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Ejercicios 3º quincena

Resumen del tema 12. “El territorio de España en la antigüedad” (5 caras, 1 por cada punto del tema)
Mapa de la 289. No entran los siguientes nombres: Brigantium, Scallabis, Ossonoba, Basti,
Lucentum., Saetabis, Mellaría, Sisapo, Aibura, Capara, y Segontia. No olvidar poner el título y la
leyenda explicativa.
Ejercicio nº 1. Copiar el cuadro y el listado de emperadores
Ejercicio nº 2. Hacer un resumen de los emperadores y sus aspectos más destacados (2 caras)
Ejercicio nº 3. Resumen de las causas de la caída del Imperio ( 2 caras aproximadamente.)
Ejercicio nº 4. Resumen de la mujer en el mundo clásico 2 (caras aproximadamente)
Ejercicio nº 1. Copiar el cuadro y el listado de emperadores (esta 1º página)
LAS GUERRAS GENERAL GENERAL Lugar de desarrollo de los
PÚNICAS CARTAGINÉS ROMANO enfrentamientos
I Guerra Púnica Amílcar Barca Publio Cornelio Córcega, Cerdeña y Sicilia
II Guerra Púnica Aníbal Escipión Emiliano “el Hispania
Africano” (paso de los Alpes en Elefante)
III Guerra Púnica Asdrúbal Cartago

“delenda est Cartago”(Cartago debe ser destruida ) decían los oradores romanos al final de cada
discurso, para recordar, para no olvidar que tenían que acabar con su principal rival comercial
Iberia: del griego. Iber, río Ebro Hispania: del Latín. “tierra de conejos”
“Todos los caminos llevan a Roma”

Emperadores de Roma
1º Triunvirato: Craso Julio César Pompeyo
2º Triunvirato: Octavio Augusto Marco Antonio Lépido
DINASTÍA Julio Claudia Augusto Tiberio Calígula Nerón

DINASTÍA Flavia Vespasiano


Tiberio
Domiciano
DINASTÍA Antoninos
(emperadores buenos) Nerva
Trajano
Adriano
Marco Aurelio
Cómodo
DINASTÍA Severos Severo
Caracalla
Crisis del Siglo III 30 Emperadores

Otros emperadores Valeriano , Emiliano, Floro, Floriano, Diocleciano, Majencio, Valerio, Valente,
Juliano,
CONSTANTINO el grande Edicto de Milán (313)
TEODOSIO Conversión al cristianismo
Ejercicio nº 2. Hacer un resumen de los emperadores y sus aspectos más destacados (2 caras)
EMPERADORES ROMANOS
Dinastía Julio-Claudia
Augusto
Augusto es considerado como el primer emperador del Imperio Romano, gobernando entre
los años 27 a.C. y 14 d.C. No es tan sólo relevante por haber sido el primero de todos los emperadores
romanos, sino que su gran importancia es debida a que es el emperador que durante más años logró
gobernar. Es considerado como la persona que logró la transición de República a Imperio, algo que
ya había comenzado su tío, Julio César.
Tiberio
Tras los 44 años de reinado de Augusto, ya se habían olvidado los horrores de las guerras
civiles y empezó a producirse una oposición de los defensores de la antigua república contra el
inmenso poder de los emperadores.
Calígula
Posiblemente el peor emperador de todos los que pasaron por el cargo, la importancia de
Calígula no se debe a sus logros, sino que debido a sus acciones se demostró que no todo el mundo
valía para ser el líder romano. Entre sus mayores errores se encuentra el fallo en la conquista de
Britania, las grandes disputas entre los gobernantes romanos y el emperador, y especialmente la gran
cantidad de escándalos que tuvo su gobierno. Introdujo el culto desmesurado al emperador, obligando
a hacer genuflexiones, besar sus pies, e intentó hacer senador a su caballo predilecto. Se le acusaba
de alardear de acostarse con las esposas de sus súbditos, de matar por pura diversión, de provocar una
hambruna al gastar demasiado dinero en la construcción de su puente y de querer erigir una estatua de
sí mismo en el Templo de Jerusalén con el objeto de ser adorado por todos.
Claudio
Tras el asesinato de su tío Calígula, ascendió al trono con más de 50 años. Siempre había sido
objeto de burlas en la corte, por sus peculiaridades y defectos, torpe, amnésico, muy distraído, se
dormía en las reuniones, en su juventud fue tartamudo (aunque se corrigió) y demostró ser bastante
inteligente y buen gobernante, creando una estructura burocrática muy eficaz.
Se casó 4 veces. Su 3 mujer, Mesalina, era muy libertina. Llegó a celebrar las bodas con su
amante, estando Claudio vivo, claro. Se casó por 4 vez con su sobrina, Agripina, que lo envenenó y se
casó con el siguiente emperador.
Nerón
El reinado de Nerón se asocia comúnmente a la tiranía y la extravagancia. Se lo recuerda por
una serie de ejecuciones sistemáticas, incluyendo la de su propia madre y la de su hermanastro
Británico, y sobre todo por la creencia generalizada de que mientras Roma ardía durante 6 días él
estaba componiendo con su lira, además de como un implacable perseguidor de los cristianos.
Burro, uno de sus asesores más importantes, murió y Séneca, por su parte, tuvo que hacer
frente de nuevo a acusaciones de malversación, lo que le obligó a retirarse de la vida pública. Nerón se
divorció de Octavia y la desterró, pero viendo las airadas protestas que esta acción había suscitado
entre el pueblo romano, se vio obligado a llamarla del exilio. A pesar de esta aparente buena acción,
Octavia fue ejecutada al poco de regresar a la capital.
Le gustaba presentarse en público como cantante, poeta, actor y citarista, y pagaba gastando mucho
dinero a una “claque” para que le aplaudiese incondicionalmente. Participó en los juegos olímpicos.
Ejecutó a cientos de esclavos, según la costumbre romana de que si un amo era muerto por un
esclavo, todos los esclavos que tuviese esa persona eran ejecutados como represalia.
Sus mujeres fueron Octavia, Popea y Mesalina.
Construyó el lujoso palacio llamado “Domus Aurea”

