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ICPRI/ICP/MPC/2006

Qué es... y qué no es la democracia


Philippe C. Schmitter y Terry Linn Karl

Durante algún tiempo, la palabra “democracia” ha circulado en el Mercado


politológico como una moneda devaluada. Políticos con una amplia gama de convicciones
y prácticas pugnaron por apropiarse de la etiqueta y adjudicársela a sus acciones. En
cambio, los académicos dudaron en usarla- sin agregarle adjetivos calificativos- debido a la
ambigüedad que rodea al término. El distinguido político teórico estadounidense Robert
Dahl, trato incluso de introducir un nuevo término, “poliarquía” en vez de democracia con
la (vana) esperanza de obtener una mayor precisión conceptual. Pero para bien o para mal,
estamos “clavados” en la democracia como tema del discurso político contemporáneo. Es la
palabra que resuena en la mente de la gente y que brota de sus labios cuando lucha por la
libertad y por vivir mejor: es la palabra cuyo significado debemos discernir para saber si es
útil para guiar el análisis y la práctica política.

La ola de transiciones que nos apartan del gobierno autocrático, que empezó con la
“revolución de los claveles” en Portugal en 1974 y que parece haber culminado con el
derrumbe de los regímenes comunistas en toda Europa del Este en 1989, produjo una
aceptación general hacia una definición común de democracia.1 En todas partes se han
abandonado los adjetivos vagos como “popular”, “guiada”, “burguesa”, y “formal”, para
calificar a la “democracia”. Al mismo tiempo, ha surgido un consenso notable sobre las
condiciones mínimas que deben satisfacer las organizaciones políticas para merecer el
prestigioso apelativo de “democráticas”. Además, actualmente existe una serie de
organizaciones internacionales que supervisan en que medida se satisfacen estos criterios:
en algunos países incluso se las toma en cuenta para formular la política exterior.2
Empecemos por definir ampliamente la democracia y los conceptos genéricos que la
distinguen como un sistema único para organizar las relaciones entre gobernantes y
gobernados. Después revisaremos brevemente los procedimientos, las normas y los
acuerdos que son necesarios si se quiere que la democracia persista. Por último,
analizaremos dos principios operativos que hacen funcionar la democracia .Estos no están
expresamente incluidos entre los conceptos genéricos y los procedimientos formales, pero
las perspectivas de la democracia son sombrías si no están presentes los efectos
condicionantes de estos principios que la fundamentan.
Uno de los principales temas de este ensayo es que la democracia no consiste en un
conjunto único y exclusivo de instituciones. Hay muchos tipos de democracia, y sus
diversas prácticas producen un conjunto de efectos también diferentes. La forma específica
de la democracia depende tanto de las condiciones socioeconómicas de un país como de sus
estructuras estatales arraigadas y de sus prácticas políticas.

1
Para realizar un análisis comparativo de los recientes cambios de régimen en el sur de Europa y en América
Latina, véase Guillermo o´Donell, Philippe C. Schmitter y Lurence Withehead, comp.. Transitions from
Authoritarian Rule, 4 vols. Johns Hopkins University Press, Baltimore 1986. Para otra compilación que
adopta un enfoque más estructural, véase Larry Diamond, Juan Linz y Seymour Martin Lipset comp0s.
“Democracy in Developing Countries, vol. 2, 3 y 4, Lynne Rienner, Boulder, Colo, 1989.
2
Se han hecho numerosos intentos de codificar y cuantificar la existencia de la democracia a través de los
sistemas políticos. El más conocido es probablemente el de Freeedom House, Freedom in the World Political
Rights and Civil Liberties , Facts on File, Nueva Cork, 1986.

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Definición amplia y conceptos genéricos


