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INTERROGANTE:
¿Por qué es importante para el docente contar con un plan de evaluación?
Es muy importante que el docente cuente con un plan de evaluación ya que es un pilar fundamental de la educación
y es que esta evaluación permite que tanto el profesor como los alumnos detecten las fortalezas para
hacer consistentes los aprendizajes y las falencias para cambiar los métodos, alcanzando una forma de
retroalimentación, asi mismo es necesario recalcar la importancia de que los docentes sepan cómo usar
la evaluación en beneficio del proceso de enseñanza-aprendizaje. De ahí nuestro deseo de contribuir a
los docentes en formación sirviendo de base en el conocimiento que necesitan
La evaluación permite determinar cómo aprenden los estudiantes, qué aprenden y qué
conocimientos requeridos tienen. También sirve para promover un aprendizaje significativo. Se
puede evaluar procesos de pensamiento, estrategias de resolución de problemas, uso de materiales
y recursos, comunicación oral y escrita, actitudes, entre otras cosas. Permite que el docente pueda
mejorar el proceso de enseñanza, evaluar las tareas que propone y su actuación. La evaluación se
puede realizar a través de diferentes instrumentos: prueba diagnóstica, diario del docente, rubricas,
diario del estudiante y exámenes.
Por otra parte, es necesario recalcar la importancia de que los docentes sepan
cómo usar la evaluación en beneficio del proceso de enseñanza-aprendizaje.
De ahí nuestro deseo de contribuir a los docentes en formación sirviendo de
base en el conocimiento que necesitan.
Finalmente, este trabajo también ha sido muy útil para nosotros. Utilizando la
información recopilada y nuestra experiencia en las prácticas pedagógicas
hemos descubierto que las evaluaciones deben realizarse de acuerdo a lo visto
en clases, los objetivos y las características de los alumnos. De esta forma las
evaluaciones pueden hacer grandes aportes al proceso que viven los alumnos.
Es necesario y muy útil tener completamente claro cuáles son las diferencias
entre evaluar y calificar, examinar y medir. Al evaluar estamos valorando en
función de una medida que ha sido establecida. Por esta razón la evaluación es
la que nos ayuda a confirmar los resultados en relacSión a los criterios
determinados anteriormente. Cuando conseguimos una comparación es
cuando evaluamos ya que admite la retroalimentación. Y el establecer criterios
y definirlos permite que el docente adquiera más seguridad al momento de
llevar a cabo la evaluación y también permite que elija decisiones más
acertadas.
Evaluación: Pilar fundamental de la educación
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“La Pedagogía nos presenta muchos retos tanto para los profesores como para
los profesionales en formación. La evaluación educativa es uno de estos retos,
pues es muy difícil para los profesores, de nuestro sistema educacional,
ponerla en práctica. Hablar de evaluación es hablar de una herramienta de
suma importancia dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje de los
alumnos la que también implica el manejo de muchos conceptos y variables.
Introducción
La Pedagogía nos presenta muchos retos tanto para los profesores como para
los profesionales en formación. La evaluación educativa es uno de estos retos,
pues es muy difícil para los profesores, de nuestro sistema educacional,
ponerla en práctica. Hablar de evaluación es hablar de una herramienta de
suma importancia dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje de los
alumnos la que también implica el manejo de muchos conceptos y variables.
Toda evaluación está constituida por un conjunto de pasos que pueden variar
en cantidad o nombre dependiendo del autor. En este caso diremos que la
evaluación sigue los siguientes pasos:
Por supuesto que además de la evaluación también contamos con otras tres
herramientas. Los conceptos de calificación, medición y examen pueden
causar algunas veces confusión. Como es importante conservar cada uno de
estos conceptos con claridad presentamos a continuación una tabla de
comparación que ayudará a esto.
CONCEPTO DEFINICIóN
Un símbolo
Un juicio con números de rango
Una descripción
Funciones de la evaluación
Intencionalidad
Momento
Extensión
Agente evaluador
Referente de contrastación o stand de comparación.
Según su Intencionalidad:
Intencionalidad Diagnóstica (explorar): verificar el estado de los
alumnos en cuanto a conocimientos previos, actitudes, expectativas, al
momento de iniciar una experiencia educativa.
