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ESQUEMA CORPORAL

DEFINICIONES:
1- Le Boulch: “El conocimiento inmediato y continuo que nosotros tenemos de nuestro
cuerpo en estado estático o movimiento, en relación con sus diferentes partes y sobre todo
en relación con el espacio y los objetos que nos rodean”.
2- Coste: “El resultado de la experiencia del cuerpo de la que el individuo tomo poco a
poco conciencia, y la forma de relacionarse con el medio, con sus propias posibilidades”.
3- Legido: “Imagen tridimensional en reposo y en movimiento que el individuo tiene de
los segmentos de su cuerpo”.

ETAPAS:
􀂉 Según Vayer:
1ª-Hasta los dos años: maternal.
El niño pasa de los primeros reflejos a la marcha y las primeras coordinaciones.
2ª-De 2 a 5 años: global.
Conocimiento y utilización del cuerpo cada vez más precisa.
Relación con el adulto.
3ª-De 5 a 7 años: transición
Diferenciación y análisis del cuerpo. Independencia de los brazos. Conocimiento derecha-
izquierda.
4ª-De 7 a 11 años: elaboración definitiva del esquema corporal.
Relajación global. Transposición del conocimiento de sí al conocimiento de los demás.

􀂉 Según Le Boulch:
1ª- Etapa del cuerpo vivido. (Hasta los 3 años).
Todo un comportamiento global. Conquista del esqueleto de su Yo, a través de la
experiencia global y de la relación con el adulto.
2ª- Etapa de discriminación perceptiva. (De 3 a 7 años).
Desarrollo progresivo de la orientación del esquema corporal. Al final el niño es capaz de
dirigir su atención sobre la totalidad de su cuerpo y sobre cada uno de los segmentos
corporales.
3ª- Etapa del cuerpo representado. (De 7 a 12 años).
Se consigue una independencia (funcional y segmentaria global) y autoevaluación de los
segmentos. Se tienen medios para conquistar su propia autonomía.

􀂉 Según Ajuriaguerra:
1ª- Hasta los 3 años.
Nivel del cuerpo vivenciado. No existe diferencia entre lo afectivo y lo cognitivo. Se dan
dos procesos fundamentales para la maduración del niño: la marcha y el lenguaje.
2ª- De 3 a 7 años.
Nivel de discriminación perceptiva. Tres apartados:
􀂄 Perfeccionamiento de la motricidad global.
􀂄 Evolución de la percepción del propio cuerpo.
􀂄 Acceso al espacio orientado.
3ª- De 7 a 12 años.
Nivel de la representación mental del propio cuerpo. Evolución de la inteligencia,
interpretación neuro-afectiva y estructuración espacio-temporal.

EDUCACIÓN DEL ESQUEMA CORPORAL:


El esquema corporal es elaborado a partir de:
􀂄 Conocimiento del propio cuerpo.
􀂄 Desarrollo de las capacidades perceptivo-motoras.
􀂄 Desarrollo de la lateralidad
LA CLÍNICA PSICOMOTRIZ. El cuerpo en el lenguaje
Esteban Levin
Editorial Nueva Visión. Buenos Aires 1991. 3ra edición.

