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Utsukushii Koto
Narise Konohara

Traducción: Kirah Kuroichi


http://kirah69.blogspot.com

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Reanudaron su intercambio de e-mails, pero no se encontraron de nuevo. Hirosue tampoco
mencionó querer verle. La reacción inicial de Matsuoka a esa declaración había sido cortar los
lazos con él por completo, razón por la cual probablemente Hirosue era reticente a repetirlo de
nuevo.
Un viernes, cerca de un mes después de la fiesta de despedida de Hirosue, Matsuoka había
llegado a casa y estaba enviándose e-mails con Hirosue. Sus mensajes iban y venían como una
conversación. A diferencia de antes, Hirosue ahora le hablaba sobre su trabajo. Parecía estar
teniendo problemas para encajar en ese nuevo lugar de trabajo. «No soy lo bastante atento»,
repetía a menudo en sus e-mails. Pero no era un problema de estar atento o no; probablemente
el verdadero problema era el entorno de laboratorio especializado en exceso. Pero Matsuoka no
podía delatarse revelando que sabía los asuntos internos de la compañía. Así que no tuvo más
opción que cerrar la boca y escuchar lo que Hirosue decía. Sabía por el tono de los e-mails de
Hirosue que se echaba toda la culpa a sí mismo por las duras condiciones sociales con sus
compañeros. El autoreproche de Hirosue se filtraba a través de las líneas y llenaba a Matsuoka de
dolor. Matsuoka también encontró difícil soportar la manera brutalmente sincera en que se
llamaba incompetente a sí mismo. Si tan solo pudiera descargar algo de la culpa sobre otros –tal
vez quejándose sobre cómo su jefe parecía tener un palo metido por el culo– entonces, quizá
aliviaría algo del estrés sobre sus hombros. Pero Hirosue no parecía del tipo que hacía eso. Si tan
solo tuviera un poco de la gruesa piel que tiene Fukuda, pensó Matsuoka frustrado.
El tema del trabajo hacía que los e-mails de Hirosue profundizaran más y más en un
territorio sombrío y triste, así que Matsuoka decidió cambiar de conversación.
«¿Escuchaste que tal vez mañana estará soleado?», escribió.
«¿Tienes algún plan?», fue la respuesta de Hirosue.
«Probablemente solo vaguearé en casa», respondió Matsuoka. El siguiente e-mail llegó tras
un rato.
«¿Entonces te gustaría ir a algún sitio conmigo?».
Matsuoka se arrepintió al instante. Ahora sonaría demasiado deliberado si decía, “lo siento,
acabo de recordar que tengo algo que hacer. No puedo salir mañana”, cuando acababa de
proclamar que estaba libre.
Matsuoka agonizaba sobre su decisión. Si decía que no ahora, sentía que lo heriría. Pero
encontrarse con él travestido sería antinatural. Tras pensar y pensar y pensar aún más, finalmente
envió una respuesta.
«¿A dónde me llevarás?».
Envió el e-mail con una resolución concreta y preparación mental para encontrarse con
Hirosue de nuevo.
Menos de un minuto después, recibió una atolondrada respuesta.
«¿A dónde te gustaría ir? ¿Tienes alguna petición?».
«Te lo dejo a ti, Hirosue-san», respondió.
Tras enviarle un e-mail de buenas noches, Matsuoka pensó profundamente. Habían
acordado encontrarse a las diez de la mañana. Probablemente estaría con Hirosue hasta la tarde.
Iba a ser la primera vez que pasara tanto tiempo travestido con Hirosue. Matsuoka tenía miedo
de usar su voz por accidente, o de que su peluca se cayera, pero no tenía sentido pensar en esas
cosas ahora.
Matsuoka desechó los elementos de ansiedad de su mente y se fue pronto a la cama.
Dormir era esencial para una piel sana. Simplemente no podía dejarse ver si su maquillaje no se
asentaba bien en su rostro.

El informe del tiempo los traicionó espectacularmente al día siguiente, concediéndoles una
llovizna constante desde por la mañana. Matsuoka y Hirosue permanecieron aturdidos frente a

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las puertas del enorme parque de atracciones. Matsuoka se había dado cuenta de lo vacío que
había estado el tren hacia el parque a pesar de ser sábado, y también había encontrado extraño
que hubiera tan pocas personas dirigiéndose hacia las puertas. Pero había asumido que era por la
lluvia.
