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Brasil y México: dos tipos de capitalismo.

Ilán Bizberg

El Colegio de México

Para finales de la primera década del presente siglo, las

diferencias entre Brasil y el resto de América Latina, en

especial con México, empezaron a hacerse cada vez más

evidentes para la mayoría de los analistas. Mientras que

Brasil creció 7.5% en 2010 y 4.5% en 2011, México lo hizo

5.5% y 4.6% en el mismo periodo. Sin embargo, estos datos

deben ser contrastados con el desempeño de cada uno de estos

países durante la crisis global: mientras Brasil creció un

5.1% en 2008 y decreció apenas un 0.6 en 2009, México creció

apenas 1.5% en 2008 y cayó 6.1% en 2009 (FMI, 2010). Además,

en tanto que Brasil recuperó el nivel de empleo que tenía

antes de la crisis hacia finales de 2009, y para el primer

trimestre de 2010 ya había creado un millón de nuevos empleos

y esperaba crear 2.5 millones en todo el año (Le Monde,

24/05/2010), México luchaba contra sus tasas más altas de

desempleo de toda la década, que fue del 3.7% en 2007 al 5.5%

en 2009, y 5.3% en julio de 2010. El PIB per cápita también

habla por sí mismo: el de Brasil creció un promedio de 3.3%


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anual de 2000 a 2009; el de México simplemente el 1.8% (The

Economist, 11-17/09/2010: 4).

¿Cómo puede explicarse que México, uno de los países que

era presentado como un ejemplo para Latinoamérica a

principios de los años noventa, esté en tal situación,

mientras que el país que era señalado como el que más

urgentemente necesitaba aplicar las recetas del “Consenso de

Washington” –repliegue del Estado, privatizaciones y

desregulación- esté en una tendencia tan favorable. En

oposición a la idea que busca recetas de política económica

en los países exitosos, sostengo que, en el mismo sentido en

que existen diferentes tipos de capitalismo en el mundo

desarrollado, en este caso no se trata de diferentes caminos

que llevan hacia el mismo fin, sino más bien del desarrollo

de diferentes tipos de capitalismo en Latinoamérica.

Siguiendo a la escuela de la regulación que propone la

existencia de por lo menos cuatro tipos de capitalismo: el

liberal, basado en el mercado (Estados Unidos), el

coordinado, entre organizaciones empresariales, laborales y

Estado (Alemania y los países de Europa del Norte), el

estatista, en el cual el Estado tiene el rol central

(Francia), y el meso-corporativo, en el cual los

conglomerados empresariales juegan el papel principal (Japón,


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Corea) (Amable, 2005; Boyer, 2005). En América Latina también

podría hablarse de la existencia de varios tipos de

capitalismo, a pesar de que como plantean correctamente

Schneider y Soskice (2009) a todos los caracteriza el estar

basados en la desigualdad del ingreso y por ende la

jerarquización. En por lo menos tres países del continente

podemos ver que tanto la estructura económica como la

sociopolítica (básicamente la política social y el sistema de

relaciones industriales)1 se complementan lo suficiente para

poder construir un tipo ideal. Podemos identificar dos tipos

de capitalismo con fuerte intervención estatal, uno de ellos

guiado por el mercado interno –CEMI- (Brasil), y otro por el

mercado externo –CEME- (Chile)2. Otro tipo de capitalismo,

aunque desarticulado, es el que prevalece en México, basado

en una subcontratación internacional con poca intervención

estatal (CSI). En este artículo sólo hablaremos de Brasil y

México, que son los más contrastantes.

La idea principal de este texto es mostrar que los tipos

de capitalismo que se están definiendo en México y Brasil se

conforman con base en: 1. una trayectoria histórica que

depende de coaliciones socio-políticas que dieron lugar a una

1
No es posible incluir, por falta de espacio, otros elementos relevantes
como el sistema educativo y el de cualificación, ni tampoco el sistema
político.
2
Ver artículo Bizberg-Suiza
4

serie de instituciones y a una trayectoria económica; 2. la

manera en la que estas conformaciones socio-políticas

(constituidas por la relación entre el Estado, las

organizaciones obreras y empresariales) respondieron a las

diferentes crisis económicas por las que ha pasado el

continente; 3. La configuración resultante en términos de las

políticas laborales, sociales y económicas.