Obligó a suicidarse a grandes personajes de la cultura, que le criticaban o le hacían sombra en


las artes, como Lucano, Séneca o Petronio. Al final él también fue obligado a suicidarse.
Vespasiano.
Se produjo la explosión del Vesubio, sepultando las ciudades de Pompeya y Herculano.

Emperadores Romanos Dinastía Antoninos

LOS ANTONINOS
A la muerte de Domiciano pareció que el Senado, que nunca había visto con buenos ojos la
sucesión hereditaria al trono, recuperaba su derecho, pues de inmediato proclamó emperador a uno de
sus miembros más prestigiosos, Nerva.

El nuevo soberano introdujo entonces una costumbre que sus sucesores mantuvieron:
declarar hijo adoptivo y heredero del trono al hombre más capacitado del Imperio, en vez de un
miembro de la propia familia. Así se impedía la llegada al poder de algún príncipe indigno, como
también el entremetimiento de la Guardia Pretoriana, e incluso, la guerra civil.

Con esta acertada medida, comenzó la «Edad de Oro» del Imperio Romano, la cual concluyó cuando el
último soberano de esta dinastía interrumpió esta tradición.

Trajano (98 a 117)

Nerva había asociado al trono al más brillante de los generales romanos, jefe de los ejércitos
del Rin, convertido luego en el más noble de todos los emperadores.
Trajano había nacido en España, cerca de Sevilla y estaba adornado de singulares cualidades.
Fue un perfecto administrador, y al mismo tiempo un gran constructor que embelleció a Roma con
magníficos edificios, principalmente con el incomparable Foro Romano, cuyas ruinas aún maravillan.

Fue igualmente un famoso conquistador: sometió a pueblos bárbaros al norte del Danubio y se
apoderó de su territorio, la actual Rumania, convirtiéndola en provincia romana. Pero sus mejores
conquistas las realizó en Oriente; allí se apoderó de la Mesopotamia, fijando las fronteras del Imperio
en el río Eufrates.

Luego proyectó relacionarse con la India y la China, pero no pudo hacerlo por la infranqueable
muralla que era el reino Parto. Con estas grandiosas conquistas, el Imperio alcanzó su máxima
extensión que ninguno de los sucesores de Trajano pudo sobrepasar.

Columna de Trajano

Adriano (117 a 137)


Español también de origen, no fue tan afamado guerrero como
Trajano, pero lo igualó como administrador y propulsor de la
prosperidad general. Fue posiblemente el más culto de los
emperadores romanos: enamorado de la cultura griega, protegió las
artes y las ciencias y embelleció las grandes ciudades del Imperio.

En Roma, entre muchas otras obras aún se admiran la «Villa Adriana»,


reproducción de las maravillas que había visto en sus 12 años de viajes
por todas las provincias, y su grandioso «Mausoleo», conocido hoy
como Castillo Sant Ángelo. Preocupado por la administración de la
justicia, realizó una de sus obras más meritorias: ordenó la recopilación
de todas las leyes romanas dictadas hasta entonces, formando así el
«Edicto Perpetuo», base, de la legislación del mundo occidental por más
de 500 años.
Antonino Pío (138 a 161)
Nacido en las Galias, ha sido considerado como el más querido de todos
los emperadores. Hombre de espíritu superior, fue justo sin ser severo, y
bondadoso sin caer en la debilidad.

