como Palabra
a anunciar. Ahora bien, si la Palabra de Dios debe ser anunciada, entonces ello debe
acontecer de un modo tal, que ella pueda también ser comprendida adecuadamente. Y si
es una Palabra que se orienta a la comprensión, entonces en su interpretación deberán
intervenir categorías de comprensión que sean posibles para el hombre" (95).
En el ámbito de la teología católica será Karl Rahner quien más claramente acogerá este
desafío de pensar en las condiciones de posibilidad humanas para abrirse y acoger
comprensivamente la revelación de Dios. En una obra de 1941, Hörer des Wortes, que
luego sería clásica en la teología católica, Rahner ya retoma y reformula, de acuerdo a
sus propios acentos filosóficos y teológicos, aquellos intereses y perspectivas que
tempranamente habían postulado pensadores como Newman y Blondel (96).
En todos estos intentos por desarrollar una filosofía al interior mismo de la teología, con
la finalidad de pensar las categorías de comprensión que hacen posible para el hombre
de hoy el acontecimiento de la revelación, B. Welte otorga una gran importancia a la
fenomenología (97). A través de ella, afirma, la filosofía experimenta un nuevo
comienzo, marcado por el interés en las experiencias fundantes de las estructuras de
sentido, marcado por el interés en lo primero y original en el entendimiento. Esta
perspectiva fenomenológica implica, para la tarea de la filosofía dentro de los marcos de
la teología, que aquí también se deben buscar categorías de comprensión fundantes y
primeras, en caso de que el cristianismo aún pretenda ser adecuadamente comprendido
y asimilado, según las actuales condiciones del pensamiento y de cara al análisis
histórico-crítico de sus fundamentos (98).
Sin embargo, la misma historia nos muestra que dicha relación no siempre ha sido fácil.
En los puntos siguientes queremos ahondar en esta relación entre teología y filosofía,
pero ahora considerando cómo desde cada una de ellas se levantan objeciones para
emprender la tarea de un pensamiento crítico respecto de las condiciones de posibilidad
de la auténtica religión.
Por cierto, no se trata aquí de presentar cada una de estas corrientes de pensamiento,
sino de preguntarse por algunas de sus características principales y por el modo de
situarse, o de no situarse, respecto de la religión. Advertimos también que se trata de
una consideración de estas corrientes de pensamiento en cuanto ellas han colaborado a
expresar y a conformar la conciencia colectiva. Por ello, no se trata aquí tanto de una
confrontación directa con los pensadores que las representan, cuanto con las visiones de
mundo mismas (100).
Sin duda que a esta "concepción de mundo" han colaborado filosofías como las
reseñadas. Pero, en cuanto concepción de mundo, ya no se deja reducir a dichas
filosofías de las ciencias. Por esta razón, con Welte, reconocemos que la tarea de la
filosofía de la religión no se establece, al menos necesariamente, por una negación de
esas filosofías, sino que por un distanciamiento positivo respecto de ellas, a fin de
"hacer traslucir por sus medios específicos las propias dimensiones" (113).
Objeciones desde la teoría crítica
Tanto por sus propósitos como por su método la teoría crítica se sitúa ante un horizonte
mucho más amplio que el de la filosofía de la ciencias. En ella se presupone la
conciencia moderna de las ciencias, pero a la vez se produce una distancia crítica
respecto de su filosofía positivista (117). En ella no solo están en juego los enunciados
de la ciencias exactas —sus posibilidades de verdad, falibilidad o racionalidad—, sino
que las condiciones concretas en que vive la sociedad y sus posibilidades de
emancipación de todas las formas de opresión. Respecto de la religión, afirma Welte,
"la teoría crítica o bien prescinde de ella por completo, y así sigue en parte a Karl Marx
y su relación con la crítica de la religión de Ludwig Feuerbach; o bien toma en
consideración la religión como un campo interesante de análisis social [...] Pero
entonces el punto de vista directriz en el estudio de la religión es el de su función en el
conjunto del contexto social, que a su vez es considerado prima-riamente bajo el punto
de vista directriz de la dialéctica de opresión y emancipación" (118).
Ahora bien, en Welte reconocemos tanto una valoración positiva de esta corriente de
pensamiento, como también una observación crítica respecto de ella. Primero, su
valoración: esta radica, principalmente, en el hecho de que la teoría crítica ha puesto de
relieve la importancia de lo social en la configuración de la existencia humana y, por
tanto, también de la religión. "La teoría crítica y las ideas emparentadas con ella —
afirma B. Welte— nos han llamado la atención sobre el hecho de que la religión tiene
siempre una dimensión social y representa un hecho social que por su parte requiere un
examen crítico. La religión en su aparición está condicionada de múltiples maneras por
las relaciones sociales en las que se manifiesta, ella misma forma sociedades, p. ej.,
Iglesias, y determina de muchas maneras las sociedades mayores en medio de las cuales
vive" (119).
Por la importancia que han tenido las cuestiones aquí aludidas para el mismo
pensamiento teológico latinoamericano, es necesario detenernos un momento en ellas.
En primer lugar, se debe resaltar la valoración positiva que Welte hace de la teoría
crítica y "de las ideas emparentadas con ella". Ciertamente, el reconocimiento de la
dimensión social de la existencia humana, en análisis de las condiciones sociales de vida
de los hombres y de los pueblos, el desenmascaramiento de las diversas estructuras de
opresión, y otras cuestiones semejantes, han colaborado decididamente a que la religión
no se entienda como una realidad aislada de la existencia concreta de los hombres, de
los modos históricos en los cuales estos se relacionan entre sí, a través de sistemas
políticos y económicos cada vez más complejos y determinantes. Y la religión, como
tal, no solo está allí, como un compartimento estanco dentro de la trama de estructuras y
relaciones sociales, sino que está allí activamente: determinando y dejándose determinar
por la sociedad. Hasta aquí compartimos plenamente la valoración positiva de Welte.
Pero también respecto de la crítica de B. Welte queremos hacer algunas precisiones que
nos permitan entenderla adecuadamente. En sus afirmaciones acerca del primado de la
relación con Dios, y del primado de lo "existencial", se podría reconocer, en último
término, un primado de la persona respecto de la sociedad; y si se quiere ir más lejos,
en el caso de la religión, se podría reconocer un primado de la persona respecto de la
comunidad. Sin embargo, con un tal "reconocimiento" no se estaría haciendo justicia al
planteamiento de Welte (125), menos aún a la cuestión de que se trata.
En favor de esta distancia crítica se puede afirmar que la religión, como lo muestra la
historia de la religiones y el mismo origen del cristianismo, no ha nacido como
resultado de una construcción teórica de carácter filosófico, y en muchos momentos de
su historia ha demostrado que puede vivir sin una reflexión filosófica explícita. En
nuestro contexto latinoamericano no sería una exageración afirmar que la religión, y por
supuesto que también la religión católica, ha vivido casi exclusivamente "desde sus
propias raíces", sin una confrontación explícita con el pensamiento filosófico. De aquí
que efectivamente podamos afirmar con Welte que "la religión no es una filosofía, sino,
más bien, lo otro de la filosofía" (126), que la religión "está previamente dada al
pensamiento" (127). Por tanto, en este sentido, con toda propiedad la religión puede
objetar la necesidad de un pensamiento filosófico (128).
¿Qué sentido puede tener la filosofía al interior de la teología, cuando prima una
conciencia positivista que solo reconoce como realidad aquello objetivable y
manipulable? ¿Qué sentido puede tener el pensar y hablar de Dios, quien no constituye
ninguna realidad objetivable? La misma teología se ha topado con esta dificultad y la
tentación primera es hacer de Dios algo de lo cual luego se pueda disponer. Así se cree
estar a la altura de las exigencias del pensamiento. ¿No fue ese el camino de la
metafísica que según Heidegger, y también Welte, es necesario superar? (132).
Una segunda objeción respecto del implicado filosófico de la teología argumenta que
Dios, junto con revelarse, ofrece al hombre los medios necesarios para que este la
comprenda adecuadamente. Siendo esto así: ¿Qué más puede pretender el hombre?
¿Qué sentido puede tener pensar en las condiciones de posibilidad de su propia
comprensión, cuando es Dios quien, junto con revelarse, crea las condiciones de
posibilidad de la acogida de su revelación? ¿Qué puede aportar un pensamiento
filosófico respecto de las condiciones del pensar y del acoger la revelación de Dios?
¿Todo esfuerzo en este sentido, además de ser vano, no constituye también una
pretensión indebida? (134).
Esta objeción —la más fundamental, por provenir ella desde el mismo pensamiento
teológico y por tener una fuerte presencia en la conciencia de muchos creyentes— es
una cuestión que reconocemos central en toda la obra de Welte: ya en sus escritos más
tempranos —al inicio de la década de los cincuenta— asume el desafío de responder a
esta objeción (135), lo vuelve a hacer hacia fines de los cincuenta (136), a mitad de los
sesenta (137), a mitad de los setenta (138), la retoma en su Filosofía de la Religión, el
año 1977 (139), y con ella inicia el último de los libros publicados por él, el año 1982,
un año antes de su muerte: ¿Qué es creer? (140).
En su obra Heilsverständnis, de 1966, Welte vuelve sobre dicha afirmación, pero ahora
desarrollando los argumentos en favor de ella. Aquí escribía: "Dios puede realizar su
salvación en el hombre y es teológicamente correcto afirmar que Él, junto a su Palabra
reveladora, también puede ofrecer la luz de su Espíritu y todos los medios y ayudas que
sean necesarios a fin de que dicha Palabra sea acogida adecuadamente. Sin embargo, lo
único que Dios no hace es revelar algo al hombre y, al mismo tiempo, excluirlo a él de
dicha revelación. Cuando Dios realiza en el hombre el milagro de la comprensión, lo
hace de tal modo que el hombre sigue siendo hombre y en dicha comprensión no solo
comprende con la ayuda del milagro, sino que también comprende el milagro mismo.
¿Y cómo puede el hombre comprender aquello, si no es a través de la capacidad de
comprender que se le ha regalado? ¿Se trataría de una revelación de Dios al hombre, si
Dios —incomprensible para el hombre— despertara en él un pensamiento, ante el cual
estuviera desamparado y como un extraño, siendo incapaz de asimilarlo y de participar
creativamente de él? En este caso, en realidad, el hombre no entendería nada, solo
encontraría en él un pensamiento, respecto del cual no tendría relación alguna y que,
por ejemplo, tampoco podría distinguir de un encantamiento. Un cuerpo espiritual
extraño de tal naturaleza, en medio de la corriente de la realización del ser del hombre,
no es posible de ser reconocido como revelación para el hombre" (142). En este mismo
sentido, en su escrito de 1982, Welte afirma que: "escuchar, comprender y apropiación
responsable son procesos que el hombre mismo debe realizar. Y solo a través de estos
procesos la Palabra se transforma plenamente en Palabra; vale decir, en una palabra que
habla e interpela a alguien" (143). El hombre es, ciertamente, un "oyente de la Palabra
de Dios, pero un oyente libre y responsable, no un simple objeto, sino que un
interlocutor" (144).
Estas afirmaciones no solo expresan ideas centrales del pensamiento de Welte, sino que
son fundamentales para el tema que nos ocupa: la verdadera religión. Esta se constituye
y configura históricamente en un diálogo entre Dios y el hombre y, por tanto, según las
categorías y posibilidades del hombre para reconocer la interpelación de Dios en su
existencia personal y social, para acogerla, pensarla y vivirla.