1. Trayectorias históricas divergentes.

Aunque la mayor parte de la bibliografía sobre América

Latina considera que todos los países del continente

siguieron prácticamente el mismo modelo de industrialización

por sustitución de importaciones, que tuvieron los mismos

problemas y que fracasaron por más o menos las mismas

razones, existen diferencias fundamentales entre los países.

Según analiza un artículo clave de Marques-Pereira y Bruno

Théret (2004), México y Brasil siguieron un camino similar de

desarrollo económico basado en estructuras sociopolíticas muy

diferentes, hasta que estas últimas comenzaron a determinar

la evolución económica y empezaron a funcionar de forma

complementaria en Brasil y de forma no complementaria en

México (Marques-Pereira y Théret, 2004).

Los fundamentos sociopolíticos de las diferencias entre

las trayectorias de los países en el periodo de la ISI pueden


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explicarse por: 1. La relación entre el sector industrial y

el sector rural, 2. La fuerza y la persistencia de la

coalición industrializadora, y 3. La autonomía del Estado.

El carácter de la oligarquía terrateniente en Brasil se

entiende mejor si la comparamos con la Argentina. Mientras

que la acaudalada oligarquía argentina generaba suficientes

ganancias en divisas extranjeras y mantenía una relación

privilegiada con Inglaterra que le permitía importar bienes

manufacturados para cubrir las necesidades de su población,

la oligarquía brasileña nunca fue tan próspera y se vio, por

lo tanto, forzada a invertir en industria desde finales del

siglo XIX (Rapoport, 2005: 292). Esto explica, en parte, por

qué mientras la industrialización fue un tema controvertido

en Argentina, no lo fue en Brasil, en donde hubo una alianza

entre agrarios e industrialistas para fomentarla.

Al inicio de la década de los setenta México parecía

igualmente bien preparado para la industrialización. El

régimen que surgió de la revolución destruyó a la clase

terrateniente con una extensa reforma agraria en la década de

los treinta, lo que eliminó la posibilidad de una oligarquía

agraria activa que propusiera un modelo de desarrollo

distinto al de la industrialización. La coalición industrial

fue guiada por el Estado que había surgido de la revolución y


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que había logrado construir sus propias bases sociales al

entregar tierras y apoyar a las organizaciones sindicales en

su lucha por conseguir mejores condiciones laborales a cambio

de apoyo político, un sistema políticamente muy eficiente que

duró 70 años. La coalición también incluyó a los empresarios

que recibían subsidios, inversiones directas y protección

estatal.

No obstante, el hecho de que el Estado mexicano lograra

instituir un régimen autoritario duradero que llenara el

vacío de poder que dejó la revolución determinó que su lógica

estuviera enfocada a la preservación del régimen. La economía

sirvió como un medio para seguir cooptando a los sectores que

ya estaban dentro del sistema y para integrar a los de afuera

que se habían vuelto lo suficientemente estratégicos como

para convertirse en una amenaza (Bizberg, 2004). Por otra

parte, el hecho de que la reforma agraria no haya promovido

la capitalización de las tierras por parte de los campesinos

y la modernización de la producción agrícola resultó,

contrario a lo sucedido en Corea y Taiwán, en el

empobrecimiento de la clase campesina y en el crecimiento de

la desigualdad.

Por su parte, el Estado brasileño fungió

tradicionalmente como mediador entre los diferentes intereses


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y entre las distintas provincias desde el siglo XIX. De

hecho, la revolución de Vargas fue una alianza entre la

oligarquía del Nordeste y la de Rio Grande do Sul en contra

de los intereses que habían estado hasta entonces en el

poder: los de Rio de Janeiro y los de Sao Paulo (Fausto,

1995: 183). Esta naturaleza del Estado se tradujo en la

capacidad del Estado a imponer un pacto entre los intereses

agrarios y los industriales. Lo que explica, pos otra parte,

porque nunca hubo una reforma agraria en Brasil; lo que a su

vez implicó la extrema desigualdad de ingresos y la

persistencia de la pobreza, como sucede en México.