INTRODUCCIÓN
Introducir es dar entrada, es dar cabida a alguien en algún nuevo lugar. Introducirnos en la lectura de
un libro implica siempre inaugurar un espacio y un tiempo diferentes. Toda lectura genera y produce
interrogantes.
Como una película cuyo final se anticipa al comienzo, esta introducción es el último capítulo que
escribió en mí este libro. Me encuentro escribiendo el final del libro en su principio. Escritura que
continúa reinscribiéndose en la lectura que lo precede y lo anticipa en una secuencia.
Este escrito espera generar en el lector un espacio de trabajo, de apertura, de interrogantes que
promuevan cuestionamientos, allí donde las preguntas y las respuestas permanecen fijas y anquilosadas
en un saber enciclopedista o linealmente uniforme. ¿Quién desafía y resquebraja el saber instaurado de
la técnica? ¿Quién se introduce en el campo psicomotor y qué lugar ocupa?
Es el sujeto, quien permanece perdido en la mirada del técnico, el que nos interpela a mirarlo, leerlo
y escucharlo desde el registro simbólico. Es él quien se introduce en la clínica psicomotriz luego de un
sinuoso y arduo recorrido.
Este verdadero desafío nos introduce en la búsqueda, en la que el mismo sujeto participa –y no un
formulario o recetario ya dado-, de lo que no se representó de ese cuerpo en el encadenamiento
simbólico.
Desafío que nos lanza el niño, con su cuerpo, sus posturas, sus gestos, al darse a ver del otro lado de
los recursos y métodos técnicos, ya sean listados de ejercitaciones y programas de actividades, así como
también modalidades de intervención basadas en la valorización de lo emocional, de la empatía, la
adaptación, lo relacional, la motivación, etcétera.
Es el sujeto con su sufrimiento en juego encapsulado en su síntoma psicomotor el que inaugura y da
cabida a este espacio clínico. El mismo impulsa preguntas que generan nuevos laberintos,
conduciéndonos continuamente a reformulaciones teórico-clínicas. Este escrito es producto y
consecuencia de estos efectos.
Son precisamente ellos, los niños, los que en la dinámica psicomotriz arman y conquistan nuevos
espacios, movimientos y cuerpos, que reclaman ser leídos e interpretados, fuera de los presupuestos, de
los prejuicios ya establecidos por un saber absolutista, propio de los Amos, que sólo se relacionan por su
imperativo omnipotente con el de los pequeños conquistadores.
Es en este espacio donde surge la pregunta por el sujeto. El, en la clínica psicomotriz, nos hace
recurrir al psicoanálisis, que de allí en adelante atraviesa nuestro acto clínico, sin dejar por ello de lado
la propia especificidad. Por el contrario su inclusión redimensiona el ámbito psicomotor permitiendo
otra mirada, otra lectura-escritura simbólica y, en definitiva otro camino inexplorado.
El psicoanálisis posibilita diferenciar el cuerpo en lo real, en lo simbólico y en lo imaginario. Que el
cuerpo humano en tanto tal es un real, el cual es simbolizable y en consecuencia susceptible de
representación imaginaria.
El cuerpo neuroanatómico, el tono muscular, los brazos, las piernas, la nariz, los ojos, la boca, el
sistema nervioso, digestivo, circulatorio, en una palabra, todos los órganos, componentes y sistemas del
cuerpo, están tomados por una estructura que subvierte y modifica el equilibrio homeostático del
cuerpo; esta particular estructura es el lenguaje.
A la realidad neuromotriz del cuerpo se sobreimprimen las huellas y marcas del lenguaje; con ellas el
cuerpo pasa a residir no sólo como un conjunto de músculos y nervios, sino y también como una
posición inscripta por el deseo del Otro en la cultura. Tenemos la realidad del cuerpo (condición de
posibilidad), pero eso que es el cuerpo no es la realidad, el lenguaje lo atraviesa, lo transgrede y
trasciende, hasta hacerlo existir fuera de su pura sensación carnal.
Para que una vivencia corporal se constituya, necesariamente tendrá que pasar por el lenguaje, y,
por ello dejará de ser sólo vivencia-cuerpo todo junto. El cuerpo no es el organismo, y dialécticamente el
organismo biológico no es el cuerpo.
El cuerpo libidinal, pulsional, erógeno, que Freud se ocupó de descifrar, retorna constante y al mismo
tiempo azaroso en la práctica clínica de la psicomotricidad: no podemos ya eludirlo desconociéndolo.
Tanto los ojos como las posturas, los gestos, el tono muscular, el movimiento, no son sólo eso, sino
también significación determinada por el deseo del Otro que pulsiona ese cuerpo, que lo introduce en el