Por lo anterior, la revelación solo puede ser comprendida y acogida como tal, en la
medida que en sus rasgos fundamentales corresponda a la precomprensión que el
hombre tenga del conjunto de su existencia y de la misma salvación (145). A esta
precomprensión, que la filosofía ayuda a explicitar y explicar, Welte le asigna un "poder
crítico", que ciertamente no opera respecto de la Palabra de Dios, pero que sí hace
posible al hombre, por ejemplo, distinguir la salvación de Dios de cualquier discurso
vacío (146). "Ciertamente —dice Welte en otro escrito— la teología no debe derivar en
mera filosofía, peligro del que ha estado a menudo muy cerca a lo largo de su historia.
Pero tampoco ella puede evitar la filosofía, sin caer, finalmen-te, en el peligro de quedar
sin conceptos y volverse insegura en sus propias categorías" (147).
Cuando Dios convierte en necedad la sabiduría de los hombres, como dice San Pablo a
la comunidad de Corinto (1 Cor 1, 20), "allí se trata de una sabiduría que se funda, se
sostiene y se cierra en sus propios resultados" (148). Con ello, Pablo nos recuerda que
el "origen del objeto de la teología se encuentra por sobre la competencia de la razón
humana y, por tanto, de la filosofía. El es un positivum y un factum puro, que para la
razón humana es imposible de construir por ella misma: es la revelación de Dios
acontecida en Jesucristo" (149). Una sabiduría que busca construir y alcanzar la
salvación de Dios a través del propio conocimiento, ciertamente, se ha vuelto necedad:
la salvación de Dios no es un constructo conceptual del hombre sino acontecimiento de
la gracia: sabiduría "de Jesucristo, y este crucificado" (1 Cor 2, 2). Por ello, Pablo
también podrá advertir: "Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una
filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según
Cristo" (Col 2, 8).
Pero siendo todo ello cierto, sería nefasto sacar cualquier consecuencia que condujera a
un desprecio de la sabiduría del hombre, de su conocimiento, de su capacidad de pensar
por sí mismo (150). Pablo no tiene problema alguno con la sabiduría del hombre ni
tampoco con sus posibilidades de pensar. El problema surge allí donde el hombre
pretende alcanzar la salvación de Dios por sí mismo; en este caso, por medio de su
conocimiento. Cuando ello sucede, entonces esa sabiduría se convierte en necedad,
puesto que no es capaz de reconocer y comprender que "de Él nos viene estar en Cristo
Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, a fin
de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor" (1 Cor 1, 30-31).
El problema no es la sabiduría de los hombres, como tampoco lo son sus obras. Estas
solo se transforman en condenación cuando a través de ellas el hombre pretende
alcanzar la salvación (cf. Rom 3, 20 y ss; Gál 3); pero no así, cuando a través de ellas
opera la misma fe (cf. Gál 5, 6). Así como sería un error pensar que las obras que
expresan la fuerza de la fe, especialmente la caridad, no tienen significación salvífica
alguna, también lo sería el postular que para participar del acontecimiento de la
revelación el hombre debiera poner entre paréntesis sus posibilidades de comprender, de
pensar y de saber.
Y una tercera objeción respecto del quehacer teológico y de su implicado filosófico, que
también se levanta desde la misma teología, ya no destaca tanto la acción del Espíritu en
todo creyente, sino que, particularmente, se refiere a su asistencia a aquellos que en la
Iglesia han recibido el poder de enseñar con autoridad. Esta objeción recuerda que a la
Iglesia, y particularmente a sus pastores, se le ha encomendado la misión de guardar y
transmitir con fidelidad el mensaje recibido. Las instancias magisteriales de la Iglesia no
solo tienen el derecho, sino también el deber de velar por una recta comprensión de la
revelación y, si es necesario, de fijar normativamente dicha comprensión. Ahora bien,
pregunta Welte: "¿de cara a un tal ministerio y de cara a una tal autoridad se requiere
aún del trabajo filosófico?" (151).
Está suficientemente claro que las diversas instancias magisteriales en la Iglesia tienen
por misión enseñar el mensaje recibido y velar por su adecuada comprensión, incluso de
modo que sea vinculante para todos los fieles (152). Sin embargo, dirá Welte, no se
debe olvidar que también la palabra magisterial de la Iglesia está orientada a la
comprensión del hombre y que solo esta comprensión hace posible que ella sea una
palabra significativa y útil para la vida de la Iglesia y de la fe (153). La misma autoridad
magisterial es reconocida y acogida como tal, en la medida que el creyente comprende
que la palabra del magisterio es un testimonio autorizado y vinculante de la revelación
de Dios en Jesucristo para nuestro tiempo y situación histórica concreta. Ciertamente la
autoridad del magisterio no se funda en la comprensión del hombre, sino que en la
misión y encargo de Jesús. Pero esto mismo debe ser comprendido y, por lo tanto, de
dicha comprensión también depende el que la autoridad magisterial sea efectivamente
tal.
Por las razones anteriores, afirma Welte, la autoridad del magisterio en la Iglesia "puede
y debe conducir la comprensión del creyente, pero bajo ningún respecto la puede
sustituir. Así, la autoridad está remitida a las condiciones previas del comprender que se
verifican en todo aquel que comprende y que incluyen las modificaciones concretas de
los hábitos del pensar, sus fijaciones y sus reducciones de todo tipo. Estas
modificaciones, en cuanto condiciones previas del comprender, pueden influir de
muchos modos; pueden favorecer el comprender, como también pueden dificultarlo.
Esta situación no puede ser modificada por el magisterio, porque él no puede modificar
la naturaleza del hombre, solo la puede reconocer y suponer. Las modificaciones
señaladas acontecen siempre en un espacio que es previamente dado al magisterio"
(156).
Pero justamente son esas condiciones del comprender, que incluyen toda la serie de sus
modificaciones históricas, las que requieren ser reconocidas y esclarecidas por el propio
pensamiento (157). Es aquí donde Welte situará específicamente la tarea de la filosofía
al interior de la teología (158). Cuando esta tarea no se realiza, ello no significa que las
condiciones humanas del comprender la Palabra de Dios y la de la Iglesia ya no estén
operando. Ello lo harán siempre, puesto que de otro modo el comprender mismo no es
posible. Quizás, de repente, la simple repetición de determinadas fórmulas y
expresiones doctrinales pueda dar la impresión de que ellas han sido escuchadas,
comprendidas y acogidas. Más aún, dicha repetición puede hacer surgir la idea de que
determinadas fórmulas se escapan a las condiciones del tiempo, de los lugares y de las
personas. Pero todo ello no es más que una ilusión (159). La simple repetición nada dice
necesariamente respecto de una auténtica acogida y apropiación de la Palabra de Dios,
que la Iglesia interpreta y enseña con autoridad. La comprensión de la palabra de la
Iglesia, o su incomprensión, estará siempre condicionada por las posiblidades históricas
del hombre para comprender. La ayuda que Dios y la Iglesia ofrecen al hombre, a fin de
que este escuche y acoja la Palabra salvífica de Dios, nunca excluyen las categorías y
formas del comprender y del pensar del hombre, sino que, por el contrario, las suponen.
Difícilmente podría ser verdadera una religión que excluyera al hombre de su
configuración histórica, que no lo invitara a reconocer la interpelación de Dios en su
existencia, que no lo invitara a desplegar las capacidades críticas, creativas y libres del
pensar.
En segundo lugar, habrá que decir que el pensar filosófico se debe comprender como
desarrollo crítico de aquella inteligencia primera y originaria que el hombre tiene de sí
mismo y del ser (168). En efecto, el pensamiento filosófico intentará expresar
conceptualmente la verdad y el ser que ya se manifiestan a la inteligencia en la situación
originaria del hombre en el mundo (169); es la conciencia originaria de ser en el mundo
aquello que le permite al hombre preguntarse por aquello que es. En el horizonte del ser
—de sí mismo y del mundo— puede desarrollar su inteligencia originaria y preguntarse
por aquello que realmente es: en sí mismo, en las cosas, en el mundo.
En este sentido, "pensar por sí mismo" no significa crear una situación nueva al margen
de aquello que es, al margen de la conciencia originaria que tenemos de nosotros
mismos, de los otros, del mundo. Pensar por sí mismo, por el contrario, implica
desarrollar esa inteligencia primera, que ya surge en la apertura del hombre al ser y a la
verdad que se manifiestan en todo lo que es. El "desde dónde" del pensar está
constituido, entonces, por el ser (170).
En tercer lugar, aunque el pensar filosófico esté siempre referido a aquello que es, a la
cosa, se diferenciará de las ciencias de la naturaleza o de las ciencias exactas, en la
medida en que él se pregunta, justamente, por el ser de las cosas, por aquello que hace
que algo sea esto o lo otro. Para el pensamiento filosófico no basta la constatación
fáctica de aquello que es, no basta la determinación de que algo sea "así", o "de otro
modo". "La observación de rasgos o propiedades particulares constables de lo que existe
—afirma B. Welte— pertenece esencialmente a las ciencias particulares, pero no es
ninguna filosofía. El pensamiento filosófico no entra en detalles en la cuestión de qué
rasgos particulares pueden constatarse en la naturaleza, o en la historia, o dondequiera
que sea, pero sí se pregunta qué es propiamente la naturaleza, o la historia, o qué es
simplemente lo que existe en conjunto" (171).
En cuarto lugar, para B. Welte el pensar filosófico deberá ser siempre un pen-samiento
crítico. Y esto no por alguna razón o algún imperativo ajeno al pensar, sino como
exigencia de él mismo. Si el pensar por sí mismo busca la verdad y el ser que se
manifiesta en la cosa, entonces el pensar "incluye la pregunta crítica por la diferencia
entre el ser auténtico y esencial y el que podemos llamar ser inauténtico y accidental"
(172). Si el pensar no se hiciera la pregunta por la diferencia, entonces él quedaría
ligado a la facticidad de lo que es, terminaría pensando que las cosas solo pueden ser
según los modos en que se constata que ellas son. En cambio el pensamiento filosófico,
mirando siempre lo fáctico, se deberá preguntar por el ser esencial y auténtico, por la
verdad esencial y auténtica, puesto que son este ser y esta verdad los que propiamente se
deben constituir en instancia normativa de lo fáctico, y no al revés (173).
Una clara e importante consecuencia de esta comprensión del quehacer filosófico, que
así también comprendieron pensadores como Boecio, Sócrátes y Aristóteles (176), tiene
que ver con la significación que adquieren tanto los pensamientos antiguos como los
nuevos. Respecto de los pensamientos antiguos, estos no pueden ser simplemente
despachados por su antigüedad. Respecto de los nuevos, estos no pueden ser
simplemente acogidos por su actualidad. Estamos ante una lógica distinta, ante una
valoración diferente del conocimiento al que, por ejemplo, tienen las ciencias naturales
y la técnica. No se trata, en el caso del pensamiento filosófico, simplemente, de
acumulación cuantitativa de conocimientos, de simple acopio y manejo de información
positiva. Por importante que ello también sea, la validez del pensar se verificará en la
capacidad que este muestre de "pensar-junto-con"; de aprender cosas nuevas; y, sobre
todo, de mostrar su capacidad para recorrer caminos propios.