Su principal preocupación fue procurar la felicidad de todos sus vasallos y


de que la justicia no sufriera mengua: protegió inclusive a los cristianos y
prohibió que se los persiguiera.

Durante su reinado no hubo ni una sola guerra ni revuelta, reinando la paz


más absoluta.

El pueblo premió su bondad llamándolo «Pío» (el Piadoso).

Marco Aurelio (161 a 180)


Militar de origen español, sumamente culto y virtuoso, dedicó su vida al estudio y a la práctica
de la filosofía estoica.

Aunque era de carácter bondadoso, debió sin embargo pasar todo su reinado guerreando con
sus vecinos, envidiosos de la prosperidad romana y que, abusando de la pasividad de los últimos
soberanos, asaltaban las fronteras: los partos en el Oriente y los germanos entre el Rin y el Danubio. Y
fue aquí en Viena, en donde murió víctima de la peste.

Marco Aurelio fue el último de los «Magníficos Emperadores».

Cómodo (180 a 193)


El gran error de Marco Aurelio fue nombrar a su hijo como sucesor, en lugar de continuar la tradición
de sus antecesores. Y con ello asestó un golpe mortal a la prosperidad del imperio.

El nuevo soberano era un jovenzuelo de 19 años, lleno de brutales instintos,


vanidoso y cruel, y para colmo, aficionado en extremo a los juegos del
circo. Desde un comienzo abandonó las brillantes campañas emprendidas
por su padre, y las fronteras empezaron entonces a ceder por todas
partes.
Sus crímenes y locuras recordaban los de Nerón y Calígula: más que emperador, Cómodo fue. un
envanecido gladiador, preocupado sólo en demostrar su fuerza bruta. Finalmente, harto de sus abusos y
crímenes, fue estrangulado por otro gladiador contendiente suyo.

Diocleciano
La Persecución de Diocleciano que tuvo lugar entre los años 303 y 311 se convertiría en la
mayor y más sangrienta persecución oficial del imperio contra los cristianos, pero no logró su
objetivo de destruirlos. Fue el primero en usar la tetrarquía para gobernar, dividiendo el Imperio en
cuatro emperadores por su gran extensión.
Constantino el Grande
Considerado como el mejor emperador del Bajo Imperio, gobernando entre los años 306 hasta
337. Su Imperio estuvo en una extensión mantenida, pero no fue capaz de detener la división del
Imperio en dos partes. Su mayor acción fue la de legalizar el cristianismo mediante el Edicto de
Milán, siendo el mayor responsable del comienzo del predominio de esta religión que llegaría a ser tan
importante en Europa y en el mundo.
Juliano “ el Apóstata”
Es especialmente famoso por haber intentado ilegalizar la religión cristiana y volver al
paganismo, aunque no volvió a los tiempos de las persecuciones. Tras su muerte el nuevo emperador
no tardó demasiado tiempo en volver a restaurar el cristianismo como religión oficial del Imperio.
Teodosio
Natural de Coca (Segovia) o de Itálica (Sevilla ) el último emperador en gobernar toda
extensión del Imperio sin divisiones. Su muerte significó la división final del Imperio en el
Occidente y el Oriente.
Ejercicio nº 3. Resumen de las causas de la caída del Imperio ( 2 caras aproximadamente.)

Causas de la caída del Imperio Romano

El declive del Imperio Romano toma varias causas, pero aquellas


fundamentales se detallan a continuación. No existe sin embargo un
orden definido para las causas de la caída del Imperio Romano,
ocurriendo muchas de ellas durante el último período del Imperio,
mientras que otras se encontraban presentes a lo largo de sus 500
años de existencia.

Causas de la caída del Imperio Romano


Antagonismo entre el Senado y el Emperador
Una de las principales causas que explican la caída del Imperio
Romano, consistió en el antagonismo sostenido entre el Senado y los
Emperadores. El Emperador romano poseía el poder legal para
gobernar sobre los asuntos religiosos, civiles y militares del estado,
con el Senado actuando como cuerpo consejero. El Emperador
tenía el poder sobre la vida y la muerte, eran poderosos,
caprichosos y acaudalados, lo que trajo como consecuencia que se
volvieran corruptos, y muchos de ellos se abandonaran a un estilo de
vida perverso, inmoral y engañoso. En no pocas ocasiones, los
Emperadores sufrieron el antagonismo del Senado, pues ocurría que
los senadores no simpatizaban con el Emperador, o este se oponía a
los criterios del Senado.

Corrupción política y de la Guardia Pretoriana


El poder de la Guardia Pretoriana, la élite de soldados que
componían la escolta personal del Emperador, también cayó en un
abismo de corrupción política, a tal punto, que su potestad les
permitía a este grupo masivo de soldados, decidir cuándo un
Emperador debía ser depuesto y cuándo debían nombrar uno
nuevo. En cierto punto, la Guardia Pretoriana llegó a subastar el
trono del Imperio al mejor postor.