mito familiar.
J. Bergès, en su extenso recorrido por el campo psicomotor, lo puntualiza de este modo:
[...] es pues del cuerpo en cuanto receptáculo, suponiendo una inscripción, que se puede captar la
significación de los disturbios y establecer una terapéutica en cuyo centro estará el cuerpo, el cuerpo del
hombre que habla. (1)
Este libro se ocupa en particular de este viraje y esta articulación. Pues no es un mero cambio
teórico, un simple agregado yuxtapuesto o una modificación, sino que a partir de la inclusión de lo
inconsciente en el ámbito psicomotor, proponemos un cambio a la vez ético y epistemológico en la
lectura, en la mirada y en la intervención misma del psicomotricista. Lo que nos posibilita continuar
avanzando y pensando la clínica psicomotriz desde el lugar de lo posible, desde lo simbólico.
La inclusión del psicoanálisis en el campo psicomotor produce como efecto otra forma de
comprender a un niño que en su cuerpo y en su motricidad da a ver su padecimiento, donde lo psico de
la motricidad no está ya dado por los hábitos, la memoria, los patrones de conducta, los afectos, las
funciones, la sensibilidad, la percepción, entre otros, sino que se constituye y se instala desde el lugar
del Otro, del lenguaje, del significante. Espacio simbólico que no es constituido sino constituyente del
sujeto y con él de su cuerpo y su movimiento. Es por esto que lo psico de la psicomotricidad no proviene
más de la psicología, sino del psicoanálisis.
El Otro no es un estímulo ni un estimulante, sino la instancia que, desde su mirada, organiza en el
niño su auto imagen corporal y, desde su discurso, recorta, en el ojo, en la boca, en cada “agujero” del
niño, la sombra de un objeto inexistente que, por ello, será incesantemente buscado. (2)
Si bien lo inconsciente es descifrado y por lo tanto descubierto por el psicoanálisis, este hecho no
determina de por sí que el mismo le pertenezca con exclusividad, pues como tal no es propiedad de
nadie.
Diferentes praxis clínicas como la psicomotricidad, la psicopedagogía, la fonoaudiología, la
estimulación temprana, etcétera, podrán incluir dentro de la psico de su especificidad a lo inconsciente,
siempre y cuando se lo haga intentando descifrarlo en el único lugar en que es posible hacerlo, en la
trama transferencial, pues es allí donde el sujeto aparece y al cual aspiramos a no desconocer desde la
propia práctica específica.
Es el sujeto el que pretendemos rescatar, su singularidad. Algo que no es en general, que no es una
totalidad en sí misma, tampoco es una globalidad uniforme, sino que es un cuerpo en falta. Es el deseo
que alude en el cuerpo a una falta, que hace de él un recorte respecto al cuál sólo puede informar una
repetición significante. Lo interesante de este punto es que no hay tipificación posible de este singular
recorte. Ya que el Otro recorta el cuerpo en una posición de uno irrepetible en el plural. Lo que le
confiere al cuerpo la misma singularidad del sujeto. Por este recorrido singular que es armado y
fabricado por el recorte del Otro en el cuerpo podemos enunciar: que el cuerpo es en transferencia
referido a una red significante, red histórica que lo hace existir.
La operación clínica en el campo psicomotor (nos referimos específicamente a la lectura, la mirada, la
intervención, la “corporificación”, la interpretación, la observación), es efecto de esta red transferencial
que se transforma en uno de los ejes centrales del tratamiento, ya que el cuerpo adquiere su
consistencia en relación con lo simbólico, con la ley (la prohibición), que introduce la castración en el
cuerpo, y con ella la hiancia por donde emerge el deseo.
Surge tal vez aquí un interrogante que, aunque parezca ingenuo, es esencial para continuar
pensando en el suceder clínico del ámbito psicomotor: ¿Qué entendemos por lo inconsciente?
Lo inconsciente ha tenido desde Freud hasta nuestros días, diferentes lecturas y escrituras en el
campo psicoanalítico, lo que ha traído aparejada distintas posiciones clínicas y éticas. Si bien
“aparentemente” todas se refieren a la lectura de Freud, de su desciframiento y análisis se desprende
inconscientes distintos, y hasta, en algunos casos, opuestos y contradictorios.
Es válido, por lo tanto, aclarar que consideramos lo inconsciente tal como lo definió Jacques Lacan en
su retorno a Freud: lo inconsciente es estructurado como un lenguaje.