Ahora bien, este pensar por sí mismo no se debe entender como un imperativo
extrínseco al hombre, como una actividad que le viene impuesta por la cultura, por una
simple necesidad de la conciencia moderna. Aunque todo ello juegue un rol importante,
lo que ha hecho la conciencia moderna es ayudar a reconocer que este "pensar por sí
mismo" es, por una parte, condición de posibilidad del ejercicio de la libertad concedida
al hombre y, al mismo tiempo, representa el desarrollo de esa misma libertad (178). En
otras palabras, difícilmente una persona o grupo podrá ejercer su libertad si no llega a
pensar por sí mismo, si no es capaz de tomar distancia respecto de aquello que se le dice
que hay que pensar, creer, hacer; si no es capaz de pensar, creer, o hacer aquello por él
mismo, por una convicción y decisión de su propia libertad. Y es en este sentido que
consideramos ineludible para la constitución de un sujeto personal y también social, este
ejercicio del pensar por sí mismo, desde el propio origen, desde la propia libertad.
Ante este imperativo, que surge entonces desde la libertad concedida al hombre,
evidentemente el sistema religioso, pero también el sistema político y cualquier otro
sistema institucional, tendrá sus reservas y reparos, ya que la persona se confrontará
críticamente respecto de ellos, se preguntará por la verdad de ellos, etc. Y a través de
diversas medidas coercitivas el sistema podrá incluso intentar evitar esta confrontación,
podrá seguir intentando decir qué es lo que hay que pensar, qué es lo que hay que creer,
qué es lo que hay que hacer. Incluso podríamos reconocer como legítimos estos
esfuerzos institucionales, por cuanto corresponden a su natural interés de cohesión,
consolidación y proyección en el tiempo.
Sin embargo, también es legítimo que las personas decidan por sí mismas, desde su
libertad, si adhieren a la propuesta que representa dicha institución. Al menos en
relación a la comunidad eclesial, nada justificaría que ella no favoreciera el ejercicio del
"pensar por sí mismo": no es pensable una verdadera adhesión a la comunidad eclesial,
y menos aún a la persona de Jesucristo, si ella no acontece en la libertad de quien ha
pensado por sí mismo y que quiere seguir haciéndolo.
Ahora bien, la teología no tiene una acceso directo a esa revelación, sino que solo a
través de determinadas fuentes. Y recogiendo la distinción clásica de las dos fuentes,
Welte afirma que la teología puede acceder a la revelación de Dios en Jesús, tanto a
través de los testigos primeros de ella —vale decir, de los apóstoles y de los escritos en
los cuales se consignó su testimonio, esto es, las Sagradas Escrituras—, como también a
través de los testigos segundos, de aquellos que acogieron la palabra revelada de Dios,
de aquellos que han sido los "testigos de los testigos", es decir, a través de tradición viva
de la Iglesia. Estas fuentes de la revelación, como su acceso a ellas, ya constituyen de
por sí un desafío para el quehacer teológico.
Por otra parte, también habla en contra de esta simplificación ilegítima el hecho de que,
progresivamente, hemos ido teniendo un mayor y mejor acceso a las diversas fuentes de
la revelación. Esto no solo posibilita el tener a la vista un mayor número de testimonios
de la revelación, sino que, además, hoy también podemos leerlos e interpretarlos
históricamente: es decir, podemos situarlos en un contexto histórico determinado,
podemos reconocer las preguntas y problemas concretos a los que ellos quisieron
responder, podemos comprender mejor su lenguaje y categorías de pensar, podemos
reconocer cómo ellos han ido siendo leídos e interpretados en la historia, etc. Así, tanto
por razones teológicas como por razones históricas, hoy se está en condiciones de
superar con éxito el peligro de una simplificación ilegítima de la revelación de Dios en
Jesús, según ella ha sido testimoniada por las Escrituras y por la Tradición de la Iglesia.
Esto, en ningún caso, significa que el peligro no siga existiendo; de hecho, muchas
veces se sigue tomando la particularidad por la totalidad, y esto no solo por falta de
rigor y de esfuerzo intelectual, o por falta de acceso a las fuentes, sino que también
porque muchas veces no se explicita el propio interés y subrepticiamente se recogen e
interpretan los diversos testimonios de acuerdo a él. Pero existiendo el peligro y los
hechos que lo avalan, disponemos también de los medios para estar atentos a él (187).
Una tercera tarea que se le plantea a la teología, desde su propio punto de partida
hermenéutico, consiste en comprender históricamente los diversos testimonios de la
revelación. La teología "deberá aprender a leer y entender dichos testimonios, desde su
propia situación histórica particular, y desde sus propios presupuestos y preguntas, los
cuales no son, sin más, los nuestros. Y esto vale igualmente para los testimonios del
magisterio eclesial" (190). Para esta tarea no basta leer e intentar comprender los
testimonios en su contexto histórico más inmediato, menos aún en su exclusiva
referencia eclesial o intrateológica. De lo que se trata es de situar dichos testimonios en
aquellas comprensiones epocales del ser, que conformaron e hicieron posible su
existencia (191). Estas comprensiones epocales del ser no constituyen un continuum
evolutivo, ni representan un línea coherente de progreso, ni de nada parecido (192). Esto
se muestra con claridad, afirma Welte, si comparamos las narraciones y afirmaciones
sobre Jesús en el Nuevo Testamento —que con toda su diversidad pertenecen a una
misma época histórica— con aquellas fórmulas cristológicas y trinitarias que
encontramos en los grandes concilios del siglo IV y V: "Si se consideran estas fórmulas
en relación a la Biblia, se puede reconocer con facilidad que los modos teológicos de
preguntar, de pensar y de hablar se mueven aquí, en conjunto, en un nivel y en una
dirección, que difícilmente se pueden deducir en una línea directa y continua de la
antigua situación epocal de la Iglesia" (193).
Para dicho trabajo de deducción, afirma Welte, la teología requiere, a lo menos, de tres
medios: de investigaciones históricas, de un desarrollado y fino sentido histórico y, por
sobre todo, de la filosofía. Con todo, la síntesis teológica no se reduce a una deducción
del derecho y de los límites de los diversos momentos de transición histórica. Lo
decisivo de una síntesis teológica no estará tanto en su capacidad para recoger y ordenar
todo el material histórico de la tradición eclesial, cuanto en su capacidad para
interpretarlo de acuerdo al acontecimiento de la revelación de Dios en Jesús, del cual la
vida de la Iglesia da testimonio, gracias al testimonio de los primeros testigos. No
debemos olvidar que el testimonio de los primeros testigos "debe ser la norma de la
Iglesia y de toda posible teología eclesial" (196). Una síntesis que no tome en cuenta
esta norma normans, se podrá articular desde un interés histórico, doctrinal, disciplinar,
cultual, o desde el que sea; pero con ello aún no se habrá acreditado como aunténtica
síntesis teológica, puesto que su referencia interna y decisiva no es la salvación de Dios
acontecida en Jesucristo. La tradición de la Iglesia —la fe vivida, el magisterio y la
teología— solo puede ser comprendida e interpretada en relación a este acontecimiento
de salvación; y, por ello, solo desde este acontecimiento salvífico se puede articular una
auténtica síntesis teológica. Es cierto que, por su parte, la tradición de la Iglesia ayuda a
comprender, a interpretar y vivir dicho acontecimiento de la revelación. Pero,
justamente, su referencia fundamental no es ella misma, sino que la revelación de Dios
en Jesucristo. La Iglesia nace en este acontecimiento y es constituida por el Espíritu en
testigo e instrumento de salvación en su peregrinar por la historia (197).
En quinto lugar, otro de los desafíos y tareas fundamentales de la teología tiene que ver
con su capacidad para articular siempre de nuevo el anuncio salvífico de Dios en Jesús.
Ella no puede quedarse mirando hacia atrás, simplemente interpre-tando, reproduciendo
y reformulando antiguas fórmulas y prácticas de fe. De cara a las nuevas situaciones
históricas y a la nuevas comprensiones epocales del ser, ella deberá intentar decir de
nuevo, desde sí misma, aquel anunció salvífico de Dios, que ella ha reconocido y
acogido en el testimonio de las Escrituras y de la tradición viva de la Iglesia.
Ahora bien, las condiciones de posibilidad de esta tarea teológica no solo se encuentran
en la gracia de Dios, sino que, al mismo tiempo, en la propia existencia y espíritu
humano. Y la más decisiva de estas condiciones de posibilidad humana, afirma Welte,
será esta: "que la propia existencia y las posibilidades que en ella se esconden sean
puestas en juego que en vista a la comprensión del anuncio del Evangelio. Y esto de tal
modo que en el fondo de la propia existencia se encuentren las posibles fuentes y
motivos desde los cuales la Palabra santa del Evangelio adquiera su sentido pleno y
vital, y pueda ser dicha en una forma nueva" (199).
Así, la revelación de Dios no permanece como algo ajeno al hombre, sino que acontece
como un encuentro vital con Dios, desde la propia existencia, desde la propia libertad,
desde las propias posibilidades de comprender y pensar (200). Ciertamente el hombre
no podrá nunca producir la Palabra revelada de Dios, ni esta nunca se someterá a su
voluntad de dominio y poder. Sin embargo, para que el hombre sea efectivamente un
"oyente de la Palabra", es necesario que esta encuentre en su propia existencia las
posibilidades de ser acogida, comprendida y reformulada. Todo esto, afirma Welte,
"pertenece esencialmente a aquello que los teólogos han llamado la potentia
obedientialis" (201).
Ahora bien, esta posibilidad del pensamiento teológico de reformular desde la propia
existencia la Palabra revelada de Dios, no se desarrolla al interior de una conciencia
meramente individual, aislada del tiempo y del espacio en que ella ha-bita. Más bien, se
trata de un proceso que tiene siempre puesta la mirada en aquella larga cadena de
testigos de la presencia salvífica de Dios en Jesús y, por lo mismo, de un proceso que
acontece en la comunión eclesial. Pero más aún: cuando el teólogo quiere decir desde su
propio origen la Palabra revelada de Dios, y por lo tanto, habiéndola acogido y
comprendido vitalmente, la quiere reformular, entonces ello no solo lo hace de cara a la
cadena de testigos, sino que también de cara a los hombres y mujeres de hoy: de cara a
sus posibilidades de acoger y comprender vitalmente aquella Palabra salvífica de Dios.
Lo dicho más arriba respecto de las "comprensiones epocales del ser", aquí también
adquiere sentido. Por ello, es deseable que en este proceso de renovación teológica no
solo se ponga en juego "un corazón privado", "una existencia privada", "sino que en él
vivan y respiren en todas las corrientes espirituales de su tiempo, y que así él llegue a
ser, de cierto modo, el corazón de la totalidad del tiempo y de su futuro. Es deseable,
también, que el fondo existencial creyente de la teología no construya un fortaleza para
encerrarse y aislarse temorosamente de la totalidad de la realidad en la cual vivimos y
existimos, sino que, por el contrario, se abra fraternalmente y se una a todo espíritu
humano, en el marco del tiempo que nos ha sido dado (202).