Rápida expansión del Imperio


El rápido crecimiento de las tierras conquistadas por el Imperio
condujo a una necesidad de defender las fronteras y los nuevos
territorios de Roma. Los pueblos conquistados, al que muchos
romanos se referían como los bárbaros, mostraban un marcado odio
hacia sus conquistadores. Los impuestos establecidos a estos
pueblos eran tan altos y abusivos, que las rebeliones se volvieron un
suceso frecuente.

Guerras constantes y alto gasto militar


Las frecuentes sagas bélicas llevadas a cabo por el Imperio,
requerían de un presupuesto militar excesivamente grande. El
ejército romano se volvió cada vez más numeroso, y la demanda de
soldados era imparable. Los bárbaros, una vez conquistados, eran
autorizados a unirse al Imperio Romano en calidad de mercenarios
extranjeros.

Economía decadente y alta inflación


El Gobierno Romano se encontraba constantemente amenazado
por la bancarrota, en parte debido al alto costo que demandaba el
Imperio, y en parte también a su economía estancada, los
elevados impuestos y una inflación ( subida de los precios) que
condujo al final inevitable del Imperio Romano. La mayoría de los
habitantes de Roma apenas pudieron disfrutar de la increíble
prosperidad de esta nación. Por ejemplo, la cantidad de oro enviada
al oriente en pago por bienes de lujo, llevó a una escasez de este
mineral para producir las monedas romanas. Como resultado, la
moneda romana se devaluó tanto, que el sistema de trueque hubo
de ser implantado en una de las mayores civilizaciones conocidas por
el mundo.

Desempleo de la clase trabajadora


La mano de obra esclava y barata fue otra de las grandes
causas que provocaron la caída del Imperio Romano. Los plebeyos de
Roma, al no poder competir contra los esclavos, quedaron
desempleados y pasaron a depender de las dádivas (regalos,
limosnas) del Estado.

Ante ello, el Gobierno se vio obligado a subsidiar (cobrar el


paro) la clase trabajadora de Roma para equilibrar las diferencias
de los precios El resultado final, fue que muchos de los plebeyos
decidieron vivir de los subsidios del estado, (vivir sin trabajar)
sacrificando su nivel de vida por la facilidad de una vida ociosa. La
evidente diferencia entre los romanos ricos y pobres aumentó aún
más.

La chusma y el costo de los juegos de gladiadores


Si los miles de ciudadanos romanos desempleados se hartaron
de sus vidas, esto llevó a numerosos disturbios civiles y motines
callejeros. El populacho necesitaba encontrar un modo de
entretenerse, y los espectaculares juegos de gladiadores
comenzaron a llenar el vacío de sus vidas. El costo de estos juegos
corría a cargo de los Emperadores, y por ende del Estado, por lo que
muchos corruptos políticos patrocinaron los juegos para ganarse el
favor y el apoyo del pueblo. El costo de los juegos de gladiadores,
eventualmente llegó a representar un tercio de los ingresos
totales del Imperio Romano.

La esclavitud
El número de esclavos se incrementó dramáticamente
durante las dos primeras centurias del Imperio Romano. La
dependencia del pueblo romano a los esclavos fue tal, que no solo
disminuyó la moral, los valores y la ética, sino que propició el
estancamiento de cualquier nueva tecnología que pudiera
producir bienes de manera más eficiente. Los romanos
dependían de la mano de obra esclava para casi todas sus
necesidades, y esta dependencia inhibió cualquier cambio o
crecimiento tecnológico.

Por otra parte, el trato despiadado a los esclavos condujo a


numerosas rebeliones y Guerras Serviles, siendo la más reconocida
de ellas, la encabezada por el famoso gladiador Espartaco. En los
últimos siglos del Imperio, y con el advenimiento del cristianismo, la
actitud hacia el esclavo cambió. Con la manumisión (acto de
liberar a los esclavos), el número de la servidumbre disminuyó
considerablemente, junto a la dependencia de Roma por esta fuerza
de trabajo.

Pérdida de la moral
Otra de las causas que dieron al traste con el Imperio Romano,
residía en la pérdida de la moral. Este deterioro, especialmente en la
clase alta, la nobleza y los Emperadores, trajo un impacto devastador
en el pueblo romano. Ejemplo de ello, encontramos en la
inmoralidad y la promiscuidad de los actos sexuales,
incluyendo el adulterio y las orgías. Algunos Emperadores como
Tiberio, mantenían grupos de jóvenes muchachos para sus placeres,
Nerón disfrutaba del incesto (con familiares) , e incluso poseía un
esclavo castrado para tomarlo como esposa, Heliogábalo forzó a una
virgen vestal (sacerdotisa sagrada) para contraer matrimonio y
Cómodo, famoso por su harén de concubinas, enfurecía a la multitud
romana sentándose en el teatro o en los juegos, vestido con prendas
de mujer.

