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La clave para arreglar mi matrimonio fue aprender a ver a mi esposo como el Salvador lo
ve.
“¡Padre Celestial, no sé qué hacer!”. Había salido de la casa furiosa después de una
discusión bastante desagradable con mi esposo. Era el mes de noviembre y hacía
mucho frío. Salí sin zapatos ni abrigo, pero estaba tan enojada que no me había
dado cuenta. Nuestro matrimonio no resultaba abusivo en el sentido físico, pero
daba la impresión de que nos peleábamos continuamente, al menos siempre que él
estaba en casa, lo cual no sucedía muy a menudo. Solía trabajar hasta tarde casi
todos los días y parecía dedicar el resto del tiempo al juego del golf. No podía
culparle; nuestro hogar era un sitio tan desagradable para él como lo era para mí.
Y ahí estaba yo, temblando de frío, con sólo una camiseta na y unos pantalones
vaqueros ( jeans, tejanos), expresando mi sufrimiento a mi Padre Celestial. Mientras
oraba, me di cuenta de que ya no amaba a mi marido y que ni siquiera me resultaba
simpático.
Por otro lado, si me quedaba, estaría haciendo a un lado el hecho de que, de todos
modos, nuestro matrimonio era un fracaso. Tampoco tendría una familia eterna,
pues ciertamente no íbamos encaminados hacia el reino celestial. Estaría obligando
a mis hijos a vivir en un hogar sumamente desdichado porque mamá y papá no se
soportaban mutuamente y apenas podían verse sin sentirse ofendidos.
“Padre Celestial”, oré, “ninguna opción es buena; por favor, dime qué debo hacer”.
Entonces vino a mi mente un nuevo pensamiento. La decisión correcta era una que
yo había pasado por alto: Podía quedarme, amar a Mark (el nombre ha sido
cambiado) y ser feliz. Esa opción parecía mucho mejor. Aunque no tenía idea de
cómo iba a lograr semejante cosa, el pensar en recuperar a mi familia feliz me hizo
sentir que podía dar media vuelta y volver a casa.
https://www.churchofjesuschrist.org/study/liahona/2005/01/falling-out-of-love-and-climbing-back-in?lang=spa 1/4
4/20/2020 El amor: ¿Casualidad o acto consciente?
Durante las semanas siguientes traté de enamorarme de nuevo de Mark, pero sólo
hallé frustración; mis mejores esfuerzos parecían destinados a fracasar. Traté de ser
más amable con él, pero cuando le preparaba una cena deliciosa, una que sabía que
le gustaba, llegaba tarde a casa. Cuando hacía por él cosas pequeñas con las que
creía mostrarle mi amor, no se jaba en ellas, lo cual no hacía sino enojarme aún
más. A pesar de todos mis esfuerzos, no surtió en él la transformación milagrosa
que yo anhelaba. Después de tres semanas, estaba más cerca que nunca de darme
por vencida.
“¿No me puedes ayudar?”, le pregunté. “¿No puedes hacer que él sea un poco más
agradable? Por favor, ¿no puedes simplemente hacer que Mark cambie?”
Casi de manera instantánea, recibí una fuerte impresión: “Debes cambiar tú”.
“Yo no soy el problema”, pensé. De eso estaba segura. Empecé a enumerar todos
los malos modales de Mark que no se podían pasar por alto y que, sin duda alguna,
constituían el verdadero problema.
Una vez más volví a sentir en mi atribulada mente: “Debes cambiar tú”.
“De acuerdo”, oré esta vez con más humildad, “lo haré, pero no sé cómo. Por favor,
guíame; dime qué debo hacer”.
Analizamos qué es la caridad. Es el amor que Jesús siente por cada uno de
nosotros. Descubrí que el Salvador sabe lo que mejor nos conviene y que Él es
capaz de hallar en toda persona algo que merezca Su amor.
El maestro nos remitió nuevamente a las Escrituras: “En el versículo 48 dice que el
amor [la caridad] es un don del Padre que Él nos otorga. La caridad no es algo que
podamos desarrollar por nosotros mismos, sino que debemos recibirla. De modo
que si tenemos un vecino que siempre nos irrita o si hay alguien que no nos cae
bien, ¿cuál es el problema? El problema es que no tenemos caridad, el amor puro
de Cristo, por dicha persona. ¿Cómo se obtiene? Precisamos orar ‘al Padre con
toda la energía de [nuestros] corazones’ y pedirle que nos dé caridad hacia esa
persona. Debemos ver a esa persona con los ojos del Salvador para poder verla
como una persona buena a la que se pueda amar”.
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4/20/2020 El amor: ¿Casualidad o acto consciente?
Ésa fue mi respuesta. Si pudiese ver a Mark con la perspectiva del Salvador, sería
imposible no amarlo. Parecía algo muy fácil, mucho más fácil de lo que había
intentado hacer hasta ese momento. Pediría caridad, Dios me la daría y eso
solucionaría el problema. Pero debí haber sabido que mi Padre Celestial requeriría
de mí al menos un pequeño esfuerzo.
Esa noche me arrodillé en oración y pedí tener caridad para con mi esposo; pedí
sentir una porción del amor que Jesucristo sentía por Mark; pedí ver en él las cosas
buenas que veía el Salvador. Entonces vino a mi mente la fuerte impresión de que
ya debía saber cuáles eran esas cosas y que debía nombrarlas. Pensé durante un
buen rato. Hacía tiempo que no me centraba en sus buenas cualidades. Por n
pude decir: “Hoy lucía muy bien”. Sentí la impresión de decir algo más: “Saca la
basura cuando se lo pido”. Otra: “Trabaja mucho”. Y otra: “Es bueno con los
niños”. Otra más. No podía pensar en nada más.
No tardé en darme cuenta de que tendría que decir cosas buenas de él durante un
buen rato, por lo que decidí que sería in nitamente más fácil hacerlo si prestaba
atención durante el día. Al día siguiente lo observé con detenimiento y logré
jarme en diez cosas buenas de él, ¡todo un récord!. Eso se convirtió en mi meta:
buscar diez cosas buenas antes de acostarme. Los días buenos resultaba fácil, pero
los días malos, las últimas tres siempre solían ser del tipo: “Hoy estaba bien
peinado” o “Me gustaban los pantalones que se puso”. Pero lo logré cada noche.
Después de un tiempo, empecé a esforzarme a decir diez cosas positivas cada vez
que tuviese un pensamiento negativo. Con diez contra uno, no me permitía pensar
muy a menudo en los defectos de Mark.
Poco a poco fue sucediendo algo maravilloso. Al principio empecé a darme cuenta
de que Mark no era el gran imbécil que pensaba que era. Tenía muchas
características maravillosas que yo había pasado por alto o que había olvidado. En
segundo lugar, una vez que dejé de fastidiarlo, Mark empezó a corregir algunos de
los malos hábitos que yo había estado recordándole durante tanto tiempo. Tan
pronto como dejé de sentirme responsable de sus acciones, él mismo comenzó a
asumir esa responsabilidad. Disfrutaba de los momentos que tenía con él y
pudimos pasar más tiempo juntos porque dejó de trabajar tantas horas.
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4/20/2020 El amor: ¿Casualidad o acto consciente?
Han pasado varios años desde aquella tarde tan especial y su recuerdo aún me
empaña los ojos. Qué miedo me da el pensar que casi estuve a punto de tirar la
toalla y perderme aquella experiencia.
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