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Manuel Kant

TICA

Cuarta ed¡cióíj

OLECCIÓN AUSTRA L
ESPASA-CALPE
M ANUEL KANT

CRÍTICA DEL JUICIO

I CU AR TA EDICIÓN

E S P A S A -C A L P E , S. A.
M A D R ID
COLECCIÓN AUSTRAL
Primera edición: 8 - VI -1977
Cuarta edición: 21 -IX -1989
Traducción del alemán por Manuel García Morente
© María Josefa García Morente, 1914
Espasa-Calpe, S. A., Madrid

Depósito legal: M. 29.696 —1989


ISBN 84-239-1620-0
ÍNDICE
Páginas

A dvertencia .................................. ................ 13


La estética de K ant , prólogo del traductor 15

C RÍTIC A DEL JUICIO

P rólogo...................................................................................... . 65
I ntroducción ............................................................................... 69
I. De la división de la filosofía.......................................... 69
II. De la esfera de la filosofía en general........................ 72
III. De la crítica del Juicio como un medio de enlace de
las dos partes de la filosofía en un todo.................. 75
IV. Del Juicio como una facultad legisladora a p riori. . . . 78
V. El principio de la finalidad formal de la naturaleza
es un principio transcendental del Juicio.............. 80
V I. Del enlace del sentimiento del placer con el concepto
de la finalidad de la naturaleza................................ 86
V II. De la representación estética de la finalidad de la na­
turaleza.......................................................................... 88
V III. De la representación lógica de la finalidad de la na­
turaleza.......................................................................... 92
IX . Del enlace de la legislación del entendimiento con la
de la razón por medio del Juicio............................... 95

PRIMERA PARTE
C R ÍTIC A DEL JUICIO ESTÉTICO

P rimera sección : Analítica del juicio estético........................ 101

Impreso en España Prim er lib ro : Analítica de lo bello.......................................... 101


Printed in Spain Primer momento del juicio de gusto según la cualidad......... 101

Talleres gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A. § 1. El juicio de gusto estético............................................ 101


§ 2. La satisfacción que determina el juicio de gusto es
Carretera de Irán, km. 12,200. 28049 Madrid totalmente desinteresada............................................. 102
8 INDICE INDICE 9
Páginas I Páginas
i
§ 3. La satisfacción en lo agradable está unida con interés. 104 LÁbro segundo: Analítica de lo sublime.................................. 145
§ 4. La satisfacción en lo bueno está unida con interés. . . 105
§ 5. Comparación de los tres modos específicamente dife­ § 23. Tránsito de la facultad de juzgar lo bello a la de lo
rentes de la satisfacción............................................. 108 sublime.......................................................................... 145
Definición de lo bello deducida del primer momento.. 109 § 24. De la división de una investigación del sentimiento de
lo sublime...................................................................... 148
Segundo momento del juicio de gusto, a saber, según su can­
tidad............................................................................... 110 A ) De lo sublime matemático.................................................. 149
§ 6. Lo bello es lo que, sin concepto, es representado como § 25. Definición verbal de lo sublime...................................... 149
objeto de una satisfacción universal......................... 110 § 26. De la apreciación de las magnitudes de las cosas natu­
rales exigidas para lasidea de losublime................. 152
§ 7. Comparación de lo bello con lo agradable y con lo § 27. De la cualidad de la satisfacción en el juicio de lo
bueno por medio del carácter citado......................... 111 sublime.......................................................................... 159
§ 8. La universalidad de la satisfacción es representada en
un juicio de gusto sólo como subjetiva.................... 112 B ) De lo sublime dinámico de lanaturaleza............................ 162
§ 9. Investigación de la cuestión de si, en el juicio de gusto,
el sentimiento del placer procede al juicio del objeto § 28. De la naturaleza como una fuerza............................... 162
o éste precede a aquél................................................ 116 § 29. De la modalidad del juicio sobre lo sublime de la na­
Definición de lo bello, deducida del segundo momento. 119 turaleza.......................................................................... 167
Nota general a la exposición de los juicios estéticos refle­
Tercer momento de los juicios de gusto, según la relación de xionantes ...................................................................... 169
los fines que es en ellos considerada......................... 119
§ 10. De la finalidad en general............................................... 119 Deducción de los juicios estéticos puros
§1 1 . El juicio de gusto no tiene a su base nada más que la
«form a de la finalidad» de un objeto (o del modo de § 30. La deducción de los juicios estéticos sobre objetos de
representación del m ism o).......................................... 12T0 la naturaleza no puede ser aplicada a lo que en ésta
§ 12. El juicio de gusto descansa en fundamentos a priori. . 121 llamamos sublime, sino sólo a lo bello...................... 183
§1 3 . El puro juicio de gusto es independiente de encanto § 31. Del método de la deducción de los juicios de gusto. . . 184
y de emoción................................................................. 122 § 32. Primera característica del juicio de gusto............ 186
§ 14. Explicación por medio de ejemplos............................... 123 § 33. Segunda característica del juicio de gusto.............. 188
§ 15. El juicio de gusto es completamente independiente del § 34. No es posible principio alguno objetivo del gusto....... 190
concepto de perfección.................. 126 § 35. El principio del gusto es el principio subjetivo del
§ 16. El juicio de gusto, mediante el cual un objeto es de­ Juicio en general............ 191
clarado bello, bajo la condición de un concepto de­ § 36. Del problema de una deducción de los juicios degusto. 192
terminado, no es puro................................................. 129 § 37. ¿Qué se afirma propiamente a priori de un objeto en
§ 17. Del ideal de la belleza..................................................... 132 un juicio de gusto?..................................................... 193
Definición de la belleza, sacada de este tercer momento. 136 § 38. Deducción de los juicios de gusto.......................... 194
Cuarto momento del juicio de gusto, según la modalidad de § 39. De la comunicabilidad de una sensación............... 196
la satisfacción en los objetos.................................... 137 § 40. Del gusto como una especie de sensus comunis...... 198
§ 41. Del interés empírico en lo bello.............................. 201
§ 18. Que sea la modalidad de un juicio de gusto................... 137 § 42. Del interés intelectual en lo bello.......................... 203
§ 19. La necesidad subjetiva que atribuimos al juicio de § 43. Del arte en general................................................. 208
gusto es condicionada................................................... 138 § 44. Del arte bello............................................................ 210
§ 20. La condición de la necesidad a que un juicio de gusto § 45. El arte bello es arte en cuanto, al mismo tiempo, pa­
pretende es la idea de un sentido común.................. 138 rece ser naturaleza...................................................... 212
§2 1 . Si se puede suponer con fundamento un sentido común. 139 § 46. A rte bello es arte del genio..................................... 213
§ 22. L a necesidad de la aprobación universal, pensada en § 47. Aclaración y confirmación de la anterior definición
un juicio de gusto, es una necesidad subjetiva que del genio........................................................................ 214
es representada como objetiva bajo la suposición § 48. De la relación del genio con el gusto..................... 217
de un sentido común................................................... 140 § 49. De las facultades del espíritu que constituyen elgenio. 219
Definición de lo bello, deducida del cuarto momento. . 141 §50. De la unión del gusto con el genio en productos del
arte bello...................................................................... 226
Nota general a la primera sección de la analítica.................. 141 §51. De la división de las bellas artes.................................. 227
N úm . 1 6 2 0 .-2
ÍNDICE INDICE 11
JO
Páginas Páginas

§ 76. N ota................................................................................ . 314


§52. De la unión de las bellas artes en uno y el mismo pro­ § 77. De la particularidad del entendimiento humano, me­
ducto ............................................................................. 232
diante la cual el concepto de un fin de la naturaleza
§ 53. Comparación del valor estético de las bellas artes en­ es posible para nosotros............................................. 319
tre s í............................................................................. 233
238 § 78. De la reunión del principio del mecanismo universal
§ 54. N ota.................................................................................. de la materia con el teleológieo en la técnica de la
245 naturaleza...................................................................... 325
Segunda sección : La dialéctica del Juicio estético
§ 55............................................................................................... 245 Apéndice: Metodología del Juicio teleológieo......................... 331
§ 56. Representación de la antinomia del gusto.................. 246 § 79. Si la teleología debe ser tratada como perteneciente
§ 57. Solución de la antinomia del gusto. Nota I y I I ......... 247 a la teoría de la naturaleza...................................... 331
§ 5 8 . Del idealismo de la finalidad de la naturaleza y del § 80. De la subordinación necesaria del principio mecánico
arte como principio único del Juicio estético........... 255 bajo el teleológieo en la explicación de una cosa
§ 59. De la belleza como símbolo de la moralidad................ 260 como fin de la naturaleza......................................... 333
§ 60. Apéndice de la metodología del gusto........................... 264 § 81. De la adjunción del mecanismo al principio teleológieo
en la explicación de un fin de la naturaleza como
producto natural.......................................................... 337
SEGUNDA PARTE § 82. Del sistema teleológieo en las relaciones externas de
seres organizados......................................................... 341
C R IT IC A DEL JUICIO TELEOLÓGICO § 83. Del último fin de la naturaleza como sistema teleo­
lógieo.............................................................................. 346
§61. De la finalidad objetiva de la naturaleza........... § 84. Del fin final de la existencia de un mundo, es decir,
Primera división: Analítica del juicio teleológieo.................... 272 de la creación misma.................................................. S51
§ 85. De la teología física ......................................................... 353
§ 62. De la finalidad objetiva que es sólo formal, a diferen­ § 86. De la teología ética.......................................................... 359
cia de lo m aterial........................................................ 272 § 87. De la prueba moral de la existencia deDios............... 365
§ 63. De la finalidad relativa de' la naturaleza, a diferen­ § 88. Limitación de la validez de la prueba moral................. 371
cia de la interna.......................................................... 277 § 89. De la utilidad del argumento m oral.............................. 378
§ 64. Del carácter peculiar de las cosas como fines de la na­ § 90. De la clase de aquiescencia que se da a una prueba
turaleza......................................................................... 280 teleológica de la existencia de Dios......................... 380
§ 65. Cosas, como fines de la naturaleza, son seres organi­ § 91. De la clase de aquiescencia producida por una fe
zados .............................................................................. 283 práctica......................................................................... 337
§ 66. Del principio del juicio de la finalidad interna en
seres organizados......................................................... 287 Nota general a la teleología.................................................... 395
§ 67. Del principio del juicio teleológieo de la naturaleza en
general como sistema de los fines........................... 289
§ 68. Del principio de la teleología como principio interno
de la ciencia de la naturaleza.................................... 293
Segunda división: Dialéctica del Juicio teleológieo................ 297
§ 69. Que sea una antinomia del Juicio............................... 297
§ 70. Representación de esa antinomia................................. 298
§ 71. Preparación para la solución de la anterior antinomia. 300
§ 72. De los diferentes sistemas sobre la finalidad de la na­
turaleza......................................................................... 302
§ 73. Ninguno de los sistemas anteriores lleva a cabo lo que
pretende........................................................................ 305
§ 74. La causa de la imposibilidad de tratar dogmáticamente
el concepto de una técnica de la naturaleza es la
inexplicabilidad de un fin de la naturaleza............... 308
§ 75. El concepto de una finalidad objetiva de la naturaleza
es un principio crítico de la razón para el Juicio
reflexionante................................................................. 311
ADVERTENCIA DE LA PRIMERA EDICIÓN

Siendo esta la primera vez ( 1 ) que se presenta al público


español una traducción de la C r í t i c a d e l j u i c i o , hecha
directamente del alemán, me parece necesario hacer pre­
viamente alguna indicación respecto al método seguido
en el trabajo. Una regla general, que me ha servido cons­
tantemente de norma, es que una traducción debe ser,
ante todo y sobre todo, fiel, exacta y completa. No me he
permitido nunca, como a menudo hacen los traductores,
sacrificar palabras o frases, invertir giros, añadir voces;
en suma, me he negado a hacer esa especie de adaptación
que, en favor de la claridad y de la elegancia, mutila y
disfraza la forma, y, a veces, el pensamiento del original.
El lector de este libro no pretenderá, sin duda, encontrar
aquí una satisfacción artística y literaria, ni es posible
tampoco que una obra, en que se analizan los problemas
más sutiles de la filosofía, presente una claridad y nitidez
que no entrañan los problemas mismos. La lectura de una
obra filosófica exige una reflexión siempre atenta y un
esfuerzo en constante tensión. Las oscuridades de forma,
que, de seguro, se encontrarán a menudo, obligarán, pues,
a los lectores españoles a hacer el mismo trabajo de pe­
netración que los lectores alemanes tienen que realizar
cuando quieren conocer el pensamiento del autor de la
C r ít ic a d e l j u ic io .
Debo, finalmente, advertir que he añadido en nota, las
variantes de la primera y segunda edición que pueden
afectar en lo más mínimo al sentido de la frase. He pues­
to también, aunque muy de tarde en tarde, notas perso-

(1) Esta traducción se publica en 1914. (N . del E .)


14 MANUEL KANT

nales que suministran algún dato o explican alguna alu­


sión más o menos recóndita; y todas esas notas, que no
son de Kant mismo, van siempre seguidas de la indica­
ción (N . del T .). En el prólogo que precede a la obra
misma he tratado de exponer la interpretación, a mi jui­
cio, más exacta de la estética de Kant. En ese mismo
prólogo se encontrarán también indicaciones referentes
a los principales trabajos sobre la estética y la teleología.

M a n u e l G a r c ía M o rente.
PRÓLOGO D E L T R A D U C T O R

LA ESTÉTICA DE KANT

La reflexión sobre el arte y la belleza es tan antigua


como el arte y la belleza mismas. En Homero hay una es­
tética. Las expresiones de que se sirven los hombres para
comunicarse el sentimiento de lo bello, contienen ya una
transposición intelectual de ese sentimiento. Pero la fun-
damentación de la estética no podía llevarse a cabo antes
de que las otras actividades espirituales encontraran su
definición y su base. La conquista de la naturaleza por el
hombre debía estar asentada en sus principios propios;
la conquista de la moralidad debía depurarse hasta en­
contrar en el centro mismo de la conciencia su apoyo y
su empuje, antes de que se reconociera al reino de la be­
lleza su independencia y su peculiar legislación.
No estaba la antigüedad capacitada para esa tarea. Te­
nía que producir, y difícilmente hubiera podido señalar
con claridad los temas de su producción. La ciencia, el
arte, la poesía, la sabiduría, todas las fuerzas geniales y
humanas, brotando con juvenil violencia, iban constru­
yendo el ancho cauce de la cultura, en el que aún no po­
dían distinguirse con seguridad las corrientes diversas.
Platón intentó, con sobrehumana visión, introducir orden
y método en ellas. Pero sus esfuerzos se dirigieron prin­
cipalmente a fundamentar la ciencia y la virtud; y como
ciencia y virtud se presentaban para los sofistas, para la
intelectualidad griega, exclusivamente bajo la forma del
arte, de aquella vieja y confusa sabiduría de un Simónides
o de un Homero, no tuvo Platón más remedio que señalar,
CRÍTICA DEL JUICIO 17
16 MANUEL KANT

en esa mezcla insistemática, las puras y severas formas ve, entonces empiezan a deslindarse los campos, entonces
de la matemática y de la moralidad. Cierto — esto nunca se definen el carácter y el valor de las verdades, y enton­
nadie ha pensado en negarlo— poseía Platón la más pro­ ces se alza el problema estético: ¿dónde se va a colocar
funda comprensión del a rte ; cierto que ha creado para la el arte?
estética materiales de inapreciable valor; en la idea de Este problema, antes de Kant, no recibe solución sis­
lo bello, llena de fuerza productiva, por el carácter de temática alguna, porque, o se refiere el arte totalmente
visión, de contemplación que le es atribuido, ha determi­ al conocimiento, o se refiere totalmente a la moral, o per­
nado Platón al mismo tiempo el concepto de la pureza, manece en el aire sin unidad, sin ser recogido en los fun­
como una condición primordial de la creación artística, y damentos del espíritu, como una dirección original de la
esa pureza del placer estético la veremos acentuada en actividad de la conciencia.
Kant y elevada a la categoría de uno de los más impor­ Partieron las excitaciones a la reflexión estética del
tantes, si no el más importante de los caracteres del ju i­ sensualismo inglés y francés: Burke y Dubos (1). De
cio de gusto. Pero Platón conservó, en toda su fuerza, el éstos quedó firme la relación inmediata de lo bello con la
tradicional y confuso concepto de la unión de lo bello y sensibilidad, con el sentimiento. Pero entonces el proble­
lo bueno; no pudo distinguir, en su esencia, el xáXov del ma venía a parar a este otro fundamental de la filosofía:
áyaOv ; ese es el motivo fundamental que le impidió lle­ las relaciones de la sensibilidad y el pensar. Ya sabemos
la solución dada por Leibniz. Éste considera la sensibili­
gar, en lo estético también, a la posición firme que pudo
dad como una inteligencia confusa, un primer estadio del
conquistar en el conocimiento.
pensar. Esta concepción, sin duda, era propia a producir
Los sucesores de Platón en la filosofía griega carecían
en las reflexiones sobre el arte de una fuerte tendencia
igualmente de los elementos necesarios para llegar a re­
intelectualista, y hasta quizá a demorar algún tiempo
conocer la «independencia sistemática» (1) del arte. A ris­
el reconocimiento de la independencia del mundo estético.
tóteles, apartado ya del fructífero idealismo platónico, y
Pero, en cambio, encerraba en sí grandes estímulos para
ateniéndose a división metafísica del espíritu en teórico
una investigación más profunda. Planteaba el problema
y práctico, se aleja aún más del verdadero sentido es­
del análisis de la sensibilidad, hacía entrever la posibili­
tético. Plotino, con su panteísmo místico, vino a disolver
dad de buscar una lógica (inferior quizá y más confusa)
la idea de lo bello en la razón universal y en el Logos
de las potencias sensibles del espíritu. Por otra parte, la
creador.
filosofía moral de Leibniz podía también conducir a una
Hermann Cohén ha mostrado que la estética, como es­
estética. El concepto de perfección y la expresión de la
fera independiente de la ciencia y de la moral, no era
unidad de lo múltiple, que lo define, ha sido, y aún es hoy
posible hasta que tuvo lugar la gran pelea del Renaci­
en algunos, un concepto central de la estética. Una deter­
miento entre el saber y el creer (2 ). Esa lucha no se dio
minación más honda de ese concepto lleva Leibniz a re-
en la antigüedad, porque la fe religiosa era entonces una
fe libre, amplia, algo irónica, si se quiere, y, sobre todo,
política; no tenía pretensiones dogmáticas ni metafísicas. (1) Jean Baptiste Dubos (1660-1742), publicó en 1719 sus Ré-
Los filósofos afirmaban la certeza científica y el valor de flexions critiques sur la poésie, la peinture et la musique. Se pre­
la razón, más bien contra el descuido y el desinterés, que gunta en qué consiste el placer artístico. Encuentra el origen del
arte en la necesidad de una excitación de las emociones que no
contra otras afirmaciones opuestas de la fe. Pero cuando tenga la misma fuerza que las reales. Esta teoría de la apariencia
la nueva ciencia entra en combate teórico contra la dog­ estética es muy interesante, aún hoy, en sí, y tiene no pocos puntos
mática religiosa, cuando Galileo pronuncia el pour si muo- de contacto con modernas concepciones. Edmund Burke (1728-1797):
en 1757 publicó Aphilosophiccd inquiry into the origin of our ideas
of the sublim and the beautifu.1. En 1773 lo tradujo al alemán Gar-
(1) H. Cohen, Kants Begründung der Aesthetik, Berlín, 1889, ve. Véase lo que Kant dice de Burke en la C rítica del ju ic io , a'
página 4. final de la nota general a la exposición de los juicios estéticos re­
(2) Op. cit., pág. 17. flexionantes.
18 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 19
lacionarlo con el de la proporción y a buscar ésta en el Winckelmann, que reveló al mundo el secreto de la
espíritu. Más adelante veremos la importancia que tiene plástica, trazó la divina curva que une indisolublemente
en Kant esa idea de la proporción en las facultades del y separa para siempre naturaleza y arte. Esa curva es el
espíritu. Ideal. L a estética y la crítica anterior a Winckelmann,
Pero faltaban aún en la filosofía del siglo xvm delimi­ limitadas a la consideración de la poesía y de la oratoria,
taciones exactas de los conceptos, tanto en su contenido no planteaban en su provechosa sinceridad el problema
como en su extensión. Una ciencia de la sensibilidad con­ de la relación de la naturaleza y el arte. La escultura sólo
cebida como la que había de dar cuenta del arte, tenía podía hacerlo y formular el problema del ideal en el sen­
necesariamente que flotar indecisa entre el arte y la cien­ tido fundamental que tiene para la estética. Porque en
cia misma, sin saber bien si era ciencia o si era arte. La la comparación del arte y de la naturaleza, la estatua
Estética de Baumgarten (que fue quien dio ese nombre sola, en su severa reducción a la forma, empuja ya a con­
a la nueva disciplina) padece de esa doble significación. cebir en ella algo que no es naturaleza, sino espíritu, algo
La sensibilidad es un conocimiento confuso, y entre el que anima y produce; algo que transforma lo dado y lo
arte y la ciencia sólo hay una diferencia de grado. La eleva a la categoría de belleza. Por el ideal se determina
estética ( theoria libera-lium artium, gnoseologia inferior, el arte: primero, como una actividad espiritual; segundo,
ars pulcre cogitandi, ars analogi rationis) est scientia como una actividad original que expresa la naturaleza,
cognitionis sensitiva. Y esa indecisión entre arte y cien­ que trabaja la naturaleza, pero que no es naturaleza. Ese
cia corre por todo el libro. Es mérito de Baumgarten, sin concepto es, por decirlo así, el centro mismo de la esté­
embargo, el haber traído a una unidad de denominación tica; significa la reducción del arte a la conciencia, como
las reflexiones estéticas esparcidas acá y allá, de haber una dirección original de su actividad.
recabado para esta esfera un lugar propio en el cuadro Sería muy interesante exponer detalladamente las de­
de las ciencias y un interés filosófico especial. Pero la terminaciones que ese concepto recibe en Winckelmann
insuficiencia misma de su teoría del conocimiento, le in­ Considerado primeramente de un modo platónico, como
capacitaba para fundar sistemáticamente la nueva ciencia formas y figuras bosquejadas en el entendimiento, co­
que descubrió. Baumgarten vio la unidad de una serie de lección, asamblaje de partes y de relaciones, encuentra su
problemas, pero no vio clara su relación con la concien­ expresión en el dibujo, en la línea, en el contorno. Una
cia; determinó una cierta dirección original de la acti­ determinación más de esa línea lleva a Winckelmann a
vidad del espíritu, pero no supo ni fundarla en principios ver en la elipse la descripción suprema de lo bello, por­
peculiares, ni referirla sistemáticamente a la unidad de que en la elipse la sencillez se conserva siempre, aunque
la conciencia ( 1 ). en constante mudanza. Sencillez y unidad son, pues, ca­
racteres fundamentales de la belleza, mediante los cuales
asciende a sublime, y que hacen que la belleza sea inde­
(1) En un nuevo litro se presenta un punto de vista bastante terminable, inseñalable, es decir, exprese lo universal y
distinto del nuestro: Ernest Bergmann, Die Begründung der deuts­
chen Aesthetik durch Alex. Gottlieb Baumgarten und Georg F rie ­ no lo estricta y pasajeramente individual. Esa expresión
drich Meier, Leipzig, 1911. El autor pretende demostrar que la de lo universal en lo individual es el ideal; por medie
escuela leibnizo-wolfiana, por medio de Baumgarten y Meier, es la del ideal, supera el arte a la naturaleza: el ideal se rea­
fundadora de la estética. Contra esa opinión basta recordar la di­ liza en el todo, en el conjunto, en la completa y armoniosa
visión dicotómica en facultades de conocer y facultades de desear,
dentro de la cual la sensibilidad es interpretada como un conoci­ colocación de las partes bellas; y en ese todo, en esa uni-
miento confuso. Bergmann pretende que «el juicio estético, en Meier
(quizá no en Baumgarten), es juicio de conocimiento sólo por el
nombre; pero, en realidad, juicio de sensación» (págs. 85-86). El en éste queda aún que la sensación misma es un conocimiento con­
paréntesis demuestra que, para el autor, en esto quizá no coincidan fuso, que la belleza es la perfección, etc... Además, faltaría aún en
Baumgarten y Meier. Habría, pues, que abandonar a Baumgarten y Meier la organización sistemática de la estética en la cultura, que
recabar sólo para Meier el honor de haber fundado la estética. Pero
es como propiamente la funda Kant.
20 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 21

dad ideal, expresada por el arte, deja éste muy atrás a tuvo la menor cultura artística, en el sentido en que hoy
la naturaleza, pues «es difícil, hasta casi imposible, en­ se suele emplear esta palabra, aplique a esta esfera de
contrar un adulto como el Apolo del Vaticano». Por eso la cultura su método crítico y la haga entrar como un
las formas juveniles, indecisas aún, están más cerca que miembro esencial en el sistema. Y es que Kant poseía
ningunas otras del ideal de belleza; ese mismo carácter las armas adecuadas para ello. Poseía la fuerza creadora
de indecisión las hace más propias para expresar el todo de una dirección fundamental en su pensar, aquello que
universal. En fin, por medio del concepto de indetermina­ él mismo llama «lo sistemático» ( 1 ), que sus análisis an­
ción inherente a la belleza, consigue Winckelmann una teriores le han llevado a descubrir.
última característica de su ideal. Éste, si ha de seguir La ausencia de esa fuerza creadora que va encerrada
siendo ideal, tendrá que realizarse en un individuo; pero en el concepto de lo sistemático, impidió que Mendelssohn
el individuo entonces es considerado, por decirlo así, como y el joven Herder sacaran del descubrimiento de Winckel­
espíritu puro. El ideal comienza superando lo estricta­ mann toda la riqueza de conclusiones que comportaba.
mente individual de la naturaleza; pero al volver a su Cerca anduvieron, cada uno por su lado, de encontrar la
punto de partida, a lo individual, al cuerpo, vuelve rebo­ buena senda, y hasta alguna vez marcharon por ella, pero
sante de espíritu, y el cuerpo, entonces, más bien que sin saberlo bien, y por eso no fueron, ni uno ni otro, fun­
cuerpo es espíritu, que se hace sensible como si fuera dadores. Mendelssohn siente que entre el conocer y el que­
cuerpo. En este último concepto del quasi-corpus llega a rer hay algo que no es ni conocer ni querer. Por Winckel­
su mayor hondura el abismo abierto por Winckelmann mann se ha enterado de que el arte no es naturaleza, sino
entre naturaleza y arte. La fuerza creadora del ideal es algo muy distinto de ella, que sale del espíritu mediante
tanta que, saliendo de la naturaleza, vuelve a ella para el concepto del ideal. Ha comprendido que lo bello en la
recrearla, sub specie pulchritudinis. L a actividad estética naturaleza es lo que ésta tiene de común con el arte, y
de la conciencia encuentra, sí, en la naturaleza su materia que la naturaleza es bella por el arte, que el goce estético
prima; pero, después de la misteriosa y divina operación, no tiene nada que ver con el conocer. Tampoco con el
la naturaleza sale de manos del artista tan impregnada desear, pues que es goce puro en sí mismo, y tranquilo,
de ideal, que el cuerpo natural ya no es cuerpo: es... como sin aspirar a ninguna otra cosa que a su propia duración.
si fuera cuerpo, como si fuera natural. Pero a pesar de esta separación de lo estético, tanto del
Winckelmann, con el concepto del ideal, afirma defini­ lado del conocimiento como del lado de la práctica, siguen
tivamente el poder creador original del arte, y hace im­ en el espíritu de Mendelssohn viejas confusiones haciendo
posible, en adelante, toda confusión metódica con la cien­ su malévolo trabajo destructor. Esa facultad de aprobar
cia y con la naturaleza. Sin embargo, su poca o ninguna (facultad estética) que coloca entre la de conocer y la de
comprensión para las otras artes, su limitación de la desear, se presenta en su posterior determinación, no
belleza al dibujo, le incapacitaron para realizar, por el como intermedia y distinta, sino, por decirlo así, como
lado de la moral, el mismo proceso de idealización que por suplementaria y aplicable, tanto al conocimiento como a
el lado de la naturaleza física. Entre el mundo sensible la práctica. Lo estético viene a ser, no una esfera especial
y el mundo de las formas bellas abrió un abismo; pero de la cultura, no un producto especial del espíritu, sino
el mundo moral, en cambio, no lo reconoció como un ele­ la aprobación o desaprobación que conferimos a todo lo
mento de lo bello, que, como la naturaleza, proporcionará dado, al conocimiento y a la moral.
al arte la materia para sus creaciones originales, sino En Herder, que, como Mendelssohn, y aún más que él,
que en su ánimo permaneció siempre firme el pensamiento carecía de sistema preciso, tropezamos con la misma falta
platónico de que lo bello y lo bueno son una misma cosa. de aliento para llevar a sus últimas consecuencias un
Para llegar a una fundamentación sistemática de la
estética tenemos aún que esperar que el anciano de Kö­ ( 1 ) Véase más abajo el párrafo que citamos de una carta de
nigsberg, que vio pocas estatuas y pocos cuadros, y no Kant a Reinhold.
22 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 23

pensamiento exacto. La penetración, el interés fabuloso


por todo, la movilidad fundamental de su espíritu, su en­ II
tusiasmo ditirámbico y juvenil por la belleza, le llevaron a
pronunciar palabras decisivas para la fundación de la es­ La exigencia sistemática es la que conduce a Kant a
tética. Reivindicó, como esfera de la belleza, la totalidad de la fundación de la estética. Sus predecesores no la lle­
las artes, protestando contra el exclusivismo anterior, que varon a cabo porque carecían, como hemos dicho, de ese
se atenía casi únicamente a la poesía; mostró que había «sistemático» que no es nada más que la visión precisa
un problema superior que denominaba las investigaciones y firme del problema de la filosofía y de los métodos que
psicológicas de franceses, ingleses, suizos y leibnizianos. tiene para resolverlo.
Su cosmopolitismo nacionalista, la idea de la Humanidad El sistema de Kant no es un sistema del mundo, no es
que continuaba, ensanchándolo, aquel sentido humano de dogmático, no pretende dar una contestación teórica a las
Leibniz, le llevó a reconocer en el arte un producto ori­ preguntas apremiantes que hace la razón, en su ansia
ginal del hombre y a afirmarlo, no ya tímidamente, como de incondicionado. Es un sistema del espíritu, considerado
Baumgarten, sino con toda fuerza: el arte es una mani­ como sujeto de la cultura, como productor del saber, del
festación de la idea de Humanidad. Esto era al mismo querer y del gozar humanos.
tiempo salir de la psicología sensualista, reconocer la di­ Los primeros comienzos de la reflexión científica fueron
rección estética como independiente, y exigir una meta­ derechos a la naturaleza, y buscaron en ella un elemento
física histórica de lo bello. con que explicarla toda. Pero pronto el progreso del co­
Pero la exigencia del sistema que pone Herder, la pien­ nocimiento tomó una dirección original, peculiar suya.
sa sólo para el arte, para las artes Teoría de lo bello y A la mera experiencia sensible, que no pasa de la sensa­
teoría de las bellas artes son para él una misma cosa. No ción cualitativa, fue sustituyéndose, poco a poco, una se­
puso la última y fundamental exigencia, la de un sistema rie de conceptos, de formaciones ideales, que no caen bajo
de la filosofía, un sistema de la cultura, en donde el arte el poder de los sentidos, que no son visibles ni tangibles,
y la belleza tuvieran un lugar propio. No pidió aclaracio­ y que, sin embargo, tienen la pretensión de expresar el
nes sobre la relación recíproca de este nuevo campo de la objeto mejor, más exacta, más científicamente que lo que
cultura, con las otras esferas de la actividad humana. Si llamamos realidad. Tales son, verbigracia, los conceptos de
en él hay elementos para fundar una teoría de las artes, la física matemática moderna, tales los números de los
carece, en cambio, de base filosófica donde asentar y or­ pitagóricos, tales también las ideas de Platón. Esa trama
denar esa teoría. Kant, en cambio, poseía esa base. La de formas ideales que vamos creando, ya quienes atribui­
filosofía crítica es un sistema del espíritu en cuanto sujeto mos la verdadera realidad, constituye lo que podemos lla­
productor de conocimiento, moralidad y arte. En ella al­ mar la ciencia, el conocimiento. Esa elaboración, por me­
canza el_ arte, al mismo tiempo que su independencia, dio de la cual pretendemos conocer, es la única manera
su relación metódica con las otras esferas de la con­
ciencia ( 1 ).
Herder anterior a Kalligone, y se atiene a este escrito de lucha
que Herder compuso para oponerse a toda costa a la Crítica del
ju icio ,de Kant. Afirma que ni Herder entendió a Kant. ni Kant
(1) En el libro de Günther Jacoby: Herders und Kants Aestketik,
Leipzig, 1907, se persigue un paralelo entre las teorías estéticas de a Herder. Y en lo que toca a la exposición que hace de la estética
Herder y las de Kant. La manera de instituir en nuestros días una de Kant, bastará decir que le ha ocurrido lo que, según él, le ocu­
polémica entre dos hombres que tantísimo han contribuido ambos rrió a Herder. Ha criticado constantemente a Kant desde un punto
a la cultura humana, la violencia apenas disfrazada con que ese de vista estrechamente psicológico, sin tratar de penetrar en la
paralelo está llevado, la parcialidad constante del autor en favor significación sistemática y general que tienen los conceptos en la
de Herder, son ya por sí solos motivos suficientes para poner el C rítica del ju ic io . Y , sin embargo, Kant dice muy claro, al hablar
de Burke, que su problema no es psicológico, sino el crítico. Valía
libro en entredicho científico. Parece a veces que el autor ha re­
sucitado la personal animadversión del viejo Herder contra el ancia­ la pena de haber intentado ponerse en el problema que Kant mismo
no Kant. El señor Jacobi despacha en un capítulo la estética de ha determinado como el suyo.
24 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 25

efectiva de conocer, y no hay realmente más conocimiento análisis de la experiencia, un proceso mediante el cual,
que la experiencia, es decir, la ciencia en el sentido en partiendo del hecho mismo de la ciencia, se remonta a
que acabamos de describirla. las condiciones del mismo para determinar aquellas for­
Ese pensamiento es fundamental en la filosofía de Kant. mas que constituyen la trama misma de ese producto de
Su sistema, por tanto, no pretenderá sustituirse a la cien­ la conciencia que llamamos conocimiento. Una interpreta­
cia, no será un sistema del mundo. ¿Qué será, pues? Será ción psicológica de los conceptos kantianos corre el gra­
la contestación a estas preguntas. ¿Con qué derecho sus­ vísimo peligro de hacerles perder todo su sentido crítico,
tituimos a la multiplicidad de sensaciones diversas, un y con éste, por lo tanto, toda significación positiva y pro­
orden ideal que no nos es inmediatamente dado? ¿Cuáles vechosa para el sistema. Por ejemplo, Kant ha llamado a
son las condiciones que hacen posible ese orden ideal cien­ su sistema idealismo transcendental. Esta expresión hay
tífico? ¿Cuáles son sus límites? ¿Cuál es su valor? Como que referirla inmediatamente al problema general de la
se ve, la filosofía de Kant es una teoría del conocimiento, crítica, al modo de conocer los objetos, y no a los objetos
o, tomando la expresión clásica de Cohén, una teoría de mismos. Cuando a Kant se le atribuye un idealismo dog­
la experiencia. mático, contesta: «L a palabra transcendental, empero, que
La idea de comenzar a filosofar criticando el conocer no significa para mí nunca una relación de nuestro cono­
no empieza en Kant. Aparte de que es la base misma del cimiento con cosas, sino sólo con la facultad de conocer,
platonismo, si nos limitamos a los tiempos modernos, la cebiera guardar de esa falsa interpretación» ( 1 ).
filosofía de Descartes es ya, desde luego, una crítica del Ese análisis de la experiencia da por resultado que hay
conocimiento. Pero también es algo m ás; porque al llegar, que considerarla como el producto de dos factores: una
en el análisis del pensamiento, a sus condiciones elemen­ función de los sentidos, una función del entendimiento.
tales, vacila el rigor crítico, y esas condiciones elementa­ I n la sensibilidad, abstraída y aislada por la investigación
les del conocer se transforman en elementos simples del - anscendental, y sólo para ella, se dan dos formas: el
ser, y lo que hubiera debido precisamente apartar del dog­ espacio y el tiempo, que constituyen el factor constante
matismo, convierte la crítica cartesiana en una dogmática. en la multiplicidad variable de las sensaciones. En el en­
La filosofía transcendental, en cambio, es consecuente tendimiento se encuentra la función original de unificar
con su propósito de no sustituirse a la ciencia. Quiere ser, 1c múltiple dado en la intuición, función que conocemos
y es, una crítica del conocimiento, una teoría de la ex­ bien, porque es la misma que se realiza en la operación
periencia. ¿Cómo llegar a esa teoría? No se podrá usar i:gica del juicio. Ahora bien: el contenido de la experien­
para ello de los métodos científicos a priori, pues si esa cia lo constituyen juicios especiales; los juicios sintéticos
teoría ha de explicar la posibilidad de la experiencia, si : priori. Estos juicios se componen de un sujeto y un
ha de justificar la experiencia, tendrá que negarse a tomar tredicado heterogéneos, es decir, no subsumibles uno en
su origen en lo empírico. Por lo tanto, no será tampoco tro, por lo cual se asemejan a todos los juicios empíricos
una psicología, algo así como el resultado de una intros­ particulares. Pero, en cambio, tienen la pretensión de
pección o de una observación del espíritu, cuando está en ieclarar universal y necesario el enlace que han realizado
actividad, pues tal psicología es ciencia; la ciencia del entre representaciones heterogéneas. En el entendimien­
sujeto considerado como un objeto de la naturaleza, y, to. pues, que realiza la función unificadora del juicio, debe
en cuanto es ciencia, lejos de fundar la experiencia, tiene estar la condición de universalidad y necesidad. Esta con-
ella misma que ser fundada, puesto que pertenece a aqué­ tición la expresan las categorías. Los principios de todo
lla. «Aquí no se trata de los orígenes de la experiencia, . onocimiento pueden derivarse, por tanto, de las catego­
sino de lo que hay en ella. Lo primero pertenece a la psi­ rías, y esos principios constituyen al mismo tiempo la ley
cología empírica» (1). La filosofía transcendental es un universal de la naturaleza, ya que ésta no es ni puede ser

(1) Prolegómenos, III, 65. (1) Prolegómenos, III, 51.


26 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 27
otra cosa más que el conjunto de los objetos determinados experiencia. No por eso dejan las ideas de significar
en la experiencia. para la experiencia un constante motivo regulador, una
Así, pues, el análisis de la experiencia nos ha llevado a marcha hacia la unidad. Si bien no pueden constituir su
reconocerla como un producto de nuestra actividad espi­ objeto, pueden y deben enseñar que el conocimiento, que
ritual, según leyes que le prestan los caracteres que le son la experiencia es infinita, pues al poner como fin último
propios: de objetividad, universalidad, necesidad, etc... del conocer la posesión de lo incondicionado, enseñan que
Pero por eso mismo que hemos considerado la experiencia esa posesión es imposible, y que, sin embargo, la marcha
como un producto, como un fenómeno, tenemos que pen­ hacia ella es lo que puede regular la experiencia.
sar algo que no sea ni producto ni fenómeno, sino que Acabamos de ver cómo la naturaleza, lejos de ser para
sea. en sí. Las limitaciones que encontramos en la expe­ Kant absolutamente dada, es más bien un producto de la
riencia nos hacen pensar que más allá hay un algo que conciencia, que dirige su actividad en una determinada
no es objeto de la experiencia. La cosa en sí es la desig­ dirección, según principios constitutivos de un objeto, de
nación de este algo, de este puro pensado (noúmeno), que una existencia. De igual modo, la dirección moral del es­
no podemos conocer, puesto que es irreductible a concep­ píritu produce por sí misma su propio objeto, aunque no
tos, y puesto que no puede entrar en nuestra experiencia en un existir, como el conocimiento, sino de un deber. El
limitada sin dejar de ser «cosa en sí». objeto de la ciencia está ahí, frente a m í; el objeto de la
Si analizamos bien lo que significa esta cosa en sí, moral no está, pero debe estar; el objeto de la ciencia es
encontraremos que no es más que la designación del pro­ el mundo físico-matemático; el objeto de la moral no es
blema infinito de la ciencia. Hemos visto, efectivamente, ninguna realidad dada, sino que está siempre por produ­
que la experiencia, como producto de la actividad regulada cir, y su producción es eterna tarea.
de la conciencia, encuentra su limitación. Pero esta li­ Un breve análisis del concepto del deber nos lleva a
mitación no significa que aquí se acabe todo. Mediante distinguir un deber externo — la necesidad de cumplir
el concepto de la cosa en sí, «la limitación se torna en una obligación que se impone desde fuera, verbigracia,
límite, el fin en nuevo comienzo, y en el abismo se abre por una autoridad— , y un deber interno que obliga a
la fuente de nuevos problemas eternos» (1). La cosa en realizar un acto por motivos sacados de nuestra propia
sí es un concepto problemático, un concepto de límite; •personalidad. Ahora bien : si sometemos este último con­
por ella sabemos, sí, que nuestra experiencia es siempre cepto del deber interno a un análisis más minucioso, ve­
condicionada, pero también que ella representa una tarea remos pronto que hay también que distinguir en él dos
infinita, en la que el espíritu no puede dejar de pensar. clases de motivos de determinación a la acción: uno, que
Esto es también lo que expresan en Kant las ideas de consiste en los impulsos que llamamos «naturales», en
la razón, tan necesarias, por lo tanto, para la experiencia, obedecer a una cierta ley psicológica o antropológica que
como las formas de la sensibilidad y los principios del se considera aquí como una ley de ,la naturaleza, y otro
entendimiento que la constituyen. Las ideas se refieren que consiste en obedecer a los dictados de la razón. Ahora
a la totalidad absoluta de la experiencia. Quieren alcanzar bien: tendremos que considerar los llamados impulsos
el conocimiento de todos los objetos posibles, la absoluta naturales como una imposición externa, tan externa como
unidad del sujeto, la absoluta unidad de la serie de las un mandato, una prescripción social, etc..., y diremos que
condiciones de la experiencia, la absoluta unidad de las el deber interno es sólo el deber de obedecer a la razón ( 1 ).
condiciones de todos los objetos del pensar en general; En el proceso de depuración que acabamos de seguir,
pero ese problema de las ideas es un problema eterno e hemos ido poco a poco quitándole al deber todo contenido
insoluble. Las ideas no pueden encontrar lo que buscan,
porque su objeto no está dado en la intuición, sino en la
(1) La lengua alemana expresa cómodamente esta diferencia, en
(1) H. Cohén, op. cit., p&g. 119. los sentidos de la palabra deber, mediante los dos vocablos Müssen
y Sallen.
28 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 29

exterior. Ha quedado, pues, el deber como pura forma principio de conocimiento de las ciencias llamadas mo­
racional. La razón, inmediatamente práctica, formula al rales, de las ciencias humanas.
emprender esta nueva dirección, la necesidad de concordar Pero la cultura se extiende, no sólo en dos direcciones,
consigo misma, el imperativo categórico. Sólo éste es mo­ a la conquista de la naturaleza y a la realización de la
ral ; todo imperativo hipotético, es decir, condicionado, en libertad, sino que hay todo un mundo de formas que aún
donde la necesidad de la acción no es absoluta, sino rela­ no ha entrado en el foco de nuestra investigación. Éste
tiva a la consecución de un fin exterior a ella misma, es el mundo del arte y de la belleza. Cierto es que el arte
puede dar lugar a una prudencia loable, a una práctica no tiene más materia que la que le proporciona la natu­
empíricamente regulada, pero no constituir la moralidad. raleza o la moralidad en el hombre. Pero estas dos reali­
El imperativo categórico es el principio constitutivo de dades, la natural y la moral, encuentran en el arte una
la moralidad. nueva y original expresión. El arte no las crea, pero las
Ese principio entraña inmediatamente otro: la libertad. recrea en la producción de una nueva esfera de la cultura,
La gran contradicción tradicional entre causalidad y li­ en una dirección independiente de las dos anteriores, re­
bertad está resuelta en Kant, desde luego, al poner el ferida, sin embargo, también a la conciencia, como centro
principio de la moral fuera de la experiencia, fuera de la y foco productor del maravilloso edificio humano. Kant
naturaleza; al considerar la acción bajo la especie del de­ ha sido el primero que ha llevado a cabo la fundamenta-
ber absoluto. Éste no regula la realidad físico-matemática ción de la estética en ese sentido. En un bosquejo de in­
en el mundo de los objetos. Entre el mundo del deber, troducción, que escribió para la Crítica del juicio (1),
donde la libertad realiza, y el mundo del ser, donde la resume él mismo su filosofía del modo siguiente: «L a
causalidad produce, hay un abismo abierto por la cosa en naturaleza, pues, funda su conformidad con leyes en prin­
sí, y al mismo tiempo cerrado por ella, en cuanto nos hace cipios a priori del entendimiento, como facultad de co­
considerar el mundo de la experiencia como algo que tiene nocer; el arte se rige en su finalidad a priori según el
que ser superado, y eternamente superado. Éste es el sen­ Juicio en relación conel sentimiento de placer y dolor;
tido del primado de la razón práctica y de aquella frase finalmente, las costumbres (como producto de la libertad)
del divino Platón: «que el bien está más allá del ser». «Si están bajo la idea de una forma semejante de la finalidad,
bien en cuanto seres naturales estamos entregados a la que se cualifica para leyes universales como un motivo de
estadística, y en cuanto máquinas sociales nos manda la determinación de la razón en consideración de la facultad
ley del salario, en todo esto no se nos cuenta como seres de desear.»
morales» (1). Como seres morales se nos cuenta sólo cuan­
do se nos considera como sometidos al deber, y al mismo III
tiempo como creadores, productores del deber. Éste es el
hombre; esto es lo que el hombre tiene de propio, de La C rítica del juicio (Kritik der Urtheilskraft) se
peculiar. Lo humano es la ley moral; lo humano es la publicó por primera vez en 1790. Hubo otras dos ediciones
moralidad; lo humano no puede ser nunca lo que tenemos (1793 y 1799) en vida de Kant. Aparte de las ediciones
de común con las bestias, la materia, tendencias, apetitos, de las obras completas de Kant (Hartenstein, Rosenkranz,
instintos. En la humanidad, considerada como objeto de Schubert), hay ediciones especiales de la Crítica del
la moralidad (que es el único modo de considerarla como juicio . L a edición de Benno Erdmann (Leipzig, 1880),
estricta humanidad), se desarrollan todas las construc­
ciones humanas, sociales; de aquí que la libertad sea el (1) Ese bosquejo, que se conoce generalmente bajo el nombre
de «Sobre filosofía en general», lo ha publicado B. Erdmann en su
edición de la C rítica del ju icio (Leipzig, 1880), con el título de
(1) H. Cohén, op. cit., pág. 133. Resumen, por J. S. Beck, del bosquejo primitivo de introducción
de Kant. La cita se encuentra en la pág. 373.
30 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO Jí

además de una cuidadosa revisión del texto, contiene un de una crítica del gusto (1). Esta idea, sin embargo, no
prólogo crítico sobre la composición del libro, y el artícu­ se asienta del todo, y de un modo definitivo, en su pen­
lo «Sobre filosofía en general», que es un bosquejo de la samiento, hasta cuando se decide a escribir la C r í t i c a
introducción proyectada primeramente por Kant para la d e l JUICIO. Parece como que fluctúa indeciso. En la pri­

C rítica del juicio . La edición de Kehrbach, en la Biblio­ mera edición de la Crítica de la razón pura dice que «las
teca Reclam, es muy manejable, y está cuidadosamente reglas o criterios del juicio de lo bello no pueden ser más
hecha. La de Vorländer, en la Philosophische Bibliothek, que empíricos, según sus fuentes, y no pueden, por tanto,
número 39, tiene muy considerables ventajas: la impre­ servir nunca de leyes a priori, según las cuales tuviera
sión es relativamente perfecta, y la revisión del texto está que regirse nuestro juicio de gusto». En la segunda edi­
hecha con gran cuidado y mucha discreción; las varian­ ción (1787), las reglas en cuestión no son empíricas ya
más que en sus principales fuentes, y no pueden servir
tes de las tres ediciones originales van en nota al fin de
las páginas. Tiene un registro de autores y de materias de leyes a priori determinadas.
Según Michaelis (2), la Crítica del juicio empezó a
muy completo y de una utilidad inapreciable para el es­
tudio de cuestiones particulares; lleva al margen la pa­ trabajarla Kant en 1787, es decir, el mismo año en que
sale la segunda edición de la Crítica de la razón pura,
ginación de la primera edición original.
en donde se encuentran esas limitaciones citadas a la
Que las cuestiones estéticas preocuparon e interesaron
opinión anterior de que leyes a priori del juicio de gusto
a Kant desde muy temprano lo demuestras las Observa­
son imposibles. El 18 de diciembre de 1787 escribe Kant
ciones sobre el sentimiento de lo bello y de lo sublime,
a Reinhold, y, entre otras cosas, dice las importantísimas
publicadas en 1764, es decir, en el período anterior a la frases que siguen: «Cuando alguna vez no sé bien cómo
C rítica. No era la intención de Kant dar en este libro organizar el método de investigación sobre un objeto, no
una teoría científica de lo bello y de lo sublime, ni estaba
aún en situación de poderlo hacer. En forma popular,
agradable, ingeniosa y hasta chistosa a veces, se ocupa (1) Otto Schlapp, Kants Lehre vom Genie und die Entstehung
Kant de toda clase de asuntos relacionados con la estéti­ der K ritik der Urtheilskraft, Gotinga, 1901. En este libro, útilísimo
ca, la moral, la psicología, los caracteres, los tempera­ para el conocimiento del desarrollo que en Kant tuvieron las con­
cepciones estéticas, ha recogido el autor todo lo que sobre estética
mentos, etc... Tratándose de un libro del período precríti­ andaba esparcido en los cuadernos de apuntes de las clases de Kant.
co, no puede, naturalmente, haber sospecha alguna de la El ensayo de determinación de las fechas de esos apuntes parece ha­
posibilidad de una crítica del gusto. Pero desde luego ber sido feliz. Distingue Schlapp tres períodos: de 1764 a 1775, Kant
está bajo la influencia de los ingleses y de los leibnizianos; de 1775
se puede notar aquí ya el influjo de los ingleses, y la a 1790, en que publica la C rítica del ju icio , la idea de la crítica
idea de que el gusto no puede traerse a conceptos deter­ se está fraguando, y busca Kant el principio del gusto. Después de
minados. la publicación de la C rítica del ju icio , no cree Schlapp que Kant
haya vuelto sobre los problemas estéticos. Contrariamente a M i­
Hasta la aparición de la Crítica del juicio (1790) no chaelis, piensa Schapp que la influencia que sobre Kant han ejer­
escribe Kant nada que se relacione con el arte y la be­ cido sus predecesores es enorme; está esparcida en veinticinco años
lleza. No quiere decir esto, sin embargo, que haya dejado de actividad filosófica, en que el interés estético se ha sostenido siem­
pre firme. Señala entre las influencias preponderantes la de Winckel-
en absoluto de ocuparse de ello. En sus lecciones de la mann, Burke y Baumgarten.
Universidad sobre lógica, antropología, metafísica, hace (2) Karl Theodor Michaelis, Zu r Entstehnng von Kants K ritik
frecuentes excursiones en el terreno de la belleza. Schlapp, der U rtheilskraft, programa 114, Berlin, 1892. El escrito de Michae­
lis contiene en poco espacio todo lo que se conoce por Kant mismo
que ha descubierto una cantidad enorme de materiales sobre los orígenes de su C rítica del ju icio . Contiene además una
nuevos referentes a esas lecciones, afirma que desde 1772 relación histórica de Kant con sus antecesores de la que resulta
(un año después de la famosa disertación latina que suele que Kant no recibió influjo alguno de ellos, opinión que muy pocos
comparten con Michaelis. La exposición de la doctrina conduce final­
señalar el comienzo del período crítico, y nueve años antes mente a Michaelis a negar a Kant todo valor de actualidad y a no
de la Crítica de la razón pura), hay en Kant ya la idea conceder a su estética más que un significado histórico.
32 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 33
tengo más que volver la vista a aquella anotación general rior y artificial. En la exposición filosófica veremos que
de los elementos del conocimiento y de las facultades del esa opinión es insostenible; pero aun sólo la lectura de
espíritu que les corresponden, para recibir aclaraciones esta carta muestra claramente que Kant, con la idea sis­
que no esperaba. Así, me ocupo ahora de la Crítica del temática de reducir a la unidad de la conciencia las di­
(justo, con cuya ocasión se descubre otra clase de 'prin­ versas direcciones del espíritu, se afana por fundamentar
cipios a priori que los descubiertos hasta ahora, pues las a priori (es decir, con independencia de conocimiento y
facultades del espíritu son tre s: facultades de conocer, moral) el sentimiento de placer y dolor, el arte, la estética.
sentimiento del placer y dolor, y facultad de desear. Para Durante largo tiempo busca en vano el principio de esa
la primera he encontrado principios a priori en la Crítica fundamentación; lo encuentra en la finalidad, y, al en­
de la razón pura (teórica) ; para la tercera, en la Crítica contrarlo, emprende la obra, la crítica del gusto. Sólo
de la razón práctica. Los estoy buscando también para después, relacionando el principio del gusto, la finalidad,
el segundo, y, aunque antes pensaba que era imposible con otras exigencias de la razón, que también entrañan
encontrarlos, sin embargo, lo sistemático que el análisis finalidad, cae en la necesidad de unirlas todas en un
de las facultades hasta aquí consideradas me ha hecho solo libro: la Crítica , no ya del gusto, sino del juicio .
descubrir en el espíritu humano, y que me proporcio­ Lejos de ser, pues, como piensa Erdmann, la finalidad
nará, para el resto de mi vida, materia bastante para estética una aplicación de la otra, ambas son necesidades
admirar y aun, en lo posible, para fundamentar, me ha sistemáticas, y si consideramos la cosa históricamente,
puesto en el camino; así es que ahora reconozco tres par­ la finalidad teológica sería más bien la que se ha añadido
tes de la filosofía, cada una de las cuales tiene sus prin­ a la estética, para formar la tercera de las críticas.
cipios a priori, que se pueden enumerar. Se puede tam­ Esa Crítica del gusto, a que Kant se refiere en su carta,
bién determinar con seguridad la extensión de los cono­ no estuvo terminada en 1788, como dice, sino que, total­
cimientos posibles de esa manera: son esas partes la mente refundida en la Crítica del juicio , no sale a la luz
filosofía teórica, la teología y la filosofía práctica, de las pública hasta 1790 (1).
cuales, desde luego, la de en medio se encuentra la más
pobre en fundamento de determinación a priori. Ésta
bajo el título de Crítica del gusto, pienso que estará aca­ (1) ^ La bibliografía más completa sobre la Estética de Kant y
la C rítica del ju icio se encontrará en la página 380 del tomo III
bada en manuscrito, aunque no en la impresión, para la de la décima edición (1907) del Grundriss der Geschichte der Philo­
Pascua de resurrección» (1 ). sophie, por Überweg, continuado por Heinze. No menciona, sin em­
He querido citar todo este párrafo por la importancia bargo, las historias de la Estética de Neudecker, Studien zur Ges­
chichte der deutschen Aesthetik seit Kant, Wurzburg, 1878; de Schas-
enorme que tiene para nuestro tema. De él se deduce que ler, Kritische Geschichte der Aaesthetik von Plato bis auf die
Kant descubrió el principio del gusto a fines de 1787, y neueste Zeit, Berlin, 1872; de A. Kuhn, Die Idee des Schöen in ihrer
que inmediatamente lo concibió como finalidad, aplicando Entwickelung bei den A lten bis unsere Tage, Berlin, 1865; de
Th. Sträter, Studien zur Geschichte der Aesthetik, Bonn, 1861. Hay
el nombre de teología a la crítica del gusto. Erdmann (2), que añadir además, aunque sólo sea para honrar su memoria, la
que cita esta carta, no atribuye, sin embargo, a la fina­ tesis doctoral del infatigable trabajador Barni, el traductor francés
lidad en la estética de Kant importancia alguna, y con­ de Kant, que tanto ha contribuido a la difusión de la filosofía crí­
sidera que Kant se empeñó en relacionar el juicio de tica, Examen critique de Vesthétique de Kant (These de París, 1855)
Repetiremos aquí la cita de dos libros recientes, Günther Jacoby,
gusto y la finalidad, pero que esta relación es toda exíe- Herders und Kants Aesthetik, Leipzig, 1907, y Ernst Bergmann, Die
Begründung der deuschen Aesthetik, Leipzig, 1911, para tener as!
ante los ojos la bibliografía probablemente completa de la cues­
( 1 ) La carta se encuentra en la edición de Hartenstein, tomo tión. De entre las historias generales de la Estética, se consultará
V III, página 739. Se cita con muchísima frecuencia. Se encontrará con especial ventaja la de Schasler, pero más aún la de Lotze. La
en el prólogo de la edición de Benno Erdmann (ya citado, pági­ exposición de este último está un poco diluida, pero llena de pe­
nas xix y XX), en Michaelis (ya citado, páginas 5 y 6), y en otros netración y de puntos de vista luminosos. De entre los libros dedi­
muchos.
cados especialmente a la estética dé Kant es, sin disputa, y de mu•
(2) Edición de la C rítica del ju ic io , prólogo del editor. chísimo, el mejor el de Hermann Cohen, Kants Begründung der
34 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 35

tan distintas como ia estética y la teleológica. Ésta tiene


IV un interés teórico y ético, aquélla carece de interés de
esa clase; ésta maneja conceptos y pretende completar y
L a C r ít ic a del, ju ic io (1 ) se compone de dos partes: unificar la experiencia, aquélla carece de conceptos y se
una, la primera, dedicada a la estética; otra, a la teleo­ presenta como independiente de la experiencia. Por fin,
logía. ¿Qué relación hay entre ambas? A primera vista Kant mismo dice que el juicio teleológico no es facultad
parece que realmente no hay motivo para juntar bajo un especial alguna, como el estético, y que, por lo tanto, «per­
solo título, referidas a una misma facultad, dos esferas tenece a la parte teórica de la filosofía» (C rítica del
juicio , Introducción, V I I I ). Todo esto es cierto, pero
Aesthetik, Berlín, 1889. No es excesivo afirmar que todo este prólogo también lo es que la estética encuentra su principio en la
mío procede directamente de este libro. En él he encontrado no sólo finalidad, finalidad subjetiva, finalidad sin fin, pero que de
una visión profunda de la Estética de Kant, en relación con las ninguna manera es algo así como un concepto añadido o
otras partes de su filosofía, sino además, y sobre todo, una visión
tal de la Estética crítica que la capacita para servir de base para trasladado de la teleología, según piensa B. Erdmann (1),
las investigaciones de la Estética moderna. Del contenido de este sino que desempeña en la actividad estética el papel más
libro ejemplar podrá juzgar el lector en el curso de mi exposición, importante. Los motivos que Kant ha tenido para unir
en donde se cita con frecuencia y se resume con más frecuencia
aún. De Cohén proceden, díganlo o no, todos los demás libros que estética y teleología son los siguientes. Hay que distin­
he leído sobre la Estética de Kant. Sólo puedo citar un libro francés guir dos clases de juicios: a) E l determinante, en donde
en donde el punto de vista es totalmente distinto, aunque el autor se subsume un caso particular en lo general dado; b ) El
conoce y cita a Cohén. Este libro es el de V. Basch, Essai critique
sur Vesthétique de Kant, París, Alean, 1897. La formidable masa reflexionante, en donde, dado lo particular, se remonta
de materiales que encierra y el trabajo abrumador que representa el espíritu a lo general, en busca de una regla universal.
obligan a considerarlo con respeto. Después de Cohén, aunque a gran Ahora bien: el juicio determinante es una aplicación di­
distancia y por otros motivos, es lo mejor que se ha hecho. El recta de los principios del entendimiento; no necesita
punto de vista de Basch, desgraciadamente de un psicologismo es­
trecho, falsea, desde luego, tanto sus interpretaciones como sus fundamento alguno, pues depende de los principios sin­
apreciaciones de Kant. El autor, además, mezcla con la exposición téticos. En cambio, el juicio reflexionante requiere un
crítica, un desarrollo sistemático de su propia concepción estética; principio que determine y justifique su empleo. Pero antes
esto perturba a menudo y aumenta el volumen del libro sin gran
provecho para el lector. Sin embargo, su lectura es agradable y fácil. de llegar a ello, hay que distinguir entre esos reflejos
Puede servir, usado con prudencia, para aquilatar algunos detalles reflexionantes mismos. Los hay que no refieren la repre­
de las explicaciones psicológicas que hay en la C rítica del j u ic io . sentación al objeto, sino al sujeto totalmente y al senti­
Después de Cohén y de Basch, poco se puede citar que valga real­
mente la pena. Eugen Kühnemann, Kants und Schillers Begrüngdung miento que esa representación provoca en el sujeto; éstos
der Aesthetik, Munich, 1895, ha puesto todo su trabajo en mostrar no ponen relación con concepto alguno; entre ellos se
la relación íntima que hay entre Kant y Schiller. En la corta y encuentran los que llamaremos juicios estéticos. Hay otros,
algo confusa exposición de Kant (71 páginas) se atiene a Cohén,
que cita como su principal fuente. Este libro es sólo interesante en en cambio, que, refiriéndose al objeto mismo, buscan,
lo que a Schiller se refiere y a su relación espiritual con Kant como hemos dicho, la regla general en donde han de sub­
Johann Goldfriedrich, Kants Aesthetik..., Leipzig, 1895, ha leído sumirlo. Éstos son los teleológicos propiamente dichos.
indudablemente a Cohén, pero nunca le ha citado. La interpreta­ Éstos forman parte del conocimiento teórico; tienen por
ción de este último es la que anima este libro, por lo demás, fa ­
rragosísimo y sin orden alguno. Como es muy abundante en citas
de Kant y en apreciaciones tomadas de los grandes filósofos de co­ la distinción, siempre falsa, entre la facultad y la función. Y a este
mienzos del siglo XIX, puede, de vez en cuando, hacer caer en alguna propósito, valga recordar aquí que Kant no ha pensado nunca
relación algo escondida o poner en alguna pista útil para ulteriores facultades del alma, sino que lo que a veces llama facultad, es sólo
investigaciones. También se encontrarán Utilísimas indicaciones en el nombre común en donde se agrupan una porción de actividades
la Aesthetik des reinen Gefühls (Berlín, 1912), de H. Cohén. de la conciencia. Prevengo al lector que de aquí en adelante, y en
( 1 ) La traducción literalmente exacta sería C rítica de la fa­ la traducción emplearé Juicio (con J) para referirme a la capacidad
cultad de JUZGAR. Sin embargo, hemos creído deber seguir la tra­ general o actividad de juzgar, y juicio (con j ) para referirme a un
dición, que ha dicho siempre C rítica del ju icio . Esta última deno­ juicio determinado.
minación tiene, en efecto, una exactitud más profunda, pues evita (1) Edición de la C rítica del ju icio , Prólogo.
36 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 37

fin ensanchar ese conocimiento. Los estéticos, no. Sin em­ de la actividad espiritual crea su propio contenido. El
bargo, era posible someterlos juntos a la crítica, primero, problema estético no es ni más ni menos que el problema
porque tienen ambos en su base el mismo principio, la general de la filosofía transcendental. ¿Cómo es la expe­
finalidad, y, además, porque pueden referirse a una mis­ riencia posible? ¿Cómo es la moralidad posible? ¿Cómo
ma operación del espíritu. es la belleza posible? Que dar una respuesta a esta pre­
Nuestro estudio no pretende arriesgarse en los espi- gunta es efectivamente lo que Kant pretende, afírmalo
nosos y dificilísimos problemas que plantea la teleología él mismo en el prólogo de la C rítica del juicio , al decir
de Kant, ni trata de interpretar el sentido que pueda que su investigación no tiene más que «una intención
tener el juicio como miembro intermedio entre las dos transcendental». Y ya sabemos lo que esto significa: se­
críticas anteriores. Nos atenemos a la aclaración de parado el arte del conocimiento y de la moral, reconocido
Kant de que «la relación con el sentimiento de placer y como una dirección original de la conciencia, hay que
dolor es precisamente lo enigmático en el principio del encontrar su fundamento, como se hizo con el conocimien­
juicio, el cual hace necesaria una parte especial en la to y la práctica. Esto es lo que se propone Kant.
crítica para esa facultad, puesto que el juicio lógico por Si tal es su intención y tal el sentido de su trabajo, no
conceptos... hubiera podido, en todo caso, añadirse a la se podrá éste realizar mediante un análisis psicológico,
parte teórica de la filosofía...» (C r í t i c a d e l j u i c i o , Prólo­ del mismo modo que tampoco podrá la psicología llevar
go), y nos limitaremos aquí a lo que más nos interesa, a buen fin las tareas de fundamentar la ciencia y la moral.
a saber: la estética de Kant, sin prohibirnos, sin embar­ La psicología puede considerar los juicios de gusto, los
go, decir ocasionalmente algo del significado general de sentimientos estéticos, como objetos de investigación que
la teleología y su relación con el sistema ( 1 ). hay que analizar en sus componentes, que hay que des­
cribir en sus más oscuros rincones y en sus finezas más
l.° Aislamiento del problema: el sentimiento.— Con le sutiles. Estos análisis y esas descripciones pueden ser de
que llevamos dicho en la rápida exposición histórica que una utilidad inapreciable para el estético transcendental.
hemos hecho de la estética anterior a Kant, y con el re­ Pero el problema de éste es distinto y empieza precisa­
sumen del sistema general crítico, tenemos bastante para mente donde el del psicólogo termina. Se trata, no de co­
poder formular el problema estético. Kant llega a él por nocer en sus particularidades un fenómeno de la concien­
una necesidad sistemática, como lo demuestra la carta a cia, sino de fundar en sus raíces una dirección de la
Reinhold, que hemos citado. El sistema de la filosofía no cultura; no de encontrar qué es, sino cómo es posible la
estaría completo si entre el conocimiento (la naturaleza) belleza. Kant mismo se ha tomado el trabajo de decirlo
y la moral (la libertad) no se fundamentara también el en propios términos, refiriéndose a Burke, cuyas Inves­
arte. Ahora bien: ¿puede encontrarse el principio del tigaciones cita con alabanzas: «Como observaciones psico­
arte? ¿Cuál es éste? Sabemos el sentido que tiene para lógicas, esos análisis de los fenómenos de nuestro espíritu
Kant la palabra principio: es una condición a priori de son grandemente hermosos y proporcionan rica materia
la conciencia, mediante la cual una dirección determinada para las investigaciones preferidas de la antropología
empírica... Así, pues, la exposición empírica de los juicios
(1) Sobre la Teleología de Kant es de leer el libro magnífico de estéticos puede, desde luego, constituir el comienzo para
Stadler Kants Teleologie und ihre erkenntnisstheoretischc Bedeu­ proporcionar la materia de una investigación más alta;
tung, Berlin, 1874. También se leerá con provecho un artículo de pero una explicación transcendental de esa facultad es,
Mourly Vold, «Kants Teleologie» en Philosophische Monatshefte,
1882, pág. 542; otro de Dorner, «Kants Kritik der Urtheilskraft und sin embargo, posible, y pertenece esencialmente a la críti­
ihre Beziehung zu den beiden anderen Kritiken und zu den nach- ca del gusto» ( C r í t i c a d e l j u i c i o , final de la nota general
kantischen Systemen», en Kantstudien, 1900, pág. 249, y el libro a la exposición de los juicios estéticos). Resulta, pues,
de W. Frost Der B e g rijf der Urtheilskaft bei Kant, Halle, 1906.
En ñn, el problema de la teleología está generalmente tratado con bastante extraño que autores modernos critiquen a Kant
algún detenimiento en las historias generales de la filosofía. por no haber hecho lo que precisamente no quería hacer,
38 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 39

lo que precisamente está fuera de su problema propio ( 1 ). mostrando que el juicio de gusto no se refiere al objeto
Y es que hace falta un esfuerzo constante de comprensión como objeto de conocimiento, sino «a l sujeto y al senti­
y de interpretación para no confundir los términos y no miento de placer o dolor del mismo». Por medio de esta
tomar por descripciones psicológicas empíricas las deno­ afirmación se pone la base de la nueva dirección de la con­
minaciones que sólo tienen un sentido transcendental. ciencia en el sentimiento. El juicio de gusto es estético (1),
Además, la comprensión exacta de una parte del kantismo porque se refiere, no al conocimiento, sino al sentimiento.
no se Cía sin Ya c o Y a p x del sentido general del sis­ Éste, pues, está determinado en Kant desde un principio,
tema. Un punto de partida erróneo nos lleva en seguida como una facultad especial, es decir, como twa\i&2idk
a dar a todas nuestras interpretaciones particulares una especial de la conciencia. En múltiples pasajes de la in­
base errónea; en esas condiciones es inevitable encontrar troducción lo repite. El sentimiento de placer y de dolor
en los textos de Kant contradicciones y vacilaciones como forma «el término medio entre la facultad de conocer y
las que encuentra el señor Basch. la facultad de desear», así como el Juicio tiene la misma
Hemos dicho que Kant se propone fundar la estética, posición entre el entendimiento y la razón.
es decir, buscar el principio o condición a priori de su Pero ¿cómo el juicio estético (juicio sentimental pu­
posibilidad. Se encuentra aquí ante un problema total­ diéramos llamarlo) tiene esa posición independiente? Es
mente nuevo. En lo que al conocimiento y a la moralidad que se diferencia esencialmente del juicio de conocimien­
atañe, los esfuerzos de la Filosofía venían ya de antiguo to y del moral. Se diferencia del juicio de conocimiento
dirigidos hacia los fundamentos. Pero en lo que toca al en que no tiene en su base concepto alguno del objeto. No
arte, las tendencias, si bien divergentes, tenían todas esta expresa cualidad alguna objetiva del objeto, sino rela­
nota común, a saber: que no consideraban el arte como ciona la representación con el sentimiento en el sujeto.
una dirección independiente y original de la conciencia- Contra Baumgarten, Meier y los leibnizo-wolfianos, afirma
sino que lo colocaban, o dentro del conocimiento o dentro Kant la independencia del sentimiento. Sabemos, por la
de la moral. Crítica de la razón pura, que todo juicio es una unidad
En efecto: ¿qué otros objetos hay que no sean objetos entre dos términos heterogéneos. Esta unidad no puede
del conocimiento o acciones? Las direcciones posibles de hacerse más que por medio de un concepto, suministrado
la conciencia parece que se agotan en cuanto se han re­ por el entendimiento. Aquí, sin embargo, el entendimien­
ducido a esas dos fundamentales: ciencia, moral. Pero si to no suministra concepto alguno, sino que la represen­
es imposible reducir el arte a ninguna de esas dos, sólo tación se relaciona inmediatamente con el sentimiento
queda un modo de la conciencia que pueda servir de con­ de placer o dolor del sujeto.
tenido al arte: el sentimiento. Esa relación, inmediata es la que diferencia a su vez el
La nueva dirección que toma la conciencia en el sentir, juicio de gusto del juicio ético. La relación del juicio
no es nueva propiamente. El hombre la ha separado y ético con el sentimiento no es inmediata. El sentimiento
aislado siempre. Los antiguos la conocen, y la han seña­ de respeto a la ley moral está condicionado por el pensa­
lado con el nombre de sentimiento del placer y dolor, el
miento del primado de la razón práctica, de la superiori­
mismo que Kant usa. Lo nuevo aquí es su independencia, dad del hombre, en cuanto noúmeno, sobre el hombre de
o, mejor dicho, que se la reconozca como independiente los sentidos, y por la necesidad para éste de encontrar,
y se pretenda buscarle un principio y hacerla productora en un sentimiento de respeto al deber, acicates para la
de toda una esfera de la cultura.
El título del párrafo 1 de la C r í t i c a d e l j u i c i o dice a s í:
( 1 ) Todo conocimiento es estético en el sentido de que, en último
«E l juicio de gusto es estético», y prosigue el párrafo término, descansa sobre las intuiciones puras y la sensación. Pero
Kant, al referirse a los juicios del gusto, dice «Lo subjetivo empero
(1) Véase lo que hemos dicho sobTe el libro de Basch en la nota en una representación, lo qtie no puede, de ningún modo, llegar a
que trata de la bibliografía. ser un elemento de conocimiento es el placer o el dolor que con
ella va unido» (Introducción, V I I).
4q MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 41

acción moral. La relación con el sentimiento es inmediata, lo ha hecho como un interés provocado por lo bello, des­
en cambio, en el juicio de gusto. pués de ser reconocido como tal. Resulta, pues, que es
Hay además otro carácter que diferencia el juicio de una cuestión de colocación en el tiempo, una cuestión de
gusto del juicio moral. La satisfacción estética es desin­ psicología genética, que no entra directamente en el círcu­
teresada. En cambio, la satisfacción en lo bueno va siem­ lo del problema kantiano. Otra crítica, la de Herder, es
pre unida con interés. Interés llama Kant la satisfacción repetida hoy con no poca frecuencia. Viene a resultar en
«que unimos con la representación de la existencia de un el fondo un ataque a Kant, por no haber reconocido que
objeto» (C rítica del juicio , párrafo 2). Un interés seme­ «la belleza tiene para los que la sienten justamente el
jante se encuentra siempre en lo bueno, ya sea que se más alto interés» (1). Pero basta leer los párrafos 41
trate de algo bueno en sí o bueno para otro fin. Lo bello, y 42: «Del interés empírico en lo bello» y «Del interés
en cambio, rechaza toda clase de interés, tanto el de uti­ intelectual en lo bello», para ver cuán errónea es la supo­
lidad como el de moralidad; place en la pura contem­ sición de Herder. El error de Herder está en que el in­
plación, sin intención segunda; el sentimiento, en este terés que echa de menos en Kant, es el sentimiento mismo
caso, no es un sentimiento que espera satisfacerse me­ ie lo bello, es la satisfacción estética misma, aquella pre­
jor, sino que está aquí en toda su plenitud, en acto, cons­ cisamente de que se dice que es desinteresada. Pero una
tantemente presente. Se dirá quizá que hay un interés descripción minuciosa y detallada de esta satisfacción
grande, v. gr., en una obra de arte determinada. Pero en : rao tal, como fenómeno psicológico, no tenía Kant por
el momento en que consideramos ese interés, ya no esta­ qué darla. Eso es cosa de la psicología, y no de la filo-
mos en la actitud estética, sino que, siquiera por un mo­ s fía transcendental.
mento, hemos salido de ella para entrar en otra índole Si recapitulamos todas estas características que van
de ideas, culturales, científicas, etc... La pura contempla­ lisiando el sentimiento estético, diremos que su desin­
ción está desprovista de toda mezcla de condición extraña terés lo distingue de lo moral y de lo agradable, y su
a sí misma. Carácter subjetivo, del conocimiento de la naturaleza.
Por eso también distínguese la satisfacción en lo bello A este carácter subjetivo del sentimiento dedicaremos
de la satisfacción en lo agradable. Ésta, toda sensual y ¡algunas reflexiones. En primer lugar, es total. Quiero
material, acarrea siempre un interés también sensual y c -:ir que no es como el subjetivismo de la sensación, que,
material, una «tendencia» a la posesión. El sentimiento sin embargo, puede servir para el conocimiento, sino que
de lo bello, en cambio, es tranquilo, sereno, desinteresado i -r.bjetivismo del sentimiento estético no puede servir
y puramente contemplativo; es patrimonio del hombre ^ .onocimiento alguno, ni siquiera a aquel por el cual
sólo. Por eso Kant, para marcar más la diferencia y la t sujeto se conoce a sí mismo (párrafo 3). Y, sin em-
distancia entre lo bello y lo agradable, dice que lo bello -rgo, el juicio estético, que no se refiere más que a ese
place, pero lo agradable deleita, haciendo resaltar de ese sentimiento totalmente subjetivo, tiene pretensiones a uni­
modo el carácter a la vez material, sensual e interesado versalidad. Las apreciaciones estéticas que hacemos pre­
que lleva consigo la delectación en lo agradable. ben dem os que cualquier otro las comparta y las pruebe;
Contra este carácter de desinterés que se le atribuye ■ 4- iecimos de alguien, que encuentra bello lo que nosotros
al sentimiento estético se han alzado bastantes críticas. I ¡encontramos feo, o viceversa, que tiene mal gusto, que
Muchas de ellas se reducen a la concepción psicológica de I v tiene formado el gusto, y hasta esperamos que, con
que hemos hablado. Basch, por ejemplo, encuentra que, ■ l --.-. cierta costumbre de apreciar bellezas, venga, al fin
si bien el sentimiento de lo bello es, en general, desinte­ : al cabo, a ser de nuestra misma opinión. La universa-
resado, lo es, sin embargo, sólo desde un cierto punto de |i vid aquí, en los juicios de gusto, es subjetiva, porque
vista y hasta un cierto grado. Echa de menos en Kant ■ r : se refiere a los objetos, sino a la esfera de los sujetos,
un sentimiento de amor ideal a lo bello, o, mejor dicho,
reconoce que, si bien Kant ha admitido tai sentimiento, Kalligone, parte I, pág. 37.
Núm. 1620.-3
42 MANUEL KANT
CRITICA DEL JUICIO
43
de los que juzgan, de los que sienten. Pero como es, al
fin y al cabo, una universalidad, exige un principio y nos en el sentimiento del sujeto. Pero entonces hay que ahon­
obliga a considerar el juicio estético como sintético a dar más en la investigación de ese sentimiento, porque,
'prior i. hasta ahora, no hemos podido ver en él nada que justi­
Y aquí hemos llegado al momento en que el problema fique esa su objetivación.
se plantea de un modo directo y apremiante. Reconocido El paso decisivo lo hace Kant al determinar el senti­
el arte como una esfera original de la cultura, reconocido miento estético como una relación de las facultades de re­
el sentimiento estético como distinto del conocer y de la presentación unas con otras. «A h ora bien: si la base de
moralidad y como superior al empirismo de lo agradable, determinación del juicio... hay que pensarla sólo subjeti­
se determina en él una dirección propia de la conciencia. vamente..., entonces no puede ser otra más que el estado
¿Cuál es su principio? ¿Cómo son juicios estéticos, sin- I del espíritu, que se da en la relación de las facultades de
téticos a priori, posibles? representar unas con otras...» Kant sigue determinando
este nuevo aspecto y dice: «L as facultades de conocer,
2.° El principio: idealismo de la finalidad.— Los ju i­ puestas en juego mediante esa representación, están aquí
cios de gusto son sintéticos a priori. En efecto, establecen en un juego libre, porque ningún concepto determinado
una relación entre la representación y el estado sentí- I las restringe a una regla particular de conocimiento. Tie­
mental del sujeto, por lo cual se les puede llamar sintéti- I ne, pues, que ser el estado de espíritu, en esa represen­
eos. Pero, además, el carácter de desinterés que los dife­ tación, el de un sentimiento del libre juego de las facul­
rencia de los juicios sobre lo agradable, y, sobre todo, tades de representar, en una representación dada, para
la pretensión a la universalidad, los caracteriza como a tm conocimiento en general» (párrafo 9). Aquí nos en-
priori. Cuando se reconoce este carácter de los juicios I : .ntramos ya en presencia de una determinación positiva
estéticos es cuando se les da propiamente entrada en la I 7 precisa del sentimiento estético. Se puede suscribir en
filosofía transcendental, en donde toman un lugar inde­ este sentido la frase de Kirchmann: «Kant, a pesar de
pendiente. Aquí propiamente empieza el problema a enea- | •einte páginas de larga exposición, no ha conseguido aún
minarse a la solución. Las diferencias hasta ahora anota- I determinación alguna interna de lo bello» (1).
das entre el juicio estético y los otros (teóricos y prácti- I Es necesario extenderse un poco sobre esta primera y
eos) se referían más bien a lo externo, eran diferencias I i-ndamental adquisición. Hay dos expresiones en las fra-
descriptivas, psicológicas. Con el problema del a priori, I ees de Kant que requieren algo de comentario. Son la
que plantea ya la «universalidad subjetiva», entramos en teiificación de libre, que da al juego de las facultades, y
la esfera de lo transcendental. - referencia a un conocimiento en general. En primer
L a expresión «universalidad subjetiva» obliga impe­ .rar, comprenderemos la calificación de libre, si recor­
riosamente a una determinación más precisa del senti- I ramos que el juicio de gusto no tiene a su base concepto
miento estético. El filósofo critico que se ve obligado a -30. Esto implica además que no hay que entender
emplearla, la encuentra extraña, «notable» (párrafo 8). - --- el juego libre como una relación entre formaciones
Pues ¿cómo un juicio, que se refiere sólo al sujeto, puede particulares de la conciencia, ni siquiera entre muchas de
poseer universalidad de cualquier clase que sea?, y, sin c- ü sino entre la totalidad de las facultades. Y si esta
embargo, esa universalidad caracteriza los juicios de gus­ errresión de facultades escandaliza, entre la totalidad in-
to. 'Paxa. no b.a.y más que en <\ue co-l ominada de las esferas de la conciencia, Kant dice:
rrientemente los objetivamos y consideramos la belleza fc : . v. como Juicio subjetivo, encierra un principio
como una propiedad de las cosas mismas. Los filósofo* ■ r .-iiin . no de las intuiciones bajo conceptos, sino
han pensado incluso que la belleza era algo en sí, ub* I _ _-_!:ad de las intuiciones o exposiciones (es decir,
perfección o una expresión de la moralidad. Nosotro*
hemos visto que no, que los juicios estéticos tienen su base I H v. Kirchmann, Erläuterungen zu Kants K ritik der
pág. 23.
44 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 45

la imaginación) bajo la facultad de los conceptos (es de­ gusto el sentimiento de placer precede al juicio del objeto,
cir, el entendimiento)» (párrafo 35). No se trata, pues, o éste precede a aquél», lo llama Kant mismo la clave de
aquí de una o muchas representaciones, sino de toda la la crítica del gusto. En él se muestra que lo que es dado
facultad de representar. Pero ¿pueden las facultades ju­ como condición subjetiva es la capacidad de comunicación
gar entre sí, moverse una enfrente a otra? Y ¿no es ésta universal del estado del espíritu. Sabemos que este estado
más bien una expresión imaginativa que quiere dar a se caracteriza por el juego libre de las facultades. Este
entender tan sólo que las esferas de la conciencia se re­ juego libre, considerado como universalmente comunica­
fieran una a otra libremente? Recordemos bien las bases ble, encuentra aquí ya una objetivación exacta: este juego
mismas de la filosofía kantiana, y veremos que facultades libre empieza ya a ser un hecho. La condición de la co­
de conocer, de representar, etc., no son nunca considera­ municabilidad es valedera para todo conocimiento, para
das por Kant dogmáticamente, como órganos del alma, toda actividad regulada de la conciencia. Y esa condición
sino como designaciones de direcciones regulares de la estaba, desde luego, ya puesta, en cuanto se hubo consi­
conciencia, que se encuentran objetivadas en sus produc­ derado aquel sentimiento estético como un juego de fa ­
tos propios. Mucho se ha criticado a Kant la manía de cultades, referido a «un conocimiento en general», a la
dividir en facultades y subfacultades; pero estas divi­ condición misma del conocimiento.
siones no son nada más que designaciones de las diversas Frente a la maravillosa riqueza que encierran estos
esferas y motivos de la experiencia, que nos recuerdan conceptos kantianos, es de poca importancia la crítica
siempre, y a cada momento, su carácter transcendental, psicológica que reprocha a Kant el haber puesto el senti­
es decir, sistemático. miento después del juicio estético. También aquí podemos
La interpretación que H. Cohén (1) ha dado de esta referirnos a V. Basch, como el representante típico de
teoría del juego de las facultades, y que es la que aquí esta crítica. Se acusa a Kant de inconsecuencia y de error.
se está exponiendo, considera que el juego libre es «el De inconsecuencia, por haber afirmado antes que el sen-
juego de las direcciones en que la conciencia crea con­ cimiento de placer es el motivo de determinación del juicio
tenido» (2). Así se explica aquella otra expresión de cono­ estético; de error, por no haber permanecido en esta su
cimiento en general, pues al entrar la dirección, que crea primera afirmación, que se dice ser la exacta. Desde luego,
conocimiento, en el juego libre, entra toda ella, y no sólo el hecho de que Kant, en este párrafo 9, empiece afirman­
un determinado contenido de ella. Por último, si atende­ do que aquí está la clave de la crítica del gusto, nos obliga
mos a la frecuencia con que Kant emplea los términos de ¿ gran cautela y cuidado en la interpretación. El título
vivificación, animación, estado de consonancia, etc., aca­ dice que se trata de saber si en el juicio de gusto el sen-
baremos por convencernos de que aquí se trata, no de un cimiento de placer precede o no al juicio del objeto. Hay
determinado contenido de la conciencia, sino del juego que advertir: l.° Que este juicio ( Beurtheilung) del ob­
de las actividades entre sí. El que desee conocer una trans­ jeto no es el juicio (U rth eil) de gusto (Beurtheilung sig­
posición psicológica de esta teoría, lea con atención los nifica más bien juicio apreciativo), y 2.° Que la cuestión
párrafos dedicados por Kant al genio y a la producción ie precedencia se plantea dentro del juicio de gusto ya
de ideas estéticas (párrafo 49). fallado. Se trata, pues, de analizar los componentes del
Esta determinación positiva del estado sentimental juicio de gusto, y no de una investigación psicológico-
transforma aquella « universalidad subjetiva», chocante renética sobre si el sentimiento, en la vida psíquica, pre­
para el filósofo transcendental, en « capacidad de comu­ cede o no al conocimiento. Ahora bien: si analizamos esos
nicación universal del estado del espíritu». El párrafo 9, : imponentes, encontraremos que hay una representación
en que Kant trata la cuestión de saber «si en el juicio de por una lado y un sentimiento por otro lado. Éste se de-
cermina transcendentakmente y no genéticamente: pri­
(1 ) H. Cohén, op. cit., págs. 169 y sigs. mero, como juego de las facultades; segundo, como uni­
(2) H. Cohén, op. cit., pág. 174. versalmente comunicable, y tercero, como placer. El juicio
4,5 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 47

de gusto, finalmente, unifica en una sola proposición la Podemos distinguir en Kant tres especies de a priori:
representación del objeto y la relación de ésta con el su­ el a priori de la intuición, el a priori de los principios, el
jeto. Si a todo lo que se da en el sujeto: juego de las 2 priori de las ideas. El primero determina las formas
facultades, comunicabilidad, etc..., lo llamamos sentimiento generales de la experiencia; el segundo, su contenido; el
de placer y planteamos la cuestión genéticamente, Kant tercero, su tarea. El primero significa que lo dado no
no dudará en afirmar que el sentimiento precede al juicio. puede estarlo más que dentro de las condiciones mismas
Pero si se considera que en el sentimiento de placer hay que constituyen la sensibilidad; el segundo, que la expe­
ya la percepción de un juego libre y de una comunicabi­ riencia se construye por y en las leyes mismas que la
lidad, se podrá decir que, en el juicio de gusto, el juicio constituyen; el tercero, que las direcciones de la concien-
(apreciativo, perceptivo, Beurtheilung) del objeto precede ::a tienen límites, pero no están limitadas, que pueden
al sentimiento de placer. Todo proviene, una vez más, de y deben avanzar en su eterna tarea. El primero y el se­
interpretar como fenómenos psicológicos lo que sólo son gundo constituyen el objeto; el tercero expresa el deber,
condiciones transcendentales de la producción de la con­ el problema. Por eso el a priori de la libertad es tipo «ex­
ciencia. celente de la legislación ideal apriorística» (1).
La universal comunicabilidad del estado es, como hemos A esta tercera clase de a priori pertenece la finalidad.
dicho, una de esas condiciones, una profunda, en que se Sabemos que el principio de la finalidad tiene en la filo-
juntan las raíces mismas del conocimiento con las de la .'jfía de Kant una misión teórica: la de fundar la concep­
belleza, y en que las direcciones de la conciencia se unifi­ ción del universo organizado. Esa misión teórica la cumple
can en el centro mismo de la conciencia, adquiriendo así cuando muestra que la necesidad d econsiderar la natu­
su primera fructífera fundamentaeión. Por eso dice Cohén raleza bajo la especie de la unidad, sea en su totalidad,
que, «en realidad, Kant ha fundado en este momento la sea en individuos aislados, no se satisface con el mecanis­
deducción de los juicios de gusto». mo, y requiere un principio de concepción que dirija la
Aquí, en efecto, mediante la universal comunicabilidad, descripción y desmenuce, por decirlo así, el problema,
inmediata consecuencia de la referencia a un conocimiento para hacerlo asequible al mecanismo causal, que no deja
en general, encuentra su base la idea de un sentido común de hacer valer sus derechos. La mecánica, en efecto, no
estético con que se caracteriza el gusto. En efecto, si el -.noce individuos como tales: no conoce más que casos
gusto se refiere al sujeto, podrá llamarse con razón sen­ de una ley, y leyes en cuya fórmula desaparecen los casos,
tido. Pero si esta referencia es universalmente comunica­ es decir, que los cuerpos de la mecánica son puntos, lí­
ble, podrá llamarse común. El Juicio estético puede llevar neas y movimientos. La química tiende a resolver en el
el nombre de sentido común, mejor que el intelectual, si mecanismo el problema de la materia. Esa tendencia en­
se quiere emplear la palabra sentido para un efecto de cuentra en los cuerpos simples su límite, aunque no su
la mera reflexión sobre el espíritu; pues entonces por limitación. La morfología tiende a su vez a reducirse a la
sentido se entiende el sentimiento de placer (párrafo 40). química y a la física, es decir, busca la explicación me­
La universal comunicabilidad prueba, sin embargo, qui­ cánica, la busca indispensablemente, y cuando la encuen­
zá demasiado, pues siendo la condición de todo conocimien­ tra, la considera como una inapreciable conquista de la
to, puede caer la estética totalmente dentro de la esfera ciencia. Los límites de ésta se han corrido, se han ensan­
teórica, y entonces, si bien la objetividad, la universalidad chado. Pero siempre queda en el organismo algo irreduc­
de los juicios de gusto, queda demostrada, en cambio, su tible a movimientos y a direcciones puras. El problema
independencia queda destruida, y vienen a ser meros ju i­ del organismo, el problema del individuo como tal, es un
cios de conocimiento. L a comunicabilidad universal forti­ problema extramecánico, aunque quiere llegar a ser me­
fica la pretensión del juicio estético a ser juicio. Pero ¿en cánico. Para ese problema es indispensable el principio de
dónde se funda su pretensión a ser estético?
Se funda en el a priori de la finalidad. (1) H. Cohén, op. eit., pág\ 182.
4g MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 49

la finalidad. «E l principio de los fines se alza para con­ espíritu, y por eso se puede decir que la finalidad estética
servar y mantener el problema de los organismos, de los es una finalidad subjetiva.
individuos en general» (1 ). No es constitutivo, pues no Esta finalidad subjetiva despierta, como ha notado Her-
resuelve problema alguno, no explica nada, como dice mann Cohén, confianza en ella, por eso mismo que es
Kant frecuentísimamente en la Crítica del juicio teleo- subjetiva. «Pues así como la finalidad, entre los princi­
lúgico . Con el principio de finalidad no alcanzamos a com­ pios del conocimiento, es sospechosa, haría también sos­
prender el organismo, pero sí llegamos a concebirlo, y esto pechosa la finalidad estética, si ésta se refiriese a un ob­
es lo que hace falta y basta para describirlo y hacerlo jeto particular» (1). La finalidad estética es una finalidad
asequible a la mecánica. Es, por lo tanto, una idea que sin concepto. En la finalidad de la naturaleza hay un con­
indica a la experiencia la existencia de nuevos problemas, cepto del objeto, que se supone es la causa de la existen­
y, se los pone, por decirlo así, ante los ojos; es una idea cia de ese objeto. Éste se llama entonces fin. Pero como
que señala los límites de la experiencia, y al mismo tiempo el juicio estético rechaza todo concepto del objeto y no
afirma que esos límites no son limitaciones. Es una idea le interesa a su existencia, no puede darse aquí esa fina­
que realiza en la dirección teórica de la conciencia su mi­ lidad. Tampoco es estética la finalidad que encontramos
sión apriorística de unificar y abrir perspectivas siempre en lo agradable y en lo útil. Porque en esta clase de cosas
nuevas. útiles y agradables) existe un fin, un fin subjetivo, si se
La fundamentación de los juicios estéticos requiere, quiere, pero un fin determinado, que indica (lo que place
desde luego, un a priori. Lo que hasta ahora llevamos ana­ a los sentidos en la sensación», que excita el deseo y un
lizado de sus características excluye todo a priori de la interés en la existencia de la cosa. Tampoco se refiere la
primera y de la segunda clase. En efecto, el juicio de finalidad estética al fin en sí, pues éste es un bien, un
belleza no se refiere a concepto alguno del objeto, y no concepto que determina eí juicio ético. Así, pues, la fina­
es posible un principio objetivo del gusto. «P o r principio lidad estética será una finalidad sin fin. En términos co­
del gusto se entendería un principio bajo cuya condición rrientes, diremos que el arte no es ni bueno, ni útil, ni
se pudiera subsumir el concepto de un objeto y deducir, agradable; que el arte no tiene fin alguno, y, sin embar­
mediante una conclusión, que es bello. Pero esto es abso­ go, encierra una finalidad; que el arte no es oficio, no es
lutamente imposible» (párrafo 34). No puede haber una mecanismo, sino espíritu y libre juego. L a finalidad esté­
ciencia de lo bello, como no hay una ciencia artística (2), tica se refiere a la conciencia misma, a toda la conciencia,
como tampoco puede haber preceptos objetivos que deter­ con su contenido entero, que no a una o varias determi­
minen la producción de la belleza. Ésta es cosa del genio. nadas formaciones del espíritu. Éste es el sentido en el
Los juicios estéticos expresan un modo de sentir las cual se excluye de esa finalidad todo fin. También la po­
cosas, no un modo de ser de las cosas. El a priori estético demos llamar finalidad formal subjetiva, porque exclu­
no será, pues, ni el a priori de la intuición, ni el a priori yendo todo fin, no queda en ella más que la pura forma
de los principios sintéticos, sino el a priori de la idea, la de la finalidad. Y ahora ya podemos, en pocas palabras,
finalidad. resumir la diferencia, y, al mismo tiempo, la identidad
Pero ¿qué finalidad? No. ciertamente, la finalidad que de ambas finalidades, la natural y la estética. La finalidad
hemos visto en la naturaleza. Esta última se refiere a es un principio de la «heautonomía» del Juicio (Introduc­
objetos, concibe fines de la naturaleza, y puede llamarse ción, V ), principio transcendental regulativo. En su uso
finalidad objetiva. La estética, en cambio, no conoce los
teorético, en la naturaleza, nos permite concebir un objeto
objetos como tales, sino que su objeto es el estado del natural, refiriéndolo a un concepto de fin : en su uso es­
tético, en la estética, nos permite sentir en una represen­
(1) H. Cohén, op. cit., pág. 117. tación su acomodación con la conciencia en general.
(2) Recuérdense aquí las confusiones de Baumgarten al definir
la estética a la vez como arte y como ciencia. (1) Op. cit., pág. 1 &2.
50 MANUEL KANf CRÍTICA DEL T01C1T)

El idealismo de la finalidad es, pues, el principio único En el párrafo 49, al hablar de las facultades que cons­
del Juicio estético. El racionalismo funda la satisfacción tituyen el genio, dice que la imaginación es muy podero­
estética en conceptos; no distingue lo bello de lo bueno sa «en la creación, por decirlo así, de otra naturaleza, con
y de lo perfecto. El empirismo la funda en la sensación, la materia que la verdadera le da».
y la resuelve en lo agradable. Ambos, pues, niegan o des­ Otra naturaleza, en efecto, otro mundo, mundo donde
truyen el valor independiente de la belleza. El idealismo, la causalidad no rige, donde la finalidad misma depone
en cambio, la refiere al Juicio, y le da, por lo tanto, un sus intenciones y abandona sus fines, es el creado por
fundamento independiente y firme; en la finalidad autó­ la contemplación estética. Pero este mundo nuevo, que no
noma se revela la legislación estética como una legislación es ni el de las leyes naturales ni el de la ley moral, no
transcendental a priori. puede tener otro contenido, otra materia, que la que dan
la naturaleza y la libertad. El sentimiento que objetiva­
3.° El quasi-objeto: lo bello, lo sublime, etc.— Si vol­ mos, y llamamos belleza, sublimidad, cómico, etc..., no
vemos una rápida mirada atrás y consideramos el es­ puede contener otra cosa que naturaleza y moralidad, por­
tado actual de nuestro problema, nos apercibimos de que que otra cosa no hay, y lo dado se agota en la experiencia
hemos llegado ahora a un segundo momento, que podría­ y lo propuesto entra todo en la ley moral.
mos determinar llamándolo el momento creador. En efec­ Y no se diga que el nuevo objeto de la conciencia esté­
to : hemos empezado analizando la esfera estética de la tica pierde toda su originalidad si le damos por materia­
c u ltu r a , y en ese análisis hemos retrocedido hasta e l su­ les naturaleza y moralidad. La dirección estética del es­
jeto. El .juicio estético se distingue radicalmente del lógico píritu crea, con esas dos esferas, otra, torcera totalmente
y del ético. Tiene su base, no en un concepto, sino en el nueva, una resultante que no es ni naturaleza ni morali­
sentimiento. Este sentimiento encuentra su principio en dad, sino combinación de ambas, porque la naturaleza en
el idealismo de la finalidad. En cierto modo, podríamos ella se presenta como si fuera moralidad y la moralidad
decir que, al llegar aquí, el problema está resuelto. El como si fuera naturaleza. En el objeto estético está el
principio que pedíamos está encontrado. L a dirección es­ sentimiento vivo real actuando, y aquellos componentes,
tética de la conciencia está reconocida como independiente naturaleza y moralidad, que proporcionaron la materia,
y original, referida a la unidad, fundamentada en el a se retiran en el segundo término, y no aparecen ya como
priori de la finalidad. Pero como nos falta reconstruir lo realidades, sino sólo como pensados.
analizado, volver desde el sujeto a ese mundo de la belle­ ¿Quiere esto decir que el arte deba hacerse sin mirar
za de que habíamos partido, podríamos con razón llamar a la naturaleza; que deba sobrepujarla; que el arte deba
momento creador a este segundo momento de nuestra ser m oral; que el arte deba realizar y encarnar virtudes,
m a rc h a . castigar al malo, premiar al bueno, etc.?... N o ; en primer
El sentimiento que sirve de base al juicio de gusto no lugar, no estamos ahora aquí hablando de reglas ni de
es un sentimiento individual, empírico. Hemos visto que preceptos del arte, sino de los componentes objetivos de
tiene pretensión a ser universal, al par que subjetivo, a la belleza; en segundo lugar, no se puede sacar una regla
ser comunicable; hemos fundado esa pretensión en un de producción artística de ninguna consideración estética.
principio a priori. Esos caracteres, empero, no son otros Pero, además, la exigencia de la naturaleza es a su vez
que los que constituyen un objeto. El sentimiento se ha tan imperiosa como la exigencia de la moralidad. El pro­
objetivado. La productividad del principio es tal, que con­ ducto del arte debe parecer, dice Kant, un producto na­
sideramos la belleza como una propiedad de las cosas tural, así como el producto natural bello debe parecer un
mismas, como una realidad, o, mejor dicho, como si fuera producto del arte. Ésta es la relación del ideal y la natu­
una realidad, como si fuera un objeto. Kant no teme afir­ raleza, que vimos ya en Winckelmann. Cierto que en éste
mar que, «en consideración del sentimiento de placer y de hay mucha materia que puede dar lugar a la opinión
dolor, el Juicio tiene un principio constitutivo». errónea de que el arte supera a la naturaleza. Pero la
52 MANUEL KANT ZR1TICA DEL JUICIO 53

emoción estética, como hemos visto, no puede tener más Kant ha reconocido y afirmado que la materia, el con-
contenido real que naturaleza y moralidad. El arte debe :enido del sentimiento estético, es naturaleza. Pero como
atenerse a Ja naturaleza, y para el hombre moderno, sobre el sentimiento estético es independiente del conocimiento
todo, la naturaleza, muchas veces, supera en belleza y y de la mera sensación agradable, sólo se refiere a la for­
esplendor estético al arte más refinado y genial. ma del objeto, es decir, en el sentido transcendental de
Pero esa naturaleza misma, el paisaje, por ejemplo, al este término, a la forma de la finalidad. Sobre este punto
ser contemplado con ojos ansiosos de belleza, se anima, conocemos ya la teoría del juego libre de las facultades,
por decirlo así, adquiere significación y expresión; en sus y sabemos cómo, mediante el idealismo de la finalidad,
cadenciosas líneas, en sus armoniosas masas de luz y este juego libre realiza la belleza como sentimiento de
sombra, en la amplitud infinita de su horizonte o en la ; lacer. La posición de la moralidad, en cambio, en la doc­
estrechez testaruda de sus límites, nos habla un lenguaje trina estética de Kant, es, por lo menos, poco clara, am-
humano, un lenguaje del espíritu, un lenguaje moral. oigua y, a veces, hasta errónea. En efecto: puede decirse
Porque «lo moral es lo que vive en el alma, y si la natu­ -;ue, en el fondo, no reconoce Kant la moralidad como
raleza había de ser también moral, tenía que haber en ella, componente del objeto estético, sino, todo lo más, como
despiertas o dormidas, almas de dioses o de hombres» (1). _:n añadido, algo simbolizado. Este punto de vista, que
La naturaleza viene a ser arte por el soplo humano, que acarrea grandes dificultades, es de atribuir, según Her-
le infunde alma. El arte es naturaleza viviente, natura­ mann Cohén, a que, si bien la moral entra en la estética
leza animada. Esto mismo lo ha dicho admirablemente un ie Kant, no entra, sin embargo, como una dirección total
artista, el paisajista francés Rousseau: «H a y composición de la conciencia, como condición y supuesto primero del
cuando los objetos representados no lo son por ellos mis­ 'entimiento de belleza.
mos, sino para contener, bajo un aspecto natural, los ecos No basta, como Kant ha hecho con frecuencia, referir
que pusieron en nuestra alma.» a Va moralidad las formaciones bellas y afirmar que se
Así, con las dos primeras direcciones en que el espíritu acompañan o se simbolizan. Hace falta más: hace falta
es activo, se alimenta una nueva esfera de creaciones. Así, penetrar en el problema mismo de la voluntad y descender
de una combinación genial del mundo natural con el mun­ a la unidad misma del «yo». Un minucioso análisis psico­
do moral, surge el nuevo mundo estético. lógico del sujeto (1) muestra que las direcciones que la
Sería, desde luego, exagerado y falso afirmar que Kant conciencia toma, se apoyan y se acompañan unas a otras.
mismo ha visto claramente esta profunda significación La voluntad o conciencia del movimiento surge, a la vez
de su propia doctrina estética. En él, desde luego, está que la conciencia de la representación, de un hipotético
precisa y consciente la idea de que la naturaleza es el sentir fundamental. Ambas direcciones influyen una en
contenido mismo del arte; pero que también, y con igual otra; pero sólo en la plena unión de las dos, en el senti­
miento, alcanza el sujeto su completa y plena afirmación.
derecho, con la misma necesidad, lo es la moralidad, eso,
«E l sujeto del pensar no es firme y viviente sin el del
si bien Kant lo ha entrevisto, no lo ha afirmado con entera
querer; y el sujeto del querer no es unitario, sino disuelto
decisión. Es el mérito grandísimo de H. Cohén el haber
en impulsos sin el del perísar. La conciencia estética viene,
completado la estética crítica en este sentido, poniéndola,
por fin, a unificar y afirmar el “ yo’'» a darle vida» (2).
por fin, en posesión del método transcendental y hacién­
Sin el querer, el pensar es pura representación sin signi­
dola entrar, por ende, definitivamente en un sistema com­
ficado vivo; y el querer sólo, a su vez, es ciego empuje
pleto de la filosofía. Séanos permitido indicar brevemente motor, si no está definido y afirmado en el pensamiento.
las bases de esta profunda interpretación (2). En la combinación de ambos, en el sentimiento, alcanza

(1) H. Cohen, op. cít., pág. 230. (1) Véase H. Cohen, op. cit., págs. 238-250.
(2) H. Cohen, op. cit.. págs. 222 y sigs. (2) H. Cohen, op. cit., pág. 249
54 MANUEL KANT I 71 m e A DEL JUICIO 55

el «y o » su plena vida real. Y ahora comprendemos cómo ] Hay, desde luego, en Kant un sentido psicológico de
el arte, al vivificar la naturaleza, ha tenido forzosamente I ría libertad. L a libre imaginación significa, primero, la
que poner a su base voluntades, hombres o dioses. La mo- | I -_sencia de regla, la ausencia de concepto. «Las figuras
ralidad no acompaña tan sólo al arte, como dice Kant. I rí-ométricas regulares no son verdaderos ejemplos de be-
sino que la moralidad, es decir, toda la dirección de la | I leza.» (Nota general a la primera división de la analíti-
conciencia que se basa en la voluntad, es un elemento del _ «E s decir, porque justamente la libertad de la ima-
arte, porque el arte es vida, y sobre el sentimiento, sobre I rmación consiste en que esquematiza un concepto...»
esa síntesis original de representación y movimiento, se I : ñrrafo 35). En la definición de las ideas estéticas encon-
alza y crece la vida estética. I -:nnos también ese concepto puramente negativo de la
Si con esta exigencia vamos ahora a la Crítica del I ■ .oertad de la imaginación: « Por idea estética, empero,,
Juicio, podremos iluminar con nueva luz muchas oscuri- I I - :iendo aquella representación de la imaginación que da
dades y encontrar el sentido de muchas frases ambiguas. I -je h o que pensar, sin que, sin embargo, un pensamiento
La distinción de lo bello y de lo sublime es una de 1 I .rterminado, es decir, un concepto pueda serle adecua-
ellas. Es sabido que Kant los separa uno de otro, y pode- I ■ (párrafo 49).
mos expresar la diferencia que pone entre ambos, dicien­ Pero al lado de ese sentido negativo, entra y se mezcla
do que lo bello es el sentimiento del juego libre del en­ n él un sentido positivo en que la imaginación señala
tendimiento y la imaginación, mientras que lo sublime es [ : píamente hacia la moralidad. Esas ideas estéticas, pro-
el juego cíe la imaginación y de la razón. Esto puede ex- 1 r ductos de la imaginación, son llamadas así porque forman
presarse más claramente diciendo que el contenido de lo i L como un pendant de las ideas de la razón. Y Kant prosi-
bello lo encuentra Kant en la naturaleza, y el de lo subli- | I gue inmediatamente diciendo: «L a imaginación (como fa-
me, en la moralidad, que se opone a la naturaleza. Ahora 1 | __ltad de conocer productiva) es muy poderosa en la crea-
bien: si volvemos a nuestra idea central, que la conciencia | -i én, por decirlo así, de otra naturaleza sacada de la
I —atería que la verdadera le da. Nos entretenemos con
crea una dirección original a su actividad en el senti- I
I cuando la experiencia se nos hace demasiado banal;
miento y que éste es la resultante de la penetración mutua I
I :ansformamos esta última, cierto que por medio siempre
j T j& M Ín ñ z& a f ¿d ir - i
tinción radical entre lo bello y lo sublime, y tendremos de leyes analógicas, pero también según principios que
que sostener que también hay en lo bello moralidad. están más arriba, en la razón (y que son para nosotros
Pero además, si miramos bien, veremos que hay en tan naturales como aquellos otros según los cuales el en­
Kant mismo indicaciones en ese sentido que son difíciles , tendimiento aprehende la naturaleza empírica) ; aquí sen­
de decir. Una primera indicación general la encontramos timos nuestra libertad frente a la ley de la asociación (que
en la idea de que la finalidad, principio a priori del senti­ va unida al uso empírico de aquella facultad) de tal modo,
miento, establece una relación entre la legislación del en­ I que si bien por ella la naturaleza nos proporciona materia,
tendimiento y la de la razón, entre la naturaleza y la I nosotros la arreglamos para otra cosa, a saber: para algo
I distinto, que supera la naturaleza» (párrafo 49).
libertad (Introducción, I X ). Pero esta relación la vemos ]
aún más fijamente determinada si tratamos de interpretar Éste es quizá el párrafo en que Kant expresa más cla-
I ramente la idea, que es nuestra también, a saber: que la
bien ese libre juego del entendimiento y de la imagina­
I naturaleza entra, con la moralidad, a formar un mundo
ción, que constituye la belleza. Lo importante en él es la
imaginación. Ésta es propiamente la que merece el califi- I
I nuevo, el mundo de lo bello. Aquí la libertad de la ima-
cativo de libre, pues el entendimiento es siempre regu- ]
I ginación es más que la liberación del concepto: es la
: rerta abierta a Ta moralidad y la admisión de lo supra-
lador por los conceptos. Pero esta libertad de la imagi- I I sensible. Si bien se mira, ambas concepciones dé la li-
nación, ¿qué clase de libertad es? ¿De qué está libre la I bertad de la imaginación, se completan y condicionan. La
imaginación? ¿Para qué lo está? f irimera, la psicológica, es la condición negativa, la que
MANUEL NA NT CRÍTICA DEL JUICIO 57

quita a la naturaleza su valor de objeto preciso de la y entonces su frase de que el ideal es la expresión de lo
ciencia; la segunda es la condición positiva, mediante la moral, hubiera adquirido un sentido que le impidiera lle­
cual penetra la corriente de la vida moral en el objeto, y gar a esta conclusión negativa.
lo eleva por encima de lo que es dado sin significación, En el párrafo 59, «D e la belleza como símbolo de la
para hacerlo objeto del puro sentimiento estético. moralidad», explica Kant el término de expresión de lo
L a teoría del ideal de la belleza y de la belleza como moral, por medio del símbolo. Símbolo es una exposición
símbolo de la moralidad, nos ofrecen nuevos ejemplos de de un concepto por medio de intuiciones, cuya regla, para
las dificultades que acarrea para Kant la falta de una po­ reflexionar sobre ellas, es análoga a la regla para reflexio­
sición clara y firme con respecto a la moralidad. Él quiere nar sobre el concepto. Así, por ejemplo, un cuerpo ani­
establecer una relación con la moralidad. Relación de mado puede pasar por símbolo del concepto de un estado
identidad no puede ser, pues ello significaría borrar todo monárquico. Igualmente todo nuestro conocimiento de
lo escrito y suprimir la estética. Así es que su pensamien­ Dios es meramente simbólico. Ahora bien: la belleza es
to fluctúa entre expresiones distintas, que ninguna afirma símbolo de la moralidad. ¿Y Dios? O Dios y la belleza
decididamente un punto de vista determinado. se confunden, o lo bello significa otro símbolo. Kant, ade­
El ideal es «la representación de un ser único como más, debió decir que lo bello es un símbolo, tanto de la
adecuado a una idea». Como no hay regla objetiva para naturaleza como de la moralidad. En efecto: símbolo
el gusto, es necesario admitir un ideal de la belleza como aquí no viene diciendo otra cosa más que lo que hemos
modelo del gusto. Se trata de determinar ese idea (párra­ dicho ya, al afirmar que lo bello es una resultante original
fo 17). Kant determina primero la idea normal estética. de la naturaleza y de la moralidad, consideradas como su
Ésta es un término medio de la figura del objeto, tomado materia. A continuación dice Kant que sólo como símbolo
de la experiencia por comparación. Pero esta idea normal de la moralidad place lo bello. Pero entonces el juicio es­
no constituye nada más que una regla técnica, un canon. tético no es estético, sino moral, y todo está perdido.
Antes de determinar el ideal hace falta distinguir la Kant, sin embargo, añade, al comparar el Juicio con la
belleza libre de la belleza adherente (párrafo 16). Aquélla razón práctica, que aquél se ve referido «a algo en el
no puede ser ideal de belleza, porque la ausencia de fin en sujeto mismo y fuera de él que no es naturaleza ni tam­
el objeto representado (dibujos a la griega, adornos, etc.) poco libertad, pero, sin embargo, que está enlazado con
la incapacitan para fijarse en un ser, que es propiamente el fundamento de esta última, a saber: lo suprasensible,
el ideal. En la belleza adherente tenemos también que re­ en el cual la facultad teórica es traída a unidad con la
chazar aquellos objetos cuyo fin es indeterminado, y en práctica de un modo común y desconocido» (párrafo 59).
donde la belleza es casi tan libre como la anterior. Sólo Aquí vuelve a expresarse con claridad la idea exacta de
el hombre, que tiene en sí mismo el fin de su existencia, la relación recíproca de lo bello con la naturaleza y la
puede ser ideal de belleza. Pero ¿se entiende aquí la figura libertad.
humana como pura forma dibujable? N o : en la figura Mucho menos nos detendremos en la teoría de lo subli­
humana, «el ideal consiste en la expresión de lo moral» me. Aquí ha admitido Kant totalmente la reunión de am­
(párrafo 17). Véase ahora la consecuencia que saca Kant: bos factores de la conciencia: naturaleza y libertad. Por
«que el juicio según una medida semejante no puede eso, porque aquí juegan las dos direcciones fundamentales
nunca ^er puro, ya que el juicio según un ideal semejante de la conciencia, no necesitan los juicios sobre lo sublime
de la belleza no es un mero juicio de gusto». Es decir, que una deducción transcendental (párrafo 30), y en el aná­
ese ideal no es un ideal de la belleza. L a referencia a lo lisis mismo encuentran su justificación en cuanto llegan
moral, realizada como lo hace Kant, después y fuera del a lo suprasensible. En el sublime matemático, la imagina­
contenido mismo del sentimiento estético, suprime del ción se declara incapaz de apreciar la magnitud dada.
todo lo propiamente estético para anegarlo en lo moral. Esto no ocurre en la apreciación matemática pura de las
Hubiera Kant recogido lo moral en lo estético elemental, magnitudes, porque en ésta la imaginación no tiene que
58 MANUEL KANT I Z-1TICA DEL JUICIO 59

representar más que una regla de progresión y subsumir I ^.gunas de ellas realmente finas y penetrantes en el aná-
en ella. En una palabra: en la apreciación matemática se .sis psicológico. Sin embargo, no nos detendremos en ello.
exige sólo aprehensión sucesiva; en la estética, compre­ Para terminar la exposición de la estética kantiana no
hensión de lo dado en la unidad de la intuición. Esta com­ ios falta ya más que decir algo de las Bellas Artes. Séanos