3.3 La teología y su referencia a la verdad de la fe
Ya las tareas que Welte asigna a la teología nos podrían ayudar a responder estas
preguntas y otras semejantes. Según lo visto, la verdad revelada de la fe en ningún caso
excluye el pensar del hombre; por el contrario, lo supone y, en muchas situaciones
históricas, incluso, lo exige. Sin embargo, consideramos que todo ello es solo parte de la
respuesta que el mismo Welte da a este complejo de preguntas. Lo que allí se ha hecho
es establecer la relevancia y pertinencia de un pensamiento, que tenga por "objeto" la
verdad revelada de la fe; pero, respecto de la misma verdad revelada de la fe, todavía no
se ha dicho nada. Y comprenderla como una mera modificación y adaptación de aquella
verdad que se manifiesta como "luz del ser", representaría un craso concordismo que,
como mostraremos, no tiene fundamento alguno en el pensamiento de Welte. Por tanto,
si la cuestión de verdad revelada de la fe ha quedado pendiente en ambos momentos —
cuando hablamos del pensar filosófico y, luego, del teológico—, conviene ahora
abordarla, antes de reflexionar en torno al lugar de la filosofía al interior de la teología.
Para ello, especialmente nos ayu-dará un trabajo que Welte publicó el año 1970, como
parte de un libro dedicado a Heinrich Schlier y editado por G. Bornkamm y K. Rahner
(203).
Teniendo presente estos antecedentes, podemos ahora considerar lo que Welte nos dice
respecto de la verdad, en el contexto de la revelación y de la fe. Su pensamiento se
articula aquí, en torno a tres afirmaciones fundamentales, las que primero
presentaremos, para luego poder comentar. La primera afirmación es que la verdad de
la fe tiene el carácter de acontecimiento. Esto significa, negativamente hablando, que la
verdad de la fe "no es algo así como una reserva atemporal, ni algo así como un valor en
sí mismo ni tampoco, primeramente, una adaequatio intellectus et rei" (207). Más bien,
la verdad de la fe es "aquello que sucedió y que sucede, en cuanto acontece como
verdad. Esta verdad acontece, en cuanto ella surge desde su propio origen divino y
resplandece, iluminando a quien ella alcanza y a quien la acoge" (208).
En este seguir pensando, Welte formula una segunda afirmación respecto de la verdad:
en su acontecer la verdad es in-olvidable (215). Y es in-olvidable, fundamentalmente,
por ser ella misma un acontecimiento de la libertad, por ser un acontecimiento que,
desde Dios, se abre a la acogida y memoria de la fe. La "in-olvidabilidad" del
acontecimiento de la verdad, del acontecimiento de Cristo, no solo se sustenta en la
fuerza y en el poder de Dios, sino también en la libertad del hombre que, creyendo, la
acoge y da testimonio de ella. La verdad, podemos decir, acontece en esta memoria que
la hace presente, que la hace siempre de nuevo vida y luz para los hombres (216).
A través de esta segunda afirmación, en ningún caso Welte pretende negar aquel hecho
que llama "evidente" y que consiste en que, en su historia, el pensamiento cristiano ha
sido olvidado de muchas formas, ha sido negado y que, incluso, ha sido traicionado
(217). Pero la ocurrencia de este mismo hecho no hace sino confirmar el carácter
temporal e histórico del acontecimiento de la verdad, la necesidad de que cualquiera
configuración histórica del cristianismo sea siempre recuerdo y memoria actual del
acontecimiento único y definitivo de Jesucristo, en definitiva, la necesidad de que la
verdad siga aconteciendo como actualización del acontecimiento originario de la
libertad y de la fe.
En este mismo sentido, a nuestro juicio, debe entenderse aquella afirmación de Welte
según la cual los mismos dogmas de la Iglesia pueden llegar a ser corregidos: todos los
dogmas, incluido el dogma de la infalibilidad, son definiciones normativas de fe y lo
seguirán siendo; pero, según su forma, ellos son relativos; es decir, se han formulado en
relación a determinadas preguntas y según las categorías y formas del pensar
dominantes en cada época histórica. En este sentido, escribe Welte, "nuevas
formulaciones pueden integrar las antiguas, pueden establecer otros acentos, pueden
utilizar otras formas lingüísticas y conceptuales, sin con ello declarar falsas las antiguas
formulaciones" (218). Esta "corrección del dogma" ha sido siempre necesaria y es
expresión del acontecer histórico de la verdad como memoria del acontecimiento de
Jesucristo.
¿Y qué tienen que ver estas afirmaciones respecto de la verdad de la fe con el quehacer
mismo de la teología? A nuestro juicio, mucho. La teología no solo se debe validar
como pensamiento humano, explicitando su punto de partida hermenéutico y
caracterizando sus propias tareas, sino que, además, ella se debe configurar de acuerdo a
la misma verdad de la fe a la que se debe. Y, por ello, pensamos que estas reflexiones
de Welte en torno a la verdad de la fe representan un impulso importante para
caracterizar mejor la teología como intellectus fidei y, al mismo tiempo, para reconocer
cómo la religión puede acontecer en la verdad.
En efecto, para la fe y la teología no puede constituir un hecho insignificante o
secundario que la verdad que ella busca tenga el carácter de acontecimiento. Este hecho,
según se ha comprendido más arriba, la impulsa a ella a buscar y a formular la verdad
de la fe no como una simple adecuación del intelecto a la cosa, sino como apertura y
acogida del misterio inefable de Dios, como participación libre en el acontecimiento de
Jesucristo en la historia. Ciertamente, la teología no puede producir este
acontecimiento; sin embargo, pensando, puede remitir a él, puede ayudar a
comprenderlo, puede decirlo para los hombres y mujeres de hoy.
Por otra parte, para la teología tampoco debe ser indiferente el hecho de que la verdad
de la fe posea un carácter inolvidable, por cuanto que acontece siempre de nuevo en el
memorial de la fe. Este hecho es constitutivo de la verdadera religión cristiana, pero
también es normativo y programático para una teología que quiera pensar la verdad de
la fe. El hecho fundante de la religión cristiana es, justamente, el acontecimiento
salvífico de Dios en Jesucristo. Toda su vida, también la teología, se deberá orientar a
hacer memoria de ese acontecimiento, a actualizar en nuestra propia historia la Palabra
que se hizo carne y habitó entre nosotros, a hacer presente en todo tiempo aquel
acontecimiento único y definitivo.
Pero tampoco la religión cristiana deberá abstraer del hecho de que la verdad a la que
ella se debe, en cuanto acontecimiento de la libertad, es siempre una verdad
transformadora y operante. No se trata, ciertamente, de poner la vida religiosa y la
teología en función de tal o cual práctica eclesial o social; pero sí de situarla en la
dinámica transformadora de la verdad del Evangelio. Una teología, o una religión, que
se vuelve sobre sí misma, que se concentra estérilmente en la construcción de sistemas
ordenados y coherentes de enuciados sobre "Dios", y que no es capaz de interpelar a la
conversión y a la fe, difícilmente podrá tener alguna significación histórica real,
difícilmente podrá ella participar del acontecer histórico-salvífico de la verdad. Al
menos la religión cristiana y su teología no deberán olvidar que la verdad acontece
como realización de la verdad, como "obrar la verdad" (Jn 3, 21), como un "vivir según
la verdad" (2 Jn 4) (221).
Esta apertura y acogida de la palabra, dice Welte —recordándonos con ello a Bultmann
y a Rahner—, acontece siempre en el escuchar. Para que una palabra o un hecho sean
reveladores, se requiere que ellos efectivamente revelen algo a alguien. Solo allí donde
alguien se abre comprensivamente a esa palabra o hecho revelador, la revelación de
Dios logra ser efectivamente revelación. De allí que Welte pueda afirmar, en varios de
sus escritos, que el escuchar constituye una de la condiciones de posibilidad
fundamentales de la revelación y de la fe (223).
Ahora bien, aquellas palabras y hechos que determinan la inteligencia del hombre en el
acontecimiento de la revelación, no advienen a ella como un añadido extraño a sí
misma. El creyente puede efectivamente comprender, y así ser auténtico sujeto en el
acontecimiento de la revelación, en la medida que aquellas palabras y hechos,
interpelándolo, puede reconocerlos en el horizonte de su propio ser y existencia (231).
Así, el comprender no está simplemente referido a una especie de forma exterior que
viene a informar un intelecto vacío, sino que él es también determinante en el
acontecimiento de la revelación, porque aquello que se le revela lo interpela y sitúa ante
sí mismo, ante sus propias posibilidades y capacidades de pensar por sí mismo, desde el
propio origen. En este sentido, afirma Welte, la palabra que nos interpela nunca agrega
algo externo a las propias capacidades y facultades del hombre; más bien, "dirigiéndolas
y determinándolas, ella desarrolla aquello que ya se encuentra en el ámbito de ellas"
(232).
Dicho de otro modo: no es viable una verdadera religión, sin que el hombre sea capaz
de comprender desde sí mismo, desde sus propias capacidades, y desde su propia
existencia, aquello que Dios dice y hace en favor de su salvación (233). Así como es
necesario afirmar la soberanía de Dios en todo el acontecimiento de la fe, también "se
debe decir que Dios no se puede revelar al hombre, marginándolo a este del mismo
acontecimiento revelador. Una revelación que fuera un milagro en el hombre, y un
milagro que el hombre no pudiera entender, y en el cual él mismo tampoco se pudiera
entender, dicha revelación permanecería como un añadido extraño en el hombre y no se
podría desplegar como anuncio de Dios a los hombres, ni como salvación reveladora de
Dios para los hombres. Aunque teológicamente suene muy fuerte, aquí vale decir: Dios
necesita a los hombres" (234).
El mismo percibir y formular el carácter histórico de toda comprensión hu-mana es, por
su parte, una peculiaridad de nuestro propio lugar en la historia: "Recién a través de
Hegel, Dilthey y de Heidegger —solo para nombrar a los exponentes más importantes
de este proceso, explica Welte—, ha surgido la historicidad de todo pensar como algo
digno de ser preguntado y pensado" (244).
Ahora bien, en cuanto la fe cristiana está referida a dicho comprender, ya sea como fe
que comprende o como comprensión creyente, y en cuanto el comprender es una
facultad propia del hombre, la misma fe se deberá situar sobre este suelo de la
comprensión humana del ser. Situada la fe sobre este suelo de comprensión humana, la
reflexión teórica de la fe, esto es, la teología, queda necesariamente referida a una
hermenéutica de aquel sustrato de comprensión del ser en el que habita la misma fe. Por
esta razón, afirma Welte, a esta hermenéutica teológica "pertenece también una
adecuada interpretación del ser y de las posibilidades del pensar que permiten la
comprensión de la fe por parte del hombre. Siendo esta interpretación específicamente
filosófica, ella, sin embargo, está referida a la realización de la fe cristiana" (246). Se
trata, como dice Welte a continuación, no de una tarea agregada a la hermenéutica
teológica, sino de un "implicado filosófico" de la misma, sin el cual la teología no sería
plenamente tal (247).
Por último: ¿La filosofía es ama o esclava? Por el mismo "implicado filosófi-co de la
hermenéutica teológica", Welte piensa que la filosofía al interior de la teología debe
asumir ambas funciones, sin renunciar en ningún momento a alguna de ellas (258). Ella
debe ser ama, puesto que siempre, asumiendo una postura crí-tica e interesada deberá
cuestionar cada una de las formas transmitidas de la fe, preguntando: ¿Qué es esto?