El papel del Estado en estos dos países difiere según el

grado de autonomía: En México, el Estado funcionó como

instrumento del régimen político, que en algunos momentos lo

llevó a privilegiar la sobrevivencia del régimen mediante la

distribución a los sectores corporativos que a la

modernización económica. Como se vio en los años setenta, en

Brasil la coalición era más sólida puesto que incorporaba

tanto a los intereses urbanos y rurales como al Estado,

además de que existía un mayor compromiso con la

industrialización como instrumento para la modernización, la

unificación nacional y como base estructural para su impacto

regional e internacional (Sallum, 2010).


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El Estado brasileño era más autónomo en tanto que tuvo

siempre que lidiar con diferentes actores (sociales y

provinciales) a los que no dominaba y nunca estuvo

identificado con un solo régimen político. Por otra parte,

utilizó la modernización económica como una forma de

legitimarse, su nacionalismo fue económico y pragmático. Este

país logró establecer una buena asociación entre capitales

extranjeros, estatales y nacionales (Marques-Pereira y

Théret, 2004). En contraste, el régimen político mexicano

basaba su legitimidad en su herencia Revolucionaria y en el

mantenimiento de beneficios a los sectores corporativos y a

los empresarios privilegiados. Por otra parte, el

nacionalismo del Estado mexicano fue principalmente

discursiva e ideológica, para poder confrontar la

predominancia económica de su vecino del norte. Es cierto que

impuso restricciones al capital extranjero hasta los años

ochenta, pero a partir de ese momento se abrió por completo.

2. Las conformaciones socio-políticas ante las crisis

económicas

Es frecuente que los países en proceso de

industrialización se enfrentan a la decisión de cómo abordar

una crisis externa de la balanza de cuenta corriente. La

crisis de 1929-1930, primero, y después la Segunda Guerra


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Mundial, llevaron a muchos países alrededor del mundo hacia

el modelo de sustitución de importaciones. En la década de

los cincuenta, los países que habían entrado en un círculo

virtuoso de crecimiento del mercado interno e

industrialización se vieron forzados a avanzar hacia una

segunda fase de industrialización y a producir bienes de

consumo más complejos. Durante la crisis de los setenta,

Brasil, Corea y Taiwán fueron severamente afectados por no

tener petróleo y fueron empujados a modernizar su industria

para producir bienes manufacturados exportables y sustituir

importaciones de bienes intermedios y de capital (Haggard,

S., 1990).

De hecho, en los años setenta, cuando Latinoamérica

enfrentó una de sus recurrentes crisis de la balanza de

cuenta corriente, México y Brasil empezaron a divergir en

aspectos importantes: Brasil, gobernado por una junta

militares que fundaban su legitimidad en el continuo

crecimiento económico, enfrentó la crisis directamente y

modernizó su estructura productiva con el objeto de reducir

su dependencia externa pero sin redistribuir, lo que lo

obligó a comenzar a abrir su sistema político para resolver

sus problemas de legitimidad. El destino de México fue

encontrar vastas reservas petroleras y convertirse en un


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importante exportador; las enormes cantidades de crédito

externo que el gobierno mexicano logró adquirir en vista de

esta condición le permitieron a los gobiernos príistas

retrasar la transformación de su esquema de sustitución de

importaciones y mantener su régimen político autoritario -

inclusivo a lo largo de la década de los setenta (Marques-

Pereira y Théret, 2004).

Los militares tomaron el poder en Brasil antes de la

crisis de los setenta, en un momento en el cual aún no había

alternativa al modelo de la sustitución de importaciones. El

ejército brasileño siguió muchas de las políticas económico-

estructuralistas que habían sido aplicadas en el pasado, pero

reduciendo su impacto redistributivo y, especialmente,

expropiando este mecanismo a los sindicatos que controlaban

las políticas sociales. Por otro lado, los gobiernos

militares -al igual que los civiles de antes y después-

concebían a su país como una potencia regional e

internacional que necesitaba contar con una sólida base

económica para ser tomado en serio, lo que significaba

autosuficiencia en industria pesada, maquinaria y armamento

(Sallum, 2010). Esto condujo a los militares brasileños a

optar por la profundización de la industrialización en lugar

de inclinarse por la apertura económica.