Í
prehensión tiene un límite. Más allá de ese límite no se :~rmitida aquí la brevedad: primero, porque lo esencial
realiza la unidad de la intuición. La imaginación se siente ¿el problema estético está ya tratado; segundo, porque la
limitada y se declara incapaz de seguir adelante. Entonces :eoría de las artes de Kant, que él mismo dio como un
la sustituye la apreciación puramente intelectual, y revela bosquejo provisional, no encierra realmente nada que no
en nosotros algo que supera lo dado, una facultad supra­ esté ya contenido en lo fundamental de los conceptos an­
sensible. Naturaleza e imaginación desaparecen ante la teriores.
idea; la imaginación se muestra inadecuada para exponer
la idea de la razón, y sobreviene entonces el sentimiento I 4.° Las artes.— La definición de un producto de la
del respeto. «E l sentimiento de lo sublime en la naturaleza conciencia, en la filosofía de Kant, se reduce siempre a
es, pues, respeto de nuestra propia determinación, respeto la regla, a la ley de su producción en el sujeto. Así define
que mostramos hacia un objeto de la naturaleza, a con­ Kant las bellas artes como artes del genio. Se trata ahora
secuencia de una cierta subrepción (trueque en respeto ¿e saber lo que es genio.
hacia el objeto de lo que es respeto hacia la idea de la Si volvemos una rápida mirada a las ideas fundamen­
humanidad en nuestro sujeto)» (párrafo 27). Pero respeto tales, nos explicaremos perfectamente la definición del ge-
es un sentimiento que contiene dolor, a consecuencia de I aio. Recuérdese que el juicio del gusto es independiente
la limitación de la facultad sensible, y placer, a consecuen­ ¿e todo concepto; que su principio es una finalidad sin
cia del despertar en nosotros de las ideas suprasensibles. I fin; que la separación de arte y ciencia es completa, ra-
Tal es, en efecto, lo sublime. dical, y se comprenderá perfectamente que no sólo no hay
En el sublime dinámico se da el mismo sentimiento. regla objetiva del gusto, sino tampoco hay regla objetiva
Aquí es la fuerza de la naturaleza la sublime, en cuanto te la producción de lo bello. El genio es, por lo tanto,
la consideramos como una fuerza «que no tiene poder al­ da disposición nativa del espíritu..., mediante la cual la
guno sobre nosotros» (párrafo 28). Esta nueva oposición naturaleza da la regla al arte» (párrafo 46). En efecto:
i todo arte presupone reglas; toda finalidad presupone nor­
de la naturaleza y de la libertad, que está por encima de
ma de producción. Pero el arte expresa una finalidad sin
ella, se expresa en la facultad de resistir que sentimos en
| ñn: no es reductible a conceptos ni a preceptos objetivos;
nosotros. Aquí propiamente se separa el sublime dinámico
.ego la norma y la regla de su producción ha de ser algo
del matemático, que no nos reveló tal facultad activa.
cue escape a la reflexión y a la intención inmediata. Una
Propiamente, pues, lo sublime no es la naturaleza, sino de las determinaciones del genio es que él mismo ignora
el «yo», y el «y o » en cuanto capaz de superar y de resistir cómo ha producido la obra de arte, y no puede ni describir
a la sensibilidad y a la causalidad. Lo sublime es la liber­
ni reducir a una ley científica el mecanismo de su pro­
tad en mí, el homo noumenon frente al homo phcenomenon.
ducción.
Aquí, como se ve, el peso todo cae del lado de lo moral. La definición del genio distingue, pues, la obra de arte
Sin embargo, la naturaleza está enfrente, como aquello del producto de la técnica mecánica, y aun de la mera
que ha de ser superado, y se puede decir que, tanto lo uno técnica artística. Una poesía puede ser correcta y elegante,
como lo otro, es indispensable para que se produzca el una oración ^uede ser profunda y ordenada^ un cuadro
Slfiis» fe \fe\m. puede estar bien dibujado y bien compuesto, una sinfonía,
Las otras formas adoptadas por el sentimiento estético obedecer a todas las reglas de la armonía y de la compo­
están tratadas también por Kant. A lo cómico, a lo chis­ sición. Sin embargo, no son obras de arte si les falta la
toso, a lo humorístico, a lo ingenuo, ha dedicado páginas, chispa del genio, lo indefinible en la creación, lo que ni
6Q MANUEL HA NT CRITICA DEL JUICIO

se puede transmitir, ni imitar, ni enseñar, lo que Kant ideas, contiene, sin embargo, tanta materia para el en­
llama «espíritu». tendimiento, que diríase que había la intención de tratar
Este espíritu, Kant lo llama también el principio que un asunto de éste. Lo característico de la poesía es que
anima, y lo define como la facultad de la exposición de las convierte los conceptos en ideas estéticas, los eleva, les
ideas estéticas. Ya hemos hablado ocasionalmente de estas da vida, introduce en ellos, gracias a la libertad de la ima­
representaciones que provocan mucho pensamiento, que ginación, algo que no es mero conocimiento, y así surge
dan mucho que sentir en la contemplación, sin poder nun­ el sentimiento estético, fijado en imágenes, así surge lo
ca ser agotadas y totalmente expresadas por un concepto. indecible de las ideas, dicho en palabras sutiles. La poesía
En cierto modo, forman, según Kant, pendant con las «fortalece el espíritu, haciéndole sentir su facultad libre,
ideas de la razón, que son conceptos que ninguna intuición espontánea, independiente de la determinación natural, de
puede expresar completamente. Producir tales ideas es­ considerar la naturaleza y juzgarla como fenómeno, según
téticas, darles una expresión adecuada de tal modo que aspectos que ella no ofrece por sí misma, ni para el sen­
no se limite nunca su inagotable fecundidad, encontrar tido ni para el entendimiento, y de usarla de ese modo
\as las formas, los sonidos que provoquen su para el fin, y por decirlo así, como esquema de lo supra­
expansión en infinitas ondulaciones, tal es la tarea del ge­ sensible» (párrafo 53).
nio, tal es la obra de arte. Las artes de la forma son las que expresan las ideas
Concebido el arte como el producto de esa facultad ine­ en la intuición sensible. La plástica (escultura y arquitec­
fable que se llama genio, en la misma definición de éste tura) tiende a la verdad- sensible. La escultura expone las
se encuentra el fundamento de la división de las artes. cosas como podrían existir en la naturaleza. Su principal
Kant ha realizado esta división, como él dice, a modo de intención es «la mera expresión de ideas estéticas». Estas
ensayo, y previene al lector que no lo considere como una ideas estéticas se expresan en la forma intuible, así como
teoría p erfecta m en te preparada. Sin embargo, ¿qué otro el espíritu se expresa intuiblemente por sus gestos. «L a
c rite rio m e jo r q u e el de la e x p re s ió n de las id ea s estéticas expresión de las artes de la forma es, pues, principal­
podía usar? Hay que tomar el término de expresión en mente la gesticulación del espíritu» (1 ). La pintura es
un sentido productivo y creador, en un sentido que lo también una expresión intuible de las ideas estéticas;
haga principio mismo de las artes, y ese sentido es el pero no en la verdad sensible, sino en la apariencia sen­
dado en la definición del genio como facultad de la expo­ sible, en la apariencia de la extensión corporal, en el di­
sición de las ideas estéticas. bujo. Entre las artes de la forma, y al lado de la pintura
Según los medios de expresión, divídense las artes en coloca Kant la jardinería, porque usa los árboles y las
artes de la palabra, artes de la forma y artes del juego flores como materia para el «juego de la imagen en la
de sensaciones. Los primeros son la oratoria y la poesía; contemplación de sus formas».
los segundos son la plástica (escultura y arquitectura) y El bello juego de las sensaciones encierra dos partes,
la pintura (con la jardinería) ; los terceros, la música y el la música y el colorido. En lo que toca a la música, todo
colorido (párrafo 51). depende del modo de considerar el sonido. Si se le consi­
La oratoria es tratada por Kant del modo más cruel dera como un encanto, como una sensación agradable, es
que se puede imaginar. Su valor moral es puesto en duda, decir, si no se le concede pureza, forma, entonces se con­
porque para convencer a los hombres basta la verdad siderará la música como un arte del agrado, es decir, no
desnuda, y todo afeite en la palabra lo declara Kant di­ se la considerará como un arte. Pero, en cambio, si se
rectamente inmoral. El orador promete además algo que admite que en el sonido mismo hay ya la percepción de
no cumple, porque trata un asunto del entendimiento como una forma, que los sonidos son formas puras (y Kant lo
un juego de la imaginación. admite), entonces se considerará la música como un arte
La poesía, en cambio, cumple mucho más de lo que pro­
mete, pues lo que ha de ser sólo un juego entretenido con (1) H. Cohén, op. cit.. pág. 330.
62 MANUEL KANT CRtTlCA DEL JUICIO ¿3

bello. La música se salva por esa consideración del soni­ sibilidad de la experiencia? O, bien: ¿hay un principio
do, como pura forma, y esa consideración se hace, desde de la razón más alto, que impone, solamente como prin­
luego, si se piensa, con Kant, en las personas que, «con cipio regulativo en nosotros, la necesidad de producir,
la mejor vista del mundo, no han podido distinguir co­ ante todo, en nosotros un sentido común para más altos
lores, y con el mejor oído del mundo, no han podido dis­ fines? ¿Es el gusto, por tanto, una facultad primitiva y
tinguir sonidos». Este simple hecho muestra que el sonido natural, o tan sólo la idea de una facultad que hay que
y el color son ya complejos que hay que percibir y juzgar, .idquirir aún, artificial, de tal modo que un juicio de gusto
son formas puras. :io sería, en realidad, con su pretensión a una aprobación
También la música puede considerarse como la expre­ miversal, más que una exigencia de la razón, la de pro-
sión de ideas estéticas. Es la «lengua de las emociones». lucir una unanimidad semejante en la manera de sentir,
La materia de la música, pues, alcanza en su contenido y que el deber (das Sollenj, es decir, la necesidad objetiva
pensamientos en conformidad con un tema que los ex­ de que el sentimiento de todos corra juntamente con el
presa. Pero esos pensamientos no son conceptos determi­ de cada uno, no significaría otra cosa más que la posibili­
nados, sino que tienen esencialmente los caracteres de las tad de llegar aquí a ese acuerdo, y el juicio de gusto no
ideas estéticas. La armonía y la melodía, que constituyen sería más que uní ejemplo de la aplicación de ese principio?
la forma del lenguaje musical, «pueden expresar la idea Eso, ni queremos ni podemos investigarlo ahora aquí; sólo
estética del todo conexo de una indecible abundancia de cenemos, por ahora, que analizar el juicio de gusto en sus
pensamientos, en conformidad con un cierto tema que elementos, para unir esto después en la idea de un sentido
constituye la emoción dominante en el trozo» (párrafo 53). común» (párrafo 22). Toda la Crítica del. juicio es la
ontestación a ese problema, y el problema era necesario,
* lesde el momento en que se reconocía a la belleza una
esfera propia y se le daba por principio la idea de la fina-
Hemos llegado al límite de la exposición propiamente .idad, es decir, un a priori ideal, un a priori de los que
dicha de la estética de Kant. Por ella hemos visto que el encierran la idea de una tarea.
problema ha consistido para él en buscar el fundamento Según el párrafo citado, podemos señalar la tarea eter­
a priori de una dirección de la conciencia, que no es con­ na de la estética, o mejor dicho, de la vida estética de los
fundible ni con la moral ni con la ciencia. El mundo de hombres, con aquellas palabras: «el deber, es decir, la
la belleza tiene su contenido, el sentimiento, y en éste es necesidad objetiva de que el sentimiento de todos corra
legislador el Juicio. Cierto que el sentimiento no encierra conjuntamente con el de cada uno». La comunidad en el
más materiales que los que proporcionan naturaleza y sentimiento, después de la comunidad en el deber y de
libertad; pero de esos materiales surge un producto dis­ ia comunidad en el conocer. Si alguna vez ha habido en
tinto de ellos, y que tiene en sí su propio valor, es decir, el mundo una filosofía verdaderamente humana, es, de
que en esta nueva y original esfera de la cultura hay, seguro, esta de Kant. No contento con poner el hombre
como en las otras, una cosa en sí, un substrato inteligible, en el centro mismo de su sistema y reducir los problemas
una eterna tarea. Réstanos determinar este sentido ideal tradicionales de la ciencia y de la metafísica a las esferas
de la finalidad sin fin. adonde alcanza su vista, también hace de los ideales de
El problema de la cosa en sí, o, mejor dicho, de la tarea la cultura ideales humanos que se realizan en la comuni­
ideal, lo pone Kant y lo resuelve en términos bastante dad humana. Si queremos determinar más precisamente
precisos. Al hablar del sentido común, dice: «E sa norma aún esa cosa en sí, esa tarea de lo estético, nos veremos
indeterminada de un sentido común es presupuesta por obligados a volver al concepto del hombre. Ese correr
nosotros realmente; lo demuestra nuestra pretensión a común del sentimiento de cada uno con el sentimiento de
enunciar juicios de gusto. ¿Hay, en realidad, un senti­ todos, significa la propia conciencia universal del senti­
miento semejante, como principio constitutivo de la po­ miento. El sentido común, o, mejor dicho, el sentir común,
ó4 MANUEL KANT

es el sentir como hombre, el sentir humano. No sólo en


el conocer común han de unirse los hombres y sentirse
todos sujetos; no sólo en el reino ideal del deber han de
unirse los hombres y sentirse todos fines; en el senti­
miento universal es donde encuentra la humanidad una
expresión totalmente humana.
Esa expresión la proporciona el arte, el producto del
genio. El hombre del arte es el noúmeno de la estética. El
substrato suprasensible estético es la humanidad del arte,
la humanidad del humanismo. « L a propedéutica para todo PRÓLOGO (1)
arte bello, en cuanto se trata del más alto grado de su
perfección, no parece estar en preceptos, sino en la cultura Puede darse el nombre de razón pura a la facultad -del
de las facultades del espíritu, por medio de aquellos co­ conocimiento por principios a prior i, y el de la Crítica (te­
nocimientos previos que se llaman humaniora, probable­ ta razón pura a la investigación de la posibilidad y límites
mente porque humanidad significa, por una parte, el sen- de la misma en general, aunque por esa facultad se en-
<l<l v.i.'vasQci.tíxiT^or otra parte, la facultad
de poderse comunicar universal e interiormente» (pá­ ttáñSá. sólo la razón en su uso teórico, como, bajo aquella
rrafo 60). denominación, ha ocurrido as'i 'gil Yá Qfera, no
En ese sentido, es una obra de arte grande y humana queriendo someter también a investigación su facultad
cuando es patrimonio de la humanidad estética. Sólo en­ como razón práctica, según sus principios peculiares.
tonces, sólo cuando un artista ha creado algo que puede Aquélla se aplica, pues, a nuestra facultad de conocer
ser gozado y amado universalmente por los hombres, sólo cosas a priori, y asi.se ocupa tan sólo de la facultad de
cuando una obra, penetrando profundamente en lo par­ conocer, excluyendo el sentimiento de placer y dolor y la
ticular, expresa lo profundamente humano, sólo entonces facültad de desear, y, entre las facultades de conocer,
puede decirse que el tesoro de belleza de la humanidad se ocúpase del entendimiento según sus principios a priori,
ha aumentado con otra forma inmortal. Y esas formas excluyendo el Juicio (2) y la razón ("como facultad que
inmortales liámanse clásicas. pertenece igualmente al conocimiento teórico), porque pos­
teriormente se averiguó que ninguna otra facultad más
que el entendimiento puede proporcionar 'principios "del
conocimiento constitutivos a priori. La crítica, pues, que
los distingue todos según la participación que cada uno
de ellos pretende tener en la simple posesión del conoci­
miento por raíces propias, no deja resto alguno, más que
aquello que el entendimiento prescribe a priori como ley
para la naturaleza, considerada como el conjunto de los
fenómenos (cuya forma es igualmente dada a priori) ; la
crítica coloca todos los demás conceptos puros entre las
ideas, las cuales son transcendentes para nuestra facultad

(1) En la segunda y tercera edición dice: «Prólogo a la primera


edición.» (N . del T .)
(2) Entiéndase, en lo sucesivo, Juicio como la facultad de juzgar
y juicio como una operación particular de esa facultad. Sobre esto
véase la página 34, nota del prólogo del traductor. (N . del T .)
6Ó MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 67

de conocimiento teórico, aunque no por eso son inútiles todo sentido para el uso de la razón), debe la crítica haber
o su per fluas, sino que sirven de principios regulativos, ya antes explorado el suelo para ese edificio hasta la pro­
sea para Ve.% inquietantes pretensiones del enten­ fundidad en donde están los primeros fundamentos de la
dimiento, que (porque tiene la facultad de estáVieceT a facultad de principios independientes de la experiencia,
priori las condiciones de la posibilidad de todas las cosas para que no venga a hundirse por alguna parte, arras-
que él puede conocer) cree por eso haber encerrado en :rando tras sí, inevitablemente, la caída del todo.
esos límites también la posibilidad de todas las cosas en Pero de la naturaleza del Juicio (cuyo uso correcto es
general, ya sea también para conducirlo él mismo en la tan necesario y tan generalmente exigido, que por eso,
contemplación de la naturaleza, según un principio de in­ bajo el nombre de entendimiento sano, no se piensa nin­
tegridad, aunque nunca lo pueda conseguir, y fomentar guna otra cosa sino justamente esa facultad.) puede in­
de ese modo el fin último de todo conocimiento. ferirse fácilmente que han de acompañar grandes di­
Era, pues, propiamente el entendimiento, el cual tiene ficultades a la empresa de encontrarle un principio carac­
su propia esfera, y la tiene en la facultad de conocer, terístico (pues el Juicio tiene que encerrarse en sí algo
quien debía, en cuanto encierra principios de conocimien­ a priori, porque de otro modo, aun para la crítica más
tos constitutivos a priori, ser, por medio de la llamada, vulgar, no sería puesto como facultad particular de co­
en general, Crítica de la razón pura, puesto en segura, nocimiento) : este principio característico no debe ser,
pero única, posesión contra todos los demás competidores. sin embargo, derivado de conceptos a priori, pues los
Del mismo modo, la razón, que no encierra principios cons­ conceptos pertenecen al entendimiento y el Juicio se ocupa
titutivos a priori más que en relación con la facultad de tan sólo de su aplicación. Él mismo debe dar un concepto
deseórTT^ encontrado su esfera propia en la Crítica de por medio del cual propiamente ninguna cosa sea cono­
la"Tázoñ práctica. cida, pero que le sirva a él mismo de regla, aunque no
' El Juicio, que, en el orden de nuestras facultades de de regla objetiva a la que pudiera conformar su juicio,
conocimiento., forma un término' medio entre el entendi­ porque entonces otro Juicio sería necesario para poder
miento y la razón,_ ¿tiene también por sT principios, a 'prio­ decidir si el caso de la regla es dado o no.
ri ? ¿Son éstos constitutivos, o meramente regulativos E sa perplejidad por un principio (sea éste subjetivo u
(que no determinan esfera propia alguna)? ¿Da el Juicio obj^TvóJ'“éhcúéñtrase, sobre todo, en aquellos juicios lla­
la " regla a priori al sentimiento de placer y dolor, que'es mados estéticos, que se refieren a lo bello y lo sublime
el enlace entre la facultad de conocer y la facultad de de la naturaleza o del arte. Y, sin embargo, la investiga­
desear~(del mismo modo que el entendimiento prescribe ción crítica de un principio del Juicio en ellos es el trozo
leyes a priori a la primera y la razón a la segunda) ? Con más importante de una crítica de esa facultad. Pues aun­
estas cuestiones se ocupa la presente C r í t i c a d e l j u i c i o . que por sí solos no contribuyan en nada al conocimiento
Una crítica de la razón pura,~es~d"etrir, de nuestra fa ­ de las cosas, pertenecen, sin embargo, solamente a la fa­
cultad de establecer juicios según principios a priori, sería cultad de conocer y muestran una relación inmediata de
incompleta si el Juicio, que también reclama para sí, como esta facultad con el sentimiento de placer o dolor, según
facultad de conocimiento, ese derecho, no fuera tratado algún principio a priori, sin confundir este último con lo
como una parte especial de la misma; por más que sus que pueda ser el motivo determinante de la facultad de
principios no pueden, en un sistema de la filosofía pura, desear, pues ésta tiene sus principios a priori en concep­
constituir una parte especial entre los teóricos y los prác­ tos de la razón. En lo que toca al juicio lógico de la natu­
ticos, sino que, en caso de necesidad, pueden ser ocasio­ raleza, allí donde la experiencia establece una conformidad
nalmente referidos a uno de esos dos. Pues si un sistema a leyes, en cosas que el concepto general de lo sensible
semejante ha de llegar alguna vez a constituirse bajo el en el entendimiento no alcanza ya a entender o a explicar,
nombre general de metafísica (y es posible realizarlo en allí donde el Juicio puede sacar de sí mismo un principio
su completa integridad, y ello es altamente importante en en relación de la cosa natural con lo suprasensible incog­
68 MANUEL KÀ.N

noscible, aunque sólo debe emplearlo con respecto a


mismo para el conocimiento de la naturaleza, allí puede
y debe ser aplicado, desde luego, algún principio a priori.
y serlo para el conocimiento de los seres del mundo,
abriendo al mismo tiempo para la razón práctica venta­
josas perspectivas; pero no tiene relación alguna inme­
diata con el sentimiento del placer y dolor, que es justa­
mente lo enigmático en el principio del Juicio, lo cual
hace necesaria una parte especial en la crítica para esa IN T R O D U C C IÓ N
facultad, puesto que el juicio lógico por conceptos (del
cual no puede sacarse nunca una conclusión inmediata
sobre el sentimiento del placer y dolor) hubiera podido,
en todo caso, añadirse a la parte teórica de la filosofía,
comprendiendo en ella también una limitación crítica de DE LA DIVISIÓN DE LA FILOSOFÍA
la misma.
La investigación de la facultad del gusto como Juicio Cuando la filosofía, en cuanto encierra principios del
estético’ se expone aquí, no para la formación y el cultivo cocimiento racional de las. cosas._ por medio de concep-
ctel gusto (pues éste seguirá adelante su camino como sTy no solamente, como la lógica, principios de la forma
hasta~ahora sin necesidad de ninguna de estas investi­ fT pensar en general, sin distinción de los objetos), &&.
gaciones posteriores), sino con una intención transcen­ vi de como se hace habitualmente, %n~.teárica y. práctica,
d en tal me complazco en pensará por lo tanto, que en lo iroceclese con razón. Pero entonces deben también los con-
qué toca a la imperfección de aquel primer asunto, será eptos que asignan sus objetos a los principios de ese co-
juzgada con indulgencia; pero en lo que toca al segundo, .ocimiento racional ser específicamente diferentes, por-
debe estar prevenida para eí examen más severo. Mas .;e, de otro modo, no autorizarían a ninguna división, la
en esto también la gran dificultad de resolver un proble­ ;al supone siempre una oposición de los principios del
ma que \a aatvvca\e.xa Vva tanto, puede excusar, onocimiento racional perteneciente a las diferentes par­
yo lo espero, una oscuridad imposible de evitar del todo
si, suponiendo que esté el principio puesto correctamen­ res de una ciencia.
Pero no hay jmás que dos clases de concept©¡vJos cua­
te y presentado con bastante claridad, la manera de deri­ les, a su vez, contienen muchos principios diferentes de
var de él el fenómeno del Juicio no tiene, sin embargo, ..-.“posibilidad de sus objetos; son, a saber: los conceptos
toda la claridad que puede exigirse con razón en otras oca­ ::e la naturaleza y el concepto de la libertad. Ahora bien,
siones, por ejemplo, en un conocimiento por concepts, cla­ ios primeros hacen posible un conocimiento teórico,según
ridad que creo también haber conseguido en la segunda rmcipios a priori; pero el. segundo, en relación a aquéllos
parte de esta obra. .. - lleva en sí, en su concepto, más que un principio nega-
Aquí termino, pues, toda mi ocupación crítica. Voy en tfyo'Tde mera oposición), instaurando, en cambio, para la
seguida a pasar a la doctrinal, para arrebatar en lo posi­ determinación de la voluntad, principios extensivos, que
ble a mi vejez creciente el tiempo en algún modo favo­ por eso se llaman prácticos.' En consecuencia, divídese con
rable. Se comprende por sí mismo que en ésta no tiene razón la filosofía en dos partes, completamente distintas,
el Juicio una parte especial, pues aquí la crítica sirve según los principios: la teórica, como filosofía de la na­
de teoría. Después de la división de la filosofía en teórica turaleza, y la práctica, como filosofía moral (pues tal
y práctica y de la filosofía pura en iguales partes, la me­ nombre recibe"fa legislación práctica de la razón, según
tafísica de la naturaleza y la de las costumbres consti­ el concepto de libertad ). Pero hasta ahora ha dominado
tuirán aquella ocupación.
ZRÍTICA DEL JUICIO 71
7Q MANUEL KANT
facultad de la naturaleza), en cuanto puede ser determi­
un empleo erróneo de esas locuciones en la división de nada, según aquellas reglas, por medio de motores natu­
los diferentes principios, y, con ello, también de la filo­ rales. Sin embargo, semejantes reglas prácticas no se
sofía, pues tomando por una misma cosa lo práctico según ..aman leyes (algo así como físicas), sino solamente pre­
conceptos de la naturaleza y lo práctico según el concepto sepios; la razón de esto es que la voluntad no entra sola­
de libertad, se ha hecho así, bajo las mismas denomina­ mente bajo el concepto de naturaleza, sino también bajo
ciones de filosofía teórica y práctica, una división por =1 concepto de libertad, con relación al cual los principios
medio de la cual, en realidad, nada estaba dividido (pues­ iel mismo llámanse leyes, y forman solos, con sus conse-
to que ambas partes podían contener principios de la :u encías, la segunda parte de la filosofía, a saber: la
misma clase).
práctica.
La voluntad, como facultad de desear, es una de las Así como la solución de los problemas de la geometría
diversas causas naturales en el mundo; es, a saber: la :ura no constituye una parte especial de la misma, ni
que obra según conceptos, y todo lo qüe es representado tampoco la agrimensura merece el nombre de geometría
como posible (o necesario) por medio de una voluntad, rráctica, a diferencia de la pura, como una segunda parte
llám ase práctico-posible (o práctico-necesario), a diferen- fe la geometría en general, del mismo modo, y con mayor
eia de la posibilidad o necesidad físicas de un efecto, en r.ytivo aún, no puede el arte mecánico o químico de los
el cual la causa no es determinada a su causalidad por experimentos o de las observaciones valer por una parte
medio de conceptos, sino, como en la materia sin vida, sráctica de la teoría de la naturaleza. Finalmente, tam-
por mecanismo, y en los animales, por instinto. Ahora : ;eo la economía doméstica, agrícola, del Estado, ni el
bien: aquí, en relación a lo práctico, queda indetermi­ —te de las relaciones sociales, los preceptos de la die­
nado si el concepto que da la regla a la causalidad de la tética, ni la teoría misma de la felicidad, ni siquiera la
voluntad es un concepto de la naturaleza o un concepto ::minación de las inclinaciones y la victoria sobre las
de la libertad.
rasiones, pueden contarse entre la filosofía práctica o
La últim a distinción, em pero, es esencial, pues si el__
::rm ar totalmente la segunda parte de la filosofía en
concepto que. determina la causalidad .es un concepto de ' r eneral, porque todas ellas encierran solamente reglas
la naturaleza, entonces los principios son iéorico-prácticos. te habilidad y, por consiguiente, exclusivamente técnico-
pero si es un concepto de la libertad, son éstos entonces : rácticas, encaminadas a producir un efecto que es posible
m.nrn.lp.s-prácticoq: y como la división de una ciencia ra­ según conceptos de naturaleza de las causas y de los
cional descansa enteramente sobre la diferencia de los efectos, los cuales, por pertenecer a la filosofía teórica,
objetos, cuyo conocimiento necesita diferentes principios, están sometidos a esos preceptos como meros corolarios
resulta que losj^timeros pertenecerán a la filosofía teórica te la ciencia de la naturaleza, sin poder, por lo tanto,
(como teoría de la naturaleza), pero los otros constituirán tedir un puesto en una filosofía especial llamada práctica.
solos la segunda parte, es decir, la filosofía práctica (como ~n cambio, los preceptos morales-prácticos, que se fundan
teoría He las costumbres).
: mpletamente en el concepto de libertad, con absoluta
Todas las reglas técnico-prácticas (es decir, las del exclusión de los fundamentos de determinación de la vo-
arte y de la habilidad en general; o también de la pru­ -ntad nacidos de la naturaleza, constituyen una manera
dencia, como la habilidad de tener influencia sobre los especialísima de preceptos, que también, como las reglas
hombres y sus voluntades), en cuanto sus principios des­ las cuales la naturaleza obedece, se llaman sencillamente
cansan sobre conceptos, deben contarse sólo como coro­ eyes; j)ero en vez de descansar, como aquéllos, sobre con­
larios de la filosofía teórica, pues ellas conciernen tan liciones sensibles, descansarán sobre un principio supra­
solo la posibilidad de las cosas según conceptos de la sensible, y, junto a la parte teórica de la filosofía, exi­
naturaleza, a la cual pertenecen no sólo los medios que gen para sí 'solos otra parte, con el nombre de filosofía
en la naturaleza pueden encontrarse para ello, sino la : ráctica.
misma voluntad (como facultad de desear, y por tanto,
72
MANUEL KANT : : c a DEL JUICIO 73
Se colige de todo esto que un conj unto de preceptos e las regías fundadas sobre eJJos son empíricas, y, por
■prácticos que da la filosofía, a.o constituye una parte es­
tinto, contingentes.
pecial de'la misma, colocada 'a i lado de la parte teórica, .'•'uestra facultad completa de conocer tiene dos esfe-
pflrqué ~"ggañ prácticos, pues podrían serlo, aunque sus s : la de los conceptos de la naturaleza y la del concepto
principios fueran sacados totalmente del conocimiento la libertad, pues en ambas es legisladora a priori. La
teórico de la naturaleza (como reglas técnico-prácticas), - sófía,' pues, sST divide, según eso, en teórica y práctica.
Sino porque su principio no se deriva del concepto, .de la 7 ero el territorio sobre el cual está su esfera y se ejerce
raleza, siempre sensiblemente condicionado, y desean- | legislación continúa siendo sólo el conjunto de los
sa, por el contrario, sobre lo suprasensible, que sólo el retos de toda experiencia posible, en cuanto no son
c-.-r.cepto de libertad da a conocer por medio de leyes .siderados más que como meros fenómenos, pues sin
formales, siendo así morales-prácticas, p¡s decir, no. meros . una legislación del entendimiento con relación a los
preceptos y reglas con tal o cual propósito, sino leyes sin mismos no podría ser pensada.
referencia anterior a fines e intenciones. La legislación por medio de conceptos de la naturaleza
. realiza el entendimiento, y es teórica; la legislación
r medio del concepto de libertal la realiza la razón,
II es sólo práctica. iá'oT^menté en lo práctico puede lá razón
r legisladora; en lo que toca al conocimiento teórico
DE LA ESFERA DE LA FILOSOFÍA EN GENERAL la naturaleza), puede tan sólo (como conocedora de la
ey, por medio del entendimiento) sacar de leyes dadas,
Tan lejos como se extienda la aplicación de conceptos mediante consecuencias, conclusiones qué, no obstante,
a pi'iori se extiende el uso de nuestra facultad de conocer siguen estando en la naturaleza. Pero, en cambio, donde
según principios, y con él la filosofía. .ay reglas prácticas, no por eso es la razón en seguida
El conjunto de todos los objetos, empero, con los cuales jíslodora, pues aquéllas pueden también ser tecnico-
esos conceptos son relacionados, para realizar en lo posi­ : ‘rácticas.
ble un conocimiento de ellos, puede dividirse según la Entendimiento y razón tienen, pues, dos diferentes le­
diferente suficiencia o insuficiencia de nuestras facul­ gislaciones sobre uno y el mismo territorio de la expe­
tades para ese fin. riencia, sin que les sea permitido hacerse perjuicio uno
Los conceptos, en cuanto se relacionan con objetos, y a otro. Pues así c o m o el concepto de la naturaleza no
sin considerar si un conocimiento de los mismos es o no viene ningún influjo en la legislación por medio del con­
cepto de libertad, de igual modo, éste no influye nada en
posible, tienen su campo, que se determina solamente
la legislación de la naturaleza. L a posibilidad de pensar,
según la relación que su objeto guarda con nuestra facul­
af menos sin contradicción, en el mismo sujeto, la coexis­
tad de conocer en general. La parte de ese campo en la tencia de ambas legislaciones y de las facultades que a
cual un conocimiento es posible para nosotros es un te­
ellas pertenecen, demostróla la Crítica de la razón pura,
rritorio ( territorium) para esos conceptos y la facultad reduciendo a la nada las objeciones contra ella al poner
de conocer requerida para ellos. La parte del territorio
en claro la ilusión dialéctica en esas objeciones.
donde ellos son legisladores es la esfera ( ditio) de esos Pero que esas dos esferas diferentes, que continuamen­
conceptos y de las facultades de conocer que les perte­
te, si bien no en su legislación, al menos en el mundo
necen. Los conceptos de experiencia tienen, pues, cierta­ sensible, se limitan, no constituyan una, sola, proviene de
mente su territorio en la naturaleza como conjunto de que el concepto de la naturaleza, al representar sus obje­
tottós los objetos.del sentido, pero no tienen"'ninguna es­ tos en la intuición, los representa, no como cosas en sí
fera (sino solamente domicilio, domicilimn), porque si mismas, sino como meros fenómenos, y, en cambio, el
bien son producidos según ley, no son legisladores, sino concepto de la libertad representa en sus objetos una cosa
Núm. 1620.-4
CRITICA DEL JUICIO 75
74 MANUEL KANT

en sí misma, pero no lo hace en la intuición, y, por lo


III
tanto, ninguno de los dos puede producir un conocimiento
teórico de su objeto como cosa en sí (ni aun dé) sujeto
DE LA CRÍTICA DEL JUICIO COMO UN MEDIO DE ENLACE
que piensa), que sería lo suprasensible, bajo lo cual hay
DE LAS DOS PARTES DE LA FILOSOFÍA EN UN TODO
que poner, sin duda, la idea de la posibilidad de todos
esos objetos de la experiencia, siendo, sin embargo, impo­
La crítica de las facultades del conocimiento, en consi­
sible elevarla y extenderla hasta un conocimiento.
deración de lo que pueden éstas realizar a priori, no tiene
Hay, pues, un campo ilimitado, pero también inaccesi­
propiamente esfera alguna en lo que toca a los objetos,
ble,'^p'ara nuestra tdtSt facnttíRrde conocer; es, a 's a b e r :
porque ella no es una doctrina, sino que se propone in­
elr cámpó~de~]ü" suprasensible, en el cual no encontramos
vestigar tan sólo, según el estado de nuestras facultades,
territorio álg'uffo para nosotros, y sobre el cual no pode­
íi una doctrina es posible por medio de ellas y cómo lo
mos tener una esfera de conocimiento teórico, ni para los
sea. Su campo se extiende sobre todas las pretensiones
conceptos del entendimiento ni para los de la razón; un
de las mismas para mantenerlas en los límites de su legi­
campo que, tanto para el uso teórico como para el uso
práctico de la razón, tenemos que llenar con ideas, a las timidad. Pero fio que no puede venir en la división de la
cuales, con relación a las leyes sacadas del concepto de filosofía, puede, sin embargo, venir como una parte prin­
libertad, no podemos dar más que una realidad práctica, cipal en la crítica de la pura facultad del conocimiento
y con ello, por lo tanto, nuestro conocimiento teórico no en general, si encierra principios que no le son útiles para
se encuentra extendido en lo más mínimo a lo suprasen­ un uso teórico ni para un uso práctico.
sible. Los conceptos de la naturaleza, que contienen la base
de todo conocimiento teórico a priori, descansaron sobre
Pero si bien se ha abierto un abismo infranqueable
entre la esfera del concepto de la naturaleza como lo sen­ la legislación del entendimiento. El concepto de la liber­
sible y la esfera del concepto de libertad como lo supra­ tad, que contiene la base de todos los preceptos prácticos
sensible, de tal modo que del primero al segundo (por sensibles-incondicionados, descansó sobre la legislación de
medio del uso teórico de la razón) 'ri'ittgúii Irán si teres po­ la razón. Ambas facultades, pues, además de poder, según
sible, exactamente como si fueran otros tantos mundos la forma lógica, aplicarse a principios, cualquiera que' sea
diferentes, sin poder el primero tener influjo alguno so­ su origen, tienen cada una, según el contenido, su propia
bre el segundo, sin embargo, debe éste tener un influjo legislación, por encima de ía cual no hay ninguna otra
sobre aquél, a saber: el concepto dé libertad debe realizar (a priori), y que justifica, por lo tanto, la división de la
eq el' mundo' sensible el fin propuesto por sus leyes, y la filosofía en teórica y práctica.
naturaleza, por tanto, debe poder pensarse de tal modo Pero en la familia de las facultades de conocer supe-
que al menos la conformidad a leyes que posee forma, riorég~hay, ~sfñ embargo, un. término medio entre el enten-
concuerde con la posibilidad de los fines, según leyes de cnfníeñSny_la razón. Éste es el Juicio, del cual hay motivo
libertad, que se han de realizar en ella. Tiene, pues, que para suponer,...por analogía, qué encierra~én sí igualmen­
haber un fundamento para la unidad de lo suprasensible, te, lu no una legislación propia, al menos su propio prin­
que yace a la base de la naturaleza, ^on lo que el concepto cipio,'""uñó’ subjetivo, a priori, desde luego, para buscar
dé libertad encierra de práctico; el concepto de ese fun- leyes,'el cual, aunque no posea campo alguno de los obje­
¿Támento, aunque no pueda conseguir - de é f un" conoci­ tos como esfera suya, puede, sin embargo, tener algún
miento ñi teórico ni práctico, y por tanto~ no tenga esfera territorio y una cierta propiedad del mismo, para lo cual,
característica alguna, sin embargo, hace posible el tránsito justamente, sólo el tal principio sería valedero.
del modo de pensar según los principios de uno al modo Pero aquí viene (a juzgar por la analogía) una nueva
dé' pensar según los principios del otro. base para establecer, entre el Juicio y otro orden de nues­
tras facultades de representación, un enlace que parece
76 MANUEL KANT ZRITICA DEL JUICIO 77

ser de mayor importancia aunque el del parentesco con nocer, solamente el entendimiento es legislador cuando
la familia de las facultades de conocimiento, pues todas aquélla (y esto debe ocurrir cuando se la considera en sí,
las facultades del alma o capacidades pueden reducirse sin mezclar la facultad de desear), como facultad de u n _
a tres, que no se dejan deducir ya de una base común, y •onocimiento teórico, es referida a la naturaleza; sólo e í l \
son: la facultad de conocer, el sentimiento de placer y relación a la naturaleza (como fenómeno) nos es posible \ i
dolor y la facultad de desear (1). Para la facultad de co­ establecer leyes por medio de conceptos de la naturaleza '
i priori, los cuales propiamente son conceptos puros del
entendimiento. Para la facultad de desear, como facultad
cí) Cuando hay motivo para suponer que conceptos usados como superior, según el concepto de la libertad, sólo la razón
principios empíricos están en relación de parentesco con la pura
facultad de conocer a priori, es útil, a causa de esta relación, tratar éTíla cual solamente este concepto reside) es legisladora
de dar de ellos una definición transcendental, por medio de catego­ : pi'iori. Ahora bien : entre la facultad de conocer y la
rías puras, en cuanto éstas, por sí solas, presentan ya suficiente­ ie desear festá-e-b sentimiento del placer, así como, entre
mente la diferencia del concepto en cuestión con los otros. En esto
se sigue el ejemplo del matemático que deja indeterminados los el entendimiento y la razón está el Juicio. Es. pues, de
datos empíricos de su problema y trae sólo sus relaciones a la sín­ -unoner. al menos provísionalmente,_ciue el ^!hrit?ioencie-
tesis pura, bajo los conceptos de la aritmética pura, generalizando rra igualmente p a ra^ T liirp rijicip io a priortfjy qüe, ya
de ese modo la solución de los mismos. Con motivo de un procedi­
miento semejante ( C rítica de la razón práctica, Prólogo) ( * ) se me .pje necesuTtáJfreñfe^Jacer-^^Holor varninido-ecn la facul­
ha dirigido una crítica, y se ha censurado la definición de la facul­ tad de desear (sea que este placer, como en la inferior,
tad de desear como facultad de ser, por medio de sus representacio­ preceda al principio de la misma, o sea que, como en la
nes, causa de la realidad de los objetos de esas representaciones, pues
entonces los meros anhelos serían también deseos, constándole, sin superior, surja de la determinación de la misma, por me­
embargo, a cada cual que, por medio de aquellos solos, no puede dio de la ley moral), realiza también un tránsito de la
realizar su objeto. Pero esto no demuestra nada más sino que hay facultad pura del conocer, o sea de la esfera de los con­
también deseos en el hombre por los cuales éste se pone en contra­ ceptos de la naturaleza a la esfera del concepto de la liber­
dicción consigo mismo, en tanto que trata de conseguir la realización
del objeto por medio de su representación sola, sin poder, empero, tad, del mismo modo que en el uso lógico hace posible el
esperar de ella éxito alguno, pues tiene la consciencia de que sus tránsito del entendimiento a la razón.
fuerzas mecánicas (si debo llamar así las no psicológicas), que deben Así, pues, aunque la filosofía puede sólo dividirse en
ser determinadas por aquella representación para realizar el objeto
(mediatamente, por tanto), no son suficientes para ello, o tropiezan dos partes principales^Ja teórica y la práctica, aunque
con algún imposible, como, verbigracia, hacer que lo ya ocurrido no todo lo que podamos tener que decir ,sofrre el principio
haya ocurrido (O mihi prceteritos..., etc.), o como también, en el propio del Juicio deba contarse en su parte teórica, es
caso de la impaciente espera, poder aniquilar el espacio de tiempo
hasta el momento deseado. Si bien en semejantes fantásticos deseos decir, en el conocimiento racional según conceptos de la
somos conscientes de la insuficiencia de nuestras representaciones naturaleza, sin embargo, la crítica de la razón pura, que
(o de su total incapacidad) para ser causa de sus objetos, sin em­ debe antes de emprender el sistema, y, con relación a su
bargo, la relación de las mismas como causa, y, por tanto, la re­
presentación de su causalidad, es contenida en cada anhelo, y visible posibilidad, establecer todo aquello, consta de tres partes:
particularmente cuando éste es una pasión, un deseo ardiente. Pues la crítica del entendimiento puro, la del Juicio puro y la
éstos, ensanchando el corazón, constriñéndolo y agotando de ese de la razón pura; facultades que llamamos puras porque
modo las fuerzas, demuestran que éstas son repetidamente puestas
en tensión por representaciones, haciendo, sin embargo, que el alma, son legisladoras a priori.
en consideración a la imposibilidad se suma, sin cesar, en cansancio.
Las oraciones mismas para prevenir grandes y, al parecer, inevita­ cuestión antropológico-teológica. Parece que si no debiéramos deter­
bles calamidades, y otros varios medios supersticiosos para conseguii minarnos a la aplicación de la fuerza hasta estar seguros de la
de un modo natural fines imposibles, demuestran la relación causal eficacidad de nuestra facultad para la realización de un objeto,
de las representaciones con sus objetos: relación que ni siquiera aquella fuerza permanecería en gran parte sin empleo. Así, ordi­
por la consciencia de su insuficiencia para efectuarse puede ser ex­ nariamente, vamos conociendo nuestras facultades sólo conforme
cluida del deseo. Ahora bien, ;. por qué en nuestra naturaleza ha sido ¡as vamos ensayando. Esa ilusión de los anhelos vacíos es, pues,
puesta la inclinación a deseos conscientemente vacíos? Ésta es una tan sólo la consecuencia de una bienhechora organización de nuestra
naturaleza. (Esta nota no la puso Kant en la primera edición de
<*) De la traducción castellana. la C r í t i c a del j u i c i o . Añadióla sólo en la segunda.)
78 MANUEL KANT
IRÍT1CA DEL JUICIO 79

IV naturaleza, porque la reflexión sobre las leyes de la natu­


raleza se rige según la naturaleza, y ésta no se rige según
DEL JUICIO COMO UNA FACULTAD LEGISLADORA « A PR IO R I» '.as condiciones según las cuales nosotros tratamos de
-iqu irir de ella un concepto que, en relación a esas, es
r—c El Juicio, en general, es la facultad de pensar lo p a r- :o talmente contingente.
| ticular como contenido en lo universal. Si lo universal (la Ahora bien, ese principio no puede ser otro más que
| regla, el principio, la ley) es dado, el Juicio, que subsume t! siguiente: que como las leyes generales de la natura-
! en él lo particular (incluso cuando como Juicio transcen- eza tienen su base en nuestro entendimiento, el cual las
j dental pone a priori las condiciones dentro de las cuales rescribe a la naturaleza (aunque sólo según el concepto
j solamente puede subsumirse en lo general), es determi- reneral de ella como naturaleza), las leyes particulares
\ naTvte. Pero si sólo lo particular es dado, sobre el cual él empíricas, en consideración de lo que en ellas ha quedado
i! debe encontrar lo universal, entonces el Juicio es sola- -in determinar por las primeras, deben ser consideradas
j^mente reflexionante. según una unidad semejante, tal como si un entendi­
El Juicio determinante bajo leyes universales transcen­ miento (aunque no sea el nuestro) la hubiese igualmente
dentales que da el entendimiento no hace más que subsu­ fado para nuestras facultades de conocimiento, para hacer
mir; la ley le es presentada a priori, y no tiene necesidad, posible un sistema de la experiencia según leyes par-
por lo tanto, de pensar por sí mismo en una ley, con el ‘.iculares de la naturaleza. No es que, de ese modo, deba
fin de poder subordinar lo particular en la naturaleza a admitirse realmente un entendimiento semejante (pues
lo universal. Pero hay formas de la naturaleza tan diver­ esa idea sirve al Juicio reflexionante de principio para
sas, y, por decirlo así, tantas modificaciones de los concep­ el reflexionar, y no para el determinar), sino que esa
tos generales transcendentales de la naturaleza, modifica­ facultad se da, de ese modo, una ley a sí misma y no a
ciones que aquellas leyes dadas por el entendimiento puro .a naturaleza.
a priori dejan indeterminadas, porque estas leyes con­ Ahora bien: como el concepto de un objeto, en cuanto
ciernen, en general, la posibilidad de una naturaleza encierra al mismo tiempo la base de I¿~realidad de 65e
(como objeto de los sentidos), que tiene que haber, por lo i'bieturse llama el TTnTy como la concordancia de una cosa
tanto, para determinarlas, también leyes que si bien pue­ .'on aquella cualidad dé las cosas que sólo es posible según
den ser, como empíricas, contingentes para la apreciación fines se llama la fiñatidad de la forma dé las misinas.
de nuestro entendimiento, tendrán, sin embargo, si hay resulta así que el principio del Juicio, con relación a la
que llamarlas leyes (como lo exige así el concepto de una f ormamhrils^cñsasIjte^rmratTiTaTe^ b ljo leyes empíricas
naturaleza), que ser consideradas también como necesa­ en general, es la finalidacT^de' la naturatéza en su diver­
rias por un principio de la unidad de lo diverso, aunque sidad) Esto es, la naturaleza es representada mediante
este principio nos sea desconocido. El Juicio reflexionante, ese concepto, como si un entendimiento encerrase la base
que tiene la tarea de ascender de lo particular en la natu­ da- la unidad de lo diverso de sus leyes empíricas.
raleza a lo general, necesita, pues, un principio que no [h a finalidad es, pues, un particular concepto a priori
puede sacar de la experiencia, porque ese principio jus­ que tiene su origen solamente en el Juicio reflexionanter *7
tamente debe fundar la unidad de todos los principios Pues atribuir a los productos de la naturaleza algo como -*
empíricos bajo principios, igualmente empíricos, pero más uña relación, en ellos, de la naturaleza con fines no se pue­
altos, y así la posibilidad de la subordinación, sistemática de hacer: i e P uedOarTMTcruMT^se concepto para reflexio­
de los unos a los otros. El Juicio*reflexionante puede, pues, nar sobre eff¿q~refiriéndose al enlace de los fenómenos en
tan sólo darse a sí mismo, como ley, un principio seme­ ella que es dado según leyes empíricas. Ese concepto es
jante, transcendental, y no tomarlo de otra parte (pues también completamente distinto de la finalidad práctica
entonces sería Juicio determinante) ni prescribirlo a la del arte humano, o también de las costumbres), aunque
es pensado según una analogía con la misma.
80 MANUEL ñANT CRÍTICA DEL JUICIO 81

experiencia, sino que puede ser considerado como comple­


V tamente a priori.
Que el concepto de una finalidad de la naturaleza per­
EL PRINCIPIO DE LA FINALIDAD FORMAL DE LA NATURALEZA tenece a los principios transcendentales, puédese advertir
ES UN PRINCIPIO TRANSCENDENTAL DEL JUICIO suficientemente por las máximas del Juicio, que son colo­
cadas a priori a la base de la investigación de la natura­
Un principio transcendental es aquel por el cual se re­ leza, y que, sin embargo, no se refieren a nada más que
presenta lá condición universal a priori bajo la cual sola­ a la posibilidad de la experiencia, es decir, del conoci­
mente cosas pueden venir a ser objeto de nuestro cono­ miento de la naturaleza, no solamente como naturaleza en
cimiento en general. En cambio, un principio se llama general, sino como una naturaleza determinada por una
metafísico cuando representa la condición a priori bajo la diversidad de leyes particulares. Como sentencias de la
cual solamente objetos cuyo concepto debe ser dado em­ sabiduría metafísica, aparecen en el curso de esa ciencia
píricamente pueden recibir a prior?' una mayor determi­ con bastante frecuencia, si bien esparcidas en ocasión de
nación. Así, e] principio del conocimiento de los cuerpos algunas reglas, cuya necesidad no puede mostrarse por
como sustancias, y como sustancias mudables, es trans­ conceptos. «L a naturaleza toma el camino más corto (les
cendental cuando se dice por él que su cambio tiene que parsimonias); no hace tampoco salto alguno, ni en la serie
tener una causa, pero es metafísico si se dice por él que de sus cambios, ni en la combinación de diferentes for­
su cambio tiene que tener una causa exterior, porque en mas específicas (lex continui in natura); su gran diver­
el primer caso, el cuerpo no ha de ser pensado más que sidad de leyes empíricas es, sin embargo, unidad bajo
medíante predicados ontológicos (puros conceptos del en­ pocos principios (principia prceter necesitatem non sunt
tendimiento), verbigracia, como sustancia, para conocer a multiplicando)»; y otras por el estilo.
priori la proposición; en el segundo, empero, el concepto Pero si se piensa indicar el origen de esos principios
e m p ír ic o cíe un cu erpo Ccomo m ó v jj ep g j e s p u rio ) y se ensaya el camino psicológico, éste es totalmente con­
debe ponerse a la base de esa proposición y solamente des­ trario al sentido de aquéllos, pues ellos no dicen lo que
pués puede considerarse como totalmente a priori que el ocurre, es decir, según qué regla nuestras facultades de
último predicado (el movimiento, únicamente mediante conocer realizan su juego realmente, ni dicen cómo se
una causa exterior) convenga al cuerpo. Así, como voy juzga, sino cómo se debe juzgar, y no surge aquella ne­
a mostrarlo en seguida, el principio de la finalidad de cesidad lógica objetiva, si los principios son meramente
lavnaturaleza (en la diversidad de sus leyes empíricas) empíricos. Así, pues, la finalidad de la naturaleza para
es un principio’' transcendental. Pues el concepto de los nuestras facultades de conocer y para su uso, que evi­
objetos, en cuanto son pensados, como estando bajo ese dentemente surge de ellas luminoso, es un principio trans­
principio, no es más que el concepto puro del objeto del cendental de los juicios, y necesita también una deducción
conocimiento posible de experiencia en general, y no en- transcendental, mediante la cual la base para juzgar así
cféjrá nada empírico. En cambio, el principio de la fina­ debe buscarse en las fuentes a priori del conocimiento.
lidad' práctica, que debe ser pensado en la idea de la Encontramos en las bases de la posibilidad de una ex­
determinación de una voluntad libre, sería un principio periencia, primero, sin duda alguna, algo necesario, a
metafísico, porque el concepto de una facultad de desear, saber: las leyes generales, sin las cuales la naturaleza,
como una voluntad, tiene que ser empíricamente dado (no en general (como objeto de los sentidos), no puede ser
pertenece a los predicados transcendentales). Ambos prin­ censada, y éstas descansan en las categorías, aplicadas
cipios, sin embargo, no son por eso empíricos, sino prin­ ^ las condiciones formales de toda intuición posible para
cipios a priori, porque el enlace del predicado con el con­ r.osotros, en cuanto ésta también es dada a priori. Ahora
cepto empírico del sujeto de sus juicios no necesita más ::en: bajo esas leyes es determinante el Juicio, pues no
82 MANUEL FÍANT
CRtTlCA DEL JUICIO 83
tiene que hacer nada más que subsumir bajo leyes dadas.
Por ejemplo, dice el entendimiento: Todo cambio tiene te, como la unidad conforme a ley, en un enlace que no­
su causa (ley general de la naturaleza): el Juicio trans- sotros conocemos, desde luego, en virtud de un propósito
ceiital no tiene ahora nada que hacer más que indicar necesario (de una exigencia) del entendimiento, pero tam­
q, priori la condición de la subsunción bajo el concepto bién al mismo tiempo como contingente en sí, es repre­
dado del entendimiento, y ésta es la sucesión de las de­ sentada como finalidad de los objetos (aquí, de la natu­
terminaciones de una y la misma cosa. Para la natura­ raleza), el Juicio, que es sólo reflexionante con relación
leza, empero, en general (como objeto de experiencia po­ a las cosas bajo leyes posibles (aún por descubrir) y em­
sible), aquella ley es conocida como absolutamente ne­ píricas, debe pensar la naturaleza, con relación a las últi­
cesaria. Pero ahora bien: los objetos del conocimiento mas, según un principio de la finalidad para nuestra fa ­
empírico, aparte de aquella condición formal de tiempo, cultad de conocer, el cual se expresa entonces en las cita-
son además determinados, o, en cuanto se puede juzgar a las máximas del Juicio. Ese concepto transcendental de
priori, determinables de diferentes modos; así que natu­ .:na finalidad de la naturaleza no es, empero, ni un con-
ralezas específicamente distintas, aparte de lo que tengan epto de la naturaleza ni un concepto de la libertad, porque
de común, como pertenecientes, en general, a la natura­ no ánade nada al objeto (la naturaleza), sino que repre-
leza, pueden ser causas en maneras infinitamente diver­ -enta tan sólo la única manera como nosotros hemos de
sas, y cada una de estas maneras debe (según el concepto croceder en la reflexión sobre los objetos de la natura­
de una causa, en general) tener su regla, la cual es ley, leza, con la intención puesta en una experiencia general
y, por tanto, lleva consigo necesidad, aunque nosotros, por • conexa; por consiguiente, representa un principio (má­
la condición y las limitaciones de nuestras facultades de xima) subjetivo del Juicio. Por eso también nos sentimos
conocer, no veamos absolutamente esa necesidad. En la regocijados (propiamente aligerados, después de satisfe­
naturaleza, pues, con relación a sus leyes, meramente em­ cha una necesidad), exactamente como si fuera una feliz
píricas, tenemos que pensar una posibilidad de infinitas casualidad la que favoreciese nuestra intención, cuando
diversas leyes que para nuestra investigación, por tanto, -encontramos una unidad sistemática semejante, bajo leyes
son contingentes (no pueden ser conocidas a priori), y en meramente empíricas, aunque tengamos necesariamente
cuya relación juzgamos como contingente la unidad de la :ue admitir que unidad tal se da, sin poder, sin embargo,
naturaleza, según leyes empíricas, y la posibilidad de la examinarla y demostrarla.
unidad de la experiencia como sistema, según leyes em­ Para convencerse de la exactitud de esta deducción del
píricas. Pero como, sin embargo, semejante unidad debe ccncepto de que se trata y de la necesidad de admitirla
ser presupuesta y aceptada necesariamente, pues de otro como principio transcendental de conocimiento, piénsese
modo, una conexión general de conocimientos empíricos sólo en la grandeza de este problema: de percepciones da­
con un todo de la experiencia no tendría lugar, siendo así das por una naturaleza que encierra en sí, desde luego,
que las leyes generales de la naturaleza, si bien presentan infinita divers\d&d de \ecjee» hacer una expe­
una conexión semejante entre las cosas, según su especie, riencia coherente, problema que a priori yace en nuestro
como cosas de la naturaleza, en general, no la presentan entendimiento. El entendimiento posee ciertamente, a prio­
empero específicamente como tales seres particulares de ri, leyes generales de la naturaleza, sin las cuales ésta no
la naturaleza, por eso el Juicio debe, para su propio uso, podría absolutamente ser objeto de una experiencia; pero
aceptar como principio a priori que lo contingente para necesita aún, sin embargo, también además un cierto orden
la humana investigación en las leyes particulares (em­ en la naturaleza, en las reglas particulares de la misma,
píricas) de la naturaleza encierra una unidad en el enlace que pueden sólo empíricamente serle conocidas, y que,
de su diversidad con una experiencia posible en sí, unidad con relación a él, son contingentes. Esas reglas, sin las
que nosotros no tenemos ciertamente que fundar, pero cuales no tendría lugar paso alguno de la analogía uni­
pensable, sin embargo, y conforme a ley. Por consiguien­ versal de una experiencia posible, en general, a la par­
ticular, tiene él que figurárselas como leyes (es decir,
MANUEL KANT I ZRÍTICA DEL JUICIO q5

como necesarias), pues de otro modo, no constit____ 1 ttamente diversa y no acomodada a nuestra facultad de
orden alguno de la naturaleza, aunque él no conozca su : smprensión), una experiencia coherente.
necesidad o no pueda jamás penetrarla. Así, pues, aunque, El Juicio tiene, pues, también un principio a priori para
en relación con los mismos (los objetos), nada puede él I la posibilidad de la naturaleza, pero sólo en relación sub­
determinar a priori, sin embargo, para buscar esas lla­ jetiva, en sí, por medio del cual prescribe una ley, no a
madas leyes empíricas, tiene que poner a la base de toda I a naturaleza (como autonomía), sino a sí mismo (como
reflexión sobre las mismas un principio a priori, a saber: .¿autonomía) ( 1 ) para la reflexión sobre aquélla, y puede
que una ordenación cognoscible de la naturaleza es posi- I ..amársele ley de la especificación de la naturaleza en con­
ble según ellas, y ese principio lo expresan las siguientes I sideración de sus leyes empíricas, y esta ley no la conoce
proposiciones: que en ella hay una subordinación de espe­ ella a priori en la naturaleza, sino que la admite para
cies y géneros comprehensible para nosotros; que éstos I :na ordenación de la misma, cognoscible para nuestro en­
se acercan a su vez unos a otros según un principio común, tendimiento, en la división que ella hace de sus leyes ge­
para hacer posible un tránsito de uno a otro, y así, a una I nerales, queriendo subordinar a éstas una diversidad de
especie más elevada; que ya que parece al principio ine­ j particular. Así, pues, si se dice: la naturaleza especifica
vitable para nuestro entendimiento el tener que admitir, sus leyes universales según el principio de la finalidad
para la diferencia especifica de Vos efectos naturales, otros I 7ara nuestras facultades de conocer, es decir, para aco­
tantos diferentes modos de la causalidad, puedan ellos, modarse al entendimiento humano, en su uso necesario,
sin embargo, entrar bajo un escaso número de principios, :ue es encontrar lo universal para lo particular que la
en cuya investigación tenemos que ocuparnos, y así su­ percepción le ofrece y encontrar un enlace de lo diferente
cesivamente. Esa concordancia de la naturaleza con núes- I general, desde luego, en cada especie) en la unidad del
tra facultad de conocimiento es presupuesta a priori por I principio: si se dice esto, ni se prescribe por ello una
el Juicio para su reflexión sobre aquélla según sus leyes I ey a la naturaleza, ni se aprende una de ella por la ob­
empíricas, reconociéndola el entendimiento como objetiva servación (aunque aquel principio puede ser confirmado
y contingente a un mismo tiempo y atribuyéndola sólo el ¡ por ésta), pues no es un principio del Juicio determinan­
Juicio a la naturaleza como finalidad transcendental (con I te, sino solamente del reflexionante: se quiere tan sólo
relación a la facultad de conocer en el sujeto), porque no- I que cualquiera que sea la organización que la naturaleza
sotros, sin presuponerla, no obtendríamos ordenación al­ tenga, según sus leyes universales, sea necesario buscar
guna de la naturaleza según leyes empíricas, y, por lo I sus leyes empíricas, siguiendo completamente aquel prin­
tanto, hilo alguno conductor para organizar con él, en I cipio y las máximas que en él se fundan, porque sola­
toda su diversidad, una experiencia y una investigación I mente en la medida en que él encuentra aplicación pode­
de la misma. mos progresar en la experiencia, con el uso de nuestro
Pu es es p o s ib le pensar que, prescindiendo de toda la I entendimiento, y adquirir conocimiento.
uniformidad de las cosas naturales según las leyes ge­
nerales, sin la evtal la form a ds un conocimiento expeñ- | Autonomía, del griego y.'j'íoc. latín ipse, mismo. Heautonomía.
mental, en general, no podría darse, la diferencia espe- I S307C, latín sibi, a sí mismo. Autonomía sigTviftta legislación propia,
cífica de las leyes empíricas de la naturaleza, y con ellas, I y heautonomía. legislación dada por el sujeto a sí mismo. fN . del T .)
de sus efectos, podría, sin embargo, ser tan grande, que
para nuestro entendimiento sería imposible descubrir en
ella una ordenación aprehensible, dividir sus productos
en especies y géneros, para emplear los principios de la
explicación y comprensión de los unos para la explicación
y la concepción también de los otros y hacer así, con una
materia tan confusa para nosotros (en realidad, sólo infi-
CRÍTICA DEL JUICIO q7
86 MANUEL KANT
a la facultad de desear, diferenciándose así completamen­
VI te de toda finalidad práctica de la naturaleza.
En realidad, Si en la coincidencia de las percepciones
DEL ENLACE DEL SENTIMIENTO DEL PLACER CON EL CONCEPTO
con las leyes, según conceptos generales de la naturaleza
DE LA FINALIDAD DE LA NATURALEZA
(las categorías), no encontramos ni podemos encontrar el
menor efecto sobre el sentimiento de placer en nosotros,
La concordancia pensada de la naturaleza, en la diver­ porque el entendimiento, en esto, procede sin intención al­
sidad de sus leyes particulares, con nuestra exigencia de guna, necesariamente, según su naturaleza, por otra parte,
encontrar para ella generalidad de les principios, debe, en cambio, la posibilidad descubierta de unir dos o más
según toda nuestra investigación, ser juzgada como con­ leyes empíricas y heterogéneas de la naturaleza bajo un
tingente, y al mismo tiempo, sin embargo, como indis­ principio que las comprende a ambas es el fundamento
de un placer muy notable, a menudo hasta de una admi­
pensable para nuestra exigencia de conocimiento, como
ración, incluso de una tal admiración que no cesa, aunque
finalidad, por lo tanto, mediante la cual la naturaleza con­
ya se esté bastante familiarizado con el objeto de la mis­
cuerda con nuestra intención, enderezada, empero, tan
ma. Cierto es que, en la comprensibilidad de la naturaleza,
sólo al conocimiento. Las leyes universales del entendi­
en su unidad de divisiones en especies y géneros, por lo
miento, que al mismo tiempo son leyes de la naturaleza,
cual tan sólo son posibles los conceptos empíricos que nos
son tan necesarias para ésta (aunque nacidas de espon­
sirven para conocerla según sus leyes particulares, no ex­
taneidad) como las leyes de movimiento para la materia,
perimentamos ya placer alguno notable; pero éste ha exis­
y su producción no presupone intención alguna con nues­
tido seguramente en su tiepipo, y sólo porque la experien­
tras facultades de conocer, porque nosotros, mediante
cia la más común no sería posible sin él, ha ido poco a
ellas, sólo adquirimos primero un concepto de lo que sea
poco mezclándose con el mero conocimiento, y ha venido
conocimiento de las cosas (de la naturaleza), y ellas se
a no ser ya particularmente notable. Hay, pues, algo que
aplican necesariamente a la naturaleza, como objeto de
hace atender, en el juicio de la naturaleza, a la finalidad
nuestro conocimiento en general. Pero que el orden de la
naturaleza según sus leyes particulares, a pesar de toda de la misma para nuestro entendimiento: un estudio ( 1 )
la diversidad y desigualdad, al menos, posible, y que so­ que trae las leyes distintas de aquélla en lo posible a otras
brepuja nuestra facultad de comprender, sea, sin embargo, más altas, aunque siempre empíricas, para, cuando ello se
realmente acomodado a esta facultad, es, hasta donde realice, experimentar placer en esa concordancia con nues­
tra facultad de conocer, concordancia que nosotros consi­
nuestra investigación puede alcanzar, contingente. Encon­
deramos como meramente contingente. En cambio, nos
trarlo es una ocupación del entendimiento, ocupación con­
ducida a propósito hacia un fin necesario del mismo: a desagradaría por completo una representación de la natu­
saber poner, en ese orden, unidad de principios, y ese raleza, mediante la cual se nos dijera de antemano que
fin debe después el Juicio atribuirlo a la naturaleza, pues en la investigación más mínima, por encima de la expe­
que el entendimiento no puede, en esto, prescribirle ley riencia más vulgar, nos hemos de tropezar con una hete­
alguna. rogeneidad de sus leyes, que hiciera imposible, para nues­
La consecución de todo propósito va enlazada con el sen­ tro entendimiento, la unión de sus leyes particulares bajo
timiento del placer j^ .s i la condición de la primera es una otras generales, empíricas, porque esto contradice al prin­
representación a priori, como aquí, un principio para el cipio de la especificación subjetivo-final de la naturaleza
Jtrrcio reflexionante, en general, entonces también es el en sus especies, y a nuestro Juicio en los propósitos de
sentimiento de placer determinado por un fundamento o este último.
priori y valedero para cada cual, y es, a saber, tan sólo
la relación del objeto con la facultad de conocer, sin que (1) En el texto alemán dice Studium. Entiéndase este vocablo
el concepto de la finalidad se refiera aquí en lo más mínimo latino en el sentido de tendencia hacia deseo de... (N . del T .)
__ MANUEL KANT CR1T1CA DEL JUICIO 89

Esa suposición del Juicio permanece también de tal ció, empero, prescindiendo de. su cualidad meramente sub­
modo indeterminada sobre la cuestión siguiente, a saber: jetiva, es, sin embargo, al mismo tiempo, un elemento del
hasta dónde deba extenderse aquella finalidad ideal de la coñóctmíérito d é la s cosas como fenómenos. La sensación
naturaleza para nuestra facultad de conocer, que si se (aquí, la externa) expresa lo meramente subjetivo de nues­
nos dice que un conocimiento más profundo o más extenso tras representaciones de las cosas exteriores a nosotros,
de la naturaleza, mediante la observación, tiene finalmen­ propiamente lo material (real) de las mismas (mediante
te que tropezar con una diversidad de leyes que ningún ló cual algo existente es dado) así como el espacio expresa
entendimiento humano puede reducir a un principio, sin la mera forma a priori de la posibilidad de la intuición
embargo, estamos contentos, aunque oiriamos con mayor sensible, y sin embargo, úsase aquélla para el conoci­
gusto que otros nos diesen Ja esperanza de que, cuanto miento del objeto exterior a nosotros.
más conozcamos la naturaleza en ío interno, o podamos Lo subjetivo, empero, encuna representación, lo que
compararla, en lo externo, con partes hoy desconocidas, no 'pueÓe'de ningún modo llegar a ser un elemento de co-
cuanto más, en suma, progrese nuestra experiencia, tanto nbcuñiéñtó, es el placer o el dolor que con ella va unido,
más sencilla en sus principios y acorde la encontraremos, pues por medio de él no conozco nada del objeto de la
a pesar de la aparente heterogeneidad de sus leyes em­ representación, aunque él pueda ser el efecto de algún
píricas, pues es un mandato de nuestro Juicio el proceder, conocimiento. Ahora bien: la finalidad de una cosa, en
según el principio de la acomodación de la naturaleza a tanto que está representada en la percepción, no es cuali­
nuestra facultad de conocer, tan lejos como ello alcance, dad alguna del objeto mismo (pues una tal no puede ser
sin decidir (porque no es un Juicio determinante el que percibida), aunque puede ser inferida de un conocimiento
nos da la tal regla) si tiene sus límites o no, porque si de las cosas. La finalidad, pues, que precede al conocimien­
bien podemos determinar límites en lo que se refiere al to de un objeto, y que, sin querer usar la representación
uso racional de nuestra facultad de conocer, en cambio, dél mismo para un conocimiento, hasta va, sin embargo,
en el campo empírico, una determinación de límites es unida inmediatamente con ella, es lo subj'etivo del mismo,
imposible. lo cual, no-puede llegar a ser elemento alguno de conoci-
Tmento. Así, el objeto es entonces dicho final O ), sólo
V II porque su representación está inmediatamente unida con
el sentimiento del placer, y esta representación misma es
DE LA REPRESENTACIÓN ESTÉTICA DE LA FINALIDAD una representación estética de la finalidad. Trátase tan
DE LA NATURALEZA sólo de saber si existe, en general, una representación
semejante de la finalidad.
Lo que en la representación de un objeto es meramente Cuando con la simple aprehensión ( apprekensio ) de la
subjetivo, es decir, lo que constituye su relación con el forma de un objeto de la intuición, sin relacionar la mis­
sujeto y no con el objeto, es la cualidad estética dé la ma con un concepto para un conocimiento determinado,
ínVsma; pero lo que en ella sirve o puede ser utilizado va unido placer, entonces por eso es referida la repre­
para la determinación del objeto (para el"conocimiento sentación, no al objeto, sino solamente al sujeto, y el pla­
es su validez lógica. E n e ) conocimiento de un objeto sen­ cer no puede expresar más que la acomodación de aquél
sible coh'curren ambas relaciones. En la representación^ con las facultades de conocer, que están en juego en el
sensible de las cosas fuera de mí, la cualidad del espacio, Juicio reflexionante, y en tanto en que lo están, es decir,
en donde tenemos de ellas la intuición, es lo meramente solamente una subjetiva y formal finalidad del objeto,
subjetivo de mi representación de las mismas (por )o cual pues no puede darse nunca aprehensión alguna de las
permanece indeterminado lo que ellas puedan ser como
objetos en sí), y gracias a esa relación es el objeto tam­ (1) Final = conforme con el fin. Téngase siempre en cuenta este
bién por eso pensado solamente como fenómeno; el espa­ sentido de la palabra. (N . del T .)
90 MANUEL KANT
CRÍTICA DEL JUICIO 91
formas en la imaginación, sin que el Juicio reflexionante,
aun sin propósito, la compare al menos con su facultad de sidad objetiva sin tener pretensiones a un valor a priori.
referir intuiciones a conceptos. Ahora bien: cuando en Pero el juicio de gusto no tiene más pretensión, como
esa comparación, la imaginación (como facultad de las in­ todos los demás juicios empíricos, que la de ser valedero
tuiciones a priori) se pone, sin propósito, en concordancia para‘cada uno, lo cual, prescindiendo de la interior con-
con el entendimiento (como facultad de los conceptos) por tigencia del mismo, siempre es posible. Lo extraño y anor­
medio de una representación dada, y de aquí nace un sen­ mal está en que no es un concepto empírico, sino un sen­
timiento de placer, entonces debe el objeto ser considerado timiento de placer (por lo tanto, ningún concepto), lo que
como final para el Juicio reflexionante. Semejante juicio por medio del juicio de gusto, y exactamente como si fuera
es un juicio estético sobre la finalidad del objeto, que no un predicado enlazado con el conocimiento del objeto, se
se funda sobre concepto alguno actual del objeto, ni crea exige, sin embargo, a cada cual, y debe ser unido a la
tampoco uno del mismo. La forma del tal objeto (no lo representación.
material de su representación como sensación ) es juzgada, Un juicio individual de experiencia, verbigracia, el del
en la mera reflexión sobre la misma (sin pensar en un que percibe en un cristal de roca una gota de agua en
concepto que se deba adquirir de él), como la base de un movimiento, pretende con razón que cualquier otro deba
placer en la representación de semejante objeto, con cuya encontrarlo asimismo, pues se ha pronunciado el tal juicio
representación este placer es juzgado como necesariamente según las condiciones universales del Juicio determinante
unido, y consiguientemente, no sólo para el sujeto que bajo las leyes de una experiencia posible en general. Del
aprehende aquella forma, sino para todo el que juzga en mismo modo, aquel que en la mera reflexión sobre la
general. El objeto llámase entonces bello, y la facultad de forma de un objeto, sin relación alguna con un concepto,
emitir juicios según un placer semejante (consiguiente­ experimenta placer, pretende con razón, aunque este ju i­
mente, también con valor universal) llámase el gusto, cio es juicio empírico e individual, obtener la aprobación
pues como el fundamento del placer se encuentra tan sólo de cada uno, porque la base de este placer se encuentra
en la forma del objeto para la reflexión en general, por en la condición universal, aunque subjetiva, de los juicios
tanto, no en una sensación del objeto ni en relación con reflexionantes, que es, a saber: la concordancia final de
un concepto que encierre alguna intención, resulta así que un objeto (sea producto de la naturaleza o del arte) con
solamente con la conformidad a leyes en el uso empírico la relación de las facultades de conocer entre sí, exigidas
del Juicio en general (unidad de la imaginación y del en­ para todo conocimiento empírico (la imaginación y el en­
tendimiento) en el sujeto es con lo que concuerda la re­ tendimiento). El placer, pues, en los juicios de gusto, de­
presentación del objeto en la reflexión, cuyas condiciones pende ciertamente de una representación empírica y no
a priori tienen un valor universal; y como esa concordan­
puede ser unido a priori con concepto alguno (no se puede
cia del objeto con las facultades del sujeto es contingente,
a priori determinar qué objeto será conforme al gusto o
produce entonces la representación de una finalidad de
no, pues éste hay que probarlo) ; pero no es, sin embargo,
aquél en relación con las facultades de conocer del sujeto.
el fundamento de la determinación de ese juicio más que
Ahora bien: éste es un placer que, como todo placer
o dolor no producido por el concepto de libertad (es decir, mediante la consciencia que se tiene de que descansa so­
mediante la determinación antecedente de la facultad su­ lamente sobre la reflexión y las universales, aunque sub­
perior de desear por razón pura), nunca puede ser con­ jetivas, condiciones de la concordancia de la misma con el
siderado como unido necesariamente por conceptos con conocimiento de los objetos en general, para el cual la
la representación de un objeto, sino debe siempre ser re­ forma del objeto posee una finalidad.
conocido solamente como ligado con ésta mediante una Ésta es la causa por la cual (os^juicios del gusto son
percepción reflexionada, y consiguientemente, como todos sometidos también a una crítica 'según su posibilidad,
los juicios empíricos, no puede declarar ninguna nece­ pqes esta posibilidad presupone un principio a priori,
aunque este principio no es, ni un principio de conocí-
92 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 93
miento para el, entendimiento, ni uno práctico para la^vo- rrespondiente, sea que esto ocurra mediante nuestra pro­
1untad, y, por tanto, no es a priori determinante. pia imaginación, como en el arte, cuando realizamos el
Péro la capacidad de sentir un placer nacido, de^Ia. re­ concepto previamente concebido de un objeto, que es para
flexión soH rela Tforma de las cosas (de la naturaleza, nosotros un fin, sea mediante la naturaleza, en su técnica
tanto como del arte) expresa no sólo una finalidad de los como en los cuerpos organizados), cuando ponemos a su
objetos en relación con el Juicio reflexionante, conforme­ base nuestro concepto de fin, para juzgar su producto,
mente al concepto de la naturaleza que tiene el sujeto, en cuyo caso no sólo es representada la finalidad de la
sino también al revés, una finalidad del sujeto con relación naturaleza en la forma de la cosa, sino que este mismo
a los objetos, según su forma y hasta su carácter infor­ producto suyo lo es como fin de la naturaleza. Aunque
me^ a consecuencia del concepto de libertad; por eso ocu­ nuestro concepto de una subjetiva finalidad de la natura­
rre que el juicio estético debe ser referido no sólo a lo leza en sus formas, según leyes empíricas, no es, de nin­
bello como juicio de gusto, sirio también, como nacido de guna manera, un concepto de un objeto, sino solamente
un sentimiento del espíritu, a lo míEliníe: v asi, debe un principio del Juicio, el de construirse conceptos en
esta crítica del Juicio estético dividirse en dos partes esa enorme diversidad (poder orientarse en ella), sin em­
principales correspondientes. bargo, atribuimos aquí a la naturaleza, por decirlo así,
una relación con nuestra facultad de conocer, según la
analogía de un fin; y así, podemos considerar la belleza
V III natural como exposición delconcepto de la finalidad for­
mal (meramente subjetiva), y los fines de la naturaleza
DE LA REPRESENTACIÓN LÓGICA DE LA FINALIDAD como exposición del concepto de una finalidad real (obje­
DE LA NATURALEZA tiva), juzgando nosotros la primera mediante el gusto
esféticamente, por medio del sentimiento de placer), y
En un objeto dado en la experiencia puede la finalidad la segunda mediante entendimiento y razón (lógicamente,
ser representada: o en una base meramente subjetiva, según conceptos).
como concordancia de su forma, en la aprehensión (ap- Sobre esto se funda la división de la crítica del Juicio
prekensio) d^l objeto, antes de todo concepto con las fa ­ en estético y teleológico, comprendiendo en el primero la
cultades de conocer, para que la intuición con conceptos facultad de juzgar la finalidad formal (también llamada
se una a un conocimiento en general, o bien en una base subjetiva), mediante el sentimiento de placer o dolor, y
objetiva, como concordancia de su forma con la posibili­ en el segundo la facultad de juzgar la finalidad real (ob­
dad de la cosa misma, según un concepto de ésta que pre­ jetiva) de la naturaleza, mediante el entendimiento y la
cede y que encierra la base de esa forma. Hemos visto razón.
que la. representación de la finalidad de la primera clase En una crítica del Juicio, la parte que contiene el
descansa sobre el placer inmediato en la forma del objeto, Juicio estético es esencialmente pertinente, porque sólo
por la reflexión sobre ella: la de la finalidad de la -se­ éste encierra un principio que el Juicio pone completamen­
gunda clase, como no refiere la forma del objeto a-das te a priori a la base de su reflexión sobre la naturaleza,
fácultades de conocer del sujeto en la aprehensión de la a saber: el de una finalidad formal de la naturaleza según
misma, sino a un determinado conocimiento del objeto, sus leyes particulares (empíricas) para nuestra facultad
bajo un concepto dado, no tiene nada que ver con un de conocer, sin la cual el entendimiento no podría encon­
sentimiento de placer en las cosas, sino con el entendi­ trarse en ella. En cambio, a la necesidad de que haya
miento en el juicio de las mismas. Cuando el concepto de fines objetivos de la naturaleza, es decir, cosas que sólo
un objeto es dado, la tarea del Juicio consiste en el uso son posibles como fines naturales, no se le puede dar fun­
de éste para el conocimiento, en la exposición ( exhibitio) , damento alguno a priori, y es más, ni siquiera se aclara
es decir, en poner al lado del concepto una intuición co­ la posibilidad de ella por el concepto de una naturaleza,
94 CRITICA DEL JUICIO 95
MANUEL KANT
no son determinantes como deben serlo en una doctrina.
considerada como objeto de la experiencia, en lo universal
El Juicio estético, en cambio, no aporta nada para el co­
tanto como en lo particular, sino que sólo el Juicio, sin
nocimiento de sus objetos, y así, debe encontrar sitio,
encerrar en sí para ello principio alguno a priori, con­
solamente en la crítica del sujeto que juzga y de las fa ­
tiene la regla para, en los casos que se presenten (ciertos
cultades de conocer del mismo, en cuanto son capaces de
productos), hacer uso, para propósitos de la razón, del
tener principios a priori, cualquiera que sea el uso (teórico
concepto de los fines, después de que aquel principio
o práctico) que éstos puedan tener, crítica que es la pro­
transcendental ha preparado ya el entendimiento para
aplicar a la naturaleza el concepto de un fin (al menos, pedéutica de toda filosofía.
según la form a).
Pero el principio transcendental de representarse una
IX
finalidad de la naturaleza, en relación subjetiva con nues­
tra facultad de conocer, realizada en la forma de una cosa,
DEL ENLACE DE LA LEGISLACIÓN DEL ENTENDIMIENTO
como un principio de juicio de la misma, deja completa­
CON LA DE LA RAZÓN POR MEDIO DEL JUICIO
mente indeterminado dónde y en qué casos he de formar
el juicio como de un producto, según un principio de la
El entendimiento es legislador a priori de la naturaleza
finalidad, o más bien sólo según leyes generales de la
naturaleza, y deja al Juicio estético la misión de determi­ como objeto sensible, para un conocimiento teórico de la
nar en el gusto, la acomodación de la cosa (de su forma) misma en una experiencia posible. La razón es legisladora
a' priori de la libertad y su propia causalidad, como lo
con nuestras facultades de conocer (en cuanto el Juicio suprasensible en el sujeto, para un conocimiento incon­
estético decide, no por concordancia con conceptos, sino"
dicional-práctico. La esfera del concepto de la naturaleza,
por el sentimiento). En cambio, el Juicio usado teleoló-
bajo una, y la del concepto de la libertad, bajo la otra
gicamente, da las condiciones determinadas bajo las cuales
legislación, están apartadas completamente de todo in­
algo (verbigracia, un cuerpo organizado) debe ser juzgado
flujo recíproco que (cada uno según sus leyes fundamen­
según la idea de la naturaleza, pero no puede justificar
tales)'pudieran tener una sobre otra, por el gran abismo
con principio alguno, sacado del concepto de la naturaleza, que separa lo suprasensible de los fenómenos. El concepto
como objeto de la experiencia, el derecho de atribuirle de la libertad no determina nada referente al conocimiento
a priori una relación a fines y de admitir, aun indetermi­ teórico de la naturaleza; el concepto de la naturaleza,
nadamente, semejantes fines en la experiencia real en tales igualmente nada referente a las leyes prácticas de la li­
productos: el fundamento de esto está en que hay que bertad; en tal sentido, es, pues, imposible hacer un trán­
disponer muchas experiencias particulares y considerar­
sito de una a otra esfera. Pero si bien los fundamentos
las bajo la unidad de su principio para poder, sólo em­ de determinación de la causalidad, según el concepto de
píricamente, conocer en un cierto objeto una finalidad libertad (y las reglas prácticas en él contenidas), no están
objetiva. Enjuicio estético es, pues, una facultad particu­ puestos en la naturaleza, y lo sensible no puede determi-
lar de juzgar cosas según una regla, pero no según con­ naTr lo suprasensible en el sujeto, sin embargo, lo contra­
ceptos. El ideológico no es facultad particular alguna, rio (no ciertamente refiriéndose al conocimiento de la na­
sino solo el Juicio reflexionante en general, en cuanto turaleza, pero sí a las consecuencias de lo suprasensible
procede, como en todo lo que es conocimiento teórico, se­ en ella) es posible, y está ya contenido en el concepto de
gún conceptos, pero refiriéndose a ciertos objetos de la ¡na causalidad mediante libertad, cuyo efecto, según aque­
naturaleza, según principios particulares, a saber: los de llas tres leyes formales, debe ocurrir en el mundo, aunque
un Juicio meramente reflexionante, y que no determina la palabra causa, empleada de lo suprasensible, significa
objetos; y así, según su aplicación, pertenece a la parte solamente el fundamento para determinar la causalidad
teórica de la filosofía, y debe constituir una parte especial de las cosas naturales a un efecto conforme con sus pro­
de la crítica, a causa de esos principios particulares que
96 MANUEL KANT ZRÍT1CA DEL JUICIO 97
pías leyes naturales, pero al mismo tiempo de acuerdo cuitad intelectual. Ahora bien: la razón le da, por medio
con el principio formal de las leyes de la razón, con lo dé'"sn ley práctica a priori, la determinación, y así hace
cual, si bien no se puede considerar la posibilidad, por lo posible el Juicio el tránsito de la esfera del concepto de
menos se puede rechazar con suficiente fuerza, la objeción naturaleza a la del concepto de libertad.
de una supuesta contradicción (1 ). El efecto, según el Con relación a las facultades del alma, en general, en
concepto de la libertad, es el fin final; éste (o su fenómeno manto son consideradas como superiores, es decir, como
en el mundo sensible) debe existir, para lo cual, la con­ '.as que encierran una autonomía, es, para la facultad de
dición de la posibilidad del mismo en la naturaleza (del conocer (la teórica de la naturaleza), el entendimiento el
sujeto, como ser sensible, a saber, como hombre) es pre­ que encierra los principios constitutivos a priori; para el
supuesta. Aquello que la presupone a priori, y sin refe­ sentimiento de placer y dolor es el Juicio, independiente­
rencia alguna, a lo práctico, el Juicio, proporciona el con­ mente de conceptos y sensaciones que se refieren a la
cepto intermediario entre los conceptos de la naturaleza determinación de la facultad de desear, y, por tanto, pu­
y el de la libertad, que hace posible el tránsito de la razón dieran ser inmediatamente prácticos; para la facultad de
pura teórica a la razón pura práctica, de la conformidad desear es la razón, la cual, sin el intermediario de placer
con leyes, según la primera, al fin último, según la se­ alguno, venga de donde viniere, es práctica, y determina
gunda, y proporciona ese concepto en el concepto de una para la misma, como facultad superior, el fin último que
finalidad de la naturaleza, pues por ella es conocida la lleva consigo la pura intelectual satisfacción en el objeto.
posibilidad del fin final, qué' sólo en la naturaleza, y en El concepto del Juicio, que enuncia una finalidad de la
conformidad con sus leyes, puede llegar a ser real. naturaleza, pertenece también a los conceptos de la na­
El entendimiento, por la posibilidad de sus leyes a turaleza, pero solamente como principio regulativo de la
priori para la naturaleza, da una prueba de que ésta sólo facultad de conocer, aunque el juicio estético sobre ciertos
es^ conocida por nosotros como fenómeno, y, por tanto, al objetos (de la naturaleza o del arte) que lo ocasionan, es
mismo tiempo, indica un substrato suprasensible de la un principio constitutivo en relación al sentimiento de
misma; pero lo deja completamente indeterminado. El placer o dolor. La espontaneidad en el juego de las facul­
Juicio proporciona, mediante su principio a priori del tades del conocimiento, cuya concordancia encierra el fun­
juicio de la naturaleza según leyes posibles particulares damento de ese placer, hace el concepto pensado aplicable
de la misma, a su substrato suprasensible (en nosotros y en sus consecuencias para instituir el enlace de la esfera
fuera de nosotros'), determinabilidad por medio de la fa- del concepto de la naturaleza con la del concepto de la
libertad, en cuanto favorece al mismo tiempo la recepti­
vidad del alma para el sentimiento moral. La tabla si­
(1) Una dí las varias supuestas contradicciones que se reprochan
a esta completa separación de la causalidad natural y de la causalidad guiente puede facilitar el resumen de todas las facultades
por la libertad, es la de que, al hablar yo de los impedimentos que superiores según su unidad sistemática ( 1 ) :
la naturaleza pone a la causalidad, según leyes de libertad (las mo­
rales). o de la ayuda que les presta, concedo a la primera una
influencia sobre la segunda. Pero si se quiere tan sólo entender lo (1) Se ha encontrado digno de reflexión que mis divisiones en la
dicho, la mala interpretación se evita fácilmente. La resistencia o la filosofía pura casi siempre caen en tres. Pero esto va encerrado en
ayuda no está entre la naturaleza y la libertad, sino entre la pri­ la naturaleza del asunto. Si una división ha de hacerse a priori, o
mera. como fenómeno, y los efectos de la segunda como fenómenos ha de ser analítica, según el principio de contradicción, y en este
en el mundo sensible; y la misma causalidad de la libertad (de la caso consta siempre de dos partes ( quodlibet ens est aut A, aut
razón pura y práctica) es la causalidad de una causa natural que le non A ), o ha de ser sintética, y si en este caso ha de ser sacada
está sometida (del sujeto, como hombre, consiguientemente considera­
de conceptos a priori (no, como en la matemática, de la intuición,
do como fenómeno). Ful fundamento de la determinación de esa causa
que corresponde o p rio ri al concepto), tiene la división necesaria­
lo encierra lo inteligible, que es pensado, bajo la libertad, en un
modo, por lo demás, inexplicable (igual que aquello mismo que cons­ mente que ser una tricotomía, según las exigencias de la unidad
tituye el sntbstratum suprasensible de la naturaleza). sintética, que son, a saber: 1) Condición; 2) Condicionado; 3) El
concepto que nace de la unión de lo condicionado con su condición.
98 MANUEL KANT

Tabla de las facultades superiores del alma

Facultades Facultades Principios


totales de conocer a priori Aplicación
del espíritu

Facultad Entendimiento Conformidad A la naturaleza


de conocer a leyes

Sentimiento Facultad Finalidad Al arte


de placer y dolor de juzgar

Facultad Razón Fin final A la libertad


de desear
P R IM E R A P A R T E

C R IT IC A D E L J U IC IO E S T É T IC O
PRIM ERA SECCIÓN

Analítica del Juicio estético

P R IM E R L IB R O

A n a lít ic a de lo b e llo

PRIMER MOMENTO

del juicio de gusto ( 1 ) según la cualidad

§ 1

El juicio de gusto es estético

Para decidir si algo es bello o no, referimos la represen­


tación, no mediante el entendimiento al objeto para el
conocimiento, sino, mediante la imaginación (unida quizá
con el entendimiento), al sujeto y al sentimiento de placer
o de dolor del mismo. El juicio de gusto no es, pues, un
juicio de conocimiento; por lo tanto, no es lógico, sino1

(1) La definición del gusto que se pone aquí a la base es: la


facultad de juzgar lo bello. Pero lo que se exija para llamar bello
un objeto debe descubrirlo el análisis de los juicios del gusto. Los
momentos a los cuales ese Juicio atiende a su reflexión los he bus­
cado guiándome por las funciones lógicas de juzgar (pues en los
juicios del gusto está encerrada siempre, a pesar de todo, una re­
lación con el entendimiento). He tratado primero de los de la
cualidad, porque el juicio estético, sobre lo bello se refiere primera­
mente a ella.
IQ2 MANUEL KANT
CRÍTICA DEL JUICIO 103
estético, entendiendo por esto aquel cuya base determi­
en la mera contemplación (intuición o reflexión). Si al­
nante no puede ser más que subjetiva. Toda relación de
guien me pregunta si encuentro hermoso el palacio que
las representaciones, incluso la de las sensaciones, puede,
empero, ser objetiva (y ella significa entonces lo real de tengo ante mis ojos, puedo seguramente contestar: «N o
me gustan las cosas que no están hechas más que para
una representación empírica) ; mas no la relación con el
sentimiento de placer y dolor, mediante la cual nada es mirarlas con la boca abierta», o bien como aquel íroqués,
designado en el objeto, sino que en ella el sujeto siente a quien nada en París gustaba tanto como los figones;
de qué modo es afectado por la representación. puedo también, como Rousseau, declamar contra la vani­
Considerar con la facultad de conocer un edificio regu­ dad de los grandes, que malgastan el sudor del pueblo
lar, conforme a un fin (sea en una especie clára o confusa en cosas tan superfluas; puedo, finalmente, convencerme
de representación), es algo completamente distinto de te­ fácilmente de que si me encontrase en una isla desierta,
ner la conciencia de esa representación unida a la sensa­ sin esperanza de volver jamás con los hombres, y si pu­
ción de satisfacción. La representación en este caso, es diese, con mi sola voluntad, levantar mágicamente seme­
totalmente referida al sujeto, más aún, al sentimiento jante magnífico edificio, no me tomaría siquiera ese tra­
de la vida del mismo, bajo el nombre de sentimiento de bajo, teniendo ya una cabaña que fuera para mí suficien­
placer o dolor; lo cual funda una facultad totalmente temente cómoda. Todo eso puede concedérseme y a todo
particular de discernir y de juzgar que no añade nada puede asentirse; pero no se trata ahora de ello. Se quiere
al conocimiento, sino que se limita a poner la represen­ saber tan sólo si esa mera representación del objeto va
tación dada en el sujeto, frente a la facultad total de acompañada en mí de satisfacción, por muy indiferente
las representaciones, de la cual el espíritu tiene cons­ que me sea lo que toca a la existencia del objeto de esa
ciencia en el sentimiento de su estado. Representaciones representación. Se ve fácilmente que cuando digo que un
dadas en un juicio pueden ser empíricas (por lo tanto, objeto es bello y muestro tener gusto, me refiero a lo
estéticas); pero el juicio que recae por medio de ellas que de esa representación haga yo en mí mismo y no a
es lógico cuando aquéllas, en el juicio, son referidas sólo aquello en que dependo de la existencia del objeto. Cada
al objeto. Pero, en cambio, aunque las representaciones cual debe confesar que el juicio sobre belleza en el que
dadas fueran racionales, si en un juicio son solamente1 *3 se mezcla el menor interés es muy parcial y no es un
referidas al sujeto (a su sentimiento), este juicio es en­ juicio puro de gusto. No hay que estar preocupado en lo
tonces siempre estético. más mínimo de la existencia de la cosa, sino permanecer
totalmente indiferente, tocante a ella, para hacer el papel
§ 2 de juez en cosas del gusto.
Pero esta proposición, que es de una importancia ca­
La satisfacción que determina el juicio de gusto pital, no podemos dilucidarla mejor que oponiendo a la
es totalmente desinteresada pura satisfacción desinteresada ( 1 ) en el juicio de gusto,
aquella otra que va unida con interés, sobre todo, si po­
Llámase interés a la satisfacción que unimos con la demos estar seguros, al propio tiempo, de que no hay más
representación de la existencia de un objeto. Semejante ciases de interés que las que ahora vamos a citar.
interés está, por tanto, siempre en relación con la facultad
de desear, sea como fundamento de determinación de la
misma, sea, al menos, como necesariamente unida al fun­ (1) Un juicio sobre un objeto de la satisfacción puede ser total­
damento de determinación de la misma. Ahora bien, cuan­ mente desinteresado, y, sin embargo, muy interesante, es decir, no
fundarse en interés alguno, pero producir un interés; así son todos
do se trata de si algo es bello, no quiere saberse si la: los juicios morales puros. Pero los juicios de gusto no establecen,
existencia de la cosa importa o solamente puede importar en sí, tampoco interés alguno. Sólo en la sociedad viene a ser
algo a nosotros o a algún otro, sino de cómo la juzgamos interesante tener gusto, y de esto se mostrará el motivo en la con­
tinuación.
MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 105

Pero entendemos en la definición anterior, bajo la pa­


§ 3 labra sensación, una representación objetiva de los sen­
tidos; y para no correr ya más el peligro de ser mal in­
La satisfacción en lo «agradable» está unida con 'interés terpretado, vamos a dar el nombre, por lo demás, usual,
de sentimiento a lo que tiene siempre que permanecer
A g r a d a b l e es aquello que place a los sentidos en la subjetivo y no puede de ninguna manera constituir una
sensación. Aquí preséntase ahora mismo la ocasión de representación de un objeto. El color verde de los prados
censurar y hacer notar una confusión muy ordinaria de pertenece a la sensación objetiva, como percepción de un
la doble significación que la palabra sensación puede te­ objeto del sentido; el carácter agradable del mismo, em­
ner. Toda satisfacción (dícese, o piénsase) es ella misma pero, pertenece a la sensación subjetiva, mediante la cual
sensación (de un placer). Por tanto, todo lo que place, ningún objeto puede ser representado, es decir, al senti­
justamente en lo que place, es agradable (y según los miento, mediante el cual el objeto es considerado como
diferentes grados, o también relaciones con otras sensa­ objeto de la satisfacción (que no es conocimiento del
obj eto).
ciones agradables, es gracioso, amable, delectable, regoci­
jante, etc...). Pero si esto se admite, entonces las impre­ Ahora bien, que un juicio sobre un objeto, en el cual
éste es por mí declarado agradable, expresa un interés
siones de los sentidos, que determinan la inclinación,
hacia el mismo, se colige claramente el deseo de aquel ju i­
o los principios de la razón, que determinan la voluntad, o
cio, mediante la sensación, excita hacia objetos semejan­
las meras formas reflexionadas de la intuición, que de­
tes; la satisfacción, por tanto, presupone, no el mero ju i­
terminan el Juicio, son totalmente idénticos, en lo que se
cio sobre aquél, sino la relación de su existencia con mi
refiere al efecto sobre el sentimiento del placer, pues éste
estado, en cuanto éste es afectado por semejante objeto.
sería el agrado en la sensación del estado propio; y De aquí que se diga de lo agradable, no sólo que place,
como, en último término, todo el funcionamiento de nues­ sino que deleita. No es un mero aplauso lo que le dedico,
tras facultades debe venir a parar a lo práctico y uni­ sino que por él se despierta una inclinación; y a lo que
ficarse allí como en su fin, no podríamos atribuir a esas es agradable en modo vivísimo está tan lejos de pertenecer
facultades otra apreciación de las cosas y de su valor que un juicio sobre la cualidad del objeto, que aquellos que
la que consiste en el placer que las cosas prometen. La buscan como fin sólo el goce (pues ésta es la palabra con
manera cómo ellas lo consigan, no importa, al cabo, n ada; la cual se expresa lo interior del deleite) se dispensan
y como sólo la elección de los medios puede establecer aquí gustosos de todo juicio.
una diferencia, resulta que los hombres podrían acusarse
recíprocamente de locura o falta de entendimiento, pero § 4
nunca de bajeza o malicia, porque todos, cada uno según
su modo de ver las cosas, corren hacia un mismo fin, que La satisfacción en lo «bueno» está unida con interés
para cada uno es el placer.
Cuando una determinación del sentimiento de placer B u e n o es lo que, p o r m e d io de la r a z ó n y p o r el s im p le
o de dolor es llamada sensación, significa esta expresión con cep to , p lace. L la m a m o s a una e s p e c ie de bueno, bueno
algo muy distinto de cuando llamo sensación a la repre­ para algo (lo ú t i l ) , cu an do p la c e sólo com o m e d io ; a o tr a
sentación de una cosa (por los sentidos, como una recep­ clase, en c a m b io , bueno en sí, cu a n d o p la c e en sí m ism o.
tividad perteneciente a la facultad de conocer), pues en E n am bos e s tá e n c e r r a d o s ie m p r e el co n ce p to de un fin,
este último caso, la representación se refiere al objeto, p o r lo ta n to , la r e la c ió n d e la ra z ó n con el q u e r e r (a l m e­
pero en el primero, sólo al sujeto, sin servir a conocimien­ nos p o s ib le ) y c o n s ig u ie n te m e n te , una s a tis fa c c ió n en la
to alguno, ni siquiera a aquel por el cual el sujeto se e x is te n c ia de un o b je t o o de una acción , es d e c ir, un c i e r ­
conoce a sí mismo. to in te r é s .
Núm. 1620.—5
106 MANUEL HA NT CRITICA DEL JUICIO jq 7

Para encontrar que algo es bueno tengo que saber fines, a saber; que ella es un estado que nos hace estar
siempre qué clase de cosa deba ser el objeto, es decir, dispuestos para todos nuestros asuntos. En lo que toca
tener un concepto del mismo; para encontrar en él belleza a la felicidad, cada cual cree, sin embargo, finalmente,
no tengo necesidad de eso. Flores, dibujos, letras, rasgos poder dar el nombre de verdadero bien, más aún, del más
que se cruzan, sin intención, lo que llamamos hojarasca, elevado bien, a la mayor suma (en cantidad, como en du­
no significan nada, no dependen de ningún concepto, y, ración) de agrados en la vida. Pero también contra esto
sin embargo, placen. La satisfacción en lo bello tiene que se alza la razón. Agrado es goce. Si éste, pues, es sólo lo
depender de la reflexión sobre un objeto, la cual conduce que importa, sería locura ser escrupuloso en lo que toca
a cualquier concepto (sin determinar cuál), y por esto se a los medios que nos lo proporcionan, sea que lo consiga­
distingue también de lo agradable, que descansa total­ mos pasivamente por la liberalidad de la naturaleza, o
mente sobre la sensación. por nuestra propia actividad y nuestra propia acción. Pero
Cierto es que lo agradable y lo bueno parecen, en mu­ la razón no se dejará nunca convencer de que la existencia
chos casos, ser lo mismo. Diráse así comúnmente que todo de un hombre que sólo vive (por muy ocupado que esté
deleite (sobre todo, el duradero) es bueno en sí mismo, en este asunto) para gozar, tenga en sí un valor aun
lo cual significa, próximamente, que lo agradable duradero cuando ese hombre dé en ayudar, lo mejor posible, como
y lo bueno son lo mismo. Pero puede notarse pronto que medio, a otros que también igualmente no buscan más
esto es sólo una defectuosa confusión de las palabras, que el goce, gozando con ellos todos los deleites, por sim­
porque los conceptos característicos que dependen de esas patía. Sólo por lo que él haga, sin consideración al goce,
expresiones no pueden, de ningún modo, trocarse uno por en toda libertad e independientemente de lo que la natu­
otro. Lo agradable, que, como tal,' representa el objeto raleza, aun pasivamente, pueda proporcionarle, da él un
solamente con relación al sentido, tiene que ser colocado, valor absoluto a su existencia, como existencia de una
mediante el concepto de un fin, bajo principios de la ra­ persona, y la felicidad no es, a pesar de toda la abundan­
zón, para llamarle bueno como objeto de la voluntad. Pero cia de sus agrados, ni con mucho, un bien incondicio­
si lo que deleita lo llamo ai: mismo tiempo bueno, resulta nado ( 1 ).
entonces una relación totalmente distinta con la satisfac­ Pero aparte de toda esa diferencia entre lo agradable
ción ; y es fácil verlo, porque en lo bueno viene siempre y lo bueno, concuerdan, sin embargo, ambos en que están
la cuestión de saber si es sólo mediata o inmediatamente siempre unidos con un interés en su objeto; no sólo lo
bueno (útil o bueno en sí), y, en cambio, en lo agradable agradable (§ 3) y lo bueno mediato (lo útil), que place,
no hay cuestión alguna sobre esto, puesto que la palabra como medio para algún agrado, sino también lo bueno
significa siempre algo que place inmediatamente (del mis­ absolutamente y en todo sentido, a saber: el bien moral,
mo modo que ocurre también con lo que llamo bello). que lleva consigo el más alto interés, pues el bien es el
Aun en el hablar más ordinario distínguese lo agrada­ objeto de la voluntad (es decir, de una facultad de desear
ble de lo bueno. De un manjar que excita el gusto con determinada por la razón). Ahora bien, querer algo y
especias y otros ingredientes dícese, sin titubear, que es tener una satisfacción en la existencia de ello, es decir,
agradable, confesando al mismo tiempo que no es bueno, tomar interés en ello, son cosas idénticas.
porque si bien inmediatamente deleita al gusto, en cam­
bio, considerado mediatamente, es decir, por medio de la
razón, que mira más allá a las consecuencias, disgusta. (1) Una obligación de gozar es un absurdo evidente; igualmente
ha de serlo también una supuesta obligación de realizar todos los
Puede notarse esta diferencia aun en el juicio sobre la actos que tienen en su término solamente el goce, por muy espiri­
salud. Ésta es inmediatamente agradable para todo el tualmente que se le quiera pensar y adornar, y aunque sea un goce
que la posee (por lo menos, negativamente, es decir, como místico, el llamado celeste.
ausencia de todo lo corporal). Pero para decir que ella es
buena, hay que referirla además, mediante la razón, a
108 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO ¡09

sólo más adelante puede recibir su completa justificación y


§ 5 aclaración. Puede decirse que, entre todos estos tres mo­
dos de la satisfacción, la del gusto en lo bello es la única
Comparación de los tres modos específicamente diferentes satisfacción desinteresada y libre, pues no hay interés
de la satisfacción alguno, ni el de los sentidos ni el de la razón, que arran­
que el aplauso. Por eso, de la satisfacción puede decirse
Lo agradable y lo bueno tienen ambos una relación en los tres casos citados, que se refiere a inclinación, o a
con la facultad de desear y, en cuanto la tienen, llevan complacencia, o a estimación. Pues bien, c o m p l a c e n c ia
consigo: aquél, una satisfacción patológico-condicionada es la única satisfacción libre. Un objeto de la inclinación
(mediante estímulos, stímulos), y éste, una satisfacción y uno que se imponga a nuestro deseo mediante una ley
pura práctica. Esa satisfacción se determina no sólo por de la razón no nos dejan libertad alguna para hacer de
la representación del objeto, sino, al mismo tiempo, por algo un objeto de placer para nosotros mismos. Todo in­
el enlace representado del sujeto con la existencia de terés presupone exigencia o la produce y, como funda­
aquél. No sólo el objeto place, sino también su existen­ mento de determinación del aplauso, no deja ya que el
cia (1 ). En cambio el juicio de gusto es meramente con­ juicio sobre el objeto sea libre.
templativo, es decir, un juicio que, indiferente en lo que En lo que concierne al interés de la inclinación en lo
toca a la existencia de un objeto, enlaza la constitución de agradable, recuérdese que cada cual dice: el hambre es
éste con el sentimiento de placer y dolor. Pero esta con­ la mejor cocinera y a los que tienen buen apetito gusta
templación misma no va tampoco dirigida a conceptos, todo con tal de que sea comestible. Por lo tanto, seme­
pues el juicio de gusto no es un juicio de conocimiento jante satisfacción no demuestra elección alguna según el
(ni teórico ni práctico) ( 2), y, por tanto, ni fundado en gusto. Sólo cuando se ha calmado la necesidad puede
conceptos, ni que los tenga como fin. decidirse quién tiene o no tiene gusto entre muchos. Tam­
Lo agradable, lo bello, lo bueno, indican tres relaciones bién hay costumbres (conducta) sin virtud, cortesía sin
diferentes de las representaciones con el sentimiento de benevolencia, decencia sin honorabilidad..., etc... Pues don­
placer y dolor, con referencia al cual nosotros distingui­ de habla la ley moral, ya no queda objetivamente elección
mos unos de otros los objetos o modos de representación. libre alguna, en lo que toca a lo que haya de hacerse y
Las expresiones conformes a cada uno, con las cuales se mostrar gusto en su conducta (o en el juicio de las de
indica la complacencia en los mismos, no son iguales. otros) es muy otra cosa que mostrar su manera de pen­
Agradable llámese a lo que d e l e i t a ; bello, a lo que sólo sar moral, pues ésta encierra un mandato y produce una
PLACE; bueno, a lo que es a p r e c ia d o , aprobado (3 ), es exigencia, mientras que, en cambio, el gusto moral no
decir, cuyo valor objetivo es asentado. El agrado vale hace más que jugar con los objetos de la satisfacción,
también para los animales irracionales; belleza, sólo para sin adherirse a ninguno de ellos.
los hombres, es decir, seres animales, pero razonables,
aunque no sólo como tales (verbigracia, espíritus), sino,
al mismo tiempo, como animales (4) ; pero lo bueno, para Definición de lo bello deducida del primer momento
todo ser razonable en general. Proposición es ésta que
G u s t o es la fa c u lta d de ju z g a r un o b je t o o una r e p r e ­
s e n ta c ió n m e d ia n te una s a tis fa c c ió n o un d e sc o n te n to , sin
(1) Esa frase falta en la primera edición. <N. del T.)
(2) En la primera edición, el paréntesis dice sólo («teó rico »). interés alguno. E l o b je t o d e s e m e ja n te s a tis fa c c ió n llá ­
(N o ta del T .) m ase bello.
(3) La palabra «aprobado» falta en la primera edición. (N ota
del T .)
(4) Las palabras: «aunque no sólo como tales (verbigracia, es­
píritus)..., como animales», faltan en la primera edición. ( N. del T .)
110 MANUEL KANT
CRITICA DEL JUICIO