¿Cómo lo debo pensar?" (259). Siendo ama, la filosofía ayudará a la misma fe y a la
teología a revisar sus propios conceptos y catego-rías en el contexto de la comprensión
que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, de tal manera que las antigüas categorías
sean liberadas de su eventual vaciamiento de significado y de sentido, y que las nuevas
sean pensadas críticamente.
Pero, al mismo tiempo, la filosofía al interior de la teología será esclava. En la fe, ella
deberá ser ama escuchando y estando siempre dispuesta a revisar crítica-mente su
propia posición y a someterse al juicio del anuncio salvífico de Dios en Jesucristo, al
cual ella quiere servir. En cuanto esclava nunca se podrá alzar como una sabiduría que
pretenda construir y disponer de la salvación de Dios por la propia fuerza de su
pensamiento (260). En este sentido, afima Welte, bien se puede comprender la filosofía
como subordinada al acontecimiento de la revelación y de la fe, como ancilla, para
emplear la tradicional expresión. Sin embargo, sometiéndose a su función de servidora
al interior de la teología, ella tampoco no puede dejar nunca ser, a la vez, ama y señora
(261).
De allí que la filosofía —y esta es una segunda cuestión que quisiéramos destacar— solo
pueda asumir su función de esclava, desde ella misma, desde su propia libertad,
participando ella misma del movimiento de la fe, dejándose ella misma interpelar por el
misterio inefable que se le revela en todo aquello que es, y sometiéndose por ella misma
a la cercanía trascendente del poder infinito e incondicionado. Si por ella misma la
filosofía no quiere participar y comprometerse en este movimiento de la fe, ella podrá
seguir siendo lo que es y para la teología nada habrá cambiado sustancialmente: esta
podrá y deberá seguir sirviéndose de ella, por cuanto para su tarea se le hace
irrenunciable. El problema, más bien, se le presenta a la filosofía; y, de nuevo, no
directamente de cara a la teología, sino que de cara a sí misma y a su propósito de
conocer la verdad de todo cuanto es (262).
RESUMEN
ABSTRACT
The development of the argument is structured on three moments. The first one looks at
the diverse ways in which philosophy has been present in theology alogn history; the
second one examines the different objections wich, both from the philosophy as from
the theology, have been raised against the presence of philosophy in theology; and the
third one indicates the main hints for the presence of philosophy in today’s theology,
gathering what history has taught about the relation between philosophy and theology.
As we know it is so much needed, especially in our Latin American context.
(3) Cf. B. Welte, Filosofía de la Religión, 26-28; Was ist Glauben?, Herder,
Freiburg 1982, 15-20. [ Links ]
(9) Cf., B. Welte, Heilverständnis…, op. cit., 47 y ss.; Auf der Spur des Ewigen.
Philosophische Abhandlungen über verschiedene Gegenstände der Religion und
der Theologie, Herder, Freiburg [Breisgau] 1965, 366 y ss.; "Was hat die
Philosophie in der Theologie zu tun?, Theologische Quartalschrift 154 (1974)
303-310. [ Links ]
(10) Esta situación evidentemente puede ser revertida y, por ello, en los últimos
años no pocos trabajos apuntan justamente a analizar el camino recorrido y a
indicar nuevas perspectivas metodoló-gicas, temáticas, etc. Véase, por ejemplo:
W. Amado, "Qual o futuro da Teologia da Liber-tação?", Revista Eclesiastica
Brasilera 51 (1991) 679-682; [ Links ] Fr. Betto, "A Teologia da
Libertação Ruiu com o Muro de Berlim?", Revista Eclesiastica Brasilera 50
(1990) 922-929; C. Boff, "Teologia da Libertação: suas grandes questoes neste
final de século", Vozes 85-4 (1991) 460-468; [ Links ] F. Del Paso,
"¿Muerta la teología de la liberación?", Christus 573 (1994) 31-33; C. M. Galli,
"La teología latinoamericana de la cultura en las vísperas del tercer milenio", en:
Consejo Epis-copal Latinoamericano (ed.), El futuro de la reflexión teológica en
América Latina, CELAM, Bogotá 1996, 243-362; [ Links ] G. Gutiérrez,
"Liberación y desarrollo: un desafío a la teología", Páginas 124 (1992) 14-23;
Gutiérrez, G., "Una teología de la liberación en el contexto del tercer milenio",
en: Consejo Episcopal Latinoamericano (ed.), El futuro de la reflexión teológica
en América Latina, CELAM, Bogotá 1996, 97-165; [ Links ] J. B. Libanio,
"Panorama da teologia da América Latina nos últimos 20 anos", Perspectiva
teológica, 24 (1992) 147-192; J. Noemi, "Rasgos de una Teología
Latinoamericana", en: Consejo Episcopal Latinoamericano (ed.), El futuro de la
reflexión teológica en América Latina, CELAM, Bogotá 1996, 29-74;
[ Links ]P. Richard, "La reconstrucción de la esperanza. La teología de la
liberación en búsqueda de nuevos paradigmas", Senderos 43 (1993) 37-62; J. C.
Scannone, "Situación de la problemática del método teológico en América
Latina", Medellín 78 (1994) 255-284. [ Links ]
(13) Esta obra fue publicada por primera vez el año 1978, y el mismo Welte la
presenta como el resultado final de largos años de trabajo académico, como "el
fruto de largas reflexiones y de muchas conversaciones" (Filosofía de la
Religión, 11). Fue notable la inmediata recepción de la obra y la importancia que
ella ha ido adquiriendo en el transcurso de los años; el año 1997 fue publicada
por quinta vez, cuestión que no es tan común para libros filosóficos
especializados, ni siquiera en Alemania.
(14) Advertimos que este artículo es solo parte de una trabajo de investigación
más extenso, realizado gracias a una beca de la Fundación Alexander von
Humboldt, y que será publicado en los próximos meses bajo el título La
verdadera religión. Un diálogo con Bernhard Welte. En este texto serán
explicitadas algunas cuestiones metodológicas y de contenido que
complementarán lo aquí expuesto.
(15) La relación entre filosofía y teología es un tema mucho más vasto del que
aquí nosotros que-remos tratar. Con todo, el tema de la "presencia de la filosofía
en la teología" se inscribe en el horizonte de ese tema mayor. Al respecto, puede
consultarse la obra de Wolfhart Pannenberg, Theologie und Philosophie. Ihr
Verhältnis im Lichte ihrer gemeinsamen Geschichte, Vandenhoeck & Ruprecht,
Göttingen 1996. [ Links ]En términos generales, y aun formales,
Pannenberg caracteriza la relación entre filosofía y teología a través de cuatro
modelos históricos: aquel que establece una oposición entre ellas (Tertuliano,
Pedro Damián, la ancilla theologie del medievo, Lutero, etc.).; aquel que intenta
identificarlas (patrística); aquel que subordina la filosofía a la teología
(aristotelismo cristiano del medievo); y aquel que subordina la teología a la
filosofía (ilustración). A partir de este último modelo, afirma Pannenberg,
posteriormente se han desarrollado otros dos: aquel en que la teología ha
buscado sustraer la fe de una sumisión a la autoridad de la razón (la subjetividad
como refugio de la religión y de la fe); y aquel en que la filosofía ha buscado la
superación (Aufhebung) de las representaciones religiosas en el concepto
filosófico (Hegel). Sin duda, estos modelos solo muestran tendencias de carácter
general. De hecho, el pensamiento de los grandes filósofos y teólogos no se deja
reducir a solo uno de estos modelos (cf. pp. 20-36).
(17) B. Welte, "Über den Sinn, die Notwendigkeit und die Grenzen einer
"Enthellenisierung" des Christentums", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit.
Abhandlungen und Versuche, Herder, Freiburg 1982, 235. [ Links ]
(19) Cf. B. Welte, "Über den Sinn, die Notwendigkeit und die Grenzen einer
"Enthellenisierung" des Christentums", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit, 235 y
ss.
(21) Cf. B. Welte, "Über den Sinn, die Notwendigkeit und die Grenzen einer
"Enthellenisierung" des Christentums", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit, 236-
238. Cf. B. Welte, "Credo ut intelligam als theologisches Programm heute", en:
Veröffentlichung der freien Universität Berlin (ed.), Wissenschaft und
Verantwortung. Universitätstage 1962, Walter de Gruyter, Berlin 1962, 21-22.
[ Links ]
(22) B. Welte, "Die Krisis der dogmatischen Christusaussagen", en: Zeit und
Geheimnis, 312. [ Links ]Cf. B. Welte, "Die Lehrformel von Nikaia und die
abendländische Metaphysik", en: B. Welte (ed.), Zur Frühgeschichte der
Christologie. Ihre biblischen Anfänge und die Lehrformel von Nikaia, Herder,
Freiburg-Basel-Wien 1970, 111 y ss.
(23) B. Welte, "Über den Sinn, die Notwendigkeit und die Grenzen einer
"Enthellenisierung" des Christentums", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit, 240.
Como afirma en otro texto: "La metafísica occidental había establecido su
dominio en la teología y, más específicamente, en la cristología. Y con ella una
interpretación de la persona de Jesús, que no atendía tanto a la historia, cuanto al
elemento estático, y desde allí a la esencia" (B. Welte, "Jesus Christus und die
Theologie", en: J. Sauer (ed.), Wer ist Jesus Christus?, Herder, Freiburg-Basel-
Wien 1977, 156). [ Links ]
(24) B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des Ewigen,
366. [ Links ]
(28) B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des Ewigen,
366. [ Links ]Welte también recuerda —siguiendo para ello el estudio de
Etienne Gilson, La Philosophie au Moyen Age— que de aquí vino también uno
de los impulsos más fundamentales para el desarrollo de la Universidad de París
y, según este modelo, para el surgimiento de las demás universidades. Véase,
también: "Credo ut intelligam als theologisches Programm heute", en:
Veröffentlichung der freien Universität Berlin (ed.), Wissenschaft und
Verantwortung. Universitätstage 1962, Walter de Gruyter, Berlin 1962, 16-30.
[ Links ]En un breve artículo, W. Pannenberg examina con profundidad las
posibilidades y límites de la propuesta anselmiana: W. Pannenberg, "Die
Rationalität der Theologie", en: M. Kessler, W. Pannenberg, H. J. Pottmeyer
(eds.), Fides quarens intellectum. Beiträge zur Fundamentaltheologie, Francke,
Tübingen 1992, 533-544. [ Links ]
(29) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 183. Véase, además: B. Welte, "Die geöffneten Türen eines
neuen Denkens. Zum 700. Todestag des hl. Thomas von Aquin", Christ in der
Gegenwart 26 (1974) 77-78. [ Links ]
(30) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 182.
(31) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 183.
(32) Esto sucedería en torno a los años setenta. Siger de Brabante, siguiendo a
Averroes, interpretaría a Aristóteles de un modo tal, que pondría en cuestión
contenidos centrales de la fe católica. Por una parte, San Buenaventura
reaccionará fuertemente en contra de este aristotelismo y, por otra, Santo Tomás
buscará salvar el aporte de las nuevas propuestas filosóficas, dedicándose al
estudio serio de los textos aristotélicos y corrigiendo las interpretaciones
erróneas que se hacía de ellos.
(34) Cf. B. Welte, "Die geöffneten Türen eines neuen Denkens. Zum 700.
Todestag des hl. Thomas von Aquin", Christ in der Gegenwart 26 (1974) 77-78.