Esta pérdida de la moral, también afectó a la clase baja y los


esclavos. Las fiestas religiosas, conocidas como Saturnalia o los
Bacanales, consistían en la realización de sacrificios, canciones
obscenas, actos lascivos y un derroche de promiscuidad
sexual donde muchas veces, estos actos bestiales y otros sucesos
obscenos tomaban también lugar en la arena del Coliseo como mera
forma de entretenimiento. Los burdeles y la prostitución forzada
florecieron, al igual que el consumo masivo de alcohol, y los juegos
de azar en los combates de gladiadores, donde no faltaba la
crueldad sádica hacia el hombre y las bestias de la arena.

Cristianismo
La vida parecía desesperanzadora para los millones de personas
regidas bajo Roma, y la idea de una muerte temprana era algo
inevitable. El cristianismo en cambio, promovía la creencia de la vida
después de la muerte, lo que dio un nuevo aliento de esperanza y
coraje al desesperado pueblo romano. Con el paso del tiempo, el
Emperador Romano Constantino el Grande, se proclamó devoto de la
fe cristiana y emitió un edicto en favor de los cristianos otorgándole
su protección. Poco a poco, el Imperio Romano pasaría de una actitud
antagonista a un estilo de vida pacífico.
Invasión bárbara
Durante su reinado, Roma acumuló el odio de sus enemigos más
cercanos. Dentro de ese rango, los ejércitos bárbaros se encontraban
compuestos por tribus como los visigodos, los hunos y los vándalos. El
golpe final que llevó a la caída del Imperio Romano, fue infligido por
estas tribus bárbaras. La ciudad de Roma fue saqueada por los
visigodos en el 410 d. C., y por los vándalos en el 455 d. C.,
evidenciando la desintegración de la autoridad romana y su inevitable
declive.

Ejercicio nº 4. Resumen de la mujer en el mundo clásico 2 caras aproximadamente.


ENFRENTAMIENTO ENTRE EL CRISTIANISMO Y EL IMPERIO:
LA MUJER
Existe la tesis —tan repetida como inexacta— de que el cristianismo acabó
imponiéndose sobre el paganismo meramente en virtud de la utilización de la fuerza
bruta. Un cristianismo intolerante e inculto se habría así alzado vencedor gracias al
apoyo imperial y habría eliminado a un paganismo tolerante e ilustrado amén de
pujante. No hace falta decir que la defensa de esa tesis es fácilmente instrumentalizable
como un arma dialéctica en contra del cristianismo y en favor de las supuestas virtudes
humanistas de la sociedad pagana. La realidad histórica resulta, según se desprende
de las distintas fuentes, muy diferente. Lo cierto es que el paganismo demostró
sobradamente su intolerancia al perseguir vez tras vez a una pacífica minoría religiosa
que ni una sola vez se enfrentó con las armas al imperio romano. Lo cierto es que la
sociedad pagana encarnaba unos valores que difícilmente, a diferencia de los del
cristianismo, podrían ser defendidos en la actualidad en su mayoría. La verdad es,
finalmente, que la supervivencia del cristianismo frente a las continuadas ofensivas
imperiales revirtió en consecuencias positivas para la historia ulterior de Occidente.
Desde luego, el choque de valores entre las dos cosmovisiones no podía resultar
más obvio. Sin duda, unos ejemplos bastarán para dejarlo de manifiesto e indicar al
mismo tiempo las consecuencias que debían derivarse de un enfrentamiento en el que,
más tarde o más temprano, una de ellas debía alzarse con la victoria. La sociedad
imperial se regía por ese prodigioso entramado de normas que conocemos como
derecho romano. Dado que su influencia llega hasta nuestros días, poco puede
cuestionarse que nos hallamos ante un auténtico monumento de la mente humana capaz
de sobrevivir al paso de los siglos y a las no escasas alteraciones históricas sufridas por
Occidente.
Resultaría, sin embargo, una grave equivocación equiparar perdurabilidad e
incluso pragmatismo con bondad ética. El derecho romano estaba concebido en
función de los varones romanos y libres. Poca atención, salvo cuando se cruzaban
en el camino de estos, concedía a las mujeres, a los no romanos o a los esclavos, a los
que se consideraba res, palabra que en latín significa cosa y que en castellano ha
terminado por designar, no sin razón etimológica, a las cabezas de ganado.
Por otro lado, la sociedad romana se asentaba en buena medida en un culto a la
violencia física que no solo se manifestaba, como en otras a lo largo de la Historia, en
su abierto militarismo, sino, de manera muy especial, en las propias diversiones de la
gente. Resulta revelador que la plebe pudiera ser complacida mediante panem et
circenses, es decir, pan y circo, cuando esos juegos incluían de forma ineludible los
combates de gladiadores que se saldaban con la muerte en la arena. Este culto a la
violencia tenía además un reverso y era el claro desprecio por todo aquello que pudiera
ser considerado débil o meramente molesto.
Los ejemplos que se pueden aducir en defensa de nuestra tesis a partir de las
fuentes resultan numerosísimos.