La democracia política moderna es un sistema de gobierno en el que los
gobernantes son responsables de sus acciones en el terreno público ante los ciudadanos,
actuando indirectamente a través de la competencia y la cooperación de sus
representantes electos.3
Un régimen o sistema de gobierno es un conjunto de modelos que determina los
métodos de acceso a los principales cargos públicos; las características de los actores
admitidos o excluidos de ese acceso; las estrategias que los actores pueden usar para lograr
el acceso; y la normas que se siguen en la toma de decisiones de compromiso público.
Para funcionar adecuadamente, el conjunto debe estar institucionalizado, es decir,
los diversos modelos deben ser habitualmente conocidos, practicados y aceptados por la
mayoría de los actores, cuando no por todos. Cada vez más, el mecanismo preferido de la
institucionalización es un cuerpo escrito de leyes fundamentado en una constitución escrita,
aunque muchas normas políticas duraderas pueden tener una base informal, prudencial o
tradicional.4
Por motivos de simplificación y comparación, estas formas, características y normas
suelen estar empaquetadas todas juntas y llevan una etiqueta genérica: “democráticas” es
una ; otras formas son “autocráticas”; “autoritarias”, “despóticas”, “dictatoriales”,
“tiránicas”, “totalitarias”, “absolutistas”, “tradicionales”, “monárquicas”, “oligárquicas”,
“plutocráticas”, “aristocráticas” y “sultánicas”.5 Cada una de estas formas de régimen se
puede a su vez desglosar en subtipos.
Como todos los regímenes, las democracias dependen de la presencia de
gobernantes, personas que ocupan papeles de autoridad especializados y que pueden dar
órdenes legítimas a otros. Lo que distingue a los gobernantes democráticos de los no
democráticos son las normas que condicionan cómo los primeros llegaron al poder y las
prácticas que los hacen responsables por sus acciones.
El terreno público abarca la elaboración de normas y opciones que vinculan a la
sociedad y que están respaldadas mediante coerción estatal. Su contenido puede variar
mucho entre las democracias, dependiendo de distinciones preexistentes entre lo público y
lo privado, el estado y la sociedad, la coerción legítima y el intercambio voluntario, así
como las necesidades colectivas y las preferencias individuales. La concepción liberal de la
democracia aboga por circunscribir el terreno público lo más estrechamente posible,
mientras que el enfoque socialista y socialdemócrata extendería ese campo a través de la
regulación, el subsidio y, en algunos casos, la propiedad colectiva de los bienes. Ninguna es

3
La definición que utilizan más comúnmente los científicos sociales estadounidenses es la de Joseph
Schumpeter: “el acuerdo institucional para llegar a decisiones políticas en las que los individuos adquieren
el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo.” Capitalism, Socialism and
Democracy, George Allen and Unwin, Londres, 1945. Aceptamos ciertos aspectos del clásico enfoque
procesal de la democracia moderna, pero diferimos primordialmente en nuestra insistencia en la
responsabilización de los gobernantes ante los ciudadanos y en la pertinencia de mecanismos de competencia
que no sean las elecciones.
4
Algunos países no sólo practican una forma estable de democracia sin una constitución formal (por ejemplo
Gran Bretaña e Israel), sino que un mayor número de países tienen constituciones y códigos legales que no
ofrecen garantías de práctica confiable. En el papel, la constitución de 1936 de Stalin para la URSS fue un
modelo virtual de derechos y títulos democráticos.
5
Para hacer un intento más a fondo de encontrar algún sentido a esta maraña de distinciones, véase Juan Linz,
Totalitarian and Authoritarian Regimes” en Fred I. Greenstein y Nelson W Polsby, comps. Handbook of
political science, Addison Wesley, reading, mass, 1975, 175-411