Intencionalidad Formativa: disponer de evidencias continuas que
permitan regular, orientar y corregir el proceso educativo, mejorarlo y
tener mayores posibilidades. Detecta logros, avances, dificultades para
retroalimentar la práctica, beneficia el proceso de aprendizaje, previene
obstáculos y señala progresos.
Los tipos de evaluación que aquí se han considerado, según el sujeto que
evalúa, son:
Autoevaluación, al participar con procesos de evaluación de sí mismo o
de las producciones propias.
Coevaluación, al participar dos o más personas, grupos o instituciones
realizan procesos de evaluación entre sí o de sus producciones de
aprendizaje.
Evaluación del docente, hacia los educandos que se encuentran
inmersos en la acción de enseñanza y de aprendizajes de ellos mismos o
de las producciones que han realizado.
Evaluación formativa
Los errores permiten dilucidar los tipos de dificultades que poseen los
alumnos al momento de ejecutar las tareas. Es así que se pueden poner en
marcha los mecanismos que ayudaran a los alumnos a superar sus
dificultades. También es necesario hacer hincapié en los aspectos en los cuales
los alumnos han tenido éxito para fortificar el aprendizaje.
Evaluación sumativa
Por otra parte, puede poseer una función más bien formativa. Esta consiste en
saber si se ha llevado a cabo la adquisición de comportamientos terminales. En
efecto, saber si los estudiantes cuentan con los requisitos para los próximos
aprendizajes o determinar los elementos a modificar si en el futuro se quiere
repetir la misma secuencia de enseñanza – aprendizaje.
¿A quién evaluamos?
¿Qué se evalúa del profesor?: Del profesor se debe evaluar sus funciones
(educadora, instructiva, tutorial, informativa, propedéutica, terapéutica y
recuperadora) y las tareas docentes (diseñador, animador, evaluador, creador,
orientador, colaborador y profesional) realizadas por él.
¿Quiénes evalúan al profesor?: Los agentes: son todas aquellas personas que
pueden aportar información actual y fiable acerca de la labor realizada por el
profesor durante el proceso de enseñanza-aprendizaje. Estos agentes de la
evaluación del profesor son: el mismo profesor, sus compañeros, sus alumnos,
el equipo directivo del establecimiento educacional al cual pertenece, equipos
docentes de su establecimiento educacional, otros observadores (técnicos en
evaluación o una comisión) y los padres o apoderados de sus alumnos.
4) Al sistema educativo: Esta es una evaluación que es realizada por todas las
personas que intervienen o que están presente en el sistema educacional. Es
el resultado conjunto y coordinado de todos los procesos de evaluación
realizados. La finalidad de esta evaluación es tratar de descubrir que los
objetivos propuestos por el sistema educativo se cumplan.
¿Qué evaluamos?
En la evaluación educativa hay que evaluar todos los componentes que están
presentes en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Entre estos componentes
podemos encontrar los siguientes:
Los objetivos: Aquí se evalúa la intencionalidad educativa, es decir los
objetivos (comportamiento y aprendizaje) que la institución educativa
planteó y especificó en el Proyecto Educativo Institucional (PEI).
Los contenidos: Para que cada establecimiento educacional pueda
alcanzar los objetivos necesita necesariamente los contenidos. Estos
contenidos presentan una doble significatividad en cada etapa:
Los procedimientos:
Conclusiones
Por otra parte, es necesario recalcar la importancia de que los docentes sepan
cómo usar la evaluación en beneficio del proceso de enseñanza-aprendizaje.
De ahí nuestro deseo de contribuir a los docentes en formación sirviendo de
base en el conocimiento que necesitan.
Finalmente, este trabajo también ha sido muy útil para nosotros. Utilizando la
información recopilada y nuestra experiencia en las prácticas pedagógicas
hemos descubierto que las evaluaciones deben realizarse de acuerdo a lo visto
en clases, los objetivos y las características de los alumnos. De esta forma las
evaluaciones pueden hacer grandes aportes al proceso que viven los alumnos.
Es necesario y muy útil tener completamente claro cuáles son las diferencias
entre evaluar y calificar, examinar y medir. Al evaluar estamos valorando en
función de una medida que ha sido establecida. Por esta razón la evaluación es
la que nos ayuda a confirmar los resultados en relacSión a los criterios
determinados anteriormente. Cuando conseguimos una comparación es
cuando evaluamos ya que admite la retroalimentación. Y el establecer criterios
y definirlos permite que el docente adquiera más seguridad al momento de
llevar a cabo la evaluación y también permite que elija decisiones más
acertadas.