SEGUNDO MOMENTO § 7
del juicio de gusto, a saber, según su cantidad Comparación de lo bello con lo agradable y con lo bueno
por medio del carácter citado
§ 6
En lo que toca a lo agradable, reconoce cada cual que
Lo bello es lo que, sin concepto, es representado como su juicio, fundado por él en un sentimiento privado y
objeto de una satisfacción «universal» mediante el cual él dice de un objeto que le place, se limita
también sólo a su persona. Así es que cuando, verbigracia,
Esta definición de lo bello puede deducirse de la ante­ dice: « E l vino de Canarias es agradable», admite sin di­
rior definición como objeto de la satisfacción, sin interés ficultad que le corrija otro la expresión y le recuerde que
alguno. Pues cada cual tiene consciencia de que la satis­ debe decir: «M e es agradable.» Y esto, no sólo en el gusto
facción en lo bello se da en él sin interés alguno, y ello de la lengua, del paladar y de la garganta, sino también
no puede juzgarlo nada más que diciendo que debe en­ en lo que puede ser agradable a cada uno para los ojos
cerrar la base de la satisfacción para cualquier otro, pues y los oídos. Para uno, el color de la violeta es suave y
no fundándose ésta en una inclinación cualquiera del su­ amable, para otro, muerto y mustio. Uno gusta del sonido
jeto (ni en cualquier otro interés reflexionado), y sintién­ de los instrumentos de viento, otro del de los de cuerda.
dose, en cambio el que juzga, completamente libre, con Discutir para tachar de inexacto el juicio de otros, apar­
relación a la satisfacción que dedica al objeto, no puede tado del nuestro, como si estuviera con éste en lógica opo­
encontrar, como base de la satisfacción, condiciones pri­ sición, sería locura. En lo que toca a lo agradable, vale,
vadas algunas de las cuales sólo su sujeto dependa, de­ pues, el principio de que cada uno tiene su gusto propio
biendo, por lo tanto, considerarla como fundada en aquello (de los sentidos).
que puede presuponer también en cualquier otro. Consi­ Con lo bello ocurre algo muy distinto. Sería (exacta­
guientemente, ha de creer que tiene motivo para exigir a mente al revés) ridículo que alguien, que se preciase un
cada uno una satisfacción semejante. Hablará, por lo tan­ tanto de gusto, pensara justificarlo con estas palabras:
to, de lo bello, como si la belleza fuera una cualidad del «E se objeto (el edificio que vemos, el traje que aquél lleva,
objeto y el juicio fuera lógico (como si constituyera, me­ el concierto que oímos, la poesía que se ofrece a nuestro
diante concepto del objeto, un conocimiento del mismo), juicio) es bello para m í.» Pues no debe llamarlo bello si
aunque sólo es estético y no encierra más que una relación sólo a él le place. Muchas cosas pueden tener para él en­
de la representación del objeto con el sujeto, porque tiene, canto y agrado, que eso a nadie le importa; pero, al
con el lógico, el parecido de que se puede presuponer en estimar una cosa como bella, exige a los otros exacta­
él la validez para cada cual. Pero esa universalidad no mente la misma satisfacción; juzga, no sólo para sí, sino
puede tampoco nacer de conceptos, pues no hay tránsito para cada cual, y habla entonces de la belleza como si
alguno de los conceptos al sentimiento de placer o dolor fuera una propiedad de las cosas. Por lo tanto, dice: La
(excepto en las leyes puras prácticas, que, en cambio, lle­ cosa es bella y, en su juicio de la satisfacción, no cuenta
van consigo un interés que no va unido al puro juicio de con la aprobación de otros porque los haya encontrado a
gusto.) Consiguientemente, una pretensión a la validez para menudo de acuerdo con su juicio, sino que la exige de
cada cual, sin poner universalidad en objetos, debe ser in­
ellos. Los censura si juzgan de otro modo y les niega el
herente al juicio de gusto, juntamente con la consciencia de
gusto, deseando, sin embargo, que lo tengan. Por lo tanto,
la ausencia en el mismo de todo interés, es decir, que una
no puede decirse: Cada uno tiene su gusto particular. Esto
pretensión a universalidad subjetiva debe ir unida con él.
significaría tanto como decir que no hay gusto alguno, o
I'- ~'.ZA DEL JUICIO H3
H 2 MANUEL 1
_ pretensión a validez universal pertenece tan esencial-
sea que no hay juicio estético que pueda pretender le*»- 1
re a un juicio mediante el cual declaramos algo bello,
timamente a la aprobación de todos.
Sin embargo, encuéntrase también, en lo que se refiere I ...5. sin pensarla en él, a nadie se le ocurriría emplear
a lo agradable, que en el juicio sobre éste puede d arse j - - ^ expresión, y entonces, en cambio, todo lo que place
unanimidad entre los hombres. Y entonces, con relación 1 concepto vendría a colocarse en lo agradable, sobre
a ésta, niégase el gusto a unes y se le atribuye a otrtMM - cual se deja a cada uno tener su gusto para sí y nadie
y no, por cierto, en la significación de sentido orgánie:. scige de otro aprobación para su juicio de gusto, cosa
sino como facultad de juzgar referente a lo agradable :ue. sin embargo, ocurre siempre en el juicio de gusto
Así, de un hombre que sabe tan bien entretener a sus in- ] 50ore la belleza. Puedo dar al primero el nombre de
vitados con agrados (del goce, por todos los sentidos . 1 .-jsto de los sentidos y al segundo el de gusto de refle­
que todos encuentran placer, dícese que tiene gusto. Pero I xión, en cuanto el primero enuncia sólo juicios privados y
aquí la universalidad se toma sólo comparativamente, y t. segundo, en cambio, supuestos juicios de valor univer-
aquí tan sólo reglas generales (como son todas las empí­ 5.a1 (públicos). Ambos, sin embargo, enuncian juicios es­
ricas) ( 1 ) y no universales, siendo, sin embargo, estas t i c o s (no prácticos) sobre un objeto, sólo en considera-
últimas las que el juicio de gusto sobre lo bello requiere don de las relaciones de su representación con el senti­
y pretende alcanzar. Es un juicio en relación: con la so­ miento de placer y dolor. Ahora bien, ya que no sólo la
ciabilidad, en cuanto ésta descansa en reglas empíricas. experiencia muestra que el juicio del gusto de los senti­
En lo que se refiere al bien, los juicios pretenden también lo s (del placer o dolor por algo) carece de valor universal,
tener, con razón, por cierto, validez para todos. Pero el ~ino que también cada cual es por sí mismo bastante
bien es representado como objeto de una satisfacción uni­ modesto para no exigir de los otros esa aprobación (aun­
versal sólo mediante un concepto, lo cual no es el caso ni que realmente, a menudo, se encuentra también una con­
de lo agradable ni de lo bello. formidad bastante amplia en estos juicios), resulta ex­
traño que el gusto de reflexión, desatendido también bas­
tante a menudo, como lo enseña la. experiencia, en su
§ 8 pretensión a la validez universal de su juicio (sobre lo
bello), pueda, sin embargo, encontrar posible (cosa que
La universalidad de la satisfacción es representada realmente hace) el representarse juicios que puedan exi­
en un juicio de gusto sólo como subjetiva gir esa universal aprobación y la exija, en realidad, para
cada uno de sus juicios de gusto, sin que los que juzgan
Esa determinación particular de la universalidad de un disputen sobre la posibilidad de semejante pretensión,
juicio estético que se encuentra en un juicio de gusto es habiendo sólo en algunos casos particulares entre ellos
una cosa notable, no por cierto para el lógico, pero sí para disconformidad sobre la aplicación de esa facultad.
el filósofo-transcendental, y exige de éste no poco trabajo Pero aquí hay que notar, ante todo, que una universa-
para descubrir su origen, manifestando, en cambio, tam­ \.\d&d, no descasa, en conceptos del objeto (aunque
bién una propiedad de nuestra facultad de conocer, que sólo sean empíricos), no es en modo alguno lógica, sino
hubiera permanecido desconocida sin ese análisis. estética, es decir, que no encierra cantidad alguna obje­
Prim eram ente hay que convencerse totalmente de que, tiva del juicio, sino solamente una subjetiva; para ella
mediante el juicio de gusto (sobre lo bello), se exige a uso yo la expresión validez común, que indica la validez,
CChiO; cual la satisfacción en un objeto, sin apoyarse en no de la relación de una representación con la facultad
un concepto (pues entonces sería esto el bien) y de que de conocer, sino con el sentimiento de placer y dolor para
cada sujeto. (Puede emplearse la misma expresión para la
(1) Las palabras entre paréntesis faltan en la primera edi­ cantidad lógica del juicio, con tal que se añada: validez
ción. (N . del T .)
114 MANUEL KANT
ZRÎTICA DEL JUICIO 115
universal objetiva, a diferencia de la meramente subje- ]
tiva, que siempre es estética.) encontrarse en el juicio sobre lo agradable. Solo los ju i­
Ahora bien, un juicio de valor universal objetivo es cios sobre el bien, aunque determinan también la satis­
siempre también subjetivo, es decir, que cuando alguno 1 facción en un objeto, tienen universalidad lógica y no sólo
vale para todo lo que está encerrado en un concepto dado, estética, pues valen, sobre el objeto, como un conocimiento
vale también para cada uno de los que se representen del mismo, y por eso valen para cada cual.
un objeto mediante ese concepto. Pero de una validez uni- fl Si se juzgan objetos sólo mediante conceptos, piérdese
versal subjetiva, es decir, de la estética, que no descansa toda representación de belleza. Así, pues, no puede haber
en concepto alguno, no se puede sacar una conclusión para tampoco regla alguna según la cual alguien tuviera la
la validez lógica, porque aquella especie de juicios no se obligación de conocer algo como bello. ¿Es un traje, una
refiere en modo alguno al objeto. Justamente por eso, la casa, una flor bella? Sobre esto no se deja nadie persua­
universalidad estética que se añade a un juicio ha de ser dir en su juicio por motivos ni principios algunos. Que­
de una especie particular, porque el predicado de la be­ remos someter el objeto a la apreciación de nuestros ojos
lleza no se enlaza con el concepto del objeto, considerado mismos, como si la satisfacción dependiese de la sensa­
en su total esfera lógica ( 1 ), sino que se extiende ese ción, y, sin embargo, cuando después se dice del objeto
mismo predicado sobre la esfera total de los que juzgan. que es bello, creemos tener en nuestro favor un voto ge­
En consideración a la cantidad lógica, todos los juicios neral y exigimos la adhesión de todo el mundo, mientras
de gusto son juicios individuales, pues como tengo que que toda sensación privada no decide más que para el
comparar el objeto inmediatamente con mi sentimiento contemplador y su satisfacción.
de placer y dolor, y ello no mediante conceptos, aquellos Ahora bien, es de notar aquí que en el juicio del gusto
juicios no pueden tener la cantidad de los juicios obje­ no se postula nada más que un voto universal de esa cla­
tivos con validez común (2). Sin embargo, puede produ­ se, concerniente a la satisfacción sin ayuda de conceptos,
cirse un juicio universal lógico, cuando la representación por tanto, a la posibilidad de un juicio estético que pueda
individual del objeto del juicio de gusto se convierte, al mismo tiempo ser considerado como valedero para cada
según las condiciones que determinen este último, en un cual. El juicio de gusto mismo no postula la aprobación
concepto, mediante comparación. de cada cual (pues esto sólo lo puede hacer uno lógico
Por ejemplo, la rosa que estoy mirando la declaro bella universal, porque puede presentar fundamentos) ; sólo
por medio de un juicio de gusto; en cambio, el juicio que exige a cada cual esa aprobación como un caso de la re­
resulta de la comparación de muchos individuales, a sa­ gla, cuya confirmación espera, no por conceptos, sino por
ber: las rosas, en general, son bellas, enunciase ahora, no adhesión de los demás. El voto universal es, pues, sólo
sólo como estético, sino como un juicíp lógico fundado una idea (aquí no se investiga aún sobre qué descanse).
en uno estético. Ahora bien, el jüfciol la rosa es (en el Que el que cree enunciar un juicio de gusto, juzga en
olor) (3) agradable, es ciertamente estético e individual, realidad a medida de esa idea, es cosa que puede ser in­
pero no un juicio del gusto, sino de los sentidos. Se dife­ cierta; pero que él lo refiere a ella, y, por lo tanto, que
rencia del primero en esto, a saber: que el juicio de gus­ ha de ser un juicio de gusto, lo declara él mismo, me­
to lleva consigo una cantidad estética de universalidad,
diante la expresión de belleza. Pero para si mismo, me­
es decir, de validez para cada hombre, la cual no puede
diante la mera consciencia de la privación de todo aquello
que pertenece a lo agradable y al bien, puede él llegar
(1) La palabra «lógica» falta en la primera edición. ÍN . del T .) a estar seguro de la satisfacción que aún le queda; y esto
(2) En la primera y segunda edición dice: «D e un juicio objetivo
con validez común.» (N . del T .) es todo en lo que él se promete la aprobación de cada
(3) En el texto de las tres ediciones dice: («en el u so»); im cual, pretensión a la cual tendrá derecho, bajo esas con­
Grebauche. Erdmann propone, y Vorländer lo acepta, en su edición, diciones, si no faltase a menudo contra ellas, y, por tanto,
que se lea im Gerüche, en el olor. (N . del T.)
no enunciase un juicio de gusto erróneo.
JJ6 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 117

es dado, para que de ahí salga un conocimiento en gene­


§ 9 ral, requiere la imaginación, para combinar lo diverso de
la intuición, y el entendimiento, para la unidad del con­
Investigación de la cuestión de si, en el juicio de gusto, cepto que une las representaciones. Ese estado de un libre
el sentimiento de placer precede al juicio del objeto o éste juego de las facultades de conocer, en una representación,
precede a aquél mediante la cual un objeto es dado, debe dejarse comu­
nicar universalmente, porque el conocimiento, como de­
La solución de este problema es la clave para la crítica terminación del objeto, con la cual deben concordar re­
del gusto y, por lo tanto, digna de toda atención. presentaciones dadas (cualquiera que sea el sujeto en que
Si el placer en el objeto dado fuese lo primero y sólo se den), es el único modo de representación que vale para
la universal comunicabilidad del mismo debiera ser atri­ cada cual.
buida, en el juicio de gusto, a la representación del objeto, La universal comunicabilidad subjetiva del modo de
semejante proceder estaría en contradicción consigo mis­ representación en un juicio de gusto, debiendo realizarse
mo, pues ese placer no sería otra cosa que el mero agrado sin presuponer un concepto, no puede ser otra cosa más
de la sensación, y, por tanto, sfegún su naturaleza, no que el estado de espíritu en el libre juego de la imagina­
podría tener más que una validez privada, porque depende ción y del entendimiento (en cuanto éstos concuerdan re­
inmediatamente de la representación por la cual el objeto cíprocamente, como ello es necesario para un conocimiento
es dado. 3 en general), teniendo nosotros consciencia de que esa re­
Así, pues, la capacidad universal de comunicación del lación subjetiva, propia de todo conocimiento, debe tener
estado de espíritu, en la representación dada, es la que igual valor para cada hombre y, consiguientemente, ser
tiene que estar a la base del juicio de gusto, como sub­ umversalmente comunicable, como lo es todo conocimien­
jetiva condición del mismo, y tener, como consecuencia, to determinado, que descansa siempre en aquella relación
el placer en el objeto. Pero nada puede ser universalmen­ como condición subjetiva.
te comunicado más que el conocimiento y la representa­ Este juicio, meramente subjetivo (estético), del objeto
ción, en cuanto pertenece al conocimiento, pues sólo en o de la representación que lo da, precede, pues, al placer
este caso es ella objetiva, y sólo mediante él tiene un punto en el mismo y es la base de ese placer en la armonía de
de relación universal con el cual la facultad de represen­ de las facultades de conocer; pero en aquella universa­
tación de todos está obligada a concordar. Ahora bien, lidad de las condiciones subjetivas del juicio de los obje­
si la base de determinación del juicio sobre esa comuni­ tos fúndase sólo esa validez universal subjetiva de la sa­
cabilidad general de la representación hay que pensarla tisfacción, que unimos con la representación del objeto
sólo subjetivamente, que es, a saber, sin un concepto del llamado por nosotros bello.
objeto, entonces no puede ser otra más que el estado del Que el poder comunicar su estado de espíritu, aun sólo
espíritu, que se da en la relación de las facultades de en lo que toca las facultades de conocer, lleva consigo un
representar unas con otras, en cuanto éstas refieren una placer, podríase mostrar fácilmente por la inclinación na­
representación dada al conocimiento general. tural del hombre a la sociabilidad (empírica y psicológica­
Las facultades de conocer, puestas en juego mediante mente). Pero esto no basta para nuestro propósito. El
esa representación, están aquí en un juego libre, porque placer que sentimos, lo exigimos a cada cual en el juicio
ningún concepto determinado las restringe a una regla de gusto como necesario, como si cuando llamamos alguna
particular de conocimiento. Tiene, pues, que ser el estado cosa bella hubiera de considerarse ésto como una pro­
de espíritu, en esta representación, el de un sentimiento piedad del objeto, determinada en él por conceptos, no
del libre juego de las facultades de representar, en una siendo, sin embargo, la belleza, sin relación con el senti­
representación dada para un conocimiento en general. miento del sujeto, nada en sí. Pero el examen de esta
Ahora bien, una representación mediante la cual un objeto cuestión debemos reservarlo hasta después de la contes-
218 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 21?

tación a esta obra, a saber: sí y cómo sean posibles juicios ción proporcionada que exigimos para todo conocimien­
estéticos a priori. to, y que tenemos consiguientemente por valedera para
Ocupémonos ahora aún con esta cuestión inferior: ¿de todo ser que esté determinado a juzgar mediante enten­
qué manera llegamos a ser conscientes de una recíproca dimiento y sentidos (para todo hombre).
y subjetiva concordancia de las facultades de conocer
entre sí en el juicio de gusto, estéticamente, mediante el
mero sentido interior y la sensación, o intelectualmente, Definición de lo bello deducida del segundo momento
mediante la consciencia de la intencionada actividad con
que ponemos en juego aquellas facultades? Bello es lo que, sin concepto, place universalmente.
Si la representación dada, ocasionadora del juicio de
gusto, fuera un concepto que juntara entendimiento e ima­
ginación en el juicio del sujeto para un conocimiento del TERCER MOMENTO
objeto, en ese caso, la consciencia de esa relación sería
intelectual (como en el esquematismo objetivo del Juicio de los juicios de gusto según la «relación» de los fines
de que la Crítica t r a t a ); pero entonces, el juicio no re­ que es en ellos considerada
caería en relación con el placer y el dolor y, por tanto, no
sería un juicio de gusto. Ahora bien, el juicio de gusto de­
termina el objeto, independientemente de conceptos, en § 10
consideración de la satisfacción y del predicado de la be­
lleza. Así, pues, aquella unidad de la relación no puede D e la finalidad en y eneral
hacerse conocer más que por la sensación. La animación
de ambas facultades (la imaginación y el entendimiento) Si se quiere definir lo que sea un fin, según sus deter­
para una actividad determinada ( 1 ), unánime, sin embar­ minaciones transcendentales (sin presuponer nada empíri­
go, por la ocasión de la representación dada, actividad co, y el sentimiento del placer lo es), diríase que el fin es
que es la que pertenece a un conocimiento en general, es el objeto de un concepto, en cuanto éste es considerado
la sensación cuya comunicabilidad universal postula el como la causa de aquél (la base real de su posibilidad).
juicio de gusto. Una relación objetiva, si bien no puede La causalidad de un concepto, en consideración de su
ser más que pensada, sin embargo, en cuanto, según sus objeto, es la finalidad (forma finolis). Así, pues, donde
condiciones, es subjetiva, puede ser sentida en el efecto se piensa no sólo el conocimiento de un objeto, sino el
sobre el espíritu; y una relación sin concepto alguno a objeto mismo (su forma o existencia) como efecto posi­
su base (como la de las facultades de representación con ble tan sólo mediante un concepto de este último, allí se
una facultad general de conocer) no hay otra consciencia piensa un fin. La representación del efecto es aquí el
posible de la misma más que mediante la sensación de) motivo de determinación de su causa y precede a esta
efecto, que consiste en el juego facilitado de ambas facul­ última. La consciencia de la causalidad de una represen­
tades del espíritu (la imaginación y el entendimiento), tación en relación con el estado del sujeto, para conser­
animadas por una concordancia recíproca. Una represen­ varlo en ese mismo estado, puede expresar aquí, en gene­
tación que sola y sin comparación con otras, tiene, sin ral, lo que se llama placer; dolor es, al contrario, aquella
embargo, una concordancia con las condiciones de la uni­ representación que encierra el fundamento para deter­
versalidad, que constituye el asunto del entendimiento minar el estado de las representaciones hacia su propio
en general, pone las facultades de conocer en la disposi­ contrario (tenerlas alejadas o despedirlas) ( 1 ).

(1) La primera y la segunda edición dicen «indeterminada». (N ota (1) Las palabras entre paréntesis no están en la primera edi­
del T .) ción. (N . del T.)
120 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 121

La facultad de desear, en cuanto es determinable sólo placer que, mediante el juicio de gusto, es declarado al
por conceptos, es decir, por la representación de obrar mismo tiempo valedero para cada cual; consiguientemen­
según un fin, sería la voluntad. Dícese de un objeto o de te, ni un agrado que acompañe la representación, ni la
un estado del espíritu o también de una acción, que es representación de la perfección del objeto, ni el concepto
final, aunque su posibilidad no presuponga necesariamen­ del bien, pueden encerrar el fundamento de determina­
te la representación de un fin, sólo porque su posibilidad ción. Así, pues, nada más que la finalidad subjetiva en la
no puede ser explicada y concebida por nosotros más que representación de un objeto, sin fin alguno (ni objetivo
admitiendo a su base una causalidad según fines, es decir, ni subjetivo) y por consiguiente, la mera forma de la
una voluntad que la hubiera ordenado según la represen­ finalidad en la representación, mediante la cual un objeto
tación de una cierta regla. La finalidad puede, pues, ser no es dado, en cuanto somos conscientes de ella, puede
fin, en cuanto nosotros no ponemos las causas de esa for­ constituir la satisfacción que juzgamos, sin concepto, como
ma en una voluntad, sin poder, sin embargo, hacernos universalmente comunicable, y, por tanto, el fundamento
concebible la explicación de su posibilidad más que dedu­ de determinación del juicio de gusto.
ciéndola de una voluntad. Ahora bien, no tenemos siempre
necesidad de considerar con la razón (según su posibi­
lidad) aquello que observamos. Así, una finalidad según § 12
la forma, aun sin ponerle a la base un fin (como materia
del nexus finalis), podemos, pues, al menos observarla y El juicio de gusto descansa en fundamentos «a priori*
notarla en los objetos, aunque no más que por la re­
flexión. Constituir a priori el enlace del sentimiento del placer
o dolor, como un efecto, con alguna representación (sen­
§ 11 sación o concepto), como su causa, es absolutamente im­
posible, pues esto sería una relación causal ( 1 ), la cual
El juicio de gusto no tiene a su base nada más que la (entre objetos de la experiencia) no puede ser conocida
« forma de la finalidad» de un objeto (o del modo de re­ nunca más que a posteriori y por medio de la experiencia
presentación del mismo) misma. Es cierto que en la Crítica de la razón práctica,
el sentimiento del respeto (como una modificación par­
Todo fin, cuando se le considera como base de la sa­ ticular y característica de aquel sentimiento, que no quiere
tisfacción, lleva consigo siempre un interés, como motivo coincidir bien, ni con el placer, ni con el dolor que reci­
de determinación del juicio sobre el objeto del placer. bimos de objetos empíricos), fue deducido por nosotros
Así, pues, no puede ningún fin subjetivo estar a la base a priori de conceptos universales morales. Pero allí podía­
del juicio de gusto. Pero tampoco puede determinar el mos pasar los límites de la experiencia y apelar a una
juicio de gusto representación alguna de un fin objetivo, causalidad que descansaba en una cualidad suprasensible
es decir, de la posibilidad del objeto mismo, según prin­ del sujeto, a saber, la de la libertad. Pero, aun allí, no
cipios del enlace fina¿l y, por lo tanto, concepto alguno del dedujimos propiamente ese sentimiento de la idea de le
bien, porque éste es un juicio estético y no un juicio de moral como causa, sino solamente fue deducida de ésta
conocimiento, y no se refiere, pues, a ningún concepta de la determinación de la voluntad. El estado de espíritu,
la propiedad y de la interior o exterior posibilidad de! empero, de una voluntad determinada por algo, es ya en
objeto, mediante esta o aquella causa, sino sólo a la rela­ sí un sentimiento de placer, idéntico con él, y así no sigue
ción mutua de las facultades de representación, en cuanto de él como efecto; y esto último sólo debería admitirse
son determinadas por una representación.
Ahora bien; esa relación en la determinación de un (1) En la primera edición dice «relación causal particular».
objeto como bello está enlazada con el sentimiento de un íN o ta del T.)
122 MANUEL KANT HETICA DEL JUICIO 123
e) concepto ó o )o mora), cm?¿? ¿/o? Mop preeed/e&e de- lo hacen, son ellas tan escasas como numerosas son las
terminación de la voluntad mediante la ley, pues entonces sensaciones de aquella clase que se encuentra entre los
el placer, que fuera unido con el concepto, hubiera sido fundamentos de determinación. El gusto es siempre bár­
en vano deducido de él como de un mero conocimiento. baro, mientras necesita la mezcla con encantos y emocio­
Ahora bien, lo mismo ocurre en los juicios estéticos con nes para la satisfacción y hasta hace de éstas la medida
el placer, sólo que aquí éste es solo, contemplativo y no de su aplauso.
tiene interés en influir en el objeto; en el juicio moral, Sin embargo, no sólo los encantos se cuentan a menudo
en cambio, es práctico. L a conciencia de la mera formal entre la belleza (que, sin embargo, debería referirse sólo
finalidad en el juego de las facultades de conocimiento del la form a) como contribución a la satisfacción estética
sujeto, en una representación mediante la cual un objeto universal, sino que son también considerados en sí mis­
es dado, es el placer mismo, porque encierra un funda­ mos como bellezas, considerando, pues como forma la
mento de determinación de la actividad del sujeto, con materia de la satisfacción, equivocación que, como mu­
respecto a la animación de las facultades del mismo, una chas otras, cuya base encierra, sin embargo, siempre algo
interior causalidad, pues (que es final), en consideración verdadero, se deja corregir mediante una cuidadosa de­
del conocimiento en general, pero sin limitarse a un co­ terminación de esos conceptos.
nocimiento determinado y, consiguientemente, una mera Un juicio de gusto, sobre el cual encanto y emoción
forma de la finalidad subjetiva de una representación en no ejercen influjo alguno (aunque se dejen éstos enlazar
un juicio estético. Ese placer no es de ninguna manera con la satisfacción en lo bello), y que tiene, pues, sólo la
práctico, ni como el que tiene la base patológica del agra­ finalidad de la forma como fundamento de determinación,
do, ni como el que tiene la base intelectual del bien re­ es un juicio de gusto puro.
presentado. Tiene, sin embargo, causalidad en sí, a saber:
la de conservar, sin ulterior intención, el estado de la
representación misma y la ocupación de las facultades § 14
del conocimiento. Dilatamos la contemplación de lo bello,
porque esa contemplación se refuerza y reproduce a sí Explicación por medio de ejemplos
misma, lo cual es análogo (pero no idéntico, sin embargo)
a la larga duración del estado de ánimo, producida cuan­ Los juicios estéticos pueden, de igual modo que los teó­
do un encanto ¡a representación del objeto despierta ricos XlogTcÓsTT dividirse erTempíricos y puros. Los pri-
repetidamente la atención, en lo cual el espíritu es pasivo. meros son aq uello's~~qTrr-ttecferaTT-gi^^ j^jlesijgradol
ios segundos, aquellos que declaran la belleza dejmjaJaj-éto
o del modo de represeñtáciÓíTdel mismo; aquéllos son jui-
§ 13 :ios sensibles (juicios estéticos materiales); éstos (como
formales) son los únicos propios juicios de gusto.
El 'puro juicio de gusto es independiente de encanto Un j uicio de gusto es, pues, puro sólo en cuanto ninguna
y emoción satisfacción emlnriba~ se mezcla en su fundamento de
ietermmación. Pero~~esto ocurre" siempre que el encanto
Todo interés estropea el juicio de gusto y le quita su o la emoción tienen una~parte en el juicióTque KaT de
imparcialidad, sobre todo si no pone, como el interés de declarar algo bélto: ^
la razón, la finalidad delante del sentimiento de placer, Ahorá"bTéir; bastantes objeciones se alzan presentando,
sino que funda aquélla en éste. Y esto último ocurre siem­ en último término, el encanto no sólo como ingrediente
pre en los juicios estéticos sobre algo que hace gozar o necesario de la belleza, sino incluso totalmente como bas­
sufrir. De aquí que los juicios así apasionados, o no pue­ tante por sí mismo para ser llamado bello. Un color aisla­
den tener pretensiones a una satisfacción universal, o, si do, por éjehjplo, el verde de un prado, un sonido aislado
124 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO j 25

(a diferencia del grito y del ruido) como el de un violín, son puros, son tenidos por bellos; pero los mezclados no
es declarado bello en sí por la mayoría, aunque ambos tienen esa ventaja, justamente porque, al no ser sencillos,
sólo son la materia de las representaciones, es decir que carécese de medida para juzgar si se les debe o no llamar
parecen tener a su base sólo sensación, y por eso no me­ puros.
recen llamarse más que agradables. Pero se notará al Pero en lo que se refiere a la belleza añadida al objeto
mismo tiempo, empero, que las sensaciones de color, tan­ a causa de su forma, la opinión de que aquella belleza se
to como las de sonido, tienen derecho a valer como bellas puede elevar, por medio del encanto, es un error ordina­
sólo en cuanto ambas son puras; esto es una determina­ rio muy perjudicial al verdadero, incorruptible y profun­
ción que se refiere ya a la forma y es lo único de esas do gusto. Sin duda, pueden, sin embargo, añadirse encan­
representaciones que se deja con seguridad comunicar tos al lado de la belleza para interesar el espíritu por la
universalmente, porque la cualidad de las sensaciones mis­ representación del objeto, además de la satisfacción seca,
mas no puede admitirse como unánime en todos los suje­ y servir así de atractivo para el gusto y la cultura, sobre
tos, y el agrado de un color con preferencia a otro, o el todo, cuando está aún inculto y no ejercitado. Pero esos
sonido de un instrumento musical mejor que el de otro, encantos hacen realmente daño al juicio de gusto, cuando
pueden también difícilmente ser juzgados por todos de atraen a sí la atención como motivo de determinación de
la misma manera. la belleza, pues tan lejos están de añadirle algo, que más
Si se admite, con Euler (1), que los colores son latidos bien sólo en cuanto no dañen a aquella forma, y cuando
(pulsus) del éter que se siguen a tiempos iguales, como el gusto está aún débil e inculto, por condescendencia, de­
las notas musicales son latidos del aire que vibra en el ben ser admitidos, siempre como extraños.
sonido, y, lo que es más importante, que el espíritu per­ En la pintura, escultura, en todas las artes plásticas,
cibe no sólo, por el sentido, el efecto de ellos sobre la ani­ en la arquitectura, en la traza de jardines, en cuanto son
mación del órgano, sino también, por la reflexión, el juego bellas artes, el dibujo es lo esencial, y en éste, la base de
regular de las impresiones (por tanto, la forma en el en­ todas las disposiciones para el gusto la constituye no lo
lace de representaciones diferentes), de lo cual yo, sin que recrea en la sensación, sino solamente lo que, por
embargo, dudo mucho ( 2), entonces color y sonido no su forma, place. Los colores que iluminan la traza per­
serían meras sensaciones, sino ya determinaciones for­ tenecen al encanto; ellos pueden ciertamente animar el
males de la unidad, de una diversidad de las mismas, y objeto en sí para la sensación, pero no hacerlo digno de
entonces también podrían contarse por sí como bellezas. intuición y bello; más bien son, las más de las veces, muy
Pero lo puro, en una especie sencilla de sensación, sig­ limitados por lo que la forma bella exige, y aun allí donde
nifica que la uniformidad de la misma no es estropeada se tolere el encanto^ sólo por ella adquiere nobleza.
ni interrumpida por ninguna sensación extraña, y perte- I Toda forma de los objetos de los sentidos (los externos,
nece sólo a la forma. Entonces puede hacerse abstracción como también mediatamente el interno) es, o figura, o
de la cualidad de aquella esencia de sensación (de si re­ juego; en el último caso, o juego de figuras (en el espacio,
presenta un color y cuál, de si representa un sonido y mímica y danza), o mero juego de sensaciones (en el tiem­
cuál). De aquí que todos los colores sencillos, en cuanto po). El encamto de los colores o de los sonidos agradables
del instrumento, puede añadirse; pero el dibujo, en el pri­
(1) Euler (Leonhard) (1707-1783), matemático alemán, adversario mero, y la composición, en el segundo, constituyen el ob­
de la escuela leibnizio-wolfiana y partidario de Newton y Loche jeto propio del puro juicio de gusto. Y si parece que la
Véanse, sobre esto, sus Cartas a una princesa alemana en la edieión pureza de los colores, como de los sonidos, y también su
francesa de R. Saisset. (N . del T .)
(2) Así está en la primera y segunda edición; la tercera edición diversidad y contraste, añaden a la belleza, no quiere esto
dice «nada», en vez de mucho. Vorländer piensa que este «nada» es decir queY por ser agradables en sí, den igualmente una
una errata de la tercera edición y se atiene al texto de la primera contribución de esa clase a la satisfacción en la forma;
y de la segunda. (N . del T .) lo hacen-so lamente porque hacen esta última más exacta,
CRITICA DEL JUICIO 127
126 MANUEL KANT
tisfacción en un objeto, que por ella llamamos bello, no
determinada y perfectamente intuible, y además animan puede descansar en la representación de su utilidad, se
la representación por su encanto, despertando y mante­
colige suficientemente de los dos anteriores capítulos, pues
niendo la atención sobre el objeto mismo.
entonces no sería una satisfacción inmediata en el objeto,
Incluso los llamados adornos (P arerga), es decir, lo
y esto último es la condición esencial del juicio sobre la
que no pertenece interiormente a la representación total
belleza. Pero una finalidad objetiva interna, es decir, la
del objeto como trozo constituyente, sino, exteriormente
perfección, acércase más al predicado de la belleza, y por
tan sólo, como aderezo y aumenta la satisfacción del gusto,
eso notables filósofos la han tenido por idéntica a la be­
lo hacen, sin embargo, sólo mediante su forma; verbigra­
lleza, aunque añadiendo: cuando es pensada confusamente.
cia, los marcos de los cuadros (1 ), los paños de las esta­
Es de la mayor importancia decidir, en una crítica del
tuas o los peristilos alrededor de los edificios. Pero si el
gusto, si la belleza se deja efectivamente resolver en el
adorno mismo no consiste en la forma bella, si está pues­
concepto de la perfección.
to, como el marco dorado, sólo para recomendar, por su
Para juzgar la finalidad objetiva necesitamos siempre
encanto, la alabanza al cuadro, entonces llámase ornato
el concepto de un fin, y — si esa finalidad ha de ser, no
y daña a la verdadera belleza.
una externa (utilidad), sino una interna— el concepto
La emoción, sensación en donde el agrado se produce
de un fin interno que encierre el fundamento de la posi­
sólo mediante una momentánea suspensión y un desbor­
bilidad interna del objeto. Ahora bien : así como fin, en
damiento posterior más fuerte de la fuerza vital, no per­
general, es aquello cuyo concepto puede ser considerado
tenece en modo alguno a la belleza. La sublimidad (con la
como el fundamento de la posibilidad del objeto mismo,
cual el sentimiento de la emoción está unido), empero,
así también, para representarse una finalidad objetiva en
exige otra medida para el juicio que la que está a la
una cosa, tendrá que precederla el concepto de lo que la
base del gusto, y así, un puro juicio de gusto no tiene,
como fundamento de determinación, ni encanto ni emo­ cosa deba ser, y la concordancia de lo diverso en ella con
ción; en una palabra, ninguna sensación, como materia del este concepto (que da la regla del enlace de la misma con
juicio estético. él) es la perfección cualitativa de una cosa. Distínguese
de ésta totalmente la cuantitativa, como completividad de
cada cosa en su especie, concepto meramente de magnitu­
§ 15
des (de la totalidad), eñ el cual piénsase, como ya previa­
El juicio de gusto es completamente independiente mente determinado, lo que la cosa deba ser, y solamente
del concepto de perfección se inquiere si en ella está todo lo exigible. Lo formal en
la representación de una cosa, es decir, la concordancia
La finalidad objetiva no puede ser conocida más que de lo diverso con lo uno (sin determinar qué deba ser
mediante la relación de lo diverso con un fin determinado, éste), no da por sí a conocer absolutamente ninguna fina­
o sea sólo mediante un concepto. Por esto sólo es ya claro lidad objetiva, porque como se ha hecho abstracción de
que lo bello, cuyo juicio está fundado en una finalidad ese uno como fin (lo que deba ser la cosa), no queda en
meramente formal, es decir, encuna finalidad sin fin, es el espíritu del que tiene la intuición nada más que la
completamente independiente de la representación del finalidad subjetiva de las representaciones, la cual, si
bien, pues este último presupone una finalidad objetiva, bien indica una cierta finalidad del estado de la repre­
es decir, la relación del objeto con un fin determinado. sentación en el sujeto y en éste una facilidad para apre­
La finalidad objetiva es: o externa, es decir, la utilidad, hender con la imaginación una forma dada, no indica,
o interna, es decir, la perfección del objeto. Que la sa- empero, la perfección de objeto alguno, que ahí no es pen­
sado mediante concepto alguno de un fin. Así, por ejem­
plo, si encuentro en el bosque un prado rodeado de árboles,
(1) «Los marcos de los cuadros» es un añadido de la segunda y en círculo, y no me represento por eso fin alguno, a saber,
tercera edición. (N . del T .)
128 MANUEL KAS~
:?.ITICA DEL JUICIO 129
que quizá deba servir para bailes campestres, entonces ac ]
::la. En cambio, si se quisiera dar el nombre de estéticos
se da el menor concepto de perfección mediante la mer*
i conceptos confusos y al juicio objetivo que en ellos se
forma. Representarse una finalidad formal objetiva, per:
: nda, tendríamos un entendimiento que juzga sensible­
sin fin, es decir, la mera forma de una perfección —
mente, o un sentido que representa sus objetos mediante
materia alguna ni concepto con que concordarse, aunqu* 1
:aceptos, ambas cosas contradictorias entre sí (1 ). La
fuera sólo la idea de una conformidad a leyes en gene- 1
ral (1 )— , es una verdadera contradicción. facultad de los conceptos, sean confusos o claros, es el en-
fndimiento, y aunque el entendimiento tiene también
Ahora bien : el juicio de gusto es un juicio estético, e s l
rarte en el juicio de gusto como juicio estético (como en
decir, de tal índole, que descansa en bases subjetivas, j
::dos los juicios), la tiene, sin embargo, no como facultad
cuyo fundamento de determinación no puede ser conceptc I
:el conocimiento de un objeto, sino como facultad de la
alguno; por lo tanto, tampoco el de un fin determinad:
ieterminación del juicio y su representación (sin concep-
Así, mediante la belleza, como finalidad formal subjetiva. ]
:o), según la relación de la misma con el sujeto y el sen-
no es pensada en modo alguno una perfección del objet:
amiento interior de éste, y en cuanto ese juicio es posible
como finalidad supuesta formal, pero, sin embargo, ob- I
jetiva; y vana es aquella distinción entre el concepto de I ?egún una regla universal.
¡O bollo V dol díétl que considera a ambos como distintos 1
solamente por la forma lógica, y según la cual, el primero I
sería un concepto confuso, el segundo un concepto claro
§ 16
de la perfección, idénticos, por lo demás, en su contenido
El juicio de gusto, mediante el cual un objeto es declarado
y origen, pues entonces, entre ellos no habría diferencia
bello, bajo la condición de un concepto determinado, no
específica alguna, sino que el juicio de gusto sería un I
es puro
juicio de conocimiento, igualmente que el juicio mediante I
el cual una cosa es declarada buena, de igual modo que I
Hay dos clases de belleza: belleza libre (pulchritudo
el hombre vulgar, cuando dice que el engaño es injusto, I
vaga) y belleza sólo adherente (pulchritudo adhoerens).
funda su juicio en principios confusos, mientras el filó- I
La primera no presupone concepto alguno de lo que el
sofo lo funda en principios claros; pero, en el fondo, am­
objeto deba ser; la segunda presupone un concepto y la
bos lo fundan en los mismos principios. Pero ya he dicho I
perfección del objeto según éste. Los modos de la pri­
que un juicio estético es único en su clase, y no da ab­
mera llámanse bellezas (en sí consistentes) de tal o cual
solutamente conocimiento alguno (ni siquiera confuso) I
cosa; la segunda es añadida, como adherente a un con­
del objeto, conocimiento que ocurre solamente mediante
cepto (belleza condicionada), a objetos que están bajo el
un juicio lógico; en cambio, refiere la representación, me- I
concepto de un fin particular.
diante la cual un objeto es dado, solamente al sujeto, y I
no hace notar propiedad alguna del objeto, sino sólo la Las flores son bellezas naturales libres. Lo que una flor
debe ser sábelo difícilmente alguien, aparte del botánico,
forma final de la determinación (2) de las facultades de
representación que se ocupan con éste. El juicio se llama y este mismo, que reconoce en ella el órgano de repro­
estético también solamente, porque su fundamento de ducción de la planta, no hace referencia alguna a ese fin
determinación no es ningún concepto, sino el sentimiento natural cuando la juzga mediante el gusto. Así, pues, a
la base de este juicio no hay ni perfección de ninguna
(del sentido interno) de aquella armonía en el juego de I
las facultades del espíritu en cuanto puede sólo ser sen- I especie ni finalidad interna a que se refiera la reunión
de lo diverso. Muchos pájaros (el loro, el colibrí, el ave
(1) «Aunque fuera... en general», añadido en la segunda y ter­ del paraíso), multitud de peces del mar, son bellezas en
cera edición. ( N . del T .)
(2) «En la determinación», añadido en la segunda y tercera edi­
ción. CN. del T .) (1) «Ambas cosas contradictorias entre sí», añadido en la segunda
y tercera edición. (N . del T .)
CRtTICA DEL JUICIO ¡31
130 MANUEL KANT

sí que no pertenecen a ningún objeto determinado por deración al objeto, se hace dependiente del fin en el con­
conceptos en consideración de su fin, sino que placen li­ cepto, como juicio de razón, y, por tanto, es limitado,
bremente y por sí. Así, los dibujos a la grecque, la hoja­ entonces no es ya un libre y puro juicio de gusto.
Ciertamente, mediante ese enlace de la satisfacción es­
rasca para marcos o papeles pintados, etc..., no significan
nada por sí, no representan nada, ningún objeto, bajo tética con la intelectual, gana el juicio de gusto, en que
es fijado, y, si bien no es universal, sin embargo, en con­
un concepto determinado, y son bellezas libres. Puede con­
tarse entre la misma especie lo que en música se llama sideración de algunos objetos determinados, conformes a
un fin, pueden prescribírsele reglas. Éstas no son, sin
fantasía (sin tema), e incluso toda la música sin texto.
En el juicio de una belleza libre (según la mera form a), embargo, entonces, reglas del gusto, sino solamente de la
unión del gusto con la razón, es decir, de lo bello con el
el juicio de gusto es puro. No hay presupuesto concepto
alguno de un fin para el cual lo diverso del objeto dado bien, mediante la cual aquél viene a servir de instrumento
deba servir y que éste, pues, deba representar, y por el para el propósito, en consideración de este último, de
cual la libertad de la imaginación, que, por decirlo así, poner aquella situación de espíritu que se conserva a sí
juega en la observación de la figura, vendría a ser sólo misma y tiene un valor subjetivo universal, bajo aquel
limitada. modo de pensar, que sólo mediante penosa resolución pue­
Pero la belleza humana (y en esta especie, la de un de conservarse, pero tiene un valor objetivo universal.
hombre, una mujer, un niño), la belleza de un caballo, Pero, propiamente, ni la perfección gana por la belleza
de un edificio (como iglesia, palacio, arsenal, quinta), pre­ ni la belleza por la perfección; mas como, cuando com­
supone un concepto de fin que determina lo que deba ser paramos la representación mediante la cual un objeto nos
la cosa; por tanto, un concepto de su perfección: así, es dado (con el objeto en consideración de lo que debe ser)
pues, es belleza adherente. Así como el enlace de lo agra­ mediante un concepto, no puede evitarse el que la junte­
dable (de la sensación) con la belleza, que propiamente mos también con la sensación en el sujeto, resulta que
sólo concierne la forma, impide la pureza del juicio de la facultad total de la representación gana cuando están
gusto, así el enlace del bien (para el cual lo diverso es de acuerdo ambos estados del espíritu.
bueno a la cosa misma, según su fin) con la belleza daña Un juicio de gusto, en lo que se refiere a un objeto
a la pureza de ésta. de fin interno determinado, sería puro sólo en cuanto el
Podrían añadirse inmediatamente en la intuición de que juzga no tuviera concepto alguno de ese fin o hiciera
un edificio muchas cosas que nos pluguieron, si no fuera en su juicio abstracción de él. Pero después, aunque, ha­
porque debe ser una iglesia; podría embellecerse una figu­ biendo juzgado el objeto como belleza libre, hubiera enun­
ra con toda clase de rayas y rasgos ligeros, si bien re­ ciado un juicio de gusto exacto, vendría a ser criticado
gulares, como hacen los neozelandeses con sus tatuajes, por otro que hubiera considerado su belleza como belleza
si no tuviera que ser humana, y ésta podría tener rasgos adherente (mirando al fin del objeto) y acusado de guste
más finos y un contorno de las formas de la cosa más falso, habiendo, ambos, cada uno a su modo, juzgado
bonita y dulce, si no fuera porque debe representar un exactamente: el uno, según lo que tiene ante los sentidos;
hombre o un guerrero. el otro, según lo que tiene en el pensamiento. Por medio
Ahora bien: la satisfacción en lo diverso de una cosa, de esta distinción puédense arreglar algunos disentimien­
en relación con el fin interno que determina su posibilidad, tos de los jueces de gusto sobre belleza, mostrándoles que
es una satisfacción fundada en un concepto; pero la de el uno se atiene a la belleza libre y el otro a la depen­
la belleza es de tal suerte que no presupone concepto al­ diente, que el uno enuncia un juicio de gusto puro, y el
guno, sino que está inmediatamente unida con la repre­ otro, uno aplicado.
sentación mediante la cual el objeto es dado (no mediante
la cual es pensado). Pero si el juicio de gusto, en consi­
132 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO

ser individual como adecuado a una idea. De aquí que


§ 17 aquel prototipo del gusto que descansa, desde luego, sobre
la idea indeterminada de la razón de un máximum, pero
Del ideal de la belleza que no puede ser representada por concepto, sino en una
exposición individual, pueda mejor llamarse el ideal de lo
No puede haber regla objetiva alguna del gusto que bello, que tratamos, aun no estando en posesión de él, sin
determine, por medio de conceptos, lo que sea bello, pues embargo, de producir en nosotros; será, sin embargo, sólo
todo juicio emanado de aquella fuente es estético, es decir, un ideal de la imaginación, justamente porque descansa,
que su fundamento de determinación es el sentimiento del no en conceptos, sino en la exposición; la facultad de ex­
sujeto, y no un concepto del objeto. Buscar un principio poner, empero, es la imaginación. Ahora bien: ¿cómo lle­
del gusto, que ofrezca el criterio universal de lo bello, por gamos a un ideal semejante de la belleza: a priori, o
medio de determinados conceptos, es una tarea infruc­ empíricamente? Y también: ¿qué especie de bello es sus­
tuosa, porque lo que se busca es imposible y contradicto­ ceptible de ideal?
rio en sí. La comunicabilidad general de la sensación (de Primeramente hay que notar bien que la belleza para
la satisfacción o disgusto), de tal índole que tenga lugar, la cual se debe buscar un ideal no es una belleza vaga,
sin concepto y la unanimidad, en lo posible, de todos los sino una belleza fijada por medio de un concepto de fina­
tiempos y de todos los pueblos, en lo que toca a ese sen­ lidad objetiva, y, consiguientemente, tiene que pertenecer
timiento en la representación de ciertos objetos, tal es el al objeto de un juicio de gusto que no sea totalmente
criterio empírico, aunque débil, y que alcanza apenas a puro, sino en parte intelectualizado. Es decir, que en la
poder conjeturar que un gusto conservado así, por medio clase de fundamentos del juicio donde deba encontrarse
de ejemplos, proviene de la base profundamente escondida, un ideal tiene que haber como base alguna idea de la
y común a todos los hombres, de la unanimidad en el razón, según determinados conceptos, que determine a
juicio de las formas bajo las cuales un objeto es dado. priori el fin en que descansa la posibilidad interna del
De aquí que se consideren algunos productos del gusto objeto. Un ideal de bellas flores, de un bello mobiliario,
como ejemplares, no, sin embargo, como si el gusto pu­ de una bella perspectiva, no se puede pensar. Pero tam­
diera adquirirse imitando a otros, pues el gusto ha de ser poco déjase representar ideal alguno de una belleza de­
una propia peculiar facultad; pero el que imita un modelo, pendiente de un fin determinado, verbigracia, una bella
si bien muestra habilidad en cuanto lo consigue, muestra casa-habitación, un bello árbol, un bello jardín, probable­
gusto sólo en cuanto puede juzgar el modelo mismo ( 1 ). mente porque esos fines no son bastante determinados y
De aquí se sigue, pues, que el modelo más elevado, el fijados por su concepto, y, en consecuencia, la finalidad es
prototipo del gusto es, una mera idea que cada uno debe casi tan libre como en la belleza vaga. Sólo aquel que
producir en sí mismo, y según la cual debe juzgar todo tiene en sí mismo el fin de su existencia, el hombre, que
lo que sea objeto del gusto, ejemplo del juicio del gusto y puede determinarse a sí mismo sus fines por medio de la
hasta el gusto de cada cual. Idea significa propiamente razón, o, cuando tiene que tomarlos de la percepción ex­
un concepto de la razón, e ideal, la representación de un terior, puede, sin embargo, ajustarlos a fines esenciales y
universales y juzgar después estéticamente también la
concordancia con ellos, ese hombre es el único capaz de
(1) Los modelos del gusto, en lo que se refiere a arte oratorio,
defien estar compuestos en un lenguaje muerto y safiio: lo primero, un ideal de la belleza, así como la humanidad en su per­
para no tener que sufrir de los cambios que se dan inevitablemente sona, como inteligencia, es, entre todos los objetos en el
en las lenguas vivas, donde las expresiones nobles se tornan ado­ mundo, única capaz de un ideal de la perfección.
cenadas, las usuales envejecen y entran para sólo poco tiempo las
nuevas; lo segundo, para que tenga una gramática que no esté Pero en esto hay dos partes: primeramente, la idea
sometida a un cambio arbitrario de la moda y mantenga así su normal estética, que es una intuición individual (de la
inmutable regla. imaginación) que representa la común medida del juicio
134 MANUEL KANT CR1TICA DEL JUICIO ¿35

del hombre como cosa que pertenece a una especie animal tado mecánicamente, midiendo miles de ellos, adicionando
particular; segundamente, la idea de la razón, que hace la altura, así como la anchura — y gordura— , entre sí, y
de los fines de la humanidad, en cuanto éstos no pueden dividiendo la suma por mil. Pero la imaginación hace eso
representarse sensiblemente, el principio del juicio de la mismo mediante un efecto dinámico que nace de la im­
forma del hombre mediante la cual aquéllos se manifies­ presión de esas figuras en el órgano del sentido interior.)
tan como efecto en el fenómeno. La idea normal tiene Pues cuando, de la misma manera, se ha buscado la ca­
que tomar de la experiencia sus elementos para la figura beza media para ese hombre medio; para aquélla, la nariz
de un animal de una especie particular; pero la finalidad media, y así sucesivamente, la figura que sale está a la
en la construcción de la figura más conveniente para la base de la idea normal del hombre bello en el país donde
común medida universal del juicio estético de cada indi­ se ha establecido esa comparación; de aquí que un negro
viduo de esa especie, la imagen que, por decirlo así, con deba tener necesariamente, bajo esas condiciones empí­
intención, ha estado puesta a la base de la técnica de la ricas ( 1 ), otra idea normal de la belleza de la figura que
naturaleza, y a la cual sólo la especie, en su totalidad, mas un blanco, y un chino otra que un europeo. Lo mismo
no un individuo separado, es adecuada, yace, sin embargo, ocurriría con el modelo de un caballo o de un perro bellos
sólo en la idea del que juzga, la cual, empero, con sus (de una cierta raza). Esa idea normal no es derivada
proporciones, como idea estética, puede ser expuesta en de proporciones sacadas de la experiencia como reglas de­
una imagen, modelo totalmente in concreto. Para hacer terminadas, sino que solamente, según esa idea, son po­
concebible en algún modo cómo esto ocurre (pues ¿quién sibles reglas del juicio. Ella es la imagen que se cierne
puede arrancar totalmente su secreto a la naturaleza?), por encima de todas las intuiciones particulares, en mu­
vamos a intentar una explicación psicológica. chas maneras diferentes, de los individuos para la especie
Es de notar que, de un modo inconcebible para nosotros, entera, imagen que la naturaleza ha tomado como proto­
sabe la imaginación, no sólo volver a llamar a sí los signos : tipo de sus producciones en la misma especie, pero que
de conceptos, incluso de mucho tiempo acá, sino también parece no haber alcanzado totalmente en ningún indivi­
reproducir la imagen y la figura del objeto, sacada de duo; ella no es, de ninguna manera, el 'prototipo total de
inexpresable número de objetos de diferentes clases o de la belleza en esa especie, sino solamente la forma que
una y la misma clase; y más aún, cuando el espíritu es­ constituye la condición indispensable de toda belleza, y,
tablece comparaciones, dejar caer, por decirlo así, una por tanto, solamente la exactitud en la exposición de la
imagen encima de otra, realmente, según toda presunción, especie; ella es, como del famoso Doryphoros de Polykletos
aunque no con suficiente consciencia, y de la congruencia se decía, la regla (igualmente podría servir para esto la
de muchas de la misma clase sacar un término medio que vaca de Myron, en su especie). Por eso mismo no puede
sirva a todas de común medida. Cada cual ha visto miles tampoco encerrar nada específico-característico, pues de
de hombres adultos. Ahora bien: si quiere juzgar el otro modo no sería idea normal para la especie. Su ex­
tamaño normal por apreciación comparativa, entonces la posición no place por belleza, sino sólo porque no contra­
imaginación (según mi opinión) deja caer, una encima de dice a ninguna de las condiciones bajo las cuales una cosa
otra, un gran número de imágenes (quizá todos aquellos de esa especie puede ser bella. La exposición es meramente
m iles); y, si se me permite aquí emplear la analogía de correcta ( 2).
la presentación óptica, en aquel espacio, en donde se unen
en gran número, y en el interior del contorno, donde el
espacio se ilumina con el color más recargado, allí se deja (1) «B ajo esas condiciones empíricas», añadido de la segunda y
tercera edición. (N . del T.)
conocer el tamaño medio, que se aleja igualmente, en (2) Encontrárase que un rostro perfecto, regular, que el pintor
altura y anchura, de los límites extremos de_Jas más pe­ gustaría de tener como modelo, no dice nada las más de las veces,
queñas y de las mayores estaturas. Y ésta es la estatura y es porque no encierra nada característico y expresa así más bien
la idea de la especie que lo específico de una persona. Lo caracterís­
para un hombre bello. (Podría obtenerse el mismo resul­ tico de esta última clase, cuando está exagerado, es decir, cuando
MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO
136
137
De la idea normal de lo bello se diferencia, pues, aun
el ideal del mismo, el cual puede sólo esperarse en la
figura humana, por los motivos ya citados. En ésta está CUARTO MOMENTO
el ideal, que consiste en la expresión de lo moral, sin lo
cual no podría placer universalmente, y, por tanto, posi­ del juicio de gusto según la modalidad de la satisfacción
tivamente (no sólo negativamente en una exposición co­ en los objetos ( 1 )
rrecta). La expresión visible de ideas morales que domi­
nan interiormente al hombre puede, desde luego, tomarse § 18
sólo de la experiencia; pero hacer, por decirlo así, visible
su enlace con todo lo que nuestra razón une con el bien Qué sea la modalidad de un juicio de gusto
moral, en la idea de la finalidad más alta, la bondad de
alma, pureza, fuerza, descanso, etc..., en la exterionización De toda representación puedo decir: es posible al me­
corporal (como efecto de lo interno), es cosa que requiere nos que ella (como conocimiento) esté enlazada con un
ideas puras de la razón, y, con ellas unida, gran fuerza placer. De lo que llamo agradable digo que produce en
de imaginación en el que las juzga, y mucho más aún en mí realmente placer; de lo bello, empero, se piensa que
el que las quiere exponer. La exactitud de un ideal seme­ tiene una relación necesaria con la satisfacción. Ahora
jante de la belleza se demuestra en que no permite que bien, esta necesidad es de una clase especial: no una ne­
se mezcle encanto alguno sensible con la satisfacción en cesidad teórica y objetiva, donde se puede conocer a prio-
su objeto, y, sin embargo, hace tomar en él un gran inte­ ri que cada cual sentirá esa satisfacción en el objeto lla­
rés, lo cual, a su vez, demuestra que el juicio según una mado por mí bello; tampoco una práctica, donde, mediante
regla semejante no puede nunca ser puramente estético conceptos de una pura voluntad razonable que sirve de
y que el juicio según un ideal de la belleza no es un regla a los seres libremente activos, es esa satisfacción
simple juicio del gusto. la consecuencia necesaria de una ley objetiva, y no sig­
nifica nada más que la obligación que se tiene de obrar
absolutamente (sin posterior intención) de una cierta ma­
Definición de lo bello, sacada de este tercer momento nera. Sino que, como necesidad pensada en un juicio es­
tético, puede llamarse solamente ejemplar, es decir, una
Belleza es forma de la finalidad de un objeto en cuanto necesidad de la aprobación por todos de un juicio, consi­
es percibida en él sin la representación de un fin ( 1 ). derado como un ejemplo de una regla universal que no
se puede dar. Como un juicio estético no es un juicio
daña incluso a la idea normal (la finalidad de la especie), llámase objetivo y de conocimiento, esa necesidad no puede dedu­
caricatura. También maestra la experiencia que aquellos rostros cirse de conceptos determinados, y no es, pues, apodíctica.
totalmente regulares encierran en lo interno, generalmente, también Mucho menos puede ser la conclusión de una universalidad
un hombre mediano, probablemente (si hay que admitir que la na­ de la experiencia (de una unanimidad general de los ju i­
turaleza expresa en lo externo las proporciones de lo interno),
porque cuando ninguna de las partes del espíritu está por encima cios sobre la belleza de cierto objeto), pues además de que
de aquella proporción que exige para constituir solamente un hom­
bre sin defectos, no puede esperarse nada de eso que se llama genio,
en el cual la naturaleza parece alejarse de las relaciones ordinarias de arte es ya bastante para tener que confesar que se refiere su
de las facultades del alma en provecho de una sola. figura a una intención cualquiera y a un fin determinado. De aquí
(1) Podríase, contra esa definición, oponer como instancia, que ninguna satisfacción inmediata en su intuición. Una flor, en cambio,
hay cosas en las cuales se ve una forma final, sin reconocer en ellas por ejemplo, una tulipa, se considera como bella porque en su per­
un fin, como, por ejemplo, los instrumentos de piedra sacados de cepción se encuentra una cierta finalidad que, tal como la juzgamos,
viejas tumbas, provistos de un agujero como para un mango: éstos, no se refiere a ningún fin.
aunque muestran claramente en su figura una finalidad, sin embargo, (1) En la primera y segunda edición dice «en el objeto». ( N . del
no por eso se declaran bellos. Pero que se les considere como obra Traductor.)
Núm. 1620.—6
13$ MANUEL LÍANT CR1TICA DEL JUICIO J39

la experiencia en esto proporcionaría difícilmente muchos miento, sino siempre por conceptos, aunque comúnmente
justificantes, no se puede fundar en juicios empíricos con­ como principios oscuramente representados.
cepto alguno de la necesidad de esos juicios. Así, sólo suponiendo que haya un sentido común (por
lo cual entendemos, no un sentido externo, sino el efecto
que nace del juego libre de nuestras facultades de cono­
§ 19 cer), sólo suponiendo, digo, un sentido común semejante,
puede el juicio de gusto ser enunciado.
La necesidad subjetiva que atribuimos al juicio de g%isto
es condicionada
§ 21
El juicio de gusto exige la aprobación de cada cual, y
el que declara algo bello quiere que cada cual deba dar Si se puede suponer con fundamento un sentido común
su aplauso al objeto presente y deba declararlo igualmen­
te bello. El deber [das Sollen j en el juicio estético no es, Conocimientos y juicios, juntamente con la convicción
pues, según los datos todos exigidos para el juicio, ex­ que les acompaña, tienen que poderse comunicar univer­
presado más que condicionalmente. Se solicita la aproba­ salmente, pues de otro modo no tendrían concordancia
ción de todos los demás, porque se tiene para ello un alguna con el objeto: serían todos ellos un simple juego
fundamento que es común a todos, cualquiera que sea subjetivo de las facultades de representación, exactamen­
la aprobación que se pueda esperar, con tal de que se te como lo quiere el escepticismo. Pero si han de poderse
esté siempre seguro de que el caso fue correctamente comunicar conocimientos, hace falta que el estado de es­
subsumido en aquel fundamento como regla del aplauso. píritu, es decir, la disposición de las facultades de cono­
cimiento, con relación a un conocimiento en general, aque­
lla proporción, por cierto, que se requiere para una
§ 20 representación (mediante la cual un objeto nos es dado),
con el fin de sacar de ella conocimiento, pueda también
La condición de la necesidad, a que un juicio de gusto comunicarse universalmente, porque sin ella, como sub­
pretende, es la idea de un sentido común jetiva condición del conocer, no podría el conocimiento
producirse como efecto. Esto ocurre también realmente
Si los juicios de gusto (como los juicios de conocimien­ siempre, cuando un objeto dado, por medio de los senti­
to) tuviesen un principio determinado objetivo, entonces dos, pone en actividad la imaginación para juntar lo di­
el que los enunciase según éste pretendería incondicionada verso y ésta pone en actividad el entendimiento para
unificarlo en conceptos. Pero esa disposición de las facul­
necesidad para su juicio. Si no tuvieran principio alguno,
tades del conocimiento tiene, según la diferencia de los
como los del simple gusto de los sentidos, entonces no
objetos dados, una diferente proporción. Sin embargo,
podría venir al pensamiento necesidad alguna de esos jui­
debe haber una en la cual esa relación interna para la
cios. Así, pues, han de tener un principio subjetivo que
animación (de una por la otra) sea, en general, la más
sólo por medio del sentimiento, y no por medio de concep­
ventajosa para ambas facultades del espíritu con un fin
tos, aunque, sin embargo, con valor universal, determine
de conocimiento (de objetos dados), y esa disposición no
que place o que disgusta. Pero un principio semejante
puede ser determinada más que por el sentimiento (no
no podría considerarse más que como un sentido común,
por conceptos). Pero como esa disposición misma tiene
que es esencialmente diferente del entendimiento común, que poderse comunicar universalmente, y, por tanto, tam­
que también a veces lleva el nombre de sentido común ( sen- bién el sentimiento de la misma (en una representación
sus communis), pues que este último juzga, no por senti­ dada), y como la universal comunicabilidad de un sentí-
140 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO i 4¡

I
miento presupone un sentido común, éste podrá, pues, ante todo, en nosotros un sentido común para más altos
admitirse con fundamento, y, por cierto, sin apoyarse, en fines? ¿Es el gusto, por tanto, una facultad primitiva y
ese caso, en observaciones psicológicas, sino como la con­ natural, o tan sólo la idea de una facultad que hay que
dición necesaria de la universal comunicabilidad de nues­ adquirir aún, artificial, de tal modo que un juicio de gusto
tro conocimiento, la cual, en toda lógica y en todo prin­ no sería, en realidad, con su pretensión a una aprobación
cipio del conocimiento que no sea escéptico, ha de ser universal, más que una exigencia de la razón: la dé pro-
presupuesta. I ducir una unanimidad semejante en la manera de sentir,
I y que el deber (das Sollen), es decir, la necesidad objetiva
§ 22 I de que el sentimiento de todos corra juntamente con el
I de cada uno, no significaría otra cosa más que la posibi­
La necesidad de la aprobación universal, pensada en un lidad de llegar aquí a ese acuerdo, y el juicio de gusto
juicio de gusto, es una necesidad subjetiva que es repre­ I no sería más que un ejemplo de la aplicación de ese prin-
sentada como objetiva bajo la suposición de un sentido

I
® cipio? Eso, ni queremos ni podemos investigarlo ahora
común aquí; sólo tenemos, por ahora, que analizar el juicio del

CEn ningún juicio en donde declaramos algo bello per­


mitimos a alguien que sea de otra opinión, sin fundar,
||
I gusto en sus elementos para unir éstos después en la
idea de un sentido común.

sin embargo, nuestro juicio en conceptos, sino sólo en


nuestro sentimiento, que ponemos a su base, no como un Definición de lo bello deducida del cuarto momento
sentimiento privado, sino como uno comóm^-hora bien :
ese sentido común, para ello, no puede fundarse en la ^ Bello es lo que, sin concepto, es conocido como objeto
experiencia, pues quiere justificar juicios que encierran de una necesaria satisfacción/^
un deber ( eis Sollen) ; no dice que cada cual estará con­
forme con nuestro juicio, sino que deberá estar de acuer­
do. Así, pues, el sentido común, de cuyo juicio presento Nota general a la primera sección de analítica
aquí, como ejemplo, mi juicio de gusto, a quien, por lo
tanto, he añadido una validez ejemplar, es una mera for­ Cuando se saca el resultado de los anteriores análisis,
ma ideal que, una vez supuesta, permite que de un juicio se encuentra que todo viene a parar al siguiente concepto
que concuerde con ella, y esto sobre la misma ya expresada del gusto: que es una facultad de juzgar un objeto en
satisfacción en un objeto, se haga, con derecho, una regla .elación con la libre conformidad a leyes de la imagina­
para cada uno, porque el principio, si bien sólo subjetivo, ción. Ahora bien: si se ha de considerar la imaginación,
sin embargo, tomado como subjetivo-universal (una idea en el juicio de gusto, en su libertad, hay que tomarla,
necesaria a cada cual), en lo que se refiere a la unani­ primero, no reproductivamente, tal como está sometida
midad de varios que juzgan, podría, como uno objetivo, a las leyes de la asociación, sino como productiva y au-
exigir aprobación universal, con tal de que se esté seguro :oactiva (como creadora de formas caprichosas de posible?
de haberlo subsumido correctamente. intuiciones) ; y aunque en la aprehensión de un objeto
Esa norma indeterminada de un sentido común es pre­ iado de los sentidos está atada a una determinada forma
supuesta realmente por nosotros; lo demuestra nuestra de ese objeto, y, por tanto, no tiene libre juego (como en
pretensión a enunciar juicios de gusto. ¿Hay, en realidad, ia poesía), sin embargo, se puede aún concebir bien que
un sentido común semejante como principio constitutivo el objeto pueda justamente ofrecerle una forma tal que
de la posibilidad de la experiencia? O bien, ¿hay un prin­ encierre un estado de asamblaje de lo diverso, como lo hu­
cipio de la razón más alto que impone solamente como biera constituido la imaginación, en concordancia con la
principio regulativo en nosotros, la necesidad de producir, general conformidad del entendimiento con leyes, si se
MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO
142 143
hubiera dejado libre a sí misma. Pero que la imaginación figura de los animales (verbigracia, que tengan sólo un
sea libre, y, sin embargo, por sí misma, conforme a una ojo), como en la de edificios o flores, disgusta, porque eso
ley, es decir, que lleve consigo una autonomía, es una es contrario a un fin, no sólo prácticamente en lo que se
contradicción. Sólo el entendimiento da la ley. Pero cuan­ refiere a un determinado uso de esas cosas, sino también
do la imaginación es obligada a proceder según una ley para el juicio en toda clase de propósito posible, y ese
determinada, entonces determínase por conceptos cómo caso no es el del juicio de gusto, que, cuando es puro,
deba ser, según la forma, su producto; pero, en ese caso, une inmediatamente satisfacción o disgusto, sin referencia
la satisfacción no es la que se da en lo bello, sino en lo al uso o a un fin, con la mera contemplación del objeto.
bueno (de la perfección, y, desde luego, sólo la form al), y La regularidad, que conduce al concepto de un objeto,
el juicio no es un juicio por medio del gusto. Así, pues, es ciertamente la condición indispensable ( conditio sine
una conformidad con leyes sin ley y una subjetiva con­ qua, non) para coger el objeto en una representación única
cordancia de la imaginación y del entendimiento sin una y determinar lo diverso en la forma del mismo. Esa
objetiva, en la que la representación fuere referida a un determinación es un fin con relación al conocimiento, y,
determinado concepto de un objeto, no podrán existir en relación a éste, va ella también siempre unida con
juntamente más que con la libre conformidad del enten­ satisfacción (que acompaña la efectuación de toda in­
dimiento con leyes (la cual es también llamada finalidad tención aun problemática). Pero entonces eso es sólo la
sin fin) y con la característica de un juicio de gusto. aprobación de la solución que satisface a un problema, y
Ahora bien; figuras regulares geométricas, un círculo, no una ocupación libre y conforme a un fin indeterminado
un cuadrado, un cubo, etc., las citan críticos del gusto, de las facultades del espíritu con lo que llamamos bello,
comúnmente, como los más sencillos e indudables ejemplos y en la cual el entendimiento está al servicio de 1a. ima­
de belleza, y, sin embargo, se las llama regulares, porque ginación y no está al de aquél.
no se las puede representar más que considerándolas En una cosa que sólo mediante una intención es posi­
como meras exposiciones de un concepto determinado que ble, en un edificio y hasta en un animal, la regularidad,
prescribe la regla a aquella figura (según la cual sólo es que consiste en la simetría, debe expresar la unidad de la
posible). Uno de los dos debe ser, pues, falso: o aquel intuición, que acompaña al concepto de fin, y con él per­
juicio de los críticos de atribuir belleza a figuras pensa­ tenece al conocimiento. Pero donde sólo se ha de desa­
das, o el nuestro, que encuentra necesaria para la belleza rrollar un libre juego de las facultades de representación
la finalidad sin concepto. sin embargo, con la condición de que en ello no sufra el
Nadie encontrará fácilmente un hombre de gusto obli­ entendimiento ningún choque), como en jardines, adornos
gado a experimentar más satisfacción en la figura de un de los cuartos y toda clase de instrumentos artísticos y
círculo que en la de un contorno irregular, en la de un otros..., evítase, en lo posible, la regularidad, que se pre­
cuadrilátero equilátero y equiángulo más que en otro obli­ senta como esfuerzo; de aquí que el gusto inglés en los
cuo, desigual y, por decirlo así deforme, pues para ello jardines y el barroco en los muebles lleve la libertad de
se requiere sólo entendimiento común y no gusto. Donde la imaginación más bien casi hasta aproximarse a le
se percibe una intención, verbigracia, la de juzgar el ta­ grotesco, y en ese alejamiento de toda imposición de la
maño de una plaza, o de hacer comprensible la relación de regla pone justamente el caso en donde el gusto puede
las partes entre sí y con el todo en una división, ahí son mostrar su mayor perfección en proyectos de la imagi­
necesarias figuras regulares, y, por cierto, de las de la nación.
clase más sencilla; y la satisfacción descansa, no inmedia­ Todo lo rígido-regular (lo que se acerca a la regulari­
tamente en la vista de la figura, sino en la utilidad de la dad matemática) lleva consigo algo contrario al gusto, y
misma para toda clase de propósito posible. Una habita­ es que no proporciona un entretenimiento largo con su
ción cuyas paredes formen ángulos agudos, un jardín dc- contemplación, sino que, en cuanto no se endereza decidi­
igual forma, incluso toda falta de simetría, tanto en la damente al conocimiento o a un fin práctico determinado,
I44 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO
145
produce fastidio. En cambio, aquello en donde la imagina­ se entretiene el espíritu cuando la diversidad con que el
ción puede jugar sin violencia y conforme a su fin es para ojo tropieza lo despierta continuamente; así, por ejemplo,
nosotros siempre nuevo, y no nos cansamos de mirarlo. ocurre cuando se miran las figuras cambiantes de un
Marsden (1), en su descripción de Sumatra, hace la ob­ fuego de chimenea o de un arroyo que corre, los cuales,
servación de que las bellezas libres de la naturaleza ro­ sin ser ninguno de los dos bellezas, llevan consigo, sin
dean al espectador siempre las mismas por todos lados, embargo, un encanto para la imaginación, porque man­
y, por tanto, tienen para él ya poco atractivo; en cambio, tienen su libre juego.
encontrando, en medio de un bosque, un huerto de
pimienta, en donde las estacas alrededor de las cuales
crece esa planta formaban avenidas en líneas paralelas,
experimentó en ello un gran encanto: de aquí saca la
conclusión de que la belleza salvaje, al parecer, sin regla LIB R O S E G U N D O
alguna, no place, por el cambio, más que a quien está ya
saciado de belleza regular. Pero con que hubiera hecho la Analítica de lo sublime
prueba de estarse un día en su huerto de pimienta se
hubiera apercibido de que cuando el entendimiento se ha S 23
sumido, mediante la regularidad, en la disposición para
el orden que necesita por todas partes, el objeto no le Tránsito de la facidtad de juzgar lo bello a la de lo sublime
distrae, y, a largo tiempo, más bien hace una violencia
incómoda a la imaginación, y de que, en cambio, la natu­ Lo bello tiene de común con lo sublime que ambos placen
raleza, que allí es pródiga en diversidades hasta la exu­ por si"~mismos. Ademas, ningunocTé los dos presupone
berancia, y que no está sometida a la violencia de reglas un juicio sensible determinante, ni uno lógico determi­
artificiales, podría dar a su gusto, un alimento constante. nante, sino un juicio de reflexión; consiguientemente, ja
El canto mismo de los pájaros, que no podemos reducir a satisfacción no depende de una sensación, como la de lo
reglas musicales, parece encerrar más libertad y, por tan­ agradable, ni de un concepto déte)-filmado, como la satis­
to, más alimento para el gusto que el canto humano mismo facción en el bien, siendo, sin embargo, referida a con­
dirigido según todas las reglas musicales, porque este ceptos, aunque indeterminado queda cuáles; por tanto, la
último más bien hastía cuando se repite muchas veces satisfacción se enlaza con la mera exposición o facultad
y durante largo tiempo. Pero en esto probablemente con­ de la misma, mediante lo cual la faFuTíacT'cle exposición
fundimos nuestra simpatía por la alegría de un pequeñe o imaginación es considerada, en una intuición dada, en
animalito amable con la belleza de su canto, que, cuandc conformidad con la facultad de los conceptos del enten­
es imitado exactamente por el hombre (como ocurre a dimiento o de la razón como impulsión de esta última. De
veces con el canto del ruiseñor), parece a nuestros oídos aquí también que, los juicios de esas dos clases sean par-
totalmente desprovisto de gusto. ticulares, y se presenten, sin embargo, como universal­
Hay que distinguir aún los objetos bellos de los aspectos mente valederos en consideración del sujeto, aunque no
bellos de los objetos (que a menudo, por el alejamiento, n: tengan pretensión más que al sentimiento de placer y no
pueden ser conocidos claramente). En estos últimos pa­ a un conocimiento del objeto.
rece el gusto fijarse no tanto en lo que imaginación ajrt'e- Pero h a y _ también entre ambos d iferen cia s considera­
hende en ese campo, como en lo que sobre él tiene ocasión bles, que están a la vísta. Lo""bello de la naturaleza se
de figurar, es decir, propiamente en las fantasías con quf refiere a la forma del objeto, que consiste en su limita-
cToñ: 1n. anhiimp al crl'li'fravm puede encontrarse en un
(1) Marsden, viajero inglés, escribió una Hiatory of Sumatrm objeto sin forma, en cuanto en el, u ocasionada por él, es
(tercera edición, Londres, 1811). ( N . del T.) representada Mimitacion y pensada, sin embargo, uña
146 MANUEL KANT CR1TICA DEL JUICIO

totalidad de la misma, de tal modo que parece tomarse cir que el objeto es propio para exponer una sublimidad
lo bello como la exposición de un concepto indeterminado que puede encontrarse en el espíritu, puestlo propiamen­
del entendímientóT'y lo "sujjlime como la de un concepto te sublime no puede estar encerrado en forma sensible
semejante de ía razón. | Así es la satisfacción unida allí alguna, sino que se refiere tan sólo a ideas de la razón,
con la" representación d é l a - eiiiffidtt'; aquí, empero, con que, aunque ninguna exposición adecuada de ellas se a ’
la de la cantidad. También esta última satisfacción es posible, son puestas en movimiento y traídas al espíritu
muy diferente de la primera, según la especie, pues aquélla j ustamente" por esa inadecuación que se deja exponer sen­
fio bello) lleva consigo directamente un sentimiento de siblemente. Así, no se puede llamar sublime el amplio
impulsión a j a vida,' y, por tanto, puede unirse con eF océano enTrritada tormenta. Su aspecto es terrible, y hay
encanto y con una imaginación que juega, y ésta, en cam­ que tener el espíritu ya ocupado con ideas de varias cla­
bio (el sentimiento de lo sublimeivjes un placer que nace ses para ser determinado, por una intuición semejante,
sólo indirectamente del modo siguiente: produciéndose a un sentimiento que él mismo es sublime, viéndose el
por medio del sentimiento'de una suspensión momentánea espíritu estimulado a dejar la sensibilidad y a ocuparse
de las facultades vítales, seguida irímédiatameníe por un con ideas que encierran una finalidad más elevada.
desbordamiento tanto más fuerte de las mismas; y asi, Labelleza independiente natural nos descubre una téc-
cómo emoción, parece ser, no un juego, sino seriedad en nicaTJe~"ta~matlIraIeza que la hace representable como un
la ocupación de la imaginación. De aquí que no pueda sistema, según leyes cuyo principio no encontramos en
uñirse con encanto | y siendo el espirTtiq no sólo atraído toda nuestra facultad del entendimiento, y éste es el de
por el objeto, sino sucesivamente también siempre recha­ una finalidad con respecto al uso del Juicio, en lo que toca
zado por él, la satisfacción en lo sublime merece llamarse, a los fenómenos, de tal modo que éstos han de ser juzga­
no tanto placer positivo como, mejor, admiración o res­ dos como pertenecientes no sólo a la naturaleza en su
peto, es decir, placer negativo. » mecanismo sin finalidad, sino también a la analogía con
” Pero la ifdifermíci^jn ás ..importante fe interna entre lo el arte. Aquélla, pues, no amplía, desde luego, nuestro
sublime y lo bello es la siguiente: que si, como es justo, conocimiento de los objetos de la naturaleza, pero sí nues­
consideramos aquí primeramente sólo lo sublime en obje­ tro concepto de la naturaleza, añadiendo al mero meca­
tos de la naturaleza (lo sublime del arte se limita siem­ nismo el concepto de ella como arte, lo cual invita a pro­
pre a las condiciones de la concordancia con la naturaleza), fundas investigaciones sobre la posibilidad de semejante
la belleza natural (la independiente) parece ser una fina­ forma. Pero en lo que tenemos costumbre de llamar su-"'
lidad en su forma, mediante la cual el objeto parece, en blime no hay nada que conduzca a principios objetivos i
cierto modo, ser determinado de antemano para nuestro particulares y a formas de la naturaleza que de éstos de- j
Juicio; en cambio,f lo ^que despierta en nosotros, ( sin razo­ pendan, pues ésta despierta la idea dé lo sublime, las más j
nar, sólo en la aprehensión^ eFseñtimiento ele lo sublime, de las veces,, más bien en su caos o en su más salvaje e
podrá parecer, según su forma, desde luego, contrario a irregular desorden y destrucción, con tal de que se vea
un ñrf'parárnuestro Júrelo, Inadecuado á nuestra facultad grandeza y fuerza. Por esto vemos que el concepto de
de exponer y, en cierto modo, violentó para la imagina­ lo sublime en la naturaleza no es, ni con mucho, tan im­
ción; pero sin embargó, sólo por eso será juzgado tanto portante y tan rico en deducciones como el de la belleza
más sublime. en la misma, y que no representa absolutamente nada de
"" Por esto, empero, se ve, desde luego, que nos expresa- j finalidad en la naturaleza misma, sino sólo en el uso posi­
mos con total falsedad cuando llamamos sublime algúlL, ble de sus intuiciones para hacer sensible en nosotros una
~btrfeto (Celia, que podamos correctamente finalidad totalmente independiente de la naturaleza. Para
llamar bellos muchos de entre ellos, pues ¿cómo puede . j bello de la naturaleza tenemos que buscar una Tase
designarse con una expresión de aplauso lo que es apre­ aera dé nosotros; paró’ lo sublime, empero, sólo en no­
hendido en sí como contrario a un fin? Sólo podemos de­ sotros y en el modb~~de pensar que pone sublimidad en
148 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 149

la representaniÓn do. agnéllft- Ésta es una nota previa muy a., la facultad de desear; pero, en jambas relaciones, la
imcesaría, que separa totalmente la idea de lo sublime de finalidad cfiPJa representación dadá“ sera juzgada sólo en
la de una finalidad de la naturaleza; y hace de su teoría consideración de esas facultades (sin fin ni interés), y
un simple suplemento al juicio estético de la finalidad de cómo'entonces la primera es añadida al objeto como una
la naturaleza, porque mediante la idea de lo sublime, no disposición matemática, la segunda como una disposición
es representada forma alguna particular de la natura­ dinámica, de la imaginación, de aquí que aquél sea re­
leza,'sino que sólo es desarrollado un uso conforme a fin, presentado como sublimé ' en esa pensada doble manera.
que’ la imaginación hace de su representación.

A.— D e lo s u b l im e m a t e m á t ic o
§ 24

De la división de una investigación del sentimiento § 25


de lo sublime
Definición verbal de lo sublime
* r-i | UlUin,.
En lo que se refiere a la división de los momentos del
juicio estético, en relación con el sentimiento de lo subli­ Sublime llamamos lo que es absolutamente grande. Ser
me, podrá la analítica seguir adelante según el mismo grande, empero, y ser una magnitud, son conceptos total­
principio que empezó en el análisis de los juicios de gusto, mente distintos (magnit-udo y quantitas.) Igualmente, de­
pues como Juicio reflexionante estético, debe la satisfac­ cir seféSittdmenté ( simpliciter), que algo es g rande, "efe
ción « f i o sublime, como la de lo bello, sef~cTe un valor también totalmente distinto de decir qué al g o, es ab sol uta-
universal, según la cantidad; carecer de interés, segur. mente grande (absolute, non comparative magnum). Lo
la cualidad; hacer representadlo una finalidad subjetiva. último es aquello ctue es grande por encima de toda com­
s|gúñ" la r etacidinT“y hacerla' TéprésenfaSTe como neces'a- paración. Ahora bien: ¿qué quiere decir la expresión algo
r ia fs p g un T&lMaallaa'd. El método, aquí, rio se apártará. engrande, o pequeño, o mediano? Lo que mediante ella
pues, del de la 'anterior sección, a menos que haya que es indicado no es un puro concepto del entendimiento;
tenerse en cuenta que allí en donde el juicio estético se menos aún una intuición sensible, y tampoco un concepto
refería a la forma del objeto, comenzamos por la inves­ de la razón, porque no lleva consigo principio alguno del
tigación de la cualidad, y aquí, en cambio, a causa de la conocimiento. Tiene que ser, pues, un concepto del Juicio,
falta de forma que puede haber en lo que llamamos su­ o provenir de uno de éstos, y tener su base una finalidad
blime, comenzaremos con la cantidad como primer mo- subjetiva de la representación en relación con el Juicio.
mcnto del juicio estético sobre lo sublime; pero el motiv Que algo es una magnitud (quantum ), se puede conocer
d^esíó se' ve"eri'Tos ^ a rrá fo s ánfefIbreá.‘ por Ja 'cosa misma, sin comparación alguna con otras, a
Pero Tiay_ ima división que el análisis de lo sublime saber; cTrafTdcT'iiria pluratfdad^He lo idéntico, juntado,
necesita., y" que no necesitó el de lo bello; es, a saber: la constituye un uno. Pero el cómo sea de grande exige
d e .sublime matemático y sublime dinámico. siempre otra cosa, que también es una magnitud para
Pues como "eT sentimiento de lo sublime lleva consigo, medirlo. Pero~fcmricPen el juicio sobre la magnitud, im­
como carácter süTb, ttli viüVTmi'eiito del espíritu unido con porta rio sólo la pluralidad (el número), sino también la
érjñuicm' áel"obietor .en cámt>iq, el gusto, en lo bello, magnitud de la unidad (de medida), y como la magnitud
supone y mantiene el espíritu en contemplación reposada de ésta necesita siempre de nuevo otra cosa, como medida
y como ese movimiento debe ser juzgado como subjetiva­ con que se la pueda comparar, así vemos que toda deter-
mente final (porqué lo sublí meT place)’, resulta qué será_ minación. .de magnitud de los fenómenos no nos puedé' dar,
reíeriSo por la imaginación, o a la facultad de conocer, c de ningún modo, concepto alguno absoluto de una mag-
250 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 151

nitud, sino solamente siempre un concepto de compa- reflexionante se encuentre dispuesto como conforme a un
r ación. fin en relación con el conocimiento en general, sino una
"AHora bien : cuando digo sencillamente que algo es satisfacción en el ensanchamiento de la imaginación en
grande, parece que no tengo en el sentido comparación sí misma.
alguna, al menos, con una medida objetiva, pues mediante Cuando nosotros (bajo la citada limitación) decimos
aquello no se determina de ningún modo cuán grande el senc1Tlahmñté“tle'''un objeto que es grande, no es éste un
objeto sea. Pero aunque la medida de la comparación sea juicio“ detérmTnante-matemático, sino un mero juicio de
subjetiva, no deja por eso el juicio de pretender a una reflexión sobre la representación de" aquél, la cual tiene
aprobación universal; los juicios como: el hombre es bello una finalidad subjetiva para un determinado uso~demxres-
y él es grande no se limitan al sujeto sólo, sino que de­ tras facultades de conocer en la apreciación de las mag­
sean, como los juicios teóricos, la aprobación de cada cual. nitudes; y entonces unimos a la representación siempre
Pero como en un juicio mediante el cual algo es sen­ una especie de respeto, así como a aquéllo que llamarnos
cillamente indicado como grande, no "se quiere décir so* senciliaméhfé^eqtreñó unimos'ün despreció. Por ló' demás,
lajnéñlfe~~que el objeto' tiene una magnitud, sino que esta eTjuTcio' de*fl¿s~cosas Como grandés o pequeñas se aplica
l e e s a t r í PÚYdTáj al mismo tiempo, con ventaja sobre otros a todo, incluso a todas las propiedades de las mismas: de
muchos Obietos de igual especie, sin que se declare deter­ aquí que, incluso la belleza, la llamemos grande o pequeña,
minadamente esa ventaja, resulta que se pone, de seguro, y la base de esto hay que buscarla en que lo que quiera
a la base del juicio una medida qué se supone'poder ser que sea que expongamos en la intuición (y, por tanto,
aceptada 1como exactamente la misma por todo el mundo, representemos como estético), según prescripción del Jui­
pero ’qué ño es aplicable a ningún juicio lógico mate­ cio, todo ello es fenómeno, y, por tanto, también un
máticamente determinado!,^ sino sólo al juicio estético quantum.
‘dé la magnitud, porque es una medida meramente sub- P ero cuando llamamos una cosa, no solamente grande,
jetrvSTqué está ¿Tía base del juicio que reflexiona sobre sino grande de todos modos, absolutamente, en todo res-
magnitüdés. Por lo demás, puede ella ser empírica, como, pecto(sq]5Yé toda comparación), es decir," sublime, se?ve
por ejemplo, la magnitud media de los hombres cono­ en seguida que no consentimos en buscar para ella, fuera
cidos por nosotros, de animales de una determinada es­ de ella, una medida que le convenga, sino sólo consentimos
pecie, de árboles, casas, montes, etc..., o puede ser una en~buscarla dentro“ de ella.
medida a priori, la cual, por la imperfección del sujeto Es'una magnitud que Solo a sí misma es igual. De aquí
que juzga, es limitada a condiciones subjetivas de la se colige que se ha de buscar lo sublime, no en las cosas
exposición in concreto, como es, en lo práctico, la mag­ de la naturaleza,'“"sirio solamente en nuestras ideas; de-
nitud de una cierta virutd o de la libertad y justicia tei'Tniriarry empero, en cuál de ellas se encuentra, debemos
públicas en un país, o, en lo teórico, la magnitud de dejarlo para la deducción.
la exactitud o inexactitud de una observación o de una La definición anterior puede expresarse también así:
medida hechas..., y otras... Sublime es aquello en comparación con lo cual toda otra
Ahora bien: aquí es de notar que, aunque no tengamos cosa es pequeña. Se ve fácilmente por esto que nada puede
interés alguno en el objeto, es decir, que su existencia darse ón la naturaleza, por muy grande que lo juzguemos,
nos sea indiferente, sin embargo, la mera magnitud del que no pueda", cqnsiclerado en otra relación, ser rebajado
mismo, incluso cuando se le considera como informe, pue­ hasta~fió infinitamente pequeño, y^.al revés nada tan pe­
de llevar consigo una satisfacción universalmente comu­ queño que no pueda, en comparación con medidas más
nicable, y, por tanto, encierra la conciencia de una fina­ pequeñas aún, ampliarse en nuestra imaginación hasta e)
lidad subjetiva en el uso de nuestras facultades de co­ tamaño de un mundo. El telescopio nos ha dado 'una "rica
nocer, pero no una satisfacción en el objeto, como en mátéria paña fracéf'Ja primera observación; el microsco­
lo bello ("puesto que puede ser informe), en donde el Juicio pio, para la segunda, l^ada, por tanto, de lo que puede
1
MANUEL KANT I C R IT IC A DEL J U IC IO 153

ser objeto de los sentidos puede llamarse sublime, con­ inmediatamente en una intuición v usarla por .medio de
siderándolo de ese modo. Pero justamente porque en nues­ a ímá'glflSlirmirpara la ’exposición de" losAcóncéptos de nú-
tra imaginación hay una tlmclen c i ^ ^ j o g r e s a r en lo in­ rneroj es 1decir,',rfoefa apreciación de magn itu des j de los
finito' y éirhuéstra razón una pretensión a totalidad ab- jetos de la naturaleza es, en último término, estética
soTup^cnmo idea real, fiqr.__esp esa misma inacomodacion -s decirT- su Bjet iva, y nh objetivamente deFérminada).
de nuestra facultad de apreciar las magnitudes de las Ahora bien: para la apreciación matemática de las
cosas éñ el mundo sensible es, para esa idea, el despertar agn itudes no hay. ningún máximo (pues la fu erz a de los
deí sentimiento dé una facultad suprasensible en nosotros, húmeros*"va ai infinito); pero para la apreciación estética
y el uso'düé el Juicio hace naturalmente de algunos ob­ íe las nía g nit udé íTKáy, en cambThr'tnrhftábcimÓ, y dé éste
jetos para este último fel senti milentoT? pero no “el objeto ligo que cuando esTjuzgado como úna meaffla absoluta
de^‘1os^senfidos/es lo absolutamente grande)' éiehdó'frente or encima 'cTe~Ta cual n o ' es“ posible ninguna subjetiva
a él todo otro uso- pequeño. Por lo tanto, ha de llamar: mayor jp a r a ’éT sujeto qué juzga), entonces lleva consigo
sublime, no el objeto,_ sino la dTfpbsicíoñ'"del espíritu, me­ a mea de lo sublime v determina" aquella emoción que
diante una cierta representación’ que ocupa el Juicio re- I ingima apreciación matemática de las magnitudes por
flexión ante. — védmTbré números (a no ser que aquella medida funda­
Podremos, pues, añadir a las anteriores formas de la mental' seá conservada allí viviente en la imaginación)
definición de lo sublime esta más: Sublime es lo que, sólo puede producir, porque esta última expone siempre sola-
porque se puede pensar, demuestra una facultad del es- meñté'Ta^hnSgnitudes relativas por comparación con otras
ie la misma clase, y aquella primera expone las magnitu­
des absolutamente en cuanto el espíritu puede aprehen­
derlas en una intuición.
§ 26 Para recibir intuitivamente en la imaginación un quan-
: dé poder usarlo como medida o corno unidad
De leu a p r e c ia c ió n de las magnitudes de las cosas naturales para la apreciación dé magnitudes, por medio de números,
exigida para la idea de lo sublime se requieren'dos actividades ele’’ aquella facultad: apre­
hensión ~\gppr^KensÍo ) y c'oiñprónsión ( compréTiensiooel-
La apreciación de las magnitudes mediante conceptos tlietica). Con la aprehensión no tiene ella nada que temer,
de húmeros (o sus signos en el álgebra) es matemáticaj pues con ella puede ir al infinito; pero la comprensión se
pero la de la m era in tu ición (p or la m edida de los o jo s ) hace tanto mas~~flifTciI cuanto' más lejos retrocede"la. apre-
es estética. Ahora’ bien: nó„ podemos adquirir conceptos r.éhsíón, y p r o n to llega a su máximo, a saber, a la mayor
determinados de cómo sea de grande una cosa más que mgdida estética de ájif’éciTCióir de’ tos 'grandores, pues
pór 'números, (en todo caso, aproximaciones por "series de cuando' la aprehensión ha llegado tañ lejos que las repre-
números, progresando en lo infinito), cuya unidad es la s&ñtaciones parciales de la intuición sénsible^primera-
medida; y en este respecto, toda aprecfóbión lógica de mente^aprehendidas,’ empiezan ya a apagarse en la ima-
las magnitudes es matemática. Pero como la magnitud de oihácíón, retrocediendo ésta para aprehender algunas de
la medida hay que admitirla, sin embargo, como conocida, ellas, entonces pierde por un lado lo que por otro gana, y
esta medida no debiera apreciarse a su vez más que por hay en la^comprensión un máximo del cual no puede
números, cuya unidad tendría que ser otra medida, es pasar. ‘ "
decir, matemáticamente, no podríamos nunca tener una -Puede explicarse así lo que Savary ( 1 ), en sus noticias
medida primera o fundamental, y, por tanto, concepto al­ sobre Egipto, observa, que es que no hay que acercarse
guno determinado de una magnitud dada. Así, pues, la
apreciación de la magnitud de la medida fundamental tie^* (L) Savary, duque de Rovigo, el famoso general que fue ministro
de la Policía con Napoleón I y acompañó a éste en la expedición de
ne que consistit^'soiamente en que se la pueda aprehender Egipto ( N . del T .)
MANUEL KANT C R IT IC A DEL J U IC IO 155
154

mucho ni tampoco alejarse mucho de las pirámides para llama la mera exposición de un concepto casi demasiado
experimentar toda la emoción de su magnitud, pues en grande para toda exposición (que confina con lo relati­
este último caso, las partes aprehendidas (las piedras, vamente monstruoso), porque el fin de la exposición de
unas sobre otras) son representadas oscuramente, y su un concepto se encuentra dificultado, por ser la intuición
representación no hace efecto alguno en el juicio estético del objeto casi demasiado grande para nuestra facultad
del sujeto. Pero en el primer caso, la vista necesita algún de aprehender. Un juicio puro sobre lo sublime empero,
tiempo para terminar la aprehensión de los planos desde no debe tener como fimdaméntt)'dé determijración fin al-
la base a la punta, y entonces apáganse siempre, en parte, guno del objeto, si ha de ser estético, y no confundirse
tos primeros, arvtes de que \a im aginación \\UNfa reciivido con algún juicio de entend i miento o de razón.
ios últimos, y la comprensión no es nunca completa. Lo Y a aue^qdo h» que.debe complacer sin interes al juicio
mismo puede bastar también para explicar el estupor o meramente refféxTonante tiene’ que'llevar consigo,' .en áu
especie de perplejidad que, según cuentan, se apodera del repheáentacióñ; 'finalidad subjetiva, y) como tal, de valor
espectador, a su prim er a entrada en la iglesia de San v\Uv\rirmUy y cóvóS; ólu %ve\ly¿\'%vv; vvqvó 'yvo , a Va V>áse
Pedro, en Roma. Pues aquí es un sentimiento de la dis­ del juicio, finalidad alguna de la forma del objeto (como
conformidad de su imaginación con la idea de un todo, lo hay en lo belTóT se” pregunta: ¿Cuál es esa 'finalidad
para exponerla en donde la imaginación alcanza su máxi­ subjetiva? ¿Quien la prescribe comcTWfrna para 'propor­
mo, y, en el esfuerzo para ensancharlo, recae sobre sí cionar un fundamento a la satisfacción universal en la
misma, y, mediante todo eso, se sume en una emocionante mera apreciación de las magnitudes, en una apreciación,
satisfacción. por cierto, que ha sido llevada hasta la disconformidad
No quiero aún adelantar nada sobre el fundamento de de nuestra facultad de la imaginación en la exposición del
esa satisfacción, el cual está unido con una representación concepto de una magnitud?
de la que menos se podía esperar eso y que nos hace notar La imaginación marcha, en la comprensión que es ne­
la disconformidad, y consiguientemente también la obje­ cesaria para la representación de magnitudes, por sí mis­
tiva falta de finalidad de la representación para el juicio ma, adelante en el infinito; el entendimiento, empero, la
en la apreciación de las magnitudes: me limito a observar conduce por medio de conceptos de números, para lo cual
que si el ju icio estético ha de darse puro (sin mezcla de ella tiene que dar el esquema, y en este proceder, como
juicios^teLeológicos, como juicios de razón) t y con él un perteneciente a la apreciación lógica de las magnitudes,
ejemplo totalmente adecuado a la Crítica 3el Juicio es­ si bien hay algo de finalidad objetiva, según el concepto
tético,~1hay"que mostrar lo sublime, no en los productos de un fin (cada medida es uno de ellos), no hay nada
del arte (verbigracia, edificios,“columnas, etc.), donde 'ú"ñ final para el juicio estético ni nada que dé placer. No
fin humano determina, tanto la forma como la magnitud, hay tampoco, en esa intencionada finalidad, nada que obli­
ni en las cosas naturales cuyo concepto lleve ya consigo gue a elevar la magnitud de la medida, y, por tanto, de
un determinado fin (verbigracia, animales de una deter­ la comprensión de la pluralidad en una intuición, hasta
minación natural conocida), sino en laT naturaleza bruta el límite de la facultad de la imaginación, por muy lejos
(y^aun en ésta sólo en cuanto no lléve consigo, en sí, en­ que ésta pueda llegar en exposiciones. Pues en la aprecia­
canto'alguno o emoción de verdadero peligro), en cuanto ción de Jas magnitudes por el entendimiento (aritmética)
solamente encierra magnítud, pues en esta clase de repre­ seUéga igual de lejos, elévese la“comprensión de las uni­
sentación, la naturaleza no contiene nada que sea mons­ dades hasta el número 10 (en la decádica), o sólo hasta
truoso (ni espléndido ni horrible) : la magnitud aprehen­ el 4 (en la tetráctica) ; pero la posterior formación de mag­
dida puede ser todo lo aumentada que se quiera, con tal nitudes en el comprender, o, cuando el quantum es dado
de que pueda ser comprendida por la imaginación en un en la intuición, en el aprehender, se realiza sólo progre­
todo. Monstruoso es un objeto que, por su magnitud, niega sivamente (no comprensivamente) según un principio de
el fin que constituye su propio concepto. Pero colosal se progresión adoptado. En esta apreciación matemática de
MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO
J56 157
las magnitudes, si la imaginación elige como unidad una sensibilidad, y es grande por encima de toda comparación,
magnitud que se pueda aprehender de un golpe de vista, incluso con la facultad de la apreciación matemática; no,
verbigracia, un pie o una vara, el entendimiento se en­ desde luego, en el sentido teórico para la facultad del
cuentra tan bien servido y tranquilizado como si elige conocimiento, pero sí como ensanchamiento del espíritu
una milla alemana o todo un diámetro terrestre, cuya que se siente capaz de saltar las barreras de la sensibili­
aprehensión es ciertamente posible, pero no la compren­ dad en otro sentido (el práctico).
sión en una intuición de la imaginación (no mediante la Sublime es, pues, la naturaleza en aquellos de sus fe-
com/preheTisio- o e s th e tic a , aunque si mediante la c o m p r e - nóm'Qrt'Og'Tííya intuición*lleva ihfíhi-
hensio lógica en un concepto de número). En ambos ca­
tud. Esto ultimo,' ahora bien, no puede ocurrir más que
sos, la apreciación lógica de las magnitudes va sin traba
mediante la inadecuación incluso del mayor esfuerzo de
hasta el infinito.
Ahora bien: el espíritu oye en sí la voz de la razón, nuestra imaginación para la apreciación de la magnitud
que en todas las magnitudes dadas, incluso en aquellas de un objeto. Ahora bien: para la apreciación matemática
que, aunque no puedan nunca ser totalmente aprehendi­ de las magnitudes, la imaginación está adecuada con todo
das, son, sin embargo (en la representación sensible), juz­ objeto para darles una medida suficiente, porque los con­
gadas como totalmente dadas, exige totalidad, y, por tan­ ceptos de número del entendimiento pueden adecuar, por
to, comprensión en una intuición, pide una exposición para progresión, toda medida a toda magnitud dada. Tiene,
todos aquellos miembros de una serie de números en pro­ pues, que„geiL.en.la apreciación estética de las magnitudes
gresión creciente, e incluso no exceptúa de esa exigencia en donde el esfuerzo para, la comprensión'supére á lá'Ta-
lo infinito (espacio y tiempo pasado), sino que hasta hace eultad~de la imaginación, en donde se siénta la'aprehen­
inevitable el pensarlo (en el juicio de la razón común) sión "progres iva, para concebir en un todo de la intuición
como totalmente (según su totalidad) dado. y’ se perciba al mismo tiempo, además', la inadecuación
Lo infinito, empero, es absolutamente (no sólo compa­ de jesa"facultad sin límites éñ el progresar, para aprehen­
rativamente) grande. Comparado con él, todo lo otro (mag­ der una medida fundamental que sirva, con el menor em­
nitudes de la "fmstfta especie') es pequeño. Pero (esto es pleo del entendimiento, a la apreciación de las magnitudes
lo más importante) el poder solamente pensarlo como un para aplacarla a Tá''apreciación de las mismas. Ahora
todo denota una facultad 'del espíritu que supera toda bien: la medida fundamental propiamente inmutable de
medida de lós sentidos, pues para ello sería necesaria una la naturaleza es el todo absoluto de la misma, el cual,
comprensión “que oíreciera como unidad una medida que en ella, como fenómeno, es una infinidad comprendida.
estuviera con el infinito en una relación determinada in- Peim como esa medida fundamental es un concepto con­
dicable en números, lo cual es imposible. Pero, sin em­ tradictorio (a causa de la imposibilidad de la absoluta
bargo, para poder^sólo pensar el infinito dado sin <?on- totalidad de un progreso sin fin), aquella magnitud de un
Lradiccidn^'se lexíge en el espíritu humano 'una facultad ob jeto n atural, en la cual la imaginación emplea toda, su
que sea ella misma suprasensible, pues sólo mediante ella facultacTlfifructuosamente, tiene que conducir el concepto
y“ suTdeá dé un noúmeno, que no' consiente intuición Al­ de, la naturaleza* a tm substrato suprasensible (que está
guna, pero que es puesto como substrato para la intuición a su base y también a Tá' clé muestra"facilitad de pensar),
del mundo como fenómeno,'“es 'dafcHinierUe^córhpr énd i do lo qué-gS-grande por encima de toda medida sensible, y nos
infinito "del mundo sensible baJo'~un concepto, en la pura permite ju z g a r como subííme'^no tanto el objeto cómo
intelectual apreciación de las magnitudes, aunque en la más bien la disposición del espíritu en la apreciación del
matemática, mediante conceptos de números, no pueda mismo.
jamás-ser totalmente pensado. Hasta la facultad de podér ”Xsi, pues el Juicio estético, así como en el juicio de jo
pensar cómo dado el infinito de la intuición suprasensible bello refiére la imaginación, en su libre juego, a í’ente'n-
(en su substrato inteligible) supera toda medida de la di miento paraje oh cór da r con los conceptos de éste en ge-
158 MANUEL KANT ' CR1T1CA DEL JUICIO j5 p

neral (sin determinación de ellos), de igual modo en el sentarnos nuestra imaginación en toda su ilimitación y
aprecio de una cosa como sublime r’éfi'efe" la" misma fa­ cgn ella la naturaleza, desapareciendo frente a las ideas
cultad a la razón para concordar con las ideas de ésta de la razón cuando"'aquella ha de‘ proporcionar a éstas
(sin determinar cuáles), es decir, para producir una dis- umr*eXposicioñ"'ádécuada.
pomcióñ del espíritu congruenta y compatible "confía que
el influjo de determinadas ideas (prácticas) produciría en
el’^espirllu. § 27
Por esto se ve también que la verdadera sublimidad
debe buscarse sólo en el espíritu* del que iúzga v no en De la cualidad de la satisfacción en el juicio de lo sublime
el^ objelo" de' la naturálezaT cuyo juicio ocasiona esa dis-”
posición' de' aótierr^-Oiilén ha querido llamar sublime ma­ Ed sentimiento de la inadecuación de, nuestra facultad
sas informes de montañas en salvaje desorden, amonto­ para la consecución de una idea, Que es gara nosotros ley.
nadas unas sobre otras, con sus pirámides de hielo, o el es respeto. AKófa™lSíehUTa idea de la comprensión',' en*Ta
mar sombrío y furioso, etc.?... El espíritu, empero, se intuición de un todo, de cada uno de los fenómenos que
nos puede ser dado, es una de las que nos es impuesta
siente elevado en su propio juicio cuando, abandonándose
por una ley de la razón, y que no reconoce otra medida
a la contemplación de esas cosas, sin atender a su forma,
determinada, valedera para cada cual, e inmutable, más
abandonándose a la imaginación y a una razón unida con
que el todo absoluto. Pero nuestra imaginación, aun en su
ella, aunque totalmente sin fin determinado y sólo para
mayor esfuerzo, muestra sus límites y su inadecuación
ensancharla, siente todo el poder de la imaginación, ina­
en lo que toca a la comprensión que se le reclama de un
decuado, sin embargo, a sus ideas.
objeto dado en un todo de la intuición (por tanto, para
Ejemplos del sublime matemático de la naturaleza en
la exposición de la idea de la razón) ; pero al mismo
la mera intuición nos proporcionan todas aquellas cosas ■
tiempo demuestra su determinación para efectuar su ade­
en qñe~'TíüS~‘~és' dado para la imaginación, no tanto un cuación con ella como una ley. Así, pues, el sentimiento
ma^T^phcéptó' de número como más bien una gran uni­ de lo sublime eñ la naturaleza es de respeto hacia nuestra
dad de medida (para abreviar las series de números). Un propia determinación, pero que nosotros referimos a un
árbol que apreciamos por medio de la altura de un hom­ objeto de la naturaleza, mediante una cierta subrepción
bre nos da, desde luego, una medida para un jnonte, y (confusión de un respeto hacia el objeto, en lugar de la
éste, si tiene cosa como una milla de alto, puede servir idea de la humanidad en nuestro sujeto) : ese objeto nos
de unidad para el número que expresa el djametro te­ hace, en cierto modo, intuible la superioridad de la deter­
rrestre, y hacer este último intuible; el diámetro terres­ minación razonable de nuestras facultades de conocer so­
tre, para el sistema planetario conocido de nosotros, y bre la mayor facultad de la sensibilidad.
éste para el de la vía láctea; mas la inmensa multitud de El sentimiento de lo sublime es, pues, un sentimiento de
semejantes sistemas de la vía láctea, bajo el nombre de dolffr"que nace ele la inadecuación de la imaginación, en
nebulosas, las cuales, a su vez, forman entre sí un sistema la apreciación ‘estética de las magnitudes, con la apreciá-
semejante, no nos permite aquí esperar límite alguno. cion mediante la razón; y q|^al mismo tiempo, un placer
Ahora bien: lo sublime en^el juicio estético de un todo despertado, por la concordancíaque'tieñe justamente ese
tan inmenso está, no tanto en lo grande del número como jjúicio~de~inadecuación de la mayor facultad sensible con
eFTesté' hecho; a saber: que llegamos siempre"a unidades ideas cíe" la "razón, en cuánto el esf uerzo hacia éstas es
tanto mayores cuanto más adelantamos, a lo cual contri­ para nosotros una ley ; es, a saber, para nosotros, ley (de
buye la división* sistemática del edificio del mundo, repre­ la razón), y entra en nuestra determinación el apreciar
sentándonos “siempre, repetidamente, toda magnitud de la como pequeño, en comparación con las ideas de la razón,
naturaieza como pequeña, y más propiamente al repre­ todo lo que la naturaleza, como objeto sensible, encierra
160 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO Jó l