11

En el caso de México, la crisis de 1982 reveló la

debilidad de la base industrial y la fragilidad del modelo

redistributivo basado en exportaciones petroleras y en la

deuda. Aunque el Estado mexicano y los empresarios también

hayan invertido en acero e industria pesada, como automotores

y maquinaria, el hecho de que la crisis de los setenta haya

coincidido con el descubrimiento de enormes cantidades de

reservas de petróleo permitió que México escogiera el camino

fácil de los estados rentistas.

Esta decisión también tiene razones políticas: México

llegó a la década de los setenta bajo el régimen príista, un

régimen civil-autoritario que dependía tanto del control que

ejercía sobre las organizaciones populares como de su

legitimidad revolucionaria. Era un régimen inclusivo,

autoritario y corporativista que contrastaba con los

regímenes militares excluyentes del Cono Sur. Debido a la

amenaza que representaron el movimiento estudiantil de

finales de los sesenta y el movimiento obrero a principios de

los setenta, el régimen se preocupó más por mantener la

estabilidad política que la modernización del sistema

productivo (Bizberg, 2004). Tanto el descubrimiento de las

reservas petroleras como la posibilidad de contraer deuda

parecían representar la solución perfecta al dilema de cómo


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profundizar el modelo de sustitución de importaciones y

mantener la redistribución a los sectores corporativos y las

concesiones para la clase empresarial protegida; aunque el

Estado mexicano trató de hacer ambas cosas a la vez, terminó

por hacer básicamente con lo segundo, mientras seguía

expandiendo su plataforma petrolera y su deuda.

La solución resultó catastrófica cuando en 1981, el

precio del petróleo cayó y las tasas de interés subieron

simultáneamente. México suspendió el pago de la deuda y tuvo

que recurrir al FMI, que le impuso medidas draconianas. La

combinación de la catástrofe financiera y las recetas de la

institución internacional convenció a muchos de los líderes

mexicanos que el país tenía que abandonar el modelo de

sustitución de importaciones y orientar su economía hacia el

mercado externo. En el lapso de un sexenio México abrió

radicalmente su economía y abandonó la política industrial

prácticamente sin oposición; la apertura fue impuesta a la

sociedad (trabajadores, campesinos y empresarios). El nuevo

modelo guiado por las exportaciones llevó a una excepcional

expansión de la industria maquiladora y a la asimilación de

otras industrias exportadoras al modelo de subcontratación

una vez que el gobierno abandonó la idea de aplicar una

política industrial que integrara a la producción local con


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los sectores dominados por capital extranjero. Este tipo de

modelos han demostrado tener muy baja capacidad de

integración de nueva tecnología y bajo crecimiento de

productividad, pues se concentran -con algunas excepciones-

en sectores manufactureros con alta concentración de mano de

obra y bajos salarios (Puyana y Romero, 2009). Esta situación

implicó un estricto control salarial para poder seguir siendo

competitivos. El control persistente de los sindicatos por

parte del régimen corporativista estaba totalmente encauzado

a cumplir este propósito (Bensusan, 2008). La única

posibilidad para escapar de esta lenta modernización hubiera

sido la integración vertical de la industria a través de la

incorporación de los proveedores nacionales a la industria

exportadora. Sin embargo, las diferentes administraciones

creyeron que este era un proceso que se iría dando

naturalmente y jamás pensaron que fuera necesario aplicar una

política industrial.

Brasil siguió la trayectoria opuesta. El esquema

económico que implementaron las juntas militares fue de

crecimiento acelerado sin distribución. Este modelo de

crecimiento alcanzó su límite a principios de los ochenta,

cuando el contexto financiero internacional se alteró

radicalmente. Entonces Brasil tuvo que depender de sus


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recursos propios para poder enfrentar el desequilibrio creado

por el crecimiento económico bajo un panorama de distribución

de riqueza extremadamente desigual; lo opuesto al modelo

económico fordista que prevaleció en Estados Unidos y Europa

Occidental durante los treinta años que siguieron a la

Segunda Guerra Mundial. Dado que el conflicto redistributivo

no podía ser controlado en el contexto de un proceso de

democratización en donde las fuerzas sociales eran muy

activas y no tenían intención de aceptar pagar el costo de la

adaptación esta situación derivó en una hiperinflación

rampante. Aunque esta circunstancia fue extremadamente

costosa en términos sociales, en especial para los sectores

desorganizados que no estaban protegidos por la indexación,

sirvió de obstáculo en contra de la desindustrialización que

acompaña a la liberalización bajo presión externa(Marques-

Pereira y Théret, 2004); lo que a su vez significó que Brasil

pudiera conservar su base industrial y transitar hacia la

democracia.