¿Es la evaluación un elemento imprescindible del sistema
educativo?
¿Es la evaluación importante para el proceso de enseñanza/aprendizaje? Y si es así,
¿qué evaluación necesitamos y qué evaluación no queremos?, ¿a favor de qué evaluación deberíamos
trabajar y en contra de qué modelos de evaluación debemos posicionarnos?. ¿Es evaluar un
proceso objetivo? o, por el contrario, ¿cada vez que evaluamos estamos asumiendo unos valores
determinados?. ¿Somos conscientes del poder de la evaluación?. ¿Sabemos cuáles son las
consecuencias pretendidas de la evaluación? ¿somos conscientes de sus consecuencias no
pretendidas?. ¿Somos conscientes de cómo condiciona cualquier evaluación al
proceso enseñanza/aprendizaje?. ¿Hemos pensado cómo influyen las evaluaciones de todo el
sistema educativo sobre los aprendizajes particulares de cada alumno? Cuando evaluamos, ¿tenemos
claro su finalidad principal? y ¿qué objetivos buscamos?. ¿Establecemos estos objetivos y fines de
manera compartida?, ¿se ajusta nuestra forma de evaluar a esa finalidad?, ¿conseguimos los objetivos
establecidos?. ¿Quién debe participar en el diseño de la evaluación? y ¿quién debe
evaluar?.
Aula de escuela primaria. 1968. https://flic.kr/p/6Y58xC
¿Qué ocurriría si, a nuestros alumnos, en lugar de exigirles que repitan lo que han
memorizado, les pidiéramos que resolvieran problemas, realizaran proyectos
significativos y nos demostraran su autonomía y su sentido crítico?. ¿Qué ocurriría si
en lugar de medir la adquisición de conocimientos que quedarán obsoletos rápidamente les evaluásemos
por su capacidad de aprender a aprender y de aprender a ser? ¿Qué ocurriría si les
permitiésemos poner en práctica estrategias de autoevaluación y
coevaluación? ¿Qué ocurriría si les evaluásemos por su capacidad para evaluar y
evaluarse? ¿Qué ocurriría si les evaluásemos por su capacidad para transformar sus entornos?; ¿por
su capacidad para transformar la sociedad?. ¿Qué ocurriría si evaluásemos su capacidad
para vivir y trabajar en la incertidumbre?
Evaluar es importante
“Evaluar es importante, porque es una asunción de responsabilidad que debe hacer la
escuela, devolver algo que hable de todo lo que ha vivido el niño a lo largo de su ciclo dentro
de la escuela”, decía hace poco Gino Ferri. Lo que hace falta es que nos preguntemos qué es lo que
evaluamos, porque esta pregunta habla de nuestra idea de qué es la educación,
continuaba Ferri. Y yo añadiría que también es importante preguntarnos por cómo evaluamos porque esta
otra pregunta habla de nuestras ideas sobre la enseñanza y el aprendizaje. Es importante porque
el cómo evaluamos condiciona la calidad y la durabilidad de los aprendizajes. La
evaluación es importante porque, bien hecha, es un proceso que pone en cuestión todas nuestras
concepciones sobre la enseñanza y la educación.
Evaluar es importante porque nos permite regular el aprendizaje y detectar las
posibles dificultades que puedan encontrar nuestros alumnos para aprender y, a
partir de ahí, ayudarles a resolverlas. Evaluar es importante, también, porque la evaluación de
los alumnos es un sistema de meta evaluación de nuestra actividad como profesores. Evaluar es
importante porque tenemos la obligación de informar a estudiantes y familias sobre el avance y los
resultados de su aprendizaje. Evaluar es importante, dicen algunos, porque de la evaluación del
aprendizaje de los alumnos se deriva información sobre el funcionamiento de las escuelas y de los
sistemas educativos.
Eugenio Montale por Ugo Mulas para el libro Ossi de seppia
El fin de la evaluación
Enseñanza y evaluación son dos caras de una misma moneda. Entre ambas hay una
correlación absoluta: nuestra manera de enseñar debería determinar nuestra manera de evaluar porque,
de manera inevitable, nuestra manera de evaluar condiciona la manera de aprender de nuestros
alumnos. Están tan vinculadas que podríamos decir que un buen docente es un buen
evaluador. Y también, que un buen aprendiz es alguien capaz de evaluar y evaluarse.