para nosotros de grande, y lo que en nosotros excita el posición de las magnitudes (de objetos sensibles) es ili­
sentimiento de esa determinación suprasensible concuerda mitada.
con aquella ley. Ahora bien : el mayor esfuerzo de la ima­ Medir un espacio (como aprehensión) es al mismo tiem­
ginación en la exposición de la unidad para la apreciación po descubrirlo, y, por tanto, es un movimiento objetivo en
de la magnitud es una referencia a algo absolutamente la imaginación y una progresión (progressus); la com­
gromde, consiguientemente una referencia a la ley de la prensión de la pluralidad en la unidad, no del pensamien­
razón de admitir sólo eso como medida suprema de las to, sino de la intuición, por tanto, de lo sucesivamente
magnitudes. Así, pues, la percepción de la inadecuación aprehendido en un momento, es, por io contrario, una
de toda medida sensible con la apreciación por razón de regresión (regressus) que anula a su vez la condición de
las magnitudes es una concordancia con leyes de la misma tiempo en la progresión de la imaginación y hace intuible
y un dolor que excita en nosotros el sentimiento de nues­ la simultaneidad. Es, pues (puesto que la sucesión tem­
tra determinación suprasensible, según la cual es confor­ poral es una condición del sentido interno y de toda in­
me a fin, y, por lo tanto, es un placer el encontrar que tuición), un movimiento subjetivo de la imaginación, me­
toda medida de la sensibilidad es inadecuada a las ideas diante el cual ésta hace el sentido interno una violencia
que debe ser tanto más notable cuanto mayor sea el
de' la" razón." '
quantum que la imaginación comprende en una intuición.
El espíritu se siente movido en la representación de lo
Así, pues, el esfuerzo de recibir en una intuición única
subTraír"éíí' tfnafuraíeza'r estando ei'Pcontemplación repo­
una medida para magnitudes que exija para aprehender­
sada .en"el"duicTq estéticB sobre do bello dé la misma. Ese
se un tiempo notable es una especie de representación
movimiento puede TsÓBfé"'t6dbV én"'síTprmcipio);'sef com-
que, considerada subjetivamente, es contraria a fin, pero
paraHo"con1 una conmoción, es decir, un movimiento al­
objetivamente es necesaria para la apreciación de las mag­
ternativo! rápido, de atracción y repulsión de un mismo
nitudes, y, por tanto, conforme a fin ; en lo cual, sin em­
objeto.’ bargo, esa misma violencia que ha sufrido el sujeto me­
Lo transcendente para la imaginación (hacia lo cual diante la imaginación es juzgada como conforme a fin
ésta es empujada en la aprehensión de la intuición) es para la total determinación del espíritu.
para ella, por decirlo así, un abismo donde teme perderse La cualidad del sentimiento de lo sublime es que es
a sí misma, pero para la idea de lo suprasensible en la un/snTrtimiento de dolor sobré el juicio estético en un
razón, el producir semejante esfuerzo de la imaginación objeto, el "cual sentimiento/sin émLárgb^ai mismo tiempo
no es transcendente sino conforme a su le y ; por lo tanto, es réprésentado como conforme a fin, lo cual es posible,
es atractivo justamente en la medida en que es repulsivo porquería propia incapacidad descubre la conciencia de
para la mera sensibilidad. El juicio mismo, sin embargo, una ilimitada facultad del mismo sujeto, y el espíritu pue­
sigue aquí siempre siendo estético, porque sin^fener a su de* j uzgar esta 1uTtmi'a ’ gólo méd iante aquélla.
base concepto alguno determinado del objeto/ representa En íiTaprecíación lógica de las magnitudes, la imposi­
solamente el juego subjetivo de las facultades del espíritu bilidad de alcanzar la absoluta totalidad por medio de la
(imaginación y razón), incluso como armónico en su con­ progresión de la medida de las cosas del mundo sensible
traste, pues así como la imaginación y el entendimiento, en el tiempo y el espacio fue conocida como objetiva, es
en lo bello, mediante su unanimidad, de igual modo, aquí, decir, como una imposibilidad de pensar lo infinito como
la imaginación y la razón, mediante su oposición, produ­ totalmente dado, y no como meramente subjetiva, es decir,
cen una finalidad subjetiva de las facultades del espíritu, como incapacidad de aprehenderlo, porque aquí no se
esto es, un sentimiento de que tenemos una razón pura, atiende para nada al grado de comprensión en una intui­
independiente, o una facultad de apreciación de las mag­ ción como medida, sino que todo depende de un concepto
nitudes, cuya ventaja no puede hacerse intuible más que de número; pero en una apreciación estética de las mag­
por la insuficiencia de la facultad misma, que en la ex­ nitudes, el concepto de número tiene que desaparecer o
162 MANUEL KANT CRtTlCA DEL JUICIO 163

ser cambiado, y la comprensión de la imaginación para cepto), la superioridad sobre obstáculos puede ser juzgada
la unidad de la medida (por lo tanto, con exclusión del solamente seg'ufT'Ia "magnitud de la resistencia. Ahora
concepto de una ley de sucesiva producción de los con­ bien: aqüelfÓ“ a lo “que nos esforzamos en resistir es un
ceptos de magnitudes) es sola por sí conforme a fin. mal, y si nosotros no encontramos nuestra facultad capaz
Ahora bien: cuando una magnitud alcanza casi el máximo de resistirle, entonces es un objeto de temor. Así, pues,
de nuestra facultad de comprender en una intuición, y, para el juicio estético, la naturaleza puede valer como
sin embargo, la imaginación es requerida, mediante mag­ fuerza/ y;"por tanto, como dinámícó-ádblime,~toío en cuan­
nitudes numerales (para las cuales tenemos consciencia to ‘éüf cóhsiderá'da“como objeto de temor.
de que nuestra facultad no tiene límites), para compren­ Puédese, empero, considerar un objeto como temible,
der estéticamente una unidad mayor, entonces nos sen­ sin sentir temor ante él. cuando, por ejemplo, lo juzga-
timos en el espíritu encerrados estéticamente en límites; mos 'pensando solamente el caso en que qüisiéramos^ogo-
sin embargo, el dolor, en consideración a la extensión rí|rle^aiguna resistencia, y que entonces, toda resistencia
necesaria de la imaginación para adecuarse con lo que en sería/ y con mucho, vana. De ese modo teme a Dios el
nuestra facultad de la razón es ilimitado, es decir, con virtuoso;' sin sentir temor ante Él, porque resistir á Él y
la idea del todo absoluto, y con el dolor, por tanto, tam­ a*~5us mandatos lo piensa“ como4 ’ un caso que no le preocu­
bién la inadecuación de la facultad de la imaginación con pa ; pero en cada uno de esos casos, que no piensa en sí
las ideas de la razón y su excitación son representados como imposible, Lo (1) conoce como temible.
como conformes a un fin. Justamente por eso, empero, El que teme no puede en modo alguno juzgar sobre lo
viene el juicio estético mismo a ser subjetivo-final para sublime de la naturaleza, así. como el que es presa de la
la razón como fuente de las ideas, es decir, de una com­ inclinación y del apetito no puede juzgar sobre lo bello.
prensión intelectual, para lo cual toda comprensión es­ Aquél huye la vista de un objeto que le produce miedo, y
tética es pequeña, y el objeto es recibido como sublime, es imposible encontrar satisfacción en un terror que fue­
con un placer que sólo es posible mediante un dolor. ra seriamente experimentado; de aquí que el agrado que
proviene de la cesación de una pena sea el contento. Pero
éste, cuando viene de la liberación de un peligro, es un
contento con la resolución de no volverse más a exponer
B .— D e lo s u b l im e d in á m ic o de la natu raleza
al mismo; aún más: no hay gana ni siquiera de volver
1 ■- - - ...... I
a pensar con agrado en aquella sensación, y mucho menos
§ 28 i de buscar ocasión para ello.
Rocas audazmente colgadas y, por decirlo así, amepa-
De la naturaleza coyrio una fuerza zádoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo
y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes^ en todo
Fuérzales; una facultad que es superior a grandes obs­ su poder devastador, huracanes que van dejando tras "“sí
táculos. Lo mismo significa un'poder,'aunque"esteces su­ la desolación, el oSéano sin límites rugiendo de ira, una
perior a la resistencia incluso de lo que tiene fuerza. La cascada profunda en un río poderoso, etc..., reducen nues­
naturaleza, en el juicio estético, considerada como fuerza" tra facultad de resistir a una insignificante pequeñez, com­
que no tiene sobre nosotros ningún poder, es dinámico- parada con su fuerza. Pero su aspecto es tanto más
sublimé. atractivo cuanto más temible, con tal de que nos encon­
Si la naturaleza ha de ser juzgada por nosotros diná­ tremos nosotros en lugar" seguro, y llamamos gustosos
micamente como “sublimé, tiene que ser representada como sublimes“ésos’ objetos porque elevan las Tacüttadés del
provocando el temor (aunque no, recíprocamente, todo ob­ alma por encima de su término medio ordinario'y nos1
jetó que provoque temor es, en nuestro juicio estético,
tenido por sublime), pues en el juicio estético (sin con­ (1) En la primera y segunda edición dice «lo ». ( N . del T.)
164 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 165

hacen descubrir en nosotros una facultad de resistencia del espíritu. Pues la satisfacción, aquí, se refiere tan sólo
^e^ufiajes^ecie totalmente, distinta, que nos rfa rafnr para a la determinación de nuestra facultad que en tal caso
pocter medirnos' con el todo-poder aparente de la' natu- se descubre, así como la base para esta última está en
r'4 fill- nuestra naturaleza, mientras que el desarrollo y ejercicio
Pues así como en, la ingonniesurabüid.ad de la natu- de la misma sigue siendo de nuestra incumbencia y obli­
raleza.,yden lamcapamdad de nuestra facultad páihTtomaT gación. Y en esto está la verdad, por mucha consciencia
una medida proporcionada á T á ® ^ ! ^ i a ^ n " “estétWf‘Íie que el hombre tenga de su real impotencia presente, cuan­
las magnitudes de 'su" esfera, . hemos encontrado nuestra do prolonga hasta ahí su reflexión.
or.onia limitación, j . ' .sin embargo', también^~~n/ mismo Desde luego, parece ese principio, tomado de muy le­
tiempo, en nuestra facultad de la razón, otra medida no jos, muy enrevesado, y, por tanto, por encima de un
sensibfe^que tiene bajo *sí aquella' ihññTdad mihma cómo juicio estético; pero la observación del hombre muestra
unidad, y frente a la^cuaí todo en la naturaleza es pe­ lo contrario, y que puede estar a la base de los juicios
queño/y ^ por tanto, "en"nuestro espíritu, una"stTp'efToridad más ordinarios, aunque no siempre se tenga consciencia
sobre la naturaleza misma en su inconmensurabilidad, de él. Porque ¿qué es lo que, incluso para el salvaje, es
del mismo modo la irresistibilidad de su fuerza, que cier- objeto de la mayor admiración? Un hombre que no se
támente nos (la a conocer nuestra impotencia física/con­ aterra, que no teme, que no huye el peligro, y, al mismo
siderados nosotros como seres naturales, descubre, sin tiempo, empero, va a la obra tranquilo y con total re­
embargo, una facultad de juzgarnos indepencTíeiTtes'-de flexión. Incluso en el estado social más civilizado perdura
ella y una superioridad sobre la naturaleza, en la que se aquella preferente consideración hacia el guerrero; sólo
fim da'uná independencia de muy otra clase que aquella que se desea además que éste muestre al mismo tiempo
(fue "püe^á~‘.sefá" "'por'"1¿ na- todas las virtudes de la paz, bondad, compasión y hasta
tiiraleza, una independencia v'á f 1á cual la humanidad en un cuidado conveniente de su propia persona, justamen­
nuestra persona p'efmanece''sin 'rebajarsé, aunque él hom- te porque en ello se conoce la invencibilidad de su espíritu
bflTtéhga que sometérse a aquel poder. De ese modo, /a por el peligro. De aquí que, por más que se discuta, en
naturaleza, en nuestro'juicio estético, no es juzgada como la comparación del hombre de Estado con el general, sobre
sublime porque provÓpW*ternor, sino porque excita "en la preferencia del respeto que uno más que el otro me­
nm m rsr “m ^ f f á" fu efia ( qué nó e'U naturáíézá j ,npara rezca, el juicio estético decide en favor del último. La
qqe''consji^rémos- como pequeño aquello que nos preodupa guerra misma, cuando es_llevada con orden y respeto s’a-
( bienes/Talud', viSaj/ y así, no eónsldefamos la fuerza de g‘í^t©--dei^ 0^dérech 6s ciudadanos; tiene algo de sublime
aquélla., (a la cual, en ío^que toca a esas cosas, estamos eh'sx/y, aTniismo' tiempo, hace tanto más sublime el modo
sometidos), £ara nosotros y nuestra personalidad, como ct!"pensar del pueblo que la lleva de esta manera cuanto
un poder ante"et cunf feñdffambs que inclinarnos si se máyTít'eg' son los' peligros que ha arrostrado y en ellos
trátase de nuestros más elevados principios y de su afir­ sé tm"podidó afirmar valoroso; en cambio," una larga paz
mación o abandono.' Así, pues, la naturaleza se llama su^le hacer dominar el mero espíritu dé negocio, y con él
aquí sublime porqué eleva la imaginación a la exposi­ el b a ^ “pf‘dvécTío'propio/ cobardía y la malicia, y rebajar
ción de aquellos casos en los cuales el espíritu puede el modo de pensar del pueblo.
hacerse sensible la propia sublimidad de su determina­ á éste análisis del concepto de lo sublime, en
ción, incluso por encima de la naturaleza. cuanto atribuido a la fuerza, parece alzarse el hecho de
Nada pierde esa apreciación propia porque tengamos que solemos representarnos a Dios en la tempestad, en
que vernos en lugar seguro para sentir esa satisfacción la tormenta, en los terremotos, etc..., encolerizado, pero,
que entusiasma, ni por el hecho de que, como no hay se­ al mismo tiempo, presentándose en su sublimidad, por lo
riedad en el peligro, tampoco (según podría parecer) pue­ cual, pues, el imaginar una superioridad de nuestro es­
de haber seriedad en la sublimidad de nuestra facultad píritu sobre los efectos, y, según parece, sobre las in-
166 MANUEL KAST I ZRÍT1CA DEL JUICIO 167

tenciones de una fuerza semejante, sería locura y también adulación, y no una religión de la buena conducta en
sacrilegio. No el sentimiento de la sublimidad de nuestra 1 la vida.
naturaleza propia, sino más bien sumisión, abatimiento ■ Así, pues, la sublimidad no está encerrada en cosa
y sentimiento de la total impotencia parece ser aquí la I alguna de la naturaleza, sino en nuestro propio espíritu,
disposición del espíritu que cuadra con el fenómeno de en cuanto póíémos adquirir lá conciencia de que somos
semejante objeto, y que suele generalmente ir unida con I superiores a la naturaleza dentro de nosotros, y por ello
la idea del mismo en semejantes sucesos naturales. En la también a la naturaleza fuera de nosotros (en cuanto pe­
religión, sobre todo, parece el prosternarse y rezar con netra en nosotros). Todo lo que excita en nosotros ese
la cabeza caída, con ademán y voz de contrición y' de I sentimiento, entre lo cual está la fuerza de la naturaleza
miedo, ser el único comportamiento conveniente en pre­ qu&-provoca nuestras facultades, llámase entonces^ (aun­
sencia de la divinidad, y la mayoría de los pueblos lo han que impropiamente) sublimé q y sólo bajo la suposición
admitido por eso y lo observan aún. Pero esa disposición I de esa idea en nosotros, y en relación con ella, somos
: apaces de llegar a la idea de la sublimidad del ser que
de espíritu no está tampoco, ni con mucho, unida en sí,
y necesariamente, con la idea de la sublimidad de una no sólo por la fuerza que muestra en la naturaleza pro­
religión y de su objeto. El hombre que teme verdadera- I ducé en nosotros respeto interior, sino aún más por la
mente, porque encuentra en sí motivo para ello al tener facultad puesta en nosotros de juzgar aquélla sin temor
y de pensar nuestra determinación como sublime por en­
consciencia de haber pecado, , por sus sentimientos conde­
nables, contra una fuerza cuyá voluntad es al mismo tiem- 1 cima de ella.
po irresistible y ju&ta, ese hogmbre no se encuentra, de
ningún modo, en la situación de espíritu requerida para
§ 29
admirar la magnitud divina, para lo cual se exige una De la modalidad del juicio sobre lo sublime
disposición a la contemplación reposada y al juicio total­
de la naturaleza
mente libre. Sólo cuando tiene consciencia de sus sinceros I
sentimientos gratos a Dios sirven aquellos efectos de la Hay innumerables cosas de la naturaleza bella sobre
fuerza para despertar en él la idea de la sublimidad de las cuales exigimos derechamente, y hasta, sin equivocar­
aquel ser, en cuanto reconoce en sí mismo una sublimi- I nos notablemente, podemos esperar, conformidad del ju i­
dad de sus sentimientos, adecuada a la voluntad de aquél, ] cio de cualquier otro con el nuestro; pero con nuestro
y entonces se eleva por encima del temor ante aquellos juicio sobre lo sublime en la naturaleza no podemos tan
efectos de la naturaleza, que no reconoce ya como los I fácilmente lisonjearnos de penetrar en los demás, pues
estrépitos de su cólera. La humildad misma, como juicio parece que es necesaria una mucho maypr_ cultura, no
severo de las propias faltas, que, por lo demás, teniendo sólo JéT Juicio estetico'/‘ sino también de las facultades
la consciencia de buenos sentimientos, podrían encubrirse de- conocí miento qué están a la base de ésta para poder
fácilmente con la fragilidad de la naturaleza humana, es énuñciairiiñ juicio sobre la excelencia de los objetos de
una disposición sublime del espíritu: la de someterse es­ la naturaleza.
pontáneamente al dolor de la propia censura para des­ La disposición del espíritu para el sentimiento de lo
truir poco a poco sus causas. De ese modo se distingue sublim e e xige~una receptividad del mismo para ideas, pues
internamente religión de superstición: esta última funda justamente en la inadecuación de la naturaleza con estas
en el espíritu, no la veneración a lo sublime, sino el temor últimas, por tanto, sólo bajo la suposición de las mismas
y el miedo del ser todopoderoso a cuya voluntad se ve y'de una tensión de la imaginación para tratar la natu­
sometido el hombre atemorizado, sin apreciarlo, sin em­ raleza como un esquema de ellas^' se da lo atemorizante
bargo, altamente; de lo cual, por cierto, no puede segura­ pagAJa, sensibilidad, lo cual, al mismo tiempo, es atrac­
mente nacer otra cosa que la solicitación del favor, la tivo, porqúe~es‘"una violencia que la razón ejerce sobre
168 MANUEL KAN7 CRITICA DEL JUICIO 169

aquélla sólo, para extenderla adecuadamente a su propia mera, como en ella el juicio refiere la imagen sólo al
esfera (la práctica)'-'y dejarle ver más allá en lo infinito* entendimiento como facultad de los conceptos, la exigimos,
que para aquélla es un abismo. En realidad, sin desarro­ sin más, a cada cual; pero la segunda, como en ella el
llo de ideas morales, lo que nosotros, preparados por la juicio refiere la imaginación a la razón como facultad de
cultura, llamamos sublime, aparecerá al hombre rudo sólo .as ideas, la exigimos sólo bajo una suposición subjetiva
como atemorizante. Él verá en las demostraciones de po­ que, sin embargo, nos creemos autorizados a exigir de
der de la naturaleza, en su destrucción y en la gran me­ :ada cual), a saber, la del sentimiento moral en el hom-
dida de la fuerza de ésta frente a la cual la suya desa­ ore, y por esto atribuimos, a su vez, necesidad a ese ju i­
parece en la nada, sólo la pena, el peligro, la congoja que cio estético.
rodearían al hombre que fitera lanzado allí. Así, aquel Esta modalidad de los juicios estéticos, a saber, la
bueno y por lo demás inteligente aldeano saboyano lla­ necesidad que les es atribuida, constituye un momento
maba, sin más reflexión, locos (según cuenta el señor principal para la Crítica de Juicio, pues nos da jus­
de Saussure) (1) a todos los aficionados a la nieve de las tamente a conocer en ellos un principio a priori, y los
montañas. Y ¿quién sabe si quizá no hubiera tenido ra­ saca de la psicología empírica, en donde permanecerían,
zón, de haber arrostrado aquel observador los peligros a sin eso, enterrados entre los sentimientos de alegría y
que se expuso sólo por afición, como suelen hacer la ma­ pena (sólo con el epíteto de sentimientos más finos, que
yoría de los viajeros, o para poder dar de ellos alguna no dice nada), para ponerlos ellos, y por ellos el Juicio,
vez una descripción patética? Pero su intención era la en la clase de los que tienen por base principios a. priori,
instrucción de los hombres, y aquel hombre eminente tuvo y, como tales, elevarlos hasta la filosofía transcendental.
y dio además a los lectores de sus viajes una sensación
que eleva las almas.
Pero porque el juicio sobre lo sublime de la naturaleza Nota general a la exposición de los juicios estéticos
requiere cultura (más que el juicio sobre lo bello), no por reflexionantes
eso es justamente producido originariamente por la cul­
tura e introducido algo así como convencionalmente en la En relación con el sentimiento de placer, un objeto se
sociedad, sino que tiene sus bases en la naturaleza hu­ ha cle’'contar: o entre lo agradable, o lo bello, o lo sublime,
mana y en aquello justamente que, además del entendi­ o lo (absolutamente) bueno (jucundum, pulchrum, subli­
miento sano, se puede al mismo tiempo exigir y reclamar me, honestum) .
de cada cual, a saber, la disposición para el sentimiento Lo agradable, como motor de los apetitos, es entera­
de ideas (prácticas), es decir, la moral. mente' de una sola clase, venga de donde venga y por
En esto se funda ahora la necesidad de la concordancia muy específico-diferente que sea la representación (del
del juicio de otros sobre lo sublime con el nuestro, lo sentido y de la sensación, objetivamente considerados).
cual atribuimos al mismo tiempo a éste, pues así como De aquí que dependa, en el juicio del influjo del mismo
tachamos de falto de gusto a aquel que en el juicio de un sobre el espíritu, sólo de la multitud de encantos (simul­
objeto de la naturaleza encontrado bello por nosotros se táneos y sucesivos) y, por decirlo así, sólo de la masa de
muestra indiferente, de igual modo decimos del que per­ sensación agradable, y ésta no se hace comprensible me­
manece inmóvil ante lo que nosotros juzgamos como su­ diante nada más que la cantidad. Lo agradable no cultiva,
blime que no tiene sentimiento alguno. Pero ambas cosas sino que perteneceal mero goce.
las exigimos a cada hombre y las suponemos en él si Lo bello, en cambio, exige la representación de cierta
tiene alguna cultura: sólo con la diferencia que la pri-1 cualidad del objeto que también se hace comprensible y
se~cleja traer a conceptos (aunque en el juicio estético no
(1) Sabio ginebrino, geólogo y geógrafo. Dícese que fue el pri­ sea traída a ellos), y_cyl±.iva enseñando a poner atención
mero en realizar la ascensión del Mont-Blanc. ( N . del T .) a la finalidad en el sentimiento del placer.
N úm. 1 6 20 .-7
170 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 171

Lo su b lim e consiste sólo en la relación en la cual lo algo, la naturaleza misma, sin interés; lo sublime, a es­
sensible, en la representación de la naturaleza es juzgado timarlo altamente, incluso contra nuestro interés (sen-
como propio para un uso posible suprasensible del mismo. síbleJT”
VjO 'absolutamente bueno, juzgando subjetivamente, se­ '"Puede describirse así lo_ sublime: es un objeto (de la
gún el sentimiento que inspira (el objeto del sentimiento naturaleza) cuya represeñtaciórTdeternñná el espíritu a
moral), como la determinabilidad de las facultades del 'pensar la Inaccesibilidad'de la naturálézá cómo exposición
sujeto mediante la representación de una ley que obliga de ideas.
absolutamente, se distingue principalmente, mediante la Tomadas literalmente y consideradas lógicamente, no
modalidad, uná'riecesidad apoyada en principios a'prio- pueden las ideas ser expuestas. Pero cuando nosotros am­
ri que encierra en sí ño sólo pretensión, sino mandato de pliamos nuestra facultad de representación empírica (ma­
la aprobación de cada cual, y no es de la competencia dei temática o dinámica) para la intuición de la naturaleza,
juicio estético, sino del juicio puro intelectual, y se atri­ viene inevitablemente, además, la razón, como facultad
buye, no en un juicio meramente reflexionante, sino en de la independencia de la absoluta totalidad, y produce el
una determinante, no a la naturaleza, sino a la libertad. esfuerzo del espíritu, aunque éste sea vano, para hacer
Pero la determinabilidad del sujeto por medio de esa idea, la representación de los sentidos adecuada con aquélla.
tratándose de un sujeto, por cierto, que puede sentir en Ese esfuerzo mismo y el sentimiento de la inaccesibilidad
sí obstáculos en la sensibilidad, pero al mismo tiempo de la idea por medio de la imaginación, es una exposición
superioridad sobre la misma, mediante la victoria sobre de la finalidad subjetiva de nuestro espíritu en el uso de
ella, como modificación de su estado, es decir, el senti­ la imaginación para la determinación suprasensible del
miento moral, está emparentada con el Juicio estético y mismo, y nos obliga a pensar subjetivamente la naturaleza
sus condiciones formales, en tanto en cuanto sea útil misma en su totalidad, como exposición de algo suprasen­
para ella el que la conformidad con leyes de la acción, sible, sin poder realizar objetivamente esa exposición.
por deber, se haga al mismo tiempo representable como Pues pronto nos apercibimos de que a la naturaleza
estética, es decir, como sublime, o también como bella, sin en el espacio y el tiempo falta completamente lo incon­
perder su pureza, cosa que no ocurriría si se la quisiera dicionado, y, por tanto, la magnitud absoluta, que pide,
poner en enlace natural con el sentimiento de lo agradable. sin embargo, la razón la más vulgar. Justamente por eso
Si se saca el resultado de la exposición, hasta ahora, se nos recuerda también que no tratamos más que con
de las dos clases de juicios estéticos, se seguirán de aquí una naturaleza como fenómeno, y que esta misma hay
las siguientes breves definiciones: que considerarla como mera exposición de una naturaleza
Bello es lo que en el mero juicio (no, pues, por medio en sí.(que la razón tiene en la idea). Esa idea, empero,
de Ta sensacióndei sentido, según- un concepto del enten­ de _lo_ suprasensible, que nosotros no podemos determinar
dimiento) place. De aquí se deduce, por sí mismo, que más,“ y, ppr lo tanto, con cuya exposición no podemos
tiene que placer sin interés. conocer la naturaleza, sino sólo pensarla, es despertada
Sublime es lo que place inmediatamente por su resis­ en nosotros mediante un objeto cuyo juicio estético pone
tencia contra el interés de los sentidos: en tensión la imaginación hasta sus límites, sea de ex-
Ambas, como definiciones del juicio estético de valor tensI^_Tmatematicos77_ séa de fuerza sobre el espíritu
universal, se refieren a fundamentos subjetivos de la sen­ (dinámicos), fundándose en el sentimiento de una deter­
sibilidad, por una parte en cuanto éstos tienen una fina­ minación de éste que excede totalmente la esfera de la
lidad con relación al sentimiento moral, en favor del en­ imaginación (el sentimiento moral), y en consideración
tendimiento contemplativo, y por otra en cuanto la tienen del cual la representación del objeto es juzgada como
en contra de la sensibilidad y en cambio a favor de los subjetivamente final.
fines de la razón práctica; ambos modos, sin embargo, En realidad', "no “se puede pensar bien un sentimiento
unidos en el mismo sujeto. Lo bello nos prepara a amar hacia lo sublime de la naturaleza sin enlazar con él una
172 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 173

disposición del espíritu semejante a la disposición hacia sólo en nuestra propia determinación (la del sujeto). Esa
lo moral; y aunque el placer inmediato en lo bello de la reflexión del Juicio estético para elevar la naturaleza a
naturaleza supone y cultiva igualmente una cierta libe­ una adecuación con la razón (sólo que sin un concepto
ralidad del modo de pensar, es decir, independencia de determinado de la misma) representa el objeto, incluso
la satisfacción del mero goce sensible, sin embargo, me­ mediante la inadecuación objetiva de la imaginación en
diante él, la libertad es representada en el juego, más su mayor extensión para la razón (como facultad de las
bien que en una ocupación, conforme a la ley, que es la ideas), sin embargo, como subjetivamente final.
verdadera propiedad de la moralidad del hombre, en don­ Hay que poner aquí cuidado, e n g e n e r a l, e n lo y a r e ­
de la razón debe hacer violencia a la sensibilidad; sola­ cordado de que en la estética transcendental del Juicio
mente que en el juicio estético sobre lo sublime esa vio­ se debe tratar solamente de juicios estéticos puros; consi­
lencia es representada como ejercida por la imaginación guientemente, no se pueden tomar los ejemplos de los
misma como instrumento de la razón. objetos bellos o sublimes de la naturaleza que presuponen
l^a. satis,!aeeión en lo snblime de la, naturalera por dfe \m fifi, pufes uhUmcus, la finalidad m úa o
eso, también sólo negativa (mientras que la de lo bello teTeoTogica, o fundada en la mera sensación de un objeto
es positiva), a saber: un sentimiento de la privación' de (deíIHepo pena), y, por lo tanto, en el primer caso no
libertad de la imaginación’ por sí misma, al ser ella de- sería estética, y en el segundo no sería meramente formal.
terminada~dé un modo conforme a fin, según otra ley Asi, cuando se llama sublime el espectáculo del cielo es­
que la del uso empírico. Mediante eso recibe una extensión trellado, no se idebe ponerta Ja base del juicio del mismo
y una fuerza mayor que la que sacrifica, pero cuyo fun­ conceptos de mundos habitados por seres racionales, ni
damento permanece escondido'para ella misma, y, en cam­ considerar esos' puntos luminosos con que vemos lleno
bio, siente el sacrificio y la privación y, al mismo tiempo, el espacio en derredor nuestro como sus soles, moviéndose
la causa a que está sometida. La estupefacción, que con­ erPcírcuIos arreglados para ellos de un modo muy con­
fina con el miedo, el terror y el temblor sagrado que se formóla fin, sino tal como se le ve, como una amplia bó­
apoderan del espectador al contemplar masas montañosas veda qjíe todo lo envuelve, y sólo en esta representación
que escalan el cielo, abismos profundos donde se precipi­ deuemos poner la sublimidad que un juicio estético puro
tan furiosas las aguas, desiertos sombríos que invitan a atribuye" a ese objeto. De igual modo, el espectáculo del
tristes reflexiones, etc., no es, sabiéndose, como se sabe, Océano no TTay' que "eonsiderarlo tal como lo pensamos no­
que se está en lugar seguro, temor verdadero, sino sólo sotros, provistos de toda clase de conocimientos (que, sin
Un ensayo para ponernos en relación con la imaginación y embargo, no están encerrados en la intuición inmediata),
sentir la fuerza de esa facultad para enlazar el movi­ como una especie de amplio reino de criaturas acuáticas,
miento producido mediante ella en el espíritu con el estado o como el gran depósito de agua para las evaporaciones
de. reposo de la misma,.,y así ser superiores a la naturaleza que llenan el aire de nubes para las tierras, o también
ep nosotros mismos; por lo tanto, también a la exterior como un elemento que, si bien separa unas de otras partes
a nosotros, en cuanto ésta puede tener influjo en el sen­ del mundo, sin embargo, hace posible entre ellas las ma­
timiento de nuestro bienestar, pues la imaginación, según yores relaciones, pues todo eso proporciona no más que
la ley de asociación, hace depender nuestro estado de con­ juicios teleológicos, sino que hay_^uq_pod^r_jncqntrar
tento de condiciones físicas; pero ella misma también, sublime el Océano solamente, como lo hacen los poetas,
según principios del esquematismo del Juicio (consiguien­ según lo que la apariencia visual muestra; por ejemplo,
temente, en cuanto sometido a la libertad), es instru­ si se le considera en calma, como un claro espejo de
mento de la razón y de sus ideas, y, por tanto, una fuerza agua, limitado tan sólo por el cielo, pero si en movimiento,
para afirmar nuestra independencia contra los influjos como un abismo "qué amenaza tragarlo todo. Eso' mismo
de la naturaleza, para rebajar como pequeño lo que según ha de decirse de lo sublime y dé lo bello en la figura
esta última es grande, y así para poner lo absoluto-grande humana, "en la cuál"nosotros no debemos referirnos á los
274 MANUEL JÍANT
CRITICA DEL JUICIO 17 5
conceptos de los fines para los cuales todos sus miembros
que el bien (el bien moral) intelectual, conforme en sí
están allí,, como bases de determinación del juicio, ni
mismo a fin, debe representarse, no tanto como belló^siñó
dejar que la conformidad con ellos influya en nuestro
mas bien como sublime, de suerte que despierta más el
juicio estético (entonces ya no puro), aunque es, desde
sentimiento del respeto, (que desprecia el encanto) que el
luego, una condición necesaria también de la satisfacción
del amor y la íntima inclinación porque la naturaleza
estética el que no les contradigan. L a finalidad estética
humana concuerda con aquel bien, no por sí misma, sino
es la conformidad a la ley del Juicio en su Ttbertad. La
sólo por la violencia que la razón hace a la sensibilidad.
satisfacción en el objeto depende de la relación en que
Reciprocamente, lo que llamamos sublime en la naturaleza,
queremos poner la imaginación, con tal de que por sí
fuera de nosotros, o también en la interior (verbigracia,
misma entretenga el espíritu en libre ocupación. En cam­
ciertas emociones), se representa como una fuerza del
bio, cuando es otra cosa, sensación de los sentidos o con­
espíritu para elevarse por encima de ciertos obstáculos
ceptos del entendimiento, lo que determina el juicio, éste
de la sensibilidad por medio de principios morales (1 ), y
si bien es conforme a la ley, no es, sin embargo, el juicio
por ello vendrá a ser interesante.
de una líbre facultad del Juicio.
En esto último voy a detenerme un poco. La idea del
Así, pues, cuando se hable de belleza o sublimidad in-
bien con emoción se llama entusiasmo. Este estado de es­
telectual: primer ámente, estas expresiones no son del todo
píritu parece ser de tal manera sublime, que se opina
exactas, porque hay modos de representación estéticos
generalmente que sin él no se puede realizar nada grande.
que si fuéramos meramente inteligencias puras (o nos
Ahora bien: toda emoción (2) es ciega, o en la elección
pusiéramos también, por el pensamiento, en esa cualidad),
de su fin, o, aun cuando éste lo haya dado la razón, en la
no podrían encontrarse de ningún modo en nosotro s;
realización del mismo, porque es el movimiento del es­
que antes, como objetos dé una satis­
píritu que hace incapaz de organizar una libre reflexión
facción intelectual (moral), pueden, desde luego, enlazarse
de los principios para determinarse según ellos. Así, que
con la satisfacción estética, en tanto en cuanto no_ des­
de ninguna manera puede merecer una satisfacción de
cansan en interés alguno, sin embargo, es difícil unirlas,
la razón. Estéticamente, empero, es el entusiasmo sublime,
por otra parte, con ella, porque deben 'producir un interés,
porque es una tensión de las fuerzas por ideas que dan al
lo cual, si la exposición ha de concordar en el juicio esté­
tico con la satisfacción, no ocu rriría en éste más que espíritu una impulsión que opera mucho más fuerte y du­
mediante un interés sensible que se enlaza con él en la raderamente que el esfuerzo por medio de representaciones
exposición, pero entonces se daña y se impurifica la fina­ sensibles. Pero (y esto parece extraño) la falta misma de
lidad intelectual. emoción ( apatheia, phlegma, in significatu bono) de un
El objeto de una satisfacción intelectual pura e in­ espíritu que sigue enérgicamente sus principios inmuta­
condicionada es la ley moral, en su fuerza, que ella ejerce bles es sublime, y, en modo mucho más excelente, porque
en nosotros por encima de todos y cada uno de los móviles
del espíritu que la preceden; y como esa fuerza no se da (1) En las tres ediciones dice «humanos»; pero desde Hartenstein,
todos los editores escriben «morales». Adopto esta versión, aunque
propiamente a conocer estéticamente más que por medio la de «humanos» podía adelantar muchas y buenas razones en su
de sacrificios (lo cual es una privación, aunque en favor favor. ( N . del T.)
de la interior libertad, y, en cambio, descubre en nosotros (2) Las emociones se distinguen específicamente de las pasiones.
una insondable profundidad de esa facultad suprasensible Aquéllas se refieren sólo al sentimiento: éstas pertenecen a la fa ­
cultad de desear, y son inclinaciones que dificultan o imposibilitan
con sus consecuencias, que se extienden adonde ya no al­ toda determinabilidad de la voluntad mediante principios; aquéllas
canza la vista), resulta que la satisfacción, considerada son tormentosas y sin premeditación; éstas, perseverantes y reflexi­
en la parte estética (en relación con la sensibilidad), es vas. Así, la indignación, como cólera, es una emoción; pero como
odio (deseo de venganza), es una pasión. Esta última no puede
negativa, es decir, contra ese interés, pero en la intelec­ nunca y en ninguna relación ser llamada sublime, porque en la emo-
tual es p o s itiv a y unida con un interés. De &q u í se áeduce * * * * Af/Aha-As»’ d d J csp / d S ¿u q u e d a , d e s d e fuego, suspendida pero en
¿ - u r e s am ladíu
176 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO ¡77
tiene de su parte al mismo tiempo la satisfacción de la la falsa modestia que pone en el desprecio de sí mismo,
razón pura. Un modo semejante del espíritu se llama en el lagrimoso e hipócrita arrepentimiento y en una con­
sólo noble, y esta expresión se aplica también después a cepción de espíritu meramente paciente, la cínica manera
cosas; verbigracia, edificios, un traje, manera de escribir, de complacer al más alto ser, nada de eso se compagina
actitud corporal, etc., cuando éstos producen, no tanto siquiera con lo que puede contarse entre las bellezas, y
estupefacción (emoción en la representación de la novedad, mucho menos aún con la sublimidad del modo de ser del
que supera lo que se esperaba) como admiración (una espíritu.
estupefacción que no cesa al perderse la novedad), lo Pero los movimientos tempestuosos del espíritu enlú­
cual ocurre cuando ideas sin intención y sin arte con­ zanse con ideas religiosas, bajo el nombre de edificación,
curren, en su exposición, con la satisfacción estética. o con ideas que tienen un interés social, como sólo perte­
Cada una de las emociones de la especie enérgica, a necientes a la cultura, y no pueden tampoco, por muy gran
saber: la que excita la consciencia de nuestras fuerzas tensión en que pongan la imaginación, pretender al honor
para vencer toda resistencia (animi stremii), es estético- de una exposición sublime, si no dejan tras sí una dispo­
sublime; verbigracia, la cólera, la desesperación misma sición de espíritu que, aunque sólo indirectamente, tenga
(la indignada, pero no la abatida). Pero la emoción de la influjo en la conciencia del propio vigor y de la decisión
especie deprimente, la que nace del esfuerzo mismo para para lo que lleva consigo pura intelectual finalidad (para
resistir un objeto de dolor (animum languidum), no tiene lo suprasensible), pues si no, todos esos sentimientos per­
en sí nada de noble, pero puede contarse entre lo bello tenecerán al movimiento, el cual se estima a causa de la
de la especie sensible. De aquí que los sentimientos, que salud. La agradable laxitud, que es la consecuencia de
pueden crecer en fuerza hasta la emoción, sean también semejante excitación mediante el juego de las emociones,
muy diferentes. Se tienen sentimientos valerosos y se es un goce del bienestar, nacido del equilibrio, restablecido
tienen tiernos. Estos últimos, cuando crecen hasta la emo­ en nosotros, de las diversas fuerzas de la vida, el cual, al
ción, no sirven para nada; la inclinación a ellos se llama cabo, viene a parar a lo mismo que aquel otro que los
sensiblería. Una pena de compasión que no admite con­ voluptuosos del Oriente encuentran tan deleitoso, al ha­
suelo, o en la que, cuando se refiere a desgracias imagi­ cerse, por decirlo así, amasar el cuerpo y oprimir y plegar
nadas, nos sumimos deliberadamente hasta la ilusión, por músculos y articulaciones; sólo que allí el principio motor
la fantasía, como si fuera verdadera, muestra y hace un está, en gran parte, dentro de nosotros, y aquí, en cam­
alma tierna, pero al mismo tiempo débil, que indica un bio, totalmente fuera. Algunos creen haberse edificado por
lado bello, y puede, desde luego, ser llamada fantástica, una predicación allí donde, sin embargo, nada ha sido
pero ni siquiera entusiasta. Novelas, dramas llorones, in­ construido (ningún sistema de buenas máximas), o ha­
sípidas reglas de costumbres, que juegan con los llamados berse mejorado por un drama, cuando sólo se sienten ale­
(aunque falsamente) sentimientos nobles, pero que, en gres de haber entretenido felizmente el fastidio. Así,
realidad, hacen el corazón mustio, insensible para la se­ pues, lo sublime debe siempre tener relación con el modo
vera prescripción del deber, e incapaz de todo respeto de pensar, es decir, proporcionar en máximas a las ideas
hacia la dignidad de la humanidad en nuestra persona, intelectuales v de la razón una fuerza superior sobre la
hacia el derecho de los hombres (lo cual es algo total­ sensibilidad.
mente distinto de su felicidad), y, en general, de todo No hay que temer que el sentimiento de lo sublime se
firme principio; un discurso religioso, inclusive, que reco­ pierda por esta manera de exposición abstracta, que, en
miende baja y rastrera solicitación del favor y adulación, lo que toca a lo sensible, es totalmente negativa, pues la
y que nos haga abandonar toda confianza en la facultad imaginación, si bien nada encuentra por encima de lo
propia para sentir el mal, en lugar de la firme resolución sensible, en donde se pueda mantener, se siente, sin em­
de ensayar las fuerzas que nos queden libres, a pesar bargo, ilimitada, justamente por esa supresión de sus
de toda nuestra debilidad para dominar las inclinaciones; barreras; y esa abstracción es, pues, una exposición de
178 MANUEL KANT
CRÍTICA DEL JUICIO ] 7?
lo infinito, que por eso mismo, ciertamente, no puede ser pero la ley moral es, en nosotros, suficientemente y origi­
nunca más que una exposición meramente negativa, pero nariamente determinante, tanto que ni siquiera es per­
que, sin embargo, ensancha el alma. Quizá no haya en mitido buscar fuera de ella un motivo de determinación.
el libro de la ley de los judíos ningún pasaje más sublime Si el entusiasmo se compara con el delirio, la exaltación
que el mandamiento: «N o debes hacerte ninguna imagen es de comparar con la demencia, y esta última, entre todas,
tallada ni a le g o ría alguna, ni de lo que hay en el cielo,
se acomoda menos que ninguna con lo sublime, porque
ni de lo que hay en la tierra, ni de lo que hay debajo de
es soñadoramente ridicula. En el entusiasmo, como emo­
la tie rra , etc.»... (1). Ese solo mandamiento puede explicar
el entusiasmo que el pueblo judío, en su periodo civilizado, ción, la imaginación no tiene fren o; en la exaltación, como
sintió por su religión, cuando se comparó con otros pue­ pasión incubada y arraigada, no tiene regla. El primero
blos o con aquel orgullo que inspira el mahometismo. Lo es un accidente que pasa y que ataca a veces al entendi­
mismo, exactamente, ocurre con la representación de la miento más sano; la segunda, una enfermedad que lo
ley moral y de la capacidad de moralidad en nosotros. E s desorganiza.
una preocupación totalmente íalsa la de que, si se la pri­ Sencillez (finalidad sin arte) es, por decirlo así, el es­
vase de todo lo que puede recomendarla a los sentidos, tilo de la naturaleza en lo sublime, y también de la mora­
vendría entonces a llevar consigo no más que un consen­ lidad, que es una segunda (suprasensible) naturaleza; de
timiento sin vida y frío y ninguna fuerza o sentimiento ésta conocemos sólo las leyes, sin poder alcanzar, mediante
motriz. Es exactamente lo contrario, pues allí donde los la intuición, la facultad suprasensible en nosotros mismos
sentidos no ven ya nada más delante de sí, y, sin embar­ que encierra el fundamento de esa legislación.
go, permanece imborrable la idea de la moralidad, que no Hay que notar aún que aunque la satisfacción en lo
se puede desconocer, más bien sería necesario moderar bello, así como la de lo sublime, no sólo se distingue
el ímpetu de una imaginación ilimitada, para no dejarla conocidamente entre los otros juicios estéticos por la uni­
subir hasta el entusiasmo, que, por temor a la falta de versal comunicabilidad, sino que también recibe por esa
fuerzas de esas ideas, buscar para ellas una ayuda en cualidad un interés en relación con la sociedad (en donde
imágenes y en un pueril aparato. Por eso también han se deja comunicar), sin embargo, la separación de toda
permitido gustosos los Gobiernos que se provea ricamen­ sociedad es considerada como algo sublime cuando des­
te la religión de ese último adimento, y han tratado así cansa en ideas que miran más allá, por encima de todo
de quitarle al súbdito el trabajo, pero al mismo tiempo interés sensible. Bastarse a sí mismo y, por lo tanto, no
necesitar sociedad, sin ser, sin embargo, insociable, es
la facultad de ampliar las facultades de su alma por enci­
ma de las barreras que se le pueden imponer arbitraria­ decir, sin huirla, es algo que se acerca a lo sublime como
toda victoria sobre las necesidades. En cambio, huir los
mente, y mediante las cuales se le puede tratar fácil­
hombres por misantropía, porque se les odia o por antro-
mente como meramente pasivo.
pofobia (miedo del hombre), porque se les teme como ene­
Esa exposición pura, elevadora del alma y meramente
negativa, de la sensibilidad, no encierra, en cambio, peli­ migos, es, en parte, feo, y en parte, despreciable. Sin
embargo, hay una (muy impropiamente llamada) misan­
gro alguno de exaltación, que es una ilusión de querer
tropía, cuyas raíces suelen encontrarse, con la edad, en
ver más allá de todos los límites de la sensibilidad, es de­
cir, soñar según principios (delirar con la razón), justa­ el espíritu de muchos hombres que piensan bien, que, en
lo que se refiere a la benevolencia, es bastante filantrópi­
mente porque la exposición en aquélla es meramente ne­
gativa, pues la imposibilidad de conocer la idea de libertad ca, pero que se aparta mucho, a causa de una larga y
cierra el camino totalmente a toda positiva exposición;1 triste experiencia, de la satisfacción en los hombres: de
ésta son pruebas la tendencia al retiro, la aspiración fan­
tástica hacia un punto de la tierra alejado o también (en­
(1) La cita está y se repite frecuentemente en la Biblia, Exocl., 20. tre los jóvenes) la felicidad soñada de poder pasar su vida
4; Deut., 4, 15, 20; Jos., 24, 14; Ps., 96, 7. ( N . del T.)
en un desierto desconocido de lo restante del mundo con

£2
180 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 181

una pequeña fam ilia; de ella saben muy bien hacer uso los nombrado como el autor más distinguido, consigue, por
escritores de novelas o imaginadores de robinsonadas. Fal­ ese camino (página 223 de su obra), la solución siguiente:
sedad, ingratitud, injusticia, lo pueril de los fines que .que el sentimiento de lo sublime se funda en el instinto
nosotros mismos tenemos por importantes y grandes, y ¿e conservación y en el miedo, es decir, en un dolor que,
en cuya persecución los hombres mismos se hacen unos :omo no llega hasta la verdadera alteración de las partes
a otros todo el mal imaginable, están tan en contradic­ ¿el cuerpo, produce movimientos que, limpiando los vasos
ción con la idea de lo que pudieran ser los hombres, si más finos, o los más groseros, de obstrucciones peligrosas
quisieran, y se oponen tanto al vivo anhelo de verlos me­ o pesadas, se encuentran en estado de excitar sensacio­
jores que, para no odiarlos, ya que amarlos no se puede, nes agradables, no ciertamente placer, sino una especie
el renunciar a todas las alegrías de la sociedad parece no de temblor satisfactorio, cierta paz que está mezclada con
ser más que un pequeño sacrificio. Esa tristeza, no sobre terror». Lo bello, que él funda en el amor (del cual, sin
el mal que el destino dispone para otros hombres (cuya embargo, quiere considerar el deseo como separado), lo
causa es la simpatía), sino sobre el que ellos mismos se reduce (página 251-252) a «el relajamiento, la distensión
ocasionan (que descansa en la antipatía de principios) es y embotamiento de las fibras del cuerpo, y, por tanto, un
sublime, porque descansa en ideas, mientras que la pri­ enternecimiento, desenlace, agotamiento; un sumirse, ago­
mera, en todo caso, sólo puede valer como bella. El tan nizar y disolverse de placeres». Y después justifica ese
ingenioso como profundo Saussure en la descripción de modo de explicación, no sólo en casos en que la imagina­
su viaje por los Alpes, dice de Bonhomme, una de las ción se une al entendimiento, sino incluso en otros en que
montañas saboyanas: «Allí mismo domina una cierta in­ se une a una sensación de los sentidos, para despertar en
sípida■ tristeza,.» Conocía, pues, una tristeza interesante, nosotros, tanto el sentimiento de lo bello como el de lo
que mana de la vista de un desierto, en donde desearían sublime. Como observaciones psicológicas, esos análisis de
hombres sumirse para no oír nada más del mundo ni los fenómenos de nuestro espíritu son grandemente her­
aprender de él, pero que no debe ser, sin embargo, tan mosos, y proporcionan rica materia a las investigaciones
inhospitalario que ofrezca para los hombres sólo una pe­ preferidas de la antropología empírica. No se puede tam­
nosísima estancia. Hago esta observación solamente con poco negar que todas nuestras representaciones, sean, del
la intención de recordar que también la aflicción (no la
punto de vista objetivo, solamente sensibles, o sean total­
tristeza abatida) puede contarse entre las emociones vigo­
mente intelectuales, pueden, sin embargo, subjetivamente,
rosas, cuando tiene su base en ideas morales; pero cuan­
ir unidas con deleite o con dolor, por muy poco que se
do se funda en la simpatía, y, por tanto, es amable, perte­
noten ambos (porque ellas afectan del todo el sentimiento
nece tan sólo a las emociones deprimentes, y así atraigo
de la vida, y ninguna de ellas, en cuanto es modificación
la atención a la disposición de espíritu, que sólo en el
primer caso es sublime. del sujeto, puede ser indiferente), y hasta que, como opi­
Ahora se puede comparar con la exposición transcen­ naba Epicuro, el placer y el dolor son siempre, en último
dental, hasta aquí llevada, de los juicios estéticos, la fisio­ término, corporales, aunque partan de la imagen y hasta
lógica, como la han trabajado un Burke y muchos hombres de representaciones del entendimiento, porque la vida, sin
penetrantes, entre nosotros, para ver adonde conduce una sentimiento del órgano corporal, es sólo consciencia de la
exposición meramente empírica de lo sublime y de lo propia existencia, pero no sentimiento del bienestar o ma­
bello Burke (1)^ que, en ese modo de tratarla, merece ser1 lestar, es decir, de la excitación, de la suspensión de las
facultades vitales, pues el espíritu, por sí solo, es todo
(1) Según la traducción alemana de su escrito «Philosophische vida (el principio mismo de la vida), y las resistencias,
Untersuchungen über den Ursprung unserer B egriffe vom Schönen las excitaciones, hay que buscarlas fuera de él, y, sin
und Erhabenen». Riga, bei Hartknoch, 1773; «Investigaciones filo­
sóficas sobre el origen de nuestros conceptos de lo bello y de lo embargo, en el hombre mismo, por lo tanto, en la unión
sublime». con su cuerpo.
JOÍ MANUEL KANT ' ZRÍT1CA DEL JUICIO \83

Pero si la satisfacción en el objeto se funda únicamen­


te en el hecho de que éste deleita mediante encanto o emo- !
ción, entonces no se puede exigir a ninguna otra persona DEDUCCIÓN DE LOS JUICIOS ESTÉTICOS PUROS
que^sTe dé acuerdo con el juicio estético que enunciámos,
pues sobre eso, cada uno interroga, con razón, sólo su § 30
sentido privado. Pero entonces toda censura del gusto cesa
también totalmente, pues habría que hacer del ejemplo La deducción de los juicios estéticos sobre los objetos de
qué otros dan, por la concordancia casual de sus juicios, 'a naturaleza no puede ser aplicada a, lo que en ésta
una orden de aplauso para nosotros, y contra este prin­ llamamos sublime, sino sólo a lo bello
cipio, sin embargo, nos alzaríamos probablemente y ape­
laríamos al derecho natural de someter el juicio que des- 1 La pretensión de un juicio estético a una validez uni-
cansa en el sentimiento inmediato de la propia satisfac­ versaT~para cada sujeto exigen, como todo juicio que debe
ción, a nuestro sentido propio y no al de otros. apoyarse en algún principio a priori, una deducción (es
Así, pues, si el juicio de gusto no ha de valer como | decir,“ legitimación de su pretensión) au.e debe aún aña­
egoísta, sino que, según su naturaleza interior, es decir, | dirse a la exposición del mismo, cuando se refiere a una
por sí mismo y no por los ejemplos que otros dan de su -atisfacción o desagrado en la foYma del objeto, y de esta
gusto, ha de valer necesariamente como 'pluralista; si se I dase son los juicios de gusto sobre lo bello de la natu­
le estima de tal modo que se pueda pedir al mismo tiempo raleza, pues la finalidad tiene entonces su base en el objeto
que cada cual deba adherirse a él, entonces tiene que tener
y su forma, si bien no muestra la relación de éste con
a su base algún principio a priori (subjetivo u objetivo), j
tros objetos según conceptos (para el juicio del conoci­
al cual no se puede llegar nunca acechando leyes empíri­
cas de modificaciones del espíritu, porque éstas no dan a miento)', sino sólo se refiere a la aprehensión de esa for­
ma, en cuanto ésta se muestra conforme en el espíritu,
conocer más que cómo se juzga, pero no mandan cómo se
debe juzgar, y aun de tal modo, que la ley sea incondi­ :anto con la facultad de los conceptos como con la de la
cionada; esto es lo que los juicios de gusto presuponen al exposición de los mismos (que es la misma que la de la
pretender que la satisfacción vaya inmediatamente unida aprehensión). Puédese, pues, también, en lo que toca a
con una representación. Así, pues, la exposición empírica 1 lo bello de la naturaleza, alegar cuestiones de diversa índo­
de los juicios estéticos puede, desde luego, constituir el le, que se refieren a las causas de esa finalidad de sus
comienzo para proporcionar la materia para una inves­ form as; verbigracia, cómo se va a explicar por qué la na­
tigación más alta; pero una explicación transcendental turaleza ha multiplicado por todas partes tan pródigamen­
de esa facultad es, sin embargo, posible, y pertenece esen­ te la belleza en el fondo mismo del océano, donde sólo rara
cialmente a la crítica del gusto, pues sin tener éste prin­ vez la vista humana (para la cual sólo aquélla es conforme
cipios a priori, le sería imposible regir los juicios de otros a fin) ha alcanzado a ver..., y otras más...
y fallar sobre ellos, aunque sólo fuera con alguna aparien­ Pero lojsublime de la naturaleza — ciando sobre él enun­
cia de derecho, por medio de sentencias de aprobación o ciadnos un juicio estético puro, no mezclado con conceptos
reprobación. depirTécción como“finalidad objetiva, en cuyo caso sería
Lo que aún queda de la analítica del Juicio estético está un juicio teleológico— puede ser considerado como infor­
encerrado, ante todo, en la deducción de los juicios esté­ me o sin figura y, sin embargo, como objeto de una satis­
ticos puros. facción pura, y mostrar finalidad subjetiva de la repre­
sentación dada; y aquí se trata de saber si en el juicio
estético de esta clase puede pedirse, además de la exposi­
ción de lo que en él se piensa, una deducción de su preten­
sión a un principio (subjetivo) a priori.
184 e n m e A DEL JUICIO 185
MANUEL KAN:

A esto sirve de respuesta que lo sublime de la natura­ tad, como dada a priori por la razón, y como, por tanto,
leza se llama así impropiamente, y que propiamente sólc no tenemos que justificar a priori, según su validez, juicio
puede atribuirse al modo de pensar, o más bien a los fun- alguno que represente lo que una cosa es o exprese que
damentos para el mismo en la naturaleza humana. La debo efectuar algo para realizarla, resulta que habrá que
aprehensión de un objeto, por lo demás informe y discon- I exponer, para el juicio en general, tan sólo la validez uni­
forme a fin, da meramente la ocasión de tener consciencia I versal de un juicio particular, que expresa la finalidad
de ello, y ese objeto es usado de ese modo subjetivo, final- I subjetiva de una representación empírica de la forma de
mente, pero no juzgado como tal por sí y por su forma I un objeto, para explicar cómo es posible que algo^ pueda
(por decirlo así, species finolis accepta, non data). De aquí I placer sólo en el juicio (sin sensación de los sentidos ni
que nuestra exposición de los juicios sobre lo sublime de 1 concepto),, y que así como el juicio de un objeto, para el
la naturaleza fuera también al mismo tiempo su deduc- I conocimiento en general, tiene reglas universales, también
ción, pues cuando hemos analizado la reflexión del Juicio I la satisfacción de cada cual puede ser declarada regla
en ellos, encontramos una relación, conforme a fin, de las I para todos los demás.
facultades de conocer, la cual debe ser puesta a priori a I Ahora bien, si esa validez universal no debe fundarse
la base de la facultad de los fines (la voluntad), y, por 1 en una colección de votos o en preguntas hechas a los
tanto, es ella misma a priori conforme a un fin, lo cual ] demás sobre su modo de sentir, sino que debe descansar,
contiene en seguida la deducción, es decir, la justificación por decirlo así, en una autonomía del sujeto, que juzga so­
de la pretensión de un juicio semejante a una validez uni- 1 bre el sentimiento del placer (en la representación dada),
versal y necesaria. es decir, en su propio gusto, y si, sin embargo, no debe
No tendremos, pues, que buscar más que la deducción I tampoco ser deducida de conceptos, resulta que un juicio
de los juicios de gusto, es decir, de los juicios sobre la semejante, como lo es, en realidad, eb juicio de gusto,
belleza de las cosas naturales, y así satisfacemos en su tiene una característica doble y, desde luego,'lógica, a sa­
totalidad la tarea de todo el Juicio estético.§ ber: primero, la validez universal a priori, no una univer­
salidad lógica según conceptos, sino Tá universalidad de
un Juicio particular; segundo, una necesidad (que siempre
§ 31 de be desc ans ár eTi bases a priori) que, sin embargo, no
depende de ninguna base de demostración a priori, me-
Del método de la deducción de los juicios de gusto díánte juya,' r epresentación; la aprobación que el juicio de
gusto exige de cada cual pudiera ser forzada.
La obligación de una deducción, es decir, de dar una ~La explicación de esas características lógicas, por las
garantía de la legitimidad de una especie de juicios, se que un juicio de gusto se distingue de todos los juicios de
presenta sólo cuando el juicio tiene pretensiones a la ne­ conocimiento, si aquí, al principio, hacemos abstracción
cesidad, y este caso se da solamente cuando, exigiendo de todo' el contenido de aquél, a saber, el sentimiento de
universalidad subjetiva, es decir, aprobación de todos, no placer, y sólo- comparamos la forma estética con la forma
es, sin embargo, un juicio de conocimiento, sino del pla­ de los juicios objetivos según la lógica los prescribe, bas­
cer o dolor, en un objeto dado, es decir, pretende a una tará sólo para la deducción de esa extraña facultad. Así,
finalidad subjetiva que valga comúnmente para todos y pues, vamos a hacer representables, ante todo, esas pro­
que no se debe fundar en concepto alguno de la cosa, por­ piedades características del gusto, aclaradas por medio
que es un juicio de gusto. de ejemplos.
Como, en este último caso, no se trata de juicio alguno
de conocimiento, sea teórico, a cuya base está el concepto
de una naturaleza, en general, dado por el entendimiento,
sea (puro) práctico, a cuya base está la idea de la libér­
184 MANUEL KANT e n m e A DEL JUICIO jq 5

A esto sirve de respuesta que lo sublime de la natura­ tad, como dada a pj'iori por la razón, y como, por tanto,
leza se llama así impropiamente, y que propiamente sólo no tenemos que justificar a priori, según su validez, juicio
puede atiñbuirse a] modo de pensar, o más bien a los íxm- alguno que represente lo que una cosa es o exprese que
damentos para el mismo en la naturaleza humana. La debo efectuar algo para realizarla, resulta que habrá que
aprehensión de un objeto, por lo demás informe y discon­ exponer, para el juicio en general, tan sólo la validez uni­
forme a fin, da meramente la ocasión de tener consciencia versal de un juicio particular, que expresa la finalidad
de ello, y ese objeto es usado de ese modo subjetivo, final­ subjetiva de una representación empírica de la forma de
mente, pero no juzgado como tal por sí y por su forma un objeto, para explicar cómo es posible que algo pueda
(por decirlo así, species finalis accepta, non data). De aquí placer sólo en el juicio (sin sensación de los sentidos ni
que nuestra exposición de los juicios sobre lo sublime de concepto), y que así como el juicio de un objeto, para el
la naturaleza fuera también al mismo tiempo su deduc­ conocimiento en general, tiene reglas universales, también
ción, pues cuando hemos analizado la reflexión del Juicio la satisfacción de cada cual puede ser declarada regla
en ellos, encontramos una relación, conforme a fin, de las para todos los demás.
facultades de conocer, la cual debe ser puesta a priori a Ahora bien, si esa validez universal no debe fundarse
la base de la facultad de los fines (la voluntad), y, por en una colección de votos o en preguntas hechas a los
tanto, es ella misma a priori conforme a un fin, lo cual demás sobre su modo de sentir, sino que debe descansar,
contiene en seguida la deducción, es decir, la justificación por decirlo asi, en una autonomía del sujeto, que juzga so­
de la pretensión de un juicio semejante a una validez uni­ bre el sentimiento del placer (en la representación dada),
versal y necesaria. es decir, en su propio gusto, y si, sin embargo, no debe
No tendremos, pues, que buscar más que la deducción tampoco ser deducida de conceptos, resulta que un juicio
de los juicios de gusto, es decir, de los juicios sobre la semejante, como lo es, en realidad, el, juicio de gusto,
belleza de las cosas naturales, y así satisfacemos en su tiene una característica doble y, desde luego,Togica, a sa-
totalidad la tarea de todo el Juicio estético.§ ber: primero, la validez universal a priori, no una univer­
salidad lógica según conceptos, sino la universalidad de
un juicio particular; segundo, una necesidad (que siempre
§ 31 debe descansar en bases a priori) que, sin embargo, no
depende de ninguna base de demostración a priori, me­
Del método de la deducción de los juicios de gusto díante cuya..representación, la aprobación que el juicio de
g usto exige de cada cual pudiera ser forzada.
La obligación de una deducción, es decir, de dar una La explicación de “ésas características lógicas, por las
garantía de la legitimidad de__una especie de juicios, se que un juicio de gusto se distingue de todos los juicios de
presenta sólo cuando el juicio tiene pretensiones a la ne­ conocimiento, si aquí, al principio, hacemos abstracción
cesidad, y este caso se da solamente cuando, exigiendo de todo el contenido de aquél, a saber, el sentimiento de
universalidad subjetiva, es decir, aprobación de todos, no placer, y sólo- comparamos la forma estética con la forma
es, sin embargo, un juicio de conocimiento, sino del pla­ de los juicios objetivos según la lógica los prescribe, bas­
cer o dolor, en un objeto dado, es decir, pretende a una tará sólo para la deducción de esa extraña facultad. Así,
finalidad subjetiva que valga comúnmente para todos y pues, vamos a hacer representables, ante todo, esas pro­
que no se debe fundar en concepto alguno de la cosa, por­ piedades características del gusto, aclaradas por medio
que es un juicio de gusto. de ejemplos.
Como, en este último caso, no se trata de juicio alguno
de conocimiento, sea teórico, a cuya base está el concepto
de una naturaleza, en general, dado por el entendimiento,
sea (puro) práctico, a cuya base está la idea de la libér­
186 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 187

El Juicio tiene solamente pretensión a la autonomía. Ha­


§ 32 cer de juicios extraños el motivo de determinación del
propio sería heteronomía.
Primera característica del juicio de gusto E l apreciar las obras de los antiguos, con razón, como
molelos y llamar clásicos a los autores de las mismas,
juicio de gusto determina su objeto, en considera- como si entre los escritores constituyeran una cierta aris­
<Aó*v~Ag¡. V^a- T^.d»vcvQ> V % yci \yxva. tocracia que dieran, con su ejemplo, leyes al pueblo, pa­
sión a Ja aprobación de cada cual, como si fuera objetivo. rece mostrar fuentes a posteriori del gusto y contradecir a
' Decir: «E sa flor es bella», vale tanto como proclamar la autonomía del mismo en cada sujeto. Pero podría de­
su propia pretensión a la satisfacción de cada cual. Por cirse también que los antiguos matemáticos, que han sido
el agrado de su olor, no tiene pretensión alguna. A unos tenidos hasta hoy por modelos indispensables de la mayor
regocija ese olor; a otros les ataca a la cabeza: ¿qué de­ solidez y elegancia en el método sintético, demuestran una
berá uno suponer, según esto, como no sea que la belleza razón imitativa en nosotros y una incapacidad de la misma
debe ser tenida por una propiedad de la flor misma, que para sacar de sí, con la mayor intuición, demostraciones
no se rige según la diferencia de las cabezas y de tantos severas por medio de la construcción de los conceptos.
sentidos, sino según la cual éstos han de regirse cuando No hay uso alguno de nuestras facultades, por muy libre
quieran juzgar sobre ella? Y, sin embargo, no es así, pues que sea, incluso el de la razón (que tiene que sacar todos
en eso, precisamente, consiste el juicio de gusto: en que sus juicios de la fuente común a priori), que, si cada su­
llama bella una cosa sólo según la propiedad en que ella jeto debiera empezar siempre, del todo, por las disposi­
se acomoda con nuestro modo de percibirla. ciones brutas de su naturaleza, no cayera en ensayos llenos
Además, en cada juicio que ha de mostrar el gusto del de faltas, de no haberle precedido otros con la suya, no
sujeto, se pide que el sujeto juzgue por sí, sin que tenga para convertir los sucesores en nuevos imitadores, sino
necesidad de explorar, por la experiencia, entre los ju i­ para ponerlos, mediante su proceder, en la pista de buscar
cios de los demás, y de enterarse anticipadamente de su en sí mismo los principios, y así, de tomar a veces mejor
satisfacción o desagrado en el mismo objeto; por lo tanto, su propio camino. En la religión misma, en donde, desde
que pronuncie su juicio, no como imitación, porque una luego, cada cual debe tomar de sí mismo la regla de su
cosa realmente gusta universalmente, sino a priori. Se conducta, porque él mismo permanece responsable de ella
debería empero pensar que un juicio—a priori tiene que y no puede atribuir la culpa de sus faltas a otros, maes­
contener un concepto del objeto para cuyo conocimiento tros o predecesores, no se consigue, sin embargo, nunca
encierra el principio, pero el juicio de gusto no se funda tanto por medio de prescripciones generales, recibidas de
en modo alguno en conceptos y no es nunca un juicio de sacerdotes o de filósofos, o también sacadas de sí mismo,
conocimiento, sino sólo un juicio estético. como por medio de un ejemplo de virtud o de santidad
De aquí que un joven poeta no se deje apartar de la que, puesto eñ la historia, no por eso hace superflua la
convicción de que su poesía es bella, ni por el juicio del autonomía de la virtud, nacida de la idea propia y ori­
público ni por el de sus amigos, y si les presta atención, ginaria de la moralidad, ni la muda en un mecanismo de
ello ocurre, no porque juzgue ahora de otro modo, sino la imitación. Sucesión, referida a un precedente, que no
porque, aun cuando todo el público (al menos, en su pen­ imitación, es la expresión exacta para todo influjo que los
samiento) tuviese un gusto falso, encuentra motivo (aun productos de un creador ejemplar pueden tener sobre
contra su juicio), en su deseo de aplauso, para acomodarse otros, lo cual vale tanto como decir: beber en la misma
con la ilusión común. Sólo después cuando su Juicio se fuente en que aquel mismo bebió y aprender de su prede­
ha hecho más penetrante por el ejercicio, se apartará vo­ cesor sólo el modo de comportarse en ello. Pero, entre to­
luntariamente de su juicio anterior, de igual modo que das las facultades y talento, es precisamente el gusto el
hace con los juicios suyos, que descansan sólo en la razón. que, como su juicio no es determinable por conceptos y
188 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 189
preceptos, está más necesitado de los ejemplos de lo que de que su poesía es bella, aunque ciertos pasajes, que pre­
en la marcha de la cultura ha conservado más tiempo -la cisamente me desagradan, concuerden perfectamente con
aprobación, para no volver de nuevo a la grosería y caer las reglas de la belleza (tal como están allí dadas y uni­
otra vez en la rudeza de los primeros ensayos. versalmente conocidas), me tapo los oídos, me niego a
DÍr fundamentos y razones, y prefiero suponer que aque­
llas reglas de los críticos son falsas, o, por lo menos, que
§ 33 no es éste el caso de aplicarlas, antes que dejar determinar
mi juicio por bases de prueba a griori, pues éste debe
Segunda característica del juicio de gusto ser un juicio de gusto y no del entendimiento o de la
razón.
El juicio de gusto no puede en modo alguno ser de­ Parece que éste sea uno de los principales motivos por
terminado por bases de demostración, exactamente como los cuales se ha dado precisamente el nombre de gusto
si fuera’ meramente subjetivo. a ese Juicio estético, pues por mucho que me enumere
Primera.: cuando alguien no encuentra bello un edificio, alguien todos los ingredientes de un manjar y me haga
una perspectiva, una poesía, no se deja imponer interior­ notar, sobre cada uno de ellos, que me es, por lo demás,
mente la aprobación por cien votos que la aprecien alta­ agradable, y me enaltezca, por encima, con razón lo sa­
mente. Puede, es cierto, presentarse como si ello le plu- ludable de tal comida, contra todos esos fundamentos per­
giese, para no pasar por persona sin gusto, y hasta puede manezco sordo: pruebo el manjar con mi lengua y mi
empezar a dudar de si habrá formado bastante su gusto paladar y según ello (no según principios universales)
por el conocimiento de una multitud suficiente de objetos enuncio mi juicio.
de cierta clase (como uno que en lontananza toma por En realidad, enúnciase el juicio de gusto siempre to­
bosque lo que otros consideran comiKuna ciudad, y duda talmente como un juicio particular del objeto. El enten­
del juicio de su propia v is t a ); pero ve claro, sin embargo, dimiento puede enunciar un juicio universal comparando
que la aprobación de otros no proporciona prueba alguna los objetos, en punto a la satisfacción, con el juicio de
valedera para el juicio de la belleza, y que el hecho de otros; verbigracia, todas las tulipas son bellas, pero en­
que otros observen"y“vean por él,‘ y l o que muchos hayan tonces éste no es ningún juicio de gusto, sino un juicio
visto de una misma manera, puede servir, es cierto, para lógico, que hace de la relación de un objeto con el gusto
el que crea haberlo visto de otro modo, de base proba­ el predicado de las cosas de una determinada clase en
toria suficiente en el juicio teórico, por lo tanto lógico, general, pero sólo el juicio mediante el cual encuentro
pero que nunca lo que ha complacido a otros puede ser­ una única tulipa bella, es decir, encuentro a mi satisfac­
vir de base probatoria en el juicio estético. El juicio de ción en ella universal validez, es el juicio de gusto. Su
otros, cuando nos es desfavorable, puede, desde luego, con característica consiste, empero, en queT &uf!t|tie" sólo ten­
razón, hacernos pensar, considerando el nuestro, pero no ga validez subjetiva, pretende, sin embargo, a extenderse
puede nunca convencernos de la incorrección de éste. Así. a^ISdos-los sujetos, tal y como solo podría ocurrir si fue­
no hay base alguna empírica de prueba para forzar el ra un juicio objetivó apoyado en fundamentos de cono­
juicio de gusto de alguien. cimiento y capaz de ser impuesto por medio de una prueba.
Segundo: una prueba a jyriori, según reglas determi­
nadas, puede menos aún determinar el juicio de la belleza.
Cuando alguien me lee su poesía o me lleva..a'ver'-Tnra
obra dramática que, en conclusión, no quiere convenir a
mi gusto, por mucho que me cite a Batteux, o a Lessing,
o a otros aún más antiguos y famosos críticos del gusto
y presente las reglas por ellos establecidas como pruebas
CRITICA DEL JUICIO 191
190 MANUEL KANT
al juicio de sus objetos las reglas fisiológicas (aquí, psi­
cológicas) y, por tanto, empíricas, según las cuales el
§ 34 gusto, en realidad, procede, sin reflexionar sobre su po­
sibilidad, y critica los productos de las bellas artes, como
N o es posible principio alguno objetivo del gusto
’.a ciencia crítica la facultad misma de juzgarlos.
Por principio del gusto se entendería un principio bajo
cuya condición se pudiera subsumir el concepto de un
§ 35
opJeto"y~deducir, mediante uná'conclusión, que es bello.
Pero es totalmente imposible, pues he de sentir el placear
I 1principio del gusto es el principio subjetivo del Juicio
inméñiátáméiñe en la representación del mismo, y éste
------- ■— en general
no puede serme atribuido por medio de base de prueba
alguna. A pesar de que los críticos, como dice Hume.
El juicio de gusto se distingue del lógico en que este
pueden disputar más espaciosamente que los cocineros,
último 'subsume una representación bajo conceptos del
tienen, sin embargo, la misma suerte que éstos. El motivo
b j eto, joero _el primero no subsume nada bajo un concepto,
de determinación de su juicio no lo pueden esperar de la
ues de otro modo podría la aprobación necesaria y uni-
fuerza de las bases de prueba, sino de la reflexión del
ersal ser forzada. Sin embargo, se parece a este último
sujeto sobre su propio estado (placer o dolor), con ex­
en'que presenta una universalidad y necesidad, pero no
clusión de todo precepto y regla.
según conceptos del objeto, y, por consiguiente, meramen­
Pero los críticos pueden y deben razonar de tal modo
te subjetiva. Ahora bien: como los conceptos constituyen
que ello contribuya a la rectificación y extensión de nues­
en un juicio el contenido del mismo (lo que pertenece al
tro juicio de gusto, no para exponer el motivo de deter­
¿onocimiento del objeto), y como, sin embargo, el ju icio
minación de esa clase de juicios estéticos en una forma
e gusto no es determinable por objetos, se funda éste
universalmente empleable, lo cual es imposible, sino para
solamente en la condición formal subjetiva de un juicio
hacer una investigación de las facultades del conocimiento
en general. La condición subjetiva de todos los juicios es
y sus funciones en esos juicios, y poder analizar con ejem­
a facultad misma de juzgar o Juicios. Ésta, usada en
plos la finalidad subjetiva recíproca, de la que hemos mos­
trado más arriba que su forma, en una representación orisTderación de una representación mediante la cual un
dada, es la belleza del objeto de la’ misma. Así, la crítica ebjeto es dado, exige la concordancia de dos facultades
e representación, a saber: la imaginación (para la in-
misma del gusto es sólo subjetiva en consideración de la
representación mediante la cual un objeto nos es dado; euíciorT^cbmprehensión de lo^cTivérso de la misma) y el
es, a saber: el arte o ciencia de traer a reglas la relación entendimiento (para el concepto como representación de
recíproca del entendimiento y de la imaginación, uno la unidad de esa comprensión). Pero como aquí no hay
con otra, en la representación dada (sin referencia a sen­ :oncepto alguno del objeto a la base del juicio, éste no
sación o concepto antecedente), y, por tanto, la armonía puede consistir más que en la subsunción de la imagi­
o desarmonía de las mismas, y de determinarlas en con­ nación misma (en una representación mediante la cual
sideración de sus condiciones. Ella es arte cuando muestra un objeto es dado) bajo las condiciones mediante las cua­
eso sólo por medio de ejemplos; ella es ciencia cuando la les el entendimiento, en general, llega de la intuición a
posibilidad de semejante juicio la deduce de la naturaleza :onceptos. Es decir, como la libertad de la imaginación
de esa facultad como facultad de conocimiento en general. . msiste precisamente en que esquematiza sin concepto,
Con esta última sola, como crítica transcendental, tenemos iebh el juicio de gusto descansar en una mera sensación
i eJa mutua animación de la imaginación en su libertad,
aquí que ocuparnos. Debe desarrollar y justificar el prin­
del entendimiento, con su conformidad con leyes; des-
cipio subjetivo del gusto como un principio a priori del
Juicio. La crítica, como arte, trata solamente de aplicar :ansar, pues, en un sentimiento que permita juzgar el
192 MANUEL KAN: Z PATICA DEL JUICIO jp3
objeto según la finalidad de la representación (mediante r.a deducción para que se conciba cómo puede un juicio
la cual un objeto es dado) para la impulsión de las fa­ ritético pretender a la necesidad. En ella se funda ahora
cultades de conocer en su juego libre, y el_gusto, com: f. problema con que nos ocupamos: ¿Cómo son posibles
juicio subjetivo, encierra un principio de subsunción, r.. :s juicios de gusto? Y ese problema, pues, se refiere a
dé las intuiciones bajo conceptosK sino de la facultad de :s principios a priori del Juicio puro en los juicios es­
las intuiciones" o exposiciones" (es decir, la .imaginación^ ticos, es decir, en aquéllos en donde él no tiene que sub-
bajo la facultad de los conceptos (es decir, el entendi­ ■_mir (como en los teóricos) bajo conceptos objetivos del
miento), en cuanto la primera, en su libertad, cóncuerd- r'.tendimiento, ni se encuentra sometido a una ley, sino
con la segunda en su conformidad a leyes. r' aquellos donde él mismo, subjetivamente, es objeto al
Para descubrir ahora esa base legal por medio de una :¿r que ley.
deducción de los juicios de gusto, pueden servirnos de Este problema puede también representarse así: ¿Cómo
hilo conductor las características formales de esa clase posible un juicio que sólo por el propio sentimiento
de juicios, en cuanto sólo se considera en ellas la forma placer en un objeto, independientemente del concepto
lógica. irl mismo, juzgó ese placer como anejo a la representa-
::ón del mismo objeto en todo otro sujeto a priori, es
§ 36 iecir, sin necesitar esperar la aprobación extraña?
Que los juicios de gusto son sintéticos se ve fácilmente,
Del problema de una deducción de los juicios de gust<> cues ellos pasan por encima del concepto y hasta de la
intuición del objeto, y añaden a ésta, como predicado, algo
Con la percepción de un objeto pttede unirse inmedia­ gue ni siquiera es conocimiento, a saber, un sentimiento
tamente el concepto de un objeto en general, cuyos pre­ de placer (o dolor). Que ellos, empero, aunque el predicado
dicados empíricos aquélla contiene, para un júicio de co­ del placer propio, unido con la representación) sea em­
nocimiento, y, mediante él, puede producirse un juicio pírico, son, sin embargo, a priori, en lo que se refiere a
de experiencia. A la base de éste hay conceptos a priori ia aprobación exigida de cada cual, o quieren ser tenidos
de la unidad sintética de lo diverso de la intuición, para por tales, está igualmente encerrado ya en las expresiones
pensarlo como determinación de un objeto, y esos con­ de su pretensión; y así, ese problema de la crítica del
ceptos (las categorías) exigen una deducción que ha sido Juicio pertenece al problema general de la filosofía trans­
dada ya en la Crítica de la razón pura, mediante la cual cendental: ¿Cómo son posibles juicios sintéticos a priori?
también pudo llegarse a la solución del problema siguien­
te: ¿Cómo son posibles juicios de conocimiento sintéticos
a priori? Ese problema se refería, pues, a los principios § 37
a priori del entendimiento puro y de sus juicios teóricos.
Pero con una percepción puede también ir unido un ¿Qué se afirma propiamente «a priori» de un objeto
sentimiento de placer (o de dolor) y satisfacción que en un juicio de gusto?
acompaña a la representación del objeto y le sirve de
predicado, y puede así producirse un juicio estético que Que la representación de un objeto esté unida inmedia­
no es ningún juicio de conocimiento. A la base de uno tamente con un placer, no puede percibirse más que in­
semejante, cuando no es un mero juicio de sensación, sino teriormente, y si no se quisiera indicar nada más que
un juicio formal de reflexión, que exige esa satisfacción eso, no daría más que un juicio meramente empírico,
a cada cual como necesaria, tiene que haber algo como pues a priori, no puedo enlazar con representación alguna
un principio a priori, el cual, en todo caso, no puede ser un determinado sentimiento (de placer o de dolor), salvo
más que subjetivo (siendo imposible uno objetivo para en el caso de que a la base haya un principio a priori en
esa clase de juicios), pero, como tal, necesita también la razón que determine la voluntad; porque, en efecto, el
CRÍTICA DEL JUICIO
MANUEL KANT 195
194
placer (en el sentimiento moral) es la consecuencia de
N O T A
ello, y, por lo tanto, precisamente no puede compararse
con el placer en el gusto, puesto que aquél exige un de­
Esta deducción es tan fácil, porque no necesita forti­
terminado concepto de una ley, y, en cambio, éste debe
ficar una realidad objetiva de un concepto, pues la belleza
ser unido inmediatamente con el simple juicio antes de
no es concepto alguno de un objeto y el juicio de gusto
todo concepto. no es juicio alguno de conocimiento; afirma tan sólo ese
Así, pues, no es placer, sino la universal validez de
juicio que tenemos derecho a suponer universalmente en
ese placer, lo que se percibe en el espíritu como unido
todo hombre las mismas condiciones subjetivas del Juicio
con el mero juicio de un objeto, y lo que es representado
que encontramos en nosotros, y, además, que hemos sub-
en un juicio de gusto, a priori, como regla universal para
sumldo” correctamente el objeto dado bajo esas condicio­
el Juicio, valedera para cada cual. ¿Que yo percibo y
nes. Ahora bien, aunque esto último tiene dificultades ine­
juzgo un objeto con placer? Esto es un juicio empírico;
vitables que no dependen del juicio lógico (pues en éste
pero ¿que lo encuentro bello, es deqir que puedo exigir a
se subsume bajo conceptos, pero en la estética sólo bajo
cada cual esa satisfacción como necesaria? Esto es un
una relación, que se puede sentir, de la imaginación y del
juicio a priori. entendimiento, acordes, recíprocamente, en la forma re­
presentada del obejto, y, en este caso, la subsunción puede
§ 38 fácilmente errar)'; sin embargo, no por eso se le quita
algo a la legitimidad de la pretensión del Juicip de contar
Deducción de los juicios de gusto
sobre una aprobación universal, pretensión que viene sólo
a parar a esto: a juzgar la exactitud del principio, por
Si se admite que, en un juicio puro de gusto, la satis­
motivos subjetivos, como valedera para cada cual, pues
facción en el objeto está unida con el nuevo juicio de su
en lo que se concierne a la dificultad y a la duda sobre
forma, resulta que lo que sentimos unido con la represen­
la corrección de la subsunción bajo aquel principio, no
tación del objeto en el espíritu no es otra cosa sino la
autorizan a poner en duda la legitimidad de la preten­
subjetiva finalidad de la forma para el Juicio. Ahora
sión de un juicio estético en general a esa validez, ni,
bien: como el Juicio, en consideración de las reglas for­
por tanto, el principio mismo, como tampoco la subsun-
males del juicio, sin materia alguna (ni sensación de ios
ción_ falsa (aunque no tan frecuente ni tan fácil) del
sentidos ni concepto), no puede ser referido más que a
juicio lógico, bajo su principio, puede hacer poner en duda
las condiciones subjetivas del uso del Juicio, en general
este último, que es objetivo. Pero si la cuestión fuera,
(que no se ajusta ni a la especie particular de sentido ni
¿cómo es posible admitir u priori la naturaleza como
a un concepto particular del entendimiento), y, por con­
una totalidad de objetos del gusto? Entonces, este pro­
siguiente, a lo subjetivo que se puede presuponer en todos
blema tiene relación con la teleología, porque tendría que
los hombres (como exigible, en general, para el conoci­
miento posible), resulta que la concordancia de una re­
presentación con esas condiciones del Juicio debe poder subjetivas de esa facultad, en lo que se refiere a la relación de las
ser admitida a- priori como valedera para cada cual, es facultades de conocimiento, puestas en actividad en ella, con un
conocimiento en general, son idénticas, lo cual debe ser verdad, pues
decir, que el placer o finalidad subjetiva de la represen­ si no, los hombres no podrían comunicarse sus representaciones ni
tación, para la relación de las facultades de conocer en el en el conocimiento mismo; segundo, que el juicio se ha referido
juicio de un objeto sensible en general, podrá exigirse solamente a esa relación (por tanto, a la condición form al del
Juicio), y es puro, es decir, no mezclado ni con conceptos del objeto
con razón a cada cual (1). 1 ni con sensaciones como motivo de determinación. Cuando se falta
a esto último, ello toca tan sólo a la aplicación incorrecta del derecho
(1) Para tener derecho a pretender la aprobación universal de que nos da una ley en un caso particular, y por ello no queda su­
un juicio del Juicio estético que descansa sólo en bases subjetivas, primido ese derecho en general.
basta admitir: primero, que en todos los hombres las condiciones
MANUEL KA NT CRITICA DEL JUICIO
196 197
considerarse como un fin de la naturaleza, esencialmente minación suprasensible que, por muy oscuro que sea, tiene
dependiente de su concepto, el producir formas finales un pHnHmo moral. Pero no tengo derecho a suponer
para nuestro Juicio. Pero la exactitud de esa hipótesis es absolutamente que otros hombres tomarán eso en consi­
aún muy dudosa, mientras que la realidad de las bellezas deración y sentirán en la contemplación de las grandezas
naturales de la experiencia está patente. salvajes de la naturaleza una satisfacción (la cual, ver­
\ daderamente, no puede atribuirse a la visión de la misma,
que más bien infunde temor). No obstante, refiriéndome
§ 39 a que se deben tomar en consideración aquellas capaci­
dades morales en cada ocasión conveniente, puedo exigir
De la comunicabilidad de una sensación a cada uno aquella satisfacción, aunque sólo mediante la
ley moral, que, por su parte, a su vez, se funda en con­
Cuando la sensación, como lo real de la percepción, es ceptos de la razón.
referida al conocimiento, llámase sensación de los senti­ En cambio, el placer en lo bello no es ni un placer del
dos, y lo específico de su cualidad se deja representar como S'oce, ni el de una actividad conforme a la ley, ni tampoco
comúnmente comunicable del mismo modo, admitiendo que el de una' contemplación que razona según ideas, sino el
cada cual tiene un sentido igual que el nuestro; pero esto de la mera reflexión. Sin tener fin alguno o principio como
no se puede, de ningún modo, admitir de una sensación regla directiva, ese placer acompaña la aprehensión común
de los sentidos. Así, a quien falte el sentido del olfato, no de un óbjéto~médfarite la imaginación, como facultad de
podrá comunicarse esa clase de sensación, y, aunque no la intuición, en relación con el entendimiento, como fa­
le falte, no se puede estar seguro de que tenga exacta­ cultad de los conceptos, por medio de un proceder del
mente la misma sensación de una flor que nosotros te­ Juicio, que éste tiene que ejercer, aun para la experiencia
nemos de ella. Mucho más separados aún debemos empero más común; sólo que aquí está obligado a hacerlo para
representarnos los hombres, en consideración al agrado percibir un concepto empírico objetivo, y allí, éñ cambio
o desagrado de la sensación del mismo objeto de los sen­ fén_eL-juic.io estético), sólo para percibir la adecuación
tidos, y es imposible totalmente pedir que el placer, en de la representación a la actividad armoniosa (subjetivo-
tales objetos, sea compartido por cada cual. El placer de finaJJ de ambas facultades de conocer, en su libertad, es
esta clase, ya que viene al espíritu mediante el sentido decir, sentir el estado de representación con placer. Ese
y en él estamos, pues, pasivos, puede llamarse placer placer debe necesariamente descansar en todo hombre
"del goce. sobre las mismas condiciones, porque son condiciones sub­
La satisfacción en una acción por causa de su carácter jetivas de la posibilidad de un conocimiento en general y
moral no es, en cambio, placer alguno del goce, sino de porque la proporción de esas facultades de conocer, exi­
la propia actividad y de su conformidad con la idea de su gida para el gusto, es exigióle también para el entendi-
determinación. Ese sentimiento, que se llama el senti­ miento común y sano qué se puede presuponer en cada
miento moral, exige empero conceptos y expone, no una hombre. Precisamente por eso el que juzga con gusto
finalidad libre, sino una finalidad legal, y si no se deja puede (con tal de que en esa consciencia no se equivoque
tampoco comunicar universalmente más que mediante la y no tome \& materia por la forma, el encanto por la
razón y, si el placer ha de ser en cada cual de la misma belleza) exigir de cada uno la finalidad subjetiva, es decir,
especie, mediante conceptos prácticos de la razón muy su satisfacción en el objeto, y admitir su sentimiento
determinados. como universalmente comunicable, y ello, por cierto, sin
El placer en lo sublime de la naturaleza, como placer intervención de los conceptos.
de la copieñr¿laciori que razona,"pretende, es cierto, tam­
bién ser universalmente compartido; pero, sin embargo,
presupone ya otro sentimiento, a saber: el de la deter-„
MANUEL fíA N T CRITICA DEL JUICIO 2 99

en el lugar de cualquier otro, haciendo sólo abstracción


§ 40 de las limitaciones que dependen casualmente de nuestro
juicio propio, lo cual, a su vez, se hace apartando lo más
Del gusto como una especie de «sensiis communis» j posible lo que en el estado de representación es materia,
es decir, sensación, y atendiendo tan sólo a las caracte­
Dase a menudo al Juicio, cuando se considera no tanto rísticas formales de la propia representación o del propio
su reflexión cuanto meramente el resultado de la misma, estado de representación. Ahora bien : quizá parezca esa
el nombre de sentido, y se habla de un sentido de la ver­ operación de la reflexión demasiado artificial para atri­
dad, de un sentido de la conveniencia, de j a justicia, et­ buirla a la facultad que llamamos sentido común, pero
cétera, aunque se sabe, al menos se debi\ saber fácil­ es que lo parece así sólo cuando se la expresa en fórmulas
mente, que no es en un sentido en donde esos conceptos abstractas; nada más naturales en sí que hacer abstrac­
pueden tener su sitio, y que un sentido tampoco tiene la ción de encanto y de emoción cuando se busca un juicio
menor capacidad para una enunciación de reglas gene­ que deba servir de regla universal.
rales, sino que de la verdad, la conveniencia, la belleza o Lasm áxim as siguientes del entendimiento común hu­
la justicia no podría acudir a nuestro pensamiento una man oTTsTJblefr^ pertenecen a este asunto como partes
representación de esa clase, si no nos pudiéramos alzar de la crítica del gusto, pueden, sin embargo, servir para
sobre el sentido a más altas facultades de conocimiento. aclarar sus principios. Son Tas siguientes: 1.a Pensar por
El entendimiento común humano, que, como meramente sí^mismo. 2.a Pensar en el lugar de cada otro. 3.a Pen­
sano (no aún cultivado), se considera como lo menos que sar siempre de acuerdo consigo mismo. La primera es la
,ge puede esperar siempre del que pretende al nombre de máxima del modo de pensar libre de prejuicios; la segun-
hombre, tiene por eso también el humillante honor de dá, del extensivo<: la tercera, del consecuente. La primera
verse cubierto con el nombre de sentido común ( sensus^ éüna máxima de una razón nunca pasiva. La inclinación
communis), de tal modo que por la palabra común — no a lo contrario, por tanto, a la heteronomia de la razón,
ioió^éJT nuestra lengua, que aquí, realmente, encierra una se llama prejuicio, y el mayor de todos consiste en re­
doble significación, sino también en varias otras (1 )— se presentarse la naturaleza como no sometida a las reglas
entiende vulgare, lo que en todas partes se encuentra, que el entendimiento, por su propia ley esencial, le pone
aquello cuya posesión no constituye un mérito ni ventaja a la base, es decir, la superstición. La liberación de la
alguna. superstición llámase ilustración (1), porque aunque esa
Pero por sensus commarmis ha de entenderse la idea de denominación se da también a la liberación de los pre­
un sentido que es común a todos, es decir, de un Juicio juicios en general, la superstición puede, más que los
que, en su reflexión, tiene en cuenta por el pensamiento otros (in sensu eminenti), ser llamada prejuicio, porque
( a prior i ) el modo de representación de los demás para la ceguera en que la superstición sume, y que impone
atener su juicio, por decirlo así, a la razón total humana, incluso como obligada, da a conocer la necesidad de ser1
y, así, evitar la ilusión que, nacida de condiciones priva­
das subjetivas, fácilmente tomadas por objetivas, tendría (1) Pronto se ve que ilustración es cosa fácil in thesi, pero in
una influencia perjudicial en el juicio. Ahora bien: esto hypothesi es larga y difícil de cumplir; porque no permanecer pa­
se realiza comparando su juicio con otros juicios no tanto sivo con su razón, sino siempre ser legislador de sí mismo, es
ciertamente cosa muy fácil para el hombre que sólo quiere adecuarse
reales, como más bien meramente posibles, y poniéndose a sus fines esenciales y no desea saber lo que está por encima de
su entendimiento. Pero como la tendencia hacia esto último no se
(1) El vocablo usado en el texto alemán, «gemein», significa puede casi impedir, y como no faltarán otros que prometan; con
realmente «ordinario», adjetivo que encierra en castellano la misma gran seguridad, poder satisfacer el deseo de saber, tiene que ser
doble significación que en alemán; sin embargo, no lo hemos em­ muy difícil conservar o restablecer en el modo de pensar (sobre
pleado aquí, por atender al uso y a la terminología latina. (N . del todo, en el público) lo meramente negativo (que constituye propia­
Traductor.) mente la ilustración).
2qq MANUEL KAN7
CRÍTICA DEL JUICIO 201
conducido por otros y, por tanto, más que nada, el estado
de una razón pasiva (1 ). En lo que toca a la segunda ' La capacidad de los hombres de comunicarse sus pen­
máxima del modo de pensar, bien acostumbrados estamos 1 samientos, exige una relación de la imaginación y del
a llamar limitado (estrecho, lo contrario de amplio) a I entendimiento para asociar a los conceptos intuiciones y
_ éstas, a su vez, conceptos que se juntan en un conoci­
aquel cuyos talentos no se aplican a ningún uso .conside­
miento; pero entonces la concordancia de ambas facultades
rable (sobre todo, intensivo). Pero aquí no se trata di
:el espíritu es conforme a ley, bajo la presión de deter­
la facultad del conocimiento, sino del modo del pensar. I
minados conceptos. Sólo cuando la imaginación, en su
para hacer de éste un uso conforme a fin; por muy pe­
ertad, despierta el entendimiento, y éste, sin concepto,
queños que sean la extensión y el grado adonde alcance 1
ne la imaginación en un juego regular, entonces se
el dote natural del hombre, muestra, sin embargo, un 1
munica la representación, no como pensamiento, sino
hombre amplio en el modo de pensar, cuando puede apar- I
:mo sentimiento interior de un estado del espíritu con-
tarse de las condiciones privadas subjetivas del juicio,
: rme a fin.
dentro de las cuales tantos otros están como encerrados, 1
?il gusto, pues, es . la facultad de juzgar a prior i la
y reflexiona sobre su propio juicio desde un punto di I
rmunicabilidad de los sentimientos que están unidos con
vista universal (que no puede determinar más que ponién- I
ma representación dada (sin intervención de un con-
dose en el punto de vista de los demás). La tercera máxi- I
ma, a saber: la del modo de pensar consecuente, es 1¿ 1 meptoTT
Si se pudiese admitir que la mera comunicabilidad de
más difícil de alcanzar, y no puede alcanzarse más qu-:
■_estro sentimiento debe llevar consigo en sí ya un in-
por la unión de las dos primeras, y después de una fre­
:erés para nosotros (lo cual, sin embargo, no hay derecho
cuente aplicación de las mismas, convertido ya en des-
_ concluir de la propiedad de un juicio meramente re-
treza. Puede decirse: la primera de esas máximas es 1& I
mexionante), podríase explicar entonces por qué el sen­
máxima del entendimiento; la segunda, del Juicio; la I
timiento en el juicio de gusto es exigido a cada cual, por
tercera, de la razón. cecirlo así, como deber.
Vuelvo a coger el hilo abandonado por este episodio, y l
digo que el gusto puede ser llamado sensus communis con I
más derecho''que el entendimiento sano, y~ qu é ‘JPJuici:
§ 41
estético puede llevar el nombre de sentido común mejor I
que el intelectual (2 ), si se quiere emplear la palabra I Del interés empírico en lo bello
sentido para un efecto de la mera reflexión sobre e.
espíritu, pues entonces, por sentido se entiende el sentí- Que el juicio de gusto, mediante el cual algo se declara
miento del placer. Podríase incluso definir el gusto, com: relio, no debe tener interés alguno como fundamento de
facultad de juzgar aquello que hace universalmente cc- I ieterminación, se ha expuesto ya suficientemente más
municable nuestro sentimiento en una representación dada. R irriba; pero de aquí no se infiere que, después de que ha
sin intervención de un concepto. -ido dado como puro juicio estético, ningún interés pueda
enlazarse con él. Sin embargo, ese enlace no podrá ser
(1) He traducido por ilustración la palabra alemana «Auskla- trunca más que indirecto, es decir, que el gusto debe, ante
rung», famosa en la historia de la cultura, y que se usa para desig­
nar lo que en Francia se llamó, en el siglo x v iii , la philosophie o rodo, ser representado unido con alguna otra cosa, para
les lumiéres, esa época que, efectivamente, se caracteriza, como dice poder enlazar, con la satisfacción de la mera reflexión
Kant, por haber sometido a los prejuicios del pasado, la tradición, sobre un objeto, además, un placer en la existencia del
las costumbres, la historia..., etc..., a la crítica de la razón; la época
de Voltaire, Rousseau, los enciclopedistas Lesing, Kant mismo. «Auf- mismo (como aquello en donde todo interés subsiste),
kláruny» significa propiamente aclaración o iluminación. (N . del T ■ pues aquí vale, en el juicio estético, lo dicho en el juicio
(2) Podría designarse el gusto por sensus communis sestheticus. ie conocimiento (de cosas, en general) : a posse ad esse
y el entendimiento común humano por sensus communis logicus.
’ion valet consequentia. Ahora bien: esa otra cosa puede
N úm. 1 6 20 .-8
MANUEL KA.VT ZOT1CA DEL JUICIO
202 203

ser algo empírico, a saber: una inclinación propia a .rtancia, y por si, sin interés notable, sin embargo, la
naturaleza humana, o algo intelectual, como la propiedad :ea de su comunicabilidad universal agranda casi infi-
de la voluntad de poder ser determinado a priori por fat lamente su valor.
razón, y ambas cosas encierrajK una satisfacción en la Ese interés, atribuido indirectamente a lo bello por la
existencia de un objeto, y así "el fundamento para poder ^ilinación a la sociedad y, por tanto empírico, no es, sin
poner un interés en lo que ya ha gustado por sí, y sis -~bargo, de importancia alguna para nosotros aquí, por-
consideración a ningún otro interés. : :e la importancia hemos de verla en lo que pueda rela-
Empíricamente, interesa lo bello sólo en la sociedad, j marse a priori, aunque indirectamente con el juicio de
si se admite la tendencia a la sociedad, como natural al : sto. Pues aunque se descubriera en aquella forma un
hombre, si se admite la aptitud y la propensión a ella, e« nterés unido con éste, vendría el gusto a descubrir un
decir, la sociabilidad como exigencia de los hombres er -¿nsito de nuestro juicio del goce sensible al sentimiento
cuanto criaturas determinadas para la sociedad, es decir, ■ :ral; y no sólo que por eso nos veríamos llevados a
como cualidad que pertenece a la humanidad, no podrá ipar mejor el gusto, conformemente a fin, sino que tam-
por menos de deberse considerar también el gusto come : én éste vendría a ser representado como el eslabón
una facultad de juzgar todo aquello mediante lo cual s« -edio de una cadena de las facultades humanas a priori,
puede comunicar incluso su sentimiento a cualquier otro, ze las cuales toda legislación debe depender. Del interés
y, por tanto, como medio de impulsión para lo que la t-pírieo en los objetos del gusto, y en el gusto mismo,
inclinación natural de cada uno desea. : cede decirse tan sólo que, ya que este último se abandona
Por sí solo, un hombre abandonado en una isla desierta ^ la inclinación, por muy refinada que sea, se puede aquí
ni adornaría su cabaña ni su persona, ni buscaría flores ■_mbién mezclar con todas las inclinaciones y pasiones
ni menos las p la n ta ría p ara adornarse con ellas; sólo er - .:e en la sociedad alcanzan su mayor diversidad y su
sociedad se le ocurre, no sólo ser hombre, sino, a aj —ás alto grado, y el interés en lo bello, cuando se funda
manera, ser un hombre fino (comienzo de la civilización ¡. sólo en eso, puede proporcionar sólo un tránsito muy
pues como tal es juzgado quien tiene inclinación y habili­ equívoco de lo agradable a lo bueno. Pero hay motivo en
dad para comunicar su placer a los demás y quien no se cambio, para indagar si este tránsito no podrá quizá ser
satisface con un objeto cuando no puede sentir la satis­ favorecido mediante el gusto, cuando este último es to­
facción en él mismo en comunidad con otros hombres. mado en su pureza.
También espera y exige cada uno que los demás tengan
consideración a la universal comunicación, como si, por § 42
decirlo así, hubiera un contrato primitivo, dictado por la
humanidad misma; y así como, desde luego, al principio Del interés intelectual en lo bello
son sólo encantos, verbigracia, colores para pintarse (ro-
cón, en los caribes; cinabrio, en los iroqueses) o flores, Dieron prueba de buenas intenciones los que, queriendo
conchas, plumas de pájaros de hermosos colores, con el enderezar hacia el último fin de la humanidad, hacia el
tiempo son también bellas formas (en canoas, vestidos bien moral, las actividades todas a que el hombre se ve
etcétera) que no llevan consigo deleite alguno, es decir, empujado por la interior disposición natural, tuvieron por
satisfacción del goce, lo que en la sociedad se hace im­ señal de un buen carácter moral el tomar un interés por
portante y se une con gran interés, hasta que, finalmente, lo bello en general. Pero no sin fundamento les han ob­
la civilización, llegada a su más alto grado, hace de ello jetado otros, apelando a la experiencia, que virtuosos del
casi la obra principal de la inclinación más refinada y se gusto, se abandonan, no sólo a menudo, sino hasta gene­
les da a las sensaciones valor sólo en cuanto se pueden ralmente, a pasiones vanas, caprichosas y desastrosas, y
universalmente comunicar, por lo cual, aunque el placer que quizá menos que otros pueden pretender a la supe­
que cada uno tiene en semejante objeto es de poca im- rioridad de la devoción a principios morales, y así parece
204 MANUEL KAN7 CRITICA DEL JUICIO 205

que el sentimiento de lo bello no sólo (como lo es, en debe acompañar la intuición y la reflexión, y en él sólo
realidad) es específicamente distinto del sentimiento mo­ se funda el interés inmediato que en aquélla se toma. Si
ral, sino que también el interés que con él se puede unir no, queda o un mero juicio de gusto, sin interés alguno, o
es difícilmente, y de ningún modo mediante interior afi­ un juicio unido con un interés mediato, o sea referido a
nidad, enlazable con el moral. .a sociedad, la cual no proporciona indicación alguna segu­
Admito ciertamente de buen grado que el interés en ra sobre la manera de pensar moralmente buena.
lo bello del arte (incluyendo en él el uso artificial de las Esa superioridad de la belleza natural sobre la del
bellezas de la naturaleza para engalanarse, y, por tanto, arte, que consiste, aun cuando éste sobrepuje a aquélla
para la vanidad) no ofrece prueba alguna de que se posea según la forma, en despertar sola un interés inmediato,
un modo de pensar devoto de principios morales o sola­ concuerda con el más refinado y profundo modo de pensar
mente inclinado a ellos; pero afirmo, en cambio, que tomar de todos los hombres que han cultivado su sentimiento
un interés inmediato en la belleza de la naturaleza (no moral. Si un hombre que tiene gusto bastante para juzgar
sólo tener gusto para juzgarla), es siempre un signo dis­ productos de las bellas artes con la mayor exactitud y
tintivo de un alma buena, y que, cuando ese interés es finura deja sin pena la estancia donde se encuentran esas
habitual y se une de buen grado con la contemplación de bellezas que entretienen la vanidad y otros goces sociales,
la naturaleza, muestra al menos, una disposición de es­ y se vuelve hacia lo bello de la naturaleza para encontrar
píritu favorable al .sentimiento moral. Hay, empero, que aquí, por decirlo así, voluptuosidad para su espíritu en
acordarse que aquí me refiero propiamente a las bellas una hilera de pensamientos que no puede desarrollar ja ­
formas de la naturaleza, y que dejo a un lado, en cambio, más completamente, entonces consideraremos esa su elec­
los encantos que ésta suele tan pródigamente enlazar con ción con alto respeto y supondremos en él un alma bella,
aquéllas, porque el interés en éstos, si bien es inmediato, cosa a que no puede pretender perito ni aficionado alguno
es, en cambio, empírico. de arte, por el mérito del interés que toma en sus ob­
El que sólo (y sin intención de comunicar sus obser­ jetos. ¿Cuál es, pues, la diferencia de la apreciación tan
vaciones a otros) considera la bella figura de una flor distinta de dos clases de objetos que, en el juicio del
salvaje, de un pájaro, de un insecto, etc., para admirarla, mero gusto, apenas si vendrían a disputarse uno a otro
amarla, no queriendo dejar de encontrarla en la natura­ la preferencia?
leza, aunque le costara algún daño a sí mismo y aunque, Tenemos, en el mero Juicio estético, una facultad para
de ser perdida, resultara alguna utilidad para él, ese toma juzgar sin conceptos sobre formas y encontrar en el mero
un interés inmediato y ciertamente intelectual en la be­ juicio de la misma una satisfacción, que hacemos al mis­
lleza de la naturaleza. Es decir, no sólo su producto según mo tiempo regla para cada cual, sin que este juicio se
la forma, sino la existencia del mismo le place, sin que funde en interés alguno ni lo produzca. Por otra parte,
un encanto sensible tenga parte en ello o él mismo enlace tenemos también otra facultad, en un Juicio intelectual,
aquí algún fin. de determinar una satisfacción a priori para meras for­
Pero aquí es digno de notar que si se engañara en mas de máximas prácticas (en cuanto se califican a sí
secreto a ese amante de lo bello y se pusieran en el suelo mismas por sí mismas para la legislación universal), y
flores artificiales (que se pueden hacer completamente esta satisfacción la hacemos ley para cada cual, sin que
iguales a las naturales) o se colgaran de las ramas de los nuestro juicio se funde en interés alguno, pero producién­
árboles pájaros artificiales tallados, y después descubriera dolo, sin embargo. El placer o dolor, en el primer juicio
él el engaño, desaparecería en seguida el interés inme­ se llama el del gusto; en el segundo, el del sentimiento
diato que antes tomaba en todo aquello, pero quizá se moral.
encontrara en su lugar otro, a saber: el interés de la Pero como interesa también a la razón que las ideas
vanidad de adornar con ello su cuarto para ojos extraños. (para las cuales, en el sentimiento moral, produce ella
La naturaleza ha producido esa belleza: este pensamiento un interés inmediato) tengan también realidad objetiva,
2q6 MANUEL KANT CR1TICA DEL JUICIO 207

es decir, que la naturaleza muestre, por lo menos, una mentó de la posibilidad de semejante finalidad en la na­
traza o una señal de que encierra en sí algún fundamento turaleza se tratará en la «T eología»).
para admitir una concordancia conforme a ley entre sus Que la satisfacción en el arte bello, en el puro juicio
productos y nuestra satisfacción, independiente de todo de gusto, no está tan unida con un interés inmediato
interés (satisfacción que conocemos a priori como ley para como la que se siente en la naturaleza bella, es también
cada hombre, sin poder fundarla en pruebas), debe, pues, fácil de explicar, pues el arte e s: o una imitación tal de
la razón tomar un interés en toda manifestación natural ésta que llega hasta la ilusión, y entonces hace el efecto
de una concordancia semejante a ésa; por consiguiente, de belleza natural (tenida por tal), o es un arte enderezado
no puede el espíritu reflexionar sobre la belleza de la con intención visible a nuestra satisfacción, y entonces
naturaleza, sin encontrarse, al mismo tiempo, interesado tendría lugar la satisfacción en ese producto, desde luego,
en ella. Pero ese interés es, según la afinidad, moral, y inmediatamente, mediante el gusto, pero no despertaría
quien lo toma por lo bello de la naturaleza no puede to­ nada más que un interés inmediato en la causa que está
marlo más que en cuanto ya anteriormente haya fundado a la base, a saber: en un arte que sólo por su fin, pero
bien su interés en el bien moral. A quien interese, pues, nunca en sí mismo, puede interesar. Se dirá quizá que el
inmediatamente la belleza de la naturaleza, hay motivo caso es el mismo en un objeto de la naturaleza que no
para sospechar en él, por lo menos, una disposición para interesa por la belleza más que en cuanto se le ha empa­
sentimientos morales buenos. rejado con una idea m oral; pero no eso, sino la propiedad
Se dirá que esta interpretación de los juicios estéticos, que tiene en sí misma, y que la califica para un empa­
en afinidad con el sentimiento moral, tiene un aspecto rejamiento semejante, y, por tanto, le es interiormente
demasiado estudiado para tenerla por la verdadera ex­ propia, es lo que interesa inmediatamente.
plicación del lenguaje cifrado, mediante el cual la natu­ Los encantos en la naturaleza bella, que se encuentran
raleza en sus formas bellas nos hable figuradamente. Pero, :on tanta frecuencia mezclándose, por decirlo así, con la
primero, ese interés inmediato en lo bello de la naturaleza forma bella, pertenecen: o a las modificaciones de la luz
no es realmente ordinario, sino propio sólo de aquellos en el colorido), o a las del sonido (en los tonos), pues
cuyo modo de pensar, o está ya formado en el bien, o es éstas son las únicas sensaciones del sentido que permiten
particularmente susceptible de esa formación, y luego la no sólo sentimiento sensible, sino también reflexión sobre
analogía entre el juicio puro de gusto, que, sin depender la forma de esas modificaciones del sentido, y encierran,
de interés alguno, hace sentir una satisfacción, represen­ I por decirlo así, un lenguaje que nos comunica con la na-
tándola al mismo tiempo, a priori, como apropiada a la vnraleza y que parece tener un alto sentido. Así, el color
humanidad en general, y el juicio moral, que hace pre­ :.anco del lis parece disponer el espíritu a la idea de ino­
cisamente lo mismo, por conceptos, también sin clara, cencia, y los otros colores, según el orden de los siete,
sutil ni premeditada meditación, conduce a un interés