Las respuestas a la más reciente crisis global nos

permiten entender los diferentes tipos de capitalismo en

general y los tipos de México y Brasil en particular. La

medidas anti-crisis han sido un indicador de la consolidación

de un tipo de capitalismo dirigido por el Estado y orientado


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hacia el mercado interno en el caso de Brasil y la

persistencia del modelo de subcontratación para el caso de

México.

Como en la gran mayoría de los países del mundo, en

Brasil el Estado jugó un papel preponderante para enfrentar

la crisis: el Estado incentivó el mercado interno por medio

de la inversión estatal por medio del Programa para la

Aceleración del Crecimiento que se propuso invertir en

infraestructura más de 62,140 millones de dólares para 2010 y

otros 219,600 millones para 2011. Apoyó el mercado interno l

gobierno brasileño anticipando por dos meses un incremento

del 12% en los salarios mínimos, además anunció reducciones

importantes de los impuestos de las operaciones financiera de

consumo (de 3% a 1.5%), la eliminación del impuesto a los

productos industrializados -que afectan principalmente a los

automóviles-, así como una excepción para aquéllos que ganan

hasta $875 dólares mensuales (CEPAL, 2010: 12-14).

En contraste, las medidas tomadas por el gobierno

mexicano parecen haber sido simplemente pasajeras y para

abrir un lapso de espera a que llegara la recuperación en

Estados Unidos. En octubre de 2008 el gobierno anunció un

programa para apoyar el crecimiento y el empleo por un monto

de 6,390 millones de dólares en infraestructura y de 11,680


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millones de dólares para financiar la inversión privada. Cabe

destacar que la mayor parte de los proyectos de

infraestructura han tenido enormes problemas de

implementación; algunas fuentes no oficiales afirman que

hasta un 28% de los recursos no ha sido utilizado

(http://www.milenio.com/node/372874). Al mismo tiempo, proclamó

la reducción de 6,000 millones de dólares en gasto público

debido al declive de las finanzas públicas a causa de la

caída de la actividad económica y de los precios del petróleo

(que representan 40% de los recursos del gobierno) (CEPAL,

2010: 34).

El programa más importante del gobierno mexicano fue el

de preservación de trabajos en el sector exportador

(automóviles, autopartes, electrónica, eléctrica y bienes de

capital). Según el programa, el gobierno compensaría los

salarios de los trabajadores afectados por los paros de

producción a cambio de un compromiso por parte de las

empresas de que no los despedirían (OIT, 2009b). También

extendió el programa ya existente del trabajo temporal (que

contrata trabajadores para proyectos comunitarios en

educación y salud) dirigido a áreas rurales y urbanas en las

que el desempleo es muy alto (OIT, 2009b). Aunque se suponía

que estos dos programas iban a cubrir a 500,000 trabajadores,


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se les asignaron escasos 140 millones de dólares al primero y

165 millones de dólares al segundo. Un indicador de que este

programa no estaba funcionando como debería fue que seis

meses después, en marzo de 2009, y una vez más en mayo, el

gobierno anunció que se simplificarían las reglas de acceso

al mismo. Además, los salarios mínimos aumentaron en apenas

un 4.6% y el gobierno permitió a los trabajadores usar una

parte de sus fondos de pensiones individuales a modo de

seguro de desempleo (CEPAL, 2010: 35-7).