El STATUS DE LAS MUJERES.

Grecia
La cultura grecolatina era todo salvo benévola hacia ellas. En la cultivada Atenas
su situación era, sin ningún tipo de exageración, penosa. Para empezar, su número era
reducido a causa del muy común infanticidio femenino. Además, se les proporcionaba
poca o nula educación y se concertaba su matrimonio en la infancia, celebrándose
apenas llegada la joven a la pubertad y en ocasiones incluso con anterioridad.
Legalmente, su status era similar al de un niño, aunque en la práctica no pasaba de
constituir una propiedad en manos de un varón. Incluso aunque podían poseer alguna
propiedad, esta, en realidad, quedaba en manos del hombre que gobernaba su vida.
Llegado el caso, podía divorciarse de la mujer sin indemnización ni compensación
mediante el fácil expediente de expulsarla de su casa. Era esta una medida obligatoria
legalmente si la mujer, por ejemplo, había sido violada. Por lo que se refería a la mujer,
si deseaba el divorcio se veía subordinada al hecho de que algún varón de su familia
aceptara defenderla ante los tribunales.

Roma
La condición femenina en Roma no resultaba desde luego mejor. El estudio de las
fuentes epigráficas romanas deja de manifiesto que las mujeres romanas se casaban
en su mayoría cuando eran simples niñas que, en no pocos casos, ni siquiera
habían alcanzado la pubertad. Esta grave circunstancia no excluía —todo lo contrario
— a las mujeres pertenecientes a las clases altas. Así, Octavia se casó a los once años;
Agripina, a los doce; Tácito contrajo matrimonio con una joven de trece años, o
Quintiliano tuvo su primer hijo de una esposa de esa misma edad. Plutarco menciona
que los romanos entregaban a sus hijas para que contrajeran matrimonio cuando «tenían
doce años o incluso menos». aunque solo se la considerara esposa legal cuando
alcanzaba los doce años.
Desde luego, las críticas frente a esos comportamientos eran del todo inexistentes
y las evidencias arqueológicas muestran que los matrimonios —incluso si se celebraban
antes de que la niña alcanzara los doce años— eran consumados
Sin duda, la suerte de aquellas niñas no era envidiable y, sin embargo, en el contexto de
la época hay que considerarlas obligatoriamente afortunadas, ya que, al menos, habían
logrado llegar a esa edad. El infanticidio era no solo común en el mundo clásico, sino
además totalmente tolerado y legitimado. Séneca contemplaba el hecho de ahogar a
los niños en el momento del nacimiento como algo provisto de razón, y, por supuesto,
la idea de que debiera mantenerse la vida de un hijo no deseado provocaba una repulsa
directa. Al respecto, debe recordarse que Tácito censuró como una práctica «siniestra y
perturbadora» el que los judíos condenaran como «pecado el matar a un hijo no
deseado» (Historias 5,5). No se trataba, desde luego, de excepciones. Platón
(República 5) y Aristóteles (Política 2,1) habían recomendado el infanticidio como
una de las medidas políticas que debía seguir el Estado.
Por supuesto, los niños abandonados o muertos tras nacer pertenecían a ambos sexos,
pero, de manera ostentosamente preferente, este triste destino recaía en las hembras o
los enfermos. Al respecto, no deja de ser interesante la carta que un tal Hilarión envió a
su esposa Alis, que estaba encinta:

Sabe que estoy aún en Alejandría y no te preocupes si todos regresan y


yo me quedo en Alejandría. Te ruego que cuides de nuestro hijito y tan pronto
como me paguen te haré llegar el dinero. Si das a luz, conservarlo si es varón, y
si es hembra, desembarázate de ella. Me has escrito que no te olvide. ¿Cómo iba
a olvidarte? Te suplico que no te preocupes. [La cursiva es nuestra.]