Pero la evaluación no debe ser nunca el momento final de un proceso. La evaluación no es el objetivo
sino el medio. El fin de la evaluación no es ser el fin de nada. No debe ser el producto sino el
comienzo de un proceso más rico y fundamentado (Miguel Ángel Santos Guerra. Una Flecha en
la diana). Cuando evaluamos, por tanto, no sólo deberíamos estar interesados en saber si se han
alcanzado los fines buscados sino por qué no o por qué sí se han conseguido.
La evaluación condiciona todo el proceso de enseñanza y aprendizaje. Repetimos: La
evaluación influye directamente en lo que aprendemos y en cómo lo aprendemos y
puede limitar o promover el aprendizaje efectivo (Gordon Stobart).
La evaluación no es neutra
Evaluar no es un proceso técnico sino ético. La evaluación no es neutra, tampoco lo es la
educación, por cierto. No existe algo así como una evaluación objetiva. No podemos despojar a la
evaluación, como algunos pretenden, de sus dimensiones éticas, políticas y sociales. “Es una actividad
social marcada por valores y no hay nada que se parezca a una evaluación independiente de
las culturas; la evaluación no mide objetivamente lo que hay, sino que crea y configura lo
que mide: es capaz de componer personas; la evaluación influye directamente en lo que
aprendemos y en cómo lo aprendemos y puede limitar o promover el aprendizaje”,
sostiene Gordon Stobart en su recomendable Usos y abusos de la evaluación (Morata. 2010).
La evaluación determina nuestra forma de vernos como aprendices y como personas.
La evaluación, en forma de tests y exámenes, tiene un amplio poder para configurar la manera que tienen
las sociedades, los grupos y los individuos de entenderse a sí mismos y de aprender.
Por consiguiente, siempre que evaluemos resulta indispensable preguntarse a quién
beneficia y a quién perjudica; a qué valores sirve y cuáles ignora; qué evaluamos y qué omitimos,
si hay maneras alternativas de hacerlo y si realmente estamos evaluando aquello que queremos evaluar,
aquello que es importante para nosotros. No tiene ningún sentido evaluar por evaluar.
Menos aún evaluar para jerarquizar, atemorizar, perseguir y castigar. “La evaluación
es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas está
contribuyendo a conseguir los fines valiosos o si es antitético a estos fines,” sostenía Elliot
Eisner en The Art of Educational Evaluation (1985). Lo que ocurre es que hay diferentes
versiones de lo que es valioso en educación. Reflexionar sobre la evaluación que queremos
es una forma de reflexionar sobre la educación que queremos.
En la escuela deberíamos evaluar no el grado en que nuestros alumnos reproducen un conocimiento sino
el grado en que lo utilizan para la participación y la transformación social. Y esto está muy vinculado, no
solo, con lo que hay que evaluar, sino con el cómo evaluar y también con el por qué evaluar. Está muy
ligado al cambio desde una cultura selectiva y orientada a acreditar niveles de aprendizaje hacia una
cultura formativa que ve la evaluación como una oportunidad para aprender y como un instrumento de
valoración del alumno que le ayuda, a su vez, a autovalorarse (Juan Ignacio Pozo. 2014). Una
cultura que ve la evaluación no como un mero instrumento de acreditación y
clasificación sino como un elemento clave del proceso de aprendizaje.
Evaluar la educación
Se atribuye al físico escocés Lord Kelvin la conocida frase: “Lo que no se define no se puede
medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”.
Afirmación que parece muy razonable y en la que seguramente todos estemos de acuerdo. El mundo de
la gestión ha hecho de esta frase todo un principio sosteniendo que lo que no se puede medir no
se puede gestionar, algo que también parece en principio razonable aunque, como acabamos de
ver, qué decidimos medir, cómo configuramos esa medición y qué usos hacemos de
los resultados obtenidos tiene consecuencias profundas sobre el objeto evaluado y
su entorno.