[ Links ]
(35) Cf. B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus",
en: Zeit und Geheimnis, 186-190.
(36) El texto de Tomás que Welte aquí cita está tomado de la Summa contra
gentiles, I, 4: "duplici… veritate intelligibilium existente, una, ad quam rationis
inquisitio pertingere potest, altera, quae omne ingenium humanae rationis
excedit: utraque convenienter divinitus homini credenda proponitur" (en: B.
Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en: Zeit und
Geheimnis, 186).
(37) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 188.
(38) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 188.
(39) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 189.
(40) S. Th. I, 2, 3.
(41) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 190.
(42) B. Welte, "Thomas von Aquin und der Streit um den Aristotelismus", en:
Zeit und Geheimnis, 189.
(49) Cf. "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des Ewigen, 369.
[ Links ]Según Franz Anton Staudenmaeir, el teólogo también debe ser un
filósofo (Cf. F. A. Staudenmaier, Enzyklopädie der tehologischen Wissenschaft
als System der gesamten Theologie (Mainz 21840); [ Links ] Citado por B.
Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des Ewigen, 369,
nota 8). [ Links ]Cf. B. Welte, "Hegel theologischer Entwurf als Ausdruck
einer geschichtlichen Situation und als Impuls einer neuen Geschichte der
Theologie", en: Zeit und Geheimnis, 236-240; B. Welte, "Der
Wissenschaftscharakter der Theologie im Verhältnis von Denken und
Erfahrung", en: E. Denninger (ed.), Das Verhältnis von Denken und Erfahrung
im Wissenschaftlichen Erkennen, H. Krach, Mainz 1964, 8 y ss. [ Links ]
(50) De ellos escribe Welte: "Sowohl Hermes in Bonn wie Günther in Wien
zeigen extreme Möglichkeiten und Gefahren des theologischen Typus dieser
Zeit, beide sind ehrwürdige und persönlich tadelsfreie Männer, deren Werk
schließlich doch scheitern mußte" (B. Welte, "Zum Strukturwandel der
katholischen Theologie im 19. Jahrhundert", en: Auf der Spur des Ewigen, 385).
(51) "Die Theologie war —wie alles führende Denken dieser Zeit— von dem
Geiste und der inneren Haltung des Selbsdenkertums getragen, um einen in
dieser Zeit geläufigen Ausdruck zu gebrauchen" (B. Welte, "Zum
Strukturwandel der katholischen Theologie im 19. Jahrhundert", en: Auf der
Spur des Ewigen, 386).
(53) Como escribe Welte: "Es ist ihm (Drey) sehr deutlich, daß der mystische
Sinn, so sehr er das Andere des abstrakten Denkens ist, doch zugleich das
Denken herbeiruft, in Gang setzt, belebt und inspiriert. Dies ist für die ganze
Epoche charakteristisch, von daher dürfen wir verstehen, dab die theologische
Gedanken dieser Zeit den eigentümlichen Zug freudiger Frische und genialer
Jugendlichkeit zeigen, den Glanz neu aufgehenden Lichtes kräftiger Gedanken
und diese nährender ursprünglicher geistiger Erfahrungen, einen Glanz, welchen
wir in dieser Theologie so sehr bewundern, wie wir ihn an allen Gedanken
ursprungsschwächer Zeitalter vermissen" (B. Welte, "Zum Strukturwandel der
katholischen Theologie im 19. Jahrhundert", en: Auf der Spur des Ewigen, 387).
(59) Justamente Hegel llama la atención sobre este hecho, cuando en sus
Lecciones sobre filosofía de la Religión, hace un diagnóstico de los estudios
históricos en la teología de su época: "Por lo que atañe a este tratamiento
histórico, él se ocupa de pensamientos o representaciones que otros tuvieron,
sostuvieron o combatieron, de convicciones que pertenecen a otros, de historias
que no suceden en nuestro espíritu ni toman en consideración la exigencia de
nuestro espíritu, sino que su interés se reduce al modo como ellas ocurrieron en
otros, al origen contingente. Olvida el origen absoluto desde la profundidad del
espíritu y, con ello, la necesidad y la verdad de estas doctrinas…" (G. W. F.
Hegel, Lecciones sobre filosofía de la religión, Alianza Editorial, vol. 1, Madrid
1990, 64). [ Links ]
(65) Al respecto Welte escribe: "Immer schon ist es aufgefallen, wie jäh der
ungeheure Reichtum des philosophischen Denkens und Bewußtseins nach
Hegels Tod abbrennt wie ein Feuer, dessen Nahrung verzehrt ist, und wie
schnell und gründlich die wenigen Jahrzehnte der groben poetischen Genialität
Abschied nehmen von unserer Geschichte. Das ganze geistige und menschliche
Klima verändert sich gegen die Jahrhundertmitte hin so, dab die Veränderung
wie die Trennung von einer zunächst jedenfalls unwiederbringlichen und
einmaligen Kostbarkeit erscheint. Es erlischt das Licht der Genialität und
entspannt sich der hohe Tonus des Gedankens, und in eins damit verblabt das,
was Drey den mystischen Sinn genannt hat" (B. Welte, "Zum Strukturwandel
der katholischen Theologie im 19. Jahrhundert", en: Auf der Spur des Ewigen,
395.
(71) En un escrito del año 1950, B. Welte reconocía tres tipos de respuesta a esta
crisis: la liberal, que según el espíritu del tiempo aspiraba a una "teología
ateológica", dominada por cientificidad de la razón, y en donde lo santo no era
más que aquel dato histórico que resultaba del ejercicio de la razón histórico-
crítica, y que, en el mejor de los casos, podía remitir a un acontecimiento
original ya superado por la misma historia. Otra respuesta fue la "emigración": a
través de ella se buscaba situar lo santo en un esfera o ámbito que fuese
inalcanzable para la razón científica, y para sus métodos de verificación. Y una
tercera respuesta, Welte la reconoce en el irracionalismo y en la teología
irracional, a través de la cual no solo se pretendía sustraer lo santo del juicio de
la razón crítica, sino que positivamente situaba la religión en el ámbito de los
sentimientos, de las emociones, de las vivencias, etc. Situado lo santo en el
"corazón" del hombre, ingenuamente se pensaba, quedaba protegido de los
avatares de la historia y de la razón crítica. (Cf. B. Welte, "Zur Lage der
Fundamentaltheologie heute", en: Auf der Spur des Ewigen, 299-300).
[ Links ]
(72) Cf. B. Welte, "Zur Lage der Theologie heute und zur Rolle der Philosophie
im Rahmen dieser Situation", en: B. Casper (ed.), Die Angewiesenheit der
Theologie auf das philosophische Fragen, Schell & Steiner, München-Zürich
1982, 66. [ Links ]
(73) Cf. B. Welte, "150 Jahre Theologische Fakultät Freiburg", en: Zwischen
Zeit und Geheimnis, 145-147. [ Links ]
(75) Como escribe Welte, "cada tiempo lee con sus propios ojos un pensamiento
antiguo, ya conocido y canónico, y los interpreta según sus propias categorías
fundamentales, y esto, primeramente muy inocentemente y sin percibirlo. La
nueva teología escolástica leyó a Tomás, ciertamente, con los ojos y categoría
fundamentales de fines del siglo XIX. ¿Cómo hubiese podido ser diferente? […]
Las primeras teologías neoescolásticas —continúa Welte— no mostraban
ninguna diferencia fundamental respecto de la interpretación que Suárez había
hecho de Tomás. Y Suárez fue el último contemporáneo de Descartes, la última
figura del siglo XVIII —racionalista e ilustrado—, que la escolástica había
incorporado. Hombres como Kleutgen y Schätzler tomaron todo ello
expresamente sub uno. Por lo tanto, cuando pensaron en los marcos de su
conciencia tomista, lo que en realidad hicieron fue pensar análogamente a los
modos de pensar del siglo XVII y XVIII, los que, por su parte, eran
particularmente cercanos a la conciencia de fines del siglo XIX" (B. Welte,
"Zum Strukturwandel der katholischen Theologie im 19. Jahrhundert", en: Auf
der Spur des Ewigen, 400).
(89) Cf. B. Welte, Heilsverständnis, 21. Welte reitera esta idea en Was ist
Glauben?, 19.
(92) B. Welte, "150 Jahre Theologische Fakultät Freiburg", en: Zwischen Zeit
und Ewigkeit, 151-152. [ Links ]
(97) En un texto del año 1964, en memoria de Gustav Siewerth, Welte hace una
breve presentación del método fenomenológico en Martin Heidegger, mostrando
las potencialidades de este para acercarse a "las cosas mismas", para descubrir el
ser que desde ellas mismas se manifiesta, para realizar un análisis de la
existencia humana y en ella reconocer la presencia interpelante del misterio
infinito de Dios. Cf. "Die Gottesfrage im Denken Martin Heideggers", en: Auf
der Spur des Ewigen, especialmente pp. 262-272. [ Links ]Véase también:
"Gott im Denken Heideggers", en: Zeit und Geheimnis 258-261; B. Welte, "Der
Weg der Heimat", en: Stadt Meßkirch (ed.), Martin Heidegger 26. September
1959, Aker, Meßkirch 1960, 3-13; [ Links ] B. Welte, "Heigegger 80
Jahre", Christ in der Gegenwart 21 (1969) 308; B. Welte, "Das Denken. Martin
Heidegger 85 Jahre", Christ in der Gegenwart 26 (1974) 302; B. Welte,
"Denken und Sein. Gedanken zu Martin Heideggers Werk und Wirkung",
Herderkorrespondenz 30 (1976) 373-377.
Por último, en un artículo del año 1980, Welte vuelve a justificar la elección del
método fenomenológico, a propósito de la crítica formulada por Richard
Schaeffler a su Filosofía de la Religión, en el sentido que esta estaría fundada en
un método introspectivo, y que por tanto, no podría escapar a las objeciones de
la teoría de la proyección de Feuerbach (Cf. R. Schaeffler, "Sinnforderung und
Gottesglaube", en: Philosophisches Jahrbuch 86 (1979) 201 y ss.) Aquí, Welte
reconoce que, desde fuera, es muy difícil justificar el método fenomenológico;
pero, ante esta dificultad no solo está el método fenomenológico, sino que
cualquier otro procedimiento racional, como lo ha mostrado Karl Popper,
cuando habla de los "fundamentos irracionales de los procedimientos
racionales". Efectivamente, un método distinto al fenomenológico puede elegir
otro camino, por ejemplo, orientarse por la idea de la substancia y, al modo de
las ciencias positivas, procurar conocimientos objetivables y asegurables. Desde
este método, y según sus propios fundamentos, es imposible reconocer la
pertinencia de la fenomenología. Sin embargo, como ha demostrado Nietzsche,
entre otros, tampoco el método "objetivo" puede garantizar una "verdad
objetiva", ni escapar a la sospecha de la proyección. La fenomenología parte del
hecho de que "algo se muestra. La atención a aquello que se muestra posibilita y
justifica conceptos como substancia u objeto […] dicho método conduce a las
cosas mismas, es decir, hacia aquello que se muestra desde sí mismo, y ello
antes, y de modo más original, que los conceptos y las objetivaciones" (B.
Welte, "Über zwei Weisen, das Ewige zu denken", en: Zwischen Zeit und
Ewigkeit, 40).