I
iesde el rojo hasta el violeta, parecen disponer: l.°, a
inmediato igual en el objeto del primero que en el de! ¿ idea de sublimidad; 2.°, de audacia; 3.°, de franqueza;
segundo, sólo que aquél es libre y éste es un interés p°, de afabilidad; 5.°, de moderación; 6.°, de firmeza, y
fundado en leyes objetivas. Añádase además la admira­ -3, de ternura. El canto de los pájaros anuncia la alegría
ción de la naturaleza, que se muestra en sus productos el contento de su existencia. Por lo menos, así inter-
bellos como arte, no de un modo meramente casual, sino, .etamos la naturaleza, sea o no esa su intención; pero
por decirlo así, intencionadamente, según una ordenación I -fe interés que aquí tomamos en la belleza exige total­
conforme a ley y como finalidad sin fin, y este fin, corr.; mente que esa belleza de la naturaleza, y desaparece del
no lo encontramos exteriormente en parte alguna, lo bus­ do tan pronto como se nota que se ha sido engañado
camos naturalmente dentro de nosotros mismos, en aquél :ue sólo es a rte ; de tal modo que el gusto, después, no
que constituye el último fin de nuestra existencia, a saber -£de ya encontrar en él nada bello, ni la vista nada en-
en la determinación moral (la investigación del fundí- ^mador. ¿Qué aprecian más los poetas que el canto
2QQ MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 209

bello y fascinador del ruiseñor, en un soto solitario, en sea un producto de- la naturaleza, sino del arte; su causa
una tranquila noche de verano, a la dulce luz de la luna? productora ha pensado un fin al cual debe ser su forma.
En cambio hay ejemplos de que donde no se ha encontrado Se ve, además, un arte en todo aquello que está consti­
ningún cantor semejante, algún alegre hostelero, para tuido de tal suerte que, en su causa, una representación
contentar a sus huéspedes, venidos a su casa para gozar de ello ha debido preceder a su realidad (como en las
del aire del campo, los ha engañado escondiendo en un abejas mismas), sin que, empero, el efecto pueda preci­
soto a algún compadre burlón, que sabía imitar ese canto samente ser pensado por ella; pero cuando se llama algo
como lo produce la naturaleza (con un tubo o una caña en absoluto obra de arte, para distinguirlo de un efecto
en la b o c a ); pero, conocido el engaño, nadie consentirá te la naturaleza, entonces se entiende, en todo caso, por
en oír largo tiempo esos sonidos, tenidos antes por tan ello una obra de los hombres.
encantadores, y ocurre lo mismo con cualquier otro pájaro 2. ° Arte, como habilidad del hombre, distínguese tam-
cantor. Tiene que tratarse de la naturaleza misma o de ién de ciencia (poder, de saber), como facultad práctica
algo que nosotros tengamos por tal, para que podamos -e facultad teórica, como técnica de teoría (como la agri­
tomar en lo bello, como tal, un interés inmediato, y más mensura de la geometría) ; y entonces, lo que se puede
aún si hemos de exigir de los demás que también lo hacer, en cuanto sólo se sabe qué es lo que se debe hacer
tomen en él, lo cual ocurre, en realidad, al estimar no­ >' así sólo se conoce suficientemente el efecto deseado, nc
sotros como groseros y poco nobles a quienes no tienen >e llama precisamente arte. Cuando, a pesar de conocer
sentimiento alguno de la naturaleza bella (pues así lla­ *lgo lo más completamente posible, no por eso se tiene
mamos la capacidad de un interés en su contemplación), -r. seguida la habilidad de hacerlo, entonces, y en tanto
y se atienen a la comida o a la bebida en el goce de me­ -_te ello es así, pertenece eso al arte. Camper describe
ras sensaciones de los sentidos.§ —uy exactamente cómo se debe hacer el mejor zapato;
.ero seguramente no podía hacer uno solo ( 1 ).
3. ° También se distingue arte de oficio: el primero
§ 43 -ámase libre; el segundo puede también llamarse arte
mercenario. Consideran el primero como si no pudiera
Del arte en general -.eanzar su finalidad (realizarse), más que como juego,
tí decir, como ocupación que es en sí misma agradable,
l.° Arte se distingue de naturaleza, como hacer ( fa­ al segundo considérasele de tal modo que, como tra­
ceré) de obrar o producir en general (agere), y el pro­ bajo, es decir, ocupación que en sí misma es desagrada­
ducto a consecuencia del primero, como obra (opus), de r e (fatigosa) y que sólo es atractiva por su efecto (verbi­
la segunda, como efecto ( effectus). gracia, la ganancia), puede ser impuesta por la fuerza.
Según derecho, debiera llamarse arte sólo a la produc­ m en la lista jerárquica de las corporaciones, los relo-
ción por medio de la libertad, es decir, mediante una vo­ ;eros deben contarse como artistas, y, en cambio, los
luntad que pone razón a la base de su actividad, pues cerreros como artesanos, necesita eso de otro punto de
aunque se gusta de llamar al producto de las abejas :sta para ser juzgado que el que aquí tomamos; a saber:
(los panales construidos con regularidad) obra de arte, —proporción de los talentos que deban estar a la base de
ocurre esto sólo por analogía con este último; pero tan una u otra de esas ocupaciones. Que entre las llamadas1
pronto como se adquiere la convicción de que no fundan
aquéllas su trabajo en una reflexión propia de la razón, 1) En mi región dice el hombre vulgar, cuando se le propone
se dice en seguida que es un producto de su naturaleza -r. problema, algo así como el del huevo de Colón: Eso no es un
(del instinto), y sólo a su creador se le atribuye como arte. : -te, es sólo una ciencia. Quiere decir que, cuando se sabe, se puede,
Cuando, al registrar un pantano, como suele ocurrir, T eso mismo dice de todas las pretendidas artes del prestidigitador,
la s del bailarín en la cuerda, en cambio, no dudará nunca en Ha­
se encuentra un pedazo de madera tallada, no se dice que la rlas artes.
210 MANUEL h a s : z irriC A d e l j u ic io 211

siete artes libres puedan haberse enumerado algunas que - - mecánico, pero si tiene como intención inmediata el
hay que contar entre las ciencias y otras también que hav sentimiento del placer, llámase arte estético. Éste es: o
que comprar con oficios, es cosa de que aquí no voy a _r:e agradable, o bello. Es el primero cuando el fin es que
hablar pero que, sin embargo, en todas las artes libres - - placer acompañe las representaciones como meras sen-
es necesario algo que haga violencias, o, según se dice, aciones ; es el segundo cuando el fin es que el placer
un mee (mismo, sin el cual el espíritu, que debe ser libre i.:-ompañe las representaciones como modos de conoci­
en el arte y animar él sólo la obra, no tendría cuerp. miento.
alguno y se volatilizaría, no es malo recordarlo (verbi­ Artes agradables son las que sólo tienen por fin el goce:
gracia, en la poesía, la corrección del lenguaje y su rique­ r'tre ellas se comprenden todos los encantos que pueden
za, así como la prosodia y medida de las sílabas), ya que -egocijar la sociedad en torno a una mesa: contar entre-
algunos nuevos educadores creen excitar lo mejor posible renidamente, sumir la compañía en una libre y viva con-
un arte libre quitando de él toda sujeción y convirtién­ ersación, disponerla, por medio de la broma y la risa, en
dolo, de trabajo, en un mero juego. -u cierto tono de jocosidad, donde se puede, según el
i:cho, charlar a troche y moche, y nadie quiere ser res-
; nnsable de lo que dice, porque se preocupa tan sólo del
§ 44 ¿.ctual pasatiempo, y no de una materia duradera para la
reflexión y la repetición (aquí hay que referir también la
Del arte bello manera como la mesa está arreglada para el goce, o tam-
:én, en grandes banquetes, la música que lo acompaña,
No hay ni una ciencia de lo bello, sino una crítica, ni esa maravillosa que, como un ruido agradable, entre-
una ciencia bella, sino sólo arte bella, pues en lo que se :.ene la disposición de los espíritus en la alegría, y que
refiere a la primera, debería determinarse científicamen­ 5Ín que nadie ponga la menor atención a su composición,
te, es decir, con bases de demostración, si hay que tener favorece la libre conversación de un vecino con el otro),
algo por bello o no; el juicio sobre belleza, si pertene­ .ambién aquí están en su sitio todos los juegos que no
ciese a la ciencia, no sería juicio alguno de gusto. En lo rienen en sí más interés que hacer pasar el tiempo sin
que al segundo toca, una ciencia que deba, como tal, ser que se note.
bella es un absurdo, pues cuando se le fuera a pedir, eomo Arte bello, en cambio, es un modo de representación
ciencia, fundamentos y pruebas, se vería uno despedido que por sí mismo es conforme a fin, y, aunque sin fin,
con ingeniosas sentencias (bons mots). Lo que ha ocasio­ menta, sin embargo, la cultura de las facultades del
nado la expresión corriente de bellas ciencias no es, sin espíritu para la comunicación social.
duda alguna, otra cosa que el haberse notado con gran La universal comunicabilidad de un placer lleva ya con­
exactitud que para el arte bello, en toda su perfección, se sigo, en su concepto, la condición de que no debe ser un
requiere mucha ciencia, como, verbigracia, conocimiento de placer del goce nacido de la mera sensación, sino de la
las lenguas antiguas, estar versado en la lectura de los reflexión, y así, el arte estético, como arte bello, es de tal
autores que pasan por clásicos, historia, conocimiento de índole que tiene por medida el Juicio reflexionante y no
las antigüedades, etc., y, por tanto, esas ciencias históri­ ’.a sensación de los sentidos.
cas, ya que constituyen la preparación necesaria y la base
para el arte bello, y, en parte también, porque entre ellas
se comprende también el conocimiento de los productos
del arte bello (elocuencia, poesía) han sido llamadas ellas
mismas ciencias bellas, por una imitación de palabras.
Cuando el arte, adecuado al conocimiento de un objeto
posible, ejecuta los actos que se exigen para hacerlo real,
MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 213

forma de la escuela se transparente ( 1 ), sin mostrar una


señal de que las reglas las ha tenido el artista ante sus
§ 45 ojos y han puesto cadenas a sus facultades del espíritu.
E l arte bello es arte en cuanto, al mismo tiempo,
parece ser naturaleza
§ 46
En un producto del arte bello hay que tomar conscien­ Arte bello es arte del genio
cia de que es arte y no naturaleza; sin embargo, la fina­
lidad en la forma del mismo debe p a r e c e r tan libre de toda Genio es el talento (dote natural) que da la regla al
violencia de reglas caprichosas como si fuera un producto arte. Como el talento mismo, en cuanto es una facultad
de la mera naturaleza. En ese sentimiento de la libertad innata productora del artista, pertenece a la naturaleza,
en e) jv e g o de nuestras facultades de conocer, que al podríamos expresarnos a s í: genio es la capacidad espiri­
m is m o tie m p o d eb e ser, sin e m b a r g o , c o n f o r m e a fin, d es- t u a l íh n a fa Cvhgemhm/ rtfé’aírd'tZ’d?’ A?
cansa aquel placer que sólo es u n iv e r s a l m e n te c o m u n ic a ­ d a \a reg \ a a\ a rte .
ble, sin fundarse, sin embargo, en conceptos. La natura­ Sea de esta definición lo que quiera, considéresela come
leza era bella cuando al mismo tiempo parecía ser arte, y arbitraria o acomódese al concepto que se tiene costum­
el arte no puede llamarse bello más que cuando, teniendo bre de unir con la palabra genio (lo cual se explicará en
nosotros consciencia de que es arte, sin embargo, parece los párrafos siguientes), puédese, desde luego, demostrar
naturaleza. ya que, según la significación aquí aceptada de la pala­
Pues podemos universalmente decir, refiérase esto a la bra, las bellas artes deben necesariamente ser conside­
belleza natural o a la del arte, que bello es lo que place en radas como artes del genio.
el mero juicio (no en la sensación de los sentidos, ni me­ Pues cada arte presupone reglas mediante cuya fun-
diante un concepto). Ahora bien: el arte tiene siempre damentación tan sólo puede un producto si ha de llamarse
una determinada intención de producir algo; pero si ello producto de arte, representarse como posible. Pero el con­
fuera una mera sensación (algo meramente subjetivo), cepto del arte bello no permite que el juicio sobre la be­
que debiera ser acompañada de placer, entonces ese pro­ lleza de su producto sea deducido de regla alguna que
ducto no placería en el juicio más que por medio del sen­ tenga un concepto como base de determinación, que pon­
timiento sensible. Si la intención, en cambio, fuera diri­ ga, por lo tanto, a su base un concepto del modo como e'¡
gida a la producción de un determinado objeto, este obje­ producto sea posible. Así, pues, el arte bello no puede
inventarse a sí mismo la regla según la cual debe efec­
to, si es conseguido por el arte, no podría placer más que
tuar su producto. Pero como sin regla anterior no puede
por medio de conceptos. En ambos casos, empero, el arte
un producto nunca llamarse arte, debe la naturaleza dar
no placería en el mero juicio, es decir, no placería como
la regla al arte en el sujeto (y mediante la disposición de
bello, sino como arte mecánico. la facultad del mismo), es decir, que el arte bello sólo es
Así, pues, la finalidad en el producto del arte bello, posible como producto del genio.
aunque es intencionada, no debe parecer intencionada, De aquí se ve: l.° Que el genio es un talento de pro­
es decir, el arte bello debe ser considerado como natura­ ducir aquello para lo cual no puede darse regla determi­
leza, por más que se tenga consciencia de que es arte. nada alguna, y no una capacidad de habilidad, para lo
Como naturaleza aparece un producto del arte, con tal que puede aprenderse, según alguna regla: por consi-1
de que se haya alcanzado toda pi'ecisión en la aplicación
de las reglas, según las cuales sólo el producto puede lle­
(1) «Sin que la forma de la escuela se transparente», añadido de
gar a ser lo que debe ser, pero sin esfuerzo, sin que la la segunda y tercera edición. (N . del T .)
MANUEL JÍAST CA DEL JUICIO 215
214

guíente, que originalidad debe ser su primera cualidad; j está, pues, en el camino natural de la investigación y
2.° Que, dado que puede también haber un absurdo origi­ la reflexión, según reglas, y no se distingue especificá­
nal, sus productos deben ser al mismo tiempo modelen ronte de lo que con laboriosidad, y mediante la imitación,
es decir, ejemplares; por lo tanto, no nacidos ellos mismos * ode ser adquirido. Así, puede aprenderse todo lo que
de la imitación, debiendo, sin embargo, servir a la de :e-.vton ha expuesto en su obra inmortal de los Principios
otros, es decir, de medida o regla del juicio; 3.° Que e¿ : filosofía de la naturaleza, por muy grande que fuera
genio no puede él mismo descubrir o indicar científica­ - :abeza requerida para encontrarlos; pero no se puede
mente cómo realiza sus productos, sino que da la reg-* . mender a hacer poesías con ingenio, por muy detallados
de ello como naturaleza, y de aquí que el creador de e sean todos los preceptos de la poética y excelentes los
producto que debe a su propio genio no sepa él misad - lelos de la misma. La causa es que Newton podría
cómo en él las ideas se encuentran para ello, ni tenga •mentar, no sólo a sí mismo, sino a cualquier otro, en
poder para encontrarlas cuando quiere, o, según un plai. rma intuíble y determinada en su sucesión, todos los
ni comunicarlas a otros, en forma de preceptos que . * -S que tuvo que dar desde los primeros elementos de
pongan en estado de crear iguales productos (por es:, . geometría hasta los mayores y más profundos des-
probablemente, se hace venir genio de genius, espirita : rimientos; pero ni un Homero ni un Wieland puede
peculiar dado a un hombre desde su nacimiento, y que ie k o ra r cómo se encuentran y surgen en su cabeza sus
protege y dirige, y de cuya presencia procederían es¿* teas, ricas en fantasía y, al mismo tiempo, llenas de pen-
ideas originales) ; 4.° Que la naturaleza, mediante el ge­ -. ~:ento, porque él mismo no lo sabe, y, por tanto, no lo
nio, presenta, la regla, no a la ciencia, sino al arte, y a i s .lie enseñar a ningún otro. En lo científico, pues, el
esto, sólo en cuanto éste ha de ser arte bello. ~~~ gran inventor no se diferencia del laborioso imitador
:d estudiante más que en el grado, y, en cambio, se
n ó r encía específicamente del que ha recibido por la na-
§ 47 ■; 'meza dotes para el arte bello. No por eso, sin embargo,
- .7 aquí menosprecio alguno hacia esos grandes hombres
Aclaración y confirmación de la anterior definición | k . ienes la especie humana tiene tanto que agradecer,
del genio -ir.:e a los favorecidos de la naturaleza en consideración
- - u talento para el arte bello. Precisamente en que aquel
Todo el mundo está de acuerdo en que hay que o p o n « teórto está hecho para una perfección siempre creciente
totalmente el genio al espíritu de imitación. Ahora biejJ mayor del conocimiento y de la utilidad que de el sale, y
como aprender no es más que imitar, la disposición y _ la enseñanza de esos conocimientos a los demás, en
titud para aprender (capacidad) la más alta no pueot m ronsiste su gran superioridad sobre los que merecen
como tal aptitud, valer por genio. Pero cuando, uno misrte) -:nor de ser llamados genios, porque para éstos hay
sin limitarse a recoger lo que otros han hecho, piensa® - momento en que el arte se detiene al recibir un lí-
imagina e inventa incluso varias cosas en el arte y fti : -7 por encima del cual no se puede pasar, límite quizá
ciencia, no por eso, sin embargo, hay motivo suficieslÉ tes te hace tiempo ya alcanzado y que no puede ser en­
para dar a semejante cabeza (a veces, fuerte) el nomb* riado; además, una habilidad semejante no puede co-
de genio, en oposición con el hombre, que, por no poda! - .mearse, sino que ha de ser concedida por la mano de
nunca hacer nada más que aprender e imitar, es motejad! _ naturaleza inmediatamente a cada cual, muriendo, pues,
de loro ( 1 ), porque aquello hubiera podido ser aprendid* a él, hasta que la naturaleza, otra vez, dote de nuevo,

(1) En alemán dice pincel. Esta expresión familiar se opone H recio. Un pincel (hemos traducido loro) es un hombre donde
la de cabeza. Una cabeza es un hombre que, sin ser por eso g e a fl : ay más que la facultad mecánica de repetir lo dicho o hecho
tiene, sin embargo, capacidad suficiente para producir algo ; r * - ::ros. (N . del T .)
216 MANUEL KANT CR1TICA DEL JUICIO 217

de igual modo, a otro que no necesita más que un ejemplo cide como un genio en cosas de la más minuciosa inves­
para hacer que su talento, de que tiene consciencia, pro­ tigación de la razón, resulta totalmente ridículo; no se
duzca de la misma manera. sabe bien si debe uno reírse más del charlatán que es­
Puesto que el dote natural debe dar la regla al arte parce en su derredor tanto humo que incapacita para juz­
(como arte bello), ¿de qué clase es, pues, esa regla? No gar nada claro, pero por eso mismo da más campo a la
puede recogerse en una fórmula y servir de precepto., imaginación, o del público, que se figura ingenuamente
pues entonces el juicio sobre lo bello sería determinable que su incapacidad de coger y conocer claramente esa
según conceptos; sino que la regla debe abstraerse del obra maestra de la penetración proviene de que se le
hecho, es decir, del producto en el que otros pueden pro­ ofrecen nuevas verdades en grandes masas, estimando, en
bar su propio talento, sirviéndose de él como modelo, no cambio, el trabajo detallado (en explicaciones adecuadas
para copiarlo, sino para seguirlo. Es difícil explicar cómo y examen ordenado de los principios) como chapucería.
esto sea posible. Las ideas del artista despiertan ideas
semejantes en su discípulo, cuando la naturaleza lo ha
provisto de una proporción semejante de las facultades § 48
del espíritu. Los modelos del arte bello son, por tanto,
los únicos medios de conducción para traer el arte a la De la relación del genio con el gusto
posterioridad, cosa que no podría ocurrir por medio de
meras descripciones (principalmente en la rama de las Para el juicio de objetos bellos como tales se exige
artes de la oratoria), y aun, en éstas, sólo las que están gusto; pero para el arte bello, es decir, para la creación
en lenguas viejas, muertas y conservadas hoy sólo como de tales objetos, se exige genio.
sabias, pueden llegar a ser clásicas. Cuando se considera el genio como talento para el arte
Aunque se distinguen mucho uno de otro el arte mecá­ bello (que es la significación característica de la palabra),
nico y el arte bello, el primero como mero arte de la y se le quiere analizar, bajo ese punto de vista en las
laboriosidad y del aprendizaje, y el segundo, del genio, facultades que deben venir juntas a constituir semejante
no hay, sin embargo, arte bello alguno en el que no haya talento, es necesario, previamente, determinar exactamen­
algo mecánico, que pueda ser comprendido y ejecutado te la diferencia entre la belleza de la naturaleza, cuyo
según reglas, algo que se pueda aprender como condición juicio sólo exige gusto, y la belleza artística, cuya posi­
constituyente esencial del arte, pues algo debe ser allí bilidad (que hay que tomar también en consideración en
pensado como fin, que si no, no se podría llamar arte a el juicio de un objeto semejante) exige genio.
su producto, y sería un mero producto de la casualidad; Una belleza de la naturaleza es una cosa bella: la be­
pero para dirigir un fin en la obra, se exigen determina­ lleza artística es una bella representación de una cosa.
das reglas de que no se puede nadie librar. Ahora bien : Para juzgar una belleza de la naturaleza como tal nc
como la originalidad del talento constituye una parte esen­ necesito tener con anterioridad un concepto de la clase
cial (pero no la única) del carácter del genio, creen es­ de cosa que el objeto deba ser, es decir, no necesito co­
píritus superficiales que, para mostrar que son genios nocer la finalidad material (el fin), sino que la mera for­
nacientes, no puede hacer nada mejor que desasirse de ma, sin conocimiento del fin, place por sí misma en el
toda la violencia de escuela de las reglas, creyendo que se juicio. Pero cuando el objeto es dado como un producto
va más gallardo en un caballo salvaje que en uno de es­ del arte, y como tal debe ser declarado bello, debe enton­
cuela. El genio puede sólo proporcionar, para los pro­ ces, ante todo, ponerse a su base un concepto de lo que
ductos del arte bello, un rico material, para cuyo trabajo deba ser la cosa, porque el arte siempre presupone un fin
posterior y para cuya forma se exige un talento formado en la causa (y en su causalidad) y come la concordancia
en la escuela, a fin de hacer de él un uso que pueda for­ mutua de lo diverso en una cosa, con una determinación
tificarse ante el Juicio. Pero cuando alguien habla y de­ interior de ella como fin, es la perfección de la cosa, de­
z io MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 2 1V
berá tenerse en cuenta en el juicio de la belleza artística I Con esto basta para la bella representación de un ob­
también la perfección de la cosa, la cual no es cuestión I jeto que propiamente no es más que la forma de la ex­
en el juicio de una belleza natural (como tal). Es cierto I posición de un concepto mediante la cual éste es univer­
que, principalmente en el juicio de los objetos animados I salmente comunicado. Pero dar esa forma al producto del
en la naturaleza, verbigracia, del hombre o de un caballo, arte bello exige sólo gusto; a éste, ejercitado y rectificado
se toma en consideración generalmente la finalidad obje­ previamente con ejemplos diversos del arte o de la natu­
tiva, para juzgar de la belleza de los mismos; pero en­ raleza, refiere el artista su obra, y, tras varios y a veces
tonces el juicio no es ya un juicio puro estético, es decir, laboriosos ensayos para contentarlo, encuentra la forma
un juicio de gusto; la naturaleza no es ya juzgada como que que le satisface: de aquí que ésta no sea cosa de la
con apariencia de arte, sino en cuanto realmente es un inspiración o de un esfuerzo libre de las facultades del
arte (aunque arte superhumano), y el juicio teleológico espíritu, sino un retoque lento y minucioso para hacerla
sirve de fundamento y de condición al estético, teniendo adecuada al pensamiento, y, sin embargo, no perjudicar
éste que tomar aquél en consideración. En tal caso, ver­ a la libertad en el juego de las facultades.
bigracia, cuando se dice: «Ésa es una mujer bella», nc Pero el gusto es una facultad del juicio y no produc­
se piensa, en realidad, otra cosa sino que la naturaleza tiva, y lo que está conforme con él no por eso es preci­
representa bellamente en su figura los fines en el edificio samente una obra del arte bello; puede ser un producto
femenino, pues además de la mera forma, hay que mirar que pertenezca al arte útil y mecánico, o hasta a la cien­
más allá a un concepto, para que el objeto, de ese modo, cia, según determinadas reglas que pueden ser aprendidas
sea pensado por medio de un juicio estético lógicamente y exactamente seguidas. La forma placentera, empero,
condicionado. que se da al producto es sólo el vehículo de la comunica­
El arte bello muestra precisamente su excelencia en ción y una manera, por decirlo así, de presentación, en
que describe como bellas, cosas que en la naturaleza se­ cuya consideración se permanece, en cierto modo libre,
rían feas o desagradables. Las furias, enfermedades, de­ aunque, por lo demás, está unido con un fin determinado.
vastaciones de la guerra, etc., pueden ser descritas como Así se desea que el servicio de mesa o una conferencia
males muy bellamente, y hasta representadas en cuadros; moral, incluso un sermón, tenga en sí esa forma del arte
sólo una, clase de fealdad no puede ser representada con­ bella, sin que, sin embargo, parezca buscada, pero no por
forme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfac­ eso se llamará obra de las bellas artes; en cambio, una
ción estética, por lo tanto, toda belleza artística, y es, a poesía, una música, una galería de cuadros, sí pueden
saber, la que despierta asco, pues como en esa extraña contarse entre ellas, y así puede percibirse, en una obra
sensación, que descansa en una pura figuración fantás­ que debe ser obra del arte bella, a menudo genio sin gus­
tica, el objeto es representado como si, por decirlo así, to; en otra, gusto sin genio.
nos apremiara para gustarlo, oponiéndonos nosotros a
ello con violencia, la representación del objeto por el arte
no se distingue ya, en nuestra sensación de la naturaleza, § 49
de ese objeto mismo, y entonces no puede ya ser tenida
por bella. La estatuaria, como en sus productos se con­ De las facultades del espíritu que constituyen el genio
funde casi el arte y la naturaleza, ha excluido de sus
creaciones la representación inmediata de objetos feos, y De ciertos productos de los cuales se espera que deban,
por eso permite representar, verbigracia, la muerte (en un en parte al menos, mostrarse como arte bello, dícese que
ángel bello), el espíritu de la guerra (en M arte), mediante no tienen espíritu ( 1 ), aunque en ellos, en lo que al gusto1
una alegoría o atributo que produce un efecto agradable,
por tanto, indirectamente tan sólo, y mediante una inter­ (1) Dice el texto alemán «G eist». Kant se cuida, por lo demás,
de dar más abajo una explicación del sentido en que se debe tomar
pretación de la razón, no como meros juicios estéticos. aquí esa palabra. (N . del T .)
22O MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 221

se refiere, no haya nada que vituperar. Una poesía puede y así tratan de acercarse a una exposición de los concep­
estar muy bien y ser muy elegante, pero sin espíritu. tos de la razón (ideas intelectuales), lo cual les da la apa­
Una historia es exacta y está ordenada, pero sin espíritu. riencia de una realidad objetiva; de otro lado, y princi­
Un discurso solemne es profundo y a la vez delicado, pero palmente, porque ningún concepto puede ser adecuado a
sin espíritu. Algunas conversaciones son entretenidas, pero ellas como intuiciones internas. El poeta se atreve a sen­
sin espíritu. De una muchacha incluso se dice: «E s bo­ sibilizar ideas de la razón de seres invisibles: el reino
nita, habla bien, es amable, pero sin espíritu.» ¿Qué es, de los bienaventurados, el infierno, la eternidad, la crea­
pues, lo que aquí se entiende por espíritu? ción, etc. También aquello que ciertamente encuentra
Espíritu, en significación estética, se dice del principio ejemplos en la experiencia, verbigracia, la muerte, la
vivificante en el alma; pero aquello por medio de lo cual envidia y todos los vicios, y también el amor, la gloria,
ese principio vivifica el alma, la materia que aplica a ello, etcétera, se atreve a hacerlo sensible en una totalidad de
es lo que pone las facultades del espíritu con finalidad que no hay ejemplo en la naturaleza, por encima de las
en movimiento, es decir, en un fuego tal que se conserva barreras de la experiencia, mediante una imaginación que
a sí mismo y fortalece las facultades para él. quiere igualar el juego de la razón en la persecución de
Ahora bien: afirmo que ese principio no es otra cosa un máximum, y es propiamente en la poesía en donde se
que la facultad de la exposición de ideas estéticas, enten­ puede mostrar en toda su medida la facultad de las ideas
diendo por idea estética la representación de la imagina­ estéticas. Pero esa facultad, considerada por sí sola, no
ción que provoca a pensar mucho, sin que, sin embargo, es propiamente más que un talento (de la imaginación).
pueda serle adecuado pensamiento alguno, es decir, con­ Ahora bien: cuando bajo un concepto se pone una re­
cepto alguno, y que, por lo tanto, ningún lenguaje ex­ presentación de la imaginación que pertenece a la expo­
presa del todo ni puede hacer comprensible. Fácilmente sición de aquel concepto, pero que por sí misma ocasiona
se ve que esto es lo que corresponde (el pendant) a una tanto pensamiento que no se deja nunca recoger en un
idea de la razón, que es, al contrario, un concepto al cual determinado concepto, y, por tanto, extiende estéticamente
ninguna intuición (representación de la imaginación) pue­ el concepto mismo de un modo ilimitado, entonces la
de ser adecuada. imaginación, en esto, es creadora y pone en movimiento
La imaginación (como facultad de conocer productiva) la facultad de ideas intelectuales para pensar, en ocasión
es muy poderosa en la creación, por decirlo así, de otra de una representación (cosa que pertenece ciertamente al
naturaleza, sacada de la materia que la verdadera le da. concepto del objeto), más de lo que puede en ella ser
Nos entretenemos con ella cuando la experiencia se nos aprehendido y aclarado.
hace demasiado banal; transformamos esta última, cierto Las formas que no constituyen la exposición de un
que por medio siempre de leyes analógicas, pero también concepto dado, sino sólo expresan, como representaciones
según principios que están más arriba, en la razón (y adyacentes de la imaginación, las consecuencias allí en­
que son para nosotros tan naturales como aquellos otros lazadas y el parentesco con otras, llámanse atributos (es­
según los cuales el entendimiento aprehende la naturaleza téticos) de un objeto cuyo concepto, como idea de la
empírica). Aquí sentimos nuestra libertad frente a la ley razón, no puede ser expuesto adecuadamente. Así, el águi­
de asociación (que va unida al uso empírico de aquella la de Júpiter, con el rayo en la garra, es un atributo del
facultad), de tal modo que, si bien por ella la naturaleza poderoso rey del cielo y el pavo real lo es de la magnífica
nos presta materia, nosotros la arreglamos para otra reina del cielo. No representan, como los atributos lógicos,
cosa, a saber: para algo distinto que supere a la natu­ lo que hay en nuestros conceptos de la sublimidad y de la
raleza. majestad de la creación, sino otra cosa que da ocasión
Semejantes representaciones de la imaginación pueden a la imaginación para extenderse sobre una porción de
llamarse ideas, de un lado, porque tienden, al menos, a representaciones afines que hacen pensar más de lo que
algo que está por encima de los límites de la experiencia, se puede expresar por palabras en un concepto determi-
222 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 223

nado y dan también una idea estética que sirve de ex­ pero solamente usando aquí lo estético, que va unido sub­
posición lógica a aquella idea de la razón, propiamente jetivamente a la conciencia de esta última. Así, por ejem­
para vivificar el alma, abriéndole la perspectiva de un plo, dice cierto poeta, en la descripción de una mañana
campo inmenso de representaciones afines. Pero el arte hermosa: «Manaba la luz del sol como la paz mana de
bello hace esto, no sólo en la pintura o escultura (en donde la virtud.» La conciencia de la virtud, aunque sólo por
el nombre de atributos se usa corrientemente), sino que el pensamiento se ponga uno en el lugar de un virtuoso,
la poesía y la elocuencia toman también el espíritu que extiende por el alma una multitud de sentimientos subli­
vivifica sus obras sólo de los atributos estéticos de los mes y calmantes y abre una perspectiva sin límites sobre
objetos, que van al lado de los atributos lógicos y dan un futuro alegre, que ninguna expresión adecuada con un
a la imaginación un impulso, para en ellos pensar, aunque determinado concepto alcanza a expresar totalmente ( 1 ).
en modo no desarrollado, más de lo que se puede reunir En una palabra, la idea estética es una representación
en un concepto, y, por tanto, en una expresión determi­ de la imaginación emparejada a un concepto dado y unida
nada del lenguaje. Por motivo de brevedad me debo li­ con tal diversidad de representaciones parciales en el uso
mitar sólo a pocos ejemplos. libre de la misma, que no se puede para ella encontrar
Cuando el gran rey, en una de sus poesías, se expresa una expresión que indique un determinado concepto; hace,
así ( 1 ) : «Agótese nuestra vida sin murmullos ni quejas pues, que en un concepto pensemos muchas cosas inefa­
— abandonando el mundo después de haberlo colmado de bles, cuyo sentimiento vivifica las facultades de conocer,
beneficios— . Así, el sol, cuando ha terminado su carrera introduciendo espíritu en el lenguaje de las simples letras.
diurna — extiende aún por el cielo una luz dulce— , y los Así, pues, las facultades del espíritu cuya reunión (en
últimos rayos que lanzan en el aire — son sus últimos cierta proporción) constituye el genio son la imaginación
suspiros por el bien del mundo— », vivifica su idea de la y el entendimiento. Solamente que como en el uso de la
razón de sentimientos humanitarios generales en el fin de imaginación para el conocimiento, la primera está bajo
su vida, por medio de un atributo que la imaginación (en la sujeción del entendimiento y sometida a la limitación
el recuerdo de todas las dulzuras de un hermoso día de de acomodarse a los cenceptos del mismo y como, en cam­
verano, que nos trae al espíritu una tarde serena) em­ bio, en lo estético es libre para, sin buscarlo, porporcionar,
pareja con aquella representación, y que excita una mul­ por encima de aquella coneoi'dancia con los conceptos, una
titud de sensaciones y representaciones abyacentes para materia no desarrollada y abundante para el entendi­
las cuales no se encuentra expresión alguna. Por otra miento, a la cual éste, en sus conceptos, no puso atención,
parte, hasta un concepto intelectual puede inversamente y que, sin embargo, usa no tanto objetivamente para el
servir de atributo a una representación de los sentidos, y conocimiento como subjetivamente para la vivificación de
así vivificar esta última con la idea de lo suprasensible, las facultades de conocer, indirectamente, pues, también
para conocimientos, resulta que el genio consiste propia­
(1) El gran rey es Federico de Prusia. He aquí el texto francés mente en la proporción feliz, que ninguna ciencia puede
de los versos, traducidos por Kant:
enseñar y ninguna laboriosidad aprender, para encontrar
Oui, finissons sans trouble et mourons sans regrets, ideas a un concepto dado, y dar, por otra parte, con la1
en laissant l ’Univers comblé de nos bienfaits.
Ainsi l’astre du jour, au bout de sa carrière,
répand sur l’horizont une douce lumière,
(1) Quizá no se haya dicho nada más sublime o no se haya ex­
et les derniers rayons qu’il darde dans les airs presado un pensamiento con mayor sublimidad que en aquella ins­
sont les derniers soupirs qu’il donne à l’Univers. cripción del templo de Isis (la madre naturaleza) : «Y o soy todo lo
que es, lo que fue y lo que será, y mi velo no lo ha alzado todavía
( Epístola al mariscal K e ith : Sur les vaines terreurs de la mort et ningún mortal.» Segner usó esa idea en una viñeta llena de sentido,
les frayeurs d’une autre vie. Œuvres du philosophe de Sans Souci, puesta en la portada de su Teoría de la naturaleza para llenar antes
1750, tomo II.) Hemos traducido, no los versos mismos, sino la a su discípulo, a quien estaba dispuesto a conducir a ese templo, de
traducción dada por Kant. ( N . del T .)
ese temblor sagrado que dispone el espíritu a la atención solemne.
224 MANUEL KA>~ TICA DEL JUICIO 225

expresión mediante la cual la disposición subjetiva de .i en él es genio y constituye el espíritu de la obra),


espíritu producida, pueda ser comunicada a otros con» -: para que otro genio lo siga, despertado al sentimiento
acompañamiento de un concepto. Este último talento es . t su propia originalidad, para practicar la independen-
propiamente el llamado espíritu, pues para expresar I» í de la violencia de las reglas en el arte, de tal modo
inefable en el estado del alma, en una cierta representa­ :■» éste reciba por ello mismo una regla nueva mediante
ción, y hacerlo universalmente comunicable, consista es± . ;ual se muestra el talento como ejemplar. Pero porque
expresión en el lenguaje, en la pintura o en la plástica renio es un favorecido de la naturaleza y hay que con-
para eso se requiere una facultad de aprehender el jueg*. irrarlo sólo como un fenómeno raro, su ejemplo produce
que pasa rápidamente de la imaginación, y reunirlo m ura otras buenas cabezas una escuela, es decir, una en-
un concepto (que precisamente por eso es original, y a| - tanza metódica según reglas, en cuanto éstas han po-
mismo tiempo instituye una nueva regla que no ha podid»
. _ sacarse de aquellos productos del espíritu y de su
ser deducida de principios algunos o ejemplos preceda-
. -_:terística; y, en ese sentido, es el arte bello para
tes) que se deje comunicar sin imposición de reglas.
¡b ■ una imitación, para la cual la naturaleza, por me-
Si volvemos la vista a estos análisis de la definició»
dada más arriba de lo que se llama genio, encontramos :e un genio, ha dado la regla.
Prim ero: que es un talento para el arte y no para ?ero esa imitación viene a ser servilismo ( 1 ) cuando
ciencia, la cual va precedida por reglas claramente cono­ i :;scípulo lo reproduce todo, hasta aquello que el genio
cidas que deben determinar el procedimiento en la misma; tz :enido que dejar pasar como deformidad, porque no
segundo: que como talento artístico presupone un deter­ ■bc: i suprimirlo sin debilitar la idea; sólo en un genio
minado concepto de producto como fin, por tanto, enten­ I :ig atrevimiento meritorio, y cierta audacia en la ex­
dimiento, pero también una (aunque indeterminada » re­ presión, y, en general, algún apartamiento de la regla
presentación de la materia, es decir, de la intuición par» . -aria, le está bien, pero no es ello digno, en modo
exposición de ese concepto, por tanto, una relación de Ji fcg-.no, de ser imitado, sino que sigue en sí siendo siempre
imaginación al entendiimentó; tercero: que se muestsa i infecto que se debe tratar de suprimir, pero frente al
no tanto en la realización del fin antepuesto en la exposi­ el genio tiene, por decirlo así, un privilegio, porque
ción de un determinado concepto, como más bien en Id t ..mitable de su impulso espiritual sufriría con una te-
elocución o expresión de ideas estéticas, que encierra* - - ía prudencia. El amanerar es otra especie de ser-
rica materia para ello, y por lo tanto, representar, m psmo, a saber: el de buscar la mera característica, en
imaginación en su libertad de toda tutela de las reglís. ^E-eral (originalidad), para alejarse de los imitadores
y, sin embargo, como conforme al fin de la exposición dá como sea posible, pero sin poseer el talento de ser
c o n c e p to dado, y, fin a lm e n te , cuarto.* q u e la n o buscada, : ello a la vez ejemplar. Hay ciertamente dos modos
no in te n c io n a d a y s u je t iv a fin a lid a d , en la concordancia zodus) de componer sus pensamientos en la presenta-
libre de la imaginación con la legislación del entendimien­ :n: uno, llamado manera (mod-us cestheticus) ; el otro
to, presupone una proporción y disposición de estas fa­ étodo (modus logicus), diferenciándose uno de otro en
cultades que no puede ser producida por obediencia alguna . ;e la primera nó tiene otra medida que el sentimiento
a reglas, sean éstas de la ciencia o sean de la imitación e la unidad en la exposición, y el segundo sigue en ello
mecánica, sino solamente por la naturaleza del sujeto. ; Terminados principios; para el arte bello sólo vale la
Según todas estas suposiciones, es el genio la origina­ •.mera. Pero amanerado se dice de un producto del arte
lidad ejemplar del don natural de un sujeto en el uso indo la presentación de su idea busca lo extraño y no
libre de sus facultades de conocer. De ese modo, el pro­
ducto de un genio es (en aquello que en él es de atribuir
al genio y no al posible aprendizaje o escuela) un ejemplo, 1 ■ En el texto dice Nachäffung, imitación a la manera de los
--3S. La palabra francesa singerie traduce exactamente esa ex-
no para la imitación (pues, en ese caso, se perdería lo -=sLón. (N . del T .)
226 MANUEL KANT C R ITIC A DEL J U IC IO 227
se hace adecuada a la idea. Lo brillante (preciosismo), lo i permitirá más bien que se dañe a la libertad y a la ri-
altisonante, lo afectado, queriendo distinguirse, pero sin I queza de la imaginación que no al entendimiento.
espíritu, de lo ordinario, es parecido a la conducta de aquel Para el arte bello, pues, serían exigibles imaginación,
de quien se dice que se oye hablar o que va y viene como entendimiento, espíritu y gusto ( 1 ).
si estuviera en un escenario para que se le admire, cosa
que siempre delata un mentecato.
§ 51

§ 50 De la división de las bellas artes

De la unión del gusto con el genio en productos Puede llamarse, en general, belleza (sea natural o ar-
del arte bello ^ tística) la expresión de ideas estéticas; sólo que en el arte
bello, esa idea debe ser ocasionada por un concepto del
Preguntar a qué se le da más valor en las cosas del objeto. En la naturaleza bella, empero, la mera reflexión
arte bello, si es a que en ellas se muestre genio o se sobre una intuición dada, sin concepto de lo que el objeto
muestre gusto, es como si preguntase si importa más la debe ser, es suficiente para despertar y comunicar la idea
imaginación o el juicio. Ahora bien: como un arte, en como cuya expresión es aquel objeto considerado.
consideración de lo primero, merece más bien ser llamado Así, pues, si queremos dividir las bellas artes, no po­
arte ingenioso, y en consideración a lo segundo, más bien demos elegir, por lo menos, como ensayo, ningún principio
arte bello, así, pues, lo último, al menos como condición más cómodo que la analogía del arte con el modo de ex­
indispensable (conditio sine qua non), es lo principal, a presión que emplean los hombres en el hablar, para co­
lo cual se ha de mirar en el juicio del arte como arte bello. municarse unos con otros tan perefectamente como sea
Para la belleza no es tan necesaria la riqueza y la origi­ posible, es decir, no sólo sus conceptos, sino también sus
nalidad de ideas como más bien la adecuación de aquella sensaciones ( 2). Éste consiste en la palabra, el gesto y
imaginación en la libertad, a la conformidad a leyes del el sonido (articulación, gesticulación y modulación). Sólo
entendimiento, pues toda la riqueza de la primera no el enlace de estos tres modos de la expresión constituye la
produce en su libertad, sin ley, nada más que absurdos; completa comunicación del que habla, pues pensamientos,
el Juicio, en cambio, es la facultad de acomodarlos al intuición y sensación son, mediante ellos, al mismo tiem­
entendimiento. po, y en conjunto, transferidos a los demás.
El gusto es, como Juicio en general, la disciplina (o ] Hay, pues, sólo tres clases diferentes de bellas artes:
reglamentación) del genio; si bien le corta mucho las las de la palabra, las de la forma y el arte del fuego de
alas y lo hace decente y pulido, en cambio, al mismo tiem­ las sensaciones (como impresiones exteriores de los sen­
po, le da una dirección, indicándole por dónde y hasta tidos). También podría arreglarse esta división en forma
de dicotomía, dividiendo el arte bello en el de la expre­
dónde debe extenderse para permanecer conforme a un
sión de los pensamientos y el de las intuiciones, y éstas, a
fin, y al introducir claridad y orden en la multitud de
pensamientos, hace las ideas duraderas, capaces de un (1) Las tres primeras facultades reciben sólo con la cuarta su
largo y, al mismo tiempo, universal aplauso, de provocar unificación. Hume, en su Historia, da a entender a los ingleses que,
la continuación de otros y una cultura en constante pro­ aunque en sus obras, no son inferiores a ningún otro pueblo del
mundo por lo que se refiere a las muestras de las tres primeras cua­
greso. Así, pues, si en la oposición de ambas cualidades, lidades, consideradas separadamente, sin embargo, en la que unifica
dentro de un producto, hay que sacrificar algo, más bien a las otras deben ir después de sus vecinos los franceses.
debería ser en la parte del genio, y el Juicio, que en las (2) El lector no juzgará este bosquejo de una posible división de
las bellas artes como teoría ya planteada. Es sólo uno de los ensayos
cosas del arte bello tiene pretensión a principos propios, de muchas clases que se pueden y se deben organizar.
228 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 229

su vez, según su forma y su materia (la sensación). Pero taciones de la mera imaginación excitadas por las pala­
entonces parecería demasiado abstracta y no tan adecuada bras) son: o de la verdad sensible, o de la apariencia
al concepto ordinario. sensible. La primera llámase plástica; la segunda, pintura.
l.° Las artes de la palabra son: oratoria y poesía. Ambas expresan ideas con figuras en el espacio; aquélla
Oratoria es el arte de tratar un asunto del entendimiento hace figuras cognoscibles para dos sentidos, la vista y el
como un libre juego de la imaginación; poesía es el arte tacto (aunque en este último sin intención de belleza) ;
de conducir un libre juego de la imaginación como un ésta sólo para el primero. La idea estética ( archetypon,
asunto del entendimiento. modelo) está en ambas a la base de la imaginación, pero
El orador anuncia un asunto y lo conduce como si fuera la figura que constituye la expresión de esa idea ( ektypon,
sólo un juego con ideas para entretener a los espectado­ copia) es dada, o en su extensión corporal (como el objeto
res (1 ). El poeta anuncia sólo un juey o entretenido con mismo existe), o según el modo como éste se pinta en
ideas, y de él surge tanto para el entendimiento como si el ojo (según su apariencia en una superficie), y aun en
hubiese tenido la intención de tratar un asunto de éste. el primer caso se pone como condición a la reflexión o la
El enlace y armonía de ambas facultades de conocer la relación o un fin real, o sólo la apariencia del mismo.
sensibilidad y el entendimiento, que no pueden, desde En la plástica, como primer modo de las artes de la
luego, pasar una sin otra, pero que tampoco se dejan forma, entran la escultura y la arquitectura. La primera
reunir sin violencia y daño recíproco, no debe ser inten­ es la que expone corporalmente conceptos de cosas, tal
cionado, y debe parecer encajar así de suyo, si no, no es como podrían existir en la naturaleza (como arte bello,
el arte bello. De aquí que todo lo buscado y meticuloso teniendo, sin embargo, en cuenta la finalidad estética); la
deba ser evitado en él, pues el arte bello debe ser libre segunda es el arte de exponer conceptos de cosas que
en doble sentido: tanto en el de que no es un trabajo ni sólo por el arte son posibles, y cuya forma tiene como
ocupación pagada, cuyo valor se deja juzgar según una fundamento de determinación, no la naturaleza, sino un
medida determinada y se impone o se paga, como en el fin arbitrario, y ha de ser para ello, sin embargo, al
de que el espíritu, si bien se ocupa, lo hace, sin embargo, mismo tiempo, estéticamente, conforme a fin. En la se­
sin mirar más allá hacia otro fin (independientemente del gunda, un cierto uso del objeto, del arte es lo principal,
salario), y se siente satisfecho y despierto. y a él, como condición, subordínanse las ideas estéticas.
Así, pues, el orador da, desde luego, algo que no pro­ En l a ’ primera, la mera expresión de ideas estéticas es
mete, a saber: un juego entretenido de la imaginación, la intención principal. Así, estatuas de hombres, dioses,
pero perjudica también a algo que promete y que es el animales, etc., pertenecen a la primera clase, y, en cambio,
asunto anunciado, a saber: ocupar el entendimiento con­ templos, edificios magníficos para reuniones públicas, o
formemente a fin. El poeta, en cambio, promete poco y también habitaciones, arcos de triunfo, columnas, mau­
anuncia sólo un juego con ideas, pero realiza algo que soleos, etcétera, erigidos para honrar una memoria, per­
es digno de ocupación, a saber: proporcionar, jugando, tenecen a la arquitectura. Hasta los utensilios todos de
alimento al entendimiento y dar vida a sus conceptos por la casa (el trabajo del carpintero y otras cosas semejante:
medio de la imaginación; por tanto, aquél da, en el fondo, para el uso) pueden contarse en ésta, porque lo esencia'
menos, y éste más de lo que promete (2). de un edificio lo constituye la acomodación del producto
para un cierto uso, y, en cambio, una mera obra de figura,
2.° Las artes de la forma o de la expresión de las que no está hecha más que para la intuición y debe r'.acer
ideas en la intuición sensible (no por medio de represen­ por sí misma, es, como exposición corporal, mera im ita:::a
de la naturaleza, aunque, sin embargo, tiene en cuenta .a =
to En la primera edición dice «auditores». (N . del T.) ideas estéticas, pues en ellas la verdad sensible n: puede
(2) Desde «por tanto, aquél da...», es un añadido de la segunda ir tan lejos que cese la cosa de aparecer arte y proéacbo
y tercera ediciones. ( N . del T .) de la voluntad.
El curte de la, ‘pintura, como segundo modo de las artes par el juicio estético sin fin determinado. Por muy diversa
de la forma, que exponen la apariencia sensible, unida, que sea mecánicamente la obra material en todo ese ador­
por el arte, con ideas, lo dividiría yo en el de bello re­ no, y aunque exija artistas totalmente distintos, sin em­
trato de la naturaleza y el de bello arreglo de sus pro­ bargo, el juicio de gusto sobre lo que en ese arte sea bello
ductos. El primero sería la pintura propiamente; el se­ está determinado de una sola manera, a saber: juzgar
gundo, la jardinería, pues el primero no da más que la sólo las formas (sin consideración a un fin) tal como se
apariencia de la extensión corporal; el segundo, si bien ofrecen a la vista, aisladas o en composición, y según el
da esta extensión, según la verdad, no da, en cambio, más efecto que hacen en la imaginación. Pero que el arte de
que la apariencia de la utilización y empleo para otros la forma pueda ser asimilado (según la analogía) con los
fines que el mero juego de la imaginación en la contem­ gestos y ademanes del hablar se justifica, porque el es­
plación de sus formas (1). El último no es otra cosa más píritu del artista, mediante esas figuras, da una expresión
que el adorno del suelo con la misma diversidad (hierbas, corporal de lo que ha pensado y de cómo lo ha pensado
flores, arbustos y árboles, hasta aguas, colinas y valles) y hace que la cosa misma hable, por decirlo así, mímica­
con que la naturaleza lo presenta a la intuición, sólo que mente, juego muy corriente de nuestra fantasía, que da
compuesto de otro modo y adecuado a ciertas ideas. Pero a las cosas sin vida un espíritu acomodado a su forma y
la bella composición de cosas corporales se da también sólo que habla en ellas.
para la vista, como la pintura; el sentido del tacto no 3.° El arte del bello juego de las sensaciones (éstas
puede proporcionar representación alguna intuible de se­ son producidas de fuera, y aquel juego debe, sin embargo,
mejante forma. Con la pintura, en el sentido amplio, dejarse comunicar universalmente) no puede referirse a
pondría yo también el adorno de las habitaciones con otra cosa sino a la proporción de los diferentes grados
papeles pintados, molduras y todo bello mobiliario que de la disposición (tensión) del sentido a que pertenece la
sólo sirve para la vista; igualmente el arte de los trajes, sensación, es decir, al tono del mismo, y, en esa extensa
según el gusto (y los anillos, tabaqueras, etc), pues un significación de la palabra, puede dividirse en el jueg:.
jardín con flores de todas clases, un cuarto con toda clase mediante el arte, de las sensaciones del oído y de la vista,
de adornos (incluso el atavío mismo de las damas), cons­ por tanto, en música, y arte de los colores. Es notable
tituyen en una fiesta una especie de cuadro que, como que estos dos sentidos, además de la receptividad de im­
los propiamente llamados así (los que no tienen la in­ presiones necesaria para recibir de fuera concept.s is
tención de enseñar, verbigracia, historia o conocimiento objetos mediante ellas, son además capaces de una ssrsa-
de la naturaleza), no está ahí más que para la vista, para eión particular unida con ellas, de la que no se p_eie
entretener la imaginación en libre juego con ideas y ocu-1 exactamente resolver si a su base tiene el sea tí i :
reflexión, y es de notar también que esa afeetim
(1) Que la jardinería pueda considerarse como una especie de veces, sin embargo, puede faltar, no siendo e'. sent.
arte de la pintura, aunque expone sus formas corporalmente, parece lo demás, nada .defectuoso en lo que se refiere t i
extraño. Pero como toma realmente sus formas de la naturaleza para conocimiento de los objetos, sino hasta exrfctentr-
(los árboles, zarzas, hierbas y flores, sacadas del bosque y del campo,
al menos al principio), en ese sentido, no es, como la plástica, arte, mente fino. Es decir, no se puede decir coa -a
y como no tiene tampoco concepto alguno del objeto y su fin (como, un color o un tono (sonido) son sólo a g r ¿ ii :um sbbe .-
verbigracia, la arquitectura) como condición de su composición, sino ciones, o si ya en sí son un bello juego ¿e y a a n
sólo el libre juego de la imaginación en la contemplación, por eso en
ese sentido, viene a juntarse con la pintura meramente estética que como tal, llevan consigo una satisfacción se«
no tiene tema determinado alguno (compone aire, tierra, agua, que en el juicio estético. Cuando se piensa en
agradan por medio de la luz y la sombra). En general, juzgará el las vibraciones de la luz y, en el se r-n ú
lector esto sólo como un ensayo del enlace de las bellas artes, bajo que verosímilmente sobrepuja, con r t _ :j
un principio que sea éste, verbigracia, el de la expresión de ideas es­
téticas (según la analogía de un lenguaje), y no lo considerará como facultad de juzgar inmediatamente, en M. P—
una deducción tenida por definitiva. proporción de las divisiones del ::ent>i a s a
232 MANUEL K A M ZiniC A DEL JUICIO 233

se debiera creer que sólo el efecto de esas vibraciones •yema didáctico, en un oratorio, y en estas uniones el
sentido en las partes elásticas de nuestro cuerpo, per: ¿r:e bello es aún más artístico; pero puede dudarse, en
que no se nota la división del tiempo hecha por ellas, ni -_guno de esos casos, de que también sea más bello (por-
se pone en juicio, y, por tanto, que con los colores y 1 « : -e tan diversas y diferentes especies de satisfacción se
sonidos sólo va unido agrado y no belleza de su composi­ rucen recíprocamente). Sin embargo, en todo arte bello,
ción. Pero, en cambio, primero: si se piensa en lo que : esencial está en la forma, que es conforme a fin para
se puede decir matemáticamente sobre la proporción cí -i contemplación y para el juicio, en donde el placer es

I
esas vibraciones en la música y en su juicio, y se juzg¿ -i mismo tiempo cultura, y que dispone el espíritu para
el contraste de los colores, como es justo, según la analo­ :eas, proporcionándole, por tanto, receptividad para va-
gía con esto último; segundo, si se consultan los ejemplos, ::3 placeres y entretenimientos, y no en la materia de
raros, desde luego, de hombres que con la mejor vista del - sensación (en el encanto o en la emoción), en donde se
mundo, o con el oído más fino, no han podido distinguir rata sólo de goce, que no deja nada en la idea y embota
colores o sonidos, y si se consideran también los que pue­ espíritu, produciendo poco a poco (1) asco del objeto, y
den percibir una cualidad cambiada (no sólo del grade irnando el alma por la consciencia de su disposición con-
de la sensación) en las diversas tensiones de la escala de '.-aria al fin en el juicio de la razón, descontenta consigo
los colores y de los sonidos, y, además, que el número ce misma y caprichosa.
las mismas es determinado para diferencias concebiblei Cuando las bellas artes no son puestas, de cerca o de
entonces ha de verse uno obligado a considerar las sen­ e;os, en relación con ideas morales que, solas, llevan
saciones de ambos, no como meras impresiones sensibles. insigo una satisfacción independiente, su suerte es, al
sino como el efecto de un juicio de la forma en el jueg: esa misma. Sirven entonces sólo de distracción, de
de muchas sensaciones. La diferencia que una u otra opi­ re más se viene a estar necesitado cuanto más se usa
nión produce en el juicio del fundamento de la música .r ella, para echar fuera el descontento del espíritu con-
cambiaría, empero, la definición, sólo en que habría que figo mismo, con lo cual se hace éste aún más inútil y
definirla, o bien como el juego bello de las sensaciones nás descontento de sí. En general, las bellezas de la na-
(mediante el oído), y así lo hemos hecho, o como el juege ' maleza son, para aquella otra intención, las más prove-
de sensaciones agradables. Sólo según la primera clase hosas, cuando se ha acostumbrado uno temprano a con-
de definición será representada la música totalmente come 'ampiarlas, juzgarlas y admirarlas.
arte bella; según la segunda, en cambio, como arte agra­
dable (por lo menos, en parte).§
§ 53

§ 52 >mparación del valor estético de las bellas artes entre sí

De la unión de las bellas artes en uno y el mismo producto Entre todas, mantiene la poesía (que debe casi com-
metarse al genio su origen y requiere menos que ninguna
La oratoria puede estar unida con una exposición pic­ ser dirigida por preceptos o ejemplos) el primer puesto,
tórica de sus sujetos, como de sus objetos, en una obra extiende el espíritu, poniendo la imaginación en libertad,
de teatro; la poesía, con la música, en el canto, pero éste, dentro de los límites de un concepto dado, entre la ili­
a su vez, con una exposición pictórica (teatral), en una mitada diversidad de posibles formas que con él concuer-
ópera, y el juego de las sensaciones, en una música, con ian, ofrece la que enlaza la exposición del mismo con una1
el juego de las figuras en el baile. También puede la ex­
posición de lo sublime, en cuanto pertenece al arte bello,
reunirse con la belleza en una tragedia versificada, en ur. 1 i «Poco a poco», añadido en la segunda y tercera edición,
-’•'jta. del T .)
NÚM. 1620.-9
MANUEL JKAN7 1 CRÍTICA DEL JUICIO
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abundancia de pensamientos a la cual ninguna expresión sospecha secreta de una artificiosa superchería. En la
verbal es enteramente adecuada, elevándose así, estéti- I poesía todo ocurre honrada y sinceramente. Ella declara
camente, basta ideas. Fortalece el espíritu, haciéndole sen­ querer tratar un mero juego entretenido con la imagina­
tir su facultad libre, espontánea, independiente de la de­ ción, según la forma y de acuerdo con leyes del enten­
terminación de la naturaleza, de considerar la naturaleza dimiento, y no desea insinuarse en el entendimiento, ni
y juzgarla como fenómeno, según aspectos que ella n. captarlo por medio de una exposición sensible (1 ).
ofrece por sí misma, ni para el sentido ni para el enten­ Después de la poesía, pondría yo, si se trata de encanto
dimiento en la experiencia, y de usarla así para el fin y, movimiento del espíritu, aquel arte que sigue de más
por decirlo así, como esquema de lo suprasensible. Juega cerca a los de la palabra y se deja unir con ellos muy
con la apariencia que provoca a su gusto, sin por eso en­ caturalmente, a saber: la música. Pues aunque habla me­
gañar, pues declara su ocupación misma mero juego que, llante puras sensaciones, sin conceptos, y, por tanto, no
sin embargo, puede ser usado conformemente a su fin por ceja, como la poesía, nada a la reflexión, mueve, sin em­
el entendimiento y para los asuntos de éste. L a oratoria, cargo, el espíritu más directamente, y, aunque meramen­
entendiendo por ella el arte de persuadir, es decir, d€ te pasajero, más interiormente; pero es, desde luego, más
imponerse por la bella apariencia (como ars oratoria) ;* rece que cultura (el juego de pensamiento, que excita en
no el mero hablar bien (elocuencia y estilo), es una dia­ -erredor, es meramente el efecto de una, por decirlo así,
léctica que toma de la poesía sólo lo que es necesario para mecánica asociación), y tiene, juzgado por la razón, me­
seducir, en provecho del orador, a los espíritus antes de- ces valor que cualquier otra de las bellas artes. De aquí
juicio y arrebatarles su libertad; así, pues, no puede acon­ e.ue, como todo goce, reclame más frecuente cambio y no
sejarse ni para las salas de la justicia ni para la cátedra soporte la repetición varias veces sin producir hastío. Su
sagrada, pues cuando se trata de leyes civiles, del derecho encanto, que se deja comunicar tan universalmente, parece
de una persona, o de duradera enseñanza y determinación eescansar en que cada expresión del lenguaje tiene en
de los espíritus para un exacto conocimiento y una con­ conexión con ella un sonido adecuado al sentido de la
cienzuda observancia del deber, es indigno de un negocio enisma; en que ese sonido indica, más o menos una emo­
tan importante el dejar ver la menor traza de exuberan­ ción del que habla, y, recíprocamente, también la produce1
cia en el ingenio y en la imaginación, y más aún de ese
arte de convencer y de seducir por el provecho de alguien.
(1) Debo confesar que una bella poesía me ha proporcionado
Pues aunque a menudo pueda emplearse para intenciones siempre un placer puro, mientras que con la lectura del mejor dis­
en sí conformes a derecho y dignas de elogio, sin embargo, curso de un orador del pueblo romano, o de los actuales parlamentos,
es rechazable, porque de ese modo, las máximas y los sen­ : de un orador sagrado de todo tiempo, se mezclaba el sentimiento
timientos se corrompen subjetivamente, aunque el hecho, desagradable de la desaprobación de un arte insidioso que sabe mover
ios hombres como máquinas en cosas importantes, para un juicio
objetivamente, es conforme a la ley, no siendo bastante que, en la reposada reflexión debe perder en ellos todo peso. La
hacer lo que es recto, sino que hay que realizarlo sólo elocuencia y el hablar bien (en conjunto, retórica) pertenecen al arte
por el motivo de que es recto. Además, el mero concepto bello; pero la oratoria (ars oratoria), como arte de emplear las de­
bilidades de los hombres al servicio de las propias intenciones (sean
claro de esas clases de asuntos humanos, unido con una éstas todo lo bien pensadas, todo lo buenas, realmente, que se quie­
viva exposición de ejemplos, y sin faltar a las reglas de ra), no es digna de ningún respeto. Por eso se elevó, tanto en Atenas
la eufonía de la lengua o de la conveniencia de la expre­ como en Roma, a su más alto grado, en un tiempo en que el Estado
corría a su ruina y la verdadera manera patriótica de pensar se
sión para ideas de la razón (lo cual, en conjunto, cons­ había perdido. El que, además de una clara visión de las cosas, tiene
tituye el hablar bien), tiene ya en sí suficiente influjo en su poder la lengua, con su riqueza y su pureza, y, además, de
sobre los espíritus humanos para no necesitar además una abundante imaginación propia para la exposición de sus ideas,
recurrir aquí a las máquinas de la persuasión, que, pu­ toma un vivo interés de corazón en el verdadero bien, ése es el vir
bonus dicendi peritus, el orador sin arte, pero lleno de energía, como
diéndose emplear éstas también para excusar o encubrir Lo deseaba Cicerón, sin haber él mismo permanecido, sin embargo,
el vicio y el error, no pueden destruir completamente la fiel a ese ideal.
MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO
236 237
en el que oye, pues excita a su vez también la idea, que ¡ rior (así como entre las que apreciamos al mismo tiempo,
es expresada en el lenguaje con semejante sonido, y en según su agrado, ocupa quizá el superior), en cuanto sólo
que, siendo la modulación, por decirlo así, una lengua uega con sensaciones. Así, pues, las artes de la forma la
universal comprensible para cada hombre, la música la superan de mucho en consideración a esto, porque su­
emplea por sí sola en toda su fuerza, a saber, como lengua miendo la imaginación en un juego libre, al par que, ade­
de las emociones, y así comunica universalmente, según mado al entendimiento, tratan, al mismo tiempo, un asun-
la ley de la asociación, las ideas estéticas, unidas natural­ :o, al realizar un producto que sirve a los conceptos del
mente con ella; pero como esas ideas estéticas no son rntendimiento de vehículo duradero y por sí mismo reco-
conceptos algunos ni pensamientos algunos determinados, I mendable, para favorecer la unificación de los mismos con
la forma de la conexión de esas sensaciones (armonía y 'a sensibilidad y, por decirlo así, la urbanidad de las fa-
melodía), solamente, en lugar de la forma de una lengua, ultades superiores de conocer. Ambas clases de artes to-
sirve, mediante una disposición proporcionada de las mis­ man un camino totalmente diferente: la primera va de
mas (la cual puede ser matemáticamente traída a reglas ís sensaciones a ideas indeterminadas; la segunda, em-
determinadas, porque en los sonidos descansa sobre la pro­ ero, de ideas determinadas a sensaciones. Las últimas
porción del número de vibraciones del aire en el mismo :n artes de impresiones duraderas; las primeras, sólo de
tiempo, en cuanto los sonidos son unidos simultánea o -onsitorias. La imaginación puede volver a llamar a aqué-
sucesivamente), para expresar la idea estética del todo as y entretenerse con ellas; pero éstas, o se apagan total­
conexo de una indecible abundancia de pensamientos, en mente, o nos resultan más bien pesadas que agradables,
conformidad con un cierto tema que constituye la emo­ la imaginación, involuntariamente, las repite. Además,
ción dominante en el trozo. De esa forma matemática, -y en la música una cierta falta de urbanidad, y es que,
aunque no representada en un concepto determinado, de­ ere todo según la naturaleza de sus instrumentos, ex­
pende solamente la satisfacción que la mera reflexión so­ onde su influencia más allá de lo que se desea (sobre
bre una multitud semejante de sensaciones simultánea? - vecindad); y de ese modo, por decirlo así, se impone,
o sucesivas enlaza con ese juego de las mismas como con­ ¡ ;or tanto, perjudica a la libertad de los que están fuera
dición, valedera para cada cual, de su belleza, y ella sola - la reunión musical, cosa que no hacen las artes que
es lo que permite al gusto atribuirse un derecho de ex­ j L¿:lan a los ojos, puesto que basta apartar la vista, si no
presarse con anterioridad sobre el juicio de cada cual. -J j - quiere recibir sus impresiones. Ocurre con esto algo
Pero en el encanto y en el movimiento del espíritu que p> como con la delectación en un olor que se extiende
la música produce no tiene la matemática, seguramente, ?. El que saca del bolsillo su pañuelo perfumado con-
parte alguna: ella es tan sólo la indispensable condició« \~ ü en derredor suyo, a los demás contra su voluntad,
(conditio sine quxt non) de aquella proporción de las íom w :s obliga, cuando quieren respirar, a gozar al mismo
presiones, en su enlace, como en su cambio, mediante h itv -p o ; por eso ha pasado esto de moda (1 ).
cual viene a ser posible conexionarlas e impedir que ** | Ir.:re las artes de la forma, daría yo preferencia a la
destruyan unas a otras, haciendo que concuerden por me­ p.--:.ra, en parte porque, como arte del dibujo, está a la
dio de emociones consonantes con ella, para un movimienlf
continuado y una animación del espíritu, y así, para
Los que han recomendado en las devociones de casa el cantar
agradable goce personal. s espirituales, no han considerado que imponían al público
Si, en cambio, se aprecia el valor de las bellas aitH ::an incomodidad con esa ruidosa (por eso mismo, ordinaria-
según la cultura que provocan en el espíritu, y si se toril farisea) devoción, obligando a la vecindad, o a cantar tam-
como medida la expansión de las facultades que debe* a suspender sus ocupaciones de pensamiento. [Todo el párra-
:ríe: «Además, hay en la música...» hasta «... ha pasado esto
venir a juntarse en el juicio para el conocimiento, e n la ­ : :a», y esta nota, fueron añadidos en la segunda y tercera
ñv 1
ces la música, entre las bellas artes, ocupa el lugar
238 MANUEL KANT
Z31TICA DEL JUICIO 239
base de todas las demás, en parte también porque puedt
entrar más allá, en la región de las ideas, y extender aquél. Podemos dividir esos juegos en juego de azar, jue-
más el campo de la intuición, conforme a aquéllas, que 1: I del sonido y juego del pensamiento. El primero exige
que le es permitido a las otras. -n interés, sea de la vanidad, sea de la utilidad propia,
I :ero que no es, ni con mucho, tan grande como el interés
I ¿n el modo como tratamos de proporcionárnoslo; el segun-
§ 54 exige sólo el cambio de las sensaciones, cada una de las
I cales tiene su relación con la emoción, sin tener el grado
Nota I ie una emoción, y excita ideas estéticas; el tercero nace
I -:1o del cambio de representaciones en el Juicio, mediante
Entre lo que place sólo en el juicio y lo que deleita (pla­ I las cuales no se produce pensamiento alguno que lleve con-
ce en la sensación), hay, como lo hemos mostrado, ur.¿ I r.go' algún interés, pero el espíritu es, sin embargo, vi-
diferencia esencial. Lo último es algo que no se puede I aneado.
como lo primero, exigir a cada cual. Deleite (aunque ss Cuán deleitosos deben ser los juegos, sin que haya ne-
causa esté en ideas) parece siempre consistir en un sen­ I :¿sidad de poner a su base una intención interesada, lo
timiento de impulsión de toda la vida del hombre, y, por r.uestran todas nuestras sociedades de noche, pues casi
tanto, también del bienestar corporal, es decir, de la sa­ anguna puede entretenerse sin juego. Pero las emociones
lud, de modo que Epicuro, que tenía todos los deleites er I ¿e esperanza, temor, alegría, cólera, desdén, juegan allí
el fondo por sensación corporal, quizá no dejaba de tener a.mbién, cambiando a cada momento su papel, y son tan
razón, y sólo se entendió mal a sí mismo al contar entrí I ~!vas que por ellas, como por un movimiento interior, todo
los placeres la satisfacción intelectual y hasta la práctica I T. negocio de la vida parece ser favorecido en el cuerpo,
Si se tiene ante los ojos la citada diferencia, puede une romo lo demuestra la vivacidad del espíritu, producida
explicarse cómo un deleite puede hasta desagradar al que I por ello, aunque ni se ha ganado ni se ha aprendido nada.
lo siente (como la alegría de un hombre pobre, pero de I Pero como el juego de azar no es ningún juego hermoso,
buenos pensamientos, por la herencia de su padre, aman­ ■amos a dejarlo aquí a un lado. En cambio, música y
te, pero avaro, para él), o como una profunda pena puede, I cenia para la risa, son dos clases de juego con ideas estéti-
sin embargo, placer al que la siente (la tristeza de una I cas, o también con representaciones del entendimiento,
viuda por la muerte de su marido, hombre excelente), o I mediante las cuales, al fin, nada es pensado, y que sólo
cómo un deleite puede además placer (como el de las cien­ I -ueden deleitar por su cambio, aunque vivamente; por lo
cias de que nos ocupamos), o cómo una pena (verbigracia, I cual dan a conocer bastante claramente que la animación
odio, envidia, deseo de venganza) puede* por añadidura, I en ambas es meramente corporal, aunque excitada por
desagradarnos. La satisfacción o el desagrado descansan I ideas del espíritu, y que el sentimiento de la salud, me-
aquí en la razón, y es idéntica con la aprobación o desapro­ I liante un movimiento de las entrañas correspondientes a
bación; deleite y pena, empero, no pueden descansar más
I ¿quel juego, constituye todo el deleite que una sociedad
que en el sentimiento o en la esperanza (cualquiera que
I ¿legre aprecia como tan fino y espiritual. No el juicio de
sea su fundamento) de un bienestar o de un malestar.
I de la armonía en los sonidos o en los ragos ingeniosos,
Todo juego libre y variado de las sensaciones (que a la
I cue, con su belleza, sirve sólo de vehículo necesario, sino
base no tienen intención alguna) deleita porque favorece
I .a vitalidad favorecida en el cuerpo, la emoción que mue-
el sentimiento de la salud, tengamos o no en el juicio de
razón una satisfacción en el objeto, e incluso en el deleite I ve las entrañas y el diafragma, en una palabra, el senti-
mismo; y ese deleite puede crecer hasta la emoción, aun­ I miento de la salud (que sin semejantes ocasiones, por lo
que en el objeto mismo no tomemos interés alguno, por I demás, no se deja sentir), es lo que constituye el deleite
lo menos ninguno que esté en proporción con el grado de I que en ello se encuentra, pudiéndose con el alma también
I llegar hasta el cuerpo y usar aquélla como médico de ésta.
CRITICA DEL JUICIO 241
MANUEL KAN1
240
que parezcan afligidas, más alegres caras ponen», reímos
En la música, ese juego va de la sensación del cuerpo I recio, y el motivo de ello está en que una espera se trans­
a las ideas estéticas (de los objetos para emociones), y forma de pronto en nada. Hay que notar bien que debe
de éstas vuelve después de nuevo hacia atrás, al cuerpo, transformarse, no en el positivo contrario de un objeto
pero unido con más fuerza. En la broma (que, como la esperado, pues esto es siempre algo, y a menudo puede
música, merece contarse más bien entre las artes agra­ entristecer, sino en nada. En efecto: cuando alguien, al
dables que entre las bellas) comienza el juego por los I contar una historia, excita en nosotros gran interés, y, al
pensamientos, que todos juntos, en cuanto quieren expre­ terminar, vemos en seguida la falta de verdad de la mis­
sarse sensiblemente, ocupan también el cuerpo, y al rela­ ma, nos produce ello desagrado; como, verbigracia, la his­
jarse, de pronto, el entendimiento en esa exposición, en toria de gente que, por una gran afición, se dice que han
donde no encuentra lo esperado, siéntese el efecto de ese encanecido en una noche. En cambio, cuando, para con­
relajamiento en el cuerpo, mediante una vibración de los testar a semejantes relatos, otro gracioso cuenta, con gran
órganos, que favorece el restablecimiento de su equilibrio lujo de detalles, la aflicción de un mercader que, volviendo
y tiene en la salud un efecto bienhechor. de las Indias a Europa con toda su fortuna en mercan­
En todo lo que deba excitar una risa viva y agitada cías, se vio obligado a echarlo todo por la borda, durante
tiene que haber algún absurdo (en lo cual el entendimien­ una tempestad, y se apenó de tal suerte que en la misma
to no puede encontrar por sí satisfacción alguna). La risa noche encaneció su peluca, nos reímos y nos regocijamos,
es una emoción que nace de la súbita transformación de porque nuestra propia equivocación sobre un objeto que
una ansiosa espera en nada. Precisamente esa transfor­ por lo demás nos es indiferente, o más bien la idea que
mación, que para el entendimiento, seguramente, no es seguimos, la hacemos saltar acá y allá, durante largo rato,
cosa que regocije, regocija, sin embargo, indirectamente, como una pelota, creyendo tan sólo que la cogemos y la
en un momento, con gran vivacidad. Así es que la causa retenemos. Aquí no es la confusión de un mentiroso o de
debe consistir en el influjo de la representación sobre el un mentecato lo que despierta el deleite, pues esa última
cuerpo y el efecto recíproco de éste sobre el espíritu, y historia, contada por sí con supuesta seriedad, haría reír
no, por cierto, en cuanto la representación es objetiva­ a una sociedad, y aquél, en cambio, no sería digno, gene­
mente un objeto del deleite (pues ¿cómo puede una espera ralmente, de atención.
fallida deleitar?), sino solamente porque, como mero jue­ Es también digno de notar que, en todos esos casos, la
go de representaciones, produce un equilibrio de las facul­ broma debe siempre encerrar en sí algo que pueda enga­
tades vitales en el cuerpo. ñar por un momento; de aquí que, cuando la apariencia
Cuando alguien cuenta que un indio, viendo, en la mesa desaparece en la nada, el espíritu vuelve a mirar hacia
de un inglés, en Surate, abrir una botella de ale y salir atrás para probarla de nuevo, y así, por medio de tensión
toda la cerveza transformada en espuma, mostró su gran y distensión sucesivas y rápidas, es lanzado acá y allá y
admiración con muchas exclamaciones, y que a la pre­ sumido en una oscilación que, al soltarse de pronto (y no
gunta del inglés: «¿Qué es lo que aquí es tan de admi­ poco a poco) lo que, por decirlo así, tiraba de la cuerda,
rar?», contestó: «N o me admiro de que salga, sino de
debe causar un movimiento del espíritu y un movimiento
cómo la habréis podido meter», reímos y nos da un gran
interior del cuerpo que armonice con él, que se prolonga,
placer, no porque nos encontremos más inteligentes que
involuntariamente, y produce cansancio, pero también di­
ese ignorante, ni sobre alguna otra cosa que el entendi­
versión (efectos de un movimiento que contribuye a la
miento nos haga notar en el caso como satisfactoria, sino salud).
que nuestra espera estaba en tensión y desaparece de
Pues si se admite que con todos nuestros pensamientos,
pronto en la nada; o cuando el heredero de un pariente
al mismo tiempo, va unido armónicamente algún movi­
rico, queriendo arreglar con gran solemnidad el entierro
miento en los órganos del cuerpo, se comprenderá bas­
de éste, se queja de que no le salga ello bien, «pues (como
tante bien cómo a aquel súbito cambio del espíritu, yendo
dice) cuanto más dinero doy a mis gentes del duelo para
242 MANUEL KANT
CRÍTICA DEL JUICIO 243
de uno a otro punto de vista para considerar su objeto,
pueda corresponder una sucesiva tensión y distensión de (de la humanidad en nosotros) que nos eleva por encima
las partes elásticas de nuestras visceras (como la que de la necesidad de deleite, ni dañar tampoco siquiera al
sienten las gentes cosquillosas), que se comunica al dia­ sentimiento menos noble del gusto.
fragma, y en la cual los pulmones expelen el aire en Algo que se compone de ambos encuéntrase en la inge­
rápidos y sucesivos golpes, produciendo para la salud un nuidad, que es la explosión de la sinceridad, primitiva­
movimiento provechoso, que es solamente, y no lo que en mente natural a la humanidad, contra la disimulación,
el espíritu ocurre, la causa propia del deleite en un pen­ tornada en segunda naturaleza. Se ríe uno de la simpli­
cidad, que no sabe aún disimular, y, sin embargo, se
samiento que, en el fondo, no representa nada. Decía Vol-
regocija uno también de la simplicidad de la naturaleza,
taire que el cielo nos había dado dos cosas como contra­
que suprime aquí, de un rasgo, aquella disimulación. E s­
peso a las muchas penas de la v id a : la esperanza y el
perábase la costumbre diaria de la manifestación artifi­
sueño (1 ). Hubiera podido añadir la risa, si estuvieran tan
cial y que se preocupa de la bella apariencia, y ved: es la
a mano los medios para producirla en gentes razonables,
naturaleza sana e inocente que no se esperaba encontrar,
y si no fueran la broma, o la originalidad del humor que
y que el que la deja ver no pensaba tampoco descubrir.
se exigen para ello, tan raras como frecuente es el talento
El que la bella, pero falsa apariencia, a quien damos mu­
de imaginar cosas que destrozan la cabeza, como hacen
cha importancia, generalmente, en nuestro juicio se trans­
los soñadores místicos, vertiginosas, como los genios, o forme aquí, súbitamente, en nada; el que, por decirlo así,
que parten el corazón (2 ), como los sensibles novelistas el astuto se descubra a nosotros mismos, es cosa que pro­
(también los moralistas sentimentales). duce un movimiento del espíritu hacia dos direcciones re­
Se puede, pues, en mi opinión, conceder a Epicuro que cíprocamente opuestas, y que, al mismo tiempo, sacude
todo placer, aunque sea ocasionado por conceptos que des­ el cuerpo sanamente. Pero que algo que es infinitamente
piertan ideas estéticas, es animal, es decir, es sensación mejor que toda supuesta costumbre, la pureza del modo
corporal, sin por eso dañar en lo más mínimo al senti­ de pensar (al menos, la capacidad para ello), no está total­
miento espiritual del respeto hacia las ideas morales, que mente apagada en la naturaleza humana, eso pone serie­
no es ningún deleite, sino una apreciación de sí mismo1 dad y alta estimación en ese juego del Juicio. Pero como
es un fenómeno que sólo se produce por poco tiempo, y
(1) He aquí los versos aludidos de Voltaire: el velo de la disimulación se corre pronto de nuevo, méz­
Du Dieu qui nous créa,, la clémence infinie, clase, pues, con él una añoranza, un sentimiento de ter­
pour adoucir les m.aux de cette courte vie, nura, que se deja muy bien enlazar como juego a esa risa
a placé parmi nous deux êtres bienfaisants,
de la terre à jamais aimables habitants.
de buen corazón, y que, en realidad, se enlaza ordinaria­
soutiens dans les travaux, trésors dans l'indigence : mente con ella, compensando al mismo tiempo, a veces, en
L'un est le doux sommeil et l'autre l'espérance. el que la ocasiona, su confusión, por no estar aún picar­
deado como los hombres. — Que un arte sea ingenuo es,
( Henriade, canto V II.) ÍN . del T.)
por lo tanto, una contradicción; pero, representar la inge­
(2) Las tres expresiones tienen, en alemán, una exterior corres­ nuidad en una persona imaginada, es arte posible y bello,
pondencia, imposible de traducir: dice el texto kopfbrechend, hals- aunque raro. Con la ingenuidad no hay que confundir el
brechend, herzbrechend, que significa rompiendo la cabeza, rompiendo
el cuello, rompiendo el corazón. Rubiera podido, kasta cierto punto, candor de un corazón abierto, que no hace artificiosa la
conservar la primera y Va última, pero no la s e g u n d a , q u e Significa naturaleza sólo porque no conoce el arte de las relaciones
e x a c t a m e n t e l o q u e e l francés se casser le cou. E n francés se dice
sociales.
también, de un hombre exageradamente audaz y temerario, que es Entre lo que está en estrecho parentesco con el deleite
un casse-cou. En ese sentido, parece el epíteto convenir a l genio.
( N ota del T .) de la risa y lo excita, y pertenece a la originalidad del
espíritu, pero no precisamente al talento para el arte
244 MANUEL ñANT

bello, puede contarse también el modo humorístico (1).


Humor (2), en el buen sentido, significa el talento de poder
ponerse voluntariamente en una cierta disposición de es­
píritu, en la cual todas las cosas son juzgadas de una
manera totalmente distinta de la ordinaria (incluso al re­
vés), y, sin embargo, conforme a ciertos principios de la
razón, en semejante disposición de espíritu. El que está
involuntariamente sometido a tales cambios se llama ca­
prichoso (3 ); pero el que puede realizarlos voluntaria­
mente y con finalidad (para una viva exposición, mediante SEGUNDA SECCIÓN
un contraste provocador de risa) se llama humorístico (4),
y su discurso también. Este modo pertenece más bien al De la crítica del Juicio estético
arte agradable que al bello, porque el objeto de este último
siempre ha de mostrar en sí alguna dignidad, y, por tan­
to, exige una cierta seriedad en la exposición, así como
L A D IA L É C T IC A
el gusto en el juicio.
------------- t del Juicio estético
(1) Die launige Manier, dice el texto. ( N . del T .)
(2) Laune, en alemán, significa capricho, fantasía... (N . del T.)
(3) Launisch, sometido al capricho, a la fantasía... (N . del T .) § 55
(4) Launig, capaz de capricho, de humor, de fantasía. (N del T .) 1
Un juicio que deba ser dialéctico, debe, ante todo, ser
raciocinante, es decir, que los juicios del mismo deben pre­
tender a la universalidad, y esto a priori (1), pues en la
oposición de semejantes juicios consiste la dialéctica;?Por
eso no es dialéctica la imposibilidad de unificar los juicios
estéticos de los sentidos (sobre lo agradable y lo desagra­
dable). Tampoco la oposición de los juicios de gusto, en
cuanto cada uno apela a su propio gusto, constituye dia­
léctica alguna del gusto, porque nadie se propone hacer
de su juicio la regla universal. No queda, pues, concepto
alguno de dialéctica que pueda convenir al gusto más que
el de una dialéctica de la crítica del gusto (no del gusto
mismo), en consideración de sus principios, puesto que
se presentan natural e inevitablemente conceptos en opo­
sición recíproca, sobre la base de la posibilidad de los
juicios de gusto en general. Una crítica transcendental

(1) Juicio raciocinante (judicium ratiocinans) puede llamarse todo


el que se da como universal, pues en tanto en que lo hace puede
servir de premisas en una deducción de la razón. Juicio de razón
(judicium ratiocinatum ) no puede, en cambio, llamarse más que el
que es pensado como conclusión de una deducción de la razón, por
consiguiente, como fundado a priori.
W l

246 VUEL KÁK~ I ZOTICA DEL JUICIO 247

del gusto no encerrará, pues, una parte que pueda llevar amentos del juicio que no tengan solamente una validez
el nombre de dialéctica del Juicio estético sino en cuanto | -ivada, que no sean, pues, meramente subjetivos, a lo
se encuentre, entre los principios de esa facultad, una an- 1 : .al, sin embargo, se opone precisamente aquel principio
tinomia que haga dudosa su conformidad a ley, y, por :r que cada cual tiene su propio gusto.
tanto, también su interior posibilidad. Así, pues, en consideración del principio del gusto,
r .éstrase la siguiente antinomia:
1. ° Tesis. El juicio de gusto no se funda en concep-
§ 56 : í . pues de otro modo, se podría disputar (decidir por
-edio de pruebas) sobre él.
Representación de la antinomia del gusto 2. ° Antítesis. El juicio de gusto se funda en concep-
í. pues de otro modo, no se podría, prescindiendo de su
El primer lugar común del gusto está encerrado en la rerencia, ni siquiera discutir sobre él (pretender a un
frase con que cada individuo sin gusto piensa prevenirse necesario acuerdo de otros con ese juicio).
contra la censura: caída cual tiene su propio gusto. Esto
vale tanto como: el fundamento de determinación de ese
juicio es meramente subjetivo (deleite o pena), y el juicio § 57
no tiene derecho alguno a la necesaria aprobación de los
otros. Solución de la antinomia del gusto
El segundo lugar común del gusto, que es también usa­
do por aquellos que conceden al juicio de gusto el derecho No hay más posibilidad de levantar la contradicción
de pronunciar de un modo valedero para cada cual, e s: de aquellos principios que están a la base de todo juicio de
sobre el gusto no se puede disputar. Esto vale tanto como: gusto (que no son otra cosa que las dos características del
el fundamento de determinación de un juicio de gusto, juicio de gusto, presentadas más arriba en la analítica),
aunque fuera objetivo, no se deja traer a conceptos de­ que mostrando que el concepto al cual se refiere el objeto
terminados; por lo tanto, no se puede decidir nada sobre en esa clase de juicios no es tomado en el mismo sentido
el juicio mismo por medio de pruebas, aunque sobre él se en ambas máximas del Juicio estético, que ese doble sen­
puede bien y con derecho discutir, pues discutir y dispu­
tido o punto de vista del juicio es necesario para nuestro
tar, si bien son una misma cosa en el sentido de que tra­
Juicio transcendental, pero que también la apariencia en
tan de producir unanimidad mediante la oposición recípro­
la mezcla del uno con el otro es inevitable como ilusión
ca de los juicios, son, en cambio, diferentes en que el
segundo espera realizarla según determinados conceptos natural.
El juicio de gusto tiene que referirse a algún concepto,
como bases de prueba, y, por lo tanto, admite conceptos
pues si no, no podría pretender de ningún modo a validez
objetivos como fundamentos del juicio. Donde esto se con­
sidere como imposible se juzga el disputar igualmente necesaria para cada cual. Pero por eso mismo no puede
imposible. ser demostrable por un concepto, porque un concepto pue­
Se ve bien que, entre esos dos lugares comunes, falta de ser, o determinable, o indeterminado en sí, y, al mis­
una fórmula que, si bien no está proverbialmente en circu­ mo tiempo, indeterminable. De la primera clase es el con­
lación, está, sin embargo, encerrada en el sentido de todos, cepto del entendimiento, que es determinable por medio
a saber: sobre el gusto se puede discutir (aunque no dispu­ de predicados de la intuición sensible que puede corres­
tar). Ahora bien, esta frase encierra lo contrario que la ponderle p-de la segunda clase es el concepto transcenden­
primera de todas, pues donde hay permiso de discutir, tal de razón de lo suprasensible, que está a la base de
tiene que haber esperanza de venir a caer de acuerdo unos toda aquella intuición, y que no puede ser determinado
con otros, y, por lo tanto, hay que poder contar con fun- más allá, teóricamente.
245 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 249

Ahora bien: el juicio de gusto se aplica a objetos de Para la solución de una antinomia basta la posibilidad
los sentidos, pero no con el fin de determinar un concep­ de que dos proposiciones que se contradicen una a otra
to de los mismos para el entendimiento, pues no es nin­ en la apariencia no se contradigan en realidad, sino que
gún juicio de conocimiento. Por lo tanto, como represen­ puedan coexistir una junto a la otra, aunque la explica­
tación individual intuitiva referida al sentimiento del ción de la posibilidad de su concepto esté por encima de
placer, es sólo un juicio privado, y, en cuanto lo es, se nuestra facultad de conocer. Que esa apariencia es natural
limitaría, según su validez, al individuo que juzga: el obje­ e inevitable a la sazón humana, y, además, por qué lo
to es para mí un objeto de satisfacción; para otros puede es y lo sigue siendo, aunque después de la solución de la
ocurrir de otro modo — cada uno tiene su gusto. contradicción aparente, ya no engañe, eso puede también
Sin embargo, hay encerrada en el juicio de gusto, sin hacerse entonces concebible.
duda alguna, una relación ampliada de la representación En efecto: el concepto en que debe fundarse la validez
del objeto (al mismo tiempo, también del sujeto), sobre universal de un juicio lo tomamos en un mismo sentido
la cual fundamos una extensión de esa clase de juicios en ambos juicios contradictorios, y expresamos, sin em­
como necesaria para cada uno, a la base de la cual, por tan­ bargo, de él, dos predicados opuestos. En la tesis debiera,
to, debe estar necesariamente algún concepto, pero un con­ por tanto, decirse: el juicio de gusto no se funda en
cepto que no se deja determinar por intuición, mediante conceptos determinados; pero en la antítesis: el juicio
el cual no se puede conocer nada, y, por tanto, no se de gusto, sin embargo, se funda en un concepto, aunque
puede dirigir prueba alguna para el juicio de gusto. Un indeterminado (a saber: el del subtrato suprasensible de
concepto semejante es, empero, el mero y puro concepto los fenómenos), y entonces no habría entre ellas contra­
de razón de lo suprasensible,' que está a la base del ob­ dicción alguna.
jeto (y también a la del sujeto que juzga) como objeto de Más que levantar esa contradicción en las pretensiones
los sentidos, y, por tanto, como fenómeno, pues si no se y contrapretensiones del gusto, no podemos hacer. Dar
tuviera esta consideración, la pretensión del juicio de un determinado principio objetivo del gusto, según el cual
gusto a validez universal no podría salvarse; si el con­ los juicios del mismo pudieran ser dirigidos, comprobados
cepto en que se funda fuera un simpre concepto con­ y demostrados, es en absoluto imposible, pues entonces
fuso del entendimiento, algo así como de perfección, al no serían juicios de gusto. El principio subjetivo, a saber,
cual se pudiera, en correspondencia asociar la intuición la indeterminada idea de lo suprasensible en nosotros,
sensible de la belleza, sería, por lo menos, posible en sí puede tan sólo ser indicado como la única clave para
fundar el juicio de gusto en pruebas, lo cual contradice descifrar esa facultad, oculta para nosotros mismos, en
la tesis. sus fuentes; pero nada puede hacérnosla más compren­
Ahora bien, toda contradicción desaparece si digo: el sible.
juicio de gusto se funda en un concepto (el de un fun­ A la base de la antinomia aquí propuesta y resuelta
damento, en general, de la finalidad subjetiva de la na­ está el verdadero concepto del gusto, a saber, como Juicio
turaleza para el Juicio), por el cual, empero, no se puede estético meramente reflexionante, y en él, se han reunido,
conocer ni demostrar nada en consideración del objeto, uno con otro, ambos principios, contradictorios en la apa­
porque ese concepto es, en sí, indeterminable, y no sir­ riencia, ya que pueden ambos ser verdaderos, y esto es
ve para el conocimiento; pero el juicio de gusto reci­ bastante. Pero, en cambio, si se tomara como fundamento
be, por medio de éste, sin embargo, al mismo tiempo, de determinación del gusto (a causa de la individualidad
validez para cada cual (desde luego, en cada cual, como de la representación, que está a la base del juicio de gus­
juicio particular que acompaña inmediatamente la intui­ to), como algunos lo han hecho, el agrado, o, como otros
ción), porque el fundamento de determinación está quizá (a causa de la universal validez de aquel juicio), el prin­
en el concepto de lo que puede ser considerado como el cipio de la perfección, y si se instituye, según eso, la
substrato suprasensible da la humanidad. definición del gusto, resulta entonces de ello una antino-
MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO
250 251
mia, que no se puede, de ningún otro modo resolver, más no se puede dar nunca una intuición que se acomode
que mostrando que ambas proposiciones, opuestas una a con él.
otra (no sólo contradictorias), son falsas; lo cual demues­ Ahora bien : creo que se puede llamar la idea estética
tra entonces que el concepto en que cada una se funda se una representación inexponible de la imaginación, y la
contradice a sí mismo. Se ve, pues, que la solución de las idea de la razón, en cambio, un concepto indemostrable
antinomias del Juicio estético sigue un camino semejante de la razón. De ambos se presupone que se producen no
al que siguió la Crítica en la solución de las antinomias totalmente sin fundamento, sino (según la anterior de­
de la razón pura teórica, y que aquí, como también en finición de una idea, en general) siguiendo ciertos prin­
la Crítica de la razón práctica, las antinomias obligan, a cipios de las facultades de conocer a que pertenecen (aqué­
pesar de todo, a mirar por encima de lo sensible y a lla, principios subjetivos; ésta, objetivos).
buscar en lo suprasensible el punto de unión de todas Conceptos del entendimiento deben, como tales, ser
nuestras facultades a priori, pues no queda ninguna otra siempre demostrables (entendiendo por demostrar, como
salida para poner la razón de acuerdo consigo misma. en la anatomía, sólo el exponer) (1), es decir, que el
objeto que les corresponde debe siempre poder ser dado
en la intuición (pura o empírica), pues sólo mediante ello
Nota I pueden llegar a ser conocimientos. El concepto de mag­
nitud puede ser dado en la intuición del espacio a priori;
Como en la filosofía transcendental hemos encontrado verbigracia, en una línea recta, etc.; el concepto de la
tan a menudo ocasión de distinguir ideas por un lado y causa, en la impenetrabilidad, el choque de los cuerpos,
conceptos del entendimiento por otro, puede, pues, ser etcétera. Por tanto pueden ambos ser cubiertos por una
de utilidad el establecer, para su distinción, expresiones intuición empírica, es decir, que el pensamiento puede
técnicas adecuadas. Creo que no se tendrá nada que ob­ ser indicado en un ejemplo (demostrado, enseñado), y
jetar si propongo algunas. Ideas, en la significación más esto debe poder ocurrir, y sin ello no se está seguro de
universal, son representaciones referidas, según un cierto wue el pensamiento no esté vacío, es decir, sin objeto
alguno.
principio (subjetivo u objetivo), a un objeto, en cuanto,
empero, no pueden nunca llegar a ser un conocimiento No se emplean en la lógica las expresiones de lo de­
del mismo. Se refieren, o a una intuición, según un prin­ mostrable y lo indemostrable, comúnmente, más que en
cipio meramente subjetivo de la concordancia de las fa ­ consideración a las proposiciones; pero.Jas primeras po-
cultades de conocer unas con otras (de la imaginación con Jdrían ser llamadas mejor con el nombre de proposiciones
,,nAaa ronocer unas con otras i* Q~ññ Y^ediatamente seguras, y las segundas, con el de inme-
el entendimiento),
cultades de conoc y entonces
nt0Jlce3 se llaman estéticas; o a un esté s,oa
tic
a ™WÍiatamenteseguras, pues la filosofía pura tiene tam-
concepto,
el ente según
, un principio objetivo, sin poder,
’ pr¡ncipio objetivo, sin poder, empero, P 'K ién proposiciones de ambas clases, si''se''entiende por
proporcionar
con^e nunca un
, L <;’ov.nv n.mna un conocimiento
conocimiento del
del objeto,
ob.ieto, y y se lla­ fcllas proposiciones verdaderas, capaces .de prueba e in­
man ideasideo* de la razón; en este caso, el concepto es un r*~“ £ veruaaeras capaces.de prueba
~ ~ .->1
t transcendente que es distinto del concepto n A M í> i p l capaces
a r íf n rdel , P ,. de Pprueba; pero pero Ppor fundamentos aa priori,
°r fundamentos priori, pue-
ie ella, como filosofía, si bien probar, no empero, demos-
e n 3 m i e n T " c u i siempre se puede poner una Lar “t i T o u ele unn' d<
experiencia adecuada correspondiente, y que, por eso, ;rar, si no quiere u“ uno ,„aP,a
apartarse completamente de
„rtf « f completamente , la
significación verbal, según la cual demostrar (ostendere,
llama inmanente. « -------- -----
Una idea estética no puede llegar a ser un conocim ien-rí/^6 whibere) 7''^ vale tanto como
vaje tanto como (sea
(sea^elio ello en pruebas, [ o también
oslenae?z>
to, porque es una intuición (de la imaginación), para la r ° ei? definiciones) exponer al mismo aS> °
cual nunca se puede encontrar un concepto adecuado. U n a 'n a intuición; ésta, cuando es intuición
idea de la razón no puede llegar a ser un conocimiento, priori, se Ua-
porque encierra un concepto (de lo suprasensible), al cualf rrcera 1) Lo que va entre
edición. (N . del T )
narpr,^;, 68 añadido de ** segunda y
252 MANUEL KANT ' CR1T1CA DEL JUICIO 253

ma la construcción del concepto, pero cuando es también trato suprasensible de todas sus facultades (que ningún
empírica, sigue, sin embargo, siendo la presentación del concepto del entendimiento alcanza) y, consiguientemen­
objeto, mediante la cual la realidad objetiva es asegurada te, aquello en relación con lo cual el poner de acuerdo
al concepto. Así, dícese de un anatomista que demuestra todas nuestras facultades de conocer es el último fin dado
el ojo humano cuando hace intuible, por medio del análisis a nuestra naturaleza por lo inteligible, lo que puede ser­
de ese objeto, el concepto que ha presentado antes dis­ vir de medida subjetiva para aquella finalidad estética,
cursivamente. pero incondicionada en el arte bello, que debe pretender
Según esto, el concepto de la razón de un substrato con derecho a tener que placer a cada cual. Así también
suprasensible de todos los fenómenos en general, o tam­ es solamente posible que haya en el fondo de ella, a quien
bién de lo que debe ser puesto a la base de nuestra vo­ no se puede prescribir principio alguno objetivo, un prin­
luntad, en relación a leyes morales, a saber, de la libertad cipio a priori subjetivo, y, sin embargo, de validez uni­
transcendental, es ya, según la especie, un concepto in­ versal.
demostrable y una idea de la razón, mientras que la
virtud lo es según el grado, porque para el primero, en Nota I I
sí, no puede ser dado en la experiencia nada que le co­
rresponda según la cualidad, pero en el segundo ningún La importante observación siguiente se ofrece aquí de
producto de experiencia de esa causalidad alcanza el grado suyo, a saber: que hay tres clases de antinomias de la
que la idea de la razón prescribe como regla. razóii\ pura, que todas, sin embargo, vienen a parar a
Así, como, en una idea de la razón, la imaginación, con obligar a ésta a prescindir de la suposición, por lo demás,
sus intuiciones, no alcanza el concepto dado, así, en una muy natural, que considera los objetos de los sentidos
idea estética, el entendimiento, mediante sus conceptos, como cosas en sí mismas, para hacerlos valer más bien
no alcanza nunca la intuición toda interior de la imagina­ como fenómenos, y a poner bajo éstos un substrato in­
ción, que se enlaza con una representación dada. Ahora teligible (algo suprasensible, cuyo concepto es sólo idea,
bien: como traer una representación de la imaginación y no permite conocimiento alguno propio). Sin una anti­
a conceptos vale tanto como exponerla, puede, pues, la nomia semejante no podría nunca la razón decidirse a
idea estética ser llamada una representación inexponible admitir un principio semejante, que estrecha tanto el cam­
de la misma (en su libre juego). Tendré ocasión más ade­ po de su especulación, ni consentiría en hacer sacrificios
lante de decir algo aún sobre esa clase de ideas; ahora en los cuales tantas, por lo demás muy brillantes espe­
noto tan sólo que ambas clases de ideas, las ideas de la ranzas deben desaparecer totalmente, pues aun ahora,
razón como las estéticas, deben tener sus principios, y, que se le abre, como compensación de esas pérdidas, un
por cierto, ambas en la razón; aquéllas, en los principios uso tanto mayor, en consideración a la práctica, parece
objetivos; éstas, en los principios subjetivos de su uso. que no puede separarse sin dolor de aquellas esperanzas
Se puede, según esto, explicar el genio como facultad y desasirse de su viejo apego.
de ideas estéticas, con lo cual, al mismo tiempo, se indica Que hay tres clases de antinomias, ello tiene su fun­
el fundamento de por qué en productos del genio es la damento en que hay tres facultades de conocer: entendi­
naturaleza (del sujeto), y no un reflexivo fin, el que da miento, Juicio y razón, cada una de las cuales (como fa ­
la regla al arte (de la producción de lo bello). Pues come cultad de conocer superior) debe tener sus principios a
lo bello no puede ser juzgado según conceptos, sino se­ priori, pero la razón, en cuanto juzga sobre esos prin­
gún la disposición de la imaginación conforme a un fin. cipios mismos y sobre su uso, exige sin cesar, relativa­
para la concordancia con la facultad de los conceptos, en mente a ellos todos, para lo condicionado dado, lo incon­
general, resulta que no es una regla ni un precepto, sinc dicionado, que, sin embargo, no se deja nunca encontrar,
lo que en el sujeto es sólo naturaleza, sin poder, empero si se considera lo sensible como perteneciente a las cosas
ser comprendido bajo reglas o conceptos, es decir, el subs­ en sí mismas, y si no se pone más bien bajo él, conside­
CRÍTICA DEL JUICIO 255
254 MANUEL KANT
también como cosas en sí mismas. Cuán poco, empero,
rado como mero fenómeno, algo suprasensible (el inteli­ resuelve tanto una como otra escapatoria, se ha mostrado
gible substrato de la naturaleza, fuera de nosotros y en ya en varios lugares de la exposición de los juicios de
nosotros), como cosa en sí misma. Entonces hay: l.° Una gusto.
antinomia de la razón, en consideración del uso teórico Pero si se admite al menos que nuestra deducción va
del entendimiento, hasta en lo incondicionado, para la fa­ por el buen camino, aunque no se haya hecho aún en
cultad de conocer; 2.° Una antinomia de la razón, en todas sus partes bastante claridad, entonces aparecen tres
consideración del uso estético del Juicio para el senti­ ideas: primero, la de lo suprasensible en general, sin
miento de placer y de dolor; 3.° Una antinomia, en con­ otra determinación, como substrato de la naturaleza; se­
sideración del uso práctico de la razón, legisladora en sí gundo, la del mismo, como principio de la finalidad sub­
misma para la facultad de desear, en cuanto todas esas jetiva de la naturaleza para nuestra facultad de conocer;
facultades tienen sus principios superiores a priori, y,
tercero, la del mismo, como principio de los fines de la
según una exigencia inevitable de la razón, deben incon­
libertad y principio de la concordancia de ésta con la
dicionalmente, según esos principios, juzgar y poder de­
naturaleza en lo moral.
terminar su objeto.
En lo que toca a las dos antimonias: la del uso teórico
§ 58
y la del uso práctico de aquellas facultades superiores del
conocimiento, hemos mostrado ya en otro sitio la inevi- Del idealismo de la finalidad de la naturaleza y del arte,
tabilidad de las mismas, si esa clase de juicios no vuelven
como principio único del Juicio estético
la vista a un substrato suprasensible de los objetos dados
como fenómenos, y, en cambio, también la posibilidad de
Puédese, primero, poner el principio del gusto, o que
solucionarlas, si aquello ocurre. Ahora bien : en lo que
éste juzga siempre según fundamentos de determinación
toca a la antinomia en el uso del Juicio, que sigue la
empíricos, es decir, según los que no son dados más que
exigencia de la razón, y en lo que toca a la solución aquí
a priori por los sentidos, o admitiendo que juzga por un
presentada, no hay otro medio de eludirla más que: o
fundamento a priori. Lo primero sería el empirismo de
negando que haya a la base del juicio estético de guste
algún principio a priori afirmando, pues, que toda pre­ la crítica del gusto; lo segundo, el racionalismo de la
misma. Según lo primero, el objeto de nuestra satisfac­
tensión a necesidad de universal aprobación es una vana
ción no podría diferenciarse de lo agradable; según lo
e infundada ilusión y que un juicio de gusto no merece
segundo, si el juicio descansara en determinados concep­
ser tenido por exacto más que en cuanto se da el caso de
tos, no podría diferenciarse de lo bueno; y así, toda be­
que muchos están de acuerdo en consideración suya, y aun
lleza sería negada en el mundo y quedaría en su lugar
esto, propiamente, no porque bajo ese acuerdo se adivine
sólo un nombre especial, quizá para una cierta mezcla de
un principio a priori, sino solamente (como en el gusto
ambas clases citadas de satisfacción. Pero hemos mos­
del paladar) porque los sujetos, casualmente, están orga­
trado que hay también fundamentos a priori para la sa­
nizados de igual forma, o teniendo que admitir que eJ
tisfacción, que pueden coexistir con el principio de racio­
juicio de gusto es propiamente un juicio de razón dis­
nalismo, aunque no pueden ser comprendidos en un
frazado, sobre la perfección descubierta en una cosa y la
determinado concepto.
relación en ella de lo diverso con un fin, por lo tanto, que
E l racionalismo del principio del gusto es, en cambio:
es llamado estético sólo a causa de la confusión propia
o el del realismo de la finalidad, o el del idealismo de la
a esa nuestra reflexión, aunque, en el fondo, es teleoló-
misma. Pero como un juicio de gusto no es ningún juicio
gico; en cuyo caso podríase declarar inútil y nula la so­
de conocimiento, ni belleza es una propiedad del objeto,
lución de las antinomias por medio de ideas transcenden­
considerado en sí, resulta que el racionalismo del prin­
tales, y así, unir aquellas leyes del gusto con los objetos
cipio del gusto no puede ponerse nunca en que la finalidad
del sentido, considerados, no como meros fenómenos, sino
256 MANUEL KANT
CRÍTICA DEL JUICIO 257
en ese juicio sea pensada como objetiva, es decir, que el
juicio, teóricamente, y, por tanto, también lógicamente cionar, sin embargo, el más mínimo fundamento a la su­
(aunque sólo en un juicio confuso), se dirija a la perfec­ posición de que para ello haya necesidad de algo más
que su mecanismo, como mera naturaleza, y así pueden
ción del objeto, sino que se dirija sólo estéticamente a
ser conformes a un fin para nuestro juicio sin idea alguna
la concordancia de su representación en la imaginación
puesta a su base. Por libre formación de la naturaleza,
con los principios esenciales del Juicio en general en el
sujeto. Consiguientemente, incluso según el principio del empero, entiendo yo aquella por la cual, de un fluido en
descanso, por medio de volatilización o separación de una
racionalismo, el juicio de gusto y la diferencia del rea­
parte del mismo (a veces, sólo la materia calórica), lo
lismo y del idealismo del mismo, puede ponerse sólo; o
restante adopta, al hacerse firme una determinada forma
en que aquella subjetiva finalidad, en el primer caso, es
o trama (figura o textura) que, según la específica dife­
admitida como un fin real (intecionado) de la naturaleza
rencia de las materias, es diferente, pero que en la misma
(o del arte), a saber, el de concordar con nuestro juicio,
materia es exactamente la misma. Mas aquí se supone lo
o en que, en el segundo caso, sólo es admitida como una
que siempre se entiende por un fiuido verdadero, a saber,
concordancia, conforme a fin, que se produce sin fin, de
que la materia en él esté totalmente disuelta, es decir, que
suyo, y en modo contingente, con la exigencia del Juicio,
no se pueda considerar como una mera mezcla de partes
en consideración de la naturaleza y de las formas de ésta
producidas según leyes particulares. firmes' y en él solo móviles.
La formación se opera después por una reunión re­
En favor del realismo de la finalidad estética de la
pentina ( 1 ), es decir, mediante una súbita solidificación,
naturaleza, ya que se puede admitir que la producción
no mediante un progresivo tránsito del estado fluido al
de lo bello tiene a su base una idea del mismo en la causa
sólido,1 sino, por decirlo así, por un salto; ese tránsito se
productora, a saber, un fin para nuestra imaginación, ha­
llama también la cristalización. El ejemplo más común
blan alto las bellas formas en el reino de la naturaleza
de esta clase de formación es el agua que se hiela, en la
organizada. Las plantas, las flores y hasta las figuras de
cual se producen, primero, agujas rectas de hielo, que se
arbustos enteros; la gracia de las formas animales de
juntan, en ángulos de 60°, mientras que otras vienen
todas las especies, inútil para su uso propio, pero, por
igualmente a unirse en el mismo punto, hasta que toda
decirlo así, elegidas para nuestro gusto; la diversidad,
se ha convertido en hielo, de tal modo que, durante ese
sobre todo, y armoniosa colocación respectiva, tan satis­
tiempo, el agua, entre las agujas de hielo, no se hace
factoria y encantadora para nuestra vista, de los colores
poco a poco más densa, sino que está tan líquida como
(en el faisán, en los animales con conchas, insectos, y
lo estaría con un calor mucho mayor, y, sin embargo,
hasta en las flores más ordinarias) que, aplicándose tan
tiene completamente el frío del hielo. La materia que se
sólo a la superficie, y aun en ésta, ni siquiera a la figura
volatiliza y que se escapa en el momento de la solidi­
de las criaturas, que podría, sin embargo, ser necesaria
ficación es un quantum considerable de materia calórica,
para los fines interiores de éstas, parecen totalmente en­
cuya salida, ya que esta materia era necesaria para el
derezados a la exterior contemplación, dan un gran valor
estado líquido, no deja este hielo actual, en lo más mí­
al modo de explicación por medio de la suposición de
nimo, más frío que el agua, poco antes líquida.
fines reales de la naturaleza para nuestro Juicio estético.
Muchas sales, y también piedras, que tienen una forma
En cambio, se opone a esta suposición, no sólo la razón,
cristalizada, son producidas por una especie de tierra
mediante sus máximas de evitar en lo posible la inne­
disuelta en el agua por no se sabe qué intermediario. De)
cesaria multiplicación de los principios en todos sentidos,
mismo modo, las configuraciones granulares de muchos
sino la naturaleza misma, que muestra en sus formas
minerales, del brillo de la galena cúbica, de la sal de oro
libres, por todas partes, una gran tendencia mecánica a
roja y otros, se forman, según toda suposición, también
la producción de formas, que parecen, por decirlo así.
hechas para el uso estético de nuestro Juicio, sin propor­
(1 ) d u r c h A n s c h ie s s e n , d ic e e l t e x t o . ( N . d e l T . )
CR1TICA DEL JUICIO 259
258 MANUEL KANT
lares dirigidos a ello, y sólo según leyes químicas, por
en el agua, y por reunión repentina de las partes, obli­ medio de la acumulación de la materia necesaria para la
gadas, por alguna causa, a abandonar ese vehículo y a organización.
reunirse unas con otras en determinadas figuras exte­ Pero lo que demuestra directamente el principio de la
riores. idealidad de la finalidad en lo bello de la naturaleza, como
Pero también interiormente, todas las materias que principio que ponemos siempre a la base del Juicio es­
eran líquidas sólo por el fuego, y han tomado solidez por tético mismo y que no nos permite emplear realismo al­
el enfriamiento, muestran en la fractura una cierta tex­ guno de un fin de aquélla para nuestra facultad de re­
tura, y permiten juzgar por ello que, si no lo hubiera presentar, como base de explicación, lo que demuestra
impedido su propio peso o el contacto del aire, hubieran eso es que buscamos, en el juicio de la belleza en general
enseñado exteriormente también su figura específica y la medida de la misma a priori en nosotros mismos, y
característica, como en algunos metales que, después de que el Juicio estético, en consideración del juicio de si
la función, estaban exteriormente endurecidos, pero in­ algo e&vO no bello, es él mismo legislador, lo cual no puede
teriormente aún líquidos, se ha observado, por medio de ocurrir si admitimos el realismo de la finalidad de la na­
punzadas en la parte interior, pero aún líquida, y en la turaleza, \)orQue entonces debiéramos aprender de la na­
solidificación ya reposada del resto, que permanece inte­ turaleza es 1° flue hemos de encontrar bello, y el
riormente. Muchas de esas cristalizaciones minerales, juicio de'gusto estaría sometido a principios empíricos.
como espatos, la piedra hematites, los cristales de hielo, Pero en un juicio semejante no se trata de lo que la
dan a menudo figuras de suprema belleza, que el arte naturaleza sea o de lo que sea, como fin, para nosotros,
podría sólo imaginar, y la gloria en la caverna de Anti­ sino de cómo nosotros la cogemos. Sería siempre una
paros es sólo el producto del agua filtrándose por capas finalidad objetiva de la naturaleza si ésta hubiera fo r­
de yeso. mado sus formas para nuestra satisfacción, y no una
Lo fluido es, según toda consideración, en general, más finalidad subjetiva que descanse en el juego de la ima­
antiguo que lo sólido, y tanto las plantas como los cuer­ ginación en su libertad; en este caso, es con favor con
pos animales, son formados de materia nutritiva líquida, lo que cogemos nosotros la naturaleza, pero no es favor
en cuanto se forma ésta en la quietud, en estos últimos, que ella nos muestra. La cualidad de la naturaleza de
seguramente, desde luego, según cierta primitiva disposi­ encerrar para nosotros ocasión de percibir la interna fina­
ción dirigida a fines (que debe, como en la segunda parte se
lidad en la relación de nuestras facultades del espíritu, de
mostrará, ser juzgada, no estéticamente, sino teleológica-
uzgar ciertos productos de aquélla y de percibirla come
mente, según el principio del realismo), pero al lado de
eso también, quizá, solidificándose conforme a la ley uni­ -r.a finalidad tal que deba ser declarada, por un funda-
versal de la afinidad de la materia y formándose en li­ -er.to suprasensible, necesaria y universal mente valede-
bertad. Ahora bien : así como los fluidos acuosos disuei- no puede ser fin de la naturaleza, o, más bien, no
tos en una atmósfera que es una mezcla de diferentes ruede ser juzgada por nosotros como tal, porque, de serlo,
clases de gases, al separarse de éstos por medio de la el juicio que por ello se determinara tendría por base
salida del calor, producen figuras de nieve que, según la una heteronomía, pero no, como conviene a un juicio de
diferencia de aquella mezcla del aire, son de una forma gusto, una autonomía, y no sería libre.
de apariencia a menudo muy artificial y extremadamente En el arte bello puede reconocerse aún más claramente
bella,_ de igual modo_ es posible pensar, sin quitarle nada el principio del idealismo de la finalidad, pues tiene de
al principio teleológico del juicio de la organización que, ::mún aquel arte con la naturaleza bella que en él no
en lo que toca a la belleza de flores, plumas de aves, con­ ruede admitirse un realismo estético mediante sensacio-
chas, según su figura y su color, pueda ser ella atribuida res (pues entonces, en vez de arte bello, sería arte agra-
a la naturaleza y a su facultad de formarse también de :¿ble). Pero que la satisfacción por medio de ideas estéti-
modo estético-finalista en su libertad, sin fines partieu- :¿s no debe depender de la consecución de determinados
'