En educación hemos asumido también las lógicas de la gestión. La afirmación de que lo
que no se puede medir no se puede gestionar nos ha llevado a un creciente interés por medir los
“resultados” de la educación hasta el punto que podemos afirmar que vivimos inmersos en
una creciente cultura de la evaluación y la rendición de cuentas.
En los últimos 20 años, elevar los estándares educativos se ha convertido en una
importante y legítima prioridad para todos los gobiernos. Éstos han tratado de dar
respuesta a esta demanda impulsando reformas, pruebas curriculares nacionales, pruebas externas
estandarizadas, rankings de rendimiento escolar, reválidas e inspecciones más frecuentes y exhaustivas.
Han respondido con más evaluación y mas control.
Para Juan Carlos Tedesco una de las razones por las que se justificó la introducción de dispositivos
de medición de resultados en la administración educativa fue la baja responsabilidad por los
resultados. Algo objetivamente cierto como sostenía Gimeno Sacristán en 1998 cuando escribía
que aunque “la evaluación para el diagnóstico y el control democrático de la calidad de la
enseñanza y del curriculum impartido puede ser vista como una amenaza para la autonomía
de las partes, especialmente de los profesores, es también el recurso para evitar la
patrimonialización de una actividad.”
El resultado ha sido que en pocos años hemos pasado de una situación de
rendición de cuentas casi inexistente a otra en la que los alumnos son objeto de
pruebas externas prácticamente cada dos años.
Para Gert Biesta, hemos asistido a un cambio desde un enfoque sustancial y
democrático a un enfoque técnico y administrativo respecto de cómo se considera
la rendición de cuentas en la educación.
Una de las novedades, nos dice Tedesco, es que se ha atribuido gran parte del fracaso de
los alumnos al mal desempeño de los docentes. En esta línea se debe interpretar el
famoso informe Mckinsey de 2007 en el que se sostenía aquello de que “la calidad de un
sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes”. La evaluación ha sido
vista por los organismos reguladores como un medio para la rendición de cuentas
en relación al desempeño tanto de los maestros como de las escuelas.
Pero además de amenazar a los profesores y escuelas, el discurso de la rendición de cuentas
se ha basado en el supuesto según el cual la información sobre los resultados
mejoraría la calidad de la demanda educativa y crearía relaciones de competencia
entre escuelas como mecanismo principal de las políticas destinadas a mejorar la
calidad de la educación. Supuesto que se basaba en un razonamiento complejo que combina
elementos de responsabilidad, selectividad y control con un argumento de justicia social que expresa que
todas las personas deberían tener acceso a una educación de la misma calidad (Gert Biesta).
Pero como sostenía el mismo Tedesco en su excelente Diez notas sobre los sistemas de
evaluación de los aprendizajes medir no mejora los resultados. La competencia
entre escuelas, lejos de mejorar la calidad del conjunto del sistema, fortalece la
desigualdad, la segmentación y la inequidad, particularmente en la educación
obligatoria.
Las mediciones nos han permitido ratificar la existencia de un fuerte determinismo social de los resultados
de aprendizaje (algo que por cierto que ya habían señalado hace décadas sociólogos como Pierre
Bourdieu).
“Las mediciones comparativas a gran escala de los resultados, más que apoyar y promover el
debate acerca de la buena educación, han reemplazado las preguntas normativas sobre las
metas y logros educativos deseados, por preguntas técnicas acerca de la producción eficaz,”
dice Gert Biesta. El efecto desmoralizador de la difusión de los resultados supera la
capacidad movilizadora para mejorarlos. Parece que hemos confundido calidad
educativa con mejora de los resultados obtenidos en pruebas estandarizadas tipo PISA y
hemos reaccionado creyendo que “mejorar” era sinónimo de más control en lugar de más autonomía. Ha
habido una sobrevaloración de la importancia de los instrumentos de evaluación
para mejorar calidad y equidad.
En nuestro país, hasta la llegada de LOMCE (y esto queda ahora en suspenso con la paralización de las
reválidas), el objetivo de estas pruebas externas era “simplemente” proporcionar una imagen precisa del
estado y situación del sistema educativo y de sus resultados y su carácter era orientador tanto para los
centros como para las familias y el conjunto de la comunidad educativa (Los centros ante la rendición
de cuentas. Ferrán Ruiz Tarragó). Pero que las pruebas no tengan en principio efectos
académicos no significa que no influyan en la actividad de los centros y los
aprendizajes como sostiene con mucha razón Ferrán Ruiz Tarragó. Parece por tanto legítimo,
dice Ruiz Tarragó, preguntarse si no habrá efectos ocultos o perniciosos que debieran ser previstos y
gestionados con precaución y visión de futuro.