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(1) Jean Bergês, O corpo e o olhar do Outro, Porto Alegre, Cooperativa Cultural Jacques Lacan, 1986, p. 7
(2) Alfredo Jerusalinky, Psicoanálisis en los problemas del desarrollo infantil, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988, p. 77.
De esta definición y de sus consecuencias se desprende efectivamente un modo particular de
interrogar y teorizar la dimensión subjetiva que se pone en escena en la clínica psicomotriz, cuando nos
desprendemos del tecnicismo ya establecido.
Esta perspectiva, sin descuidar la especificidad psicomotriz, nos permite sostener una práctica
transdisciplinaria donde se privilegia al sujeto que allí se está constituyendo.*
Este acuerdo en torno de la concepción del sujeto (que implica ocuparnos necesariamente de los
efectos transferenciales que en la clínica se generan) facilita no sólo el intercambio con profesionales de
otras áreas, sino que posibilita que el verdadero protagonista sea el niño y no el terapeuta.
La óptica que impulsamos es opuesta a aquellas que en el campo psicomotor y “corporal” intentan
reducir lo inconsciente a una sustancia, a algo material, que hasta incluso es ubicable “en las
profundidades” del cuerpo, donde se encontraría el ello, y el yo equivaldría, en ese contexto, a la piel
del cuerpo, tomando éste como organismo. Estos postulados empíricos manifiestos desestiman la
estructura que verdaderamente subyace:
¡Es tan cómodo para la pereza intelectual refugiarse en el empirismo, llamar a un hecho, un hecho, y
vedarse la investigación de una ley! […] Es un empirismo coloreado. No hay que comprenderlo, solo
basta verlo. (3)
Diferentes posturas en el ámbito psicomotor permanecen estancadas en lo que podríamos
denominar las doctrinas mundanas del siglo XVIII, basadas en una realidad empírica evidente, que se
fundamenta en el realismo empírico, visible y objetivo del fenómeno corporal. Sólo hace falta verlo y no
comprenderlo; se piensa al cuerpo como se lo ve, como se presenta a la vista en forma inmediata.
Estos postulados psicomotores adaptacionistas, que sólo toman en cuenta la realidad empírica del
cuerpo, se basan en lo que hace o juega el niño, para que este se adapte “mejor” o “bien” a esa siempre
supuesta realidad objetiva. Es éste el origen de los test psicomotores que abundan y se aplican
indiscriminadamente en nuestro medio. Freíd demostró que tanto la realidad como el cuerpo no son
entes empíricos objetivos ni son dados de una vez y para siempre. La realidad y el cuerpo se constituyen
en relación al Otro. Son una realidad y un cuerpo conformados por historias, demarcaciones, mitos,
deseos, representaciones, que se relacionan indefectiblemente con el discurso que les da origen.
En nuestra opinión afirma Bachelard] hay que aceptar para la epistemología el siguiente postulado: el
objeto no puede designarse de inmediato como “objetivo”, en otros términos una marcha hacia el
objeto no es inicialmente objetiva.[…]El hombre es hombre porque su conocimiento objetivo no es ni
inmediato ni local.(4)
En nuestros días, y particularmente en el espectro de lo corporal, estas afirmaciones adquieren cada
vez más validez, pues se hace del cuerpo un reinado donde la expresión y la emoción son súbditos de su
majestad: el cuerpo visible y objetivado.
Contrariamente a estos postulados, seguimos la enseñanza de Freíd porque ya no se trata de la
observación empírico positivista, determinada por la interpretación concreta y objetiva de la “realidad”.
La verdad no está del lado del terapeuta en psicomotricidad sino que surgirá del deseo del sujeto en el
transcurrir de la clínica misma. Tampoco por ello queremos transformar la psicomotricidad en un
psicoanálisis, ya que se ocupan de problemáticas diferentes. El psicomotricista se ocupa del cuerpo y la
motricidad de un sujeto en sus diferentes variables: privilegia la mirada. El psicoanálisis en cambio, se
ocupa de escuchar el discurso de un sujeto fundamentalmente en sus fallidos, privilegia la escucha. Pero
del cuerpo, las posturas, los gestos y el movimiento que no funcionan se ocupa la psicomotricidad, que
pondrá en juego su mirada particular.
Para apropiarse del cuerpo, un niño tendrá que realizar sucesivamente importantes conquistas, en
relación con su espacio, sus movimientos, sus posturas, sus gestos, sus tiempos; tenemos un cuerpo
(órgano) que, como lo dice la expresión: “el propio cuerpo”, tendrá que ser de alguien (un sujeto) para
propiamente ser un cuerpo y no una pura carne (como sería el caso de los niños autistas).
Por las fallas e interferencias en esta ardorosa conquista, surge la clínica psicomotriz.
Con los aportes del psicoanálisis se produce una transformación clínica conceptual en la práctica
psicomotriz, que modifica las perspectivas hasta hoy planteadas.