(98) Cf. B. Welte, Heilsverständnis, 25; "Die Wesensstruktur der Theologie als
Wissenschaft", en: Auf der Spur des Ewigen, 363-365; Was ist Glauben?, 19 y
ss.
(99) Cf. B. Welte, "150 Jahre Theologische Fakultät Freiburg", en: Zwischen
Zeit und Geheimnis, 155-156.
(100) B. Welte reconoce que hay muchas filosofías más, pero que ninguna de
ellas acuña en igual medida la conciencia pública como lo hacen la filosofía de
las ciencias y la teoría crítica" (Cf., Filosofía de la Religión, 46).
(109) Según el cual habría tres posibilidades para fundar una proposición como
indudablemente cierta: "regresión infinita en las fundamentaciones, la cual
prácticamente no puede llevarse a cabo; o bien un círculo lógico, que
lógicamente es defectuoso; o bien la interrupción del procedimiento en un
determinado punto, con la afirmación arbitraria de que este punto determinado
constituye la base segura" (B. Welte, Filosofía de la Religión, 41; cf. también p.
73).
(117) De ello da cuenta la "disputa del positivismo" de los años 60. Cf. Th. W.
Adorno y otros autores, Der Positivismusstreit in der deutschen Soziologie,
Darmstadt u. Neuwied 31974 (citado por B. Welte, Filosofía de la Religión, 44).
(122) Por ejemplo: B. Welte, "Der neue Humanismus und die Dialektik von
Integration und Fortschritt", en: Zeit und Geheimnis, 68; B. Welte, "Nietzsches
Idee vom Übermenschen und seine Zweideutigkeit", en: Zwischen Zeit und
Ewigkeit, 167 y s.; B. Welte, "Ideologie und Religion", en: F. Böckle (ed.),
Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft, op. cit. 88-97.
(128) Por lo demás, según Erich Brock, aquella religión que vive desde sus
orígenes, y que él llama "piedad natural", no requiere tener tanto temor ante la
filosofía. Razón: "gran parte de la filosofía académica, y de la no académica, es
tan aburrida como inofensiva" (E. Brock, Religionsphilo-sophie, (editada por
Ernst Oldemeyer), Francke, Bern 1990, 11).
(132) Cf. B. Welte, "Die Gottesfrage im Denken Martin Heideggers", en: Auf
der Spur des Ewigen, especialmente, pp. 269-273; "Thomas von Aquin und
Heideggers Gedanke von der Seinsgeschichte", en: Zeit und Geheimnis, 203-
218. La cuestión de la "superación de la metafísica" la trataremos en el capítulo
tercero de este estudio.
(135) Por ejemplo, en: B. Welte, "Wesen und Unwesen der Religion", publicado
por primera vez el año 1952, y, luego, en: B. Welte, Auf der Spur des Ewigen,
279 y ss.
(136) Cf. B. Welte, "Credo ut intelligam als theologisches Programm heute", en:
Veröffentlichung der freien Universität Berlin (ed.), Wissenschaft und
Verantwortung. Universitätstage 1962, Walter de Gruyter, Berlin 1962,
especialmente, pp. 18 y ss.
(138) Cf. B. Welte, "Was hat die Philosophie in der Theologie zu tun?",
Theologische Quartalschrift 154 (1974). 303-310.
(141) B. Welte, "Wesen und Unwesen der Religion", en: B. Welte, Auf der
Spu…, 279. En otro tex-to, Welte escribe: "Aunque el Evangelio tenga su origen
arriba, en Dios, no es para que permanezca allá arriba, sino que para llegue acá
abajo, es decir, a los hombres, para que sea escuchado por el hombre, sea
comprendido y acogido creyentemente" (B. Welte, "Heilverständnis und
Heilsdifferenz", en: J. Reikerstorfer (ed.), Befreiter Mensch. Von der
heilsgeschichtlichen Erfahrung, Wiener Dom-Verlag 1976, 9. En su estudio
sobre el Maestro Eckhart, escribe: "Se debe pensar, si se pretende que la Palabra
de Dios sea clara. No querer hacerlo sería, como dice el Maestro, un signo de
desidia y negligencia" (B. Welte, Meister Eckhart, 20).
(143) B. Welte, Was ist Glauben?, 12-13. Cf. B. Welte, "Vom rechten Hören",
en: D. Bader (ed.), Fragestellungen einer Akademie. Ausgewählte Beiträge zum
25jährigen Bestehen der Katholischen Akademie der Erzdiözese Freiburg/Br.,
Schnell & Steiner, München - Zürich 1981, 104-114.
(147) Cf. B. Welte, "Die Wesensstruktur der Theologie als Wissenschaft", en:
Auf der Spur des Ewigen, 363.
(149) B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des
Ewigen, 372.
(153) "Wenn wir selbst das Wort der Kirche nicht verstanden haben, und
niemand selbst, dann hat es ja wirklich niemand verstanden, dann ist es
überhaupt nicht verstanden, und dann ist es überhaupt kein rechtes Wort
gewesen oder doch nur ein leeres und nutzloses" (B. Welte, Heilsverständnis,
60).
(155) En los albores del Vaticano II, B. Welte explicaba a sus estudiantes en
Freiburg que "la auténtica autoridad de enseñar se verifica en el diálogo con la
historia, escuchando siempre al interlocutor y respondiéndole a él, pero nunca en
la huida de la historia aferrándose a una supuesta roca inamovible, una huida
que siempre hace a la misma autoridad algo rígido y estéril, algo separado de
aquella vida que ella debe cuidar, fomentar y regular" (B. Welte, Wahrheit und
Geschichtlichkeit, 224).
(158) Cf. B. Welte, "Was hat die Philosophie in der Theologie zu tun?",
Theologische Quartalschrift 154 (1974) 304-309.
(159) Cf. B. Welte, "Die Glaubenssituation der Gegenwart", en: Auf der Spur
des Ewigen, 36 y ss.
(160) Hemos tratado esta situación actual en: J. Silva, "Creer en tiempos de
modernidad", Maule-UC 13 (1992) 5-12; J. Silva, "Evangelización y cultura:
sistematización teológica", en: G. Arroyo, J. Silva, F. Verdugo, Por los caminos
de América… Desafíos socioculturales a la Nueva Evangelización, Santiago
1992, 303-342.
(163) Se puede también consultar un artículo que Welte publicó por primera vez
el año 1977: "Was ist eigentlich ein Gedanke?", Theologische Quartalschrift
157 (1977) 243-254. Este texto, con algunas modificaciones, Welte lo vuelve a
publicar el año 1982, en Zwischen Zeit und Ewigkeit, Herder, Freiburg-Basel-
Wien 1985, 11-24.
(168) Cf. B. Welte, Filosofía de la Religión, 16. En otro texto, Welte afirma que:
"Por filosofía podemos entender la explicación de la comprensión que el hombre
tiene de sí mismo y del mundo" (B. Welte, "Was hat die Philosophie in der
Theologie zu tun?", Theologische Quartalschrift 154 (1974) 304.
(170) En otro texto, Welte explica que el pensamiento no es solo apertura al ser,
sino que, justamente, en cuanto "intelecto activo" (Aristóteles), "constituye
mundo", y que por ello Hegel pudo afirmar que "el producto de la inteligencia,
del pensamiento, es la cosa" (B. Welte, "Was ist eigentlich ein Gedanke?", en:
Zwischen Zeit und Ewigkeit, 13; G. W. F. Hegel, Enzyklopädie § 465).
(173) De "lo fáctico", según el texto original (p. 17); y no de "lo práctico", como
erróneamente se traduce en el texto español (p. 19).
(176) Cf. B. Welte, Filosofía de la Religión, 22-23. Para Boecio, la filosofía, que
en la cárcel se le aparece bajo la figura de una mujer, podrá ser fecunda solo en
la medida que el hombre no busque a través de ella llegar a algún final, no
busque agotar lo que ella es (cf. De consolatione philo-sophiae, PL 63.). La
distinción entre filosofía y sofía, le permite a Sócrates distinguir entre la
aspiración amorosa a la consumación y la consumación misma (Phaidros, 278
d). En su Metafísica Aristóteles ratifica la opinión de Sócrates (Cf. A 2, 982 b 28
y ss.).
(179) El texto al que nos referimos: "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie
heute", en: J. B. Metz et al. (ed.), Gott in Welt. Festschrift für Karl Rahner, t. I,
Herder, Freiburg/Basel/Wien 1964, 271-286. Respecto al significado que Welte
le asigna a este texto, véase: Auf der Spur des Ewigen, 11.
(180) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 411. Cf. Heilsverständnis, 27. Más adelante, en esta misma
obra, Heilsverständnis, Welte afirma que es posible reconocer los elementos
fundamentales del cristianismo en la siguiente fórmula: "La revelación salvífica
de Dios, que en el Jesús histórico ha irrumpido de modo decisivo" (p. 63).
(181) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 411.
(183) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 411-412.
(184) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 412.
(186) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 413.
(187) Welte muestra que recién desde aproximadamente 150 años, el punto de
partida hermenéutico como la conciencia de este peligro de una simplificación
ilegítima se han ido haciendo más claro para la conciencia eclesial: "Wir merken
es, wenn wir wahrnehmen, wie wenig die großen theologischen Meister des
Mittelalters etwa von den Väter oder von den alten Liturgien kannten und
kennen konnten. Überdies hat die Christenheit in den letzten 100 oder 150
Jahren gelernt, das gewaltige Zeugnismaterial der Geschichte der Kirche
geschichtlich zu lesen [. . . ] Auch hier sind wir bisweilen erstaunt
wahrzunehmen, wie wenig noch die großen Theologen etwa des 18.
Jahrhunderts die geschichtlichen Weisen der Interpretation der ‘Dokumente’
kannten und wie leicht sich für sie alles wie auf einer Ebene darstellte" (B.
Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der Spur des
Ewigen, 413).
(188) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 415.
(189) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 415. Como escribe Welte: Das Material der theologischen
Überlieferung ist keineswegs überall gleichwertig. In der Masse der Zeugnisse
müssen diejenigen herausgesucht und herausgewogen werden, in denen der
Ernst einer ursprünlichen religiösen Sprache, der Ernst des Glaubens spricht"
(Ibíd., 416).
(190) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 416. Cf. B. Welte, "Säkulare Veränderung der Theologie. Was
sind die Folgen für das Christentum?, Herderkorrespondenz 35 (1981) 458-460.
(192) Como afirma Welte, las diversas comprensiones epocales del ser "son tan
diversas entre sí, que ellas no se pueden deducir esquemáticamente de un solo
principio, como lo intentó Hegel. Ellas deben ser comprendidas en su propia
historicidad, en su propia originalidad histórica" (B. Welte, "Sprache, Wahrheit
und Geschichte", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit, 221; véase también: B. Welte,
"Über den Sinn, die Notwendigkeit und die Grenzen einer "Enthellenisierung"
des Christentums", en: Zwischen Zeit und Ewigkeit, 233 y ss.).
(193) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 417. Cf. B. Welte, "Die philosophisch-theologische
Problematik", Herderkorrespondenz 34 (1980) 79.
(195) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 420.
(196) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 421.
(199) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 422.