2¿,0 MANUEL NANT CRITICA DEL JUICIO 261

fines (como arte mecánico intencionado), y consiguiente­ sólo según la forma de la reflexión y no según el con­
mente, que aun en el racionalismo del principio hay en tenido.
la base id e a lid a d y n o re a lid a d de los fines, aparece bien Cuando se opone el simbólico al modo de representar
claro ya, porque el arte bello, como tal, no debe ser con­ intuitivo, se hace de aquel vocablo un uso que, aunque
siderado como un producto del entendimiento y de la cien­ admitido por los lógicos modernos, trastorna su sentido
cia, sino del genio, recibiendo así su regla mediante ideas y lo falsea; pues el simbólico és sólo un modo del intui­
estéticas, que son esencialmente distintas de ideas de tivo. Este último puede, en efecto, dividirse en modo de
razón de fines determinados. representar' esquemático y simbólico. Ambos son hipoti-
Así como la idealidad de los objetos de los sentidos posis, es decir, exposiciones ( exhibitiones), no meros ca-
como fenómenos es la única manera de explicar la posi­ racterismas,, es decir, designaciones de los conceptos por
bilidad de que puedan sus formas ser determinadas a medio de nqtas sensibles que los acompañan, y que no
priori, de igual modo, el idealismo de la finalidad en el encierran nada que pertenezca a la intuición del objeto,
juicio de lo bello de la naturaleza y del arte es la única sino que sirven a aquéllos según la ley de la asociación
suposición por medio de la cual la critica puede explicar de la imaginación, por tanto, en intención subjetiva, de
la posibilidad de un juicio de gusto que exige a priori medio de reproducción; los tales son, o palabras, o signos
validez para cada cual (sin fundar, sin embargo, en con­ • isibles (algebraicos, y hasta mímicos), como meras ex-
ceptos la finalidad representada en el objeto). , 'esiones para conceptos ( 1 ).
Todas las intuiciones que se ponen bajo conceptos a
iori son esquemas o símbolos, encerrando los primeros
§ 59 exposiciones directas de conceptos; los segundos, indi-
rectas. Los primeros lo hacen demostrativamente; los se-
De la belleza como símbolo de la moralidad indos, por medio de una analogía (para la cual también
•e utilizan intuiciones empíricas), en la cual el Juicio
Para exponer la realidad de nuestros conceptos se exi­ realiza una doble ocupación: primero, aplicar el concepto
gen siempre intuiciones. Si los conceptos son empíricos. el objeto de una intuición sensible, y después, en segundo
entonces 1lámanse las intuiciones ejemplos; si son con­ .ugar, aplicar la mera regla de la reflexión sobre aquella
ceptos puros del entendimiento, llámanse esquemas; si intuición a un objeto totalmente distinto, y del cual el
se pide que se exponga la realidad objetiva de los con­ primero es sólo el símbolo. Así, un estado monárquico
ceptos de la razón, es decir, de las ideas, y ello, para el que esté regido por leyes populares internas, es represen­
conocimiento teórico de las mismas, entonces se desea tado por un cuerpo animado; por una simple máquina
algo imposible, porque no puede, de ningún modo, darse (como, verbigracia, un molinillo), cuando es regido por
intuición alguna que Ies sea adecuada. una voluntad única absoluta; pero en ambos casos sólo
simbólicamente, pues entre un estado despótico y un mo­
Toda hipotiposis (exposición, sujectio sub adspectum),
linillo no hay ningún parecido, pero sí lo hay en la regla
como sensibilización, es doble: o esquemática, cuando a
de reflexionar sobre ambos y sobre su causalidad. Este
un concepto que el entendimiento comprende es dada a asunto ha sido, hasta ahora, aún poco analizado, aunque
priori la intuición correspondiente, o simbólica, cuando merece una investigación más profunda; pero no es éste
bajo un concepto que sólo la razón puede pensar, y del el lugar de detenerse en ello. Nuestra lengua está llena
cual ninguna intuición sensible adecuada puede darse, de semejantes exposiciones indirectas, según una analogía,1
se pone una intuición en la cual solamente el proceder
del Juicio es análogo al que observa en el esquematizar, (1 ) L o i n t u i t i v o d e l c o n o c im ie n t o d e b e s e r o p u e s t o a l o d is c u r s iv o
es decir, que concuerda con él sólo según la regla de ese (n o a lo s i m b ó l i c o ) . A h o r a b ie n , lo p r i m e r o e s : o e s q u e m á t ic o , m e ­
d ia n t e d e m o s t r a c ió n , o s im b ó lic o , c o m o r e p r e s e n t a c ió n , s e g ú n u n a
proceder y no según la intuición misma; por lo tanto,
m e r a a n a lo g ía .
2¿2 MANUEL ñANT I CRÍTICA DEL JUICIO 2Ó3
en las cuales la expresión no encierra propiamente el los objetos de una satisfacción tan pura, como la razón
esquema para el concepto, sino sólo un símbolo para la | lo hace en consideración de la facultad de desear, y se
reflexión. ve, tanto a causa de esa interior posibilidad en el sujeto,
Así, las palabras fundamento (apoyo, base), depender I como a causa de la exterior posibilidad de una naturaleza
(estar mantenido por arriba), fluir de (en lugar de se- I en concordancia, referido a algo, en el sujeto mismo y
guirse), sustancia- (lo que lleva los accidentes según se fuera de él, que no es naturaleza ni tampoco libertad,
expresa Locke) e innumerables más, no son esquemáticas. I Tero, sin embargo, está enlazado con la base de la última,
sino simbólicas hipotiposis y expresiones para concep- I - saber, Con lo suprasensible, en el cual la facultad teórica
tos, no por medio de una intuición directa, sino sólo I está unida con la práctica de un modo común y descono­
según la analogía con la misma, es decir, el transporte I ció. Vamos a tratar algunas partes de esa analogía, no
de la reflexión, sobre un objeto de la intuición, a otr: iejando al mismo tiempo sin notar la diferencia.
concepto totalmente distinto, al cual quizá no pueda ja- I l.° Lo bello place inmediatamente (pero sólo en la
más corresponder directamente una intuición. Si se pue­ r.tuición reflexionante, no como la moralidad en el con-
de llamar ya conocimiento una mera manera de represen- I :epto). 2.° Place sin interés alguno (el bien moral va
tar (lo cual es permitido, si no es un principio de la de­ :.nido necesariamente, desde luego, con un interés, pero
terminación teórica del objeto, de lo que en sí él sea. I s j con uno tal que preceda al juicio sobre la satisfacción,
sino de la práctica, de lo que la idea de él deba venir i:no que por ese solo es producido). 3.° La libertad de
a ser para nosotros y para el uso de la misma conforma _ imaginación (de la sensibilidad, pues, de nuestra fa-
a fin), entonces todo nuestro conocimiento de Dios es Jtad) es representada en el juicio de lo bello como de
meramente simbólico, y el que lo toma por esquemáticc. -_uerdo con la conformidad a leyes del entendimiento (en
con las cualidades entendimiento, voluntad, etc..., que sók 1 r juicio moral, la libertad de la voluntad es pensada como
en seres del mundo muestran su realidad objetiva, cae er I . ncordancia de esta última consigo misma, según leyes
el antropomorfismo, así como si aparta todo lo intuitivo I universales de la razón). 4.° El principio subjetivo del
cae en el deísmo, según el cual nada es conocido ni aun I -icio de lo bello es representado como universal, es decir,
en el sentido práctico. Taledero para cada cual, pero no cognoscible por medio
Ahora bien, digo: lo bello es el símbolo del bien moral concepto alguno (el principio objetivo de la moralidad
y sólo también en esta consideración (la de una relaciór. es definido también como universal, es decir, para todos
que es natural a cada cual, y que cada cual también exige .13 sujetos, y, al mismo tiempo, para todas las acciones
a los demás como deber) place con una pretensión a la :el mismo sujeto, y, además, cognoscible por medio de
aprobación de cada cual; el espíritu, al mismo tiempo, -n concepto universal). De aquí que el juicio moral no
tiene consciencia de un cierto ennoblecimiento y de una I sólo sea capaz de determinados principios constitutivos,
cierta elevación por encima de la mera receptividad de sino que es sólo posible mediante la fundación de las máxi­
un placer por medio de impresiones sensibles, y estima mas en ellos y su universalidad.
el valor de los demás también por una máxima semejante La consideración de esa analogía es ordinaria también
del Juicio. Es lo inteligible hacia donde, como lo declaró al entendimiento común; y a bellos objetos de la natura­
el anterior párrafo, mira el gusto; en él concuerdan nues­ leza o del arte damos a menudo nombres que parecen po­
tras facultades de conocer superiores, y sin él se alzarían ner a la base un juicio moral. Decimos de edificios y ár­
puras contradicciones entre la naturaleza de éstas, com­ boles que son mayestáticos, soberbios, o de praderas que
parada con las pretensiones del gusto. En esa facultad son risueñas y alegres; hasta los colores son llamados
no se ve sometido el Juicio, como, por lo demás, en el inocentes, modestos, tiernos, porque excitan sensaciones
juicio empírico, a una heteronomía de las leyes de la ex­ que encierran algo análogo a la consciencia de un estado
periencia; se da a sí mismo la ley en consideración de de espíritu producido por juicios morales. El gusto hace
2Ó4 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 2ó5

posible, por decirlo así, el tránsito del encanto sensible no es posible arte bello alguno, ni siquiera un gusto recto
al interés moral habitual, sin un salto demasiado violento, propio que lo juzgue.
al representar la imaginación también en su libertad, La propedéutica para todo arte bello, en cuanto se trata
como determinable conformemente a un fin para el en­ del más alto grado de su perfección, no parece estar en
tendimiento, y enseña a encontrar, hasta en objetos de preceptos, sino en la cultura de las facultades del espíritu,
los sentidos, una libre satisfacción, también sin encanto por medio de aquellos conocimientos previos que se llaman
sensible. humaniora, probablemente porque humanidad significa,
por una parte, el sentimiento universal de simpatía, por
§ 60
otra parte, la facultad de poderse comunicar universal e
interiormente, propiedades ambas que, unidas, constitu­
APÉNDICE yen la sociabilidad propia de la humanidad, por medio de
la cual se distingue del aislamiento de los animales. La
época y los pueblos en que el instinto, empujado hacia
De la metodología del gusto una sociabilidad legislada, mediante la cual un pueblo
constituye un ser duradero y general, luchó contra las
La división de una crítica en teoría elemental y meto­ grandes dificultades que rodean al difícil problema de
dológica, que precede a la ciencia no se puede aplicar a reunir la libertad (y también igualdad) con la coacción ( 1 )
la crítica del gusto, porque no hay ciencia de lo bello ni (más respeto y sumisión por deber que miedo), semejante
puede haberla, y eí juicio del gusto no es determinable
época y semejante pueblo debió primero inventar el arte
por principios, pues en lo que toca a lo científico de cada
de la recíproca comunicación de las ideas de la parte más
arte, lo que se refiere a Ja verdad en la exposición de su
cultivada con las de la más ruda, la armonía de la am­
objeto, ello es la condición indispensable (conditio sirte
plitud y afinamiento de la primera con la sencillez natural
qua non) del arte bello, pero no es el arte mismo.
y la originalidad de la última, y, de ese modo, el término
Sólo hay, pues, para el arte bello una manera (modusj,
medio entre la más alta cultura y la superficie naturale­
pero no un método (methodus). El maestro mismo debe
za, que constituye también para el gusto, como sentido
hacer primero lo que el alumno ha de realizar después
universal del hombre, la medida exacta, imposible de for­
y del modo cómo lo ha de realizar, y las reglas universales
mular, según regla alguna universal.
bajo las cuales, al final, reduce su proceder, pueden más
Difícilmente podrá otra edad posterior prescindir de
bien servir para traer al recuerdo los momentos princi­
aquel modelo, porque estará siempre menos cerca de la na­
pales del mismo que para prescribírselos. Aquí, sin em­
bargo, hay que tomar en consideración un cierto ideal turaleza, y, finalmente, apenas si podrá, sin los ejemplos
que el arte debe tener ante los ojos, aunque en su ejercicio permanentes de aquélla, estar en estado de hacerse un
no lo realice jamás enteramente. Sólo mediante el des­ concepto de la feliz conjunción, en uno y el mismo pueblo,
pertar de la imaginación del alumno, en adecuación con de la imposición legal de la más alta cultura con la fuerza
un concepto dado, mediante la insuficiencia notada de la y la rectitud de la naturaleza libre que siente su propio
expresión para la idea, que el concepto mismo no alcanza, valor.
porque es estético, y mediante una aguda crítica, puede Pero como el gusto, en el fondo, es una facultad de juz­
evitarse que los ejemplos que se le ponen delante no sean gar la sensibilización de ideas morales (por medio de una
tomados en seguida por él como prototipos y modelos de cierta analogía de la reflexión sobre ambas), y como de
la imitación, que no pueden ser sometidos a forma alguna esa facultad, así como de la mayor receptividad que en
superior y a propio juicio, y así evitará que el genio, y ella se funda para el sentimiento (llamado moral) de esas1
con él también la libertad de la imaginación misma, en
su conformidad a leyes, sea ahogada, libertad sin la cual (1 ) E n l a p r i m e r a y s e g u n d a e d ic ió n d ic e u n a c o a c c ió n . ( N . d e l T . )

N úm. 1620. — 10
266 MANUEL KANT
ideas morales, se deriva el placer, que el gusto declara
valedero para la humanidad en general y no sólo para el
sentimiento privado de cada cual, resulta que se ve cla­
ramente que la verdadera propedéutica para fundar el
gusto es el desarrollo de ideas morales y la cultura del
sentimiento moral, puesto que sólo cuando la sensibilidad
es puesta de acuerdo con éste, puede el verdadero gusto
adoptar una determinada e incambiable forma.

SEG UND A PARTE

C R ÍT IC A D E L J U IC IO T E O L Ó G IC O
§ 61

De la finalidad objetiva de la naturaleza

Según principios transcendentales, hay un buen fun­


damento que nos permite admitir una finalidad subjetiva
de la naturaleza, en sus leyes particulares, para la com­
prensibilidad por el Juicio humano y para la posibilidad
de enlazar las experiencias particulares en un sistema
de las mismas, en donde luego, entre los muchos produc­
tos de la naturaleza, también pueden esperarse como po­
sibles aquellos que, como si estuvieran arreglados par-
ticularísimamente para nuestro Juicio, encierran esas
formas específicas y adecuadas a él, que, mediante su di­
versidad y unidad, sirven, por decirlo así, para fortificar
las potencias del espíritu (que están en juego en el uso
de esa facultad) y entretenerlas, y a las cuales por eso
se da el nombre de formas bellas.
Pero que cosas de la naturaleza sirvan unas a otras
de medios para fines y que su posibilidad misma sea su­
ficientemente comprensible sólo mediante esa clase de cau­
salidad, es cosa para la cual no tenemos fundamento al­
guno en la idea universal de la naturaleza como conjunto
de los objetos de los sentidos. Pues en el caso anterior, la
representación de las cosas, por ser algo en nosotros, po­
día ser muy bien pensada a priori, como propia y útil
para la disposición interior final de nuestras facultades
de conocer; pero de qué modo fines, que no son los nues­
tros y que no pertenecen tampoco a la naturaleza (que no
admitimos como ser inteligente), puedan y deban, sin
embargo, constituir una especie particular de la causa­
lidad, por lo menos una peculiarísima conformidad a le­
yes, eso no se puede presumir a priori con algún funda­
mento. Pero, lo que es más aún, la experiencia misma
270 MANUEL KANT 7R1T1CA DEL JUICIO 271

no puede mostrarnos la realidad de esos fines, a no ser por tanto, pensamos la naturaleza como si fuera técnica,
que la hubiera precedido ya un razonamiento que intro­ por facultad propia. Si, en cambio, no le atribuimos un
dujera subrepticiamente sólo el concepto de fin en la na­ modo de efectuar semejante, debe su causalidad ser re­
turaleza de las cosas, sin tomarlo de los objetos y de su presentada como mecanismo ciego. Pero, en cambio, sí
conocimiento de experiencia, y lo usara, pues, más para pusiéramos bajo la naturaleza causas que efectúan in­
hacer comprensible en nosotros la naturaleza, según la tencionadamente, y, por tanto, diéramos como base a la
analogía con una base subjetiva del enlace de las repre­ teleología, no un mero principio regulativo para el simple
sentaciones, que para conocerla por fundamentos obje­ juicio de los fenómenos a los cuales la naturaleza puede
tivos. ser pensada como cometida en sus leyes particulares, sino
Además, la finalidad objetiva, como principio de la po­ también un principio constitutivo de la deducción de sus
sibilidad de las cosas de la naturaleza, está tan lejos de productos de sus respectivas causas, entonces el concepto
estar en conexión necesaria con el concepto de la natura­ de un fin de naturaleza no pertenecería ya al Juicio re­
leza, que es justamente más bien a ella a quien se apela flexionante, sino al determinante; pero entonces, en rea­
con preferencia para mostrar la contingencia de la mis­ lidad, no pertenecería de ningún modo, propiamente, al
ma (de la naturaleza) y de su forma. Pues cuando, por Juicio (como el concepto de belleza, en cuanto finalidad
ejemplo, se cita el esqueleto de un pájaro, la cavidad en formal subjetiva), sino que, como concepto de razón, in­
sus huesos, la posición de sus alas para el movimiento y troduciría en la ciencia de la naturaleza una nueva cau­
de la cola para la dirección, etc..., se dice que todo eso, salidad que sacamos de nosotros mismos y atribuimos a
según el mero nexus effectivus en la naturaleza, sin lla­ otros seres, sin querer, sin embargo, admitirlos con noso­
mar en su ayuda una especie particular de causalidad, a tros como semejantes.
saber, la de los fines (nexus finalis), es, en alto grado,
contingente, es decir, que la naturaleza, considerada como
mero mecanismo, hubiera podido formar de mil otras
diferentes maneras, sin tropezar precisamente con la uni­
dad de semejante principio, y asi, aparte del concepto de
naturaleza, no se puede esperar encontrar a priori en ella
el menor fundamento para aquello.
Sin embargo, el juicio teleológico, al menos proble­
máticamente, se emplea con derecho para la investigación
de la naturaleza; pero sólo para traerla a principios de
observación e investigación, según la analogía con la cau­
salidad por fines, sin pretender explicarla por ellos. Per­
tenece, pues, al Juicio reflexionante, no al determinante.
El concepto de enlaces y formas de la naturaleza según
fines es, pues, al menos, un principio más para traer a
reglas los fenómenos de la misma, allí donde no alcanzan
las leyes de la causalidad, según el mero mecanismo. En
efecto, hacemos uso de un fundamento teleológico, siem­
pre que al concepto de un objeto artibuimos, como si es­
tuviera en la naturaleza (no en nosotros), causalidad en
consideración de un objeto, o más bien nos representamos
la posibilidad del objeto según la analogía de una causa­
lidad semejante (como la que encontramos en nosotros) ;
CRITICA DEL JUICIO 273

modo que el rectángulo construido con las dos partes de


una sea igual al construido con las dos partes de la otra:
la solución del problema presenta a la vista mucha difi­
cultad. Pero todas las líneas que se cruzan en el interior
del círculo, cuya circunferencia limita cada una de ellas,
se dividen por sí, en aquella proporción. Las otras líneas
curvas dan a su vez otras soluciones conformes a fin, en
'as cuales no se pensó en la regla que constituye su cons­
trucción. Todas las secciones cónicas, por sí y en compa­
P R IM E R A D IV IS IÓ N ración unas con otras, son ricas en principios para la
solución de una multitud de problemas posibles, aunque
Analítica del Juicio teleológico su definición, que determina su concepto, es muy sencilla.
Es una verdadera alegría el considerar el celo con que
s viejos geómetras investigaban esas propiedades de las
§ 62 neas de esa clase, sin dejarse inducir a error por la pre­
gunta de las inteligencias limitadas. ¿Para qué ha de ser-
De la finalidad objetiva que es sólo formal, a diferencia ir ese conocimiento? Por ejemplo, investigaban las de
de la materia ia parábola, sin conocer la ley de la caída de los graves
en la tierra, que les hubiera permitido la aplicación de
Todas las figuras geométricas que son dibujadas según aquélla a la línea de proyección de los cuerpos pesados
un principio, muestran una diversa y a menudo admirada uya dirección puede ser considerada como paralela a la
finalidad objetiva, en la aptitud para la solución de muchos rravedad en su movimiento), o las de la elipse, sin sos-
problemas, según un principio único, y también de cada techar que se encuentra también una gravedad en los
uno de ellos en modos infinitamente diversos en sí. La fina­ uerpos celestes, y sin conocer su ley en diferentes aleja-
lidad es aquí manifiestamente objetiva e intelectual y no tientos del punto de atracción, lo cual hace que describan
sólo subjetiva y estética; pues expresa la adecuación de ¿quella línea en movimiento libre. Al trabajar, inconscien­
la figura para la producción de muchas formas propues­ tes de ello, para la posteridad, se regocijaban en una fina­
tas, y es conocida por la razón. Pero la finalidad, sin em­ lidad de la esencia de las cosas, que podían, sin embar­
bargo, no hace posible el concepto del objeto mismo, es go, exponer totalmente a priori en su necesidad. Platón,
decir, que éste no es considerado como posible sólo con maestro él mismo en esta ciencia, atento a esa propiedad
referencia a aquel uso. originaria de las cosas, que podemos conocer, prescin­
En una figura tan sencilla como es el círculo, está el diendo de toda experiencia, atento a la facultad del es­
fundamento para la solución de una multitud de proble­ píritu de poder crear la armonía de los seres por sus
mas, cada uno de los cuales, por sí, exigiría preparativo? principios suprasensibles (a lo cual se añaden también las
de varias clases, y esa solución se da, por decirlo así, de propiedades de los números, con los cuales el espíritu
suyo, como una de las infinitamente numerosas y notables ;uega en la música), cayó en el entusiasmo, que, por en­
propiedades de esa figura. Por ejemplo, si se trata de cons­ cima de los conceptos de la experiencia, lo elevó a las ideas
truir un triángulo, conociendo la base y el ángulo opuesto que le parecieron explicables tan sólo por medio de una
a ella, el problema es indeterminado, es decir, que se comunidad intelectual con el origen de todos los seres.
puede resolver de infinitas maneras diversas. Pero el No es nada extraño que rechazara de su escuela al igno­
círculo las comprende todas, como lugar geométrico de rante en la geometría, pensando deducir de la pura in­
todos los triángulos que responden a aquella condición. tuición que acompaña interiormente al espíritu humano,
O, bien, dos líneas han de cortarse una a otra, de tal lo que Anaxágoras concluyó de objetos de experiencia y
274 MANUEL KANT
C R IT IC A D EL J U IC IO
275
de su enlace final. Pues en la necesidad de lo que es con­
objeto, verbigracia, del círculo, sino que necesitan que ese
forme a fin y está constituido de un modo como arregla­
objeto sea dado en la intuición. Pero por eso recibe
do intencionadamente para nuestro uso, aunque, sin em­
esa unidad el aspecto, como si empíricamente tuviese una
bargo, parezca aplicarse originariamente a la esencia de
base exterior a las reglas, diferente de nuestra facultad
la cosa, sin tomar en consideración alguna nuestro uso,
de representar, y como si, de ese modo, la concordancia
en esa necesidad es donde yace precisamente el funda­
del objeto con la exigencia de reglas, propia del entendi­
mento de la gran admiración de la naturaleza, no tanto
fuera de nosotros como en nuestra propia razón, por lo miento, fuera en sí contingente y, por tanto, posible sólo
cual es bien excusable que esa admiración pudiera, por por medio de un fin dirigido expresamente a ello. Ahora
mala comprensión, crecer poco a poco hasta la exaltación. bien: precisamente esa armonía, que, a pesar de toda
Esa finalidad intelectual, empero, aunque es objetiva aquella finalidad, no es, sin embargo, conocida empírica­
(no, como la estética, subjetiva), se deja, sin embargo, mente, sino a priori, debiera por sí misma llevarnos a que
según su posibilidad, concebir muy bien, aunque sólo, en el espacio, por cuya determinación sola (mediante la ima­
general, como meramente formal (no real), es decir, como ginación conformemente a un concepto) era el objeto
finalidad, sin que sea necesario para ello, sin embargo, posible, no es una propiedad de las cosas fuera de mí, sino
poner a su base un fin y, por tanto, una teleología. La un mero modo de representación en mí, y que así, pues,
figura circulo es una intuición que ha sido determinada en la figura que dibujo adecuada a un concepto, es decir,
por el entendimiento según un principio; la unidad de ese en mi propio modo de representación de lo que me es dado
principio, que admito arbitrariamente y pongo a la base exterior mente, sea ello en sí lo que quiera, introduzco yo
como concepto, aplicada a una forma de la intuición (el 'a finalidad, no soy empíricamente instruido de ésta ( 1 )
espacio) que igualmente se encuentra en mí solo come por lo dado, y, por consiguiente, no necesito para ella nin­
representación, y, desde luego, a priori, hace compren­ gún fin particular fuera de mí en el objeto. Pero como
sible la unidad de muchas reglas que surgen de la cons­ esta reflexión requiere ya un uso crítico de la razón, y por
trucción de aquel concepto, y que, en muy diversas direc­ .o tanto, no puede ser en seguida contenida en el juicio
ciones, son conformes a fin, sin poder poner, bajo esa del objeto según sus propiedades, resulta que ese jui­
finalidad, fin alguno ni otro fundamento alguno de la cio no me proporciona inmediatamente nada más que la
misma. No ocurre aquí en esto como cuando, en un con­ reunión de reglas heterogéneas (incluso según lo que tie­
junto de cosas, fuera de mí, encerrado en ciertos límites, nen en sí de desigual) en un principio que, sin exigir
como, por ejemplo, en un jardín, encuentro orden y regu­ para ello una base particular situada a priori fuera de mi
laridad de los árboles, de las plantaciones de flores, de concepto, y, en general, de mi representación, es, sin em­
las avenidas..., cosas que no puedo esperar deducir a priori bargo, conocido por mí a priori como verdadero. Ahora
del contorno de un espacio trazado por mí según una regla bien: sorpresa es un choque del espíritu con la imposi­
arbitraria, porque son cosas que existen, que tienen que bilidad de unir a una representación y a la regla dada
ser dadas empíricamente, para poder ser conocidas, y nc por ella, los principios que están ya a la base del espíritu,
una mera representación en mí determinada según un :hoque que produce, pues, una duda de si se habrá visto
principio a priori. De aquí que esta última finalidad (la o juzgado correctamente; admiración,_empero, es una sor­
empírica) dependa, como real, del concepto de un fin. presa que torna siempre a volver, a pesar de la desapa­
Pero también el fundamento de la admiración de una rición de esa duda. Por consiguiente, es la última un efecto
finalidad, aunque ésta sea percibida en la esencia de la totalmente natural de aquella finalidad observada en la
cosa (en cuanto sus conceptos pueden ser construidos), esencia de las cosas (como fenómeno), y no puede tam-
puede considerarse muy bien como legítimo. Las reglas
diversas cuya unidad (en un principio) excita esa admi­
(1 ) En la p r i m e r a e d ic ió n f a l t a l a p a la b r a e m p ír ic a m e n t e . ( N o t a
ración son todas sintéticas y no salen de un concepto del del T .)
270 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO

poco ser censurada, puesto que la reunión de aquella for­


ma de la intuición sensible (que se llama espacio) con la § 63
facultad de los conceptos (el entendimiento) no es inex­
plicable, no sólo por ser precisamente ésa y no otra alguna, De la finalidad relativa de la naturaleza, a diferencia
sino también porque, además, da al espíritu mayor exten­ de la interna
sión para, por decirlo así, adivinar aún algo que está por
encima de aquellas representaciones sensibles, y en lo La experiencia no conduce nuestro Juicio al concepto
cual, aunque desconocido de nosotros, puede encontrarse de una finalidad objetiva y material, es decir, al concepto
el último fundamento de aquella concordancia. No tene­ de un fin de la naturaleza, más que cuando se ha de juz­
mos tampoco, es cierto, ninguna necesidad de conocerlo, gar una relación de causa a efecto ( 1 ), que sólo nos en­
tratándose solamente de finalidad formal de nuestras re­ contramos capacitados para considerar como legal, porque
presentaciones a 'priori; pero sólo tener que mirar allá, ponemos la idea del efecto de la causalidad de la causa,
por encima, produce al mismo tiempo admiración hacia como la condición de la posibilidad del efecto mismo, con­
el objeto que nos obliga a ello. tenido a la base de la causa misma. Esto, empero, puede
Se tiene la costumbre de llamar bellezas las citadas ocurrir de dos maneras: o considerando el efecto inme­
propiedades, tanto de las figuras geométricas como tam­ diatamente como producto del arte, o considerándolo sólo
bién de los números, a causa de una cierta finalidad de como material para el arte de otros seres posibles de la
los mismos, a priori, para toda clase de usos del conoci­ naturaleza, es decir, o como fin, o como medio para el
miento, no esperada de la sencillez de su construcción, y se uso, conforme a fin, de otras causas. La última finalidad
habla, verbigracia, de tal o cual bella propiedad del círcu­ llámase utilizabilidad (para los hombres), o también la
lo descubierta de esta o aquella manera. Pero el juicio, aprovechabilidad (para cualquier otra criatura), y es me­
por medio del cual las encontramos conformes a fin, no ramente relativa; en cambio, la primera es una finalidad
es un juicio estético, no es un juicio sin concepto que interna del ser natural.
hace notar una mera subjetiva finalidad en el libre juego Los ríos acarrean, por ejemplo, toda clase de tierra, que
de nuestras facultades de conocer, sino un juicio intelec­ sirve para el crecimiento de las plantas, y que depositan
tual, según conceptos, que da a conocer claramente una a veces en medio del campo, y también a menudo en sus
finalidad objetiva, es decir, aplicabilidad a toda clase (en desembocaduras. La marea ascendente conduce ese barro,
lo infinito diverso) de fines. Debiérase más bien llamar en algunas costas, hasta el campo, o lo deposita en la
perfección relativa que belleza de las figuras matemáti­ playa, y, sobre todo, si los hombres ayudan a ello, para
cas. Esa denominación de belleza intelectual no puede ser que la descendente no se lo lleve de nuevo, se acrecienta
en modo alguno permitida, ni siquiera por su comodidad, la tierra fructífera, y el reino vegetal gana allí un lugar
pues si lo fuera, o la palabra belleza debería perder toda donde antes tenían su habitación peces y moluscos. La
su significación determinada, o la satisfacción intelectual mayoría de esos engrandecimientos del campo los ha reali­
toda superioridad sobre la sensible, Más bien pudiera zado la naturaleza misma, y aunque lentamente, continúa
llamarse bella una demostración de semejantes propieda­ en ello aún. Ahora bien, el problema es saber si esto ha
des, porque, por medio de ésta, el entendimiento como de juzgarse como un fin de la naturaleza, por encerrar
facultad de los conceptso y la imaginación como facultad una utilidad para los hombres; pues el reino vegetal mis­
de la exposición de los mismos, se sienten fortalecidos mo no se puede tener en cuenta, porque, en cambio, se le1
a priori (lo cual, unido a la precisión que la razón intro­
duce, se llama, en conjunto, la elegancia de la demostra­ (1 ) C o m o en la m a t e m á t ic a p u r a n o p u e d e t r a t a r s e d e la e x is ­
ción), pues aquí, al menos, la satisfacción es subjetiva, t e n c ia , s in o s ó lo d e l a p o s ib ilid a d d e la s co sa s, a s a b e r , d e u n a
aunque fundada en conceptos, y allí la perfección lleva in t u ic ió n c o r r e s p o n d ie n t e a su c o n c e p t o , y , p o r lo t a n t o , no d e c a u s a
consigo una satisfacción objetiva. y e f e c t o , r e s u l t a q u e t o d a fin a lid a d q u e e n e l l a se e n c u e n t r a d e b e s e r
c o n s id e r a d a s ó lo c o m o f o r m a l , n u n c a c o m o fin de la n a t u r a le z a .
: r it ic a d e l j u ic io 279
278 M A N U E L KANT

quita a las criaturas marinas tanta ventaja como se da mas de colores de los pájaros para adorno de su traje, tie­
a la tierra. rras coloreadas o savia de las plantas para sus afeites), a
O bien, pongamos un ejemplo de la aprovechabilidad á~ reces también razonables como el caballo para cabalgar, el
ciertas cosas naturales como medio para otras criaturas :oro (y en la isla de Menorca incluso el asno y el puerco)
(cuando se las presupone como medio). No hay suelo más para labrar, no puede tampoco aquí admitirse ni siquiera
provechoso para los pinos que un suelo de arena. Ahora -in fin relativo de la naturaleza (en ese u so ). Pues su razón
bien : el antiguo mar, antes de retirarse de la tierra, ha de­ ¿abe dar a las cosas una concordancia con sus ocurrencias
jado atrás tanta extensión arenosa en nuestras regiones arbitrarias, para las cuales el mismo ni siquiera por la
del Norte, que en ese suelo, tan inutilizable, por lo demás naturaleza estaba predestinado. Sólo si se admite que los
para todo cultivo, han podido crecer extensos pinares, de nombres han debido vivir en la tierra, entonces no deben
cuya destrucción irracional hemos acusado con frecuencia^ tampoco faltar, por lo menos, los medios sin los cuales no
a nuestros predecesores, y se puede aquí preguntar si" podrían existir como animales, y aun como animales racio­
aquel primitivo depósito de terreno arenoso era un fin nales (por bajo que sea el grado) ; pero, entonces, deberán
de la naturaleza, enderezado a los posibles pinares. Es aquellas cosas naturales que son indispensables para ese
claro que si se admiten estos pinos como un fin de la na­ fin ser también consideradas como fines de la naturaleza.
turaleza, se deberá admitir aquella arena también, perc De aquí se ve fácilmente que la finalidad externa (apro­
sólo como fin relativo, para el cual, a su vez, el medio fue vechabilidad de una cosa para otra) no puede ser consi­
la antigua playa marina y su retroceso, pues en la serie derada como fin natural externo más que bajo la condi­
de los miembros subordinados unos a otros de un enlace ción de que la existencia de aquello para lo cual es, o in­
final, cada miembro medio debe ser considerado como fin mediatamente o en modo lejano, aprovechable, sea por sí
(aunque no como último fin), para lo cual es medio su misma fin de la naturaleza. Pero como ello no se puede
más próxima causa. Del mismo modo, si una vez debió nunca decidir por medio de una mera contemplación de la
haber en el mundo bueyes, ovejas, caballos, etc., debió naturaleza, se deduce que la finalidad relativa, aunque da
haber hierba en la tierra, pero también debieron crecer noticia hipotéticamente de fines naturales, sin embargo,
en los desiertos de arena hierbas saladas, si debían desa- no da derecho a ningún juicio teleológico absoluto.
L a nieve en los países fríos protege las simientes con-
M m 8 & 2Lbién debían c e n t r a r s e en muí-
k
flÉ
m ¿T3 Jiélada; facilita la comunidad de los hombres (por
titud esas y otras especies de animales herbívoros, sí naoia medio de los trineos) ; e? lapón encuentra ahí animales
de haber lobos, tigres y leones. Por tanto, la finalidad ob­ que hacen efectiva esa comunidad (los renos), y que en­
jetiva que se funda en la aprovechabilidad no es una fina­ cuentran alimento bastante en un musgo seco, que tienen
lidad objetiva de las cosas en sí mismas, como si la arena que sacar, rascando, de debajo de la nieve, y, sin embar­
en sí no pudiera ser concebida como efecto de una causa, go, se dejan fácilmente domesticar y arrebatar, sin resis­
el mar, sin poner bajo este último un fin y sin considerar tencia, la libertad en que podrían muy bien conservarse.
el efecto, a saber, la arena, como una obra de arte. Es Para otros pueblos, en la misma zona helada, encierra el
una finalidad meramente relativa, meramente contingente, mar una rica provisión de animales que, además del ali­
para la cosa misma a la cual es atribuida y aunque en los mento y el traje que proporcionan y de la madera que el
citados ejemplos las especies de hierbas han de juzgarse mar, por decirlo así, acarrea para las viviendas, propor­
en sí como productos organizados de la naturaleza, por cionan aún materias combustibles para calentar las cho­
tanto como llenas de arte, sin embargo, en relación con zas. Aquí hay, pues, un concierto admirable de muchas
los animales que se nutren de ellas, son consideradas como relaciones de la naturaleza en un fin, que es el groenlandés,
mera materia bruta.
el lapón, el samoyeda, el yacute, etc. Pero no se ve por qué,
Pero, además, cuando el hombre, por la libertad de su en general, deben vivir allí hombres. Así, pues, decir que
causalidad, encuentra en las cosas naturales provecho para los vapores caen del aire en forma de nieve, que el mai
sus intenciones, a menudo insensatas (verbigracia, las plu-
280 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 281

tiene sus corrientes que van empujando hacia allí la ma­ Si en una tierra, que le parece inhabitada, percibe al­
dera nacida en países más cálidos, que hay allí grandes guien una figura geométrica, por ejemplo, un hexágono
animales marinos llenos de aceite, todo ello porque la regular dibujado en la arena, su reflexión, trabajando en
causa que crea todos esos productos naturales tiene a su un concepto de la figura, vendría, aunque oscuramente, a
base la idea de un provecho para ciertas miserables cria­ apercibirse, por medio de la razón, de la unidad del prin­
turas, decir eso sería enunciar un juicio muy osado y arbi­ cipio de la producción de aquel concepto, y así, según eso,
trario. Pues aunque no hubiera esa utilidad de la natu­ no juzgaría ni la arena, ni el vecino mar, ni los vientos,
raleza, no echaríamos de menos nada en la suficiencia de ni tampoco las pisadas de los animales que él conoce, ni
las cosas naturales para esa propiedad; más bien, sólo el cualquier otra causa irracional, como una base de la posi­
pedir una disposición semejante y exigir a la naturaleza bilidad de semejante figura, porque le parecería tan infi­
un fin semejante (ya que, sin él, sólo la mayor incompa­ nitamente grande la casualidad de la coincidencia con un
tibilidad de los hombres unos con otros ha podido disper­ concepto semejante, sólo posible en la razón, que sería
sarlos hasta regiones tan inhospitalarias) nos parecería como si para la producción de esa figura no hubiera nin­
a nosotros mismos mal calculado y poco reflexionado. guna ley natural, y, por consiguiente, ninguna causa en
la naturaleza, efectuando de un modo meramente mecáni­
co, sino sólo el concepto de semejante objeto, como con­
§ 64 cepto que sólo la razón puede dar y comparar con el obje­
to, puede encerrar la causalidad de un efecto semejante;
Del carácter peculiar de las cosas como fines consiguientemente, éste puede ser considerado totalmente
de la naturaleza como fin, pero no como fin de la naturaleza, sino como
producto del arte (vestigium hominis video).
Para considerar que una cosa es posible sólo como fin, Pero para que algo, conocido como producto natural,
es decir, tener que buscar la causalidad de su origen, no pueda, sin embargo, también ser juzgado como fin, por
en el mecanismo de la naturaleza, sino en una causa cuya
tanto, como fin de la naturaleza, para ello, si no es que
facultad de efectuar se determina por conceptos, para
quizá aquí hay una contradicción, se exige ya más. Diría
ello se exige que su forma sea posible, no según meras
yo provisionalmente que una cosa existe como fin de la
leyes de la naturaleza, es decir, las que podemos conocer
naturaleza cuando es causa y efecto de sí misma (aunque
solamente por el entendimiento aplicado a objetos del sen­
en doble sentido) ( 1 ), porque aquí hay una causalidad tal
tido, sino que su conocimiento empírico mismo, según su
causa y efecto, presuponga conceptos de la razón. Esa que no puede ser enlazada con el mero concepto de una na­
forma es contingente en todas las leyes empíricas de la turaleza sin dar a ésta un fin; pero, haciéndolo, puede en­
naturaleza, con relación a la razón; y como la razón, que tonces ser pensada sin contradicción, aunque no conce­
en cada forma de un producto natural debe conocer tam­ bida. Vamos a aclarar primeramente, por un ejemplo, la
bién la necesidad de la misma, aunque no quiera consi­ determinación de esta idea de un fin de la naturaleza,
derar más que las condiciones enlazadas con su produc­ antes de analizarla completamente.
ción, no puede, sin embargo, admitir esa necesidad en Un árbol engendra primero otro árbol según una ley
aquella forma dada, resulta que su contingencia misma es conocida de la naturaleza. El árbol, empero, que engen­
un fundamento para admitir la causalidad de esa forma, dra es de la misma especie, y así, engéndrase él a sí mis­
como si, precisamente por ser contingente, no fuera posi­ mo según la especie; en ésta se conserva constantemente
ble más que por la razón; pero entonces ésta es la facul­ como especie, producido, por una parte, como efecto, y,1
tad de obrar según fines (voluntad), y el objeto, que es
representado sólo como posible por esta facultad, sería (1 ) ( « A u n q u e e n d o b le s e n t i d o » ) es un a ñ a d id o de la segund a
representado como posible sólo en cuanto fin. y t e r c e r a e d ic ió n . ( N . d e l T . )
282 MANUEL KANT
CRITICA DEL JUICIO 283
por otra, produciéndose a sí mismo como causa de sí
un modo totalmente nuevo, para conservar lo que hay ya
mismo sin cesar.
y producir una criatura anormal, es citada aquí sólo de
En segundo lugar, un árbol se engendra a sí mismo
paso, a pesar de que pertenece a las más maravillosas
también según el individuo. Cierto que esa clase de efec­
propiedades de los cuerpos organizados.
to llamárnosla sólo crecimiento, pero éste hay que tomarle
en el sentido de que es totalmente distinto de todo otro
aumento de magnitud, según leyes mecánicas, y de que hay
§ 65
que considerarlo como igual a una procreación, aunque
bajo otro nombre. La materia que añade transfórmala esa
Cosas, como fines de la naturaleza, son seres organizados
planta anteriormente en una cualidad específico-peculiar,
que el mecanismo natural no puede proporcionar fuera de
Según el carácter expuesto en el anterior párrafo, una
esa planta, la cual se desarrolla, pues, por medio de una
cosa que, como producto natural, no debe, sin embargo,
materia que en la mezcla es su propio producto. Pues aun­
ser conocida posible más que como fin de la naturaleza,
que, en lo que se refiere a sus partes constitutivas recibi­
debe estar consigo misma en la relación recíproca de cau­
das de la naturaleza exterior, debe ser considerada sóle
sa a efecto, lo cual es una expresión algo impropia e inde­
como producto, sin embargo, en la separación y nueva
terminada que necesita una deducción de un concepto de­
conexión de esa materia bruta se encuentra una origina­
lidad tal de la facultad de separar y deformar de esa terminado.
La relación causal, en cuanto es pensada sólo por medio
clase de seres naturales, que todo arte permanece infini­
tamente lejos de ella, al tratar de reproducir, con los del entendimiento, es un enlace que constituye una serie
(de causas y efectos) que va siempre hacia abajo, y las
elementos recibidos por análisis de aquéllos, o también
cosas mismas que, como efectos, presuponen otras como
con la materia que la naturaleza les da como alimento,
causas, no pueden al mismo tiempo, recíprocamente, ser
esos productos del ramo vegetal.
causas de estas causas. Esta relación causal llámase la
En tercer lugar, una parte de esa criatura se engendra
de las causas eficientes (nexus effectivus). En cambio,
a sí misma de tal modo, que la conservación de una de­
puede, sin embargo, también ser pensada, según un con­
pende de la conservación de las otras recíprocamente. La
cepto de la razón (de fines), una relación causal que, si
yema de una hoja de árbol, injertada en la rama de otro,
se la considera como una serie, llevaría consigo depen­
cría en un tronco extraño un retoño de su propia especie,
dencia, tanto hacia arriba como hacia abajo, y en la cual,
y del mismo modo el injerto en otro tronco. Por eso puede
la cosa que se ha indicado una vez como efecto, sin em­
considerarse también en el mismo árbol, cada rama u
bargo, merece, hacia arriba, el nombre de causa de la cosa
hoja, como sólo injertada, o prendida, por tanto, como un
de que es efecto. En lo práctico (en el arte, verbigracia)
árbol existente por sí mismo, que agarra solamente en
encuéntrase fácilmente semejante enlace; como, por ejem­
otro y se nutre parasitariamente. Al mismo tiempo, si
plo, la casa es, desde luego, la causa de los dineros que se
bien las hojas son productos del árbol, sin embargo, sir­
cobran por el alquiler, pero también, al revés, fue la re­
ven a la conservación de éste también recíprocamente,
presentación de ese cobro posible la causa de la edificación
pues repetidos despojos de las hojas lo matarían, y su
de la casa. Semejante enlace causal es llamado el de las
crecimiento depende de su efecto en el tronco. La ayuda
causas finales ( nexus finolis). Pudiérase quizá llamar, más
que la naturaleza se presta a sí misma en esas criaturas
convenientemente: el primero, el enlace de las causas rea­
cuando, por motivo de una herida, la falta de una parte
les; el segundo, el de las ideales; porque en esta denomi­
que contribuía a la conservación de las vecinas, es repues­
nación es al mismo tiempo concebido que no puede haber
ta por las demás, o cuando, en los engendros defectuosos
más que esas dos clases de causalidad.
o deformaciones en el crecimiento, ciertas partes, por mo­
Ahora bien: a una cosa, como fin de la naturaleza, se
tivo de faltas o de impedimentos ocurridos, se forman de
le exige primero que las partes (según su existencia y su
284 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 285

forma) sólo serán posibles mediante su relación con el an órgano productor de las otras partes (por consiguiente,
todo, pues la cosa mínima es un fin ; por consiguiente, está :ada una a su vez de las demás), tal como no puede serlo
comprendida bajo un concepto o una idea que debe de ningún instrumento del arte, sino sólo uno de la natura-
terminar a priori todo lo que en ella debe estar encerrado. .eza, la cual proporciona toda materia para instrumentos
En cuanto, empero, una cosa sólo de ese modo es pensada incluso los del arte), y sólo entonces y por eso puede se­
como posible, es ella sólo una obra de arte, es decir, el mejante producto, como ser organizado y organizándose
producto de una causa racional, diferente de la materia z sí mismo, ser llamado un fin de la naturaleza.
(las partes), y cuya causalidad (en la realización y enlace En un reloj, una parte es el instrumento del movimien­
de las partes) es determinada por su idea de un todo posi­ to de las demás, pero una rueda no es la causa eficiente
ble por medio de ella (por tanto, no mediante la natura­ ie la producción de las otras: una parte está ahí, cierta­
leza, fuera de ella). mente, en consideración de las demás, pero no mediante
Pero si una cosa debe encerrar como producto de la éstas. De aquí que la causa productora de aquél y su fo r­
naturaleza en sí misma y en su interior posibilidad, sin ma no esté tampoco encerrada en la naturaleza (de esa
embargo, una relación con fines, es decir, ser posible sólo materia), sino fuera de ella, en un ser que puede efec­
como fin de la naturaleza, y sin la causalidad de los con­ tuar según ideas de un todo posible mediante su causa­
ceptos de seres racionales fuera de ella, entonces se exige lidad. De aquí que, así como una rueda en el reloj no pro­
segundamente que las partes de la misma se enlacen en duce otra rueda, tampoco un reloj puede producir otros
la unidad de un todo, siendo recíprocamente unas para relojes, utilizando para ello otra materia (organizándola) ;
otras la causa y el efecto de su forma. Pues sólo de esa de aquí que no reponga por si mismo las partes que le
manera es posible que inversamente (recíprocamente), la faltan, o remedie los defectos de la primera formación
idea del todo, a su vez, determine la forma y el enlace de por medio de la ayuda de otías sucesivas, o le mejore por
todas las partes, no como causa — pues entonces fuera pro­ sí mismo cuando cae en desorden, todo lo cual, en cambio,
ducto artístico— , sino como base, para el que juzga, del podemos esperarlo de la naturaleza organizada. Un ser
conocimiento de la unidad sistemática de la forma y en­ organizado, pues, no es sólo una máquina, pues ésta no
lace de todo lo diverso contenido en la materia dada. tiene más que fuerza motriz, sino que posee en sí fuerza
Así, pues, para un cuerpo que en sí, y según su posi­ formadora, y tal, por cierto, que la comunica a las mate­
bilidad interior, debe ser juzgado como fin de la natura­ rias que no la tienen (las organiza), fuerza formadora,
leza, se exige que las partes del mismo se produzcan todas pues, que se propaga y que no puede ser explicada por la
unas a otras recíprocamente, según su forma tanto como sola facultad del movimiento (el mecanismo).
según su enlace, y, así, produzcan por causalidad propia Se dice demasiado poco de la naturaleza y de su facul­
un todo, cuyo concepto, a su vez, inversamente (en un ser tad en los productos organizados cuando se la llama un
que posea la causalidad, según conceptos, adecuada a se­ análogo del arte, pues entonces se piensa el artista (ser
mejante producto), es causa de ese producto según un racional) fuera de ella; más bien se organiza a sí misma
principio, y, por consiguiente, el enlace de las causas efi­ en cada especie de sus productos organizados, cierto que
cientes pueda, al mismo tiempo, ser juzgado como efecto según un único ejemplar en el todo, pero, sin embargo,
de las causas finales. con convenientes divergencias, que la propia conserva­
Así como en un producto semejante de la naturaleza, ción, según las circunstancias, exige. Más se acerca uno
cada parte existe sólo mediante las demás, de igual modo quizá a esa cualidad impenetrable llamándola un análogo
es pensada como existente sólo en consideración de las de la vida, pero entonces hace falta, o dotar la materia,
demás y del todo, es decir, como instrumento (órgano) ; como mera materia, de una cualidad (hilozoísmo) que con­
pero eso no basta (pues pudiera ser también instrumento tradice su ser, o aparejarle un principio extraño que esté
del arte, y entonces ser representada posible sólo como en comunidad con ella (un alma), pero, entonces, si un pro­
fin, en general), sino que ha de ser pensada además como ducto organizado ha de ser un producto de la naturaleza,
286 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 287

o se presupone ya materia organizada como instrumento Los seres organizados son, pues, los únicos en la na­
de aquella alma, y entonces no se hace en lo más mínimo turaleza que, aunque se les considere por sí y sin una re­
más concebible, o se deberá hacer del alma el artífice de lación con otras cosas, deben, sin embargo, ser pensados
aquel edificio, y entonces se sustrae el producto a la natu­ posibles sólo como fines de la misma, y que, por tanto,
raleza (la corporal). Hablando con exactitud, la organi­ proporcionan, desde luego, al concepto de fin, no de fin
zación de la naturaleza no tiene, pues, nada de analógico práctico, sino de fin de la naturaleza, una realidad obje­
tiva, y por ella, para la ciencia de la naturaleza, el fun­
con ninguna de las causalidades que conocemos (1). La
damento de una teleología, es decir, de un modo de juz­
belleza de la naturaleza no siendo añadida a los objetos
gar sus objetos según un principio particular tal, que
más que en relación con la reflexión sobre la intuición
introducirlo en la naturaleza sería, de otro modo, abso­
exterior de los mismos, y, por tanto, sólo a causa de la
lutamente ilegítimo (pues no se puede, de ninguna manera,
forma de la superficie, puede con razón ser llamada un
ver a priori la posibilidad de semejante especie de cau­
análogo del arte. Pero la interior 'perfección de la natu­
salidad) .
raleza, tal como la poseen aquellas cosas que sólo son posi­
bles como fines de la naturaleza, y que por eso se llaman
§ 66
seres organizados, no es pensable ni explicable según ana­
logía alguna con una facultad física, es decir, natural Del principio del juicio de la finalidad interna en seres
conocida de nosotros; más aún, perteneciendo nosotros organizados
mismos, en el más amplio sentido, a la naturaleza, ni si­
quiera puede ser pensada tampoco mediante una analogía Ese principio, y, al mismo tiempo, su definición, dice:
exactamente adecuada con el arte humano. un producto organizado de la naturaleza es aquel en el
El concepto de una cosa como fin de la naturaleza er. cual todo es fin, y, recíprocamente, también medio. Nada
sí, no es, pues, un concepto constitutivo del entendi­ en él es en balde, sin fin o atribuible a un ciego me­
miento o de la razón, pero puede ser, para el Juicio re­ canismo natural.
flexionante, un concepto regulativo que, según una lejana Ese principio, ciertamente, según lo que lo ocasiona,
analogía con nuestra causalidad por fines en genera', se deduce de la experiencia, a saber, de aquella que es
conduzca la investigación sobre objetos de esa especie y preparada metódicamente y se llama observación; pero
haga reflexionar sobre su principal base; esto último no. como enuncia la universalidad y necesidad de semejante
por cierto, para el conocimiento de la naturaleza o de finalidad, no puede descansar sólo en fundamentos de ex­
aquella base primera de la misma, sino más bien precisa­ periencia, sino que debe tener a su base algún principio
mente para el de esa misma facultad práctica de la ra­ a- priori, aunque sólo sea regulativo, y aunque aquellos
zón en nosotros, con la cual consideramos la causa de fines sólo estén en la idea del que juzga y no en causa
aquella finalidad en analogía.1 alguna eficiente. Por eso puede llamarse el principio arri­
ba citado una máxima del juicio de la finalidad interna
(1 ) P u é d e s e in v e r s a m e n t e , p o r m e d io d e lo s c it a d o s fin e s in m e ­
de los seres organizados.
d ia t o s d e la n a t u r a le z a , a c l a r a r c i e r t o e n la c e q u e t a m b ié n , e m p e ro , Es sabido que los que analizan las plantas y los anima­
se e n c u e n t r a m á s e n l a id e a q u e e n la r e a lid a d . A s í , e n u n a t r a n s ­ les para investigar su estructura y poder considerar los
f o r m a c ió n t o t a l , r e c ie n t e m e n t e e m p r e n d id a , d e u n g r a n p u e b lo en
fundamentos de por qué y de para qué fin les son dadas
u n E s t a d o , se h a u t ili z a d o c o n g r a n c o n s e c u e n c ia l a p a l a b r a o r g a ­
n iz a c ió n , a m e n u d o p a r a d e s ig n a r la s u s t it u c ió n d e m a g is t r a t u r a s , semejantes partes, semejante posición y enlace de las
e t c é t e r a , y h a s t a d e t o d o e l c u e r p o d e l E s t a d o . P u e s c a d a m ie m b r o , partes y precisamente de esa forma interna, admiten
d e s d e lu e g o , d e b e s e r , e n s e m e j a n t e to d o , n o s ó lo m e d io , s in o t a m ­ como absolutamente necesaria aquella máxima de que nada
b ié n , a l m is m o t ie m p o , fin , y a q u e c o n t r i b u y e a e f e c t u a r la p o s ib i­
lid a d d e l to d o , y d e b e , a su v e z , s e r d e t e r m in a d o p o r m e d io d e la
hay en vano en aquellas criaturas, y le dan igual valor
id e a d e l to d o , s e g ú n su p o s ic ió n y su fu n c ió n . que al principio de la teoría universal de la naturaleza de
MANUEL ñANT ^ I C A DEL JUICIO 289
288

que nada ocurre por casualidad. En realidad, no pueden I


desprenderse de ese principio teleológico, como no pueden I § 67
desprenderse del físico universal, porque así como, aban- I ^ . , ,
donando este último, no quedaría experiencia alguna en | Del 'principio del juicio teleologico de la naturaleza,
general, de igual modo, abandonando el primer principio, I en general, como sistema de los fines
no quedaría hilo alguno conductor para la observación I
de una clase de cosas naturales, pensadas ya una vez te- I Anteriormente hemos dicho de la finalidad externa de
leológicamente bajo el concepto de fines de la naturaleza. ■ ^ s cosas naturales, que no da derecho suficiente para
Pues ese concepto conduce la razón a un orden de las ■ considerarlas como fines de la naturaleza y emplearlas
cosas totalmente diferente del de un mero mecanismo de ■ como bases de explicación de su existencia, usando al
la naturaleza que aquí ya no puede satisfacernos más. ■ mismo tiempo los efectos casualmente finales de esos fines
Debe haber una idea a la base de la posibilidad del p r o - l de la naturaleza, en la idea, como fundamentos de su
ducto natural. Pero como una idea es una unidad absoluta ■ existencia según el pnncpio de las causas finales. Así, los
de la representación, mientras que la materia es una muí- I nos favorecen a comunidad entre los pueblos en el
tiplicidad de las cosas, que no puede por sí proporcionar ■ interior de las tierras ; las montañas que encierran los
unidad alguna determinada de conexión, así, pues, si I manantiales, y, para tiempos sin lluvia, la provisión de
aquella unidad de la idea debe servir de base a la d e - l nieve <lue los mantiene; la inclinación, igualmente, de los
terminación a priori de una ley natural de la causalidad!suelos, que conduce esas aguas y seca la tierra, no por eso
de una forma semejante de lo conexionado, el fin de l a « Pueden tenerse en seguida por fines de la naturaleza, pues
naturaleza deberá ser extendido a todo lo que hay en su I esa figura de la superficie de la tierra, aunque era muy
producto Pues si referimos una vez un efecto sem ejante« necesaria para la aparición y conservación del reino ve-
en la totalidad a una base de determinación suprasensible,«setal y animal no tiene, sin embargo, en sí nada para
por encima del ciego mecanismo de la naturaleza, debem os! cuya posibilidad se vea uno obligado a admitir una cau-
también juzgar ese efecto completamente según aquel I tild a d según fines. Lo mismo, precisamente, puede de­
principio, y no hay motivo alguno para admitir que la I cirse de las plantas que el hombre usa para sus necesi-
forma de una cosa semejante depende aún, en parte, del I-ades o su regocijo; de los animales, como el camello, el
segundo principio, pues entonces, por la mezcla de prin-l&uey, el caballo, el perro, etc., que el hombre puede usar
cipios distintos no quedaría regla alguna segura del j u i c i o . mi * maneras, en parte como alimento, en parte para
p^ede ser, por ejemplo, que en un cuerpo animal al- I~u ®.erviS10’ ^ ^os cuales no puede casi nunca pres-
gunas partes puedan ser concebidas como concreciones .cindir. En cosas que no hay motivo de considerar en sí
según leyes meramente mecánicas (pieles, huesos, pelos) . » omo fil} es> la relación externa no puede ser juzgada como
Sin embargo, la causa que produce la materia convenien-!^nad mas fiue hipotéticamente.
te para ellas, la modifica, la forma (1) y la deposita en Juzgar una cosa, por causa de su forma interna, como
sus sitios convenientes, debe ser siempre juzgada t e l e o - f a ue *a naturaleza, es algo totalmente distinto de con­
lógicamente, de modo que todo en él debe ser considerado *-derar la existencia de esa cosa como fin de la natura-
como organizado, y todo, en cierta relación con la cosa ^*eza- J>ara ia ultima afirmación necesitamos no sólo el
misma, es, a su vez, órgano. koncepto de un fin posible, sino el conocimiento del fin
fenal (scopus) de la naturaleza, lo cual requiere una re­
lación de ésta con algo suprasensible, relación que sobre-
(1 ) « L a f o r m a » es u n a ñ a d id o d e l a s e g u n d a y t e r c e r a e d ic ió n tuja, con mucho, todo nuestro conocimiento teleológico de
‘ (N o ta del T .)
!a naturaleza, pues el fin de la naturaleza misma debe
ser buscado por encima de la naturaleza. La forma interna
ie una simple hierba puede demostrar suficientemente,
290 M ANUEL KANT
CRtTlCA DEL JUICIO 291

para nuestro juicio humano, que su origen es posible sólo cide de ningún modo si algo que juzgamos según aquel
según la regla de los fines. Pero si se sale de aquí y se principio es intencionadamente fin de la naturaleza, si
considera sólo el uso que de ella hacen otros seres na­ las hierbas existen para el buey o la oveja y si éstos
turales, si se abandona la contemplación de la organiza­ existen, con las otras cosas naturales, para los hombres.
ción interna y se considera sólo las relaciones exteriores |Es bueno considerar también bajo ese aspecto las cosas
finales, verbigracia, la necesidad de la hierba para e\ mismas que nos son desagradables y, en ciertas relaciones
ganado, de éste para el hombre como medio de existencia, particulares, contrarias a fines para nosotros. Así podría,
y si no se ve por qué sea necesario que existan hombres por ejemplo, decirse: el parásito que molesta a los hom­
(pregunta a la cual, si se tiene en el pensamiento, ver­ bres en sus trajes, en los cabellos, en las camas, es, según
bigracia, los habitantes de Nueva Holanda o los de la I una sabia disposición natural, un impulsor para la limpie­
Tierra de Fuego, no sería tan fácil contestar), así no se za, la cual por sí es ya un medio importante para la con­
llega a fin categórico alguno, sino que toda esa relación servación de la salud; o, bien, los mosquitos y otros
final descansa en una condición que hay siempre que poner insectos que pican, al hacer tan penosos para los salvajes
más allá, y que, como incondicionada (la existencia de una I .os desiertos de América, son otros tantos aguijones de
cosa como fin final), yace totalmente fuera de la consi­ . .a actividad que incitan a esos hombres jóvenes a desviar
deración físico-teleológica del mundo. Pero, entonces, una los pantanos, aclarar los espesos bosques que retienen el
cosa semejante no es tampoco fin de la naturaleza, pues I paso del viento, y también, edificando el suelo, hacer al
no se la puede considerar (a toda su especie) como pro­ mismo tiempo más sana su morada. Aquello mismo que
ducto natural. le parece al hombre ser contra natura, en su organización
Sólo, pues, la materia, en cuanto es organizada, lleva Interna, da, cuando se considera de esa manera, una vi­
consigo necesariamente el concepto de sí misma como un sión entretenida, a veces intructiva, en una ordenación
fin de la naturaleza, porque esa su forma específica es a. zaleológica de las cosas, a la cual no nos conduciría la
mismo tiempo producto de la naturaleza. Pero ese con­ mera consideración física sin un principio semejante. Así
cepto conduce necesariamente a la idea de la naturaleza |:omo algunos juzgan que la solitaria es dada al hombre
entera, como un sistema según la regla de los fines, a : al animal en donde mora, como compensación, por de­
cuya idea, todo mecanismo de la naturaleza, según prin­ firió así, de alguna falta en sus órganos de la vida, de
cipios de la razón (al menos para ensayar ahí el fenó­
igual modo preguntaría yo si los sueños (sin los cuales
meno natural), debe ser subordinado. Como meramente
no se duerme nunca, aunque sólo rara vez puedan recor­
subjetivo, es decir, como máxima, le pertenece el prin­
darse) no pueden ser una cosa dispuesta con finalidad por
cipio siguiente de la razón: Todo en el mundo es bue­
la naturaleza, puesto que sirven, en el relajamiento de
no para algo; nada en él es en vano. Y por el ejemplo
que la naturaleza da en sus productos orgánicos, se en­ ZDdas las fuerzas corporales motrices, para mover interior­
cuentra uno autorizado, y hasta invitado, a no esperar mente los órganos de la vida, por medio de la imagina­
de ella y de sus leyes nada que no sea en totalidad final. ción y de la gran actividad de la misma (que, en este
Se comprende que éste no es un principio para el Juicio estado, las más de las veces sube hasta la emoción), de
determinante, sino sólo para el reflexionante, que es re­ ral modo que, cuando el estómago está lleno y ese movi­
gulativo y no constitutivo, y que por él recibimos sólo un miento es tanto más necesario, juega comúnmente por la
hilo conductor para considerar, según un nuevo orden de noche, durmiendo, con mayor vivacidad: por consiguiente,
leyes, las cosas naturales en relación con una base de sin esa fuerza interior motriz y sin esa intranquilidad
determinación que ya es dada, y para ampliar los cono­ fatigosa de que nos quejamos en los sueños (y que, en
cimientos sobre la naturaleza según otro principio, a sa­ realidad, quizá sean remedios), el dormir, aun en estado
ber, el de las causas finales, sin dañar, sin embargo, al del de salud, sería enteramente un completo apagarse de
mecanismo de su causalidad. Además, por esto no se de- la vida.
292 MANUEL KAN: I CRITICA DEL JUICIO 293

También la belleza de la naturaleza, es decir, su con- I


cordaneia con el libre juego de nuestras facultades de j § 68
conocer en la aprehensión y juicio de su fenómeno, puede. I
de ese modo, ser considerada como finalidad objetiva de i Del principio de la teleología eomo principio interno
la naturaleza, en su totalidad, como sistema en donde el de la ciencia de la naturaleza
hombre es un miembro, si es que ya una vez nos ha
autorizado el juicio teleológico de la misma, por medie Los principios de una ciencia son: o anteriores a ella,
de los fines naturales que nos proporcionan los seres or­ y se llaman interiores (principia doméstica), o están fun­
ganizados, para llegar a la idea de un gran sistema de dados en conceptos que sólo pueden encontrar lugar fuera
los fines de la naturaleza. Podemos considerar como un de ella, y son entonces principios extraños (peregrinaj.
favor ( 1 ) que la naturaleza nos ha hecho, el que haya Las ciencias que encierran estos últimos ponen a la base
esparcido con tanta abundancia belleza y encanto, además de sus enseñanzas principios derivados (lem mata), es de­
de utilidad, y podemos amarla por ello, así como consi- I cir, toman prestado de otra ciencia algún concepto, y con
derarla con respeto, a causa de su inmensurabilidad, y él una base de ordenación.
sentirnos ennoblecidos nosotros mismos en esa contempla- I Cada ciencia es por sí un sistema, y no basta construir
ción; completamente como si la naturaleza hubiera le- ] en ella según principios, es decir, proceder técnicamente,
vantado y adornado su teatro propiamente con esa in­ sino que hace falta proceder con ella también arquitec­
tención. tónicamente, como un edificio que existe por sí, y tratarla,
Lo que en este párrafo queremos decir no es más que no como una dependencia y como una parte de otro edi­
esto: cuando ya una vez hemos descubierto en la natu­ ficio, sino como un todo por sí, aunque después se puede
raleza una facultad de producir productos que no pueden establecer un tránsito de éste a aquél, o recíprocamente.
ser pensados por nosotros más que según el concepto de Así, pues, cuando para la ciencia de la naturaleza, y
las causas finales, vamos más lejos, y aquellos productos I en su contexto, se introduce el concepto de Dios para
(o su relación, aunque conforme a fin) que no hacen pre­ hacerse explicable la finalidad en la naturaleza, y esta
cisamente necesario el buscar, por encima del mecanismo I finalidad, a su vez, se usa después para demostrar que hay
de las causas ciegamente eficientes, otro principio para su un Dios, en ninguna de las dos ciencias hay consistencia
posibilidad, los podemos, sin embargo, juzgar como perte­ interior, y un erróneo dialelo lleva ambas a la inseguri­
necientes a un sistema de fines, porque la primera idea, I dad, porque dejan sus límites penetrarse unos en otros.
en lo que toca a su fundamento, nos conduce ya más allá 1 La expresión de un fin de la naturaleza previene ya
del mundo sensible, y la unidad del principio suprasen­ contra esa confusión suficientemente, para que la ciencia
sible debe ser considerada como valedera del mismo modo, I de la naturaleza y la ocasión que ella da de juzgar teleo-
no sólo para ciertas especies de seres naturales, sino para I lógicamente sobre sus objetos, no se mezcle con la con­
el todo natural como sistema.1 templación de Dios, y, por tanto, con una deducción teo­
lógica; y no se debe considerar como insignificante el que
se confunda aquella expresión con la de un fin divino er¡
(1 ) E n la p a r t e e s t é t i c a se d i j o : m ir a m o s l a n a t u r a l e z a b e lla con la ordenación de la naturaleza, o que se use la última
f a v o r , a l e x p e r i m e n t a r en su f o r m a u n a s a t i s fa c c i ó n t o t a lm e n t e
lib r e (d e s in t e r e s a d a ) . E s q u e e n e s e m e r o j u i c i o d e g u s t o n o se
como más conveniente y más adecuada a un alma piadosa,
t o m a en m o d o a lg u n o e n c o n s id e r a c ió n e l fin p a r a e l c u a l e s a s b e lle ­ porque, al fin, se hayan de venir a deducir aquellas formas
z a s de la n a t u r a l e z a e x i s t e n : si es p a r a d e s p e r t a r en n o s o t r o s un finales en la naturaleza, de un sabio autor primero del
p la c e r , o es s in r e la c ió n a lg u n a c o n n o s o t r o s c o m o fin . E n u n ju ic io mundo, sino que hay que limitarse con cuidado y modestia
t e le o ló g ic o , e m p e r o , a te n d e m o s t a m b ié n a e s a r e la c ió n , y a q u í p o d e ­
m o s c o n s id e r a r c o m o f a v o r de la n a t u r a l e z a e l q u e h a y a q u e rid o a la expresión que dice exactamente sólo lo que sabemos,
s e r p a r a n o s o t r o s i n c i t a d o r a de c u lt u r a a l p r o d u c ir t a n t a s fo r m a s es decir, a la expresión de fin de la naturaleza. Pues aur
b e lla s . antes de preguntar por la causa de la naturaleza misma.
294 MANUEL KANT CRÍT1CA DEL JUICIO 295
encontramos en la naturaleza y en el curso de su produc­ ñera, en su forma interior, incluso sólo interiormente;
ción, semejantes productos, producidos en ella según leyes con eso basta. Así, pues, para no hacerse siquiera sos­
conocidas de la experiencia, según las cuales la ciencia pechoso de la menor pretensión injusta, como sería la de
de la naturaleza debe juzgar sus objetos y, por tanto, mezclar entre nuestras bases de conocimiento, algo que
también debe buscar en ella misma la causalidad de aqué­ no pertenece a la física, a saber, una causa sobrenatural,
llos según la regla de los fines. Por eso no debe esa ciencia háblase de la naturaleza en la teleología, ciertamente,
saltar por encima de sus límites para introducir en sí como si la finalidad en ella fuera intencionada, pero al
misma, como principio peculiar, aquello a cuyo concepto mismo tiempo de tal suerte, que se atribuye a la natura­
ninguna experiencia puede ser adecuada, aquello en donde leza, es decir, a la materia, esa intención, por donde
sólo hay derecho a aventurarse después de terminada la (puesto que aquí no puede haber mala comprensión, no
ciencia de la naturaleza. atribuyéndose por sí misma intención alguna, en la propia
Las propiedades de la naturaleza que se dejan demos­ significación de la palabra a una materia sin vida) se
trar a priori, y pueden, por tanto, considerarse, según su viene a mostrar que esa palabra, aquí, significa sólo un
posibilidad, por principios universales, sin ayuda alguna principio de Juicio reflexionante y no del determinante, y
de la experiencia, llevan, es cierto, consigo una finalidad así, pues, no debe introducir ninguna base particular de
técnica, pero no pueden, sin embargo, por ser absoluta­ causalidad, sino que añade, sólo para el uso de la razón,
mente necesaria, contarse en la teleología de la naturaleza otra clase de investigación que la que se hace según leyes
como método perteneciente a la física para resolver los mecánicas, para completar la insuficiencia de las últimas,
problemas de la misma. Las apalogías aritméticas y geo­ incluso en la indagación empírica de todas las leyes par­
métricas, así como también las leyes universales mecá­ ticulares de la naturaleza. Por eso en la teleología, en
nicas, por muy extraña y admirable que nos pueda pa­ cuanto es referida a la física, háblase, con razón, de la
recer la reunión en ellas de diferentes reglas, al parecer sabiduría, la economía, la previsión, la beneficencia de la
totalmente independientes unas de otras, en un principio, naturaleza, sin por ello hacer de ésta un ser de entendi­
no por eso encierran pretensión alguna de ser bases teleo- miento (porque eso sería absurdo), pero también sin atre­
lógicas de explicación en la física; y aunque merecen ser verse a asentar por encima de ella otro ser de entendi­
traídas también a consideración en la teoría universal de miento como artífice, pues eso sería desmedido ( 1 ) ; sino
la finalidad de las cosas de la naturaleza en general, sin que, por ello, debe tan sólo indicarse una clase de causa­
embargo, esa teoría de la finalidad tendría que pertenecer lidad de la naturaleza, según una analogía con la nuestra,
a otra parte, a saber, a la metafísica, y no constituiría en el uso técnico de la razón, para tener ante los ojos
principio alguno interno de la ciencia de la naturaleza; la regla según la cual ciertos productos de la naturaleza
mientras que, en las leyes empíricas de los fines de la deben ser investigados.
naturaleza en seres organizados, no sólo es permitido, Pero ¿por qué la teleología, ordinariamente, no consti­
sino también inevitable, el usar el modo de juzgar teleo- tuye una parte propia de la ciencia teórica de la natura­
lógico como principio de la teoría de la naturaleza en leza, sino que es referida a la teología como propedéutica
consideración de una peculiar clase de sus objetos. o tránsito? Eso ocurre para mantener de tal modo el1
Ahora bien : la física, para mantenerse exactamente
dentro de sus límites, hace abstracción totalmente de la (1 ) L a p a l a b r a a le m a n a d e s m e d id o ( V e r m e s s e n ) e s u n a p a la b r a
cuestión de si los fines de la naturaleza son intencionados b u en a y l le n a d e s ig n ific a d o . U n j u i c i o , e n e l c u a l se o lv id a u n o de
o sin intención, pues eso sería mezclarse en un asunto e v a lu a r la m e d id a d e l o n g it u d d e la s p r o p ia s fa c u lt a d e s ( d e l e n t e n ­
d i m i e n t o ) , p u e d e a v e c e s p a r e c e r m u y c o m e d id o , y , s in e m b a r g o ,
extraño (a saber, el de la metafísica). Hay objetos ex­ t ie n e g r a n d e s p r e t e n s i o n e s y es d e s m e d id o . D e e s a c la s e so n la m a ­
plicables únicamente, según leyes naturales que no po­ y o r í a d e lo s j u i c i o s e n d o n d e s e p r e t e n d e a l z a r la s a b id u r ía d iv in a ,
demos pensar más que teniendo la idea de fines como a t r ib u y é n d o le , en la s o b r a s de la c r e a c ió n y d e la c o n s e r v a c ió n , in ­
principio, objetos que sólo son cognoscibles, de esa ma­ t e n c io n e s q u e p r o p i a m e n t e n o d e b e n h o n r a r m á s q u e la p r o p ia s a b i­
d u r ía d e l q u e r a z o n a a s í.
296 MANUEL KANT

estudio de la naturaleza, según su mecanismo, en la esfera


de lo que podemos someter a nuestra observación o a los
experimentos, que podamos nosotros mismos producirlo
como la naturaleza, al menos según la igualdad de las
leyes, pues sólo se concibe completamente la que se puede
hacer y llevar a cabo según conceptos. Pero la organiza­
ción, como fin interno de la naturaleza, sobrepuja infinita­
mente todo poder de una exposición semejante según arte,
y, en lo que toca a disposiciones naturales externas y
tenidas por finales (verbigracia, viento, lluvia, etc.), la S E G U N D A D IV IS IÓ N
física, si bien considera el mecanismo de ellas, en cambio,
no puede en modo alguno exponer su relación a fines, en Dialéctica del Juicio teleológico
cuanto esto debe ser una condición perteneciente nece­
sariamente a la causa, porque esta necesidad del enlace
concierne totalmente la relación de nuestros conceptos y § 69
no la propiedad de las cosas.
Qué sea, una antinomia del Juicio

El Juicio determinante no tiene por sí principios al­


gunos que funden conceptos de objetos. No es ninguna
autonomía, pues sólo subsume, bajo leyes o conceptos
dados como principios. Precisamente por eso no está ex­
puesto a ningún peligro de antinomia propia y a ninguna
oposición de sus principios. Así, el Juicio trascendental,
que encerraba las condiciones para subsumir bajo cate­
gorías, no era por sí nomotética, sino que sólo indicaba
las condiciones de la intuición sensible, bajo las cuales
a un concepto dado, como ley del entendimiento, le puede
ser dada realidad (aplicación), cosa sobre la cual no podía
nunca caer consigo mismo en desacuerdo (al menos, según
los principios).
Z ’e /v <?/ debe subsumir bajo una
ley que no está aún dada, y que es, pues, en reaííoíaaj so7o
un principio de la reflexión sobre objetos, para la cual
carecemos por completo, objetivamente, de una ley o de
un concepto del objeto que fuera suficiente como principio
¿e los casos que se presentan. Ahora bien: como no puede
ser permitido uso alguno de las facultades de conocer,
sin principios, en tales casos, el Juicio reflexionante de­
berá servirse a sí mismo de principio; y como éste, en­
ronces, no es objetivo, y no puede poner por debajo base
Ú£\M\a. de conocimiento del objeto, suficiente para el pro­
pósito, debe servir de principio meramente subjetivo para
N úm . 1 6 2 0 .—11
298 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 299

el uso final de las facultades de conocer, a saber, reflexio­ leyes particulares puede ocurrir que el Juicio, en su re­
nar sobre una especie de objetos. Así, pues, en relación flexión, parta de dos máximas, una que el mero entendi­
con tales casos, tiene el Juicio reflexionante sus máximas, miento, a priori, le proporciona y otra que es ocasionada
por cierto, necesarias, para el conocimiento de las leyes por experiencias particulares que ponen la razón en juego
de la naturaleza en la experiencia, para alcanzar conceptos para instaurar, según un principio determinado, el juicio
por medio de las mismas, aunque ellos deban ser conceptos de la naturaleza corporal y de sus leyes. Encuéntrase des­
de la razón, si es que aquella facultad necesita absoluta­ pués, en esto, que esas dos máximas diferentes no parecen
mente de éstos para tan sólo tomar conocimiento de la poder coexistir una al lado de otra; por tanto se produce
naturaleza según leyes empíricas. Ahora bien: entre esas una dialéctica que induce a error al Juicio en el prin­
máximas necesarias del Juicio reflexionante puede darse cipio de su reflexión.
una contradicción y, por tanto, una antinomia. En ella se La primera máxima de la misma es la tesis: Toda pro­
funda una dialéctica que cuando cada una de las máximas, ducción de cosas materiales y de sus formas debe ser juz­
que se contradicen una a otra, tiene su base en la natura­ gada como posible según leyes meramente mecánicas.
leza de las facultades de conocer, puede ser llamada dia­ La segunda máxima es la antítesis: Algunos productos
léctica natural, y apariencia inevitable que se debe des­ de la naturaleza material no pueden ser juzgados como
pejar y resolver en la crítica para que no engañe. posibles sólo según leyes meramente mecánicas (su juicio
exige una ley de la causalidad totalmente distinta, a saber,
la de las causas finales).
§ 70 Si ahora, a esos principios, regulativos para la inves­
tigación, se les transformase en constitutivos de la posi­
Representación de esa antinomia bilidad de los objetos mismos, dirían así:
Tesis: Toda producción de cosas materiales es posible
En cuanto la razón se ocupa de la naturaleza como con­ según leyes meramente mecánicas.
junto de los objetos de los sentidos externos, puede fun­ Antítesis: Alguna producción de las mismas no es po­
darse en leyes que el entendimiento mismo, en parte, sible según leyes meramente mecánicas.
prescribe a priori a la naturaleza, y en parte puede ex- I En esta última cualidad, o sea, como principios obje­
tender indefinidamente lejos, por medio de las determi- I tivos para el Juicio determinante, se contradirían una a
naciones empíricas que en la experiencia se presentan. I otra, y, por tanto, una de ambas proposiciones necesa­
Para la aplicación de la primera clase de leyes, a saber, I riamente sería falsa; pero entonces sería, no una anti­
las leyes universales de la naturaleza material, en general, I nomia del Juicio, sino una cantradicción en la legislación
el Juicio no necesita ningún principio particular de la I del entendimiento. Pero la razón no puede demostrar ni
reflexión, pues ahí es él determinante, porque un prin­ uno ni otro de esos dos principios, porque no podemos
cipio objetivo le es dado por medio del entendimiento. I tener principio alguno, a priori, determinante de la po­
Pero en lo que se refiere a las leyes particulares, que I sibilidad de las cosas según leyes meramente empíricas
pueden sernos conocidas sólo por medio de la experiencia, de la naturaleza.
puede haber en ellas tan gran diversidad y desigualdad, Pero, en cambio, en lo que se refiere a la máxima pri­
que el Juicio deba servirse a sí mismo de principio para, meramente citada de un Juicio reflexionante, ésa no en­
aun sólo en los fenómenos de la naturaleza, buscar y ace­ cierra, en realidad, contradicción alguna, pues cuando
char una ley, ya que necesita una como hilo conductor, si digo: Todo suceso en la naturaleza material y, por lo
es que ha de esperar, por lo menos, un conocimiento co­ tanto, todas las formas, debo juzgarlos, en lo que toca
nexo de la experiencia según una general conformidad de a su posibilidad, como productos de la naturaleza según
la naturaleza a leyes, la unidad de la misma según leyes leyes meramente mecánicas, no digo con ello que son sólo
empíricas. Ahora bien: en esa unidad contingente de las de ese modo posibles (como excluyendo toda otra especie
j 00 MANUEL KAJÍT I CRITICA DEL JUICIO 301

de causalidad), sino que eso quiere decir tan sólo que terior, la infinita diversidad de las leyes particulares de
debo siempre reflexionar sobre aquellos sucesos según I la naturaleza, que son para nosotros contingentes, porque
el principio del mero mecanismo de la naturaleza, y, por I son sólo empíricamente conocidas, ni podemos, pues, de
tanto, desentrañar ese principio tan lejos como pueda, ningún modo, alcanzar el principio interno, totalmente su­
pues sin ponerlo a la base de la investigación no puede ¡ ficiente, de la posibilidad de una naturaleza (el cual está
haber propiamente conocimiento alguno de la naturaleza. en lo suprasensible). ¿No será, pues, la facultad produc­
Ahora bien: esto no impide a la segunda máxima, en tiva de la naturaleza suficiente, tanto para lo que juzgamos
ocasiones pasajeras, a saber, en algunas formas natura- I como formado y enlazado según la idea de fines, como para
les (y, con ocasión de éstas, incluso en la naturaleza en­ aquello para lo cual creemos necesitar sólo un ser-máquina
tera), de reflexionar sobre ellas y buscar un principio I de la naturaleza? ¿Hay, en realidad, como base para las
totalmente diferente del de la explicación de la natura­ cosas como propios fines de la naturaleza (y así tenemos
leza según el mecanismo, es, a saber, el principio de las I necesariamente que juzgarlas), una especie de causalidad
causas finales, pues no por eso es suprimida la reflexión original, totalmente distinta, que no puede ser contenida,
según la primera máxima, sino más bien se incita a que I de ningún modo, en la naturaleza material o en su subs­
se prolongue todo lo que se pueda. No se dice, por eso, I trato inteligible, y que es, a saber, la de un entendimiento
tampoco que, según el mecanismo de la naturaleza, aque- I arquitectónico?
lias formas no serían posibles; sólo se afirma que la Sobre eso, nuestra razón, que está estrechísimamente
razón humana, siguiendo la máxima del mecanismo, no I limitada, en consideración al concepto de causalidad, cuan­
podrá nunca describir el menor fundamento de lo que do ha de ser especificado a priori, no puede darnos abso­
constituye lo específico de un fin de la naturaleza aunque lutamente información alguna; pero que, con respecto a
sí otros conocimientos de leyes de la naturaleza, con lo nuestra facultad de conocer, el mero mecanismo de la
cual no se sabrá de cierto si en el fondo interior de la naturaleza no puede tampoco proporcionar base de expli­
naturaleza misma, desconocido de nosotros, la relación fí­ cación alguna para la producción de seres organizados, es
sico-mecánica y la relación de fin no podrán, en las mis- I también algo, indudablemente, seguro. Para el Juicio re­
mas cosas, estar ambas conexionadas en un principio; I flexionante es, pues, un principio completamente exacto
mas nuestra razón no está en estado de unirlas en uno I el de que, para el enlace tan manifiesto de las cosas en
semejante, y el Juicio, por tanto, como Juicio reflexio- I causas finales, debe ser pensada una causalidad diferente
nante (por un motivo subjetivo), y no como determinante I del mecanismo, a saber, la causalidad de una causa del
(por consecuencia de un principio objetivo de la posibi- I
mundo que obra según fines (inteligente), por muy pre­
lidad de las cosas en sí), se ve obligado a pensar, para I
cipitado e indemostrable que pudiera ser este principio
ambas formas de la naturaleza, como base de su posi- I
pora el determinante. En el primer caso es una simple
bilidad, otro principio que el del mecanismo natural.
máxima del Juicio; en él, el concepto de aquella causalidad
es una mera idea en la cual no se emprende la tarea de
atribuir, de ningún modo, realidad, sino que sólo se usa
§ 71
como hilo conductor de la reflexión, que además permanece
Preparación pa/ra la solución de la anterior antinomia siempre abierta para toda base de explicación mecánica,
y no se pierde saliendo del mundo sensible; en el sengundo
No podemos, de ninguna manera, demostrar la impo­ caso sería un principio objetivo que la razón prescribiría,
sibilidad de la producción de los productos organizados y al que el Juicio determinante debería someterse, con
de la naturaleza por el mero mecanismo de la naturaleza, lo cual éste, por encima del mundo sensible, se perdería
porque no podemos considerar, según su fundamento in- en lo transcendente y quizá fuere conducido al error.
302 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 303
Toda la apariencia de una antinomia entre las máximas de la naturaleza (aunque en ella no hemos llegado aún
del modo de explicación propiamente físico (mecánico) y lejos), o al menos la suspendiésemos durante algún tiem­
del teleológico (técnico), descansa, pues, en que se con­ po, y tratásemos antes de reanudarla, de enterarnos adon­
funde un principio del Juicio reflexionante con uno del de conduce aquel extraño en la ciencia de la naturaleza, a
determinante y la autonomía del primero (que vale sólo saber, el concepto de los fines de la naturaleza.
subjetivamente para nuestro uso racional, en conside­ Aquí debiera ahora, desde luego, tornarse aquella máxi­
ración de las leyes particulares de la experiencia) con la ma indiscutida en este problema, que abre un amplio
heteronomía del otro, que debe regirse según las leyes campo para las discusiones, de si el enlace final de la
(universales o particulares) dadas por el entendimiento. naturaleza demuestra un modo particular de la causalidad
en la misma, o de si, considerado en sí y según principios
objetivos, no es más bien idéntico el mecanismo de la
§ 72 naturaleza o descansa en uno y el mismo fundamento,
aunque, por estar este mecanismo, en varios productos
De los diferentes sistemas sobre la finalidad naturales, a menudo, profundamente escondidos para
de la naturaleza nuestra investigación, ensayamos un principio subjetivo,
a saber, el del arte, es decir, de la causalidad según ideas,
Nadie ha puesto en duda la exactitud del principio para, según la analogía, atribuirlo a la naturaleza, ayuda
de que sobre ciertas cosas de la naturaleza (seres orga­ que nos sale bien en muchos casos, pero en otros parece
nizados) y su posibilidad, debe juzgarse según el concepto no tener éxito y en ninguno, empero, nos autoriza para
de causas finales, aun en el caso de que sólo se pida un introducir en la ciencia de la naturaleza un modo de
hilo conductor para llegar a conocer su constitución por producción particular diferente de la causalidad, según
medio de la observación, sin alzarse a la investigación de leyes meramente mecánicas de la naturaleza. Llamando
su origen primero. La cuestión puede, pues, ser tan sólo: técnica al proceder (la causalidad) de la naturaleza, a
si ese principio es valedero sólo subjetivamente, es decir, causa de lo semejante a fines que en sus productos en­
si es una mera máxima de nuestro Juicio, o si es un contramos, vamos a dividirla en intencional (technica in-
principio objetivo de la naturaleza, según el cual, además tentionalis) y no intencional (technica naturalis). L a pri­
de su mecanismo (según meras leyes del movimiento), la mera debe significar que la facultad productiva de la
naturaleza posee otra clase de causalidad, a saber, la de naturaleza, según causas finales, debe ser tenida por un
las causas finales, entre las cuales, aquéllas (las fuerzas modo particular de la causalidad; la segunda, que en el
de movimiento) sólo estarían como causas medias. fondo es totalmente idéntica al mecanismo de la natura­
Ahora bien: esa cuestión o problema podría dejarse leza, y que la coincidencia casual con muchos conceptos
sin decidir y sin resolver, para la especulación, porque de arte y sus reglas, como condición meramente subjetiva
si nos contentamos con la última, dentro de los límites para juzgarla, es falsamente interpretada como un moda
del mero conocimiento de la naturaleza, tenemos bastante particular de la producción natural.
con aquellas máximas, para estudiar la naturaleza y bus­ Si ahora hablamos de los sistemas de la explicacdiz
car sus secretos más recónditos tan lejos como alcancen de la naturaleza en consideración a las causas finales, hap
las fuerzas humanas. Hay, pues, una cierta sospecha de que notar bien que todos ellos discuten dogmáticamer.:^.
nuestra razón, o, por decirlo así, una seña que la natu­ es decir, sobre principios objetivos de la posibilidad : =
raleza nos hace, de que, por medio de aquel concepto de las cosas, por medio de causas que efectúan intenci:
causas finales, podríamos pasar por encima de la natu­ damente o puramente sin intención, pero no sobre la m á x i­
raleza y enlazarla ella misma con el punto más alto en ma subjetiva, para solamente juzgar sobre la causa
la serie de las causas, si abandonásemos la investigación semejantes productos finales: en este último caso, rr_r-
304 MANUEL KANT CR1T1CA DEL JUICIO 305
cipios dispares podrían, sin embargo, ser unidos, mientras vificador, un alma del mundo), y se llama hilozoismo. El
que en el primero no pueden, principios contradictoria­ segundo los deriva del fundamento primero de todo el
mente opuestos, compensarse y coexistir uno junto a otro. mundo, como ser inteligente (originariamente vivo) que
Los sistemas, en consideración de la técnica de la na­ produce con intención: es el teísmo ( 1 ).
turaleza, es decir, de su fuerza productiva según la regla
de los fines, son dos: el idealismo y el realismo de los
fines de la naturaleza. El primero es la afirmación de que § 73
toda finalidad de la naturaleza es no intencionada; el se­
gundo que alguna de esa finalidad (en los seres organi­ Ninguno de los sistemas anteriores lleva a cabo
zados) es intencionada, de lo cual, pues, podría sacarse la lo que pretende
consecuencia, fundada como hipótesis, de que también en
lo que se refiere a todos los demás productos de la na­ ¿Qué quieren todos esos sistemas? Quieren explicar
turaleza, en relación con el todo natural, es la técnica de nuestros juicios teleológicos sobre la naturaleza, proce­
la naturaleza intencionada, es decir, fin. diendo para ello del modo siguiente: una parte niega
1. ° El idealismo de la finalidad (entiendo aquí siempre la verdad de aquellos juicios, y los explica, por tanto, como
la objetiva) es, ahora bien, o el de la casualidad o el de un idealismo de la naturaleza (representada como arte) ;
la fatalidad de la determinación de la naturaleza en la la otra parte los reconoce y, promete exponer la posibi­
forma final de sus productos. El primer principio se re­ lidad de una naturaleza según la idea de las causas f i ­
fiere a la relación de la materia con el fundamento físico nales.
de su forma, a saber, las leyes del movimiento: el segundo, l. ° Los sistemas que defienden el idealismo de las
a su relación con el fundamento hiperfísico de la materia causas finales en la naturaleza, admiten, por una parte,
y de la naturaleza entera. El sistema de la casualidad, ciertamente, en el principio de las mismas una causalidad
atribuido a Epicuro o a Demócrito, es, literalmente to­ según leyes de movimiento (mediante la cual las cosas
mado, tan manifiestamente absurdo, que no puede dete­ naturales existen como fines), pero niegan en esa causa­
nernos, en cambio, el sistema de la fatalidad (cuyo creador lidad la intencionalidad, es decir, que sea determinada
se dice es Espinosa, aunque, según todas las apariencias, intencionadamente a esa su producción final, o, con otras
es mucho más antiguo), que apela a algo suprasensible, palabras, que un fin sea la causa. Éste es el modo de ex­
adonde, por tanto, nuestra mirada no alcanza, no es tan plicación de Epicuro, según el cual se niega totalmente
fácil de refutar, porque su concepto del ser primero no la diferencia entre una técnica de la naturaleza y la mera
puede comprenderse de ninguna manera. Sin embargo, mecánica, y se admite el ciego azar como fundamento de
explicación, no sólo para la concordancia de los productos
hay de claro que en él la relación final en el mundo debe
realizados con nuestros conceptos del fin y por ende para
ser admitida como no intencionada (porque es deducida
la técnica, sino también para la determinación de las cau-
de un ser primero, pero no de su entendimiento; por
tanto, de ninguna intención del mismo, sino de la nece­
sidad de su naturaleza y de la unidad del mundo que de (1) Aquí se ve que en la mayoría de las cosas especulativas de
la razón pura, en lo que se refiere a afirmaciones dogmáticas, las
ella proviene), y, por tanto, el fatalismo de la finalidad escuelas filosóficas han ensayado generalmente todas las soluciones
es al mismo tiempo un idealismo de la misma. que son posibles sobre cierta cuestión. Así, sobre la finalidad de la
2. ° El realismo de la finalidad de la naturaleza es naturaleza, se ha ensayado: o la materia sin^ vida, o un dios sin
vida, o la materia viviente, o también un dios viviente. No nos queda
también, o físico, o hiperfísico. El primero funda los a nosotros nada más que, si fuera necesario, prescindir de todas esas
fines de la naturaleza en el análogo de una facultad que afirmaciones objetivas y examinar nuestro juicio críticamente, sólo
obra, según intención, en la vida de la materia (en ella en relación con nuestras facultades de conocer, para proporcionar
a su principio la validez de una máxima, si no dogmática, bastante,
misma, o también por medio de un principio interior, vi- sin embargo, para un uso seguro de la razón.
-1