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* Para mayor ampliación temática, puede consultarse: Alfredo Jerusalinsky y co., Psicoanálisis en los problema de desarrollo
infantil, Bs. A., Nueva Visión, 1988.
(3) Gaston Bachelard, La formación del espíritu científico, Bs. As., Siglo veintiuno, 1985, p. 35.
(4) Idem, p. 282.
Impulsando este cambio proponemos esta nueva mirada psicomotriz de un sujeto.
Esta propuesta no implica desconocer la historia de la psicomotricidad hasta nuestros días (de hecho
aquí damos una versión posible de la misma), sino que, por el contrario, pretendemos provocar en ella
un sesgo diferente produciendo así una apertura.
Las propuestas de Dupré, de Wallon, de Ajuriaguerra, entre otros, pasan a incluirse dentro de una
red simbólica. Ocurre lo mismo con aquellos recursos del campo psicomotor que nos son útiles en
determinado momento para operar en lo instrumental del cuerpo o el movimiento. Por ejemplo,
facilitar un desplazamiento, la prensión de un objeto, una nueva postura, la marcha, un salto, etcétera.
Lo que varía es el punto de partida y por lo tanto de mira, ya que se trata del cuerpo y la motricidad
de un sujeto.
No deberíamos olvidar las enseñanzas que la práctica clínica en psicomotricidad nos deja; los
problemas que ella nos plantea no se resuelven con recursos y recetas técnicas, ni con consejos ni
artificios mágicos.
Justamente éstos ocultan y taponan las dificultades en vez de transcribirlas en el universo simbólico.
La historia del ámbito psicomotor de esta manera no sólo no se elimina, sino que se redimensiona
dentro de la especificidad clínica.
Interrogarnos acerca de lo que no se sabe del cuerpo de un sujeto remite concomitantemente a su
singularidad, que rompe con la primacía del saber uniforme del cuerpo empírico- objetivable. Su
majestad pasa a ser nuevamente, como lo introdujo Freíd, el niño. Podríamos agregar: con su cuerpo,
sus gestos, sus posturas, su tono muscular, que hablan al ser leídos y hablados por otros.
Este libro propone ser una invitación a trabajar, a articular, impulsando interrogantes que en tanto
tales impliquen transformaciones, o sea, tal como ocurre en el cuerpo, cuyo registro es el de las formas
que cambian: así pretendemos que suceda con lo que nos lean.
Se plantea aquí un itinerario, un desmontaje del saber ya establecido y constituido; no con la
finalidad de instalar otro saber absoluto y verdadero, sino para abrirán espacio diferente que
desemboque en la reflexión, discusión y transmisión teórico-clínicas de las que hasta ahora carecíamos.
El recorrido pretende, de este modo conceptuar y formalizar el espacio de la clínica psicomotriz en el
cual estamos implicados explicitando nuestra posición y, desde ella, la interpretación que hacemos de
otras posturas psicomotrices. La nuestra nos ha llevado a seleccionar los problemas que hoy
consideramos nodales en el acontecer clínico de la práctica psicomotriz, con el afán de rescatar siempre
allí el cuerpo subjetivado del niño.
Es esta nuestra convicción al emprender esta tarea de escritura. El horizonte de la misma, lejos de
estar completo y acabado, sitúa el punto de búsqueda en el que al escribir estas líneas nos
encontramos.
“Poner el cuerpo en juego”.
La formación corporal en la Práctica Psicomotriz actual
Vives, I. y Rodríguez, J. A. (2017). Revista de Psicomotricidad Punto Com, 1(1), 18-
25.