A la hora de poner en marcha estas evaluaciones, es importante por tanto que
reflexionemos si estamos midiendo lo que realmente valoramos o si, por el
contrario, estamos midiendo aquello que es fácilmente medible (Gert Biesta),
llegando a la situación en que valoramos solo lo que sabemos, lo que podemos medir o lo que ya se ha
medido previamente. La experiencia de las últimos años en otros países indica que para “mejorar la
calidad de la educación es preciso asumir que debemos poner el foco en las estrategias de
enseñanza y aprendizaje y en su utilización por parte de los actores del proceso pedagógico
(docentes, alumnos, familia)” (Juan Carlos Tedesco)
Si no queremos entregar la responsabilidad de nuestros procesos y prácticas
educativas a abstractos sistemas de medición y aspiramos a mantener un control
democrático sobre nuestras iniciativas educativas y sobre las maneras en las que
evaluamos su calidad, es sumamente importante que se lleve a cabo un debate
sobre aquello que nuestros esfuerzos educativos deberían tratar de conseguir.
Debemos recuperar el debate sobre los fines de la educación. En educación hemos dedicado mucho
tiempo a los métodos y poco a reflexionar sobre las metas (Juan Luis Pozo). La escuela es un factor
para la transformación o para la exclusión, pero no es ni una institución neutra ni una institución
reproductora. Devenir en una cosa, la otra, o algo diferente, es cuestión de los agentes
implicados. Debemos decidir si queremos una educación para la igualdad o una
educación para la exclusión. Si queremos ser agentes de transformación o de transmisión
(Ramón Flecha y Iolanda Tortajada). Debemos decidir si queremos que nuestras
escuelas sirvan para que los menores pasen de curso, aprueben exámenes y
saquen buenas notas o para que aprendan a pensar y no acepten sin más la
primera idea que les sea propuesta o que les venga a la cabeza (Rafael Feito).
Debemos decidir si queremos formar consumidores acríticos e insolidarios o ciudadanos inquisitivos y
participativos.
El aula evaluada. PISA y su influencia en el aula
Quizá el ejemplo más paradigmático, aunque no el único, de esta cultura de la
evaluación y la rendición de cuentas que estamos describiendo son las pruebas
PISA que desde el año 2000 y cada 3 años realiza la OCDE y que objetivamente constituyen la mayor
base de datos que nunca hemos tenido sobre el aprendizaje de nuestros alumnos pero una base de datos
que también debemos mirar con cierto recelo dado su origen y su declarado interés en influir en las
opiniones públicas y en los responsables políticos.
Le cadran scolaire. 1956. Robert Doisneau
En nuestro país, sin ir más lejos, los “malos resultados” en estas pruebas internacionales han hecho que
nuestros responsables educativos apelen de nuevo a la llamada cultura del esfuerzo basada en
la lógica de que el aumento de los niveles de exigencia, llevará a un aumento del
esfuerzo y éste a un aumento de los aprendizajes y que nos ha llevado a establecer de
nuevo unas reválidas y unos sistemas de evaluación externos, vinculados a una cultura selectiva que
creíamos superada y no orientada realmente a la formación y a las necesidades de aprendizaje, con el
peligro de exclusión de los alumnos menos favorecidos que además esto acarrea.