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más intrínsecamente democrática que la otra, sólo democrática de modo diferente. Esto
implica que las medidas dirigidas al “desarrollo del sector privado” no son más
democráticas que las dirigidas al “desarrollo del sector público”. Ambas, si se llevan a los
extremos, podrán socavar la práctica de la democracia, las primeras destruyendo la base
para la satisfacción de las necesidades colectivas y el ejercicio de la autoridad legítima; la
segunda destruyendo las bases para la satisfacción de las preferencias individuales y el
control de las acciones gubernamentales ilegítimas; las diferencias de opinión, acerca de
cual es la mezcla óptima de ambas, proporcionan gran parte del contenido sustantivo del
conflicto político en el seno de las democracias establecidas.
Los ciudadanos son el elemento más característico en las democracias. Todos los
regímenes tienen gobernantes y un campo público, pero sólo en la medida en que son
democráticos tienen ciudadanos. Históricamente, se impusieron graves restricciones a la
ciudadanía en muchas de las democracias en surgimiento o parciales según criterios de
edad, género, clase, raza, alfabetización, propiedad de los bienes, estatus fiscal y otros. Sólo
una pequeña parte de la población total era elegible para votar o para presentarse como
candidatos a cargos públicos. Sólo se permitía que categorías sociales restringidas
formaran, reunieran o apoyaran asociaciones políticas. Después de una prolongada lucha-en
algunos casos a través de levantamientos internos violentos o la guerra internacional-,
muchas de estas restricciones se eliminaron. Hoy, los criterios para la inclusión son
bastantes generales. Todos los nativos adultos son elegibles, aunque a los candidatos para
algunos cargos aún se les pueden imponer límites de edad un poco más altos. A diferencia
de las primeras democracias norteamericanas y europeas del siglo XIX, ninguna de las
recientes democracias en el sur de Europa, América Latina, Asia o Europa del Este han
tratado siquiera de imponer restricciones formales a los derechos políticos o a la
elegibilidad para los cargos públicos. Sin embargo, cuando se trata de restricciones
informales al ejercicio efectivo de los derechos de ciudadanía, la cosa puede ser muy
diferente. Esto explica la importancia central (analizada más adelante) de los
procedimientos.
La competencia no siempre se ha considerado una condición esencial y
determinativa de la democracia. Las democracias “clásicas” partían del supuesto de la toma
de decisiones basada en la participación directa conducente al consenso. Se esperaba que la
ciudadanía reunida estuviera de acuerdo en un curso común de acción después de escuchar
las alternativas y de ponderar sus respectivos méritos y deméritos. Persiste una tradición de
hostilidad a la “facción” y a los “intereses particulares” en el pensamiento democrático,
pero por lo menos desde The Federalist Papers, ha llegado a ser ampliamente aceptado que
la competencia entre facciones es un mal necesario en las democracias que operan a mayor
escala que la local. Ya que, como sostuvo James Madison, “las causas latentes de la facción
están sembradas en la naturaleza del hombre” y los remedios posibles al “mal de facción”
son peores que la enfermedad, lo mejor es reconocerlas y tratar de controlar sus efectos.6
Pero aunque los demócratas pueden coincidir en que son inevitables las facciones, tienden a
estar en desacuerdo sobre las mejores formas y normas para gobernar la competencia
faccional. En realidad, las diferencias acerca de los modos preferidos y las fronteras de la
competencia contribuyen a distinguir un subtipo de democracia de otro.

6
“Publius” Alexander Hamilton, John Jay y James Madison, The Federalist Papers, Books, Nueva Cork,
1961, la cita corresponde al numero 10.

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El reto no es tanto encontrar un conjunto de metas que ordenen un consenso


generalizado sino encontrar un conjunto de normas que representen el consentimiento
contingente. La forma precisa de este “pacto democrático”, para usar la expresión de Dahl,
“puede variar de una sociedad a otra. Depende de las escisiones sociales y de factores tan
subjetivos como la confianza mutua, las normas que definen el juego limpio y la
disponibilidad al compromiso. Puede incluso ser compatible con una gran cantidad de
disidencias sobre temas políticos sustantivos.
Todas las democracias implican un grado de incertidumbre respecto a quiénes serán
elegidos y qué políticas seguirán. Incluso en las organizaciones políticas en las que un
partido perdura como ganador en las elecciones, o una política se aplica consistentemente,
todavía existe la posibilidad de cambio a través de la acción colectiva independiente, como
sucede en Italia, Japón y las democracias sociales escandinavas. Si no es así, el sistema no
es democrático como ocurre en Méjico, Senegal o Indonesia.
Pero la incertidumbre incrustada en la esencia de todas las democracias tiene sus
límites. No cualquier participante puede entrar en la competición y plantear el tema que
guste; existen normas previamente establecidas que deben ser respetadas. No se puede
aprobar simplemente cualquier política, hay condiciones que se deben satisfacer. Estas
fronteras varían de un país a otro. Las garantías constitucionales de propiedad, privacidad,
expresión y otros derechos son parte de ello, pero las fronteras más efectivas son las
generadas por la competencia entre grupos de interés y la cooperación dentro de la sociedad
civil. Sea cual sea la retórica (y algunas organizaciones políticas parece que ofrecen a sus
ciudadanos alternativas más dramáticas que otras), una vez que se ha llegado a un acuerdo
sobre las reglas de consentimiento contingente, es probable que la variación real
permanezca dentro de una gama predecible y generalmente aceptada.
Este interés en las líneas de orientación operativas contrasta con un tema sumamente
persistente pero desorientador que aparece en la literatura reciente sobre la democracia, a
saber, la insistencia en la “cultura cívica”. Los principios que hemos indicado aquí se basan
en reglas de prudencia, no en hábitos profundamente arraigados de tolerancia, moderación,
respeto mutuo, juego limpio, disponibilidad al compromiso o confianza en las autoridades
políticas. Esperar que esos hábitos echen raíces hondas y duraderas implica un proceso muy
lento de consolidación del régimen-puede tardar generaciones- y es probable que condenara
a la mayoría de las experiencias contemporáneas ex hipótesis al fracaso. Nuestra afirmación
es que el consentimiento contingente y la incertidumbre limitada pueden surgir de la
interacción entre actores antagónicos y mutuamente sospechosos y que las normas más
benévolas y bien implantadas de una cultura cívica se deben pensar más bien como un
producto de la democracia y no como productoras de ésta.
Como difieren las democracias
De nuestra definición genérica de “democracia” se han excluido deliberadamente
varios conceptos a pesar de que con frecuencia se asocian con ella, tanto en la práctica
cotidiana como en el trabajo académico. A pesar de todo, son especialmente importantes
cuando se trata de distinguir subtipos de democracia. Como ningún conjunto singular de
instituciones reales, prácticas o valores encarna a la democracia, las organizaciones
políticas que se alejan del gobierno autoritario pueden mezclar diferentes componentes para
producir diferentes democracias. Es importante reconocer que éstas no definen puntos a lo
largo de un solo continuum de desempeño mejorado, sino una matriz de combinaciones
potenciales que son democráticas de modo diferente.