306 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 307


sas de esa producción según leyes del movimiento y, por la cual todas las cosas tienen en sí todo lo que se exige
tanto, la mecánica de las mismas. Así, pues, no se explica para ser lo que son y no otra cosa, entonces es esto un
nada, ni siquiera la apariencia en nuestro juicio teleoló-
juego de niños con palabras, en lugar de conceptos. Pues
gico y, por tanto, el supuesto idealismo en él mismo no
si todas las cosas deben ser pensadas como fines, es decir,
es expuesto de ningún modo.
que ser una cosa y ser un fin es idéntico, entonces no hay,
Por otra parte, Espinosa quiere dispensarnos de toda
en el fondo, nada que merezca particularmente ser repre­
pregunta sobre el fundámento de la posibilidad de los
fines de la naturaleza y quitar a esta idea toda realidad, sentado como fin.
considerándolos, en general, no como productos, sino como De aquí se ve bien que Espinosa, al reportar nuestros
accidentes inherentes a un ser primero, y atribuyendo conceptos de lo final en la naturaleza a la consciencia de
a este ser, como substrato de aquellas cosas naturales, no nosotros mismos en un ser que todo lo abraza (y, sin
causalidad, en consideración de las mismas, sino solamen­ embargo, al mismo tiempo, simple), y al buscar aquella
te subsistencia, y (por causa de la incondicionada necesi­ forma sólo en la unidad de ese ser, debió tener la inten­
dad de ese ser y de todas las cosas naturales, como acci­ ción de afirmar, no el realismo, sino sólo el idealismo de
dentes inherentes a él) asegurando, sí, a las formas de la finalidad, pero no podía realizarlo, porque la mera re­
la naturaleza la unidad del fundamento que es exigible presentación de la unidad del substrato no puede realizar
para toda finalidad, pero al mismo tiempo suprimiendo la ni siquiera la idea de una finalidad, aun sólo no inten­
contingencia de las mismas, sin la cual no puede ser cionada.
pensada unidad alguna de fin, y con ella quitando todo 2.° Los que no sólo afirman el realismo de los fines
lo intencional, así como todo entendimiento, al fundamen­ de la naturaleza, sino piensan también en explicarlo, creen
to primero de las cosas naturales. poder considerar un modo especial de la causalidad, a
El epinosismo, empero, no lleva a cabo lo que quiere. saber, la de causas que efectúan intencionadamente al
Quiere dar un fundamento de explicación del enlace final menos, según su posibilidad; si no, no podrían empren­
(que no niega) de las cosas de la naturaleza, y cita sólo der la tarea de querer explicarlas. Pues para que tenga
la unidad del sujeto, a que todas son inherentes. Pero, derecho aun sólo a formularse incluso la más audaz hi­
aun admitiéndole esa manera de existir para los seres pótesis debe, al menos ser segura la posibilidad de lo que
del mundo, sin embargo, no por eso esa unidad ontológica se admite como fundamento, y debe poderse asegurar al
es en seguida unidad de fin y hace ésta en modo alguno concepto del mismo su objetiva realidad.
concebible. Esta última es, en efecto, una muy particular Pero la posibilidad de una materia viviente (cuyo con­
especie de unidad que no sale en modo alguno del enlace cepto encierra una contradicción porque la falta de vida,
de las cosas (seres del mundo) con un sujeto (el ser pri­ inertia, constituye el carácter esencial de la misma) no
mero), sino que lleva consigo completamente la relación puede ni siquiera pensarse; la de una materia animada
a una causa poseedora de entendimiento; y aun cuando y la de la naturaleza entera, como un animal sólo puede
se reunieran todas esas cosas en un sujeto simple, sin ser empleada, y eso de un modo pobre (para una hipó­
embargo, nunca presentarían relación de fin, mientras en tesis de la finalidad en el conjunto de la naturaleza), en
ellas no se piense, primero, efectos interiores de la subs­ cuanto se nos manifieste en la experiencia de la organiza­
tancia como causa, y como causa mediante su entendi­ ción de la misma, en lo pequeño, pero de ningún modo
miento. Sin estas condiciones formales, toda unidad es puede ser considerada a priori según su posibilidad. Hay,
mera necesidad natural, y si es atribuida, sin embargo, pues, que incurrir en un círculo en la explicación, si se
a cosas que nos representamos unas fuera de otras, ciega quiere deducir la finalidad de la naturaleza en los seres
necesidad; pero si se quiere llamar finalidad de la natu­ organizados, de la vida de la materia, y esta vida, a su
raleza lo que la escuela llama la transcendental perfec­ vez, no se conoce más que en seres organizados, no pu-
ción de las cosas (en relación con su propio ser), según diendo, pues, sin la experiencia de éstos, hacerse concepto
}
308 MANUEL ñ ANT CRÍTICA DEL JUICIO 309

alguno de la posibilidad de los mismos. El hilozoísmo no dir algo sobre su objeto. El proceder dogmático con un
lleva, pues, a cabo lo que promete. concepto es, pues, aquel que es conforme a la ley para el
El teísmo, finalmente, no puede tampoco fundar dog­ Juicio determinante, el crítico, aquel que lo es sólo para
máticamente la posibilidad de los fines naturales como el reflexionante.
una clase de la teleología, aunque, sobre todos los funda­ Ahora bien: el concepto de una cosa como fin de la na­
mentos de explicación de la misma, tiene la ventaja de turaleza es un concepto que subsume la naturaleza bajo
que, por medio de un entendimiento que atribuye al ser una causalidad, sólo pensable mediante la razón, para,
primero, arranca de la mejor manera la finalidad de la según ese principio, juzgar lo que en la experiencia es
naturaleza al idealismo, e introduce una causalidad in­ dado del objeto. Pero para usarlo dogmáticamente para
tencionada para la producción. el Juicio determinante, deberíamos antes estar seguros
Pero debía, ante todo, ser demostrada suficientemente, de la realidad objetiva de ese concepto, porque si no, no
para el Juicio determinante, la imposibilidad de la uni­ podríamos subsumir bajo él ninguna cosa natural. El con­
dad final en la materia, mediante el mero mecanismo de cepto de una cosa como fin de la naturaleza, empero, si
la misma, para estar autorizado a poner el fundamento bien es empíricamente condicionado, es decir, sólo posi­
de aquélla, en modo determinado, por encima de la natu­ ble bajo ciertas condiciones dadas en la experiencia, sin
raleza. Pero no podemos poner en claro nada más que lo embargo, no es un concepto que haya que abstraer de la
siguiente: según las propiedades y las limitaciones de misma, sino sólo posible según un principio de la razón
nuestras facultades de conocer (no considerando el primer en el juicio del objeto. Así, pues, no puede, como tal prin­
fundamento interno mismo de ese mecanismo), no debe­ cipio, ser, de ningún modo, considerado según su realidad
mos, de ningún modo, buscar en la materia un principio objetiva (es decir, que un objeto sea posible conforme a
de determinadas relaciones finales, sino que no nos queda él) y fundado dogmáticamente, y no sabemos si es un
manera alguna de juzgar la producción de sus productos concepto raciocinante y objetivamente vacío (conceptas
como fines de la naturaleza, más que, por un entendimiento ratiocinans), o un concepto de la razón, uno que funda
superior, como causa del mundo. Esto es, empero, sólo un conocimiento, confirmado por la razón (conceptus rotio-
fundamento para el Juicio reflexionante, y no para el cinatus). Así, no puede ser tratado dogmáticamente, para
determinante, y no puede en modo alguno autorizarnos el Juicio reflexionante, es decir, no sólo no se puede deci­
para una afirmación objetiva. dir si cosas de la naturaleza, consideradas como fines de
la naturaleza, exigen o no para su producción una causa­
lidad de modo muy particular (la intencionada), sino que
§ 74 ni siquiera tampoco se puede preguntar eso, porque el
concepto de un fin de la naturaleza, según su realidad
La, causa, de la imposibilidad de tratar dogmáticamente objetiva, no es en modo alguno demostrable por la razón
el concepto de una técnica de la naturaleza es la inexpli­ (es decir, no es constitutivo para el Juicio determinante,
cabilidad de un fin de la naturaleza sino solamente regulativo para el reflexionante).
Pero que no es constitutivo se deduce claramente, por­
Procedemos dogmáticamente con un concepto (aunque que como concepto de un producto natural, comprende en
deba ser determinado empíricamente) cuando lo conside­ sí necesidad natural, y, sin embargo, al mismo tiempo,
ramos como contenido bajo otro concepto del objeto que una contingencia de la forma del objeto (en relación con
constituye un principio de la razón y lo determinamos meras leyes de la naturaleza) en la misma cosa, como fin;
conformemente a éste. Procedemos con él sólo crítica­ por consiguiente, si no ha de haber aquí contradicción al­
mente cuando lo consideramos sólo en relación con nues­ guna, debe contener un fundamento para la posibilidad
tra facultad de conocer; por lo tanto, con las condiciones de la cosa en la naturaleza, y, sin embargo, también un
subjetivas para pensarlo, sin emprender la tarea de deci­ fundamento de la posibilidad de esa naturaleza misma y
310 MANUEL KANT ZRtTICA DEL JUICIO 311

de su relación con algo que no es una naturaleza empíri­


camente cognoscible (suprasensible), y, por tanto, que no § 75
es cognoscible de ningún modo para nosotros, para ser
juzgado según otra clase de causalidad que la del meca­ El concepto de una finalidad objetiva de la naturaleza
nismo de la naturaleza, si se quiere decidir de su posi­ es un principio crítico de la razón para el Juicio refle­
bilidad. Así, pues, como el concepto de una cosa como fin xionante
de la naturaleza es, para el juicio determinante, trans­
cendente, cuando se considera el objeto con la razón (aun­ Es, pues, totalmente distinto decir que la producción
que para el Juicio reflexionante, en consideración de los de ciertas cosas de la naturaleza, o también de la natu­
objetos de la experiencia, pueda ser inmanente), y, por raleza en su conjunto, es sólo posible mediante una causa
tanto, no se le puede dar la objetiva realidad para juicios que se determina a obrar según intenciones, y decir que,
determinantes, es, por tanto, concebible que ninguno de según la característica propiedad de mis facultades de
los sistemas, que pueden planearse para tratar dogmáti­ conocer, no puedo juzgar sobre la posibilidad de esos casos
camente el concepto de fines de la naturaleza y el concepto y su producción, más que pensando una causa de ellos, que
de la naturaleza como un todo en conexión por medio de efectúe según intenciones y, por lo tanto, un ser que es
causas finales, puede decidir nada, ni afirmando objetiva­ productivo, según la analogía con la causalidad de un
mente, ni negando objetivamente, porque cuando cosas entendimiento. En el primer caso quiero decidir algo sobre
son subsumidas en un concepto que es meramente pro­ el objeto, y me veo precisado a exponer la realidad obje­
blemático, los predicados sintéticos del mismo (v. gr., aquí, tiva de un concepto admitido; en el segundo, la razón
si el fin de la naturaleza que pensamos para la producción determina solamente el uso de mis facultades de conocer,
de las cosas es intencionado o no intencionado) deben dar conforme con su característica y con las condiciones esen­
lugar precisamente a juicios semejantes del objeto (pro­ ciales de su extensión como de sus límites. Así, el primer
blemáticos), sean afirmativos o negativos, no sabiéndose principio es un principio objetivo para el Juicio determi­
si se juzga sobre algo o sobre nada. El concepto de una nante; el segundo, un principio subjetivo sólo para el re­
causalidad por medio de fines (del arte), tiene, sin duda, flexionante y, por tanto, una máxima del mismo que le
realidad objetiva, así como el de una causalidad según impone la razón.
el mecanismo de la naturaleza. Pero el concepto de una Necesitamos imprescindiblemente poner debajo de la
causalidad de la naturaleza según la regla de los fines, naturaleza el concepto de una intención, si queremos in­
más aún, según la de un ser tal que no puede sernos vestigarla, aunque sea sólo en sus productos organizados,
dado de ningún modo en la experiencia, es decir, la de mediante una observación continuada. Ese concepto es, ya,
un ser fundamento primero de la naturaleza, si bien pue­ pues, para el uso de experiencia de nuestra razón, una
de ser pensado sin contradicción, no puede, empero, valer máxima absolutamente necesaria. Es manifiesto que, ya
para determinaciones dogmáticas, porque como no puede que, una vez, se ha encontrado comprobado y admitido un
ser sacado de la experiencia, ni es exigible para la po­ hilo conductor semejante para el estudio de la naturaleza,
sibilidad de la misma, no puede serle asegurada por nin­ debemos, al menos, ensayar esa máxima pensada del Juicio
gún medio su realidad objetiva. Pero aunque se pudie­ también en el todo de la naturaleza, porque por ella po­
ra, ¿cómo puedo yo contar entre los productos de la na­ drían dejarse encontrar aún varias leyes de la naturaleza,
turaleza, cosas que son dadas determinadamente como que si limitáramos nuestra consideración a lo interno del
productos del arte divino, ya que la incapacidad de aquélla mecanismo de la misma, quedarían escondidas, Pero en
de producirlas según sus leyes, hace forzosamente nece­ lo que toca a este último uso, si bien es útil aquella máxi­
sario el apelar a una causa distinta de ella? ma del Juicio, no es, empero, imprescindible, porque la
naturaleza, en su totalidad, no nos es dada como organi­
zada (en la estrecha significación de la palabra, dada más
312 MANUEL KÄST CRITICA DEL JUICIO 3j j

rriba). En cambio, en lo que toca a sus productos, qur ya que no podemos perseguir esas cosas en su relación
deben ser juzgados como formados intencionadamente as; causal y conocerlas, según su conformidad a leyes, más
y no de otro modo, aún sólo para adquirir un conocimien­ que con la idea de los fines, estamos también autorizados
to^ de experiencia de su interior constitución, es aquella a presuponer precisamente eso, como condición necesaria
máxima del Juicio reflexionante esencialmente necesaria, inherente al objeto, y no sólo a nuestro sujeto, para todo
porque el pensamiento mismo de aquéllos, como cosas or­ ser que piense y conozca. Pero con una afirmación seme­
ganizadas, es imposible sin unir a él el pensamiento de jante no pasamos adelante. Pues como los fines en la natu­
una producción intencionada. raleza, propiamente no los observamos como intenciona­
Ahora bien: el concepto de una cosa, cuya existencia j dos, sino que pensamos ese concepto sólo en la reflexión
o forma nos representamos como posible bajo la condi­ sobre sus productos, como un hilo conductor del Juicio,
ción de un fin, está inseparablemente unido con el con­ no nos son, pues, esos fines dados por medio del objeto
cepto de una contingencia de la misma (según leyes de la A priori, es incluso imposible para nosotros justificar un
naturaleza). De aquí que las cosas de la naturaleza, que concepto semejante, según su realidad objetivo como sus­
sólo como fines encontramos posibles, constituyen la prue­ ceptible de aceptación. No queda, pues, más que una pro­
ba principal de la contingencia de todo el mundo, y son posición, que sólo descansa en condiciones subjetivas, a
el único fundamento de prueba valedero, para el entendí- ' saber, de nuestro Juicio reflexionante, adecuada con nues­
miento común, como para los filósofos, de la dependencia tras facultades de conocer. Si se la expresara como obje­
y del origen del mundo de un ser, que existe fuera del tiva, dogmáticamente valedera, d iría : hay un Dios. Perc
mundo y que es (a causa de aquella forma final) inteli­ para nosotros hombres no puede adoptar más que la
gente, y, por tanto, de que la teleología no encuentre, para fórmula limitada siguiente: no podemos pensar y hacer­
sus investigaciones, complemento alguno de su explica­ nos concebibles de modo alguno la finalidad, que debe ser
ción más que en la teología. puesta a la base de nuestro conocimiento mismo de la
Pero, ahora bien: ¿qué demuestra, en definitiva, la más posibilidad interior de muchas cosas naturales, más que
completa teleología? ¿Demuestra acaso que exista seme­ representándonoslas ellas y, en general, el mundo ente­
jante ser inteligente? No, nada más que esto: que, según ro, como un producto de una causa inteligente (de un
propiedad de nuestras facultades de conocer, en la reía- 1 Dios) (1).
ción, pues, de la experiencia con los principios superiores 1 Ahora bien: si esa proposición, fundada en una máxi­
de la razón, no podemos absolutamente hacernos concepto J ma indispensablemente necesaria de nuestro Juicio, es
alguno de la posibilidad de semejante mundo, más que I p e r fe c t a m e n t e s u b je t iv a p a ra to d o uso, ta n to e s p e c u la tiv o
pensando una causa superior del mismo que efectúe con j como práctico, de nuestra razón en todo humano propósi­
intención. Objetivamente, pues, no podemos exponer la I to, deseo saber qué es lo que perdemos en no poder demos­
proposición: hay un ser primero, inteligente, sino sólo trarlo también valedero para más altos seres, es decir, per
subjetivamente para el uso de nuestro Juicio, en su re- 1 fundamentos puros objetivos (que desgraciadamente supe­
flexión sobre los fines de la naturaleza, que no pueden ran nuestra facultad). Es, en efecto, completamente se­
ser pensados según ningún otro principio, más que el de 1 guro que no podemos ni siquiera tomar conocimiento su­
una causalidad intencionada de una causa suprema. ficiente, y mucho menos explicar los seres organizados y
Si quisiéramos exponer la proposición anterior dogmáti­ su interior posibilidad según principios meramente me­
camente, por fundamentos teleológicos, nos veríamos su- | cánicos de la naturaleza. Y es esto, por cierto, tan segure
midos en dificultades de que no podríamos librarnos. Pues I que se puede con audacia decir que es absurdo para loa
esa proposición debería servir de base a esta conclusión: j hombres tan sólo el concebir o esperar el caso de que1
los seres organizados en el mundo no son posibles más j
que mediante una causa que efectúe intencionadamente, j (1 ) El paréntesis (de un Dios) fue añadido en la segunda y
Pero tendríamos que venir inevitablemente a afirmar que, j cera edición. (N . del T.J
314 MANUEL KANT CRIT1CA DEL JUICIO 315

pueda levantarse una vez algún otro Newton que haga cierra por sí absolutamente ningún principio constitutivo,
concebible aún sólo la producción de una brizna de hierba sino sólo regulativo. Pronto se advierte que donde el en­
según leyes de la naturaleza no ordenadas por una inten­ tendimiento no puede seguirla, la razón se hace trans­
ción; hay que negar absolutamente ese punto de vista a cendente y se expresa en ideas anteriormente fundadas
los hombres. Pero juzgar también que en la naturaleza, (como principios regulativos), pero no en conceptos de va­
si pudiéramos penetrar hasta su principio en la especifi­ lor objetivo; el entendimiento, empero, que no puede mar­
cación de sus leyes generales, conocidas por nosotros, no char al mismo paso que ella, pero que sería, sin embargo,
puede haber escondido un fundamento suficiente de la necesario, para dar validez a los objetos, limita la validez
posibilidad de seres organizados, sin poner debajo de su de aquellas ideas de la razón sólo al sujeto, pero, sin em­
producción una intención (por tanto, en el mero meca­ bargo, universalmente para todos los de la especie, es
nismo natural), eso sería demasiado desmedido, pues ¿por decir, la limita a la condición de que, según la naturaleza
dónde vamos a saberlo? Verosimilitudes aquí deben ex­ de nuestra (humana) facultad de conocer, o, en general,
cluirse completamente, donde se trata de juicios de la según el concepto que podamos hacemos de la facultad
razón pura. Así, pues, sobre la proposición: ¿hay a la base de un ser infinitamente inteligente, en general, no puede
de lo que, con razón, llamamos fin de la naturaleza, un ni debe pensarse más que así, sin afirmar, sin embar­
ser que obra intencionadamente como causa del mundo go, que el fundamento de un juicio semejante esté en el
(por tanto, como creador) ?, no podemos juzgar objetiva­ objeto. Vamos a adelantar ejemplos que aunque tienen
mente ni afirmando ni negando; sólo esto es seguro, a demasiada importancia, y también dificultad (1), para
saber, que si hemos de juzgar, al menos según lo que nues­ imponerse aquí en seguida al lector como proposiciones
tra propia naturaleza nos permite considerar (dentro de
demostradas, pueden darle, sin embargo, materia para
las condiciones y limitaciones de nuestra razón), no po­
reflexionar y servir de aclaración a lo que es aquí nues­
demos absolutamente poner a la base de la posibilidad de
tro asunto propio.
esos fines de la naturaleza nada más que un ser inteli­
Es indispensablemente necesario para el entendimien­
gente; eso sólo es conforme a la máxima de nuestro Juicio
to humano distinguir posibilidad y realidad de las cosas.
reflexionante, y, por consiguiente, a un fundamento sub­
El fundamento de ello está en el sujeto y en la natura­
jetivo, pero inherente, de un modo indispensable, a la
leza de sus facultades de conocer. Pues si para el ejer­
raza humana.
cicio de éstas no fueran exigibles dos cosas totalmente
heterogéneas, entendimiento para los conceptos, intuición
§ 76
sensible para los objetos, no habría semejante distinción
(entre lo posible y lo real). Si nuestro entendimiento fuera
N o t a
intuitivo, no tendría otros objetos que lo real. Conceptos
(que sólo van a la posibilidad de un objeto) e intuiciones
Esta consideración, que merece mucho ser desarrollada
sensibles (que nos dan algo, sin por eso, sin embargo,
detalladamente en la filosofía trascendental, no puede en­
trar aquí más que episódicamente, como aclaración (no hacerlo conocer como objeto) vendrían ambos a desapa­
como prueba de lo aquí dicho). recer. Ahora bien : toda nuestra distinción de lo mero
La razón es una facultad de los principios, y, en su más posible y de lo real descansa en que lo primero significa
extremada exigencia, va a lo incondicionado, mientras que la posición de la representación de una cosa con respecto
el entendimiento está siempre a su servicio, sólo bajo una a nuestro concepto, y, en general, a la facultad de pensar,
cierta condición que debe ser dada. Sin conceptos del en­ y lo segundo, empero, el poner la cosa en sí misma (fuera 1
tendimiento, empero, a los cuales debe ser dada realidad
objetiva, la razón no puede de ningún modo juzgar obje­ (1 ) Las palabras « y también dificultad» no están en la primera
tivamente (sintéticamente), y, como razón teórica, no en­ edición. ( N . del T .)
316 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 317

de ese concepto) (1 ). Así, pues, la distinción de cosas guirla, no vendría de ningún modo en la representación
pasibles y reales es tal, que vale sólo subjetivamente para de un ser semejante. Lo que a nuestro entendimiento in­
el entendimiento humano, puesto que podemos tener algo comoda tanto para hacer con sus conceptos lo mismo que
en el pensamiento, aunque ello no exista, o representarnos la razón, es solamente que para él, como entendimiento
algo como dado, aun sin tener de ello todavía concepto humano, es transcendente (es decir, imposible, según las
alguno. Las proposiciones siguientes: que pueden cosas condiciones subjetivas de su conocimiento), lo que, sin
ser posibles sin ser reales, que de la mera posibilidad no embargo, la razón transforma en principio como perte­
se puede concluir a la realidad, valen correctisimamente neciente al objeto. Ahora bien: aquí vale siempre la
para la razón humana, sin demostrar, por eso, que esa máxima de que pensemos todos los objetos, cuando su co­
diferencia esté en las cosas mismas. Así, pues, que eso nG nocimiento supera la facultad del entendimiento, según
puede deducirse de ahí, y, por tanto, que esas proposicio­ las condiciones subjetivas, necesariamente inherentes a
nes, si bien, seg-uxamenYe, vaten Yaxnbvixv kys> abier­ nuestra (es decir, la humana) naturaleza, del ejercicio de
tos, en cuanto nuestra facultad de conocer, como sensi­ sus facultades; y si bien los juicios que hayan recaído de
blemente condicionada, se ocupa también con objetos de esa manera (y no puede ser de otro modo, en considera­
los sentidos, no valen, sin embargo, para las cosas, en ge­ ción a los conceptos transcendentes) no pueden ser prin­
neral, se ve claro, por la exigencia incesante de la razón cipios constitutivos que determinen cómo el objeto sea
de admitir un algo (el fundamento primero) como incon­ constituido, sin embargo, seguirán siendo principios re­
dicionadamente y necesariamente existente, en el cual gulativos, inmanentes y seguros en el ejercicio, y adecua­
posibilidad y realidad no pueden ya ser distinguidos, y dos a la intención humana.
para cuya idea nuestra razón no tiene absolutamente con­ Así como la razón, en la consideración teórica de la
cepto alguno, es decir, no puede encontrar la manera cómo naturaleza, debe admitir la idea de una necesidad incon­
deba representarse una cosa semejante y su modo de dicionada, así presupone en la práctica su propia (en con­
existir. Pues si lo piensa, (piénsela como quiera), es re­ sideración de la naturaleza) incondicionada causalidad,
presentada sólo como posible, y si se tiene consciencia de es decir, libertad, al tener consciencia de su mandato mo­
ella, como dada en la intuición, entonces es real, sin pensar ral. Pero como aquí la necesidad objetiva de la acción,
aquí nada de posibilidad. De aquí que el concepto de un como deber, se opone a aquella otra que tendría, como
ser absolutamente necesario sea, sí, una idea indispen­ suceso, si su fundamento estuviera en la naturaleza y no
sable de la razón, pero un concepto problemático, inase­ en la libertad (es decir, en la causalidad de la razón), y
quible para el entendimiento humano. Vale, sin embargo, como la razón, que, moralmente, es absolutamente nece­
para el uso de nuestras facultades de conocer, según la saria, es considerada físicamente como del todo contin­
constitución característica de éstas; por tanto, no vale gente (es decir, que lo que necesariamente debiera ocurrir,
para el objeto y para todo ser que conozca, porque no sin embargo, a menudo, no ocurre), resulta claro que de­
puedo presuponer en cada cual el pensar y la intuición pende sólo de la constitución subjetiva de nuestra facul­
como dos diferentes condiciones del ejercicio de sus facul­ tad práctica que las leyes morales deban ser representa­
tades de conocer, y, por tanto, de la posibilidad y realidad das como mandatos (y las acciones conformes a ellas como
de las cosas. Para un entendimiento en que no hubiera deberes) y la razón exprese esa necesidad, no mediante
esa distinción, se diría: todos los objetos que conozco son un ser (ocurrir), sino un deber ser, lo cual no tendría
(existen), y la posibilidad de algunos que, sin embargo, lugar si la razón fuese considerada sin sensibilidad (como
no existen, es decir, la contingencia de los mismos, si es condición subjetiva de su aplicación a objetos de la natu­
que existen, y la necesidad, que también hay que distin-1 raleza), según su causalidad; por tanto, como causa en
un mundo intelegible, de acuerdo completamente con la
(1) Las palabras entre paréntesis no están en la prim era edi- ley moral, en donde no hubiera diferencia alguna entre
dícón. ( N . del T .) deber y hacer, entre una ley práctica de lo que es posible
318 MANUEL KAN ZllTICA DEL JUICIO 319

por medio de nosotros y la ley teórica de lo que es reí


por medio de nosotros. Ahorabien; aunque un mundo imí § 77
telegible, en que todo fuera real sólo porque (como alr
bueno) es posible, aunque la libertad misma, como con­ I Zi la particularidad del entendimiento humano mediante
: cual el concepto de un fin de la naturaleza es posible
dición formal de ese mundo, sea un concepto transcen­
para nosotros
dente para nosotros, que no sirve de principio constitutiv:
para determinar un objeto y su objetiva realidad, sii
Hemos citado en la anterior nota particularidades de
embargo, según la constitución de nuestra (en parte, sen­
: _estra facultad de conocer (aun de la superior), que fácil­
sible) naturaleza y de nuestra facultad, sirve para noso­
mente somos llevados a transmitir a las cosas mismas como
tros y para todos los seres racionales que estén en rela­
radicados objetivos; pero se refieren a ideas, en adecua­
ción con el mundo sensible (en cuanto podemos represen­
ra con las cuales ningún objeto puede ser dado en la
tárnoslos según la constitución de nuestra razón), de
U rperiencia, y que entonces no pueden servir más que de
;principio regulativo universal, que no determina objeti­
principios regulativos para la indagación de la misma. Con
vamente la constitución de la facultad como forma de h
I ¿ concepto de un fin de la naturaleza, si bien ocurre lo
causalidad, sino que hace, y por cierto con no menor va­ I - ismo, en lo que se refiere a la causa de la posibilidad
lidez que si ello ocurriese, de la regla de las acciones, :r un predicado de esa clase, la cual no puede estar más
según aquella idea, mandatos para cada cual. I :ue en la idea, sin embargo, la consecuencia adecuada a
De igual modo, en lo que se refiere a nuestro caso pre­ Iría idea (el producto mismo) está dada en la naturaleza.
sente, se puede admitir que no encontraríamos diferencia I j el concepto de una causalidad de ésta, como la de un ser
alguna entre el mecanismo de la naturaleza y la técnica I; e obra según fines, parece transformar la idea de un fin
de la naturaleza, o sea, el enlace final en la misma, si nues­ lie la naturaleza en un principio constitutivo del mismo,
tro entendimiento no fuera de tal índole que tiene que I así tiene algo que la diferencia de las demás ideas.
ir de lo universal a lo particular, y, por tanto, el Juicio, Pero ese algo que la diferencia, consiste en que la refe-
en consideración a lo particular, no puede conocer fina­
lidad alguna, ni pronunciar juicio alguno determinante,
I *:da idea no es un principio de la razón para el entendi-
I r.iento, sino para el Juicio. Por tanto, no es más que la
sin tener una ley universal bajo la cual pueda subsumirlo. [ iplicación de un entendimiento, en general, a posibles ob-
Ahora bien : como lo particular, como tal, en consideración I ;etos de la experiencia, y esto, por cierto, allí donde e)
a lo universal, encierra algo contingente, y, sin embargo, I juicio no puede ser determinante, sino sólo reflexionante
la razón en la unión de las leyes particulares de la natu­ I donde, por tanto, si bien el objeto puede ser dado en lq
raleza, exige unidad, por tanto regularidad (esa regula­ I experiencia, sobre él, empero, conforme a la idea, no se
ridad de lo contingente se llama finalidad), y la deducción juede de ningún modo juzgar determinadamente (y mu-
de las leyes particulares de las generales, en considera­ I ;ho menos aún con adecuación total), sino sólo reflexionar.
ción a lo que encierran en sí de contingente, es imposible Se trata, pues, de una particularidad de nuestro (huma­
a priori por medio de la determinación de los objetos, re­ no) entendimiento, respecto al Juicio, en la reflexión del
sulta que el concepto de la finalidad de la naturaleza, en i mismo sobre cosas de la naturaleza. Pero, si ello es así,
sus productos, será un concepto necesario para el Juicio debe aquí hallarse a la base la idea de un entendimiento
humano respecto a la naturaleza, pero no un concepto posible, otro que el humano (así como en la Crítica de la
concerniente a la determinación de los objetos mismos; razón pura debimos tener en el pensamiento otra posible
por lo tanto, será un principio subjetivo de la razón para [ intuición, si la nuestra habíamos de considerarla como
el Juicio, principio que, como regulativo (no constitutivo), I una especie particular, a saber, aquella para la cual los
vale, para nuestro Juicio humano, tan necesariamente como objetos sólo valen como fenómenos), para poder decir que
si fuera un principio objetivo. ciertos productos de la naturaleza deben, según la par-
320 MANUEL KAN" I CRÍTICA DEL JUICIO ¡ 21

ticular constitución de nuestro entendimiento, ser consi­ I para nuestro entendimiento el traer lo diverso de la na-
derados por nosotros, en su posibilidad, como producidos I :uraleza a la unidad del conocimiento, operación que nues-
intencionadamente y como fines, sin pedir por eso que I :ro entendimiento sólo puede realizar mediante el acuerdo
haya realmente una causa particular que tenga la repre­ I ie los caracteres de la naturaleza con nuestra facultad
sentación de un fin, como motivo de determinación; por I ie los conceptos, acuerdo muy contingente, y que un en-
tanto, sin negar que pueda otro (más alto) entendimien­ I rendimiento intuitivo, empero, no necesita.
to que el humano encontrar también en el mecanismo de Nuestro entendimiento tiene, pues, esto de peculiar para
la naturaleza, es decir, en una relación causal para la ■ el Juicio: que en el conocimiento que elabora, lo particu-
cual no se admite exclusivamente un entendimiento com: I lar no es determinado mediante lo universal, y no puede
causa, el fundamento de la posibilidad de semejantes pro­ I eer deducido sólo de éste; sin embargo, lo particular, en
ductos de la naturaleza. I la diversidad de la naturaleza, debe concordar con la uni-
Aquí, pues, se trata de la relación de nuestro entendi­ I -ersal (mediante conceptos y leyes), para poder ser sub-
miento con el Juicio, es decir, de que busquemos ahí una n
ÍJ
sumido bajo él, y esa concordancia, en circunstancias se-
cierta contingencia de la constitución de nuestro enten­ I mejantes, tiene que ser muy contingente y sin principio
dimiento para anotarla como una particularidad suya, determinado alguno para el Juicio.
a diferencia de otros entendimientos posibles. Ahora bien : para poder, sin embargo, pensar, al me­
Esa contingencia se encuentra muy naturalmente er. nos, la posibilidad de la concordancia de las cosas de la
lo particular que el Juicio debe traer bajo lo universa naturaleza con el Juicio (concordancia que nos represen-
de los conceptos del entendimiento, pues por medio de ramos como contingente, y, por tanto, sólo posible me­
lo universal de nuestro (humano) entendimiento no es diante un fin enderezado a ello), debemos, al mismo tiem­
determinado lo particular. De cuántas maneras diferen­ po, pensar otro entendimiento, en relación con el cual, y,
tes pueden cosas distintas que, sin embargo, vienen a por cierto, antes de todo fin que le sesa atribuido, podamos
concordar en una nota común, presentarse a nuestra per­ representarnos como necesaria aquella concordancia de las
cepción, es cosa contingente. Nuestro entendimiento ee leyes naturales con nuestro Juicio, que para nuestro en­
una facultad de los conceptos, es decir, un entendimien­ rendimiento es sólo posible mediante el medio de enlace
to discursivo, para el cual, desde luego, deben ser con­ de los fines.
tingentes las maneras múltiples y diferentes en que le Nuestro entendimiento tiene, en efecto, la propiedad de
particular le puede ser dado en la naturaleza y traíde que en su conocimiento, v. gr., de la causa de un pro­
bajo sus conceptos. Pero como al conocimiento, sin em­ ducto, debe pasar de lo analítico-univ ersal (de concep­
bargo, pertenece también la intuición, y como una facul­ tos) a lo particular (la intención empírica dada), en el
tad’ de una completa espontaneidad de la intuición sería cual, pues, respecto a la diversidad de lo particular, no
una facultad de conocer distinta de la sensibilidad y to­ determina nada, sino que debe esperar esa determinación
talmente independiente de ella, entendimiento en la más para el Juicio de la subsunción de la intuición empírica
universal significación, puede, pues, pensarse un enten­ cuando el objeto es un producto natural) bajo el con­
dimiento intuitivo (negativamente, a saber, sólo como no cepto. Ahora bien: podemos también pensar un entendi­
discursivo) ( 1 ) que no vaya de lo universal a lo particular miento que por no ser, como el nuestro, discursivo, sino
y, así a lo individual (por medio de conceptos), y para el intuitivo, vaya de lo sintético-universal (de la intuición de
cual no se dé aquella contingencia de la concordancia de un todo, como tal) a lo particular, es decir, del todo a las
la naturaleza en sus productos, según leyes particulares, partes; ese entendimiento, pues, y su representación del
con el entendimiento, contingencia que hace tan difícil1 todo, no encierra en sí la contingencia del enlace de las
partes para hacer posible una determinada forma del
todo, cosa que necesita nuestro entendimiento, el cual debe
(1) Las palabras entre paréntesis fueron añadidas en la primera
y segunda edición. flV. del T.) pasar de las partes, como fundamentos universalmente
322 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 323

pensados, a diferentes formas posibles que han de ser archetypus), y que esta idea tampoco contiene contradic­
subsumidas en aquéllas como consecuencias. Según la cons­ ción alguna.
titución de nuestro entendimiento, en cambio, un todo Ahora bien: cuando consideramos un todo de la materia,
real de la naturaleza ha de ser considerado sólo como según su forma, como un producto de las partes y de sus
efecto de las fuerzas motrices concurrentes de las par­ fuerzas y facultades para enlazarse por sí (pensando ade­
tes. Así, si no queremos representamos la posibilidad del más otras materias que se agregan entre sí), nos repre­
todo como dependiente de las partes, conforme a nuestro sentamos un modo de producción mecánico de la misma.
entendimiento discursivo, sino a la medida del intuitivo Pero de esa manera no surge concepto alguno de un todo
(prototípico), la posibilidad de las partes (según su cons­ como fin, cuya interior posibilidad presuponga totalmen­
titución y enlace) como dependientes del todo, ello nc te la idea de un todo, de donde dependa la constitución
puede ocurrir, según la misma particularidad de nuestro misma y el modo de efectuar de las partes, tal como, sin
entendimiento, de tal modo que el todo contenga el fun­ embargo, tenemos que representarnos un cuerpo organi­
damento de la posibilidad del enlace de las partes (lo zado. Pero de aquí no se deduce, como se acaba de mos­
cual, en el modo de conocer discursivo, sería contradic­ trar que la producción mecánica de un cuerpo semejante
ción), sino sólo que la representación de un todo conten­ sea imposible, pues eso vendría a decir que representarse
ga el fundamento de la posibilidad de la forma del mismo una unidad semejante, en el enlace de lo diverso, es im­
y del enlace de las partes. Pero como el todo, entonces, posible (es decir, contradictorio) para todo entendimiento,
sería un efecto ( producto) cuya representación es consi­ sin que la idea de esa unidad sea, al mismo tiempo, la
derada como causa de la posibilidad, y el producto, em­ causa productora de la unidad, es decir, sin producción
pero, de una causa, cuyo motivo de determinación es intencionada. Sin embargo, tal sería, en realidad, la con­
sólo la representación de su efecto, se llama fin; de aqui secuencia, si estuviéramos autorizados a considerar los
resulta que es sólo una consecuencia de la constitución seres materiales como cosas en sí mismas. Pues, entonces,
particular de nuestro entendimiento el que podamos re­ la unidad que constituye el fundamento de la posibilidad
presentarnos como posibles productos de la naturaleza de las formaciones naturales sería sólo la unidad del es­
según otra especie de causalidad que la de las leyes natu­ pacio, el cual, empero, no es fundamento real de las pro­
rales de la materia, a saber, según la de los fines y causas ducciones, sino sólo la condición formal de las mismas,
finales, y el que este principio se refiera, no a la posibi­ aunque tiene, con el fundamento real que buscamos, alguna
lidad de esas cosas mismas (aun consideradas como fe­ semejanza, que consiste en que en él ninguna parte puede
nómenos) según esa especie de producción, sino sólo al
ser determinada sin relación con el todo (cuya represen­
juicio posible de las mismas para nuestro entendimiento.
tación, pues, está a la base de la posibilidad de las par­
En lo cual vemos, al mismo tiempo, por qué en el conoci­
tes). Pero como, sin embargo, es, al menos, posible con­
miento de la naturaleza no estamos mucho tiempo conten­
siderar el mundo material como mero fenómeno, pensan­
tos con una explicación de los productos de la naturaleza
por medio de la causalidad según fines: es porque en ella do algo, como cosa en sí (que no es fenómeno), que sea
su substrato, y poner bajo éste una intuición intelectual
queremos juzgar la producción de la naturaleza conforme
sólo a nuestra facultad de juzgarla, es decir, al Juicio re­ correspondiente (aunque no sea la nuestra), hallaríase
flexionante, y no a las cosas mismas para el Juicio deter­ entonces un fundamento real, suprasensible, aunque para
minante. Tampoco es aquí en modo alguno necesario de­ nosotros incognoscible, de la naturaleza, a la cual perte­
mostrar que semejante inteilectus archetypus sea posible, necemos también nosotros mismos; así, pues, lo que en
sino sólo que, al poner algo frente a nuestro entendi­ ella es necesario como objeto de los sentidos lo considera­
miento discursivo, necesitado de imágenes (inteilectus ríamos según leyes mecánicas, y, en cambio, la concor­
ectypiis), y frente a la contingencia de semejante cons­ dancia y la unidad de las leyes particulares con las formas
titución, somos conducidos a esta idea (de un inteilectus correspondientes, que debemos juzgar como contingentes
324 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 355

respecto de aquellas leyes, las consideraríamos (con la na­


turaleza entera en un sistema), como objeto de la razón, § 78
según leyes teleológicas, y juzgaríamos así la naturaleza
según dos clases de principios, sin que el modo de expli­ De la reunión del 'principio del mecanismo universal
cación mecánico sea excluido por el teleológico, como si de la materia con el teleológico en la técnica de la na^-
ambos se contradijeran. turaleza
De aquí se puede considerar algo que, aunque podía
fácilmente presumirse, difícilmente, empero, podía con A la razón le importa infinito no abandonar el meca­
seguridad afirmarse y demostrarse, y es que el principio nismo de la naturaleza en sus producciones y no dejar
de una deducción mecánica de productos finales de la a un lado la explicación de las mismas, porque sin él no
naturaleza puede coexistir con el teleológico, pero de nin­ puede conseguirse visión alguna de la naturaleza de las
gún modo hacerlo superfluo, es decir, que se pueden en­ cosas. Aunque se nos conceda que un altísimo arquitecto
sayar, desde luego, en una cosa que debemos juzgar como ha creado inmediatamente las formas de la naturaleza, tal
fin de la naturaleza (un ser organizado), todas las leyes y como son desde siempre, o predeterminado las que en su
conocidas, y aún por descubrir, de la producción mecá­ carrera se forman continuamente, según el mismo modelo
nica, y hasta se puede esperar tener un buen éxito; pero exactamente, sin embargo, mediante eso, no adelanta en
no eximirse de apelar a un fundamento de producción to­ lo más mínimo nuestro conocimiento de la naturaleza,
talmente distinto de aquél, a saber, a la causalidad por porque no conocemos el modo de obrar de ese ser, ni sus
medio de fines, para la posibilidad de semejante pro­ ideas, que deben contener los principios de la posibilidad
ducto. Ninguna razón humana (ni tampoco una finita que de los seres naturales, y no podemos explicar su natura­
fuera semejante a la nuestra, según la cualidad, aunque leza, como de arriba abajo (a prior i) . Pero si queremos,
la superase, empero, mucho, según el grado) puede abso­ desde las formas de los objetos de la experiencia, es decir
lutamente esperar comprender la producción aun sólo de de abajo arriba ( a posteriori) , ya que en ellas creemos
una hierbecilla por causas meramente mecánicas. Pues encontrar finalidad, apelar para explicarlas, a una causa
si el enlace teleológico de las causas y efectos es, para la que efectúa según fines, entonces explicaremos tautológi­
posibilidad de un objeto semejante, totalmente indispen­ camente y engañaremos a la razón con palabras; eso sin
sable al Juicio, hasta para estudiar esa posibilidad con contar que allí donde, con ese modo de explicar r.os per­
el hilo conductor de la experiencia; si para objetos exte­ demos en lo trascendente, en regiones donde el conoci­
riores, considerados como fenómenos, no puede encontrar­ miento de la naturaleza no nos puede seguir, la razón es
llevada a exaltarse poéticamente, cosa que tiene que evitar,
se fundamento alguno bastante que se refiera a fines, sino
porque evitarlo es su determinación principal.
que este fundamento, que también está en la naturaleza,
Por otra parte, es máxima de la razón igualmente ne­
sólo debe buscarse en el substrato suprasensible de la
cesaria, no dejar a un lado el principio de los fines en los
misma, del que, sin embargo, no tenemos conocimiento
productos de la naturaleza, porque aunque no nos haga
alguno, nos es, pues, absolutamente imposible tomar de
precisamente más concebible el modo como éstos vienen
la naturaleza fundamentos de explicación derivados, para a la existencia, sin embargo, es un principio eurístico
los enlaces finales, y es necesario, según la constitución
para investigar las leyes particulares de la naturaleza, su­
de la humana facultad de conocer, buscar el fundamento poniendo también que no se quiera hacer de él uso alguno
superior de los fines en un entendimiento originario, para explicar la naturaleza misma, y que a los productos
como causa del mundo. naturales se los llame siempre sólo fines de la naturaleza,
aunque presenten, a ojos vistas, unidad de fin intencio­
nada, es decir, que no se busque por encima de la natu­
raleza, el fundamento de su posibilidad. Pero como, sin
326 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 327

embargo, al fin y al cabo debe venirse a la cuestión de mismo, según su posibilidad, y juntar, pues, ambos prin­
esta posibilidad, es, por tanto, necesario pensar para ella cipios. Pues uno de esos modos de explicación excluye el
una especie particular de causalidad, que no se encuentra otro, aun suponiendo que objetivamente ambos fundamen­
en seguida en la naturaleza, del mismo modo que la me­ tos de la posibilidad de semejante producto descansaran
cánica de las causas naturales tiene la suya, debiendo en uno sólo, pero no hiciéramos referencia a él. El prin­
añadirse a la receptividad de formas más numerosas y cipio que debe hacer posible la reunión de ambos en el
diversas que aquellas de que la materia según las causas juicio de la naturaleza según ellos, debe ponerse en lo
naturales, es capaz, la espontaneidad de una causa (que que está fuera de ambos (por tanto, fuera de la represen­
no puede, pues, ser materia), sin la cual no se puede dar tación posible, empírica, de la naturaleza), y contiene, sin
fundamento alguno de aquellas formas. Cierto que debe embargo, el fundamento de ambos, es decir, en lo supra­
la razón, antes de dar ese paso, proceder con prudencia sensible: a éste debe ser referido cada uno de ambos
y no tratar de explicar como teleológica toda técnica de modos de explicación. Ahora bien: como de lo suprasen­
la naturaleza, es decir, toda facultad productora de la sible no podemos tener nada más que el concepto inde­
misma que muestre en sí finalidad de la forma para nues­ terminado de un fundamento que hace posible el juicio
tra mera aprehensión (como en los cuerpos regulares), de la naturaleza, según leyes empíricas, y como, por lo
sino considerarla siempre, durante el mayor tiempo que demás, empero, no podemos darle más determinación por
pueda, sólo como mecánicamente posible; pero excluir medio de predicado alguno, se deduce que la reunión de
completamente sobre ella el principio teleológico, y, allí ambos principios no puede descansar en un fundamento
donde la finalidad, para la investigación de razón de la de la aclaración (explicación) de la posibilidad de un pro­
posibilidad de las formas de la naturaleza por medio de ducto según leyes dadas para el Juicio determinante, sino
sus causas, se muestra del todo innegable, como referen­ sólo en un fundamento del examen (exposición) de la
cia a otra especie de causalidad, querer, sin embargo, se­ misma para el reflexionante. Pues explicar significa de­
guir el mero mecanismo, transformaría la razón en fan­ ducir de un principio que, por tanto, hay que poder co­
tasía y la haría errar entre fantasmas quiméricos de fa ­ nocer y expresar claramente. Ahora bien: el principio dei
cultades naturales que no se dejan absolutamente pensar; mecanismo de la naturaleza y el de la causalidad de la
no de otro modo la exaltaría la manera de explicación me­ misma según fines ( 1 ), en uno y el mismo producto na­
ramente teleológica, que no toma en consideración alguna tural, deben reunirse ambos en la dependencia de un
el mecanismo de la naturaleza. principio superior y brotar juntamente de él, porque si
En una y la misma cosa de la naturaleza no se dejan no, en la consideración de la naturaleza no podrían coexis­
ambos principios enlazar como principios de la explica­ tir uno junto al otro. Pero si ese principio objetivo-común
ción (deducción) de uno por el otro, es decir, que no se que justifica, pues, la comunidad de las máximas de in­
dejan unir como principios dogmáticos y constitutivos de vestigación que de él se derivan, es de tal especie que.
la visión de la naturaleza para el Juicio reflexionante. si bien indicado, no puede, empero, ser determinadamente
Cuando, por ejemplo, admito que un gusano hay que con­ conocido y dado claramente para el uso de los casos que
siderarlo como producto del mero mecanismo de la ma­ ocurran, entonces no se puede de semejante principie1
teria (de la nueva formación que realiza por sí misma,
cuando sus elementos son puestos en libertad por medio
(1) Las dos palabras «según fines» faltan en los textos de K ar-
de la putrefacción), no puedo, empero, deducir ese mismo Los editores modernos han propuesto diversas soluciones para da:
producto de la misma materia como de una causalidad un sentido a la frase. Schopenhauer y Rosenkranz leían: «... causa­
de obrar según fines. Inversamente, cuando admito ese lidad de la técnica de la misma». Erdmann y Vorländer, basándose
mismo producto como fin de la naturaleza, no puedo in­ en otros pasajes en donde Kant habla de causalidad según f.r.as
proponen esas dos palabras. Esta última solución nos parece la mis
vocar una manera mecánica de producción del mismo y conforme al estilo del trozo y al espíritu de Kant. (N . del T.j
admitir ésta como principio constitutivo para el juicio del
328 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 329

sacar ninguna explicación, es decir, una clara y deter­ y que el mero mecanismo de la naturaleza no puede ser
minada deducción de la posibilidad de un producto natural, en modo alguno suficiente para la explicación de esos
posible según aquellos dos principios heterogéneos. Ahora sus productos sin querer, por eso, decidir por este prin­
bien: el principio común, por una parte, de la deduc­ cipio nada sobre la posibilidad misma de semejantes cosas.
ción mecánica, y, por otra, de la teleológica, es lo supra­ Como ésta es una máxima del Juicio reflexionante y
sensible, que debemos poner bajo la naturaleza, conside­ no del determinante, y por eso tiene un valor subjetivo
rada como fenómeno. Pero no podemos hacernos de él, con para nosotros, no objetivo para la posibilidad de esa clase
intención teórica, el menor concepto afirmativo determi­ misma de cosas (en donde los dos modos de producción
nado. Así, pues, de qué modo, según él, como principio, podrían bien es-tar en conexión en uno y el mismo funda­
constituye la naturaleza, para nosotros (según sus leyes mento) ; como, además, sin agregar el referido modo te­
particulares), un sistema que pueda ser conocido como leológico de producción concepto alguno de un mecanismo
posible, tanto según el principio de la producción por de la naturaleza, que se ha de encontrar allí al mismo
causas físicas como según el de las finales, eso no se tiempo, no podría semejante producción, de ningún modo,
puede, de ningún modo, explicar. Sólo cuando ocurre que ser juzgada como producto de la naturaleza; así, pues,
se representan objetos de la naturaleza que no pueden ser la anterior máxima lleva, al mismo tiempo, consigo la ne­
pensados por nosotros, en su posibilidad, según el prin­ cesidad de una unión de ambos principios en el juicio de
cipio del mecanismo (que siempre tiene pretensiones sobre las cosas como fines de la naturaleza, pero no para sus­
un ser de la naturaleza), sin apoyarnos en principios te- tituir en todo o en parte el uno por el otro. Pues en el
leológicos, sólo entonces se puede suponer que se puede lugar de lo que es pensado (al menos por nosotros) como
con confianza investigar, según los dos, las leyes de la posible sólo según intención, no se puede admitir me­
naturaleza (después que la posibilidad de su producto es canismo alguno, y en el lugar de lo que es conocido como
cognoscible para nuestro entendimiento, por el uno o por necesario según el mecanismo, ninguna contingencia que
el otro principio), sin dejarse turbar por la aparente con­ necesite un fin como motivo de determinación: sólo se
tradicción que se produce entre los principios del juicio puede subordinar uno (el mecanismo) al otro (el tecnicis­
de la misma, porque, por lo menos, la posibilidad está mo intencionado), lo cual puede ocurrir muy bien, según
asegurada de que ambos puedan también, objetivamente, el principio trascendental de la finalidad de la naturaleza.
reunirse en un principio (puesto que se refieren a fenóme­ Pues allí donde se piensan fines como fundamento de
nos que presuponen un fundamento suprasensible). la posibilidad de ciertas cosas, hay que admitir también
Así, pues, aunque, tanto el mecanismo como el tecni­ medios, cuya ley de efectuar no necesita para nada algo
cismo teleológico (intencionado) de la naturaleza, en con­ que presuponga un fin, y, por tanto, puede ser mecánica,
sideración del mismo producto y de su posibilidad, puedan y, sin embargo, causa subordinada de efectos intenciona­
estar bajo un principio superior común de la naturaleza dos. Por eso, en los productos orgánicos de la naturaleza,
según leyes particulares, sin embargo, como ese principio pero más aún si, con ocasión de la multitud infinita de
es trascendente, no podemos, por la limitación de nuestro los mismos, admitimos también lo intencionado en el en­
entendimiento, unir ambos principios en la explicación lace de las causas naturales, según leyes particulares fa.
de una misma producción natural, aun cuando la interior menos, en una hipótesis permitida) como principio uni­
posibilidad de ese producto sólo sea comprensible por me­ versal del Juicio reflexionante para el todo de la natura­
dio de una causalidad según fines (de cuya especie son leza (el mundo), puede pensarse una gran y hasta uni­
las materias organizadas). Quedamos, pues, en el anterior versal unión de las leyes mecánicas con las teleológic a.-
principio de la teleología, a saber: que, según la consti­ en las producciones de la naturaleza, sin confundir
tución del entendimiento humano, para la posibilidad de principios del Juicio de las mismas ni poner uno en es
seres orgánicos en la naturaleza no puede ser admitida lugar del otro, porque en un Juicio teleológico, la materu.
ninguna otra causa más que una que efectúe con intención, aun cuando la forma que adopte sea juzgada sólo c: zd:
N úm . 1 6 2 0 .-1 2
330 MANUEL KANT

posible según una intención, sin embargo, según su na­


turaleza y en conformidad con las leyes mecánicas, puede
estar subordinada también como medio a aquel fin repre­
sentado; no obstante, como el fundamento de esa posi­
bilidad de unión está en algo que no es ni lo uno ni lo
otro (ni mecanismo, ni finalidad), sino el substrato su­
prasensible de la naturaleza, del cual nada conocemos, no
deben, para nuestra razón (la humana), ambos modos de
representación de la posibilidad de semejantes objetos,
ser fundidos juntos, sino que no podemos juzgarlos más A P É N D IC E (1)
que por el enlace de las causas finales, fundado en un
entendimiento superior, con lo cual, pues, nada es sus­
traído al modo de explicación teleológico. METODOLOGÍA DEL JUICIO TELEOLÓGICO
Ahora bien: como para nuestro entendimiento es total­
mente indeterminado, y siempre también indeterminable,
hasta qué punto obra el mecanismo de la naturaleza como § 79
medio para aquella intención final de la misma, y como,
por causa del arriba citado principio inteligible de la Si la teleología debe ser tratada como perteneciente
posibilidad de una naturaleza en general, se puede de) a la teoría de la naturaleza
todo admitir que ella es posible, generalmente, según las
dos clases de leyes universalmente concordantes (las físicas Cada ciencia debe tener su lugar determinado en la
y las de las causas finales), aunque no podamos considerar enciclopedia de todas las ciencias. Si es una ciencia filo­
de ningún modo la manera como esto sucede, resulta que sófica, debe su lugar serle asignado, o en la parte teórica,
no sabemos tampoco cuán lejos va el modo de explicación o en la práctica de la filosofía, y si tiene su lugar en la
mecánica para nosotros posible, sino sólo una cosa es primera, debe ese lugar serle asignado, o en la teoría
segura, y es que, por muy lejos que en él podamos llegar, de la naturaleza, en cuanto considera lo que puede ser
es siempre insuficiente para cosas que reconocemos una objeto de la experiencia (consiguientemente, en la teoría
vez como fines de la naturaleza, y, por tanto, según la de los cuerpos, o en la teoría de las almas, o en la ciencia
constitución de nuestro entendimiento, debemos subordi­ universal del mundo), o en la teoría de Dios (del funda­
nar todos aquellos fundamentos a su principio teleológico. mento primero del mundo, como conjunto de todos los
Aquí se fundan, pues, ahora los derechos, y, por causa objetos de la experiencia).
de la importancia que tiene el estudio de la naturaleza, Ahora bien, se pregunta: ¿qué lugar corresponde a
según el principio del mecanismo, para nuestro uso teórico la teleología? ¿Pertenece a la (propiamente llamada) cien­
de la razón, también el deber de explicar mecánicamente cia de la naturaleza, o a la teología? Una de las dos cosas
todos los productos y sucesos de la naturaleza, incluso los debe ser, pues de tránsito de la una a la otra no puede
más finales, tan lejos como esté en nuestra facultad (cu­ ninguna ciencia servir, porque tránsito significa sólo la
yas limitaciones no podemos dar en esta clase de investi­ articulación u organización del sistema y no lugar alguno
gación), pero, al mismo tiempo, de no perder nunca de en el mismo.
vista que aquellos que no podamos poner, para la inves­ Que no pertenece a la teología como una parte de la
tigación, más que bajo el concepto del fin de la razón, misma, aunque puede hacerse en la teología el más im-1
debemos, conformemente a la constitución esencial de
nuestra razón y prescindiendo de aquellas causas mecá­ (1) La indicación de «apéndice» falta en la primera edición.
nicas, subordinarlos, por último, a la causalidad según (N o ta del T .)
fines.
222 MANUEL ñANT CRÍTICA DEL JUICIO 333

portante uso de ella, es por sí mismo claro. Pues tiene


por objeto suyo productos de la naturaleza y la causa de § 80
éstos, y aunque señala esa causa como un fundamento
puesto fuera y por encima de la naturaleza (creador di­ De la subordinación necesaria del principio mecánico bajo
vino), lo hace, sin embargo, no para el Juicio determi­ el teleológico en la explicación de una cosa como fin de
nante, sino (para dirigir sólo el Juicio de las cosas en el la naturaleza
mundo por una idea adecuada al entendimiento humano,
como principio regulativo) solamente para el reflexionan­ El derecho de buscar una explicación meramente me­
te en la consideración de la naturaleza. cánica de todos los productos de la naturaleza es en sí
Del mismo modo, empero, no parece tampoco pertenecer totalmente ilimitado, pero la facultad de bastarse con esa
a la ciencia de la naturaleza, que necesita principios de­ explicación es, según la constitución de nuestro enten­
terminantes, y no sólo reflexionantes, para exponer fun­ dimiento, en cuanto tiene que ver con cosas como fines
damentos objetivos de efectos naturales. En realidad, la de la naturaleza, no sólo muy limitada, sino claramente
teoría de la naturaleza o explicación mecánica de los fe­ demarcada; de modo que, según un principio del Juicio,
nómenos de la misma por medio de sus causas eficientes no se puede obtener nada por el solo medio del primer
no gana tampoco nada, si se la considera según la rela­ proceder para la explicación de esos fines; por tanto, el
ción de los fines unos con otros. Señalar los fines de la Juicio de semejantes productos debe siempre ser subor­
naturaleza en sus productos, en cuanto constituyen un dinado, al mismo tiempo, por nosotros a un principio te­
sistema según conceptos teleológicos, pertenece propia­ leológico.
mente sólo a la descripción de la naturaleza, arreglada Es por eso razonable, y hasta meritorio, seguir el me­
según un hilo conductor particular, en el cual la razón, si canismo de la naturaleza, para una explicación de los
bien lleva a cabo un asunto magnífico, instructivo y de productos naturales, tan lejos como ellos pueda hacerse
finalidad práctica en algunas direcciones, sin embargo, no con verosimilitud y no abandonar ese ensayo porque sea
da conclusión alguna sobre el origen y la posibilidad in­ imposible en sí coincidir por su camino con la finalidad
terior de esas form as; de eso, empero, es de lo que se de la naturaleza, sino sólo porque ello es imposible para
trata propiamente en la ciencia teórica de la naturaleza. nosotros hombres, pues se exigiría para ello otra intuición
La teleología, como ciencia, no pertenece, pues, a doc­ que no la sensible y un determinado conocimiento del
trina alguna, sino sólo a la crítica, y, por cierto, a la de substrato inteligible de la naturaleza, que pudiera dar
una facultad particular de conocer, a saber, el Juicio. fundamento también al mecanismo de los fenómenos se­
Pero en cuanto contiene principios a priori, puede y debe gún leyes particulares; todo lo cual supera totalmente
decir el método de cómo se debe juzgar sobre la naturaleza nuestra facultad.
según el principio de las causas finales; y así, su meto­ Así, pues, para que el investigador de la naturaleza
dología tiene, por lo menos, influjo negativo en el proceder no trabaje en pura pérdida, debe, en el juicio de las
de la ciencia teórica de la naturaleza y también en la cosas, cuyo concepto está, indudablemente, fundado como
relación que ésta puede tener, en la metafísica, con la fines de la naturaleza (seres organizados), poner siempre
teología, como propedéutica de esta última. a la base alguna organización primitiva que utilice aquel
mecanismo mismo para producir otras formas organiza­
das o desarrollar la suya en nuevas figuras (que, sin
embargo, siempre se derivan de aquel fin y son confor­
mes a él).
Es una gloria recorrer por medio de una anatomía com­
parativa la gran creación de las naturalezas organizadas,
para ver si en ella no se encontrará algo semejante a un
334 MANUEL KANT CRtTICA DEL JUICIO 335
sistema según el principio de producción, sin tener nece­ terminadas especies, ya en adelante no diferenciables, y
sidad de quedarnos en el mero principio del Juicio (que la diversidad permanezca tal y como se había repartido
no da conclusión alguna para el conocimiento de su pro­ al fin de la operación de esa fructuosa fuerza de forma­
ducción) y de renunciar cobardemente a toda pretensión ción. Pero debe, sin embargo, en definitiva, atribuir a esa
de penetrar la naturaleza en ese campo. La concordancia madre universal una organización, puesta, en modo final,
de tantas especies animales es un esquema común que en todas esas criaturas, sin lo cual la forma final de los
parece estar a la base, no sólo de su esqueleto, sino productos del reino animal y vegetal no es pensable en
también de la disposición de .las demás partes, en donde modo alguno según su posibilidad (1). Pero entonces no
una sencillez de contorno, digna de admiración, ha podido ha hecho más que retrotraer más allá el fundamento de
producir, por achicamiento de unas y alargamiento de la explicación, y no puede pretender haber hecho la pro­
otras, por recogimiento de éstas y desarrollo de aquéllas, ducción de esos dos reinos, independiente de la condición
tan gran diversidad de especies, deja penetrar en el es­ de las causas finales.
píritu un rayo, aunque débil, de esperanza de que se pue­ Aun en lo que se refiere a la modificación a que están
da obtener aquí algo con el principio del mecanismo de sometidos, en modo contingente, algunos individuos de
la naturaleza, sin el cual no puede, en general, haber las especies organizadas, cuando se encuentra que el cam­
ciencia alguna. Esa analogía de las formas, en cuanto, a bio de su carácter es recogido hereditariamente en la
pesar de toda la diversidad, parecen ser producidas según fuerza generadora, no puede ello, convenientemente, ser
un prototipo común, fortalece la sospecha de una verda­ juzgado más que como el desarrollo ocasional de una dis­
dera afinidad de las mismas en la producción de una ma­ posición final, ya existente primitivamente en la especie,
dre común primitiva, por medio de la aproximación gra­ porque el engendrar un semejante, dentro de la general
dual de una especie animal a otra, desde aquella en que interior finalidad de un ser organizado, va estrechamente
el principio de los fines parece más guardado, hasta el unido con la condición de no admitir nada en la fuerza
pólipo, y de éste, incluso, hasta los musgos y los liqúenes, engendradora que no pertenezca también en un sistema
y, finalmente, hasta la escala inferior, que podemos ob­ semejante de fines, a una de las primitivas disposiciones
servar, de la naturaleza, la materia bruta, de la cual y no desarrolladas. Pues si se prescinde de ese principio,
de cuyas fuerzas, según leyes mecánicas (iguales que 1&S no sé puede saber con seguridad si a¡gw?s trozos de la1
que siguen la producción de los cristales), parece pro­
venir toda la técnica de la naturaleza, que en los seres
organizados nos es tan incomprensible que nos creemos (1) Una hipótesis de esa clase puede llamarse una audaz aven­
obligados a pensar para ellos otro principio. tura de la razón, y habrá pocos, aun de los más penetrantes inves­
tigadores de la naturaleza, a quienes no les haya alguna vez pasado
Aquí tiene el arqueólogo de la naturaleza plena libertad por la cabeza. Pues absurda, precisamente, no es ella, como lo es
para hacer surgir de las trazas conservadas de sus más la g e n e r a t i o s e q u iv o c a , por la cual se entiende la producción de un
antiguas revoluciones, según todo el mecanismo, conocido ser natural por medio de la mecánica de la materia bruta no orga­
nizada. Ella seguiría siendo siempre g e n e r a t i o u n iv o c a , en la signi­
o verosímil, de la misma, aquella gran familia de criatu­ ficación más general de la palabra, ya que solamente algo orgánico
ras (pues así debería uno representársela, si ha de tener sería producido por otro organismo, aunque, dentro de ese modo ser.
fundamento la afinidad citada en general conexión). Puede específicamente distinto de él: verbigracia, ciertos animales acuáticos
convirtiéndose, poco a poco, en animales del fango, y éstos, tras algu­
hacer surgir del seno maternal de la tierra, que acababa nas generaciones, en animales terrestres. A p r i o r i , en el juicio de la
de salir de su estado caótico (por decirlo así, como un mera razón, esto no es contradictorio. Pero la experiencia no muestra
gran animal), primero, criaturas de forma menos final; de ello ejemplo alguno: según ella, más bien, toda generación que
de éstas, a su vez, otras que se formaron más adecuada­ conocemos es g e n e r a t i o h o m o n y m ia y no sólo u n iv o c a , en oposición
con la generación de la materia inorgánica, y produce también un
mente a su lugar de producción y a sus relaciones unas producto en la organización misma de igual especie que el productor;
con otras, hasta que esa madre creadora misma, endu­ pero la g e n e r a t i o h e t e r o n y m a no se encuentra en ninguna parte,
recida, se haya osificado, haya limitado sus partos a de­ en lo que alcanza nuestro conocimiento, por experiencia, de la na­
turaleza.
MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 337
336
forma que hoy se encuentran en una especie no pueden ber, la de la unidad en el enlace ( 1 ) final, por medio del
ser de un origen igualmente contingente, sin fin, y el concepto meramente ontológico de una sustancia simple:
pero para la otra condición, a saber, la relación de la
principio de la teleología de no juzgar como no final, en
misma con su consecuencia como fin, mediante la cua1
un ser organizado, nada de lo que se conserve en la re­
aquel fundamento ontológico debe ser determinado más
producción del mismo, debería, por tanto, en la aplicación,
fijamente para la cuestión, no exponen nada, y, por tanto,
ser muy incierto y sólo valedero para el tronco primitivo
no contestan de ningún modo a toda la cuestión. Y per­
(que, empero, ya no conocemos). manece ésta también incontestable (para nuestra razón),
Contra los que encuentran necesario admitir, para se­ si no representamos aquel fundamento primero de las
mejantes fines de la naturaleza un principio teleológico
cosas como una sustancia simple; y si esa su cualidad
del juicio, es decir, un entendimiento arquitectónico, hace para la constitución específica de las formas en ella fun­
Hume la objeción siguiente: se podría, con el mismo de­ dadas, a saber, la unidad de fin, no la representamos comí
recho, preguntar cómo sea posible un entendimiento se­ la de una sustancia inteligente; y si la relación, empero,
mejante, es decir, cómo han podido coincidir en un ser, de esas formas con esa inteligencia (a causa de la con­
de modo tan conforme al fin, las diferentes facultades y tingencia pensada en todo lo que pensamos posible sók
propiedades que hacen posible un entendimiento dotado como fin) no la representamos como la relación de una
al mismo tiempo de fuerza realizadora. Pero ese reproche causalidad.
es nulo. Pues la dificultad toda que envuelve la cuestión
de la primera producción de una cosa que encierra en sí § 81
misma fines, y es por éstos solamente concebible, descansa
en la cuestión de la unidad del fundamento del enlace De la adjunción del mecanismo al principio teleológic­
de lo diverso, separado uno de otro en ese producto; pero en la explicación de un fin de la naturaleza como producto
si ese fundamento es puesto en el entendimiento de una natural
causa productora como sustancia simple, aquella cuestión,
en cuanto es teleológica, está suficientemente contestada, Así como el mecanismo de la naturaleza, según el pá­
y si la causa se busca sólo en la materia, como un agre­ rrafo anterior, no puede bastar por sí solo para que se
gado de muchas sustancias separadas unas de otras, la piense según él la posibilidad de un ser organizado, sin-:
unidad del principio para la forma interior final de su que (por lo menos, según la constitución de nuestra fa ­
formación falta totalmente, y la autocracia de la materia cultad de conocer) tiene que ser originariamente some­
en producciones, que sólo como fines pueden ser concebidas tido a una causa que efectúe con intención, de igual modo,
por nuestro entendimiento, es una palabra sin signifi­ el mero fundamento teleológico de un ser organizado nc
cación.
bastaría, a su vez, para considerarlo al mismo tiemp: j
De aquí viene que los que buscan para las formas ob­
juzgarlo como un producto de la naturaleza, si el meca­
jetivo-finales de la materia un fundamento supremo de
nismo de esta última no se añadiese a la teleología, por
la posibilidad de las mismas, sin conceder a ese funda­
decirlo así, como el instrumento de una causa que efectúa
mento precisamente un entendimiento, hacen gustosos de
con intención, y a cuyos fines, la naturaleza, en sus leyes
la totalidad del mundo una sustancia única que lo com­
mecánicas, está, sin embargo, sometida. La posibilidad áe
prende todo (panteísmo), o (lo cual es sólo una explicación
una unión semejante de dos clases totalmente distintas
más determinada de lo anterior) un conjunto de muchas
de causalidad, de una unión de la naturaleza, en su con­
determinaciones, inherentes a una única sustancia sim­
formidad universal a leyes, con una idea que la limita
ple (espinosísimo), sólo para satisfacer a aquella condición
de toda finalidad, la unidad del fundamento; de ese modo
satisfacen, si, a una de las condiciones de la tarea, a sa- (1) En la primera y segunda edición dice «relación», en luear i-t
«enlace». (N . del T .)
338 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 339
a una forma determinada, para la cual, en sí, no encierra
a su tronco, es decir, que estaba virtualiter preformada
la naturaleza fundamento alguno, nuestra razón no la
la forma específica. Según esto, podíase llamar mejor aún
concibe; está en el substrato suprasensible de la natura­
la teoría opuesta, la de la preformación individual, teoría
leza, del cual nada podemos determinar afirmativamente
de la involución.
más que esto, a saber: que es el ser en sí, del cual sólo
Los defensores de la teoría de la evolución, que ex­
conocemos el fenómeno. Pero el principio de que todo lo
que admitimos como perteneciente a esa naturaleza (phce- ceptúan cada individuo de la fuerza formadora de la
nomenon) y como producto de la misma, hemos de pen­ naturaleza, para hacerlo venir inmediatamente de la mano
sarlo enlazado con ella según leyes mecánicas, no por eso del Creador, no querían atreverse a hacer que ello acon­
deja de permanecer en su fuerza pues sin esa clase de teciese según la hipótesis del ocasionalismo, de tal modo
causalidad, los seres orgánicos, como fines de la naturale­ que al ayuntamiento fuese una mera formalidad, bajo la
za, no serían, sin embargo, productos naturales. cual una causa superior, inteligente, del mundo, habría
Ahora bien : si el principio teleológico de la producción decidido formar cada vez un fruto con mano inmediata
de esos seres es admitido (y no puede dejar de serlo), se y confiar a la madre sólo el desarrollo y nutrición del
puede poner a la base: o el ocasionalismo, o el pre-esta~ mismo. Se declararon por la preformación, como si no
bilismo de la causa de su forma interior final. Según el fuera igual hacer surgir formas semejantes, de modo so­
primero, la causa superior del mundo daría inmediata­ brenatural, al principio o en el curso del mundo, y no se
mente la formación orgánica, conformemente a su idea, economizaran más bien, por medio de la creación oca­
con ocasión de cada ayuntamiento de la materia que se sional, una gran multitud de disposiciones sobrenaturales
mezcla en ese acto; según el segundo habría puesto en necesarias para que el embrión formado al principio del
los productos primeros de esa su sabiduría los gérmenes mundo no padeciera, durante el largo tiempo que va has­
sólo, mediante los cuales un ser orgánico produce su se­ ta su desarrollo, por las fuerzas destructoras de la na­
mejante y la especie, se mantiene constante, siendo, en turaleza, y se conservara intacto; del mismo modo ven­
la especie, continuamente, reemplazada la pérdida de los drían, por eso, a ser inútiles y sin finalidad alguna una
individuos por la naturaleza, que trabaja al mismo tiempo multitud de esos seres preformados, muchísimo mayor
a su destrucción. Si se admite el ocasionalismo de la pro­ que la de los que debían alguna vez desarrollarse, y con
ducción de seres organizados, piérdese toda naturaleza ellos otras tantas creaciones. Pero querían, sin embargo,
aquí totalmente, y con ella también todo uso de razón al menos, dejar algo aquí a la naturaleza, por no caer del
para juzgar sobre la posibilidad de una clase semejante todo en la total hiperfísica, que puede pasarse sin expli­
de productos; de aquí que se pueda suponer que no ad­ cación natural alguna. Cierto que se atenían aún firme­
mitirá ese sistema nadie que esté en comercio con la mente a la hiperfísica, al encontrar una finalidad digna
filosofía. de admiración en los monstruos (que, sin embargo, son
El pre-estabilismo, a su vez, puede proceder de dos imposibles de considerar como fines de la naturaleza), aun
maneras. Considera cada uno de los seres orgánicos, pro­ cuando no hubieran de tener más fin que el de que un
ducido por su semejante, o bien como el educto, o bien anatómico alguna vez se extrañase de ello como de una
como el producto de éste. El sistema de las generaciones finalidad sin fin, y sintiere una desconcertante admira­
como meros eductos llámase el de la preformación indi­ ción. Pero la producción de los híbridos no podían de
vidual, o también la teoría de la evolución; el de las ge­ ningún modo hacerla encajar en el sistema de la prefor­
neraciones como productos es llamado el sistema de la mación, sino que debieron conceder al semen del individúe
epigénesis. Este último puede también ser llamado sis­ masculino, al cual, por lo demás, no le habían atribuido
tema de la preformación genésica, porque la facultad pro­ nada más que la propiedad mecánica de servir de primer
ductora de los generadores estaba preformada virtualiter medio de alimento para el embrión una fuerza de for­
según los gérmenes internos finales que fueron artibuidos mación final, que, sin embargo, en lo que se refiere al
340 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 341

producto de una generación por dos individuos de la


misma especie, no querían conceder- a ninguno de los dos. § 82
Aunque, en cambio, no se le reconociera al defensor
de la epigénesis la gran ventaja que tiene sobre el pri­ Del sistema teleológico en las relaciones externas de seres
mero, en lo que toca a bases de experiencia para la prueba organizados
de su teoría, estaría, sin embargo, la razón ya de ante­
mano prevenida en preferente favor para su modo de Por finalidad externa entiendo aquella en que una cosa
explicación, porque esta explicación, en lo que se refiere de la naturaleza sirve a otra de medio para un fin. Ahora
a las cosas que originariamente sólo pueden representarse bien: cosas que no tienen, o para su posibilidad, no supo­
como posibles según la causalidad de los fines, a lo menos nen finalidad interna alguna, verbigracia, tierra, aire,
en lo que toca a la reproducción, considera la naturaleza agua, etc., pueden, sin embargo, ser muy finales exterior-
como productora de suyo y no sólo como capaz de desa­ mente, es decir, en relación con otros seres, pero éstos
rrollo,^ y así confía a la naturaleza, con el gasto más deben ser siempre seres organizados, es decir, fines de la
pequeño posible de sobrenatural, todo lo que sigue desde naturaleza, pues de otro modo aquéllas no podrían tam­
el primer comienzo (pero sin determinar nada sobre este poco ser juzgadas como medios. Así, agua, aire, tierra,
primer comienzo, en el cual la física, en general, naufraga, no pueden ser considerados como medios para la aglo­
por más que intente explicarlo con la encadenación de meración de las montañas, porque en sí no encierran las
causas que quiera). montañas nada que exija un fundamento de su posibilidad
En lo que toca a esta teoría de la epigénesis, y tanto según fines; su causa no puede, por tanto, nunca, en re­
para su demostración como también para la fundación lación con esos fines, ser representada bajo el predicado
de los verdaderos principios de su explicación por medio de un medio (que a ellos sirviera).
de la limitación de un uso demasiado desmedido de los La finalidad externa es un concepto totalmente distinto
mismos, nadie ha hecho más que el señor consejero de del concepto de la interna, que está enlazado con la posi­
corte Blumenbach (1 ). Pone ya en la materia organizada bilidad de un objeto, prescindiendo de si su realidad mis­
todo comienzo de un modo físico de explicación de las ma es un fin o no. Puede preguntarse aún, de un ser
formaciones de que hablamos. Pues que la materia bruta organizado, para qué existe, pero no es fácil hacerlo de
se haya originariamente formado así misma según leyes cosas en las cuales se conoce sólo el efecto del mecanismo
mecánicas; que de la naturaleza, de lo que no tiene vida, de la naturaleza. Pues en los seres organizados nos re­
haya podido brotar vida, y la materia encajarse por sí presentamos ya una causalidad, según fines, para su in­
misma en la forma de una finalidad que se conserva a sí terior posibilidad, un entendimiento creador, y relaciona­
misma, eso lo declara atinadamente contrario a la razón, mos esa facultad activa con el motivo de determinación
pero deja al mismo tiempo al mecanismo natural una de la misma, la intención. No hay más que una única
parte indeterminable, pero al mismo tiempo imposible de finalidad externa que esté en conexión con la interna de la
desconocer, bajo ese principio, ininvestigable para noso­ organización, y, sin que pueda haber cuestión de para qué
tros, de una organización originaria; para ello llama la fin aquel ser así organizado ha debido precisamente exis­
facultad de la materia (a diferencia de la fuerza de for­ tir, sirva, sin embargo, en la relación exterior de un me­
mación, meramente mecánica, que a ella se añade univer­ dio para el fin. Ésta es la organización de ambos sexos,
salmente), en un cuerpo organizado, una tendencia a la en relación uno con otro, para la reproducción de su es­
formación (que está, por decirlo así, bajo la dirección e pecie, pues aquí se puede siempre, lo mismo que en un
instrucción de la prim era). individuo, preguntar por qué debió existir una pareja
semejante. La respuesta es que esa pareja constituye un
(1 ) Fisiólogo y anatom ista alemán. Residía en Gotinga (1752- todo organizante, aunque no un todo organizado, en un
1840). (N . del T .) cuerpo único.
342 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 343

Ahora bien : si se pregunta para qué existe una cosa, no pueden nutrirse más que de lo que tiene vida. Final
la respuesta e s : o bien, su existencia y su producción no mente, viene la pregunta: ¿Para qué sirven éstos y los
tienen relación alguna con una causa que efectúe con reinos anteriores todos de la naturaleza? Para el hombre
intenciones, y entonces se entiende siempre un origen de y el uso diverso que su entendimiento le enseña a hacer
la misma por el mecanismo de la naturaleza, o bien hay de todas esas criaturas; y el hombre es el último fin de
algún fundamento intencionado de su existencia (como la creación, aquí, en la tierra, porque es el único ser en
la de un ser contingente de la naturaleza), y este pen­ la misma que puede hacerse un concepto de fines y, me­
samiento se puede difícilmente separar del concepto de diante su razón, un sistema de fines de un agregado de
una cosa organizada, pues ya que debemos poner bajo la cosas formadas en modo final.
interior posibilidad de la cosa organizada una causalidad Podríase también, con el caballero Linneo, recorrer el
de las causas finales y una idea que está a la base de camino aparentemente opuesto y decir: los animales her­
ésta, no podemos pensar más que como fin la existencia bívoros existen para moderar el exuberante crecimiento
también de ese producto. Pues el efecto representado, cuya del reino vegetal, que ahogaría muchas especies de plan­
representación es, al mismo tiempo, el motivo de deter­ tas; los carnívoros, para poner límite a la voracidad de
minación de la causa efectiva, inteligente, para su pro­ los herbívoros; finalmente, el hombre, para que, al perse­
ducción, se llama fin. En este caso, pues, puede decirse: guir y disminuir los carnívoros, se establezca un cierto
o bien, el fin de la existencia de un ser semejante de la equilibrio entre las fuerzas productoras y destructoras
naturaleza está en sí mismo, es decir, no es sólo fin, sino de la naturaleza. Y así, el hombre, por mucho que pueda
fin final, o bien, está fuera de él en otros seres de la ser apreciado como fin en ciefta relación, en otra, sin
naturaleza, es decir, no existe, en modo final, como fin embargo, tendría, a su vez, sólo el lugar de un medio.
final, sino, en modo necesario, al mismo tiempo como Cuando una finalidad objetiva, en la diversidad de las
medio. especies de las criaturas terrestres y su relación recíproca
Pero cuando repasamos la naturaleza entera no encon­ exterior, como seres construidos conforme a fin, se la
tramos en ella, como naturaleza, ningún ser que pueda convierte en principio, es conforme a la razón pensar, en
tener pretensiones al privilegio de ser fin final de la crea­ esa relación, a su vez, una cierta organización y un sis­
ción, y hasta se puede demostrar a priori que lo que quizá tema de todos los reinos de la naturaleza según causas
aun para la naturaleza pudiera ser un último fin con finales. Pero aquí parece que la experiencia contradice
todas las determinaciones y propiedades imaginables con claramente la máxima de la razón, principalmente. en le
que se le pueda proveer, sin embargo, como cosa natural, que se refiere a un último fin de la naturaleza, que, sin
no puede ser nunca un fin final. embargo, es necesario para la posibilidad de un sistema
Considerando el reino vegetal, pudiérase, al principio, semejante y que no podemos poner en nada más que en
por la inmensurable fructuosidad con que se extiende casi el hombre; porque más bien en lo que a éste se refiere,
por todo suelo, llegar al pensamiento de tenerlo por un considerado como una de las muchas especies naturales,
mero producto del mecanismo que la naturaleza muestra la naturaleza no ha hecho la menor excepción, tanto er.
en las formaciones del reino mineral. Pero un conoci- las fuerzas destructoras como en las productoras, al so­
miento más ceñido de la indescriptiblemente sabia orga­ meterlo todo, sin fin alguno, a su mecanismo.
nización en aquél no nos permite atenernos a ese pen­ Lo primero que debió ser arreglado intencionadamente,
samiento, sino que provoca la pregunta: ¿Para qué existen en una ordenación para un todo final de los seres natu-'
esas criaturas? Si se contesta: para el reino animal, que rales en la tierra, sería la habitación, el suelo y el ele­
se nutre con ellas y puede así extenderse sobre la tierra mento en que debían tener su desarrollo. Pero un cono­
en especies diversas, entonces viene de nuevo la pregunta: cimiento más exacto de la constitución de ese fundament:
¿Para qué existen esos animales herbívoros? La contes­ de toda producción orgánica no da noticias más que ce
tación vendría a ser: para los animales carnívoros, que causas que efectúan totalmente sin intención, y hasta que
344 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 345

más bien destruyen que favorecen la producción, la orde­ debe ser considerado él también como comprendido en ese
nación y los fines. Tierra y mar encierran en sí no sólo mecanismo, aunque su entendimiento (en gran parte, al
monumentos de las antiguas poderosas destrucciones que menos) haya podido salvarle de esas destrucciones.
han sufrido y todas las criaturas en ellos y dentro de Este argumento parece, empero, demostrar más de lo
ellos, sino que toda su construcción, las capas de la una que contenía la intención para que fue alegado, a saber,
y los límites del otro, tienen totalmente el aspecto del pro­ no sólo que el hombre no es un último fin de la natura­
ducto de las fuerzas salvajes todopoderosas de una natu­ leza y que, por el mismo motivo, el agregado de las cosas
raleza que trabaja en el estado caótico. Por muy conforme naturales organizadas en la tierra no puede ser un sis­
a fin que puedan parecer ahora arregladas la figura, la tema de fines, sino que los productos todos, tenidos hasta
construcción y la pendiente de las tierras, para recoger aquí por fines de la naturaleza, no tienen más origen que
las aguas del aire, para las fuentes entre capas de espe­ el mecanismo de la misma.
cie diversa (para muchas clases de productos) y el curso Pero en la anterior solución de la antinomia de los
de los torrentes, una investigación más ceñida de las mis­ principios del modo de producción mecánico y teleológico
mas demuestra que se han producido sólo como el efecto, de los seres naturales organizados, hemos visto que como
en parte, de erupciones de fuego, en parte, de inundacio­ en lo que toca a la naturaleza, formadora, según sus leyes
nes, o también de subidas del océano, tanto en lo que se particulares (para cuya conexión sistemática nos falta,
refiere a la primera producción de esa figura como prin­ empero, la clave), no son ellos más que principios del
cipalmente a la sucesiva transformación de la misma, con Juicio reflexionante, que no determinan, pues, en sí, el
la desaparición, al mismo tiempo, de sus primeras pro­ origen de los seres naturales, sino sólo dicen que, según
ducciones orgánicas (1). Ahora bien: si la habitación, el la constitución de nuestro entendimiento y de nuestra
suelo materno (la tierra), el seno materno (el m ar), para razón, no podemos pensar el origen en esa clase de seres
todas esas criaturas no indica nada más que un mecanis­ más que según causas finales, no sólo es permitido el
mo, totalmente sin intención, de sus producciones, ¿cómo mayor esfuerzo posible, y hasta audacia, en los intentos
y con qué derecho podemos pedir y afirmar para estos de explicación mecánica, sino que también somos excita­
últimos productos otro origen? Aunque el hombre, como dos por la razón a ello, a pesar de que sabemos que en
parece demostrar el más perfecto examen de lo que queda ello no podemos nunca tener éxito, por motivos subjetivos
de^ aquellas destrucciones de la naturaleza — según los de la especie particular y de la limitación de nuestro en­
juicios de Camper (2 )— , no estaba comprendido en esas tendimiento (y no porque el mecanismo de la producción
revoluciones, depende, sin embargo, tanto de las demás contradiga en sí un origen según fines), y sabemos, final­
criaturas terrestres, que si se admite un mecanismo de mente, que en el principio suprasensible de la naturaleza
la naturaleza que domine universalmente sobre las demás, (tanto en nosotros como fuera de nosotros) puede estar
muy bien la reunión de ambos modos de representarse la
posibilidad de la naturaleza, siendo el modo de represen­
(1 ) Si el nombre, y a una vez adoptado, de H is to ria natural, para tación, según causas finales, sólo una condición subjetiva
la descripción de la naturaleza, debe quedar, lo que ese nombre in­
dica literalm ente, a saber, una representación del estado anterior de nuestro uso de la razón, cuando ésta quiere, no sólo
antiguo de la tierra , sobre el cual, aunque no se puede esperar cer­ saber el juicio de los objetos, dispuestos como fenómeno:
teza alguna, sin embargo, se adelanta suposiciones con buen funda­ sino que desea relacionar esos fenómenos mismos, en sus
mento, puede llam arse a rqu eología de la naturaleza, en oposición con
la del arte. A aquélla pertenecerían las petrificaciones, así como a principios, con el substrato suprasensible, para encontrar
ésta las piedras talladas, etc... Y com oquiera que realm ente se tra ­ posibles ciertas leyes de la unidad de los mismos que nc
baja en ello (b ajo el nombre de una te o ría de la tie rra ) sin cesar, puede representarse más que por medio de fines (entre los
aunque, como es justo, lentam ente, ese nombre no sería dado a una cuales la razón tiene que son suprasensibles).
investigación m eram ente im agin aria de la naturaleza, sino a una
a que la naturaleza misma nos in vita y nos provoca.
(2 ) Anatóm ico holandés (1722-1789). CN. del T .)
346 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 347

naturaleza de haber tomado al hombre como su favorito


§ 83 particular y de haberle favorecido con su beneficio, por
encima de los otros animales; le ha respetado tan poco
Del último fin de la naturaleza como sistema teleológico como a cualquier otro animal en sus efectos destructivos :
en la peste, en el hambre, en las inundaciones, fríos, ata­
Hemos mostrado en lo que precede que tenemos motivo ques de otros animales grandes y pequeños, etc.; más aún :
suficiente, según principios de la razón, para juzgar al io absurdo de las disposiciones naturales en el hombre lo
hombre, no sólo igual que los seres organizados todos, sume además en tormentos inventados por él mismo, o por
como fin de la naturaleza, sino también aquí, en la tierra, su propia especie, mediante la presión de la dominación,
como el último fin de la naturaleza, en relación con el la barbarie de la guerra, etc., y también en grandes ne­
cual todas las demás cosas naturales constituyen un sis­ cesidades; él mismo, además, trabaja cuanto en él está
tema de fines, y ese juicio, no, desde luego, para el Juicio para la destrucción de su propia especie, de tal suerte
determinante, pero sí para el reflexionante. Ahora bien: que aun en la naturaleza exterior más bienhechora, el fin
si se debe encontrar en el hombre mismo lo que ha de ser de la misma, dirigido a la felicidad de nuestra especie,
favorecido como fin por medio de su enlace con la natu­ no sería alcanzado en la tierra en un sistema de aquélla,
raleza, deberá ser ese fin, o bien de tal índole que pueda porque la naturaleza en nosotros no es capaz de recibirlo.
ser satisfecho por la misma naturaleza bienhechora, o El hombre es, pues, siempre sólo un anillo en la cadena
será la aptitud y habilidad para toda clase de fines, para de los fines naturales; es un principio, sí, en considera­
los cuales pueda la naturaleza (interior y exteriormente) ción de algún fin, al cual la naturaleza parece haberle de­
ser utilizada por el hombre. El primer fin de la naturaleza terminado en sus disposiciones, haciéndose él mismo para
seria la felicidad; el segundo, la cultura del hombre. ello; pero, sin embargo, es también medio para la conser­
El concepto de la felicidad no es un concepto que el vación de la finalidad en el mecanismo de los miembros
hombre abstraiga de sus instintos, y lo saque, así, de la restantes. Como único ser en la tierra que tiene enten­
parte animal de si mismo, sino que es una mera idea de dimiento, y, por tanto, facultad de proponerse arbitraria­
un estado; a esa idea quiere el hombre adecuar su estado mente fines, es él ciertamente, señor, en título de la natu­
bajo condiciones meramente empíricas (lo cual es impo­ raleza, y si se considera ésta como un sistema teleológico,
sible). Él mismo bosqueja esa idea, y, por cierto, de modo el hombre es, según su determinación, el último fin de la
tan decidido, por medio de su entendimiento, confundido naturaleza, pero siempre sólo con la condición de que lo
con la imaginación y los sentidos, y la cambia además tan comprenda y tenga la voluntad de dar a ella y a sí mismo
a menudo, que la naturaleza, aunque estuviera totalmen­ una relación de fin tal que pueda, independientemente de
te sometida a su voluntad, sin embargo, no podría admitir la naturaleza, bastarse a sí mismo, y ser, por tanto* fin
ley alguna determinada, universal y firme para concor­ final; éste, empero, no debe ser, de ningún modo, buscado
dar con ese concepto titubeante y con el fin, por tanto, en la naturaleza.
que cada uno se propone tan arbitrariamente. Pero aun Pero para encontrar en dónde, en el hombre al menos,
cuando rebajásemos este fin a la exigencia verdadera na­ hemos de poner aquel último fin de la naturaleza, debe­
tural, en donde nuestra especie concuerda generalmente mos buscar lo que la naturaleza puede llevar a cabo para
consigo misma, o, por otra parte, alzásemos a su altura la preparar al hombre a lo que él mismo ha de hacer para
habilidad de procurarse fines imaginados, sin embargo, ser fin final y separarlo de todos los fines cuya posibili­
lo que el hombre entiende por felicidad y lo que en reali­ dad descanse en cosas que no se pueden esperar más que
dad es su último fin natural (no fin de la libertad), no de la naturaleza. De esta última clase es la felicidad en
sería nunca conseguido, pues la naturaleza humana no es la tierra, bajo la cual se comprende el conjunto de todos
de tal especie que cese en alguna parte en la posesión y los fines posibles por la naturaleza fuera y dentro del
en el goce y esté satisfecha. Por otra parte, lejos está la hombre; ésa es la materia de todos los fines del hombre
348 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 349

en la tierra; cuando el hombre transforma esa materia vida de un modo, por decirlo así, mecánico, sin necesitar
en su ñn total, ella hace al hombre incapaz de poner a su para ello de un arte especial, para la comodidad y el ocio
propia existencia un fin final y de concordar con ese fin. de otros hombres que trabajan en las partes menos im­
De todos los fines del hombre en la naturaleza queda, pues, portantes de la cultura, ciencia y arte; aquella mayoría
sólo la condición formal subjetiva, a saber, la aptitud de está mantenida por estos otros en un estado de opresión,
ponerse, en general, fines a sí mismo y (independiente de de trabajo amargo y de goce escaso, aunque algo de la
la naturaleza, en su determinación de fin) de emplear la cultura de la clase superior se extiende poco a poco a esta
naturaleza como medio, adecuadamente a las máximas de inferior. Los males crecen, empero, al progresar la cul­
sus libres fines, en general, cosa que la naturaleza, rela­ tura (y la altura a que alcanzan se llama lujo, cuando la
tivamente al fin final, colocado fuera de ella, puede reali­ tendencia a lo superfluo empieza ya a hacer daño a lo
zar, y que, por tanto, puede ser considerada como su últi­ indispensable), en ambos lados con igual fuerza: en uno,
mo fin. La producción de la aptitud de un ser racional por la opresión extraña; en el otro, por la interior insa-
para cualquier fin, en general (consiguientemente, en su ciabilidad; pero la miseria brillante está enlazada con el
libertad), es la cultura. Así, pues, sólo la cultura puede desarrollo de las disposiciones naturales en la especie
ser el último fin que hay motivo para atribuir a la natu­ humana y el fin de la naturaleza misma, aunque no es
raleza, en consideración de la especie humana (no la pro­ nuestro propio fin, sin embargo, alcanzado en ello. La con­
pia felicidad en la tierra, ni tampoco ser sólo el principal dición formal bajo la cual tan sólo puede la naturaleza
instrumento para establecer fuera del hombre, en la na­ alcanzar su última intención es aquella constitución de
turaleza irracional, orden y armonía). las relaciones de los hombres unos con otros, que permite
Pero no toda cultura alcanza ese último fin de la natu­ oponer en un todo, llamado sociedad civil, una fuerza legal
raleza. La de la habilidad es', desde luego, la condición a los abusos de la libertad, que están en recíproco anta­
subjetiva principal de la aptitud para la consecución de gonismo, pues sólo en esa constitución puede darse el más
los fines en general, pero no basta, sin embargo, a favo­ alto desarrollo de las disposiciones naturales. Pero aun­
recer la voluntad (1) en la determinación y elección de que los hombres fueran bastante listos para encontrarla
sus fines, cosa, sin embargo, que pertenece esencialmente y bastante sabios para someterse a su presión voluntaria­
a una aptitud para fines en toda su extensión. La última mente, haría falta aún, para ese desarrollo un todo cos­
condición de esa aptitud, condición que podría llamarse mopolita, es decir, un sistema de todos los Estados que
la cultura de la disciplina, es negativa, y consiste en librar corren el peligro de hacerse daño unos a otros. Faltando
la voluntad del despotismo de los apetitos que, atándonos ese sistema, y por causa del obstáculo que la ambición, el
a ciertas cosas de la naturaleza, nos hacen incapaces de deseo de dominar, la avidez, sobre todo en los que tienen
elegir nosotros mismos, porque transformamos en cade­ el poder en las manos, oponen a la posibilidad misma de
nas los instintos que la naturaleza nos ha dado para avi­ bosquejarlo, es inevitable la guerra (en la cual, unos Es­
sarnos y que no descuidemos o dañemos la determinación tados se dividen y se disuelven en Estados más pequeños,
de la animalidad en nosotros, quedando nosotros, sin em­ y otros se anexionan otros más pequeños y tratan de f i r ­
bargo, eu Lactante libertad para retener o abandonar, mar un todo m ayor); la guerra, que es una empresa no
acortar o alargar esos instintos, según las exigencias de premeditada (excitada por pasiones desenfrenadas) de JOS
los fines de la razón.
hombres, es una empresa profundamente escondida, y
La habilidad no puede desarrollarse bien en la especie quizá intencionada, de la suprema sabiduría; la de pre­
humana mas que por medio de la desigualdad entre los
hombres; pues la mayoría provee a las necesidades de la parar, cuando no fundar, la legalidad con la libertad de
.os Estados, y así, la unidad de un sistema fundado mo­
ralmente. Y a pesar de los tormentos horribles con que
( ¿ l l leí l a, primera lic it a dice W ert«!, « lugar du voUnt a guerra abruma a la especie humana y de las desgra­
nas, quizá aún mayores, que su preparación constante
350 MANUEL KANT CRtTlCA DEL JUICIO 351

origina en la paz, es, sin embargo, un impulso (puesto que


la esperanza del estado de tranquilidad de una felicidad § 84
del pueblo se aleja siempre más allá) para desarrollar, has­
ta el más alto grado, los talentos que sirven a la cultura. Del fin final de la existencia de un mundo, es decir,
En lo que toca a la disciplina de las inclinaciones, cuya de la creación misma
disposición natural es del todo conforme a fin, en lo que
se refiere a nuestra determinación como especie animal, Fin final es el fin que no necesita ningún otro como
pero que dificultan mucho el desarrollo de la humanidad, condición de su posibilidad.
muéstrase también, en esta segunda exigencia de la cul­ Si se admite el mero mecanismo como base de explica­
tura, una tendencia final de la naturaleza hacia una for­ ción para la finalidad de la naturaleza, no se puede pre­
mación que nos haga susceptibles de fines más elevados guntar para qué existen las cosas en el mundo, pues en­
que los que la naturaleza misma puede proporcionar. El tonces se trata, en un sistema idealista semejante, sólo
exceso de males que el refinamiento del gusto, llevado de la posibilidad física de las cosas (pues pensarlas como
fines sería un simple sofisma sin objeto), y aunque se
hasta su idealización, y el lujo mismo en las ciencias, como
alimento de la vanidad, extienden sobre nosotros, por atribuya esa forma de las cosas al azar o a la ciega nece­
sidad, en ambos casos aquella pregunta sería vana. Pero
medio de la multitud de inclinaciones producidas por ellos,
si admitimos el enlace final, en el mundo, como real, y
y que no podemos satisfacer, ese exceso de males no hay
aceptamos para él una especie particular de causalidad,
modo de combatirlo; pero, en cambio, tampoco se puede
a saber: la de una causa que efectúa con intención, en­
desconocer el fin de la naturaleza de dominar siempre más
tonces no podemos permanecer quietos ante la pregunta
la rudeza y la violencia de aquellas inclinaciones que per­
siguiente: ¿Para qué algunas cosas del mundo (los seres
tenecen más bien a la animalidad en nosotros, y se opo
organizados), tienen esta o aquella forma, han sido pues­
nen, más que ningunas otras, a la formación que requiere
tos por la naturaleza de esta o aquella relación con otras?
nuestra más alta determinación, así como también de
Por lo contrario, ya que se piensa un entendimiento que
hacer sitio al desarrollo de la humanidad. Las bellas artes
debe ser considerado como la causa de la posibilidad de
y las ciencias, que hacen al hombre, si no mejor moral­ esas formas, tales como realmente se encuentran en las
mente, sin embargo, más civilizado, por medio de un cosas, hay que preguntar también, en ese entendimiento,
placer que se deja comunicar universalmente y por medio por el fundamento objetivo que puede haber determinado
de las maneras y el refinamiento de la sociedad, ganan ese entendimiento a un efecto de esa clase, fundamento
mucho terreno sobre la tiranía de la tendencia sensible, que es entonces el fin final, para el cual las tales cosas
y preparan así al hombre para una dominación es donde existen.
sólo la razón debe tener poder; entre tanto, los males con He dicho más arriba que el fin final no es un fin tal que
que en parte la naturaleza, en parte el intratable egoísmo la naturaleza pueda efectuarlo ni producir cosas en con­
de los hombres, nos abruman, excitan al mismo tiempo formidad con su idea, porque es incondicionado. Pues en
las fuerzas del alma, las aumentan y las templan para que la naturaleza (como cosa sensible) no hay nada cuyo fun-
no sucumbamos a esos males, haciéndonos sentir así una
aptitud para fines más elevados, que está escondida en
glado sólo para el goce? Se ha mostrado más arriba el v a lo r que
nosotros (1). tiene la vida a consecuencia de lo que encierra en sí, cuando se la
conduce según el fin de que la naturaleza tiene en nosotros, y que
(1 ) Qué valor tenga para nosotros la vida cuando se aprecia consiste en lo que se hace (no sólo en lo que se go za ), y en el cual
ésta sólo según lo que se goza (el fin natural de la suma de todas nosotros somos siempre sólo medios para últimos fines indeterm i­
las inclinaciones, la felicid a d ), es fá cil de decidir. Ese v alo r es nados. No queda, pues, nada más que el valor que nosotros mismos
menos que nada, pues ¿quién querría en trar de nuevo en la vida damos a nuestra vida, no sólo por lo que hacemos, sino por lo que
bajo las mismas condiciones, o según un plan nuevo, trazado por él hacemos conform em ente a fin, de un modo tan independiente de la
mismo (ateniéndose, empero, al curso de la natu raleza), pero arre- naturaleza que la existencia misma de la naturaleza no puede ser
fin más que bajo esa condición.
352 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 353

(lamento, encontrándose en la naturaleza misma, no sea


siempre a su vez condicionado; y esto vale, no sólo para § 85
la naturaleza fuera de nosotros (la material), sino tam­
bién en nosotros (la que piensa) ; entiéndase bien que De la teología física
sólo considero lo que en mí es naturaleza. Pero una cosa
que necesariamente, por causa de sus propiedades obje­ La t e o l o g í a f í s i c a es el ensayo de la razón de sacar de
tivas, debe existir como fin final de una causa inteligente, los fines de la naturaleza (que no pueden ser conocidos
debe ser de tal especie que no dependa, en el orden de más que empíricamente) conclusiones sobre la causa su­
los fines, de ninguna otra condición que la de su idea. prema de la naturaleza y sus atributos. Una t e o l o g í a
Ahora bien: no tenemos más que una especie única de m o r a l (ético-teología) sería el ensayo de sacar del fin
seres en el mundo, cuya causalidad sea teleológica, es de­ moral de seres racionales en la naturaleza (que puede ser
cir, enderezada a fines, y al mismo tiempo, sin embargo, conocido a priori) conclusiones sobre aquella causa y sus
de índole tal que la ley según la cual esos seres tienen que atributos.
determinarse fines es representada por ellos mismos como La primera precede naturalmente a la segunda. Pues
incondicionada e independiente de condiciones naturales, si queremos de las cosas en el mundo concluir teleológi-
y, al mismo tiempo, empero, como necesaria en sí. El ser camente una causa del mundo, tiene que haber primero
de esa clase es el hombre, pero, considerado como noúme­ fines de la naturaleza, para los cuales hemos de buscar
no, es el único ser natural en el cual, sin embargo, pode­ después un fin final, y para éste, a su vez, el principio
mos reconocer una facultad suprasensible (la libertad), y de la causalidad de esa causa suprema.
hasta la ley de la causalidad y el objeto que esa facultad Según el principio teleológico, pueden y deben darse
puede proponerse como el más alto fin (el supremo bien muchas investigaciones de la naturaleza, sin que se tenga
en el mundo). motivo para preguntar por el fundamento de la posibili-
Del hombre, pues (e igualmente de todo ser racional en
el mundo), considerado como ser moral, no se puede ya por medio de su mecanismo, al menos hasta donde alcanza nuestra
preguntar más por qué (queni in finem ) existe. Su exis­ penetración. P ero la moralidad, y una causalidad, según fines, subor­
dinada a la moralidad, son absolutamente imposibles por medio de
tencia tiene en sí el más alto fin; a este fin puede el hom­ causas naturales, pues el principio de su determ inación a la acción
bre, hasta donde alcancen sus fuerzas, someter la natu­ es suprasensible, y es, por tanto, lo único posible, en el orden de los
raleza entera, o, al menos, puede mantenerse sin recibir fines, que es absolutamente incondicionado en lo que toca a la natu­
de la naturaleza influjo alguno que vaya contra ese fin. raleza; su sujeto, por tanto, es el único calificado para ser fin fin a l
de la creación, a quien la naturaleza entera está subordinada. La
Así, pues, si algunas cosas del mundo, como seres depen­ felicidad, en cambio, no es ni siquiera, como se ha mostrado en e!
dientes, en cuanto a su existencia, necesitan una causa p árra fo an terior, por el testimonio de la experiencia, un fin de la
suprema que obre según fines, el hombre es el fin final de naturaleza, en consideración de los hombres con p referen cia a las
demás criaturas, y mucho menos, por tanto, ha de ser un fin final
la creación, pues sin él la cadena de los fines, sometidos de la creación. Los hombres pueden, sí, hacer de ella siempre su
unos a otros, no estaría completamente fundada; sólo en último fin subjetivo. P ero si yo pregunto por el fin final de la crea­
el hombre, pero en él como sujeto de la moralidad, en­ ción, a saber: ¿ P a ra qué han debido existir hombres?, entonces
cuéntrase la legislación incondicionada en lo que se refiere se tra ta de un fin objetivo supremo, como lo e x ig iría la suprema
razón para su creación. Ah ora bien, si se contesta: P a ra que haya
a los fines, legislación que le hace a él solo capaz de ser seres a quienes pueda hacer bien esa causa suprema, en este case
un fin final al cual la naturaleza entera está teleológica- se in frin g e la condición a que la razón del hombre somete hasta su
mente sometida (1). más íntim o deseo de felicidad, a saber, la concordancia con su propia
legislación ín tim a moral. Esto demuestra que la felicidad no puede
ser más que un fin condicionado y que el hombre no puede ser fin
(1 ) S ería posible que la felicidad de los seres racionales en el final de la creación más que como ser m oral; pero en lo que toca
mundo fu era un fin de la naturaleza, y entonces sería también su a su estado, la felicidad está en relación sólo como consecuencia,
ú ltim o fin; al menos, no se puede v er a p r io r i por qué la naturaleza según la medida de la concordancia con aquel fin, como fin de su
no habría de estar así ordenada, pues ese efecto sería muy posible existencia.
354 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO J55

dad de esos efectos finales que encontramos en varios de preguntas, en donde nuestra razón, para el Juicio, no tiene
los productos de la naturaleza. Ahora bien : si se quiere en su facultad más principio de la posibilidad del objete
tener también un concepto de ese fundamento, no tene­ de su inevitable Juicio teleológico que aquel por el cual
mos absolutamente conocimiento alguno que vaya más allá subordina el mecanismo de la naturaleza a la arquitec­
que la máxima siguiente del Juicio reflexionante, a saber: tónica de un autor inteligente del mundo, contesta la con­
que aun cuando no nos fuera dado más que un solo pro­ sideración ideológica del mundo de un modo excelente y
ducto orgánico de la naturaleza no podríamos pensar para extraordinariamente admirable. Pero como los datos, y.
él, según la constitución de nuestra facultad de conocer, por tanto, los principios para deter-minar aquel concept*
ningún otro fundamento más que el de una causa de la de una causa inteligente del mundo (como supremo artis­
naturaleza misma (sea de la naturaleza entera, o sólo de ta) son solamente empíricos, no permiten la deducción de
esa parte de la misma) que contenga, por medio de ur. ningún otro atributo que los que la experiencia manifiesta
entendimiento, la causalidad para aquel producto; prin­ en los efectos de aquella causa suprema, y la experiencia,
cipio de Juicio este que, si bien no nos lleva más allá en no pudiendo nunca comprender la naturaleza entera come,
la explicación de las cosas naturales y de su origen, nos sistema, debe tropezar a menudo con ese concepto (según
abre, sin embargo, una perspectiva por encima de la na­ parece) y con bases de pruebas contradictorias entre sí.
turaleza, para poder quizá determinar más de cerca el pero no puede nunca, aunque tuviéramos la facultad ce
concepto, por lo demás tan infructuoso, de un ser primero. contemplar empíricamente el sistema todo, en cuanto se
Ahora bien, yo digo: la teología física, por muy lejos refiere a la mera naturaleza, elevarnos por encima de la
que se la lleve, no puede, sin embargo, descubrirnos nada naturaleza hasta el fin de la existencia misma, y, de ese
de un fin final de la creación, pues ni siquiera llega a modo, hasta el determinado concepto de aquella inteli­
preguntar por tal fin. Así, pues, si bien puede legitimar gencia superior.
el concepto de una causa inteligente del mundo, como con­ Cuando se empequeñece el problema, de cuya solución
cepto de la posibilidad de las cosas que podemos hacernos se ocupa la teología física, parece esa solución fácil. Efec­
comprensibles según fines, y como concepto subjetivo y tivamente, si se prodiga el uso del concepto de deidad en
aplicable solamente por la constitución de nuestra facul­ el de cualquier ser inteligente pensado por nosotros, pe­
tad de conocer, no puede, empero, determinar más ese con­ diendo haber uno o varios que posean muchos y muy gran­
cepto, ni en el punto de vista teórico ni en el práctico, y des tributos, pero no todos los que se requieren para la
su ensayo no consigue lo que se proponía, fundar una teo­ fundación de una naturaleza, en general, que concuerda
logía, sino que sigue siempre siendo sólo una teología con el fin mayor posible; si se considera como cosa ¿e
física, porque en ella el enlace final es y debe ser consi­ ninguna importancia el suplir, en una teoría, la falta i-:
derado sólo condicionado en la naturaleza; por tanto, no argumentos por medio de arbitrarias adiciones, y si al_
puede ni siquiera traer a cuestión el fin para el cual la donde sólo hay fundamento para admitir mucha perfec­
naturaleza misma existe (cuyo fundamento ha de buscarse ción (¿y qué es mucho para nosotros?) se considera un:
fuera de la naturaleza); y, sin embargo, de la idea deter­ autorizado a suponer toda la perfección posible, entonces
minada de ese fin depende el determinado concepto de la teleología física tendrá importantes pretensiones a
aquella causa superior, inteligente, del mundo; la posi­ honor de fundar una teología. Pero si se pide que se
bilidad, por tanto, de una teología. muestre lo que nos haya empujado y, además, autorizad:
¿Para qué las cosas en el mundo se utilizan unas a para hacer aquellas adiciones, entonces buscaremos en
otras? ¿Para qué lo diverso en una cosa es bueno para vano un fundamento para nuestra justificación en los prin­
esa cosa misma? ¿Cómo se tiene fundamento para admi­ cipios del uso teórico de la razón, pues ese uso requiera
tir que nada en el mundo es vano, sino todo es bueno, en totalmente que, para la explicación de un objeto de 1a
alguna parte, en la naturaleza, bajo la condición de que experiencia, no se atribuyan a ese objeto más atributo?
ciertas cosas (como fines) deban existir? A todas estas que datos empíricos se puedan encontrar para la posid:-
35Ó MANUEL ñANT CRÍTICA DEL JUICIO 357

lidad de su explicación. En un examen más detenido, ve­ aun sin fin ni intención, por motivo de la unidad del su­
ríamos que hay a priori, en nosotros, propiamente, una jeto, de quien sólo son determinaciones. Así introdujeron
idea de un ser supremo que descansa en un uso de la razón el idealismo de las causas finales, porque la unidad, tan
totalmente distinto (el práctico), idea que nos lleva a com­ difícil de producir, de una multitud de sustancias unidas
pletar la representación defectuosa, que una teleología conformemente a fin y dependientes, como efectos de una
física nos da de la base primera de los fines en la natu­ sustancia única, como causa, la transformaron, cambián­
raleza, llegando así al concepto de una deidad; y no nos dola en la inherencia en una, sustancia; este sistema, pos­
figuraríamos entonces falsamente que hemos conseguido teriormente, considerado por el lado de los seres del mun­
esa idea y con ella una teología, y mucho menos aún que do inherentes a aquella sustancia como panteísmo, y (más
hemos demostrado su realidad por medio del uso teórico tarde) por el lado del sujeto único, subsistente del ser
del conocimiento físico del universo. primero, como espinosismo, más bien que resolver la cues­
No se puede reprochar tan gravemente a los antiguos tión del primer fundamento de la finalidad de la natura­
que hayan pensado sus dioses, tan diferentes entre sí, en leza, lo que hacía era aniquilarla, pues este último con­
sus facultades, en sus intenciones y decisiones volunta­ cepto, privado de toda su realidad, era transformado en
rias, y que los hayan limitado todos, sin exceptuar aun el una simple interpretación falsa de un concepto universal
principal entre ellos, en modo humano. Pues cuando con­ ontológico de una cosa en general.
templaban la disposición y la marcha de las cosas en la Así, pues, según principios meramente teóricos del uso
naturaleza encontraban ciertamente fundamento bastante de la razón (en los cuales solamente se funda la teología
para admitir como causa de la misma algo más que el me­
física), nunca puede ser producido un concepto de divi­
canismo, y para sospechar, tras la mecánica de este mun­
nidad que baste para nuestro-Juicio teleológico de la na­
do, intenciones de ciertas causas superiores, que ellos no
turaleza, pues, o bien declaramos que toda teleolgía es
podían pensar más que como suprasensibles. Pero come
mera ilusión del Juicio en el Juicio del enlace causal de
encontraban en el mundo muy mezclados lo bueno y lo
las cosas, y nos refugiamos en el principio único de un
malo, lo conforme y lo disconforme a fin, al menos desde
mero mecanismo de la naturaleza, que nos parece sola­
el punto de vista humano, y no podían permitirse admitir,
para la idea arbitraria de un creador todo perfecto, fines mente encerrar una relación general a fines, a causa de
sabios y bienhechores que estuvieran, sin embargo, re­ la unidad de sustancia, no siendo la naturaleza nada
cónditos a la base del mundo, pues no veían la prueba de más que lo diverso de las determinaciones de la sustancia,
ellos, difícilmente podían recaer de otro modo su Juicio o bien, si, en lugar de ese idealismo de las causas finales,
de la causa suprema del mundo, en cuanto procedían con queremos seguir atados al principio del realismo de esa
entera consecuencia, según las máximas del mero uso especie particular de causalidad, entonces, pongamos bajo
teórico de la razón. Otros, que siendo físicos, querían ser los fines naturales muchos seres primeros o pongamos
al mismo tiempo teólogos, pensaron encontrar satisfacción sólo uno único, mientras para la fundación del concepto
para la razón, buscando la unidad absoluta del principio de ese ser no dispongamos más que de principios de expe­
de las cosas naturales, exigida por la razón, en la idea de riencia sacados del enlace causal real en el mundo, no
un ser, en el cual, como sustancia única, serían esas cosas podremos, por una parte, encontrar remedio alguno a la
naturales todas sólo determinaciones inherentes', esa sus­ oscuridad que la naturaleza efi muchos ejemplos muestra
tancia no sería ciertamente causa del mundo por el en­ en lo que toca a la unidad de fin, y, por otra parte, el
tendimiento, pero en ella, como sujeto, se encontraría todo concepto de una causa inteligente y única, tal como lo
el entendimiento de los seres del mundo; sería, por con­ producimos, autorizados por la simple experiencia, no po­
siguiente, un ser que, si bien no produciría nada según dremos nunca sacarlo de la naturaleza, con bastante de­
fines, sin embargo, en él las cosas todas deberían relacio­ terminación para una teología útil, cualquiera que sea su
narse unas a otras conformemente a fin y necesariamente, clase (teórica o práctica).
358 MANUEL KAN7 CRITICA DEL JUICIO 359