Ni siquiera había imaginado que el parque estaría cerrado los sábados. Matsuoka estaba
sorprendido, pero Hirosue parecía incluso más impactado. Tan pronto como vio la señal de
“Parque Cerrado”, se quedó congelado en el sitio y dejó de moverse por completo.
—Lo siento. Debería haberlo comprobado de antemano—se disculpó en un susurro tan
apenas audible que Matsuoka rápidamente escribió “Está bien. No te preocupes”, en una nota.
De camino de vuelta a la estación directamente conectada al parque de atracciones,
Hirosue mantuvo la cabeza gacha y apenas habló. Cuando abrió la boca, todo lo que salió de ella
fueron palabras de disculpa. Era increíble ver a Hirosue inundado por tal autodesprecio.
Habían hablado de muchas cosas en el tren de camino allí, pero el viaje de vuelta fue
silencioso. Matsuoka pensó en alguna manera de levantar la moral de Hirosue.
«Vamos a jugar al Rey», Matsuoka le mostró la nota, y Hirosue levantó el rostro.
«Jugaremos piedra, papel y tijeras, y el ganador será el Rey durante el día de hoy. Las órdenes del
Rey son absolutas y hay que obedecerlas sin importar qué».
Hirosue finalmente sonrió un poco.
—Si yo gano, seré el Rey, pero si tú ganas supongo que serías la Reina.
Matsuoka sonrió, cerrando la mano derecha en un flojo puño y levantándola a nivel del
pecho.
—¿Vamos a jugar ya?
Cuando Matsuoka asintió, Hirosue cerró la mano derecha del mismo modo. Al mismo
tiempo, mostraron sus manos a la de una, dos y tres. Matsuoka ganó.
—¿Qué debería hacer por usted, Su Majestad?—bromeó Hirosue.
«Cuando volvamos a la estación, quiero comer pasta. Conozco un buen lugar, ¿podemos ir
allí?», escribió Matsuoka.
—Como desee, Su Majestad—Hirosue inclinó su cabeza humildemente.
«Y después de comer, vamos a una peluquería».
Hirosue leyó la nota.
—¿Una peluquería?—repitió. Matsuoka tan solo sonrió y no dijo nada más.

Hirosue se veía aturdido, pero Matsuoka más bien estaba disfrutando. Tras comer pasta,
Matsuoka llevó a Hirosue a un salón de belleza. Le preocupó que no les atendieran sin una cita
previa, pero aparentemente había habido una cancelación debido a la lluvia. Acabaron
consiguiendo asegurar una cita para un corte de pelo y tinte.
Matsuoka movió ligeramente la mano derecha mientras Hirosue era llevado a la zona de
lavado con una mirada de duda en su rostro. Mientras le lavaban la cabeza, Matsuoka seleccionó
un corte de pelo del catálogo y decidió un color. Escogió un castaño oscuro que no era demasiado
llamativo, y un corte de pelo más corto con las puntas ligeras que permitían el movimiento.
Mientras le estaban cortando y tiñendo el pelo a Hirosue, Matsuoka pasó el tiempo
ojeando revistas, mirando la lluvia fuera y observando el ansioso rostro de Hirosue, sentado
frente al espejo. Llevó cerca de una hora y media hasta que todo terminó. El peinado profesional
de Hirosue era voluminoso pero definido, y mejoraba su aspecto como un cincuenta por ciento.
Matsuoka sabía que sus ojos no le habían engañado. Había imaginado que se vería decente
siempre y cuando hiciera algo con su pelo, y tenía razón. Incluso habían arreglado las cejas de
Hirosue, lo que le hizo reír.
Cuando Hirosue se preocupó sobre el pago, Matsuoka le entregó una nota que decía, «Yo
soy la Reina hoy, así que no tienes que preocuparte por eso», y le guió a su siguiente destino.

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Llegaron al centro comercial, donde Matsuoka entró a cada tienda, y recorrió la mayoría de los
escaparates.
Entraron en una óptica a pesar de que ambos tenían buena vista. Echaron un vistazo y se
probaron numerosos pares de gafas, sin preocuparse de la poco impresionada mirada en el rostro
del dependiente. Un par de gafas elegantes, de marco fino, se veían sorprendentemente bien en
Hirosue. Tan solo las gafas eran suficientes para darle el aura de un hombre a la moda. Matsuoka
se preguntaba si no las compraría, incluso solo como un accesorio, pero Hirosue no gastaba su
dinero en tales pequeñeces.