3. La complementariedad entre las políticas

económicas, laborales y sociales

Un régimen de bienestar no es sólo una forma de

protección del individuo contra los riesgos de la vida

(enfermedad, desempleo, vejez, etc.), es también un mecanismo

para mantener la cohesión social (Théret, 2002: 76). Por otro

lado, puede ser complementario o no de algún tipo de

capitalismo. Mientras que en el capitalismo liberal el Estado

benefactor residual y la débil organización laboral son

complementarios del proceso de manufactura basado en la

innovación radical que requiere de la flexibilidad del

mercado de trabajo, en los capitalismos estatistas y

corporativistas europeos el régimen de bienestar y las


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relaciones industriales están muy extendidas, pero son, al

mismo tiempo, dependientes de la situación laboral de los

individuos y de la de sectores económicos específicos, una

circunstancia complementaria a la producción basada en

innovación incremental y en un alto nivel de calificación. En

el capitalismo socialdemócrata las relaciones industriales

están centralizadas pero son flexibles, mientras que el

régimen de bienestar es universal y generoso, y por tanto

complementario a la competitividad e innovación basadas en la

resolución de problemas sociales y económicos (Boyer, 2005:

529-532).

En México se instauró originalmente un régimen

universalista en el cual los trabajadores debían afiliarse a

un sistema de seguridad nacional que garantizaba tanto

servicios de salud como las pensiones. El régimen adquirió un

carácter más corporativista después de la movilización de

algunos sindicatos estratégicos que forzaron al gobierno a

conferirles otro tipo de condiciones en la década de los

sesenta. Este régimen de bienestar estaba directamente

vinculado a las necesidades del PRI, pues le aseguraba el

control de las organizaciones sociales bajo un esquema

corporativista. Desde la llegada de los “tecnócratas” al

poder y el consecuente distanciamiento entre el Estado y las


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organizaciones sociales, el Estado benefactor empezó a

evolucionar hacia un esquema más universal, aunque

asistencialista, minimalista y clientelar. El programa

principal es Oportunidades, que se enfoca en los más pobres

de la población y cubre a cerca de 6 millones de familias. Se

complementa con el Seguro Popular, que pretende extender la

cobertura de salud a toda la población no asegurada por algún

servicio de salud, sin embargo, no ha logrado atraer a la

gran mayoría del los trabajadores del sector informal que

tendrían que pagar un monto variable por estar incluidos en

el programa. Mientras que Mesa-Lago calcula que el 45.3% de

la población tiene cobertura en el ámbito de salud (2009:

13), la OCDE estima que el porcentaje es más cercano al 80%.

La política social en México está desconectada de la

política laboral. Durante el primer gobierno liberal (1988-

1994), los recursos para este programa provenían de las

privatizaciones. Después, el gobierno empezó a desmantelar el

sistema de bienestar corporativista para poder financiarlo.

Transformó el sistema de pensiones por repartición de los

trabajadores del sector privado en un sistema de

capitalización individual en 1995; hizo lo mismo con los

trabajadores del sector público en 2007.


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Brasil contrasta profundamente con este caso, sobre todo

por el hecho de que las políticas sociales y laborales de son

complementarias. Brasil es el país que, en la última década,

ha ido avanzando más decididamente hacia una transformación

cualitativa de su régimen de bienestar. El régimen de

bienestar brasileño salió del régimen militar siendo

universalista, aunque también fuera minimalista y

clientelista; fue centralizado por el ejército en 1967 con el

fin de quitarle el control a los sindicatos. Por otra parte,

Brasil no redujo su gasto en salud y educación como hizo la

mayoría de los países latinoamericanos en los noventa

(Lautier, 2007: 53). Tampoco abandonó el sistema de pensiones

por reparto y ni siquiera instituyó un sistema mixto. De

hecho, la constitución de 1988, instaurada con una muy activa

participación de la sociedad civil y que propone programas

sociales universales muy generosos, forzaron a los gobiernos

a implementar nuevas políticas sociales. Esto se cumplió

especialmente para el caso del sistema de salud con la

creación del SUS (Sistema Unificado de Salud) que, similar al

sistema universal británico, el British National Health

Service, extendió rápidamente la oferta por servicios de

salud gratuitos: en 2003, el 79% de la población usaba

regularmente estos servicios y financiaba el 57% del total de

los servicios, el 26% eran financiados por lo menos


21

parcialmente por planes privados y el 15% por el paciente

mismo. En lo referente a la hospitalización, el SUS

financiaba el 68% de los casos mientras que los planes

privados el 24% (Lautier, 2007: 56-57). El programa más

importante de asistencia, Bolsa Familia, se expandió en

términos tanto de recursos como de cobertura, alcanzando a

casi 50 millones de personas en 2009 (Dowbor, 2009: 194).