Resumen
Este texto nace de una constatación que observamos, desde hace tiempo,
aquellos que nos dedicamos a la formación de los futuros psicomotricistas: algo en
la formación corporal, en la clásicamente denominada “formación personal” ya no
es lo mismo. El cuerpo de hoy en día, sus manifestaciones expresivas y, por tanto,
la manera de situarse frente a él con una intencionalidad formativa- y también
clínica- ha cambiado. Ni mejor, ni peor: distinto.
Entonces, si queremos seguir manteniendo ciertos objetivos, si queremos que la
expresividad psicomotriz continúe siendo una experiencia, una vivencia que no se
reduzca a lo meramente gestual, funcional o actitudinal, sino que toque algo de lo
más propio de cada quien, en su sustrato inconsciente, en su historia encarnada,
incorporada, en las huellas de nuestros afectos y carácter, es evidente que el
abordaje corporal con sus estrategias mismas deberá ser modificado. ¿Cómo
mantener los principios de la Práctica Psicomotriz en los cuerpos actuales?
Palabras clave: formación personal, experiencia, vivencia, historia
inconsciente, principios de la práctica psicomotriz, psicomotricidad vivenciada,
parámetros de expresividad psicomotriz.

La caída del cuerpo Moderno


No se trata ahora de explicar qué es “un cuerpo”, es decir, cuál es el cuerpo del
sujeto del que se ocupa la Práctica Psicomotriz. Lo que sí podemos dar por sentado
son algunos principios epistemológicos que fundan la manera de entender qué es
un sujeto y cómo se llega a construir su cuerpo desde un paradigma psicodinámico,
como elección, en la medida en que este condicionará, a su vez, la modalidad de
abordaje psicomotor educativo o clínico que se proponga.
Lo primero, es que no existe El cuerpo total, sino que existen cuerpos uno por
uno, corporeidades, corporificaciones, las de cada quien, con una historia labrada
en sus síntomas y cubierta de fantasmas. A su vez, lo original e irrepetible de dicho
universo simbólico depositado, transmuta definitivamente el programa instintivo del
organismo neurofisiológico para convertirlo en el cuerpo de un ser hablante,
deseante y pulsional.
Lo más interesante es que si el Otro, en tanto Lenguaje, discursivo y cultural, va
mutando a lo largo del tiempo -y es por eso que podemos hablar de una Historia del
Cuerpo- tanto la vivencia perceptiva como fenomenológica, serán distintas a lo
largo de las diferentes épocas. Incluso los mismos malestares (psico)somáticos,
etiológicamente no-orgánicos, se manifestarán de manera distinta (1).
Para nuestra hipótesis particular queremos sostener, entonces, que el cuerpo de
hoy en día, el de la segunda década del siglo XXI, no es el mismo que aquel del
último tercio del S. XX, en el que se pensó la psicomotricidad llamada “vivenciada”
y bajo cuyo paraguas se cobijó nuestra formación y posterior tecnicidad (2).
Trascurrido prácticamente medio siglo de intensos cambios sociales, culturales y
subjetivos nos encontramos ya en situación de enunciar sin rubor alguno, que
vivimos una etapa “postlapierriana y postaucouturiana” (3).
¿Cómo era el cuerpo del último tercio del pasado siglo? Tanto A. Lapierre como
B. Aucouturier, en sus textos y conferencias, hacen frecuentes alusiones al cuerpo
“que pretendían” tratar. El suyo, era un cuerpo oprimido que quiere liberarse de sus
ataduras.
Procedente del higienismo y los avances médicos de esta época no pudo evitar
ser infiltrado por el “pensamiento de la sospecha” (4). Si el primero, el cuerpo
orgánico, es aquel sobre el que Dupré, los alienistas y localizacionistas con sus
descubrimientos anatomopatológicos y fisiológicos encuentran la sede de las
diversas funciones psiconeurológicas; el segundo, el cuerpo del inconsciente, quiere
dar rienda suelta a su expresividad pulsional y motriz liberándose de las ataduras
culturales de la tradiciones políticas, educativas y religiosas. Heredero del
pensamiento somático de A. Lowen, W. Reich, H. Marcuse, S. Freud y J. Lacan pero
conociendo también los fecundos movimientos de renovación filosófica (M-Ponty,
Derrida, Levinas, Sartre, Althusser…), pedagógica o antipsiquiátrica, en el cuerpo,
sostienen, radicaría la autenticidad del ser.
Dejar salir a flote dicha autenticidad originaria, retornar a una suerte de
fusionalidad primitiva, supondría rehacer el camino por el que se configuró la
fantasmática infantil engramada en su historia inconsciente y de la que tanto sus
angustias arcaicas como sus esquemas de acción, no serían sino modalidades de
reaseguramientos ante la pérdida de los primeros objetos de amor.
La regresión individual favorece esta especie de regresión social hacia
comportamientos primitivos que asumen, a través de la cohesión del grupo, la
seguridad del individual (Lapierre y Aucouturier, 1980: 137).
Sin embargo, a lo largo de este tiempo y gracias a la orientación de nuestros
autores, a nuestra práctica y la profundización de sus conceptos, también pudimos
darnos cuenta de algunas otras cuestiones, no menos relevantes: La primera, ya
denunciada por Freud casi desde el comienzo de su trabajo, con la histeria en La
Salpêtrière (5), es que la palabra dice la verdad y también miente; si, pero el cuerpo
también dice la verdad y… miente. Es decir, no hay verdad inefable alguna oculta
en el interior del cuerpo, porque como efectos del inconsciente los síntomas y
afecciones corporales manifiestos, son deformaciones y sustituciones de
representaciones afectivas reprimidas. Otra cuestión no menos importante, es que
no hay regresión posible en la subjetividad humana. Lo que pasó, pasó. Y como tal,
dejó su impronta y huella, más o menos traumática, en su universo simbólico y
somático. La consecuencia de este “no poder volver atrás”, en lo real, es que solo
hay dos modalidades de cambio posibles por lo que atañe a subjetividad de las
personas: la que pasa por una modificación de carácter de manera coercitiva o
adoctrinadora, por muy blanda que sea, es decir, cognitivo-conductual; o encontrar
un sentido distinto a aquello que nos marcó en nuestro deseo, nuestro goce y
elecciones vitales. Dicho de otra manera: en la práctica de la psicomotricidad no se
trata tanto de volver a atrás a rehacer un supuesto nuevo camino vital, como más
bien comprender: un nuevo “darse cuenta” que modifique la posición del sujeto
frente a su deseo y elecciones de goce.