Después entraron en una tienda de marca que se especializaba en rompa masculina.
Matsuoka compraba un montón en esta tienda ya que era sorprendentemente asequible y tenía
una buena selección de ropa casual.
De hecho, había tenido algo en mente desde esa mañana, y era la ropa de Hirosue. Un traje
conseguía que todo hombre se viera presentable; con ropa corriente eso no sucedía. No hay una
manera más evidente de mostrar los gustos que a través de la ropa que se lleva fuera del trabajo.
El gusto de Hirosue, por decirlo suavemente, era pésimo. Su gruesa camisa a cuadros estaba
descolorida y arrugada, y la camiseta que llevaba debajo estaba desgastada. Además de eso, sus
pantalones beige de algodón tenían pliegues por delante y por detrás, creando una silueta sin
forma que era mortalmente desagradable. Matsuoka siempre se había preguntado por qué
Hirosue llevaba pantalones destinados a hombres de mediana edad que querían ocultar su figura
cuando era lo bastante delgado como para llevar un par ajustado. Matsuoka tomó varias camisas
y chaquetas y las levantó sobre el pecho de Hirosue como si fuera un maniquí. Pronto, descubrió
una chaqueta color caqui con cremallera que era perfecta para la temporada.
Se veía tan bien que casi quería una para él mismo, y sentía que también se vería bien en
Hirosue. Matsuoka escogió la chaqueta y un par de vaqueros oscuros, y llevó al hombre de la
mano a los probadores.
—¿Le gustaría probarse estos?—preguntó un dependiente.
—Um—murmuró incoherentemente. Matsuoka le entregó las ropas que había escogido y
le sonrió—. ¿Está bien si solo miro cómo me quedan?—preguntó Hirosue dócilmente. El
dependiente le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
—Adelante—dijo.
Hirosue salió del probador unos tres minutos después. Ya que para empezar era alto, sus
piernas se veían más largas cuando llevaba un simple par de vaqueros. Iban bien con la chaqueta,
y le daba un aire refinado.
—Se ve muy bien en usted—exclamó con entusiasmo el dependiente, aprovechando su
oportunidad para bañarlo en alagos. Hirosue tampoco parecía pensar que estuviera mal.
—En realidad, no tengo ningún vaquero y esta es la primera vez que llevo este tipo de
chaqueta.
—Si no tiene nada así, le sugiero que aproveche esta ocasión para añadirlo a su vestuario.
Puede llevar vaqueros todo el año, y podrá llevar esta chaqueta en muchas temporadas, excepto
en medio del invierno o el calor del verano.
Hirosue miró a Matsuoka.
—¿Cómo me veo?
«Fabuloso», escribió en su mano. El rostro de Hirosue se puso rojo ladrillo mientras miraba
cómo escribía Matsuoka.
—¿Te gusta?
Matsuoka asintió con entusiasmo.
—Entonces me llevaré el conjunto, por favor.
—Gracias—dijo el vendedor con una sonrisa, e inclinó profundamente la cabeza. Matsuoka
detuvo a Hirosue antes de que fuera al probador de nuevo. El hombre inclinó la cabeza hacia él, y
Matsuoka escribió, «Déjatelas puestas para nuestra cita».

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Metieron la ropa de Hirosue en la bolsa de papel y dejaron la tienda. Antes, cuando
caminaban uno al lado del otro, la gente solía girarse para mirar a Matsuoka. Ahora, podía sentir
que la gente también miraba a Hirosue. Era comprensible: ahora Hirosue se veía increíblemente
refinado y atractivo. Los cristales de los escaparates capturaban su reflejo como espejos. Parecían
una pareja real cuando caminaban así.
Llegaron hasta el final del centro comercial por el que habían pasado el rato. La lluvia se
negaba a cesar, y ya que querían evitar la molestia de caminar bajo ella, entraron a un edificio
cercano en su lugar. Allí había tiendas de marca para mujeres, y en la segunda planta encontraron
una cafetería de aspecto agradable.
Escogieron un asiento junto a la ventana y se sentaron uno frente al otro. Hirosue dejó
escapar un suspiro.
«Siento arrastrarte por ahí así. Debes de estar cansado», Matsuoka amablemente le
entregó la nota. Hirosue sacudió la cabeza.
