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“La Patagonia, no tiene los doscientos años que el resto del país festeja. Arrastra
consigo una masacre aún latente en la memoria colectiva. Me refiero a las campañas de
exterminio que el resto del país realizó bajo el lema de expansión territorial, económica y
política. De alguna manera, esa forma de colonización macabra (no sé si existe otra) se
vive aún en estas regiones al ver estas tierras pobladas de empresas petroleras,
extensiones de tierras compradas y adueñadas por magnates extranjeros, multinacionales
que arrasan con los modos de vida campestres de muchas comunidades. Esta provincia no
está ajena a esas realidades. Tenemos un gobierno cómplice en cada una de estas
atrocidades. La vida en la Patagonia es muy cara, porque el nivel de vida está pensado para
familias nucleares vinculadas al trabajo petrolero. Las docentes reclaman aumento y aquí
marchan a sabiendas de que sus vidas corren riesgo a punta de balazos de goma; los
pequeños empresarios frutícolas pierden su producción, cortan el puente mientras regalan
sus cosechas perdidas, estigmatizados por la clase pequeño burguesa que los odia al no
poder llegar a sus trabajos; los sectores más empobrecidos son atacados por el
doblegamiento de policías que bajo la subjetividad de una inseguridad latente, cuidan los
intereses de las familias que almuerzan y cenan en el hipermercado Jumbo” (Seba Fanello,
2016).
sobrevuela y que somos muy respetuosos cuando aparecen palabras tan tramposas como
“integración”, “inclusión” e “igualdad”. Todo nos hace ruido por la historia que nos travieza. Y
en muchas ocasiones veo a las academias con proyectos invasivos disfrazados de buenas
intenciones. Es posible que las bordadoras ni siquiera quieran compartir su “ingenuo arte”
(según su maestra Leonor Sobrino) en galerías o en museos. A lo mejor su tradición está
siendo invadida una vez por el colonialismo. No es asì, ya lo se, por que terminaron
exponiendo en museos como las arpilleristas, que de otro modo quizá no hubiesen
visibilizado, pero es factible pensar en todas las probabilidades antes de intentar imponer
categorías ajenas como modo de homogeneizar prácticas artísticas.
En la costa central de Chile, más precisamente en Isla Negra, por el año 1969 y bajo
la iniciativa de la extranjera Leonor Sobrino, las mujeres de la isla iniciaron la costumbre de
bordar paisajes y situaciones de la vida cotidiana. ¿Es esto arte? En el texto de Ticio se ven
las dificultades que presenta la noción moderna, hegemónica de Arte para incorporar bajo
su tutela prácticas populares como los bordados de las mujeres de Isla Negra. Según Ticio,
podríamos decir que aún hoy, el par antitético “arte/artesanía” opera como una de las tantas
oposiciones binarias del pensamiento moderno y reduce la práctica de los bordados, a la
categoría de artesanía. “La Estética crece sobre una plataforma escindida que tiende a
polarizar sus conceptos y enfrentarnos en batallas muchas veces inútiles” (Escobar, 1986).
permite pensar a las bordadoras en el espectro de “la cultura popular” y a sus creaciones
como “arte popular”1, restringiendo el concepto de pueblo y popular “a las comunidades
indígenas y los sectores rurales o suburbanos (...) .el campo amplio de lo no-hegemónico.”
(Escobar, 1986).
Leonor Sobrino les enseñó la técnica del bordado para que tuviesen otra entrada
laboral que les rindiera más y que sea mejor remunerada que todo el trabajo que ya hacían.
Es posible reconocer la intención de realizar estas obras como mercancía, es decir ya
estaba la intención mercantil en la propuesta de la maestra extranjera que se corresponde
con el pensamiento burgués moderno que sacrifica el valor social, ritual y simbólico, en este
caso del bordado y le impone el carácter de mercancía. En este sentido se encuentran los
bordados en un estatuto similar con cierto aspecto que Ticio Escobar detecta en las “obras
puras”, ya que estos bordados, como muchas obras de arte hegemónicas, están pensados
desde su concepción como productos de consumo (más o menos fetichista) para el turista.
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Para Ticio Escobar, es compleja la definición de arte, pero también es complejo definir aquello que desde
distintas perspectivas (pensamiento liberal, marxismo, ilustración, etc.) se ha llamado “lo popular”.
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Otra particularidad que ubica la producción de las mujeres isleñas como arte popular
según lo expuesto por Ticio Escobar, es la posibilidad de ubicarlas bajo la idea de
identidades mestizas (básicamente rurales) alternando en sus paños representaciones de
un territorio “fracturado y abierto, erosionado por la cultura impuesta. Por eso sus
representaciones operan de manera disgregada y, desconectadas entre sí, pocas veces
logran confrontarse, cruzarse y trazar perspectivas que faciliten la anticipación imaginaria
del conjunto” (Escobar, 1986).
Así y todo, el arte de los bordados de isla negra se niega a instalarse en los circuitos
mainstream y permanece bajo su sistema alternativo siendo parte de los modos de vida de
las habitantes de Isla Negra. Ellas se perciben como artistas y perciben su obras como
obras de arte. El video hace lo suyo reivindicando en su narración el estatuto artístico de las
bordadoras. En la descripción puede leerse que la productora está enfocada en mostrar
arte, turismo y cultura de su país. Pese a las contradicciones o no de esta relación tripartita:
arte-turismo-cultura, pese al intermitente protagonismo que han tenido, la actividad de las
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