Además, las pensiones para los trabajadores rurales fueron

ampliadas: desde 1991, 12.8 millones de personas obtienen un

salario mínimo sin haber contribuido. Otro programa de

asistencia social, el BPC (Beneficio de Prestação

Continuada), cubre a alrededor de 2.7 millones de ancianos o

incapacitados de más de 65 años y que habitan un hogar con

ingresos menores a un cuarto del salario mínimo (Lautier,

2007: 60-62). Además, Brasil fue el primer país relevante en

el mundo en instituir (en 2004) un ingreso básico de

ciudadanía, llamado Renda Básica de Cidadania, que se

proponía cubrir a todos los brasileños para 2008,

sustituyendo a todos los demás programas de asistencia y de

pensiones mínimas, pero que todavía no ha sido implementado

(Lautier, 2007: 54). Los datos acerca de la proporción del

gasto social con respecto al PIB de los dos países es

ilustrativo.
22

Cuadro 1. Gasto en Seguridad Social; porcentaje del PIB


(2006-2007).

País Educa Salud Seguridad Vivi Total

ción social, trabajo y enda

asistencia

Brasil* 5.0 4.7 13.0 1.7 24.4

Mexico 4.0 2.8 2.4 2.1 11.2

*Incluye gasto federal, estatal y municipal.


Fuente: Becarria, Luis y Salvador Marconi, 2010.

Por otro lado, los gobiernos tecnocráticos del PRI y los

gobiernos panistas que les siguieron desde el año 2000

continuaron con la imposición del control estatal

corporativista sobre los sindicatos a través de una serie de

mecanismos: la negociación con los sindicatos tradicionales

sobre las atribuciones de la Secretaría de Trabajo para

registrar sindicatos y establecer salarios, y la aceptación

del control directo de los empleadores sobre los sindicatos a

través de sindicatos de “protección” (Bensusan, 2008: 33).En

contraste, los movimientos sindicales en Brasil están

relativamente bien organizados y se mantienen activos desde

que jugaron un papel central en la transición hacia la

democracia y la redacción de la Constitución de 1988. El


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partido que ha gobernado Brasil los últimos ocho años, el PT,

tiene bases sindicales y ha implementado instancias formales

de negociación en torno a diferentes medidas sociales y

económicas, como el Consejo Económico y Social. La densidad

sindical en Brasil es alta en comparación con la del resto de

América Latina, con un 17.3% en 2001 mientras que México era

10.3% en 2002 (Lawrence y Ishikawa, 2005, 157).

Estos países difieren aún más radicalmente en sus

políticas de salarios mínimos, aspecto que tiene una relación

evidente con la situación de sus respectivos sindicalismos.

En los últimos cuatro años los salarios mínimos en Brasil han

aumentado considerablemente con el fin de cerrar la brecha

entre los trabajadores mejor y peor pagados, lo que señala la

determinación tanto de expandir el mercado interno como de

elevar la equidad; de hecho, en febrero de 2009 el salario

mínimo había casi duplicado la cifra del 2000 en términos

constantes, algo que también impacta a desempleados y

pensionados. En el mismo periodo ha habido una expansión

considerable de la ocupación y la formalización del empleo

(OIT, 2009a). Todo ello se ha producido tanto como efecto de

la presión social como de la voluntad gubernamental de

ampliar el mercado interno. En contraste, en México los

salarios mínimos se han mantenido bajo control con el objeto


24

de atraer a la inversión extranjera. Esto ha significado una

pérdida de poder de compra en muchos años y una limitación

del mercado interno. Estas políticas han tenido un efecto

indudable sobre la distribución del ingreso en ambos países.

Gráfica 1. Tasas de aumento de los salarios mínimos.

Fuente: Becarria, Luis and Salvador Marconi, 2010.

Si analizamos ahora el comportamiento de los salarios en

relación con la productividad, podemos tener un indicador de

la relación entre las políticas sociales y las económicas. En

el caso brasileño se tiene un crecimiento continuo y una

sincronización entre productividad y salarios, algo que

caracterizó a la época fordista en los países desarrollados


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durante el periodo entre el final de la guerra mundial y el

principio de los años setenta, en donde el aumento de los

salarios que estaban por encima de la productividad sirvió

como estímulo para obtener mayores ganancias (ver gráfica 2).