—No, estoy disfrutándolo—dijo, y le sonrió—. Pude comprar la clase de ropa que
normalmente nunca llevo. Siento que estaba descubriendo un nuevo lado de mí. Fue interesante.
Matsuoka deseaba que ese día inspirara a Hirosue para tener interés en la moda. Las
mujeres acudirían a él, y lo tendría más fácil para olvidar a Matsuoka. Pero, por otro lado,
Matsuoka se sentía reticente a entregar a Hirosue a una chica por nada cuando él se había
esforzado tanto en sacar su atractivo.
Escuchó una voz infantil y miró por encima para ver a una niña de unos tres años
tambaleándose por el pasillo con un cono de helado en la mano. Parecía medio japonesa: su pelo
castaño claro y su piel clara le daban una apariencia de muñeca.
Era tan adorable que hacía girar las cabezas de mucha gente a su alrededor. Matsuoka
también la miró ausente. Cuando la niña alcanzó su mesa, cayó un monedero rosa con cierres
metálicos que llevaba colgado del hombro. Se agachó para recogerlo y, antes de que Matsuoka
pudiera advertirle, ella cayó de cara hacia delante sobre el suelo, dejando una mancha de helado
sobre la rodilla de los pantalones nuevos de Hirosue.
La pequeña se levantó. Su rostro se arrugó en una mueca antes de romper en un ruidoso
llanto. Inseguro sobre lo que hacer, Matsuoka echó una mirada general a su alrededor, buscando
a su madre.
—No llores, está bien—Hirosue se levantó de su asiento, arrodillándose frente a la niña, y
acarició su cabeza. Como no dejaba de llorar, la levantó de una forma familiar.
—Muy bien, ¿dónde está tu mamá?—murmuró mirando a su alrededor. La joven madre al
fin apareció. Se inclinó disculpándose con él y se llevó a la niña consigo. Cuando desaparecieron
de su vista, Hirosue limpió el dobladillo de sus pantalones con una toalla húmeda caliente. Su
chaqueta también estaba sucia por los dedos pegajosos de la niña cuando se aferró a su pecho.
En cuanto a Hirosue, no parecía importarle la mancha.
—Era linda, ¿no?—reflexionó despreocupado. No parecía darse cuenta de la mancha en su
pecho. Demasiado impaciente para decírselo por escrito, Matsuoka se levantó de su silla y frotó la
chaqueta de Hirosue con su propio pañuelo húmedo.
Una vez que la mancha había salido de algún modo, levantó la mirada para ver a Hirosue
ruborizado de rojo brillante. Todo lo que hice fue acercarme a él y se ha puesto así. Qué inocente,
pensó Matsuola distraídamente, y regresó a su asiento.
—Gracias—sonrió Hirosue, con el rostro todavía rojo.
«Eres bueno con los niños», escribió Matsuoka y se lo mostró.
—Ah, bueno—dijo Hirosue, rascando la parte posterior de su cabeza recién peinada—. El
hijo de mi hermano mayor tiene esa edad. Siempre juego con él cuando vuelvo a casa de mis
padres. Los niños son tan inocentes a esa edad, así que es reconfortante tan solo pasar tiempo
con ellos.
«Eres un hombre amable, Hirosue-san».

6
Tras leer la nota, Hirosue rió amargamente con autodesprecio.
—En realidad no lo soy en absoluto.
Matsuoka no pretendía burlarse de él; sinceramente se sentía de ese modo. Confuso ante
la inesperada respuesta de Hirosue, Matsuoka amplió su nota y se la devolvió.
«También me ayudaste esa vez».
Hirosue miró la nota y agachó el rostro.
—Solo te presté mis zapatos. Y me devolviste el dinero.
«Pero tú fuiste el único que se acercó a mí esa vez, Hirosue-san».
El hombre frente a él quedó en silencio. Matsuoka nunca antes había lamentado fingir ser
mudo tanto como lo lamentaba ahora. Si tan solo pudiera hablar, entonces podría instarle y
animar su conversación.
—Solo me acerqué a ti la segunda vez que te vi.
Ya lo sé, no tienes que decírmelo.
—La primera vez que te vi, no pude atreverme a ir hacia ti. Estaba con gente del trabajo.
Ellos te llamaron “una chica extraña” y yo no podía discutir con ellos. Fingí no verte. Pero siguió
molestándome, así que volví solo. Pero aun así, me llevó mucho tiempo hasta que pude hablarte.