Hilarión, amante esposo y afectuoso padre, aunque solo de hijos varones, no


constituía un caso marginal. Simplemente, era un ejemplo de lo que aparecía en las
normas legales y en la práctica cotidiana. La ley de las Doce Tablas, por ejemplo,
permitía al padre abandonar a cualquier hembra o a cualquier varón, si bien en este
último caso debía tratarse además de una criatura débil o con malformaciones.
Que los hombres superaran a las mujeres demográficamente en una
proporción de 131 a 100 en la ciudad de Roma y de 140 a 100 en Italia, Asia Menor
y África no era sino una consecuencia de la nula consideración que se tenía socialmente
hacia el sexo femenino.
¿Acaso podía ser de otra manera cuando era rara la familia que aceptaba en su seno
más de una hija? De acuerdo con un estudio arqueológico realizado por Lindsay, de
seiscientas familias estudiadas en una de las ciudades del imperio solo seis —es decir, el
1 por 100— contaba con más de una hija.
El movimiento de la Nueva Era ha insistido en las últimas décadas en
contraponer a un cristianismo supuestamente patriarcal la imagen de un paganismo
felizmente feminista.
Semejante pretensión no pasa de ser un dislate histórico de enorme envergadura.
Si, en ocasiones, hubo mujeres que desempeñaron algún papel en ciertos templos y
santuarios paganos, los grupos religiosos a los que pertenecían y los centros en que
desempeñaban sus funciones eran tan periféricos que apenas tenían importancia en el
seno de la sociedad pagana.
Por otro lado, religiones como el mitraísmo permitían solo una participación masculina.
El contraste que el cristianismo ofrecía frente a esta cosmovisión no solo aceptada
socialmente, sino además estructurada de forma legal, era, pura y simplemente,
extraordinario. Jesús, para sorpresa y escándalo de sus contemporáneos, las había
integrado entre sus seguidores otorgándoles un trato igualitario. Lo mismo había
sucedido con sus discípulos posteriores. Pablo había afirmado que en el seno de la
comunidad cristiana no existían diferencias entre hombre y mujer. En su Epístola a
los Romanos (16, 1 y sigs.), por ejemplo, Pablo menciona un número considerable de
colaboradores de los que, prácticamente, la mitad son mujeres.
De entrada, el cristianismo condenaba sin ningún tipo de paliativos el
infanticidio. Por supuesto, no hacía acepción de sexos al respecto, pero no puede
dudarse, por lo ya visto, que los principales beneficiarios de esa actitud eran los recién
nacidos de sexo femenino. El privar de vida a un bebé se consideraba moralmente
nefasto y, a diferencia de lo contenido en la carta de Hilarión, no se aceptaba una
excepción con el caso de las niñas.
Pero, además, los cristianos propugnaban estrictas normas morales en el terreno
de la vida conyugal, equiparando de nuevo al hombre y a la mujer. Así, condenaban el
divorcio (con matices, porque aceptaban algunas causas), el incesto, la infidelidad
matrimonial y la poligamia. Por supuesto, el cristianismo valoraba la castidad
femenina, pero, al mismo tiempo, rechazaba la doble vara de medir que consideraba
con benevolencia el adulterio masculino. Por el contrario, la infidelidad masculina era
objeto de una censura tan acentuada como la femenina . De la cristiana se podía
esperar una conducta de fidelidad, pero a la vez era consciente de que su esposo se vería
sometido a las mismas exigencias morales. Una vez más la equiparación entre ambos
sexos era considerada natural.
Además, las mujeres que se convertían al cristianismo gozaban de ventajas
adicionales. Por ejemplo, contraían matrimonio a una edad mayor que sus coetáneas
y tenían posibilidad de escoger a su cónyuge. De nuevo los estudios arqueológicos
resultan contundentes. Una mujer pagana tenía tres veces más posibilidades que una
cristiana de haber contraído matrimonio antes de los trece años; y el 44 por 100 de las
paganas ya estaban casadas a los catorce años en comparación con el 20 por 100 de las
cristianas, es decir, menos de la mitad. De hecho, el 48 por 100 de las cristianas eran
solteras aún a los dieciocho años.
Si se producía la viudedad, la situación que el cristianismo ofrecía a las mujeres
era también considerablemente mejor a la que estas experimentaban en la sociedad
clásica. La crisis demográfica relacionada con la propia ética del paganismo se traducía
en una enorme presión social —incluso legal— para que las viudas volvieran a
contraer matrimonio.
Augusto llegó a disponer que si la nueva boda no se celebraba en un plazo de dos años
las viudas se vieran sujetas a una sanción legal. Por el contrario, el cristianismo
manifestó desde un principio un respeto muy especial hacia las viudas e incluso
organizó un sistema de asistencia de sus necesidades que carecía de parangón en la
Antigüedad.
Los orígenes de este sistema asistencial se hallan desde luego en el cristianismo
apostólico. De hecho, Pablo menciona en las pastorales el cuidado que la congregación
debía tener para con aquellas viudas que carecían de recursos (I Timoteo 5, 3 y
sigs.). Una vez más no se trató de una excepción, sino de una práctica que se vio
continuada de manera fecunda.
En el año 251, por ejemplo, precisamente en medio de la terrible persecución de Decio,
Cornelio, el obispo de Roma, escribía a Fabio, obispo de Antioquía, que las iglesias de
su diócesis estaban atendiendo «a más de mil quinientas viudas y personas
desamparadas».
¿Supieron las mujeres de la época apreciar la situación muy superior que les ofrecía el
cristianismo en relación con el paganismo? Una vez más, las fuentes son terminantes al
respecto. El cristianismo tuvo un éxito extraordinario entre la población femenina
del imperio mucho antes de convertirse en religión oficial. De hecho, el número de
fieles femeninas de la nueva fe debió de exceder de manera considerable el de varones,
y esto en una sociedad donde la ratio demográfica por sexos era exactamente la
contraria16. Por ejemplo, en un inventario de la propiedad confiscada en
una iglesia de la ciudad norteafricana de Cirta durante una persecución en el año 303,
hallamos dieciséis túnicas de varón frente a ochenta y dos de mujeres... ¡una
desproporción superior a cinco a uno!
La crítica racionalista ha intentado en ocasiones minimizar esta circunstancia
aludiendo a la escasa racionalidad de las mujeres. El argumento, sin embargo, es
ridículo. Si la clave de las conversiones femeninas hubiera sido la supuesta
irracionalidad habrían abarrotado también los templos paganos, lo que, desde luego, no
fue el caso. Si, en buena medida, las mujeres se adhirieron al cristianismo fue, ni más ni
menos, que porque las consideraba seres humanos, porque condenaba su
exterminio, porque las equiparaba con los varones, obligando además a estos a
adoptar patrones de conducta igualitarios como, por ejemplo, el de la fidelidad
conyugal, y porque les otorgaba un status muy superior al reconocido por el paganismo
en terrenos como la vida conyugal, la familia o la viudedad.