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1) Consenso: tal vez no todos los ciudadanos estén de acuerdo en las metas
sustantivas de la acción política o en el papel del Estado (aunque si lo estuvieran, esto sin
duda facilitaría mucho más la existencia de las democracias gobernantes).
2) Participación: tal vez no todos los ciudadanos tomen parte activa o en la misma
medida en la política, aunque debe ser legalmente posible que lo hagan.
3) Acceso: puede ser que los gobernantes no ponderen igualmente las preferencias
de todos los que se presentan ante ellos, aunque la ciudadanía implica que los individuos y
los grupos deban tener igual oportunidad de expresar sus preferencias si así deciden
hacerlo.
4) Sensibilidad: puede ser que los gobernantes no siempre sigan el curso de acción
preferido por la ciudadanía, pero cuando se desvían de esa política, por ejemplo apoyados
en una “razón de Estado” o en un “interés nacional dominante”, en último término deben
responsabilizarse de sus acciones a través de procesos regulares y limpios.
5) Gobierno de la mayoría: puede que las posiciones no estén asignadas o que los
gobernantes no se decidan únicamente partiendo de haber logrado la mayoría de los votos,
sin embargo, las desviaciones de este principio en general deben ser defendidas en forma
explícita y aprobadas previamente.
6) Soberanía parlamentaria: la legislatura puede que no sea el único cuerpo que
puede establecer normas o incluso el que tenga autoridad definitiva para decidir cuales
leyes son de carácter obligatorio, aunque si el ejecutivo, el judicial u otros organismos
públicos toman la decisión definitiva, también deben responsabilizarse de sus acciones.
7) Gobierno de partido: puede ser que los gobernantes no estén nominados,
promovidos y disciplinados en sus actividades por partidos políticos bien organizados y
programáticamente coherentes, sin embargo, cuando no lo están , pueden resultar mas
difícil formar un gobierno efectivo.
8) Pluralismo: el proceso político tal vez no se base en una multiplicidad de grupos
privados superfluos, voluntaristas y autónomos. Sin embargo, cuando hay monopolio de
representación, jerarquías de asociación o membresías obligatorias, es probable que los
intereses implicados estén más estrechamente vinculados al Estado y que la separación
entre las esferas públicas y privada de acción sea mucho menos clara.
9)Federalismo: la división territorial de la autoridad puede que no implique
múltiples niveles de autonomía locales, y menos aún autonomías consagradas en un
documento constitucional, aunque una cierta dispersión del poder a través de las unidades
territoriales o funcionales es característica de todas las democracias.
10) Presidencialismo: el principal funcionario ejecutivo tal vez no sea una sola
persona y quizás no haya sido directamente elegido por la ciudadanía en su conjunto,
aunque en todas las democracias este presente una cierta concentración de la autoridad, aun
cuando se ejerza de manera colectiva y sea sólo indirectamente responsable ante el
electorado.
11) Controles y contrapesos: no es necesario que las diferentes ramas del gobierno
se opongan sistemáticamente unas a otras, aunque los gobiernos por asamblea, por
concentración del ejecutivo, por mandato judicial, o incluso por decreto dictatorial (como
en tiempo de guerra) deben ser responsables ante la ciudadanía en su conjunto.
Aunque se ha calificado a los componentes citados de “esenciales para la
democracia”, se deben ver en cambio como indicadores de uno u otro tipo de democracia o,
si no, como parámetros útiles para evaluar el desempeño de regímenes particulares.
Incluirlos como parte de la definición genérica de democracia sería confundir la