Hirosue miró a Matsuoka.
—Una persona amable de verdad probablemente se habría acercado a ti la primera vez que
te vio. No lo habría dudado dos veces ni habría vacilado como yo hice. En realidad no soy una
persona amable en absoluto.
Matsuoka sabía lo que estaba intentando decir. Pero le dolía por razones que no conocía.
«¿Quién estás intentando ser? ¿Dios?».
Hirosue miró sorprendido el contenido de la nota.
—¿Dios...?
«¿No es así? Porque lo que hiciste fue perfectamente normal. Si una mujer extraña de la
que no conoces nada estaba sentada en el suelo y no te le acercas porque no quieres meterte en
problemas, es perfectamente normal. Si nuestras posiciones hubiesen estado invertidas, yo te
habría ignorado. No habría tenido nada que ver contigo».
Era increíblemente frustrante tener que escribirlo todo cuando Matsuoka sabía que en
palabras habladas se habría hecho entender de inmediato.
«A nadie le gustan las dificultades. Estabas al tanto de eso, pero aun así viniste a mí. Por
eso estaba tan conmovida. Tanto si lo hiciste antes o después, no es nada por lo que mortificarte.
Es tan frustrante escucharte hablar así. Te hace parecer falso».
El rostro de Hirosue se tensó ante sus ojos mientras leía la nota.
«Soy culpable de mentir, de ser cruel con la gente. Si paso por algo problemático, lo ignoro.
¿Me despreciarás por ser así?».
—Yo no pretendía...
Matsuoka sacudió la cabeza.
«¿Por qué no eres más honesto? Si te gusta algo, o si odias algo, solo dilo. Eso es parte de
ser humano. ¿Por qué no lo aceptas?».
Hirosue agachó la cabeza. Viendo al hombre inclinar la cabeza avergonzado, Matsuoka se
encontró preguntándose por qué era tan irritante. Hirosue no era culpable en absoluto. De hecho,
le había ayudado, y era precisamente su amabilidad lo que le estaba haciendo sentir culpable
ahora mismo. ¿Por qué tenía Matsuoka –un extraño– que echarle una reprimenda? Hirosue tenía
todo el derecho de pensar que era injusto.
Un poco después de que su conversación decayera, la camarera se acercó a ellos y
preguntó si podía llevarse los vasos. La cafetería comenzaba a llenarse.
—¿Nos vamos?—le dijo Hirosue, y Matsuoka asintió.
Dejaron la cafetería y se detuvieron en la salida del centro comercial. No tenían más planes
a partir de ahí.

7
—¿Finalizamos el día, entonces?—sugirió Hirosue sombrío. Matsuoka no podía hacer otra
cosa que asentir. Abrieron sus paraguas y caminaron bajo la lluvia. Mientras miraba al hombre por
detrás, Matsuoka sintió frustración recorriendo todo su cuerpo. Hirosue era amable y
considerado, con una firme moral, inocente y sincero. Matsuoka lo sabía. Entonces, ¿qué había
hecho que fuera tan severo con ese hombre? Reflexionó sobre el origen de sus acciones.
A su colega, Fukuda, por ejemplo, apenas le decía la mitad de lo que realmente pensaba. Si
le decía la verdad a un hombre como él, que era egocéntrico, antipático y retorcía todo para
encajarlo en sus propios propósitos, su amistad nunca funcionaría. La realidad era eso, siempre y
cuando conocieras el truco para llevarte bien, podrías mantener relaciones superficiales sin fin
con cualquier clase de capullo.
Las palabras que Matsuoka había escrito en sus notas anteriores eran sus pensamientos
sinceros. Esos sentimientos eran más profundos que un simple “gustar” o “disgustar”, y Matsuoka
había sido obligado a ponerlas en palabras.
Cuando llegaron a la estación, compraron los billetes y descubrieron que iban en
direcciones totalmente opuestas. Una vez que bajaran las escaleras al subterráneo, Hirosue
tomaría las escaleras del fondo para dirigirse a su lado, y Matsuoka tomaría las escaleras más
cercanas para ir en su dirección. Hirosue se detuvo antes de que las escaleras descendieran a sus
respectivos andenes.
—Gracias por salir hoy conmigo. Siento haberlo convertido en un desastre desde el
principio.