Como señaló muy adecuadamente Chadwick17, el cristianismo no solo tuvo un


enorme éxito entre las mujeres, sino que además fue gracias a ellas como penetró en
estratos superiores de la sociedad.
De hecho, las disposiciones eclesiásticas muestran un número creciente de
cristianas que contraían matrimonio con paganos e incluso una considerable
comprensión hacia esas situaciones. El cristianismo no temía perder miembros en esos
matrimonios. Por el contrario, tal y como se desprende incluso de las fuentes bíblicas (I
Pedro 3, 1-2; I Corintios 7, 13-4), contaba con razonables esperanzas de lograr la
conversión de los esposos paganos. Calixto, ya convertido en obispo de Roma, encontró
incluso admisible el concubinato entre una cristiana y un pagano siempre que se
guardara la fidelidad propia del matrimonio18. Por supuesto, los hijos nacidos
de esos matrimonios —y otras uniones— solían ser educados en la fe cristiana.
A la altura del siglo IV, cuando el cristianismo estaba en puertas de convertirse en
religión del imperio, al menos la mitad de la población era ya cristiana. Sin embargo, su
influencia demográfica era mucho mayor, ya que el porcentaje de conversas femeninas
era más elevado y se extendía sobre familias en las que el esposo continuaba siendo
pagano. Para alcanzar esa situación, en contra de lo sostenido por los apologetas del
paganismo, la nueva fe no había tenido que recurrir a la violencia ni al respaldo estatal.
Más bien, enfrentarse con ambos.

8 Reproducida en Lewis, op. cit., pág. 54.


9 L. E. Stager, «Eroticism and Infanticide at Ashkelon», en Bíblical Archaeology
Review, 17, 1991, págs. 34-53. Estos cuerpos infantiles contaban apenas con unos días
cuando fueron abandonados, según P. Smith y G. Kahila, «Bones of a Hundred Infants
Found in Ashkelon Sewer», en Biblical Archaeology Review, 17, 1991, pág. 47.
10 J. C. Russell, Late Ancient and Medieval Population, Filadelfia, págs. 14 y sigs.

11 J.Lindsay, The Ancient World: Manners and Morals, Nueva York, 1968, Pág. 168.
12 No fue un caso excepcional. B. Bowman Thurston, The Widows: A Women's Ministry
in the Early Church, Minneápolis, 1989, en un estudio que puede considerarse clásico,
indica cómo del número considerable de mártires femeninas hay que deducir que las

13 A. T. Sandison, «Sexual Behavior in Ancient Societies», en D. Brothwell y A. T.


Sandison (eds.), Diseases in Antiquity, Springfield, págs. 734-755.
14 H. Chadwick, The Early Church, Harmondsworth, 1967, pág. 59.
15 Cifras con tablas comparativas, en Hopkins, op. Cit

16 Enel mismo sentido, véanse: R. L. Fox, Pagans and Christians, Nueva York, 1987;
A. Harnack, The Mission and Expansion of Christianity in the First Three Centuries,
Nueva York, 1908, t. II, pág. 73.
Iberia: del griego. Iber, río Ebro
Hispania: del Latín. “tierra de conejos”
“Todos los caminos llevan a Roma”

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