Itinerarios contemporáneos de la Formación Corporal


¿Cómo es el cuerpo de hoy en día? No hay que ser muy perspicaz para darse
cuenta, como lo han descrito numerosos autores, que el cuerpo se ha situado en el
centro del universo social y personal contemporáneo. Caída la palabra, las
ideologías, los “grandes relatos”, la ley, el Padre etc., el cuerpo se ha convertido en
el centro de todas las miradas, adoraciones y, simultáneamente, de sus
evaluaciones e inspecciones. El imperativo Hipermoderno: rápido, intenso, eficaz y
sin problemas” (Rodríguez Ribas, 2013) concluye expropiando a los cuerpos de su
subjetividad, es decir de su Historia y de su Saber, para ser arrojados al discurso
cuantitativo del Capital bajo sus dispositivos neoliberales. De esta guisa, los
cuerpos se han convertido en el objeto de culto más preciado.
Bajo el concepto de “Cuerpos Debilizados” (Rodríguez Ribas, 2015c, 2016)
designamos en su momento, a esos cuerpos fortalecidos, habilitados, mimados,
modificados y exhibidos sin pudor ni intimidad, adictos y caprichosos, pero también
adeptos, frágiles, hiperconectados y débiles (mentales), aunque solitarios en sus
relaciones o excluidos de todo lazo social, deseo o compromiso, por muy proactivos
que sean en las redes sociales.
Es un cuerpo del exceso y de la norma... aprisionado al deber de promocionar
su imagen y desconectado de esa ley civilizadora que hace de cada humano un ser
al que remitirse y con el que tener que pactar: “una permisión que opera más
represivamente que nunca, que la represión a la vieja usanza” (Zizek, 2006). Por
supuesto que esta formalización de la fenomenología corporal contemporánea no
está exenta, a su vez, de factores antropológicos.
Si el cuerpo no se ha vivido de similar manera a lo largo del tiempo tampoco lo
ha sido en los diferentes lugares. Sin duda, la relación de los sujetos con el lenguaje
y los recursos simbólicos puestos a disposición -sean históricos, genealógicos,
legados, creencias- van a ser determinantes en el proceso de corporización
subjetiva.
¿Cómo se muestran estos semblantes en su expresividad psicomotriz? Este
cuerpo “competente” e hipereducado a la hora de taponar cualquier falta en el Otro
y, por tanto, cerrado a su deseo, en la sala de psicomotricidad se nos presenta con
el equipamiento propio de su vida cotidiana. Lo que, en general, llama la atención
es el encuentro con una dificultad real de “poner el cuerpo… en juego”. En
numerosas ocasiones se viven con malestar las propuestas que requieren de cierta
espontaneidad e implicación subjetiva, o aquellas otras donde no se describe con
antelación todo el espectro de soluciones posibles.
Desde nuestra experiencia, la respuesta a determinadas inducciones y
sugerencias de experiencias formativas puede oscilar entre la repetición, el
agotamiento rápido de posibilidades, el aburrimiento, la ausencia de modelos de
imitación, la dificultad en la espera, los pasos al acto, la excesiva familiaridad o los
prejuicios entre los participantes, la defensa y la angustia frente a las emociones, el
miedo a profundizar “en exceso”, el tomar las propuestas desde su carácter
meramente recreativo o tratando de “hacerlo bien”, la emergencia masiva de los
supuestos básicos grupales (emparejamiento, ataque-fuga, mesianismo, etc.) o la
sensación de amenaza por una transferencia masiva hacia el formador etc.
Resumiendo: quizás lo que parece definir este itinerario, sea el de atender más al
resultado que al proceso mismo.
A su vez, también hay que decirlo, estos rasgos se pueden acompañan de
muchos otros que hay que saber aprovechar: gran viveza intelectual, capacidad de
búsqueda de información, posibilidades de relación, de sorprenderse, de solidaridad
y cooperación, de un gran sentimiento identitario, una preparación académica
indiscutible, la reivindicación tomada siempre por bandera, el versionar la
existencia con un elevado sentido estético y ético, una elevada concepción moral,
el poder encajar la inminencia de los acontecimientos y conocimientos, el vivir en
una sensación de futuro efímero, no predecible etc.…es decir, podemos constatar
una capacidad de manifestación expresiva que es casi inédita a lo largo de la
Historia.
Una intervención más ajustada a los tiempos “líquidos” que corren.
Recordemos que la intención de la Formación Corporal en nuestra práctica es la
de “afinar el cuerpo”, para ajustarse tónico-emocionalmente al otro desde su
expresividad psicomotriz. Es decir, intentamos “ablandar” cierta rigidez somática
para ampliar y hacer maleable su expresividad semántica y viceversa. Recordemos
también que, a los efectos de dicho objetivo, se propone un itinerario -de clara
inspiración annafreudiana, winnicottina y piagetiana- que deberemos de dosificar y
que discurre desde la horizontal a lo vertical, de lo individual a la pareja, al grupo;