Si Matsuoka no hubiera desatado un ataque unilateral contra él, quizá esto habría
terminado como una cita divertida. Los ojos de Hirosue permanecieron fijos en sus pies y evitó
encontrar la mirada de Matsuoka. Por su actitud, parecía pensar que ahora Matsuoka le odiaba.
Al menos, tenía que aclarar el malentendido antes de que se separaran, o de lo contrario sentía
que el hombre se iría a casa y agonizaría sobre ello sin parar.
«Me gusta la gente amable».
El hombre miró la nota que Matsuoka le había pasado. Matsuoka sostuvo otra en su línea
de visión.
«Y me gusta la gente que se esfuerza en ser amable».
Hirosue levantó la cabeza y sonrió débilmente. Sus ojos estaba húmedos, como si estuviera
al borde de las lágrimas. Ante su mirada fija, Matsuoka sintió que su corazón se agitaba.
—No puedo conducir—con la repentina declaración, sujetó firmemente ambas manos de
Matsuoka—. Cuando estaba en la universidad, provoqué un accidente. Golpeé a un estudiante de
instituto que iba en bicicleta. Por suerte, no sufrió heridas graves, pero desde entonces he tenido
demasiado miedo para conducir. Me asusta lo fácil que es herir a otros, haber causado daño...
Desde entonces, simplemente no he sido capaz de conducir un coche.
Matsuoka no sabía a dónde estaba intentando llegar Hirosue.
—Soy un tipo cobarde y vergonzoso. Sé muy bien que lo soy. No tengo aficiones especiales,
no soy atlético, y no soy bueno hablando con la gente. Todas las mujeres con las que he salido
antes siempre me han dicho que era aburrido.
Eso no era culpa de Hirosue; su error era enamorarse de la clase de mujeres que dirían eso.
A Matsuoka le habría encantado decirle aquello, pero no podía.
—Por eso, ya que no puedes hablar, imaginé que no te importaría si no era muy bueno
conversando—espetó.
Aquella confesión desnuda tomó a Matsuoka por sorpresa.
—Eres libre de pensar en mí como un hombre cruel. Pero seguiré diciéndote la verdad.
Aferraba tan fuerte las manos de Matsuoka que dolía.
—Incluso con tu discapacidad de habla, sigues siendo una persona animada, y no tienes
miedo de dar tu sincera opinión. Eres una mujer adulta y madura. Y eres fuerte, completamente
diferente de mí.

8
Matsuoka tragó saliva. No podía apartar la vista de sus ojos serios.
—Te amo.
Por alguna razón, la confesión le hizo sentir mareado.
—Probablemente es un problema indeseado para ti, pero aun así quiero decirlo. Te amo.
El corazón de Matsuoka estaba acelerado. Aunque sabía que esas palabras estaban
dirigidas a Yoko Eto, seguía sintiéndose sobrecogido con un extraño sentimiento. Se le habían
confesado antes, pero ahora mismo era diferente. Hoy, era completamente diferente.
—No quiero dejarte ir a casa—dijo Hirosue con voz cansada—. No quiero que nadie más te
vea o te toque. Quiero llevarte a casa y atesorarte, y hacerte mía. Solo mía.
Al momento siguiente, estaba siendo arrastrado a un abrazo. Podía oler producto para el
cabello de su nuca.
—Eto-san.
Miró hacia arriba cuando llamó su nombre. Sintió que se aproximaba un beso, pero no
intentó evitarlo. Su cerebro no estaba funcionando lo suficiente para decirle que huyera. Los
labios secos de Hirosue apenas rozaron los suyos en un beso tranquilo y amable. Hirosue se alejó
una vez para después acariciar cariñosamente la mejilla de Matsuoka antes de besarle de nuevo.
El primer beso de Matsuoka en un año se sintió bien, a decir verdad. Mientras disfrutaba
de estar en los brazos de Hirosue, fue traído violentamente de vuelta a la realidad cuando sintió
dedos recorriendo su pelo. Su peluca se desplazó un poco hacia atrás.
Matsuoka le apartó con tanta fuerza como podía reunir, y bajó volando las escaleras.
Quería arreglar su peluca torcida, pero no tenía un espejo. Hirosue le estaba siguiendo, aunque
deseaba que le dejara solo...
—No huyas, Yoko-san.
No podía correr muy rápido con tacones. Al final, a medio camino del andén, fue atrapado.
—Lo que hice fue totalmente repentino. Entiendo que estés enfadada. Lo siento.