Gráfica2. Productividad y slasrios en Brasil.

Fuente: Boyer, R., 2009.

México presenta una evolución casi constante y bastante

más lenta de los salarios reales con respecto a la

productividad, lo que denota un modelo de desarrollo basado

en salarios bajos, que en respuesta está condenado a un

deficiente crecimiento de la productividad. (Gráfica 3).


26

Figure 7. Productividad y salarios reales en Mexico.

120.0

100.0

80.0

Índice de salarios medios


60.0 reales
Índice de productividad
40.0

20.0

0.0
1988
1989
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007

Fuente: Elaborado con base en el Sistema de Cuentas


Nacionales, INEGI y el Centro de Estudios de las Finanzas
Públicas de la Cámara de Diputados y CEPAL.

4. Conclusiones

La principal idea de este artículo es que la trayectoria

histórica, en especial la forma en que los países enfrentan

las crisis económicas, y la conformación socio-política

resultante se complementan para definir los tipos de

capitalismo que se están desarrollando en cada uno de ellos.


27

La crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial dieron pie al

modelo fordista en Europa y en Estados Unidos y al modelo de

sustitución de importaciones en muchos países de América

Latina. En la primera parte del texto he explicado como tanto

México como Brasil intentaron implementar una tercera fase de

sustitución de importaciones, pero mientras que Brasil tuvo

éxito a México no lo tuvo debido a condiciones tanto

políticas internas como financieras externas, así como el

descubrimiento del petróleo. Mientras que Brasil tuvo la

capacidad de resistir las presiones políticas y económicas

para abrir completamente su economía en los ochenta y

noventa, porque había profundizado más en la sustitución de

importaciones y por haber logrado construir instituciones

sociales y políticas más sólidas. Este país logró implementar

un régimen social y salarial integrado, coherentemente

articulado con sus políticas económicas orientadas hacia el

mercado interno. Lo anterior explica por qué éste país pudo

aplicar las acciones contra cíclicas más coherentes y por qué

es considerado como una economía emergente. A esta economía

podemos catalogarla como un capitalismo guiado por el Estado

y orientado hacia el mercado interno (CEMI). Esta

conformación puede formalizarse en el esquema de ciclo

virtuoso siguiente, a sabiendas que se trata de un tipo ideal


28

que formaliza la tendencia de un país pero que no puede

confundirse con la situación real de éste.

Círculo virtuoso de “upgrading” en Brasil.

Presión Distribución
Aumento equitativa de aumento
De ingresos Ingresos
competitividad gobierno

Inserción
internacional Incremento Políticas
Activa Mercado Sociales
Interno universales

Aumento
Necesidad
Capital
Creación Ahorro mano de
humano
Endógena Obra por Presión
De tecnología tecnología sindical
democracia

Aunque México parecía tan capaz como Brasil de sustituir

bienes intermedios y de capital en los setenta un Estado

menos autónomo del régimen político y una élite estatal más

política y menos tecnocrática que en Brasil sacrificó la

modernización económica por la supervivencia del régimen

político. Habiendo perdido su primera oportunidad para

complementar el crecimiento del mercado interno con las

exportaciones, durante la crisis de los ochenta el país fue

forzado (tanto por el FMI como por las élites locales) a

girar hacia el mercado externo, modelo consolidado con la

firma del TLCAN y con la conversión del país hacia una


29

economía de subcontratación internacional. Este modelo de

acumulación se complementa con una política laboral liberal

que ejerce un estricto control sobre los salarios y que

aplica una política social asistencial. Este modelo económico

se puede catalogar como un capitalismo de subcontratación

internacional (CSI), conformación puede formalizarse en el

esquema que sigue:

Círculo vicioso de “undergrading” en México.

Presión aumento
Competitividad
por medio de Distribución
inequitativa de Bajos
salarios bajos
Ingresos Ingresos
gobierno

Inserción
internacional Políticas
Pasiva o Mercado
Interno Sociales
dependiente residuales
reducido

Bajo
Baja Capital humano
Capacidad
Falta de Absorción
Creación tecnología Baja
Endógena presión Corporati-
De tecnología sindical vismo

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