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organización política estadounidense con el modelo universal de gobierno político. En


realidad, los acuerdos parlamentarios, de gran coalición, unitarios corporativistas y
concentrados de Europa Continental es posible que tengan algunas virtudes únicas para
guiar a las organizaciones políticas a través de la incierta transición del gobierno
autocrático al democrático.7
Qué no es la democracia
Hemos tratado de transmitir el significado general de la democracia moderna sin
identificarla con algún conjunto particular de reglas e instituciones o restringirla a alguna
cultura específica o a algún nivel de desarrollo. También hemos sostenido que no puede ser
reducida a la celebración regular de elecciones o equiparadas a una noción particular del
papel del Estado, pero no hemos dicho mucho sobre lo que no es la democracia ni sobre lo
que la democracia tal vez no sea capaz de producir.
Hay una tentación comprensible de sobre cargar de expectativas este concepto e
imaginar que una vez lograda la democracia, una sociedad habrá resuelto todos sus
problemas políticos, sociales, económicos, administrativos y culturales.
Desafortunadamente, “todas las cosas buenas no necesariamente van juntas”.
En primer lugar, las democracias no son necesariamente más eficientes desde el
punto de vista económico que otras formas de gobierno. Sus tasas de crecimiento total,
ahorro e inversión pueden no ser mejores que las de los sistemas no democráticos. Esto es
probable sobre todo durante la transición , cuando los grupos con propiedades y las elítes
administrativas tal vez respondan a amenazas reales o imaginarias a los derechos de que
gozaban bajo el gobierno autoritario, iniciando la fuga de capitales, la desinversión o el
sabotaje. Oportunamente, dependiendo del tipo de democracia, se pueden combinar efectos
benévolos a largo plazo sobre la distribución del ingreso, la demanda agregada, la
educación, la productividad y la creatividad para mejorar el desempeño económico y social;
pero no cabe duda de que es esperar demasiado que esas mejorías tengan lugar de
inmediato, y menos se debe considerar que son características definitorias de la
democratización.
En segundo lugar, las democracias no son necesariamente más eficientes en lo
administrativo. Su capacidad para tomar decisiones puede ser incluso más lenta que la de
los regímenes a los que sustituyen, aunque sólo sea porque se ha de consultar a más actores.
Los costos para lograr que se lleven a cabo las cosas pueden ser superiores; aunque sólo sea
porque se deben dar “recompensas” a un conjunto de clientes más grandes y con más
recursos (aunque nunca se debería subestimar el grado de corrupción que hay dentro de las
autocracias). (…)
En tercer lugar, es probable que las democracias no parezcan más metódicas,
consensúales, estables o gobernables que las autocracias a las que sustituyen. Esto es
en parte un subproducto de la libertad de expresión democrática, pero es también un reflejo
de las probabilidad de desacuerdo ininterrumpido acerca de nuevas normas e instituciones.
Estos productos de imposición o compromiso inicialmente suelen ser de naturaleza
bastante ambigua y de efectos inciertos, hasta que los actores han aprendido como deben
usarlos. Es más, surgen después de serias luchas motivadas por altos ideales. Los grupos e
individuos que recientemente han adquirido su autonomía pondrán a prueba ciertas

7
Véase Terry Kart, Imposing Consent: Electoralism versus democratizacion in Salvador, en Paul Drake and
Eduardo Silv comps., Elections and democratizacion in Latin America 1980-1985, Center for Iberian and
Latin American Studies, Center for US/Mexican Studies, Universidad de California, San Diego 1986, 9-36