Matsuoka miró hacia abajo para que no pudiera ver en nacimiento del pelo.
—Pero realmente te amo.
Lo entiendo. Simplemente déjame solo hoy. No importa cuánto se esforzara Matsuoka en
apartar las manos de Hirosue de él, no era rival para la fuerza seria de un hombre.
Podía sentir el tren acercarse desde lejos. Matsuoka tomó una decisión y levantó el rostro
resuelto. Miró intensamente su rostro lastimoso, se acercó a él en silencio y besó sus secos y
amables labios. El hombre se estremeció, y su agarre de las manos de Matsuoka se aflojó.
Mientras el hombre permanecía en aturdido silencio, Matsuoka hundió la cabeza en una
ligera inclinación, apartó las manos que le sostenían y saltó al tren a su espalda. El hombre no fue
tras él. Solo permanecía allí y miraba con muda sorpresa a Matsuoka mientras el tren le alejaba
más y más.
Tan pronto como fue dejado solo en el tren, Matsuoka sintió una oleada de vergüenza
sacudirle. Sin darse cuenta, se había visto atrapado en el momento, pero nunca habría pensado
que vería el día en que besaría a alguien en un lugar público como un andén de tren. Algunas
personas allí probablemente también presenciaron la escena. Incapaz de soportar la
incomodidad, Matsuoka huyó dos vagones hacia el frente.
Sus mejillas estaban extrañamente calientes y su corazón se agitó al recordar el beso.
Sentía que se estaba volviendo loco, y eso le hizo entrar en pánico. Finalmente escuchó el tono de
su móvil indicando la llegada de un mensaje. Sin duda era de Hirosue. Tenía miedo de leerlo, aun
así no podía esperar para ello; con estos inexplicables y nebulosos sentimientos revueltos en su
corazón, sacó su teléfono.
«Quiero ver tu cara».
No era una disculpa, ni siquiera una excusa. Eran los sentimientos sinceros de Hirosue.
Matsuoka no estaba seguro de qué responder, y terminó llegando a su apartamento sin enviar
una respuesta. Sin sentirse en condiciones de hacer nada, se sentó en el sofá del salón y miró

9
ausente la pared.
El parque de atracciones cerrado, su Juego del Rey, su discusión en la cafetería, su atrevido
beso en la estación: todo esto se mezcló mientras lo recordaba una y otra vez. Le hizo sentir
inquieto, pero de ningún modo era desagradable. De hecho, era lo opuesto.
Conocía estos sentimientos, cuando alguien permanecía persistentemente en su cabeza y
se negaba a dejar sus pensamientos, haciéndolo feliz, o de repente triste, haciendo que sus
emociones fueran precariamente inestables...
Incluso si fuera a salir con la teoría de que esto era amor, aún quedaba el hecho de que
ambos eran hombres. Matsuoka sonrió irónicamente. Que se le confesara tantas veces
probablemente le había dado una impresión errónea. Tenía que ser una impresión errónea, o de
lo contrario no había manera de explicar las emociones que sentía.
Su móvil sonó por un mensaje entrante, y Matsuoka se estremeció tan violentamente que
él mismo se sorprendió. Apresuradamente lo abrió.
«Puedes decir cualquier cosa. Por favor, solo dame una respuesta».
Pudo sentir la tensión a través del texto. Nunca antes le había enviado dos mensajes
seguidos sin recibir una respuesta. Las leyes de sus conversaciones estaban comenzando a
derrumbarse. Matsuoka quería responder, pero no tenía ni idea de qué escribir, o cómo. No es
como si pudiera decir: “En realidad soy un hombre, y Yoko Eto no existe. La persona a la que
acabas de hacer esa impresionante confesión de amor en realidad es un hombre”. De ninguna
manera. Mientras Matsuoka estaba sentado con los brazos cruzados frente a su teléfono,
pensando profundamente, llegó un tercer mensaje.
«Estoy casi muriendo de arrepentimiento».
El suplicante hombre era incontrolablemente adorable. Ninguna otra palabra podía
describir lo que sentía ahora.
«Hoy...».
Matsuoka escribió aquello, y después lo borró. Escribió “Hoy” de nuevo, y le llevó treinta
minutos escribir tan solo unas líneas de texto.
«Hoy, me tomó un poco por sorpresa, pero fue divertido. Buenas noches».