de lo sensoriomotor a lo simbólico y la representación, de lo concreto a lo abstracto,
del silencio a la palabra o de la inmovilidad al movimiento. Estas referencias, ya
“clásicas”, son las que han guiado las estrategias formativas corporales en la
práctica psicomotriz, hasta la actualidad.
Ahora bien, tal y como hemos mostrado respecto a las manifestaciones
somáticas, lo que se comprueba es la dificultad para ajustarse a este itinerario que,
por otra parte, no tendría por qué ser ni rígido, ni estrictamente predeterminado.
Lo que queremos explicitar, es que, si en la formación corporal clásica
comenzamos por un desmontaje de su expresividad motriz para abrirla a otras
posibilidades y lenguajes expresivos, hoy en día casi lo que corresponde
inicialmente es el asegurar y autorizar dicha originalidad expresiva antes de
comenzar su deconstrucción y posterior montaje.
Se imponen entonces, algunas modificaciones y actualizaciones tanto del
dispositivo formativo, como de sus tácticas y estrategias: el reencuentro con la
relación y el volver a subjetivar la experiencia y vivencia corporales de cada
persona, en suma, (re)humanizar la expresividad psicomotriz se nos torna hoy, si
cabe, un deber ético y pedagógico de primer orden.
Se trata pues, de adaptar y ajustar el dispositivo de formación personal a la
expresividad que nos viene dada, y no al revés.
De ahí que el formador deba dejar de lado hasta, incluso, trastocar el recorrido
habitual. No será extraño, en ocasiones, tener que partir del juego simbólico. O en
otros momentos, habrá que arrancar con una información teórica previa, o pasar
por un trabajo de representación, antes de sumergirse en un proceso que va a
requerir “poner en juego” algo de su implicación, de su deseo, de sus
incertidumbres, de su goce fantasmático, de su curiosidad e incluso, de su propio
placer…
Finalmente se trata, entonces, de rescatar los parámetros psicomotores en
tanto índices semióticos propios de cualquier acción corporal, para hacer “otro” uso
de ellos. ¿Qué tecnicidad terapéutica parece ser la más indicada para propiciar un
cambio verdadero en alguien? Acá proponemos, y a eso se refiere nuestra
experiencia como terapeutas o formadores, intervenir sobre las relaciones tónico-
emocionales de la persona respecto a dichos parámetros, a partir de la modificación
de los límites de las situaciones propuestas (Rodríguez Ribas y Vives, 2006). Se
trata de modular, ampliando y reduciendo, diversificando y concretando,
interrogando y señalando, los diversos registros y lenguajes expresivos y
comunicativos (verbal, plástico, gráfico, manipulativo, constructivo, etc.) dentro del
sistema de acciones propuesto. Todo ello contando con el marco de las diversas
modalidades de agrupación: individual, parejas, tríos, pequeños grupos. Si nos
atenemos a los parámetros de expresividad psicomotriz del juego corporal puesto
en la escena formativa, se pueden proponer situaciones respecto a:
- la relación del sujeto en el espacio: más grande o largo, más pequeño o corto.
Situaciones más abiertas o más cerradas.
- la relación del sujeto con el tiempo: más rápido o más lento, acelerando o
enlenteciendo las diversas inducciones.
- la relación del sujeto con los materiales. Un solo material, con todos los usos
posibles o un solo uso con diversos materiales...
- la relación del sujeto consigo mismo. Oscilaciones y variaciones tónicas,
expresivas, mímicas, gestuales, perceptivas, verbales... Interrogando el sentido de
determinados índices de expresividad o señalando, incluso interpretando ciertos
testimonios referidos a su historia personal.
- la relación del sujeto con los Otros. Emergentes simbólicos grupales a partir de
repeticiones, inhibiciones, omisiones, fijaciones, etc.
Respecto al habitual sistema de Actitudes tomadas frente al grupo (seguridad,
escucha, ley, acompañamiento…) quizás no estuviera de más tomar en cuenta
algunas otras como: informar con antelación; observar, anticipar, saber contener y
combinar; saber mantener la distancia; potenciar la pedagogía del rodeo; replantear
las situaciones, recordar; tutorizar…
Sabiendo, para concluir, que si hay algún rasgo futuro que va a marcar la
auténtica diferencia por lo que respecta a las diversas esferas de la vida humana
(en el amor, el trabajo, el cuidado, la ayuda, el aprendizaje etc.), será precisamente
el hecho de “poner en juego” (o no) lo real de la presencia del cuerpo propio. Ahí
radica, a nuestro entender, la radical marca distintiva que nos diferencia de otro
tipo de formaciones. Con lo que ello supone a niveles epistémicos, clínicos y
políticos… a de riesgo de quedar definitivamente sepultados bajo la banalidad
contable de la imagen virtual. Y, por tanto, que si de alguien dependerá el futuro de
la psicomotricidad será precisamente… de los practicantes mismos.

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