La teleología física nos excita, desde luego, a buscar de la causa suprema, que sólo puede encontrarse en el
una teología, pero no puede producir ninguna, por muy concepto de una inteligencia infinita en todos respectos,
lejos que vayamos en la investigación empírica de la na­ es decir, en el concepto de una divinidad, y no puedo le­
turaleza, y aunque acudiéramos con ideas de la razón (que vantar fundamento alguno de la teología.
han de ser teóricas para los problemas físicos) en ayuda Así, pues, podemos decir, a pesar de toda la extensión
del enlace causal en ella descubierto. ¿De qué sirve, podrá, posible de la teleología física, y según el principio arriba
con razón, quejarse alguien, que pongamos a la base de citado que según la constitución y los principios de nues­
todas esas disposiciones un entendimiento grande, un en­ tra facultad de conocer, no podemos pensar la naturaleza,
tendimiento que no podemos medir, y que le hagamos orde­ en sus ordenaciones conformes a fin, conocidas por no-
nar este mundo según intenciones, si la naturaleza no nos. ■
saAtüs , xrós, de un entendimiento al
dice, ni podrá nunca decirnos, nada de la última intención, cual esa naturaleza está sometida. Pero la investigación
sin la cual, sin embargo, no podemos darnos ningún punto teórica de la naturaleza no puede nunca decirnos si ese
común de relación de todos esos fines naturales, ningún entendimiento ha tenido con el todo de la naturaleza y
principio teleológico suficiente para, por una parte, cono­ su producción, además, alguna intención final (que enton­
cer los fines todos en un sistema, y por otra, hacernos del ces no estaría en la naturaleza del mundo sensible) ; por
entendimiento supremo, como causa de una naturaleza lo contrario, a pesar de todo conocimiento de la natu­
semejante, un concepto que pueda servir de medida a raleza, sigue sin decidirse si esa causa suprema es fun­
nuestro Juicio, cuando reflexiona sobre la naturaleza? damento de la misma, en todo, según un fin final, o más
Tendríamos, en aquel caso un entendimiento artista para bien, por medio de un entendimiento determinado a la
fines esparcidos, pero no una sabiduría para un final, que producción de ciertas formas, por la mera necesidad de su
debe, sin embargo, propiamente encerrar el fundamento naturaleza (según analogía con lo que en los animales
de determinación de aquel entendimiento. Pero faltando llamamos instinto de arte), sin que sea necesario, por eso,
un fin final, que sólo la razón pura, a priori, puede pro­ atribuir a esa causa, además, sabiduría y mucho menos sa­
porcionar (porque todos los fines en el mundo están em­ biduría suprema, y enlazada con todos los demás atribu­
píricamente condicionados, y no pueden encerrar más que tos requeridos para la perfección de su producto.
lo que es bueno para esta o aquella intención contingente, Así, pues, la teología física es una teleología física mal
pero no lo que es absolutamente bueno), y que sería el entendida, utilizable sólo como preparación (propedéutica)
único que me enseñara los atributos, el grado y la relación para la teología; sólo añadiéndole un principio de fuera,
que tengo que pensar en la causa suprema de la natu­ sobre el que se pueda apoyar, alcanza su intención, y no
raleza para juzgar la naturaleza como sistema teleológico, por sí misma, como su nombre quiere indicarlo.
¿cómo y con qué derecho puedo ensanchar a mi gusto y
completar, hasta llegar a la idea de un ser todo sabio e
infinito, mi concepto, muy limitado, de aquel entendimien­ § 86
to originario, del poder de ese ser primero para realizar
sus ideas, de su voluntad de hacerlo, etc..., concepto que De la teología ética
puedo fundar en mi escaso conocimiento del mundo? Esto
supondría, si hubiera de ocurrir teóricamente, omniscien­ El entendimiento más ordinario, al reflexionar sobre
cia en mí mismo para penetrar en toda su conexión los la existencia de las cosas en el mundo y sobre la existen­
fines de la naturaleza y poder pensar además todos los cia del mundo mismo, no puede desprenderse del juicic
demás planes posibles, en comparación con los cuales de­ siguiente, a saber: que todas las diversas criaturas, por
bería el presente ser juzgado con fundamento como el muy grande que sea el arte de su disposición, por muy
mejor. Pues sin ese completo conocimiento del efecto no diversa y muy conforme a fin que sea la conexión en que
puedo sacar, en conclusión, concepto alguno determinado mutuamente se enlazan; que el conjunto mismo de tantos
3<50 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 3 Ó1

sistemas de criaturas, llamados por nosotros incorrecta­ dirá, que este hombre tenga, tanto talento, que sea incluso
mente mundos, para nada existiría si en ellos no hubiera muy activo y ejerza un influjo útil en la comunidad, te­
hombres (seres racionales en general), es decir, que sin niendo así un gran valor, relativamente tanto a su propia
los hombres, la creación entera sería un simple desierto, fortuna como a la utilidad de los demás, si no posee una
vano y sin fin final alguno. Pero tampoco es por su rela­ buena voluntad? Es un objeto digno de desprecio si se
ción con la facultad de conocer del hombre (la razón teó­ le considera por dentro, y si la creación no ha de carecer
rica) por lo que la existencia de todo lo restante en el en todas partes de fin final, deberá ese hombre, que como
mundo recibe su valor, como, verbigracia, para que exista hombre pertenece también a ella, perder, como hombre
alguien que pueda contemplar el mundo. Pues si esa con­ malo, su fin subjetivo (la felicidad), en un mundo some­
templación del mundo no representara al hombre nada tido a leyes morales, en conformidad con éstas, como la
más que cosas sin fin final, no podría, de que el mundo condición única, bajo la cual su existencia puede concor­
es conocido, resultar valor alguno para la existencia del dar con el final.
mismo, y hay ya que presuponer un fin final del mundo, Ahora bien: cuando encontramos en el mundo ordena­
en relación con el cual la contemplación misma del mundo ciones de fines, y — cosa que exige inevitablemente la
tiene un fin. Tampoco es en relación con el sentimiento razón— subordinamos los fines que son condicionados a
de placer y en la suma de los placeres en donde pensamos uno superior incondicionado, es decir, a un fin final, se
un fin final dado a la creación, es decir, que no es el bie­ ve fácilmente, primero, que entonces no se trata de un
nestar, el goce (corporal o espiritual), en una palabra, la fin de la naturaleza (en el interior de ésta), en cuanto
felicidad, lo que rige nuestra apreciación de aquel absoluto ésta existe, sino del fin de su existencia, con todas sus
valor. Pues de que el hombre, en cuanto existe, hace de disposiciones, y, por tanto, del último fin de la creación,
la felicidad su intención final, no resulta concepto alguno y en éste también, propiamente, de la condición suprema,
del para qué él existe, en general, y del valor que él tenga bajo la cual tan sólo puede tener lugar un fin final (es
entonces para hacer su existencia agradable. Así, pues, decir, del motivo de determinación de un supremo enten­
tiene el hombre que ser ya presupuesto como fin final de dimiento a la producción de los seres del mundo).
la creación, para tener un fundamento de razón por el Ahora bien: como no reconocemos el hombre como fin
cual la naturaleza deba coadyuvar a su felicidad, cuando de la creación, más que en cuanto es un ser moral, te­
la naturaleza es contemplada como un todo absoluto, se­ nemos, pues, desde luego, un fundamento, o, por lo menos,
gún principios de los fines. Así es que sólo la facultad de la condición principal para considerar el mundo como un
desear, pero no aquella que hace al hombre dependiente todo en conexión; según fines, y como un sistema de cau­
de la naturaleza (mediante impulsos sensibles), no aque­ sas finales; pero tenemos, sobre todo, para relacionar,
lla en consideración de la cual el valor de su existencia como ello es necesario, según la constitución de nuestra
descansa en lo que recibe y goza, sino el valor que él solo razón, los fines de la naturaleza con una causa inteligente
puede dar a sí mismo, y que consiste en lo que él hace, del mundo, un 'principio que nos permite pensar la natu­
en cómo y según qué principios él obra, no como miembro raleza y atributos de esa primera causa, fundamento su­
de la naturaleza, sino en la libertad de su facultad de premo en el reino de los fines, y así, de determinar el
desear, es decir, que una buena voluntad es lo único que concepto de la misma, cosa que la teleología física no
puede dar a su existencia en valor absoluto, y, con relación puede hacer, pues no podía dar lugar más que a conceptos
a ella, a la existencia del mundo un fin final. indeterminados de aquella primera causa, y, precisamente
También el juicio más ordinario de la sana razón hu­ por eso, ineptos para el uso teórico, tanto como para el
mana, con tal de que se le dirija a esta cuestión y se práctico.
excite a su resolución, está perfectamente de acuerdo con Partiendo de ese principio, tan determinado, de la cau­
esto, a saber, que el hombre no puede ser un fin final de salidad del ser primero, tendremos que pensarlo, no sólo
la creación más que como ser moral. ¿Qué importa, se como inteligente y legislador de la naturaleza, sino tam-
N úm . 1620.-13
362 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 353

bién como jefe superior legislador en un reino moral de físicas (si esa causa inteligente tiene un fin final), esc
los fines. En relación con el supremo bien, isólo posible lo considera la razón también a priori como un principie
bajo su dominación, a saber, la existencia de seres ra­ que le es necesario para juzgar teleológicamente la exis­
cionales bajo leyes morales, pensaremos ese ser, primero, tencia de las cosas. Ahora bien: se trata de saber sola­
como omnisciente, para que no le sea escondido ni lo mente si tenemos algún fundamento que baste a la razór.
interior de los pensamientos (lo cual constituye el valor, (sea la especulativa o la práctica) para atribuir un /i*
propiamente moral, de las acciones de seres racionales final a la causa suprema, que obra según fines. Pues que
del m undo); lo pensaremos como omnipotente, para que ese fin final, entonces, según la constitución subjetiva de
pueda adecuar la naturaleza toda a ese supremo fin; como nuestra, razón, y comoquiera que nos representemos la
todo bueno, y al par todo justo, pues estos dos atributos razón de otros seres, no puede ser otro que el hómbr-:
(unidos, la sabiduría) constituyen las condiciones de la bajo leyes morales, eso puede valer a priori, para noso­
causalidad de una causa suprema del mundo, como el tros, como seguro, siendo, en cambio, totalmente imposible
supremo bien bajo leyes morales; y así deberemos pensar conocer a priori los fines de la naturaleza en el orden
en él también todos los demás atributos trascendentales, físico, y siendo de todo punto imposible, sobre todo, con­
como eternidad, toda presencia, etc. (pues bondad y jus­ siderar que una naturaleza no pueda existir sin ellos.
ticia son atributos morales) (1), que se presuponen en
relación con un fin final semejante. De este modo corrige
la teología moral los defectos de la física, y funda, en fin, N O T A
una teología, ya que la teología física, si no tomara de la
otra, sin notarlo, y tuviera que proceder consecuentemen­ Supongamos un hombre en el momento en que se halla
te, no podría, por sí sola, fundar nada más que una de- dispuesto su ánimo a la sensación moral. Si se encuentra
monología, que no es capaz de dar concepto alguno de­ rodeado de una bella naturaleza, en un goce tranquilo y
terminado. sereno de su existencia, siente en sí mismo una necesidad
Pero el principio que relaciona el mundo, a causa de de estar por ello agradecido a alguien. O bien, véase es¿
la determinación final de algunos seres en el mismo, con hombre otra vez en la misma disposición de ánimo, aco­
una causa suprema como divinidad, no sólo lo hace com­ sado por deberes que no quiere ni puede llenar más que
pletando el argumento físico teleológico y poniéndolo, con un sacrificio voluntario; entonces sentirá en sí mismo
pues, necesariamente a su base, sino que es por sí tam­ una necesidad de pensar que ha realizado algo mandade.
bién suficiente para ello, y llama la atención sobre los y que ha obedecido a un soberano. O bien, aún: si, per
fines de la naturaleza y sobre la investigación del arte, ejemplo, sin pensarlo, ha procedido contra su deber, sin
inconcebiblemente grande, que yace escondido detrás de por eso tener que responder de ello precisamente ante los
sus formas, para dar una confirmación incidental, en los hombres, sin embargo, los reproches severos que se haga
fines de la naturaleza, a las ideas que la razón pura prác­ a sí mismo hallarán como si fuera la voz de un juez a
tica, proporciona, pues el concepto de seres del mundo quien él tuviera que dar cuenta de su acto. En una pala­
bajo leyes morales es un principio a priori según el cual b ra: necesita una inteligencia moral que le proporcione
el hombre debe necesariamente juzgarse. Que, además, si un ser, quien, para el fin de su existencia, sea, en con­
hay en todas partes una causa del mundo que obra in­ formidad con ese fin, la causa de él y del mundo. En vano
tencionadamente y está enderezada a un fin, debe aquella se alegrarán artificiosamente móviles de esos sentimien­
relación moral ser tan necesariamente la condición de la tos, pues están en inmediata conexión con las más puras
posibilidad de una creación, como la relación según leyes disposiciones morales, porque agradecimiento, obediencia
y humildad (sumisión a un castigo merecido) son disp>
siciones particulares del espíritu para el deber, y el es­
(1 ) E l paréntesis está añadido en la segunda y tercera edición.
( Nota del T .) píritu, inclinado a la extensión de las disposiciones mora-
364 MANUEL K A N T CRITICA DEL JUICIO 365

les, piensa aquí voluntariamente sólo un objeto que no cepto de Dios (aun cuando sobre la teleología de la natu­
está en el mundo, para mostrar en lo posible también su raleza se sabía muy poco, como es corriente, o se estaba
deber para con este objeto. Es, pues, por lo menos, po­ muy incierto, por causas de la dificultad de resolver los
sible (y el fundamento de esto está en el modo de pensar fenómenos contradictorios en un principio suficientemente
moral) representarse una exigencia puramente moral de fundado), y que la anterior determinación moral del fin
la existencia de un ser, bajo el cual, o bien nuestra mo­ de la existencia del hombre completó lo que escapaba al
ralidad adquiere más fuerza, o bien más extensión (por conocimiento de la naturaleza, al incitarnos a pensar para
lo menos, según nuestra representación), a saber un nue­ el fin final de la existencia de todas las cosas, cuyo prin­
vo objeto para su ejercicio, es decir, que es posible ad­ cipio no puede satisfacer la razón, como no sea ético, la
mitir un ser, legislador moral fuera del mundo, sin tener causa suprema, con atributos con los cuales ella pueda
en cuenta prueba teórica alguna, y, menos aún, un interés someter la naturaleza entera a aquella intención única
egoísta, por puros motivos morales, libres de todo influjo (para lo cual ésta es sólo el instrumento), es decir, pensar
extraño (desde luego, además, sólo subjetivos), atendiendo la causa suprema como una divinidad.
a la indicación que hace una razón pura práctica, por sí
sola legisladora. Y, aunque aquella disposición del espíritu
se produzca raramente, o no se prolongue durante largo § 87
tiempo, sino que pase fugitiva y sin efecto duradero, sin
que se reflexione un tanto sobre el objeto representado De la prueba moral de la existencia de Dios
en semejante sombra y se haga algún esfuerzo para traer­
lo a conceptos claros, sin embargo, no se puede descono­ Hay una teleología física que proporciona una base de
cer su fundamento, que es la disposición moral en noso­ prueba, suficiente para conducir nuestro juicio reflexio­
tros, como principio subjetivo para no contentarse, en la nante teórico a admitir la existencia de una causa in­
consideración del mundo, con la finalidad de éste, mediante teligente del mundo. Encontramos, empero, también en
las causas naturales, sino someter el mundo a una causa nosotros mismos, y, más aún, en el concepto, en general,
suprema que domine la naturaleza según principios mo­ de un ser racional, dotado de libertad (de su causalidad),
rales. Hay que añadir a esto que nos sentimos empujados una teleología moral, la cual, empero, como la relación
por la ley moral a tender hacia un fin supremo universal, final en nosotros mismos, puede ser determinada a priori
pero que también nos sentimos, y con nosotros la natura­ con la ley de la misma, y, por consiguiente, puede ser
leza entera, incapaces de alcanzarlo, que no podemos juz­ conocida como necesaria, no necesita en esto causa alguna
gar que somos conformes al fin final de una causa inte­ inteligente fuera de nosotros para esa interior conformi­
ligente del mundo (si es que la hay) más que en cuanto dad a ley, así como tampoco nosotros, en aquello que en­
tendemos hacia ella, y así, hay un fundamento moral puro contramos final en las propiedades geométricas de las
de la razón práctica que lleva a admitir esa causa (ya
figuras (para toda clase de aplicación posible en el arte),
que ello puede hacerse sin contradicción), para, por lo
podemos considerar entendimiento alguno superior que
menos, no correr el peligro de considerar como comple­
les proporcione eso a esas figuras. Pero esa teleología mo­
tamente vano aquel esfuerzo en sus efectos (1) y dejarlo,
ral se aplica, sin embargo, a nosotros como seres del
por tanto, que se agote.
mundo, y, por tanto, como seres relacionados con otras
Con todo esto no se quiere aquí decir más que lo si­ cosas en el mundo. Y aquellas mismas leyes morales nos
guiente: que si bien el temor ha podido producir primero
hacen un precepto de dirigir nuestro juicio sobre estas
dioses (demonios), la razón, en cambio, por medio de sus
cosas o como fines, o como objetos, en consideración de
principios morales, ha podido producir la primera el con- los cuales somos nosotros mismos el fin final. Ahora bien:
de esta teleología moral, que se refiere a la relación de
(1) «E n sus efectos» no está en la primera edición. (N . del T .) nuestra propia causalidad con fines y hasta con un fin
366 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 367

final que debemos proponernos en el mundo, así como tam­ ser otro que el hombre (todo ser racional del mundo) bajo
bién a la relación recíproca del mundo con aquel fin moral leyes morales (1 ). Pues (y así juzga cada cual) si e'.
y con la exterior posibilidad de su cumplimiento (para mundo consistiera sólo en seres sin vida, o si tuviera en
la cual ninguna teleología física puede darnos alguna in­ parte seres vivos, pero irracionales, entonces, la existen­
dicación), sale ahora la pregunta necesaria: si ella obliga cia de un mundo semejante no tendría absolutamente
a nuestro juicio racional a salir fuera del mundo y a valor alguno, no existiendo en él ser alguno que tuviera
buscar un principio supremo inteligente para esa relación el menor concepto de un valor. Por otra parte, si hubiera
de la naturaleza con lo moral en nosotros, para represen­ seres racionales cuya razón sólo estuviera en estado de
tarnos la naturaleza como final, también en relación con poner el valor de la existencia de las cosas en la relación
la interior legislación moral y su posible cumplimiento. de la naturaleza con ellos (su bienestar), pero no de pro­
Consiguientemente, hay en todo caso una teleología moral, porcionarse a sí misma, originariamente (en la libertad .
y ésta está en conexión, por una parte, con la nomotética un valor semejante, entonces, si bien habría en el mundo
de la libertad; por otra, con la de la naturaleza, tan ne­ fines (relativos), no habría, sin embargo, fin final (abso­
cesariamente como la legislación civil lo está con la cues­ luto) alguno, porque la existencia de esos seres raciona­
tión de donde se ha de buscar el poder ejecutivo, y, en les carecería siempre de fin. Pero las leyes morales tienen
general, hay conexión en todo aquello en donde la razón la propiedad característica de que prescriben para la ra­
ha de dar un principio de la realidad de un cierto orden zón algo como fin, sin condición, es decir, exactamente
de cosas conforme a fin, y sólo posible según ideas. Vamos,
ante todo, a exponer el progreso de la razón, desde esa (1) Digo expresamente bajo leyes morales. No es el hombre negra.
teleología moral y su relación con la física, hasta la teo­ leyes morales, es decir, un hombre que se comporta en conformidad
logía, y después vamos a hacer consideraciones sobre la con ellas, el fin final de la creación. Pues con esta última expresión
diríamos más de lo que sabemos, a saber, que en el poder de un
posibilidad y validez de esa especie de conclusión. creador del mundo está hacer que el hombre se comporte siempre
Cuando se admite la existencia de ciertas cosas (o tam­ en adecuación con las leyes morales, lo cual presupone un concepto
bién sólo de ciertas formas de las cosas) como contin­ de la libertad y de la naturaleza (de esta última sólo puede pensarse
gente, por tanto, sólo posible por medio de algo distinto un creador exterior) que debería encerrar un conocimiento de,
substrato suprasensible de la naturaleza y de la identidad de ese
como causa, entonces se puede buscar para esa causalidad substrato con lo que hace posible en el mundo la causalidad por me­
el fundamento supremo, y, por tanto, el fundamento in­ dio de libertad, conocimiento que supera mucho lo que podemos ver
condicionado de lo condicionado, o bien en el orden físico, por medio de la razón. Sólo del hombre bajo leyes morales podemos
decir, sin saltar por encima de las limitaciones de nuestro conoci­
o bien en el orden teleológico (según el nexu effectivo o miento, que su existencia constituye el fin final del mundo. Es::
según el finali) . Es decir, que se puede preguntar: ¿cuál coincide también perfectamente con el juicio de la razón humar.s
es la causa suprema productora?, o bien, ¿cuál es el fin cuando reflexiona moralmente sobre el curso del mundo. Creemos
supremo (absolutamente incondicionado) de la misma, es percibir los rasgos de una sabia relación de fines también en el mal
cuando vemos que el malo criminal no muere sin haber sufrido la
decir, el fin final de la producción de éste o de todos sus bien merecida pena de sus crímenes. Según nuestro concepto de cau­
productos en general? Y entonces, aquí, desde luego, se salidad libre, descansa el bueno o mal comportamiento en nosotros
presupone que esa causa es capaz de representarse fines; mismos; pero la sabiduría suprema del gobierno del mundo la pone­
mos en que la ocasión para el primero y el resultado de ambos están
por tanto, es un ser inteligente, o, por lo menos, tiene decretados según leyes morales. En esto consiste propiamente la
que ser pensado por nosotros como obrando según las gloria de Dios, la cual, por eso, es llamada, no sin razón, por los
leyes de un ser inteligente. teólogos el último fin de la creación. Hay que notar además que bajo
la palabra creación, cuando la empleamos, no entendemos nada más
Ahora bien : cuando se va a la busca del orden teleo­ que lo que aquí se ha dicho, a saber, la causa de la existencia de un
lógico, hay un iorincipio al cual la razón humana más mundo o de las cosas en él (las sustancias), como también lo trae
ordinaria está obligada a dar inmediatamente su apro­ eonsigo el concepto propio de esa palabra ( actuatio substantise esz
bación, y es que, si ha de haber por todas partes un fin ereatio), la cual, por tanto, no lleva todavía consigo la suposición ce
una causa libremente activa, consiguientemente inteligente (cuy»
final que la razón debe dar a priori, no puede ese fin final existencia queremos demostrar ante todo).
368 MANUEL K ANT
CRITICA DEL JUICIO 369
como lo necesita el concepto de un fin final; y la exis­
tencia de una razón semejante, que en la relación de fin Esta prueba, que se puede fácilmente acomodar en la
puede ser así propia la suprema le y ; con otras palabras, forma de la precisión lógica, no quiere decir que sea tan
la existencia de seres racionales bajo leyes morales, puede necesario admitir la existencia de Dios como reconocer
sola ser pensada como el fin final de la existencia de un la validez de la ley moral y, por tanto, que el que no pu­
mundo. De no ser así, entonces, o no hay a la base de la diera convencerse de la primera podría juzgarse desligado
existencia del mundo fin alguno en la causa, ó hay fines, de las obligaciones que impone la segunda. ¡N o ! Sólo la
pero sin fin final. persecución del fin final que hay que realizar en el mundo
La ley moral, como condición formal de la razón en por medio de la aplicación de la ley moral (es decir, de
el uso de nuestra libertad, nos obliga por sí sola, sin de­ una felicidad en coincidencia armónica con la aplicación
pender de fin alguno como condición material; pero, sin de leyes morales, como el supremo bien del mundo) de­
embargo, nos determina también, y ello a priori, un fin bería entonces ser suprimida. Todo ser razonable debería,
final que nos obliga a perseguir, y ese fin final es en el sin embargo, seguir reconociéndose estrechamente ligado
mundo el más alto bien posible mediante libertad. por el precepto de la moralidad, pues las leyes de ésta
La condición subjetiva bajo la cual el hombre (y, según son formales y mandan incondicionalmente, sin referencia
todos nuestros conceptos, también todo ser racional finito) a fines (como materia de la voluntad). Pero la exigencia
se puede poner un fin final bajo las anteriores leyes es del fin final, tal como la prescribe la razón práctica a los
la felicidad. Por consiguiente, el bien más alto posible seres del mundo, es un fin irresistible, puesto en los sere°
en el mundo, y, en cuanto está en nosotros, el bien físico del mundo por su naturaleza (como seres finitos), fin que
que hay que perseguir como fin final es la felicidad, bajo la razón quiere someter sólo a la ley moral, como condición
la condición subjetiva de la concordancia del hombre con inviolable, unlversalizarlo según ella; y así, la razón hace
la ley de la moralidad, como lo que le hace digno de ser de la persecución de la felicidad, en concordancia con la
feliz. moralidad, el fin final del mundo. Ahora bien: la ley
Pero esas dos exigencias del fin final que nos es pro­ moral nos ordena de perseguir este fin final en cuanto
puesto por la ley moral es imposible que nos las repre­ ello esté en nuestra facultad (cosa que se refiere a los
sentemos, según todas nuestras facultades de la razón, seres del m undo); el resultado que tenga ese esfuerzo
como enlazadas por medio de meras causas naturales y puede ser el que quiera. El cumplimiento del deber con­
adecuadas a la idea del fin final pensado. Así, pues, el siste en la forma de la voluntad seria y no en los medios
concepto de la necesidad práctica de un fin semejante, por del éxito.
medio de la aplicación de nuestras facultades, no con­ Suponiendo, pues, que un hombre, conmovido, en parte,
cuerda con el concepto teórico de la posibilidad física de por lo débiles que son los tan ponderados argumentos
la realización del mismo, si no enlazamos con nuestra li­ especulativos, en parte también por alguna irregularidad
bertad ninguna otra causalidad (la de un medio) que la que percibe en la naturaleza y en el mundo de los sen­
de la naturaleza. tidos, se convenza de esta proposición; no hay Dios, sin
Por consiguiente, tenemos que admitir una causa mo­ embargo, sería, a sus propios ojos, un hombre indigno,
ral del mundo (un creador del mundo) para proponernos si por eso viniera a tener las leyes del deber por meras
un fin final conformemente a la ley moral, y tan necesario ilusiones sin valor, que no le obligan, y decidiera arró­
como es ese fin, así de necesario es admitir lo primero
(es decir, que lo es en el mismo grado y por el mismo mente con consecuencia, tiene que aceptar lo que admite esa pro­
motivo), a saber, que hay un Dios (1). posición, entre las máximas de su razón práctica. Tampoco se quiere
decir con esto: es necesario para la moralidad, admitir la felicidad
(1) Este argumento moral no debe proporcionar prueba alguna de todos los seres racionales en el mundo conformemente a su mo­
objetivamente valedera de la existencia de Dios; no debe probar, al ralidad, sino debe decirse: es necesario por ella. Así, pues, es un
que no tenga fe, que hay un Dios, sino que si quiere pensar moral- argumento subjetivo, suficiente para seres morales. (Esta nota no
aparece en la primera edición.J
3 70 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 37J
liarlas sin temor. Un hombre semejante, que viniera más los vuelva a sumir, a ellos, que podían creer ser el fin
tarde a convencerse de lo que al principio había puesto j final de la creación, en el abismo del caos informe de la
en duda, seguiría, sin embargo, siendo, con ese modo de materia de donde fueron sacados. El fin, pues, que este
pensar, un hombre indigno, aunque cumpliera su deber hombre de buenas disposiciones tenía y debía tener ante
en los efectos tan exactamente como pudiera desearse,
la vista en el cumplimiento de las leyes morales, tendría
pero sólo por miedo o con la intención de obtener una
que suprimirlo, desde luego, como imposible; o bien, si
recompensa y sin un sentimiento de respeto al deber. Por quisiera aquí también permanecer fiel a la voz de su de­
el contrario, si, siendo creyente, cumple su deber con terminación moral interior y no debilitar el respeto que
sinceridad y desinterés según su conciencia, y si, sin
la ley moral le inspira inmediatamente para la obediencia,
embargo, cada vez que, a modo de ensayo, supone el
aniquilando el único fin final ideal adecuado a su alta
caso de que pudiera alguna vez encontrarse convencido
exigencia (lo cual no puede ocurrir sin que la disposición
de que no hay Dios, se cree libre de toda obligación moral,
moral experimente a su vez algún daño), entonces, con
entonces es que aquellos sus sentimientos morales inte- I
un propósito práctico, es decir, para hacerse, al menos,
riores no poseen una gran firmeza.
un concepto de la posibilidad del fin final que le es moral­
Podemos, pues, suponer un hombre recto (como, verbi­
mente prescrito, tiene que admitir la existencia de un
gracia, Espinosa) (1 ), que se enceuntra firmemente con- I
creador moral del mundo, es decir, de un Dios, cosa que
vencido de que no hay Dios ni vida futura (ya que, en
puede hacer muy bien, puesto que ello, al menos, no es
consideración del objeto de la moralidad, va a parar a la I
misma consecuencia). ¿Cómo va a juzgar su propia e I en sí contradictorio.
interior determinación final por medio de la ley moral
que él, con su actividad, reverencia? Por el cumplimiento I § 88
de esa ley no pide él provecho alguno para sí, ni en este
Limitación de la validez de la 'prueba moral
ni en otro mundo; sólo desinteresadamente quiere fundar
el bien, para lo cual esa santa ley da la dirección a todas I
La razón pura como facultad práctica, es decir, como
sus fuerzas. Pero su esfuerzo es limitado, y si bien puede
facultad de determinar el uso libre de nuestra causalidad
esperar de la naturaleza, de cuando en cuando, un con­
mediante ideas (conceptos puros de la razón), no sólo
curso casual, no puede esperar nunca que se realice una
encierra en la ley moral un principio regulativo de nues­
concordancia legal, y según reglas constantes (como son y
tras acciones, sino que proporciona al mismo tiempo, por
deben ser interiormente sus máximas), con el fin que se
medio de ella, un principio subjetivo-constitutivo, en el
siente obligado y empujado, sin embargo, a realizar. El
concepto de un objeto, que sólo la razón puede pensar, y
engaño, la violencia y la envidia andarán siempre a su
que debe hacerse real en el mundo, mediante nuestras
alrededor, aunque él mismo sea recto, pacífico y benévolo. ]
acciones según aquella ley. La idea de un fin final en el
Y los otros hombres justos que él encuentra además fuera
uso de la libertad según leyes morales tiene, pues, realidad
de sí mismo estarán, sin embargo, sin que se considere
subjetivo-prácíica. Estamos a priori determinados por la
cuán dignos son de ser felices sometidos por la natu- I
razón a perseguir con todas fuerzas el supremo bien del
raleza, que no se preocupa de eso, a todos los males de
mundo, que consiste en la reunión del mayor bien físico
la miseria, de las enfermedades, de una muerte prema­
de los seres racionales del mundo, con la condición su­
tura, exactamente como los demás animales de la tierra,
prema del bien moral (1), es decir, en la reunión de la
y lo seguirán estando hasta que la tierra profunda los I
felicidad universal con la moralidad conforme a ley. En
albergue a todos (rectos o no, que eso, aquí, es igual) y

(1) Las palabras entre paréntesis fueron añadidas en la segunda (1) En alemán dice Wohl, que be traducido por bien físico, y
y tercera edición. (N . del T.J Gut, que he traducido por bien, moral, siguiendo en esto la traduc­
ción francesa. (N . del T .)
372 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 373

ese fin final, la posibilidad de una de las partes, a saber, Según el principio del Juicio reflexionante teórico, di­
de la felicidad, está empíricamente condicionada, es decir, ríamos : Si tenemos fundamento para admitir para los pro­
depende de la constitución de la naturaleza (de que con- ductos finales de la naturaleza una causa suprema de la
cuerde o no con ese fin), y es problemática desde el punto naturaleza, cuya causalidad, en consideración de la rea­
de vista teórico, mientras que la otra parte, a saber, la lidad de la última (la creación), tiene que ser pensada de
moralidad, en consideración de la cual estamos libres de otro modo que el exigido para el mecanismo de la natu­
los efectos de la naturaleza, está firme a priori y segura, raleza, es decir, como la de un entendimiento, entonces
dogmáticamente, según su posibilidad. Para la realidad, tendremos también fundamento bastante para pensar en
pues, objetiva y teórica del concepto del fin final de seres ese ser primero no sólo fines en toda la naturaleza, sino
racionales del mundo se requiere que no sólo tengamos también un fin final, no ciertamente para exponer la exis­
nosotros un fin final que nos representamos a, priori, sino tencia de un ser semejante, pero por lo menos (como ello
que también la creación, es decir, el mundo mismo, tenga ocurrió en la teleología física), para convencernos de que
según su existencia un fin final, el cual, si pudiera ser la posibilidad de un mundo semejante no sólo podemos
demostrado a priori, añadiría a la realidad subjetiva del hacérnosla concebible mediante fines, sino también sólo
fin final la realidad objetiva. Pues si la creación tiene en poniendo un fin final a la base de su existencia.
todas partes un fin final, no podemos pensar ese fin más Pero el fin final es solamente un concepto de nuestra
que a s í: ese fin tiene que coincidir con el moral (que razón práctica, y no puede ser sacado de ningún dato de
sólo hace posible el concepto de un fin). Ahora bien: es la experiencia, para el Juicio teórico de la naturaleza, ni
cierto que encontramos fines en el mundo, y la teleología puede tampoco ser referido a conocimiento alguno de la
física los presenta en tal número que, si juzgamos a misma. No hay uso alguno posible de ese concepto más
medida de la razón, tenemos fundamento para admitir que para la razón práctica, según leyes morales, y el
como principio de la investigación de la naturaleza, que fin final de la creación es aquella constitución del mundo
en la naturaleza no hay nada sin fin ; pero el fin final lo que coincide con lo que nosotros podemos dar como de­
buscamos en vano en ella misma. Éste debe y puede, por terminado sólo por leyes, a saber, con el fin final de
tanto, ser buscado sólo en seres racionales según su po­ nuestra razón pura práctica, y esto, por cierto, en cuanto
sibilidad objetiva, así como la idea del mismo fin final debe ser práctica. Ahora bien : por medio de la ley moral,
está sólo en la razón. Pero la razón práctica de los seres que nos impone ese fin final, tenemos, en el sentido prác­
racionales no sólo da ese fin final, sino que determina tico, es decir, para emplear nuestras fuerzas en su reali­
también ese concepto en consideración de las condiciones zación, un fundamento que nos conduce a admitir la po­
bajo las cuales tan sólo un fin final de la creación puede sibilidad de ese fin final (de su ejecutabilidad) y, por
ser pensado por nosotros. tanto (ya que, sin la adhesión de la naturaleza a una
Ahora bien: hay esta cuestión, a saber, si la realidad condición de esa ejecutabilidad, colocada fuera de nuestro
objetiva del concepto de un fin final de la creación no poder, la realización del fin final sería imposible), tam­
puede ser expuesta de un modo suficiente también para bién en una naturaleza de las cosas que coincida con é'..
Tenemos, pues, un fundamento moral para pensar en ur.
las exigencias teóricas de la razón pura, si bien no apo-
mundo, también un fin final de la creación.
dícticamente para el Juicio determinante, por lo menos
Esto no es aún concluir de la teleología moral a una
suficientemente para las máximas del Juicio reflexionante
teología, es decir, a la existencia de un creador moral
teórico. Esto es lo menos que se le puede exigir a la filo­
del mundo, sino sólo a un fin final de la creación, que es
sofía especulativa, que tiene la pretensión de enlazar el
determinado de esa manera. Ahora bien: que para es¿
fin moral con los fines de la naturaleza por medio de la
creación, es decir, para la existencia de las cosas confor­
idea de un fin único; pero aun ese poco es mucho más, memente a un fin final, deba ser admitido, primero, ub
sin embargo, de lo que ella puede llevar a cabo. ser inteligente; segundo, un ser, no sólo inteligente (com:
374 MANUEL KA NT CRITICA DEL JUICIO — 5

ello es necesario para la posibilidad de las cosas de la realidad objetiva de la idea de Dios como creadzr —
naturaleza que nos vimos obligados a juzgar como fines), del mundo no puede, ciertamente, ser expuesta sók por
sino, al mismo tiempo, moral, como creador del mundo, medio de fines físicos; sin embargo, si el conocimiento i í
por tanto, un Dios, eso es una segunda conclusión que éstos se enlaza con el del fin (1) moral, entonces aquellos
está constituida de tal modo que se ve que se ha sacado fines físicos, en virtud de la máxima de la razón pura
sólo para el Juicio, según conceptos de la razón práctica, que ordena seguir en lo posible la unidad de los princi­
y, como tal, para el Juicio reflexionante y no el determi­ pios, tienen gran importancia para prestar ayuda a la
nante. Pues no podemos tener la pretensión de saber que realidad práctica de aquella idea, por medio de la idea
porque en nosotros la razón moral práctica es, en sus que la razón, en sendo teórico, tiene ya para el Juicio.
principios, esencialmente distinta de la técnico-práctica, Y en esto, para evitar una mala inteligencia que se
deba ser eso también así en la causa suprema del mundo, produce fácilmente, es muy necesario notar, primero: que
cuando se la admite como inteligencia, y que una especie no podemos pensar esos atributos del supremo ser más
particular de causalidad, diferente de la exigida para los que por analogía, pues ¿cómo íbamos a investigar su na­
meros fines de la naturaleza, le sea exigible para el fin turaleza, no pudiéndonos mostrar la experiencia nada se­
final; tampoco podemos saber, por tanto, si tenemos en mejante? Segundo: que por esos atributos no podemos
nuestro fin final un fundamento moral para admitir, no más que pensarlo, pero no conocerlo y atribuírselos en
sólo un fin final de la creación (como efecto), sino también cierto modo, teóricamente, pues esto sería necesario, en
un ser moral como primera base de la creación. Pero po­ un propósito especulativo de nuestra razón, para el Juicio
demos, sin embargo, decir que, según la constitución de determinante, con objeto de considerar lo que sea en si
nuestra facultad de razón, no podemos, de ningún modo, la causa suprema del mundo. Pero aquí no se trata más
hacernos concebibles la posibilidad de una finalidad seme­ que saber qué concepto de él hemos de hacernos, según
jante, referida a la ley moral y a su objeto, como la hay la constitución de nuestras facultades de conocer, y si
en ese fin final, sin un creador y regidor del mundo, que hemos de admitir su existencia para proporcionar igual­
es, al mismo tiempo, legislador moral. mente sólo realidad práctica a un fin que la razón pura
L a realidad de un supremo creador y legislador moral práctica, sin ninguna de esas suposiciones, nos manda a
es, pues, mostrada suficientemente sólo para el uso prác­ priori realizar con todas nuestras fuerzas, es decir, para
tico de nuestra razón, sin determinar teóricamente nada poder pensar como posible sólo un efecto intencionado
en consideración de la existencia del mismo, pues la razón Desde luego, puede ser ese concepto trascendente para la
necesita, para la posibilidad de su fin (que ella nos pro­ razón especulativa; pueden también los atributos que atri­
pone también sin eso, por medio de su propia legislación), buimos al ser, pensados por ellos, usados objetivamente,
una idea mediante la cual el obstáculo, nacido de la in­ encerrar un antropomorfismo; la intención de su uso r.:
capacidad de su ejecución, según el mero concepto de la es tampoco querer determinar su naturaleza, impenetra­
naturaleza, es suprimido (suficientemente para el Juicio ble para nosotros, sino determinarnos nosotros mismcs
reflexionante), y esa idea recibe así una realidad práctica, y nuestra voluntad, según ella. Así como nosotros deno­
aunque carece de todos los medios de proporcionársela minamos una causa según el concepto qjie tenemos de'
para el conocimiento especulativo en el sentido teórico, de efecto (pero sólo en consideración de su relación con éste'.
manera que sirva a la explicación de la naturaleza y a la sin querer por eso determinar interiormente la consti:--
determinación de la causa suprema. Para el Juicio re­ ción de la misma por medio de las propiedades que nos
flexionante teórico demostró la teleología física suficien­ son dadas y conocidas sólo por otras causas semejantes 7
temente, por los fines de la naturaleza, una causa in­
teligente del mundo; para el práctico realiza eso la (1) En los textos falta aquí el sustantivo. Erdmann p r c r iz í
«fin final». Parece convenir mejor «fin », porque se realiza así la
teleología moral, por el concepto de un fin final que está oposición simétrica, pensada entre los fines físicos y el fin moral
obligada, en sentido práctico, a atribuir a la creación. La (N o ta del T .)
37<5 MANUEL VÍANT CRÍTICA DEL JUICIO

por medio de la experiencia; así como, por ejemplo, atri­


buimos al alma, entre otras fuerzas, una vvm locomotivam, N O T A
porque realmente se dan movimientos en el cuerpo que
tienen su causa en su representación, sin querer por eso Esta prueba moral no es un argumento nuevamente
atribuirle la única manera que tenemos de conocer fuerzas inventado, sino en todo caso nuevamente aclarado, pues
motrices (a saber: tracción (1 ), presión, choque, movi­ antes del primer brote de la facultad humana de la razón,
miento que supone siempre un cuerpo extenso), de igual estaba ya puesto en ella, y con la cultura en progresión
modo tendremos que admitir algo que encierre el funda­ no hace más que desarrollarse. En cuanto empezaron los
mento de la posibilidad y de la realidad práctica, es decir, hombres a reflexionar sobre lo justo e injusto, en un tiem­
de la ejecutabilidad de un fin final moral necesario; pero po en que apartaban aún con indiferencia la vista de la
este algo podremos pensarlo, según la constitución del finalidad de la naturaleza, usándola sin pensar en ella
efecto que de él se espera, como un ser sabio que domina nada más que el curso habitual de la naturaleza, debió
el mundo por leyes morales, y, según la constitución de inevitablemente encontrarse este juicio, a saber, que no
nuestras facultades de conocer, tendremos que pensarlo puede, a la postre, venir a ser igual que un hombre se
como la causa de las cosas, distinta de la naturaleza, para haya portado recta, o injusta o violentamente, aunque
expresar tan sólo la relación de un ser que supera todas hasta el final de su vida no haya encontrado, por lo menos
nuestras facultades de conocer con el objeto de nuestra visiblemente, felicidad alguna por sus virtudes, castigo
razón práctica, sin atribuirle por eso, teóricamente, sin alguno por sus crímenes. Es como si oyeran dentro de sí
embargo, la única causalidad de esa especie conocida por esta voz: tiene que ocurrir de otro modo. Por tanto, tenían
nosotros, a saber, un entendimiento y una voluntad; más que tener, aunque oscuramente, la representación de algo
aún: sin querer siquiera distinguir en ese ser mismo, ob­ que se sentían obligados a perseguir, y con lo cual aquel
jetivamente, la causalidad pensada en él, en consideración resultado no se dejaba de ningún modo concertar, o con
de lo que 'para nosotros es fin final, de la causalidad en lo cual no sabían unir, a su vez, aquella interior deter­
consideración de la naturaleza (y sus determinaciones de minación final de su espíritu, cuando hubieron considerado
fin, en general), sino admitiendo esa diferencia sólo como una vez el curso del mundo como el único orden de las
subjetivamente necesaria para la constitución de nuestra cosas. Ahora bien: el modo como una irregularidad se­
facultad de conocer, y valedera para el Juicio reflexio­ mejante pudiera rectificarse (irregularidad que debe ser
nante, pero no para el objetivamente determinante. Cuan­ mucho más irritante para el espíritu humano que el azar
do se trata, empero, de lo práctico, un principio regula­ ciego que se quería poner como principio a la base del
tivo (para la prudencia o sabiduría) como el siguiente: juicio de la naturaleza) han podido representárselo de
obrar en conformidad con aquello, considerado como un mil maneras, más o menos groseras; sin embargo, no po­
fin, que, según la constitución de nuestras facultades de dían pensar nunca otro principio de la posibilidad de la
conocer, no puede ser pensado como posible por nosotros unión de la naturaleza con su ley moral interior, que una
más que de cierta manera, es, al mismo tiempo, un prin­ causa suprema que domina el mundo por leyes morales,
cipio constitutivo, es decir, práctico determinante, mien­ porque un fin final en ellos propuesto como un deber, y
tras que el mismo principio, como principio para juzgar una naturaleza fuera de ellos sin fin final alguno, en la
la posibilidad objetiva de las cosas, no es, de ningún modo, cual, sin embargo, debe realizarse aquel fin, están en con­
teórico determinante (a saber, que corresponda al objeto tradicción. Sobre la constitución interna (1) de aquella
también la única especie de posibilidad que corresponde causa del mundo, pudieron, desde luego, inventar más de
a nuestra facultad de pensar), sino un principio mera­ un absurdo; pero aquella relación moral en el regimiento
mente regulativo para el Juicio reflexionante.
(1) La palabra «interna» no está en la primera edición. (iV. del
(1) Esta palabra falta en la primera edición. (N . del T .) Traductor.)
378 MANUEL K ANT CRÍTICA DEL JUICIO 379
del mundo siguió siempre siendo la misma relación que Pues si a la vanidad o al descomedimiento del que ra­
para la razón no cultivada, en cuanto se considera a sí zona, en consideración de lo que está por encima del mun­
propia como práctica, es universalmente comprensible, y, do sensible, se le concede el poder de determinar lo más
en cambio, la razón especulativa no puede, con mucho, mínimo teóricamente (de un modo que extienda el co­
marchar al mismo paso que la práctica. También, según nocimiento), si se le permite hacer ostentación de sus
toda verosimilitud, por medio de ese interés moral se conocimientos sobre la existencia y la constitución de la
excitó primeramente la atención hacia la belleza y hacia naturaleza divina, de su entendimiento y de su voluntad,
los fines de la naturaleza, que sirvió después admirable­ así como de las leyes de estas dos facultades y de las
mente para reforzar aquella idea, pero no para funda­ propiedades que de ellas se derivan en el mundo, entonces
mentarla, y menos aún podía hacer superfluo aquel in­ quiero saber dónde y en qué sitio se van a limitar las
terés, porque la investigación misma de los fines de la pretensiones de la razón, pues del origen de donde pro­
naturaleza, sólo en relación con el fin final, recibe aquel vengan esos conocimientos, de allí mismo pueden esperarse
interés inmediato que se muestra en tal alto grado en la aún más (para ello basta, según se cree, poner en tensión
admiración de la misma, sin que se atienda a provecho la reflexión). Limitar esas pretensiones debía, sin em­
alguno que se pueda sacar de ella. bargo, hacerse según un cierto principio, y no solamente
por el motivo de que encontramos que todos los ensayos
hechos con ellas han fallado hasta aquí, pues esto no
§ 89 demuestra nada contra la posibilidad de un éxito mejor.
Pero aquí no hay más principio posible que o admitir
De la utilidad del argumento moral que, en consideración de lo suprasensible, no se puede
absolutamente determinar nada teóricamente (como no
La razón, en consideración de todas nuestras ideas de sea una mera negación), o que nuestra razón encierra en
lo suprasensible, está limitada por las condiciones de su sí una mina, aún inexplotada, de no sé qué grandes co­
uso práctico; esa limitación tiene, en lo que se refiere a nocimientos amplificadores, conservados para nosotros y
la idea de Dios, la utilidad innegable de impedir que la nuestros sucesores. Pero en lo que toca a la religión, es
teología se remonte a la teosofía (a conceptos trascen­ decir, a la moral en relación con Dios como legislador, si
dentes propios para sumir la razón en el error) o se el conocimiento teórico de Dios debiera precederle, debe­
rebaje a la demonología (una manera antropomórfica de ría la moral regirse según la teología, y no sólo haber
representarse el ser supremo), y que la religión caiga en introducido una legislación exterior y caprichosa de un
teurgia (ilusión mística de poder tener el sentimiento de ser supremo, en lugar de una interior necesaria de la
otros seres suprasensibles y, a su vez, de poder influir razón, sino que también en ella todo lo que tuviera de
en ellos) o en idolatría (ilusión supersticiosa de poderse defectuoso nuestro conocimiento de la naturaleza de Dios
hacer agradable al ser supremo por otros medios que por se extendería al precepto moral y trastornaría las cosas,
una disposición moral) (1). haciendo la religión inmoral.
En lo que se refiere a la esperanza de una vida futura,
(1) Idolatría, en el sentido práctico, es siempre aquella religión
si en lugar del fin final que, según el precepto de la ley
que piensa el ser supremo con atributos según los cuales alguna otra moral, tenemos que perseguir, preguntamos a nuestra fa­
cosa además de la moralidad, pueda ser la condición conveniente cultad de conocer teórica cuál es el hilo conductor del jui­
para estar de acuerdo con su voluntad en lo que el hombre puede cio de razón para nuestra determinación (el cual, por
hacer. Pues por muy puramente y libre de toda imagen sensible que
se haya comprendido aquel concepto, en el sentido teórico, sin em­ tanto, sólo en la relación práctica es considerado como
bargo, en el práctico es siempre, en aquel caso, representado como necesario o digno de ser admitido), entonces la teoría del
un ídolo, es decir, antropomórficamente según la constitución de su alma, a este propósito, así como más arriba la teología,
voluntad.
no nos da más que un concepto negativo de nuestro ser
380 MANUEL K ANT CRITICA DEL JUICIO 381

pensante, a saber, que ninguna de las causas de éste y tienda a la convicción, es decir, que el fundamento de
ninguno de los fenómenos del sentido interior puede ser prueba o la conclusión no sea sólo una base subjetiva (es­
explicado de un modo materialista; por tanto, que sobre tética) que determine la aprobación (mera apariencia),
su naturaleza separada y la duración o extensión de su sino que sea objetivamente valedera y una base lógica del
personalidad después de la muerte no nos es absolutamen­ conocimiento, pues si no, el entendimiento es sorprendido,
te posible fallar juicio alguno exterior determinante, con pero no convencido. A esta clase de prueba aparente per­
fundamentos especulativos, por medio de nuestra facultad tenece aquella que, quizá con un buen propósito, pero, sin
de conocer teórica en su totalidad. Como todo aquí perma­ embargo, con deliberado encubrimiento de sus flaquezas,
nece abandonado al juicio teleológico de nuestra existen­ se da en la teología natural cuando se invoca la gran
cia, en un sentido práctico-necesario, y a la admisión de cantidad de argumentos en favor de un solo origen de las
nuestra posterior duración, como la condición que se exige cosas de la naturaleza, según el principio de los fines, y
para el fin final que la razón nos propone absolutamente, se hace uso del fundamento meramente subjetivo de la
resulta que se muestra aquí al mismo tiempo una ventaja razón humana, a saber, esa su inclinación a admitir un
(que, ciertamente, a primera vista, parece ser pérdida), la solo principio, en lugar de muchos, donde ello puede ocu­
de que, así como la teología no puede nunca venir a ser, rrir sin contradicción, y esa tu tendencia a pensar por
para nosotros, una teosofía, de igual modo la 'psicología añadidos, mediante un complemento arbitrario, las exi­
racional no puede venir a ser nunca neumatología, como gencias que faltan para completar el concepto de la cosa,
ciencia extensiva, como igualmente también está asegu­ cuando en el principio no se encuentran más que algunas
rada, por otra parte, de no caer en el materialismo, sino o hasta muchas, pero no todas las exigencias para la de­
que es más bien mera antropología del sentido interior, terminación del concepto. En efecto, desde luego, ya que
es decir, conocimiento de nuestro yo pensante en la vida, encontramos en la naturaleza tantos productos, que son
y sigue siendo meramente empírica, como conocimientc para nosotros señales de una causa inteligente, ¿por qué
teórico, en cambio, la psicología racional, en lo que se no hemos de pensar, en lugar de muchas de esas causas,
refiere a la cuestión de nuestra eterna existencia, no es más bien una sola, y en ella, no solamente un gran enten­
una ciencia teórica, sino que descansa sobre una conclu­ dimiento, una gran fuerza, y así sucesivamente, sino más
sión única de la teleología moral, así como su uso todo no bien omnisciencia, todo poder? En una palabra, ¿por qué
es necesario más que a esta última, para nuestra deter­ no hemos de pensar esa causa como la que encierra el
minación práctica. fundamento de esas propiedades, suficiente para todas
las cosas posibles? ¿Por qué no atribuir a ese ser pri­
§ 90 mero, único y todopoderoso, no sólo entendimiento para
las leyes y los productos de la naturaleza, sino también
De la clase de aquiescencia que se da a una prueba suprema razón práctica moral, como causa moral del mun­
teleológica (1) de la existencia de Dios do, puesto que, por medio de este perfeccionamiento del
concepto, se da un principio suficiente en conjunto, tanto
Para toda prueba, condúzcase ésta por una exposición para el conocimiento natural como para la sabiduría mo­
empírica inmediata de lo que se debe demostrar (como ral, y puesto que no se puede alzar contra la posibilidad
en la prueba por observación del objeto o experimento), de una idea semejante ninguna crítica, sólo en cierto modo
o condúzcase por la razón, a priori, en principios, se exige fundada? Pónganse aquí, al mismo tiempo, en movimien­
que produzca, no persuasión, sino convicción, o al menos to los resortes morales del espíritu, y añádaseles un inte­
rés vivo de este último, unido con fuerza oratoria (que
bien lo merecen), y se produce entonces una persuasión
(1) Kant dice «m oral», en vez de «teleológica». La corrección,
hecha por Rosenkranz, la han admitido todos los demás editores. La de la validez objetiva de la prueba y (en la mayoría de les
traducción francesa de Barni conserva el «m oral». (N . del T .) casos en que se usa ésta) una ilusión saludable, que se
382 MANUEL K ANT CRITICA DEL JUICIO 383

alza por encima de todo examen de la agudeza lógica de es decir, encierra en sí sólo fundamentos objetivos para
la prueba, y hasta lleva consigo horror y repugnancia con­ ello, los cuales, aunque no alcanzan la seguridad, sin em­
tra tal examen, como si éste tuviera a su base una duda bargo, son de tal especie que no sirven sólo de fundamen­
impía. Ahora bien: contra esto no hay nada que decir en tos subjetivos del juicio para la persuasión.
cuanto se toma propiamente en consideración la utilidad Todos los fundamentos teóricos de prueba se encami­
popular. Pero como, sin embargo, la división de esa prue­ nan: o bien l.°, a la prueba por conclusión de la razáti
ba en las dos partes desiguales que contiene ese argu­ estrecha y lógica; o bien, cuando no hay tal, 2.°, a la
mento, a saber, lo que pertenece a la teleología física y conclusión por analogía; o bien, si ésta no tiene lugar,
lo que pertenece a la moral, no puede ni debe dejarse de 3.°, a la opinión verosímil, o finalmente, y esto es lo me­
hacer, puesto que la mezcla de ambas partes impide reco­ nos, 4.°, a la admisión de un mero fundamento posible
nocer dónde está propiamente el nervio de la prueba y de explicación como hipótesis. Ahora bien: yo digo que
en qué parte y cómo debería ser preparada para poder ninguno de los fundamentos de prueba, en general, que
defender sólidamente su validez contra el examen más pe­ buscan una convicción teórica, puede producir una aquies­
netrante (aun cuando en una de las partes tuviera que cencia de ese género, desde el más alto al más bajo grado
verse uno precisado a reconocer las flaquezas de nuestro de la misma, si debe ser demostrada la proposición de la
conocimiento por la razón), resulta, pues, que es un deber existencia de un ser primero, como un Dios, en la signi­
para el filósofo (aun suponiendo que éste no contara para ficación adecuada al contenido todo de este concepto, a
nada la exigencia de la sinceridad) descubrir esa ilusión, saber, como un creador moral del mundo, y, por tanto,
por muy saludable que sea, que puede producir una con­ de tal modo que por él, al mismo tiempo, sea dado el fin
fusión semejante y separar lo que sólo pertenece a la final de la creación.
persuasión de lo que conduce a la convicción (ambas son 1. ° En lo que se refiere a la prueba lógicamente-co­
diferentes determinaciones de la aprobación, no sólo se­ rrecta, que pasa de lo universal a lo particular, se ha
gún el grado, sino incluso según la especie), para exponer mostrado suficientemente en la Crítica que como ninguna
la concepción del espíritu en esta prueba abiertamente y intuición posible para nosotros corresponde al concepto
en toda su pureza, y poder someter la prueba franca­ de un ser que hay que buscar fuera de la naturaleza, y
mente al examen más severo. como, por tanto, ese concepto mismo, en cuanto debe ser
Pero una prueba que quiere producir convicción puede, determinado teóricamente por medio de predicados sin­
a su vez, ser de dos maneras: o deberá decidir lo que e) téticos, sigue siendo siempre problemático para nosotros,
objeto sea en sí, o lo que sea para nosotros (hombres, en resulta que no hay, absolutamente, conocimiento alguno
general), según los principios de razón que nos son nece­ del mismo (por medio del cual la extensión de nuestro
sarios para juzgar (una prueba x a r’ áX7¡0eiax, o bien xar* saber teórico se viese aumentada en lo más mínimo), y
áv0pc<j7rov, tomando esta última palabra en significación bajo los principios universales de la naturaleza de las
universal, como hombres en general). En el primer caso cosas, no puede subsumirse, de ningún modo, el concepto
se funda la prueba en principios suficientes para el Juicic particular de un ser suprasensible, para concluir de aque­
determinante; en el segundo, sólo para el reflexionante. llos principios a este ser, porque aquellos principios nc
En el segundo caso, si descansa en meros principios teóri­ valen más que para la naturaleza como objeto de los sen­
cos, no puede efectuar nunca la convicción; pero si pone tidos.
a su base un principio práctico de la razón (el cual, por 2. ° De dos cosas heterogéneas, puede pensarse, desde
tanto, tiene un valor universal y necesario), entonces luego, una, precisamente en el punto de su heterogeneidac,
puede bien pretender a una convicción suficiente en el según una analogía (1) con la otra; pero no se pueie
punto de vista puramente práctico, es decir, a una convic­
(1) Analogía (en significación cualitativa) es la identidad ce !■
ción moral. Una prueba, empero, tiende a la convicción, relación entre fundamentos y consecuencias (causas y efectos
sin convencer, cuando está llevada sólo por ese camino. cuanto tiene lugar prescindiendo de la diferencia específica de
CRÍTICA DEL JUICIO 385
384 MANUEL KANT
llamado Estado. De igual modo, la causalidad del ser pri­
concluir por analogía de la una a la otra en aquello en mero, en consideración de las cosas del mundo como
que son heterogéneas, es decir, transportar de una a otra fines de la naturaleza, podemos pensarla por analogía cor
esa característica de la diferencia específica. Así, puedo el entendimiento, como fundamento de las formas de cier­
pensar la comunidad de los miembros de un ser común, tos productos que llamamos obras de arte (pues esto ocu­
según \as xeg\as, fiéV fifcx^ihfc, ^ox maXo&va eon \a ley de rre sólo para el uso teórico o práctico de nuestras facul­
la igualdad de la acción y la reacción en la recíproca tades de conocer, que tenemos que hacer de ese concepto,
atracción y repulsión de los cuerpos unos a otros; pero según un ciexYo pxmcxpxo, en xcnsxúex^exéxv fie eoeús
específicas (la atracción y repulsión
\ ^ero áe\ hecho de que en­
materiales) no puedo transportarlas a aquélla comunidad
y atribuirlas a los ciudadanos para constituir un sistema tre seres del mundo hay que atribuir entendimiento a ''a
causa de un efecto juzgado como artificial no podemcs.
de ningún modo, concluir, por analogía, que también a"
cosas o de a q u e lla s c u a lid a d e s e n s í q u e c o n t i e n e n e l f u n d a m e n t o d e ser que es totalmente distinio de la naturaleza le corres­
consecuencias semejantes (es decir, consideradas fuera de esa rela­
ción). De ese modo, para las acciones artísticas de los animales, ponda, en consideración de la naturaleza misma, preci­
comparadas con las de los hombres, pensamos el fundamento desco­ samente esa misma causalidad que nosotros percibimos en
nocido p a r a n o s o t r o s d e e s o s efectos, en los primeros, como un análo­ el hombre, porque esto se refiere precisamente -al punto
go de la razón, apoyándonos para ello en el fundamento conocido
de los efectos semejantes en los hombres, y queremos, al mismo de la heterogeneidad pensada entre una causa condicio­
tiempo, indicar con eso que el fundamento de la facultad artística ( * ) nada sensiblemente, en consideración a sus efectos y el
de los animales, con la denominación de instinto, es, en realidad, ser primero suprasensible, en el concepto mismo de este
específicamente distinto de la razón/ aunque tiene una relación seme­
jante con el efecto (comparando el edificio que levanta el castor con último, y, por tanto, no puede ser transportado a este
el que levanta el hombre). De eso, de que el hombre, para su edificio, último. Precisamente en que debo pensar la causalidad
necesita razón, no puedo concluir que el castor tenga que tener tam­ divina sólo por analogía con un entendimiento (facultad
bién razón, y ilamar eso una c o n c lu s ió n , por analogía. Pero del modo que no conocería en ningún otro ser más que en el hom­
semejante de efectuar de los animales (cuyo fundamento no podemos
percibir inmediatamente), comparado con el de los hombres (de que bre condicionado sensiblemente), precisamente en eso está
tenemos inmediata conciencia), podemos, con toda corrección, con­ la prohibición de atribuirle ese entendimiento en la sig­
cluir, p o r a n a lo g ía , que los animales también obran según r e p r e s e n nificación propia (1 ).
t a c io n e s (no son, como quiere Descartes, máquinas), y, prescindiendo
de su diferencia específica, son, sin embargo, idénticos a los hom­ 3.° No se opina en los juicios a priori; por medio de
bres, según el género (como seres vivos). El principio que nos da éstos, o se conoce algo como absolutamente cierto, o no
el derecho de hacer esa conclusión está en la identidad del funda­ se conoce nada. Pero aun cuando los fundamentos dados
mento, para contar en un mismo género los animales, en conside­
ración de la determinación pensada, y los hombres como hombres, en en la prueba, y de los cuales partimos, sean empíricos
cuanto comparamos los unos con los otros exteriormente, según sus (como aquí los fines en el mundo), con ellos, sin embargo,
acciones. Aquí hay p a r r a t i o . De igual modo, la causalidad de la no se puede opinar nada por encima del mundo sensible,
causa suprema del mundo, comparando los productos finales de la
misma en el mundo con las obras de arte del hombre, puedo pen­ y no se puede conceder a tales audaces juicios la más
sarla según la analogía de un entendimiento, pero no c o n c l u i r por mínima pretensión a verosimilitud. Pues verosimilitud es
analogía a esas cualidades en el ser supremo, porque aquí el prin­ una parte de una certeza posible en una cierta serie de
cipio de la posibilidad de esa manera de conclusión falta precisa­ fundamentos (los fundamentos de la misma se comparan
mente, a saber, la p a v it a s r a t i o n i s , que permitiría contar al ser su­
premo con el hombre (en consideración de la causalidad de ambos) con el suficiente, como las partes con un todo), y hay que
en uno y el mismo género. La causalidad de los seres del mundo, poder completar ese fundamento insuficiente. Pero como
que siempre es condicionada sensiblemente (así lo es la causalidad
por el entendimiento), no puede ser referida a un ser que no tiene
en común con el ser del mundo más que el de una cosa en general. (1 ) Aquí no sabemos que falte lo más mínimo a la representación
de la relación de ese ser con el mundo, tanto en lo que se refiere a
las consecuencias teóricas como a las consecuencias prácticas de ese
( ° ) Apenas si hay que advertir que aquí artística significa sólo la cua­ concepto. Querer investigar lo que sea en sí, es una curiosidad tan
lidad de una acción o de una producción adecuada, intencionadamente con
un fin, y que no tiene nada que ver con la estética. ( N . de l T . ) vana como falta de objeto.
3g6 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 38?

esos fundamentos, como fundamento de determinación de algo no sensible, que encierra el último fundamento del
la certeza de uno y el mismo Juicio, han de ser homo­ mundo sensible, fundamento que no constituye tampoco
géneos, pues de otro modo, no constituirían juntos una conocimiento alguno (como extensión del concepto) de su
magnitud (que tal es la certeza), resulta que no puede constitución interior.
estar una parte de ellos dentro de los límites de la expe­
riencia posible y otra parte fuera de toda experiencia § 91
posible. Por tanto, como los fundamentos de prueba me­
ramente empíricos, no conducen a nada suprasensible, y De la* clase de aquiescencia producida por una fe práctica
como no puede tampoco la falta, en la serie de los mismos,
ser completada con nada, resulta que en el ensayo de al­ Cuando no consideramos más que el modo cómo algo
canzar por ellos lo suprasensible y un conocimiento del puede ser para nosotros (según la constitución subjetiva
mismo, no se realiza la más pequeña aproximación y, por de nuestras facultades de representación) objeto de cono­
tanto, tampoco verosimilitud alguna en un juicio sobre lo cimiento (res cognoscibilis), entonces se comparan los
suprasensible, basado en argumentos sacados de la ex­ conceptos, no con los objetos, sino sólo con nuestras facul­
periencia. tades de conocer y con el uso que éstas pueden hacer de
4.° La posibilidad de lo que debe servir de hipótesis las representaciones dadas (con propósito teórico o prác­
para la explicación de la posibilidad de un fenómeno dado, tico), y la cuestión de saber si algo es un ser cognoscible
debe, al menos, ser completamente cierta. Es bastante que o no, es una cuestión que se refiere, no a la posibilidad
en una hipótesis renuncie yo al conocimiento de la reali­ de las cosas mismas, sino a nuestro conocimiento de ellas.
dad (que se afirma todavía en una opinión adelantada como Ahora bien, las cosas cognoscibles son de tres clases:
verosímil); más no puedo sacrificar; la posibilidad de lo cosas de la opinión (opinabile), hechos (scibile) y cosas
que pongo a la base de una explicación debe, al menos, no de la fe (mere credibüej:
estar puesta en duda, porque, de otro modo no tendrían l.° Los objetos de las meras ideas de la razón, que no
fin las vanas fantasías tejidas por el espíritu. Pero ad­ pueden ser expuestos de ningún modo para el conocimien­
mitir la posibilidad de un ser suprasensible, determinado to teórico en ninguna experiencia posible, son, por tanto,
según ciertos conceptos, sería una suposición totalmente cosas totalmente incognoscibles; por tanto, en conside­
gratuita, pues no es dada para ello ninguna de las con­ ración a ellas, no se puede ni siquiera opinar; además,
diciones que se exigen en un conocimiento según lo que opinar, a priori, es ya en sí absurbo, y es el camino que
en él descansa en intuición y, por tanto, sólo queda como lleva directamente a las fantasías tejidas por el cerebro.
criterio de esa posibilidad el mero principio de contra­ Nuestra proposición a priori es, pues, o cierta, o no en­
dicción (que no puede demostrar nada más que la posibi­ cierra absolutamente nada que la haga digna de aquies­
lidad del pensar, pero no la del objeto mismo pensado). cencia. Así, pues, las cosas de la opinión son siempre obje­
El resultado de esto es que de la existencia del ser pri­ tos de un conocimiento, de una experiencia, por lo menos,
mero como divinidad, o de la del alma como espíritu in­ posible en sí (objetos del mundo sensible), pero que sólo
mortal, no es posible, para la razón humana, absoluta­ por causa del grado de la facultad que poseemos es impo­
mente prueba alguna en el sentido teórico, ni aun con el sible para nosotros. Así, el éter de los físicos modernos,
objeto de producir sólo el más mínimo grado de aquies­ gas elástico que penetra todas las demás materias (por
cencia, y esto, por el motivo, muy comprensible, que no tanto, mezclado íntimamente con ellas), es una mera cosa
existe materia alguna en la que podamos determinar la de la opinión; sin embargo, siempre de tal especie, que
idea de lo suprasensible, teniendo que tomar esa materia si los sentidos externos fueran agudizados en sumo grado,
de las cosas del mundo sensible; semejante materia no es, podría ser percibido, pero nunca puede ser expuesto en
de ningún modo, adecuada a aquel objeto y, sin determi­ observación o experimento alguno. Admitir habitantes ra­
nación alguna de él, no queda más que el concepto de cionales en otros planetas es una cosa de la opinión, pues
388 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 359

si pudiéramos acercarnos a ellos, lo cual es en sí posible, una especie particular de causalidad (cuyo concepto sería
decidiríamos, por experiencia, si hay o no tales habitantes, trascendente en el sentido teórico), se deja exponer por
pero nunca llegaremos a suficiente distancia, y así queda leyes prácticas de la razón pura, y, conforme a ellas, en
esto opinable. Pero opinar que haya espíritus puros, que acciones reales; por tanto, en la experiencia. En la única
piensan, sin cuerpo, en el universo material (rechazando, idea, entre todas las de la razón, cuyo objeto es un hecho
como es natural, algunos fenómenos reales (1) que se y debe ser contado entre los scibilia.
quieren hacer pasar por tales espíritus), se llama fan­ 3.° Los objetos, que en relación con el uso, conforme
tasear, y esto no es cosa alguna de la opinión, sino lina al deber, de la razón pura práctica (sea como consecuen­
idea que nos queda cuando se le quita a un ser pensante cia, sea como fundamentos), deben ser pensados a priori,
todo lo material, y, sin embargo, se le deja aún el pensar. pero que son trascendentes para el uso teórico de la razón,
Pero si queda realmente, entonces, esto último (que sólo son meras cosas de fe. Tal es el simo bien que hay que
conocemos en el hombre, es decir, en relación con un realizar en el mundo por la libertad; su concepto no puede
cuerpo), es cosa que nosotros no podemos decidir. Una ser demostrado, según su realidad objetiva, en ninguna
cosa semejante es ser construido por la razón (ens ratio- experiencia posible para nosotros, por tanto, suficiente­
nis ratiocinantis) , pero no un ser de razón (ens rationis mente para el uso teórico de la razón, pero su uso es
ratiocinatae). De este último es, sin embargo, posible prescrito, sin embargo, por la razón pura práctica para
exponer la realidad objetiva, al menos suficientemente la realización mejor posible de ese fin (1), y, por tanto,
para el uso práctico de la razón, porque ese uso, que se debe admitir como posible. Ese efecto prescrito, así
tiene sus principios propios y apodícticamente ciertos como las condiciones únicas pensables para nosotros de su
a priori, lo exige inclusive (lo postula). posibilidad, a saber, la existencia de Dios y la inmorta­
2.° Los objetos de conceptos cuya realidad objetiva lidad del alma, son cosas de fe (res fidei), y son, por
puede ser demostrada (sea por la razón pura o por la cierto, los únicos de todos los objetos, que pueden llevar
experiencia, y en el primer caso por datos teóricos o prác­ ese nombre (2). Pues aunque lo que podemos aprender
ticos y en todos casos, empero, por medio de una intuición por medio de la experiencia de otros, por testimonios, de­
que les corresponda) son hechos (res facti) (2 ). Tales son bemos creerlo, no por eso es esto en sí cosa de fe, pues
las propiedades matemáticas de las magnitudes (en la geo­ para uno de esos testigos fue experiencia propia y hecho,
metría), porque son capaces de una exposición a priori o se supone que lo fue. Además, tiene que ser posible con­
para el uso teórico de la razón. Igualmente son también seguir saber por ese camino (la creencia histórica), y los
hechos cosas o propiedades de las cosas que pueden ser objetos de la historia y de la geografía (3), como todo,
expuestas por medio de la experiencia (experiencia pro­ en general, lo que es al menos posible saber según la cons­
pia, o de otros, mediante los testimonios). Pero, cosa muy titución de nuestras facultades de conocer no pertenece
notable, encuéntrase incluso una idea de la razón (que en a las cosas de fe, sino a los hechos. Sólo objetos de la
sí no es capaz de exposición alguna, y, por tanto, tampoco razón pura pueden en todo caso ser cosas de fe, pero no
de prueba alguna teórica de su posibilidad) entre los (1) En la primera edición dice «... para el uso teórico de la razón,
hechos y ésta es la idea de la libertad, cuya realidad, como pero es prescrito, sin embargo, por la razón pura práctica, y, por
tanto, se debe admitir, etc...» (N . del T .)
(2) Pero las cosas de fe no por eso son artículos de fe, si se
(1 ) La palabra «reales» falta en la primera edición. ( N . del T .) entiende por estos últimos cosas de fe a cuyo reconocimiento (in­
(2) Amplifico aquí, con razón, a mi parecer, el concepto de hecho terior o exterior) se puede ser obligado; nada de eso contiene la
más allá de la significación corriente de este vocablo. Pues no es teología natural. Pues como, en cuanto son cosas de fe (igual que
necesario, ni siquiera factible, limitar esa expresión a la experien­ ds hechos), no pueden fundarse en pruebas teóricas, sólo una libre
cia real, cuando se trata de la relación de las cosas con nuestras aquiescencia, y aun sólo como tal, es enlazable con la m oralidad del
facultades de conocer, porque una experiencia meramente posible es sujeto.
ya suficiente para hablar de ellos meramente como objetos de un (3) « Y de la geografía» es un añadido de la segunda y tercera
determinado modo de conocer. edición. (N . del T .)
390 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO Z91

como objetos de la mera razón pura especulativa, pues sis adecuada a nuestra razón. Ahora bien: aquella teleo­
en ésta no pueden, con seguridad contarse ni siquiera logía no conduce, de ningún modo, a un concepto determi­
entre las cosas, es decir, los objetos de ese conocimiento nado de Dios, que solamente, en cambio, se encuentra en
posible para nosotros. Son ideas, es decir, conceptos a los el concepto de un creador moral del mundo, porque éste
cuales no se puede asegurar teóricamente la realidad sólo da el fin final, dentro del cual sólo nos podemos con­
objetiva. En cambio, el supremo fin final que tenemos tar, comportándonos en conformidad con lo que la ley
que realizar, aquello mediante lo cual solamente podemos moral nos propone, y, por tanto, nos ordena como fin final.
llegar a ser dignos de ser nosotros mismos fin final de Por consiguiente, el concepto de Dios, sólo por la relación
una creación, es una idea que tiene para nosotros reali­ con el objeto de nuestro deber, como condición de la posi­
dad objetiva en el sentido práctico, es una cosa; pero por bilidad de alcanzar el fin final del mismo, recibe la ventaja
eso, porque a ese concepto, en el sentido teórico, no pode­ de tener en nuestra aquiescencia el valor de una cosa de
mos proporcionarle realidad objetiva, es una mera cosa fe ; en cambio, el mismo concepto no puede, sin embargo,
de fe de la razón pura, y con ello, al mismo tiempo, son hacer valer su objeto como un hecho, porque aunque la
Dios y la inmortalidad las condiciones bajo las cuales tan necesidad del deber está clara para la razón práctica, sin
sólo podemos, según la constitución de nuestra razón (la embargo, la consecuencia del fin final del mismo, en cuan­
humana), pensar la posibilidad de aquel efecto del uso de to no está éste del todo en nuestro poder, no es necesaria
nuestra libertad conforme a la ley. L a aquiescencia, em­ prácticamente, como el deber mismo, sino sólo admitida
pero, en cosas de fe es una aquiescencia desde el punto para el uso práctico de la razón (1 ).
de vista práctico, es decir, una fe moral que no demues­
tra nada para el conocimiento de la razón pura teórica, (1) El fin final que la ley moral nos propone perseguir no es el
sino sólo para el de la práctica, enderezada a la ejecución I fundamento del deber, pues éste está en la ley moral que, como
de sus deberes, ni extiende en nada la especulación o las principio formal práctico, dirige categóricamente, prescindiendo de
I los objetos de la facultad de desear (la materia de la voluntad), por
reglas prácticas de prudencia, según el principio del amor I tanto, de todo fin. Esa constitución formal de mis acciones (subor-
propio (1). Si el principio supremo de todas las leyes I di nación de las mismas, bajo el principio del valor universal), en la
morales es un postulado, entonces, al mismo tiempo, la I cual solamente consiste su valor moral interno, está totalmente en
posibilidad de su objeto supremo, y, por tanto, también nuestro poder, y puedo hacer totalmente abstracción de la posibilidad
I o de la inejecutabilidad de los fines que estoy obligado a perseguir,
la condición dentro de la cual podemos pensar esa posi­ I en conformidad con esa ley (porque en ellos sólo está el valor ex-
bilidad, está también postulada con ello. Esto, empero, no I terno de mis acciones), como de algo que no está nunca totalmente
hace del conocimiento de estas últimas ni un saber ni una I en mí poder, para mirar sólo a lo que es de mi hacer. Pero el pro-
I pósito de perseguir el fin final de todos los seres razonables (felicidad,
opinión sobre la existencia y la constitución de esas con­ I en cuanto es posible, en armonía con el deber) es propuesto precisa-
diciones, como modo teórico del conocimiento, sino mera I mente por la ley del deber. Pero la razón especulativa no ve ab-
admisión en relación práctica, y, además, prescrita para I solutamente su ejecutabilidad (ni por el lado de nuestra propia
el uso moral de nuestra razón. I facultad física, ni por el de la colaboración de la naturaleza); más
I bien, en cuanto podemos juzgar razonablemente, tiene que conside-
Aunque pudiéramos fundar, aparentemente, en los fines I rar como infundada y vana, aunque bien intencionada, la esperanza
de la naturaleza, que la teleología física nos presenta en I de poder admitir, sin Dios ni inmortalidad, de la mera naturaleza
masa tan grande un concepto determinado de una causa I (dentro y fuera de nosotros), un éxito semejante de nuestra buena
inteligente del mundo, la existencia de ese ser no sería, I conducta, producido por aquellas causas, y si pudiera la razón tener
I completa seguridad en aquel juicio, tendría que considerar la ley
sin embargo, cosa de fe. Pues como ese ser se admite no I moral misma como mera ilusión de nuestra razón en el sentido
para el cumplimiento de mi deber, sino sólo para la ex­ I práctico. Pero como la razón especulativa se convence totalmente
plicación de la naturaleza, sería sólo la opinión e hipóte- I de que esto último no puede ocurrir y en cambio, ¡de que aquellas
I ideas cuyo objeto está por encima de la naturaleza, pueden ser
I pensadas sin contradicción, tendrá, pues, que admitir como reales
I aquellas ideas para su propia ley moral y la tarea planteada por
(1) Desde «o las reglas prácticas...» fue añadido en la segunda I ellas, es decir, en el sentido moral, para no caer en contradicción
edición. (N . del T .) I consigo misma.
392 MANUEL KAN!
CRITICA DEL JUICIO
393
L a fe (como habitus no como actus) es el modo moral
de pensar de la razón, cuando muestra su aquiescencia la moralidad), sino que vacila entre las órdenes prácticas
a aquello que es inaccesible para el conocimiento teórico. y las dudas teóricas. Ser incrédulo significa atenerse a la
Es, pues, el principio constante del espíritu que lo que es máxima de no creer, en general, los testimonios; pero
necesario presuponer como condición de la posibilidad descreído es el que niega a esas dos ideas de la razón toda
del supremo fin final moral hay que admitirlo como ver­ validez porque les falta una fundament ación teórica de su
dadero, por la obligación que tenemos de perseguirlo (1 ), realidad. Éste juzga, pues, dogmáticamente. Un descrei­
aunque no podamos ver su posibilidad, ni tampoco, en miento dogmático, empero, no puede coexistir con una
cambio, su imposibilidad. La fe (llamada así en absoluto) máxima moral que domine en el modo de pensar (pues
es una confianza en la consecución de un propósito, cuya la razón no puede ordenar la persecución de un fin que es
persecución es deber, y la posibilidad de la realización reconocido como nada, como una fantasía tejida por el
del mismo, sin embargo, no podemos nosotros apercibirla cerebro), pero sí puede hacerlo una fe dudosa, para lo cual
(consiguientemente, tampoco la de las mismas condiciones la falta de convicción por medio de fundamentos de la
pensables para nosotros). La fe, pues, que se refiere a los razón especulativa es sólo un obstáculo, a quien una con­
objetos, particulares q\ie no son objetos del saber u opinar sideración crítica de las limitaciones de la razón puede
posibles (en cuyo caso, sobre todo en lo histórico se de­ quitar todo influjo sobre la conducta, poniendo, en cam­
bería llamar credulidad, y no fe ) es completamente moral. bio, como compensación una aquiescencia práctica que
Es una aquiescencia libre, no a aquello moral para lo cual pese más.
hay que encontrar pruebas dogmáticas para el Juicio *
teórico determinante, ni tampoco a aquello a que nos ve­
mos ligados, sino a lo que admitimos para un propósito Cuando, en lugar de ciertos intentos fallados, se quiere
según leyes de la libertad; pero, sin embargo, no como introducir en la filosofía otro principio y se quiere pro­
una opinión, sin motivo suficiente, sino como fundada en porcionarle influjo, entonces se encuentra una gran satis­
la razón (aunque sólo en consideración de su uso práctico), facción en considerar cómo aquellos intentos fallaron y
de un modo suficiente para el propósito de la misma, pues, -tuvieron que fallar.
sin la fe, el modo de pensar moral no encuentra, al tro­ Dios, libertad c inmortalidad del alma son los problemas
pezar con las exigencias de la razón teórica, firmeza algu­ a cuya solución tienden, como a su último y único fin.
na fuerte para la prueba (de la posibilidad del aspecto de todos ios preparativos de la metafísica. Ahora bien: se
creyó que la teoría de la libertad era necesaria para '.a
(1) Es una confianza en la promesa de la ley moral, no que esté filosofía práctica, sólo, como condición negativa, y, er.
contenida en la ley misma, sino que yo la pongo, y ello por motivos cambio, que la teoría de Dios y de la constitución del alma,
morales suficientes. Pues un fin final no puede ser prescrito por
ninguna ley de la razón, sin que ésta, al mismo tiempo, prometa, perteneciente a la filosofía teórica, debía ser expuesta per
aunque inciertamente, la consecución de ese fin, y con ello autorice sí y separadamente, para unirlas ambas, después, con lo
también la aquiescencia, con las únicas condiciones bajo las cuales que la ley moral ordena (que sólo es posible bajo la con­
nuestra razón puede pensar el tal fin. La palabra fides expresa ya dición de la libertad), y así poner en pie una religión
eso también, y sólo puede parecer dudoso cómo esa expresión y esa
idea particular vienen a entrar en la filosofía moral, ya que el Pero pronto se puede ver que esos intentos debían fallar,
cristianismo fue quien le dio entrada, y podría su admisión quizá pues de conceptos meramente ontológicos de cosas en ge­
parecer sólo una imitación aduladora de la lengua cristiana. Pero neral, o de la existencia de un ser necesario, no se puede
no es el primer caso en que esa maravillosa religión, en la gran
sencillez de su exposición, ha enriquecido la filosofía con conceptos absolutamente hacer un concepto determinado de un ser
de la moralidad mucho más determinados y puros que los que ésta primero, por medio de predicados que se den en la expe­
había podido proporcionar hasta aquí; pero, una vez que están ya riencia y puedan, pues, servir al conocimiento; a su vez.
esos conceptos en la filosofía, son libremente aprobados y recibidos
como tales por la razón, que bien hubiera podido y debido llegar a el que se fundó en la experiencia de la finalidad física de
ellos e introducirlos. la naturaleza no podía proporcionar prueba alguna sufi­
ciente para la moral, y, por tanto, para el conocimien::
N úm. 1620.-14
394 MANUEL KANT CRÍTICA DEL JUICIO 393
de un Dios. Del mismo modo, tampoco el conocimiento del la de la libertad es el único concepto de lo suprasensible
alma por la experiencia (que sólo en esta vida instaura­
que demuestra su realidad objetiva en la naturaleza (por
mos), podía proporcionar un concepto de la naturaleza es­
medio de la causalidad que se piensa en ese concepto),
piritual, inmortal, de la misma, y, por tanto, suficiente
mediante su efecto posible en la misma, y precisamente
para la moral. Teología y neumatología, como problemas
por eso hace posible el enlace de las otras dos con la natu­
de las ciencias de una razón especulativa, no pueden reali­
raleza y de todas las tres, empero, juntas en una religión;
zarse por medio de datos y predicados empíricos, ya que
es notable también que nosotros, por tanto, tenemos un
su concepto es trascendente para todas nuestras faculta­
principio en nosotros que puede determinar la idea de lo
des de conocer. L a determinación de nuestro concepto, el
suprasensible en nosotros, y por ello también la del mismo
de Dios, como el del alma (en consideración de su inmor­
fuera de nosotros, para un conocimiento, aunque sólo posi­
talidad), puede ocurrir sólo mediante predicados, que, aun­
ble en el sentido práctico, cosa de la cual la mera filosofía
que ellos mismos no sean posibles más que sacándolos de
especulativa (que también podía dar de la libertad sólo
un fundamento suprasensible, sin embargo, deban demos­
un concepto negativo) debió desesperar, por tanto, el con­
trar su realidad en la experiencia, pues sólo así pueden
cepto de la libertad (como concepto fundamental de todas
hacer posible un conocimiento de seres totalmente supra­
las leyes incondicionales prácticas) puede ensanchar la
sensibles. Ahora bien: tal es el único concepto de la liber­
razón por encima de aquellos límites dentro de los cuales
tad del hombre, bajo leyes morales, que se encuentra en
todo concepto (teórico) de la naturaleza debía permanecer
la razón humana, y con él el fin final que esta razón pres­
encerrado sin esperanza.
cribe por medio de aquellas leyes; las leyes morales per­
miten atribuir al creador de la naturaleza, el fin final
permite atribuir al hombre aquellas propiedades que con­
NOTA GENERAL A LA TELEOLOGÍA
tienen la condición necesaria de la posibilidad de ambos,
de manera que precisamente de esa idea se puede sacar
Cuando se pregunta qué lugar el argumento moral que
en conclusión la existencia y la constitución de esos seres
demuestra la existencia de Dios sólo como cosa de fe para
que, por lo demás, están para nosotros totalmente escon­
la razón pura práctica, ocupa entre los demás en la filo­
didos. sofía, se puede fácilmente recorrer toda la esfera de esta
Así, pues, el fundamento del propósito, falso en el ca­
última, y se muestra así luego que aquí no hay que ele­
mino meramente teórico, de demostrar Dios y la inmor­
gir, sino que su facultad teórica debe deponer de suyo
talidad, está en que ningún conocimiento de lo suprasen­
todas sus pretensiones ante una crítica imparcial.
sible es posible por ese camino (el de los conceptos de la
En un hecho debe fundarse, primero, toda aquiescen­
naturaleza), Si, en cambio, ello tiene éxito por el camino
cia, si no ha de carecer totalmente de fundamento, y en
moral (el del concepto de la libertad), es por este motivo:
la prueba no puede haber lugar más que para esta única
que aquí lo suprasensible, que está a la base (la libertad),
diferencia, si puede fundarse en ese hecho una aquiescen­
no sólo proporciona materia para el conocimiento del otro
cia a la conclusión sacada de él como saber, para el cono-
suprasensible (el del fin final moral y las condiciones de
amiento teórico, o sólo como fe, para el práctico. Todos
su realización), por medio de una ley determinada de la
los hechos pertenecen: o bien al concepto de la naturaleza,
causalidad que trata de él, sino que muestra su realidad
que demuestra su realidad en los objetos del sentido dados.
como un hecho en las acciones, pero precisamente por eso
no puede dar más que un fundamento de prueba valedero que se pueden dar, antes que todos los conceptos de la
sólo en el sentido práctico (y esto es lo único que necesita -aturaleza, o al concepto de la libertad, que muestra sufi-
:ientemente su realidad por la causalidad de la razón, en
la religión).
; :nsideración de ciertos efectos por ella posibles en el
Sigue, sin embargo, siendo muy notable en esto que de
mundo de los sentidos, y que ella postula incuestionable­
las tres ideas de la razón: Dios, libertad e inmortalidad,
mente en la ley moral. El concepto de la naturaleza (per-
CRITICA DEL JUICIO 397

396 MANUEL KANT La prueba que pone a su base un concepto de la na­


turaleza que sólo puede ser empírico, y, sin embargo,
teneciente tan sólo al conocimiento teórico), ahora bien, debe llevar más allá de los límites de la naturaleza, como
e s: o metafísico y completamente a priori, o físico, es conjunto de los objetos de los sentidos, esa prueba no
decir, a posteriori, y necesariamente sólo pensable por puede ser otra que la de los fines de la naturaleza, cuyo
medio de experiencia determinada. El concepto metafísico concepto, si bien no se puede dar a priori, sino sólo me­
de la naturaleza (que ninguna experiencia determinada diante la experiencia, promete, sin embargo, un concepto
presupone) es, pues, ontológico. semejante del fundamento primero de la naturaleza, con­
La prueba ontológica de la existencia de Dios por el cepto que, entre todos los que podemos pensar, es el único
concepto de un ser primero e s: o bien la que de predicados apropiado para lo suprasensible, a saber, el concepto de
ontológicos, mediante los cuales tan sólo esa existencia una suprema inteligencia como causa del mundo, y esto,
puede ser pensada con determinación completa, concluye en realidad, lo cumple perfectamente, según principios
a la existencia absolutamente necesaria, o la que de la del Juicio reflexionante, es decir, según la constitución
necesidad absoluta de la existencia de una cosa, sea la de nuestra facultad (humana) de conocer. Ahora bien:
que sea, concluye a los predicados del ser primero, pues ¿está en situación de proporcionar, con los mismos datos,
al concepto de un ser primero pertenece, para que no sea ese concepto de un ser supremo, es decir, independiente
derivado, la incondicionada necesidad de su existencia y e inteligente como el de un Dios, es decir, como el creador
(para representarse esa necesidad) la determinación com­ de un mundo bajo leyes morales, y, por tanto, suficiente­
pleta mediante el concepto de ese ser. Ambas exigencias mente determinado para la idea de un fin final de la exis­
creyóse encontrarlas en el concepto de la idea ontológica tencia del mundo? Esta es una pregunta de la que todo
de un ser supremamente real, y así nacieron dos pruebas depende, sea que pidamos un concepto del ser primero
metafísicas. que sea suficiente, teóricamente, para la totalidad del co­
La prueba que pone a la base un concepto de la natu­ nocimiento de la naturaleza, o sea que pidamos un con­
raleza meramente metafísico (la llamada propiamente on­ cepto práctico para la religión.
tológica) sacaba del concepto del ser supremamente real Este argumento, sacado de la teleología física, es dig­
la conclusión de su existencia absolutamente necesaria, no de respeto. Produce el mismo efecto convincente en el
pues (según dice la prueba), si no existiera, le faltaría entendimiento común que en el pensador más sutil, y un
una realidad, a saber, la existencia. La otra (llamada tam­ Reimarus en su obra, aún no superada, en donde desa­
bién la prueba metafísica cosmológica-) sacada de al ne­ rrolla ampliamente ese fundamento de prueba con la so­
cesidad de la existencia de una cosa (y hay que admitir lidez y claridad que le es propia, ha conquistado así un
completamente alguna, ya que una existencia nos es dada mérito inmortal. Pero ¿cómo consigue esa prueba un
en la consciencia de nosotros mismos), la conclusión de influjo tan poderoso en el espíritu, sobre todo en el juicio
la determinación completa de ella como ser supremamen­ de la razón fría (pues la emoción y elevación de la misma,
te real, porque todo lo que existe debe estar totalmente por medio de las maravillas de la naturaleza, podría ser­
determinado, pero lo absolutamente necesario (a saber, lo vir a la persuasión), y una aprobación tranquila que se
que nosotros debemos conocer como tal, y, por tanto, a da completamente? No son los fines físicos que todos
priori) debe ser totalmente determinado por su concepto, señalan hacia un entendimiento impenetrable de la causa
cosa que no se puede encontrar sólo en el concepto de del mundo, pues éstos son insuficientes para ello, porque
una cosa supremamente real. No es aquí necesario des­ no satisfacen la necesidad de la razón que pregunta. Pues
cubrir el sofisma de ambas conclusiones, cosa que, ya se ¿para qué existen todas esas cosas artificiales de la natu­
ha hecho en otra parte, sino sólo notar que pruebas se­ raleza? (pregunta la razón). ¿Para qué el hombre mismo,
mejantes, aunque se dejaran defender por toda clase de en el cual tenemos que pararnos, como el último fin de la
sutilezas dialécticas, no podrían, sin embargo, pasar, por naturaleza pensable para nosotros? ¿Para qué existe toda
encima de la escuela, al vulgo, ni tener el menor influjo
en el mero entendimiento sano.
398 MANUEL KANT CR1TICA DEL JUICIO 399
esa naturaleza, y cuál es el fin final de un arte tan gran­ pios diferentes que mezcla, y de los cuales sólo uno real­
de y tan diverso? Que esté creado para gozarlo o mirarlo, mente está constantemente seguido, cuando esa separa­
contemplarlo y admirarlo (cosa que, no saliendo de ahí ción requiere mucha reflexión. El argumento moral de la
mismo, no es tampoco nada más que un goce de esa es­ existencia de Dios, empero, no sólo completa propiamente
pecie particular), y que ése sea el fin final del mundo para la prueba físico-teleológica, haciéndola una prueba total,
el cual el mundo y el hombre humano existen, esa solución sino que es él una prueba especial que suple la falta de
no puede satisfacer a la razón, pues ésta presupone un convicción que deja la otra, ya que la físico-teleológica
valor personal que el hombre sólo puede darse como con­ no puede, en realidad, hacer otra cosa más que dirigir
dición bajo la cual tan sólo pueden ser fin final él y su la razón, en el juicio del fundamento de la naturaleza y
existencia. Faltando ese valor (que es sólo capaz de un del orden contingente, pero admirable, de la misma, que
determinado concepto), los fines de la naturaleza no sa­ sólo por experiencia nos es conocido, hacia la causalidad
tisfacen a las preguntas del hombre, principalmente por­ de una causa que encierra, según fines, el principio de
que no pueden proporcionar concepto alguno determinado estos mismos (que nosotros, según la constitución de nues­
del más alto ser, como ser que baste para todo (y preci­ tras facultades de conocer, tenemos que pensar como causa
samente por eso, único, propiamente, que hay que llamar inteligente) y hacerla atenta a ella, con lo cual la razón
supremo), ni las leyes según las cuales un entendimiento viene a tener también mayor receptividad para la prueba
es causa del mundo. moral. Pues lo que es exigible para esta última prueba
Así, pues, que la prueba físico-teleológica convence, es tan esencialmente distinto de todo lo que los conceptos
como si, al mismo tiempo, fuera teológica, no procede del de la naturaleza encierran y pueden enseñar que se ne­
uso de las ideas de fines de la naturaleza, como otros cesita un argumento y una prueba particular, indepen­
tantos argumentos empíricos en favor de un entendi­ dientemente del anterior, para dar el concepto del ser
miento supremo, sino que, sin notarlo, el argumento mo­ primero con bastante determinación para una teología
ral que está en cada hombre, y lo mueve tan interior­ y sacar la conclusión de su existencia. La prueba moral
mente, se mezcla en la conclusión según la cual, al ser (que, empero, desde luego, no demuestra la existencia de
que se manifiesta tan inconcebiblemente artista en los Dios más que en consideración práctica de la razón, aun­
fines de la naturaleza, se le atribuye también un fin final, que ello es, sin embargo, indispensable) seguiría estando
por tanto, sabiduría (aun sin estar autorizado para ello aún en toda su fuerza, aunque nosotros no encontrásemos
por la persecución de los fines), y así se completa aquel en el mundo ninguna, o sólo muy dudosa materia para la
argumento arbitrariamente, en consideración de lo defec­ teleología física. Se puede pensar que seres de razón se
tuoso que aún tiene. En realidad, pues, sólo el argumento vean rodeados por una naturaleza semejante que no mues­
moral produce la convicción, y aun ésta sólo tiene el sen­ tre traza alguna de organización, sino sólo efectos de un
tido moral para el cual cada hombre siente interiormente mero mecanismo de la materia bruta, y por motivo de
su aprobación; el argumento físico-teleológico, empero, éstos, y a pesar de la mutabilidad de algunas formas y
no tiene más mérito que conducir el espíritu, en la con­ relaciones, finales sólo por casualidad, no parece que hu­
templación del mundo, por el camino de los fines, y así, biera fundamento alguno para sacar la conclusión de un
a un creador, primero, inteligente del mundo; después, la creador inteligente; tampoco habría, pues, ocasión para
relación moral con fines y la idea de un legislador pre­ una teleología física, y, sin embargo, la razón, que aquí
cisamente tal y de un creador del mundo, como concepto no recibe dirección alguna por medio del concepto de la
teológico, parecen desarrollarse de suyo, saliendo de ese naturaleza, encontraría en el concepto de la libertad, y
argumento, aunque son un puro añadido. en las ideas morales que en él se fundan, un fundamento
A esto puede atenerse uno en la experiencia ordinaria. práctico suficiente para postular el concepto del ser pri­
Pues para el entendimiento común y sano es generalmente mero, adecuado a esas ideas, es decir, como una divinidad,
difícil separar uno de otro, como desiguales, los princi­ y la naturaleza (incluso nuestra propia existencia) como
400 MANUEL KANT C R IT IC A DEL J U IC IO 4Q 1
un fin final conforme con ella y con sus leyes, y esto, por determinado del ser primero, que sea suficiente para ese
cierto, en consideración del mandato imprescindible de propósito, sino que hay que tomar ese concepto totalmente
la razón práctica. Ahora bien: que en el mundo real hay, de otra parte, o suplir a sus faltas por medio de un aña­
para los seres de razón que están en él, rica materia para dido arbitrario. De la gran finalidad de las formas de la
la teleología física (lo cual no sería precisamente nece­ naturaleza y de sus relaciones sacáis en conclusión una
sario), es cosa que sirve de confirmación deseada para causa inteligente del mundo; pero ¿en qué grado está
el argumento moral, en cuanto la naturaleza puede pre­ ese entendimiento? Sin duda alguna, no podéis tener la
sentar algo análogo a las ideas de la razón (las morales). pretensión de referiros al entendimiento más alto posi­
Pues el concepto de una causa suprema que tiene enten­ ble, pues para ello se exigiría que vierais que no es posible
dimiento (lo cual, sin embargo, no es bastante, con mucho, pensar un entendimiento superior al entendimiento cuyas
para una teología) recibe así, para el Juicio reflexionante, pruebas percibís en el mundo, lo cual sería atribuiros a
una realidad suficiente, pero ese concepto no es exigióle vosotros mismos la omniscencia. Del mismo modo, de la
para fundamentar en él la prueba moral, y esta prueba magnitud del mundo sacáis en conclusión una fuerza muy
no sirve tampoco para completar aquel concepto, que por grande del creador, pero reconoceréis que eso sólo no
sí solo no se refiere para nada a la moralidad, y para hacer tiene significación más que comparativamente para nues­
de él una prueba por medio de una conclusión prolongada tra facultad de concebir, y como no conocéis todo lo
según un principio único. Dos principios tan diferentes posible para compararlo con la magnitud del mundo en
como la naturaleza y libertad no pueden proporcionar más cuanto la conocéis, no podéis deducir, según una medida
que dos pruebas diferentes, puesto que el intento de re­ tan pequeña, el todo poder del Creador, etc. Ahora bien:
ferir una a otra se encuentra insuficiente para lo que se así no llegáis a concepto alguno determinado del ser pri­
debe demostrar. mero aplicable a una teología, pues ese concepto no se
Si el argumento físico-teleológico fuese suficiente para puede encontrar más que en el de la totalidad de las
la prueba que se busca, sería muy satisfactorio para la perfecciones enlazables con un entendimiento, para lo cual
razón, pues daría la esperanza de producir una teosofía los datos meramente empíricos no pueden, de ningún
(pues así se llamaría el conocimiento teórico de la natu­ modo, ayudaros; pero sin un concepto semejante no po­
raleza divina y de su existencia, que serviría para la déis ni siquiera deducir un ser primero inteligente, único,
explicación de la constitución del mundo, y, al mismo sino sólo admitirlo (para lo que quiera que sea). Ahora
tiempo, de la determinación de las leyes morales). Del bien: se puede muy bien aceptar que lo añadáis arbitra­
mismo modo, si la psicología bastase para alcanzar por riamente (puesto que la razón no tiene que decir nada
ella un conocimiento de la inmortalidad del alma, sería fundado contra ello) ; allí donde se encuentra tanta per­
posible hacer una neumatología, que sería igualmente la fección, bien puede admitirse reunida toda perfección en
bienvenida para la razón especulativa. Pero ninguna de una causa única del mundo, porque la razón, con un prin­
las dos, por mucho que las afeccione la presunción de la cipio tan determinado, encuentra mayor satisfacción, teó­
curiosidad, llena el deseo de la razón en el propósito teó­ rica y prácticamente. Pero no podéis, sin embargo, pon­
rico, que tiene que estar fundado en un conocimiento de derar ese concepto del ser primero como demostrado por
la naturaleza de las cosas. Pero que la primera como teo­ vosotros, puesto que no lo habéis admitido más que para
logía, la segunda como antropología, ambas fundadas en un uso mejor de la razón. Toda queja, pues, o impotente
el principio moral, es decir, de libertad, y, por tanto, cólera sobre el supuesto crimen de poner en duda la
adecuadas al uso práctico, llenen mejor su propósito final firmeza de vuestra cadena de deducciones, es una jactan­
objetivo, ésa es una cuestión que no tenemos necesidad cia vana, que desearía que se tomase por duda de la ver­
« S i l K M profundamente. dad santa, la duda que se expresa libremente contra vues-
Pero el argumento físico-teleológico no alcanza a la áYgWWftto, p a hacer inasequible la debilidad del
teología, porque no da, ni puede dar, concepto alguno mismo, cubriéndola con ese manto.
402 MANUEL KANT CRITICA DEL JUICIO 403

La teleología moral, en cambio, que no está fundamen­ nuestra propia razón, el fin final de nuestra determinación,
tada con menor firmeza que la física, sino que más bien admitiremos en nuestros puntos de vista morales una
merece la preferencia, porque descansa, a priori, en prin­ causa que concuerde con él y con su realización, llenos
cipios inseparables de nuestra razón, conduce a lo que es de la verdadera veneración que se distingue totalmente
exigible para la posibilidad de una teología, a saber, a un del miedo patológico, y nos someteremos voluntaria­
concepto determinado de la cansa suprema como causa mente (1 ).
del mundo según leyes morales; por tanto, una tal que Cuando se pregunta por qué nos importa, en general,
satisfaga nuestro fin final moral, para lo cual se requiere tener una teología, se ve claramente que ella es necesaria,
nada menos que omnisciencia, omnipotencia, toda pre­ no para la ampliación o la rectificación de nuestro cono­
sencia, etc., como atributos de naturaleza pertenecientes cimiento de la naturaleza, y, en general, de alguna teoría,
a ella, que tienen que ser pensados como enlazados con sino sólo para la religión, es decir, para el uso práctico,
el fin final, que es infinito, y, por tanto, como adecuados principalmente moral, de la razón en propósito subjetivo.
a éste; y así puede esa teleología moral sola proporcionar Ahora bien: si se encuentra que el único argumento que
el concepto de un creador único del mundo que es necesario conduce a un determinado concepto del objeto de la teo­
para una teología. logía es él mismo moral, entonces, no sólo no extrañará,
De esa manera conduce una teología también inme­ sino que no se echará nada de menos, en consideración;
diatamente a la religión, es decir, conocimiento de nues­ de la suficiencia de la aquiescencia nacida de ese argu­
tros deberes como mandatos divinos, porque el conoci­ mento para su propósito final, si se confiesa que un ar­
miento de nuestro deber y del fin final que en él nos gumento semejante no muestra la existencia de Dios su­
presenta la razón puede primeramente producir el con­ ficientemente, más que para nuestra determinación moral,
cepto determinado de Dios, que ya en su origen, pues, es decir, en un sentido práctico, y que la especulación
es inseparable de la obligación con respecto a ese ser; en en el mismo no demuestra, de ningún modo, su fuerza o
cambio, aunque el concepto del ser primero pudiera ser amplía la extensión de su esfera. También desaparecerá
encontrado determinadamente por el camino meramente la extrañeza o la supuesta contradicción entre una po­
teórico (a saber, como mera causa de la naturaleza), sería sibilidad, aquí afirmada, de la teología y lo que la crítica
muy difícil, quizá hasta imposible, después llevar a cabo, de la razón especulativa decía de las categorías, a saber,
sin añadido arbitrario, la atribución a ese ser, por medio que éstas no pueden producir conocimiento más que en
de pruebas fundamentadas, de una causalidad según leyes su aplicación a objetos del sentido, pero de ningún modo,
morales; sin eso, empero, no puede ese supuesto concepto cuando se las aplica a lo suprasensible, desaparecerá, digo,
teológico constituir base alguna para la religión. Aun esa supuesta contradicción, si se ven empleadas aquí las
cuando una religión pudiera ser fundada por ese camino categorías para un conocimiento de Dios, pero no en un
teórico, sería realmente distinta, en consideración de los propio sentido teórico (según lo que sea en sí su natura­
sentimientos (en lo cual, sin embargo, consiste su esencia), leza impenetrable para nosotros), sino solamente con uno
de aquella otra en la cual el concepto de Dios y la con­
vicción (práctica) de su existencia proceden de ideas (1) La admiración de la belleza, tanto como la emoción, por los
fundamentales de la moralidad. Pues si tuviéramos que fines tan diversos de la naturaleza, que un espíritu reflexivo está
suponer la omnipotencia, la omnisciencia, etc., de un crea­ en estado de sentir, aun ante una representación clara de un creador
razonable del mundo, tienen algo en sí de semejante con un sen­
dor del mundo, como conceptos dados a nosotros de otra timiento religioso. Parece, por tanto, primero tener un efecto en el
parte, para luego sólo aplicar a nuestra relación con él sentimiento moral por medio de un modo de juzgar análogo al modo
nuestros conceptos de los deberes, entonces tendrían éstos moral (el agradecimiento y el respeto por una causa que no conoce­
que llevar consigo el color de la coacción y de la sumisión mos), y así también en el espíritu, por medio del despertar de ideas
morales, cuando producen aquella admiración que está enlazada con
forzada; en cambio, si el alto aprecio por la ley moral muchos más intereses que los que pueda producir la mera contem­
nos representa del todo libremente, según precepto de plación teórica.
404 MANUEL KANT

práctico. Para poner un término, con esta ocasión, a la CRÍTICA DEL JUICIO 4Q5
mala inteligencia de esa teoría de la crítica, tan nece­
saria, pero que, con descontento del dogmático ciego, re­ concepto como ser suprasensible, pues ese concepto repele
coge la razón en sus límites, añado aquí la aclaración todos esos predicados. Así, pues, mediante la categoría
que sigue. de la causalidad, cuando la determino por medio del con­
Cuando atribuyo a un cuerpo fuerza motriz y, por tan­ cepto de un primer motor, no conozco en lo más mínimo
to, lo pienso por medio de la categoría de la causalidad, lo que Dios sea; pero quizá habrá mejor éxito si tomo
lo conozco por ella al mismo tiempo, es decir determino ocasión de la ordenación del mundo, no sólo para pensar
el concepto de ese cuerpo como objeto en general, por su causalidad como la de un entendimiento supremo, sino
medio de lo que le corresponde por sí como objeto de los también para conocerlo por medio de esa determinación
sentidos (como condición de la posibilidad de aquella re­ del concepto citado, pues ahí desaparece la condición mo­
lación). Pues si la fuerza motriz que le atribuyo es de lesta del espacio y de la extensión.
repulsión, entonces requiere el cuerpo (aunque no ponga Sin duda, nos obliga la gran finalidad en el mundo a
aún a su lado otro cuerpo contra el cual ejercite esa pensar una causa suprema para ella, y a pensar su causa­
fuerza) un lugar en el espacio y, además, una extensión, lidad como producida por un entendimiento; pero no por
es decir, espacio en él mismo, y luego, ocupación de este eso tenemos el derecho de añadirle ese entendimiento
espacio por medio de las fuerzas repulsivas de sus partes (como, por ejemplo, pensar la eternidad de Dios como
y, finalmente, la ley de esa ocupación (que la base de la existencia en todos los tiempos, porque si no, no podríamos
repulsión de estas partes debe disminuir en la misma pro­ hacernos concepto alguno de la mera existencia como una
porción en que crece la extensión del cuerpo y se aumenta magnitud, es decir, como duración, o también pensar la
el espacio que llena con las mismas partes por medio omnipresencia divina como existencia en todos los sitios
de esa fu erza ). En cambio, cuando pienso un ser supra­ para hacernos concebible la presencia inmediata con cosas
sensible como primer motor, por tanto, mediante la ca­ exteriores entre sí, para poder, sin embargo, atribuir a
tegoría de la causalidad, en consideración de esa misma Dios una de esas determinaciones como algo conocido en
determinación del mundo (el movimiento de la materia), él). Cuando la causalidad del hombre, en consideración
entonces no tengo que pensar ese ser en sitio alguno del de ciertos productos que sólo son explicables por la fina­
espacio, ni tampoco tengo que pensarlo extenso; es m ás: lidad intencionada, la determino pensándola como un en­
no tengo derecho a pensarlo en el tiempo y en coexistencia tendimiento del hombre, no necesito permanecer en este
con otros. Así, pues, no tengo determinaciones algunas punto, sino que puedo atribuirle ese predicado como una
que pudieran hacerme comprensible la condición de la propiedad del hombre bien conocida, y conocerlo de ese
posibilidad del movimiento mediante ese ser como base. modo. Pues sé qué instrucciones son dadas a los sentidos
Consiguientemente, no le conozco en lo más mínimo, por del hombre y reducidas a un concepto, y, asi, a una regla
sí, mediante el predicado de la causa (como motor), sino por el entendimiento; sé que ese concepto encierra la
que sólo tengo la representación de algo que encierra la nota común (desapareciendo lo particular), y, por tanto,
base de los movimientos en el mundo, y la relación de esa que es discursivo; sé que las reglas para traer represen­
base con aquel ser, como su causa, deja totalmente vacío taciones dadas bajo una consciencia, en general, son dadas
el concepto de éste, puesto que esa relación no me pro­ por él, aun antes de aquellas instrucciones, etc., etc.; así,
porciona, por lo demás, nada que pertenezca a la cons­ pues, atribuyo esa cualidad al hombre como una cualidad
titución de la cosa que es causa. El motivo de ello es mediante la cual lo conozco. Ahora bien : si quiero pensar
que, con predicados que no encuentran su objeto más que un ser suprasensible (D ios) como inteligencia, es esto,
en el mundo de los sentidos, puedo, bien, pasar a la exis­ en cierta consideración de mi uso de la razón, no sólo
tencia de algo que debe contener el fundamento de ese permitido, sino inevitable; pero no es, de ningún modo,
mundo, pero no puedo pasar a la determinación de su permitido atribuirle entendimiento y acariciar la espe­
ranza de poder conocerlo mediante ese entendimiento,
como si fuera una cualidad de Dios mismo, porque en-
406 MANUEL KANT

tonces tengo que abandonar todas aquellas condiciones


bajo las cuales tan sólo conozco un entendimiento, y, por
tanto, el predicado, que sólo sirve para la determinación
del hombre, no puede, de ningún modo, ser referido a un
objeto suprasensible, y así, pues, mediante una causalidad
tan determinada, no se puede conocer en absoluto lo que
sea Dios. Y así ocurre también con todas las categorías,
que no pueden tener significación alguna para el conoci­
miento en el sentido teórico si no son aplicadas a objetos
de experiencia posible.
Pero, por analogía con un entendimiento, puedo bien
pensar, en otro cierto sentido, aun un ser suprasensible,
sin por eso, sin embargo, querer conocerlo teóricamente,
a saber, cuando esa determinación de su causalidad se I n d ic e d e a u t o r e s
refiere a un efecto en el mundo, que encierra un propósito DE LA
moralmente necesario, pero inejecutable para seres de
sentidos, entonces es posible un conocimiento de Dios y
de su existencia (teología) mediante las cualidades y de­
COLECCIÓN AUSTRAL
terminaciones de su causalidad, pensadas en él sólo por
analogía, lo cual, en la relación práctica, pero sólo también
en consideración a ésta (como moral), tiene toda la rea­
lidad exigible. Hay, pues, una ético-teología posible; pues
si la moral puede existir sola con sus reglas, sin teología;
en cambio, con el propósito final que ella misma presenta,
no puede existir sin teología, a menos que se deje la razón
aislada, en consideración a la teología. Pero una ética
teológica (de la razón pura) es imposible, porque leyes
que la razón no da originariamente ella misma, y cuya
ejecución no realiza ella como facultad pura práctica, no
pueden ser morales. Igualmente, una física teológica no
sería nada, porque presentaría, no leyes de la naturaleza,
sino órdenes de una voluntad suprema; en cambio, una
teología física (propiamente físico-teleológica) puede, al
menos, servir de propedéutica para la teología propiamen­
te dicha, ocasionando la idea de un fin final que la natu­
raleza no puede presentar por medio de la consideración
de los fines de la naturaleza, de los cuales ella ofrece rica
materia, y haciendo, por tanto, sensible la necesidad de
una teología que determine el concepto de Dios suficien­
temente para el uso supremo de la razón práctica, sin
poder, sin embargo, producir esa teología, ni fundarla
de un modo suficiente en sus argumentos.

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