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normas, protestaran contra las acciones de algunas instituciones e insistirán en la


renegociación de su parte del pacto. Por lo tanto, la presencia de partidos contrarios al
sistema no debería ser ni sorprendente ni vista como un fracaso de la consolidación
democrática. Lo que cuenta es hasta que grado esos partidos están dispuestos, por muy
reacios que sean a jugar según las reglas generales de incertidumbre limitada y el
consentimiento contingente.
La gobernabilidad es un reto para todos los regímenes, no sólo para los
democráticos. Dados el agotamiento político y la pérdida de legitimidad que han
sobrevenido a las autocracias, desde el sultánico Paraguay hasta la totalitaria Albania,
podría parecer que ahora sólo se podría esperar que las democracias gobernaran efectiva y
legítimamente. Pero la experiencia ha mostrado que las democracias también pueden perder
la capacidad de gobernar. Los públicos masivos pueden llegar a desencantarse con su
desempeño. Aun más amenazante es la tentación de los dirigentes de jugar con los
procedimientos y en definitiva socavar los principios de consentimiento contingente e
incertidumbre limitada. Tal vez el momento más crítico se presenta cuando los políticos
empiezan a asentarse en los papeles y las relaciones más predecibles de una democracia
consolidada. Muchos verán sus expectativas frustradas, algunos descubrirán que las nuevas
reglas de la competencia los ponen en desventaja; unos cuantos pueden incluso sentir que
sus intereses vitales están amenazados por las mayorías populares.
Por último, las democracias tendrán sociedades y organizaciones políticas más
abiertas que las autocracias a las que sustituyen, pero no necesariamente economías más
abiertas. Muchas de las democracias más exitosas y bien establecidas de hoy han
recuperado históricamente al proteccionismo y al cierre de fronteras, y han confiado
ampliamente en instituciones públicas para que promuevan el desarrollo económico.
Aunque la compatibilidad a largo plazo entre democracia y capitalismo no parece estar en
duda, a pesar de su tensión continua no está claro si la promoción de metas económicas
liberales, como derecho de los individuos a tener propiedades y retener ganancias, la
función de compensación de los mercados, la resolución privada de litigios , la libertad de
producir sin regulación gubernamental o la privatización de empresas de propiedad estatal,
necesariamente incrementará la consolidación de la democracia. A fin de cuentas, las
democracias no necesitan recaudar impuestos y regular ciertas transacciones, sobre todo en
los lugares donde existen monopolios y oligopolios privados. Los ciudadanos o sus
representantes pueden decidir que es conveniente proteger los derechos de las
colectividades de la intrusión de individuos, sobre todo de los acaudalados y pueden optar
por apartar ciertas formas de propiedad como propiedad pública o cooperativas. (…)
En suma las nociones de libertad económica que en la actualidad se expresan en
modelos económicos neoliberales no son sinónimas de libertad política y tal vez hasta la
impidan.
El resultado de la democratización no tiene que ser el crecimiento económico, la paz
social, la eficiencia administrativa, la armonía política, los mercados libres o el “fin de las
ideologías”. Menos aún traerá consigo el fin de la historia. No cabe duda que algunas de
esas cualidades podrían hacer más fácil la consolidación de la democracia, pero no son ni
requisitos para ella ni productos inmediatos de ella. En cambio, lo que deberíamos esperar
es el surgimiento de instituciones políticas que puedan competir pacíficamente para formar
gobiernos e influir en la organización política pública, que puedan canalizar los conflictos
sociales y económicos a través de procedimientos regulares, y que tengan los vínculos
suficientes con la sociedad civil para representar sus bases electorales y comprometerlas

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con rutas de acción colectivas. Algunos tipos de democracia, sobre todo en los países en
desarrollo han sido incapaces de cumplir esta promesa, tal vez debido a las circunstancias
de su transición a partir de un gobierno autoritario. La apuesta democrática es que ese tipo
de régimen, una vez establecido, no solo persistirá reproduciéndose dentro de sus
condiciones iniciales de confinamiento, sino que eventualmente se desparramará más allá
de estas. A diferencia de los regímenes autoritarios, las democracias tienen la capacidad de
modificar sus normas e instituciones en forma consensual, como respuesta a las
circunstancias cambiantes. Quizás no produzcan de inmediato todos los beneficios antes
mencionados, pero tienen una oportunidad mayor para hacerlo eventualmente si se
comparan con las autocracias.

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