En palabras del propio Ministerio de Educación, las evaluaciones externas de fin de
etapa, ahora paralizadas, constituían una de las principales novedades de la LOMCE con respecto al
marco anterior y era una de las medidas llamadas a mejorar de manera más directa la
calidad del sistema educativo. No se trataba de pruebas aleatorias y de muestreo sino pruebas
censales que iban a afectar a todo los estudiantes. “Las evidencias, decían en la
página web del Ministerio, indican que su implantación tiene un impacto de al menos
dieciséis puntos de mejora de acuerdo con los criterios de PISA….Las pruebas serán
homologables a las que se realizan en el ámbito internacional y, en especial, a las de la
OCDE y se centran en el nivel de adquisición de las competencias.” Es decir, que el propio
Ministerio asumía que la introducción de estas pruebas estaba directamente
relacionada con las pruebas PISA. Como hemos dicho, esta vinculación entre resultados de
aprendizaje, evaluaciones externas, calidad educativa y rendición de cuentas ha provocado tal presión
sobre los sistemas educativos y especialmente sobre sus eslabones más débiles, profesores y escuelas,
que uno de los efectos secundarios no deseados es el aumento del fenómeno denominado en
inglés teaching to the test, es decir, enseñar sólo aquellos contenidos que serán
exigidos en las pruebas, algo que cualquier estudiante español de segundo de bachillerato puede
comprender fácilmente pues lo ha vivido con la PAU ahora, de nuevo, Selectividad. Sobre los efectos
negativos que una prueba tiene sobre el aprendizaje en el aula ya nos alertaba en 1999 Alfie Kohn, uno
de los mayores opositores a las pruebas estandarizadas.
Para el credencialismo y la rendición de cuentas mediante los exámenes, la
finalidad primordial de la evaluación es obtener resultados que, después, se
equiparan con un aprendizaje mejorado, dice Gordon Stobart en Tiempo de pruebas (P.
168), pero con frecuencia no ocurre así: “los resultados pueden mejorar sin que lo haga el
aprendizaje.”
Cioran por Henri Cartier Bresson. 1984
Recuperar la evaluación
Estamos de acuerdo en que la evaluación no sólo mide los resultados, sino que
condiciona profundamente lo que se enseña y cómo se enseña y, por tanto,
determina qué aprendemos y cómo aprendemos. Hemos visto que la complejidad de la
realidad educativa nos invita a alejarnos de procedimientos simplificados y retóricas fáciles. Nos invita a
abandonar los instrumentos únicos a favor de métodos diversos, adaptables y sensibles a su complejidad
(observación directa, asambleas, diarios de aprendizaje, dianas de
evaluación, portafolios, rúbricas, rutinas de pensamiento, pruebas..). Nos invita a
problematizar cualquier iniciativa de evaluación.
No podemos prescindir de la evaluación. La necesitamos para ayudar a nuestros alumnos a
que aprendan mejor y también para mejorar nuestra práctica docente. En este escenario la pregunta es
evidente. ¿Hay alguna manera alternativa de evaluar el sistema para mejorarlo pero
evitando tan nefastas consecuencias? (Fernando Trujillo).
La respuesta evidentemente es sí. Debemos luchar por “recuperar la evaluación”
limitando su poder, apropiándonos de la palabra, resignificando su uso y
promoviendo los tipos de evaluación que puedan mejorar la calidad del
aprendizaje. Tenemos que construir un modelo alternativo de calidad educativa, basado en lo que
realmente valoramos y soportado por una responsabilidad profesional, democrática y
participativa en lugar del enfoque técnico actual orientado a la gestión y a la eficiencia (Gert
Biesta).
Los escolares curiosos. París. 1953. Robert Doisneau
Debemos luchar por dar un papel más modesto a la evaluación y por unas
interpretaciones más cautas de sus resultados. Debemos luchar, como dice Gordon Stobart, por
una rendición de cuentas inteligente en la que las escuelas conduzcan primero una
rendición interna de cuentas que responda a preguntas fundamentales sobre lo
que espera la institución de los estudiantes en el plano académico, sobre qué consiste
una buena práctica docente, sobre quiénes son responsables del aprendizaje de los alumnos, cuáles son
los valores en los que debe basarse la actividad educativa y sobre cómo hacer que el aprendizaje se haga
más gratificante en sí mismo.
Autorretrato de Vivian Maier en Highland Park. 1961-65
Debemos luchar por un enfoque de la evaluación sostenible que se preocupe por
favorecer destrezas en nuestros alumnos que les permitan responder al aprendizaje actual,
más allá de los contextos escolares, en su vida personal y social futura. Debemos luchar porque se
asuma que la evaluación depende también de lo ocurrido antes, que es un elemento de una iniciativa
mayor y siempre es el resultado de unos valores sociales y un contexto.
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La evaluación y su
3 comentarios en “
importancia en la
educación”
1. Gloria reyes
febrero 26, 2018, 7:13 pm
2. CIUP
febrero 26, 2018, 7:41 pm
Elena Martín
29/03/2017