(200) Como escribe Welte: "Es wird es so erst lebendig verstehen, weil er sich
selbst ins Spiel brachte und weil er dadurch die Möglichkeit fand, das äußere
Wort in ihm, dem Vernehmenden selbst, in den jenem eigenen Ursprung
zurückzubringen, aus dem es kam. Von daher kann der Vernehmende dann
dieses Wort wie sein eigenes von innen her und damit frei mitvollziehen und
verstehen" (B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en:
Auf der Spur des Ewigen, 422).
(201) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 424. En San Agustín, recuerda Welte, encontramos un
hermoso e ilustrativo ejemplo de esta posibilidad de reformular desde la propia
existencia la Palabra salvífica de Dios: "Wo Augustin die berühmte Erklärung
des johanneischen Wortes gibt: nemo venit ad me, nisi quem Pater attraxerit
(Joh. tract. 26,4: PL 35, 1608), sagt er: da amantem et sentit quod dico. Und
Augustin fährt bald darauf fort: si autem frigido loquor nescit quid loquor. In der
Liebe des glaubenden und verstehenden Daseins finden sich also für Augustin
die Bedingungen eines ursprünglichen und darum von innen her lebendigen
Verständnisses des seinerseits lebendigen Wortes der Offenbarung, das den
christlichen Grundsatz von der Macht der Gnade auspricht. Wo diese
Möglichkeiten im eigenen Dasein des Vernehmenden aber ausblieben und
ihrerseits nicht erwachten (si frigido loquor), da würde das Wort der
Offenbarung nichts oder doch nichts Lebendiges und Mächtiges sagen können"
B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der Spur
des Ewigen, 422-423).
(202) B. Welte, "Ein Vorschlag zur Methode der Theologie heute", en: Auf der
Spur des Ewigen, 425-426.
(203) El artículo se titula: "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des
Glaubens", en: G. Bornkamm, K. Rahner (eds.), Die Zeit Jesu; Festschrift für
Heinrich Schlier, Freiburg 1970, 297-305. Este mismo artículo fue nuevamente
publicado por Welte, el año 1975, en su obra Zeit und Geheimnis. Las
referencias bibliográficas estarán tomadas de este último texto.
(204) Cf. B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 283. Pero no solo aquí Welte reconoce el aporte de
Heidegger al respecto, sino que también parte desde él en otros escritos en que
aborda la cuestión de la verdad. Véase, especialmente, Filosofía de la Religión,
14 y ss.; "Gott im Denken Heideggers", en: Zeit und Geheimnis, 266 y ss.
(205) B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 283; Cf. B. Welte, "Heigegger 80 Jahre", Christ in der
Gegenwart 21 (1969) 308; [ Links ] B. Welte, "Denken und Sein.
Gedanken zu Martin Heideggers Werk und Wirkung", Herderkorrespondenz 30
(1976) 374.
(207) B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 287.
(208) B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 287.
(210) B. Welte, "Die Krisis der dogmatischen Christusaussagen", en: Zeit und
Geheimnis, 312.
(215) Cf. B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 288-289.
(217) Cf. B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 289.
(219) Cf. B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 289-290.
(220) B. Welte, "Über den Sinn von Wahrheit im Bereich des Glaubens", en:
Zeit und Geheimnis, 290 y 291.
(222) "Der Glaube ist nicht einfach ein zum Evangelium äusserlich
dazugehöriges anderes Stück. Er ist viel eher zu betrachten als des Evangeliums
eigene andere Seite, ohne die das Evangelium nicht Evangelium sein könnte.
Darum ist die zweite Bestimmung der Sache der Theologie, dass sie
Wissenschaft vom Glauben sei, keine zweite, sie ist vielmehr die erste
Bestimmung, noch einmal von einer anderen Seite betrachtet" (B. Welte,
Heilsverständnis, 27). [ Links ]
(223) Cf. B. Welte, Heilsverständnis, 28. Cf. B. Welte, "Die Wesensstruktur der
Theologie als Wissenschaft", en: Auf der Spur des Ewigen, 362 [ Links ]y
ss.; "Die Krisis der dogmatischen Christusaussagen", en: Zeit und Geheimnis,
302 [ Links ]y ss.; "Vom rechten Hören", en: D. Bader (ed.),
Fragestellungen einer Akademie. Ausgewählte Beiträge zum 25jährigen
Bestehen der Katholischen Akademie der Erzdiözese Freiburg/Br., Schnell &
Steiner, München - Zürich 1981, 104-114.
(224) B. Welte, Heilsverständnis, 28. Véase también: B. Welte, "Die Krisis der
dogmatischen Christusaussagen", en: Zeit und Geheimnis, 303 [ Links ] y s.
(225) Cf. B. Welte, "Die Wesensstruktur der Theologie als Wissenschaft", en:
Auf der Spur des Ewigen, 354-355-356. [ Links ]
(226) Como afirma Welte: "Das Gesprochene ist das Geglaubte, und Sprechen
und Glauben sind darin ein einziges Geschehen, in dem die beiden Ursprünge
übereinkommen und in eins schlagen. Das offenbarende Wort ist mein Leben
geworden, und mein Leben ist das Offenbarsein des im Worte Gesagten"
(Heilsverständnis, 31).
(227) En palabras de Welte: "Wären wir als Hörende und Glaubende nicht
bestimmt, sondern bestimmend, so würden wir ja nicht das Gesagte des gesagten
Wortes verstehen und vollends nicht ihm glauben, sondern wir hätten es mit dem
von uns selbst Bestimmten zu tun, wir würden uns selbst hören und uns selbst
glauben. So etwas dürfte man überhaupt nicht Glauben nennen"
(Heilsverständnis, 32).
(230) En palabras de Welte: "Das Verstehen ist als Vollzug immer Mitvollzug.
Und als solcher in seinem Gange geführt von der Sage des vernommenen
Wortes. Das Verstehen wird vom bestimmenden Wort her gestimmt in die
Einstimmung des Mitvollzuges. Vollzug lebt mit Vollzug und Ursprung mit
Ursprung, so geht es in diesem Bestimmen und Bestimmtwerden. Nirgends aber
ist mechanische Passivität" (Heilsverständnis, 35).
(231) Como escribe Welte en otro texto citado más arriba: "Aunque con todo
derecho se pueda afirmar que la fe es un don divino, es necesario agregar: el don
también debe ser acogido por alguien, y no por Dios, sino por el hombre, por el
hombre que escucha y que continua pensando" (B. Welte, "Die Krisis der
dogmatischen Christusaussagen", en: Zeit und Geheimnis, 303-304).
[ Links ]
(234) B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des
Ewigen, 377. [ Links ]Welte piensa que la importancia del pensamiento se
puede reconocer, también, en aquel principio hegeliano según el cual: aquello
que no puede ser pensado no es, nada existe fuera de esta determinación
fundamental (Cf. B. Welte, "Hegels Begriff der Religion", en: B. Welte, Auf der
Spur des Ewigen, 211 [ Links ]y ss.).
(236) "Dieses Primum, das sich uns in der immer schon waltenden Vertrautheit
mit dem ‘ist’ und dem ‘Sein’ offenbart, zeigt sich nun seinerseits als die
lebendige Wurzel und als der ermöglichende Grund, der alles Vermögen des
Mitvollzugs in sich birgt und aus sich entlässt" (B. Welte, Heilsverstándnis, 43).
(237) Como afirma Welte, "Alles Verständliche und zu Verstehende und ans
Verstehen Appellierende ist von vornherein schon aus diesem ‘ist’ gebildet, es
ist dessen übergehen und übergegangensein, und darin ist es verständlich und
kann es verstanden werden" (Heilsverständnis, 45).
(245) En Was ist Glauben?, Welte escribe: "Por medio de su razón, el hombre
participa de aquel acontecimiento en el cual Dios le regala la Palabra y el
Espíritu de la fe. Por este motivo, no es posible reducir lo religioso y,
particularmente, la fe cristiana, unilateral y exclusivamente, a su lado divino" (p.
14).
(247) "Wir können daher Paul Tillich in vollem Maße zustimmen, wenn er sagt:
Glaube schließt die ontologische Frage ein" (B. Welte, Heilsverständnis, 48. La
referencia a Paul Tillich se remite a su obra ya citada, Biblische Religion und die
Frage nach dem Sein).
(248) B. Welte, Heilsverständnis, 48-49. En este mismo sentido, Welte afirma:
"Die an der Sache der Theologie orientierte philosophische Besinnung hat um so
mehr am Werk zu sein im ganzen Bereiche der Theologie, als die von dieser je
un je verwendeten Denkformen und Denkweisen immer gefährdet sind. Sie sind
gefährdet von der Hinfälligkeit des menschlichen Denkens her, von der die
Geschichte lautes Zeugnis ablegt, und gefährdet vom Mysterium her, das um
seines Mysteriumscharakters willen das Denken des Menschen ebenso
herausfordert wie in Verlegenheit bringt" (Heilsverständnis, 50). En este mismo
sentido: B. Welte, Wahrheit und Ges-chichtlichkeit, 42- [ Links ]43.
(252) De allí que Welte pregunte: "Ist nicht richtiger und dringend zu fordern,
daß in der Theologie und für die Theologie die Bewegung und Form des
Denkens, als das hier zum Zuge kommende Siensverständnis ausdrücklich
entwickelt und kritisch untersucht werde, das für die Theologie in ihrem ganzen
Bereiche unerläßlich ist?" (Heilsverständnis, 50).
(254) Con toda razón, Welte afirma que una reflexión filosófica "del problema
de la relación entre verdad y tradición reviste una extraordinaria significación
teológico-fundamental y, al mismo tiempo, dicha reflexión representa para la
teología una ineludible necesidad teórica" (B. Welte, Wahrheit und
Geschichtlichkeit, 42).
(258) Cf. Stjepan Kusar, Dem göttlichen Gott entgegen denken. Der Weg von
der metaphysischen zu einer nachmetaphysischen Sicht Gottes in der
Religionsphilosophie Bernhard Weltes; Herder, Freiburg im Breisgau-Basel-
Wien 1986, 58 y ss.; [ Links ] Adriano Alessi, Filosofia della religione,
LAS, Roma 1991, 22-29.
(259) B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des
Ewigen, 378. [ Links ]
(261) En palabras de Welte: "Als Philosophie in der Theologie darf sie weder
eine noch die andere Funktion je aufgeben. Sie darf nie aufhören, im Glauben
aus eigener Kraft und Hoheit zu fragen, was dies sei und wie dies zu denken sei.
Verstumme je ihr fragendes Bemühen um die Möglichkeiten des denkenden
Verstehens und Mitvollziehens, dann würde gegenüber der philosophierenden
Vernuft nicht etwa die ‘reine’ Botschaft Gottes übrigbleiben, vielmehr nur eine
menschliche Gestalt der Glaubensbotschaft, in der viel unbedachtes
Menschliches, allzu Menschliches vielleicht, mitschwimmmen und, weil
unbedacht, den Glauben heimlich verunstalten könnte. Aber die Philosophie in
der Theologie darf gleichzeitig nicht aufhören, mißtrauisch zu sein gegen sich
selbst und gegen die immer in ihr lebende Versuchung, in blinder
Selbstmächtigkeit des Denkens die Offenbarung, anstatt sie zu klären, zu
überwuchern und nicht mehr deren Stimme zu verstehen, sondern nur noch die
eigene" (B. Welte, "Die Philosophie in der Theologie", en: Auf der Spur des
Ewigen, 378-379). [ Links ]
Fuente: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0049-
34492000000200004