Tras enviar el mensaje, sintió que acababa de hacer algo irrevocable. Pero no había
mentido en lo que había escrito.
Incluso después de haberse duchado, quitado el maquillaje, y salido completamente del
mundo de una mujer, aún lo sentía persistente sobre él. Seguía tocando inconscientemente sus
labios una y otra vez. Sin duda se estaba volviendo loco.
Algo le estaba molestando aún, y sentía como si supiera la razón al tiempo que la
desconocía. Matsuoka lidió con ello yéndose pronto a la cama. Pero estaba demasiado
emocionado para dormir, y no dejó de dar vueltas.
Un sueño poco profundo finalmente cayó sobre Matsuoka, trayéndole un extraño sueño.
Todo lo que hacía era estar frente a frente con Hirosue. No estaban hablando, solo en pie.
Matsuoka estaba en su forma masculina, pero aún era consciente del amor y el deseo que
Hirosue albergaba por él.
No pensó en ello como algo inquietante. Un pensamiento entró por azar en su cabeza: se
preguntaba si iba a tener sexo con este hombre. Si dijera que quiere, ¿yo lo haría?
Sentía que quería ver qué clase de cuerpo tenía Hirosue. Su amplio pecho había sido muy
confortable cuando habían estado abrazados antes.
Apuesto que también es amable en el sexo. Incluso en su sueño, Matsuoka estaba casi
seguro de ello.

Cuando Hirosue dijo que quería verlo de nuevo, Matsuoka se negó. Sabía que era algo que
no debía hacer. Pero cada día seguía recibiendo atolondrados y apasionados correos de Hirosue.

10
Cada vez que los leía, sentía un anhelo abrasador en el corazón. Era como si estuviera
enamorándose también. ¿Es amor? No; solo son sentimientos erróneos. Ambos pensamientos se
alternaban revoloteando en su corazón. Cuando llegó el momento, ni siquiera Matsuoka podía
saber cuál era correcto.
Por la mañana, exactamente tres semanas después de su cita, Matsuoka recibió un correo
de Hirosue tras la llamada para despertar.
«Estaré esperando en la torre del reloj en frente de la Estación Shimoda, en la línea
subterránea de Hiwasa, a las siete en punto de esta tarde. Si no quieres venir, no tienes que
hacerlo. Pero tengo que hacer algo, no puedo quedarme quieto».
Durante todo el día, incluso en el trabajo, la mente de Matsuoka estaba en el correo de
Hirosue. No pretendía ir, pero, si no lo hacía, Hirosue probablemente se quedaría esperando
frente a la estación. Aquel pensamiento le provocó dolor. Por esa razón escribió un mensaje en
respuesta.
«Tengo un recado que atender hoy, así que no podré ir».
Si le decía a Hirosue que tenía un recado, imaginó que tampoco se molestaría en esperar.
Había enviado el mensaje a las seis en punto de la tarde, antes de la hora de su cita.
Matsuoka cenó fuera y subió al tren. Esperó y esperó, pero no había respuesta de Hirosue.
Por una corazonada, Matsuoka se bajó en la Estación Shimoda. Eran las siete y media.
Había acertado: Hirosue estaba en pie ante la torre del reloj frente a la estación. Matsuoka
se ocultó en las sombras y escribió un e-mail.
«Estoy cenando con una amiga ahora mismo. Siento no haber podido verte hoy. Te enviaré
un mensaje cuando llegue a casa».
Después de enviarlo, hubo un pequeño lapso de tiempo antes de que viera a Hirosue meter
la mano en su bolsillo para sacar su teléfono. Seguramente esto era suficiente para que se
rindiera y se fuera a casa. Sin embargo, incluso tras leer el correo, Hirosue no se movió de su lugar
frente a la torre del reloj.
Le había dicho que no podía ir. Había enviado dos mensajes. ¿Por qué aún estaba
esperando? Matsuoka golpeó su talón contra el pavimento, frustrado.
Si de esto se trata, quizá simplemente debería ir hasta él ahora mismo. Aquí y ahora, le
diré: Yoko Eto no existe; era yo. De ese modo, por fin me quitaré este peso de encima. No me
importa si piensa que soy un travesti pervertido.
Matsuoka salió de la estación y lentamente se acercó a Hirosue en la torre del reloj. El
hombre le miró una vez, pero rápidamente miró de nuevo a sus pies. Matsuoka pretendía
ponerse frente a él cara a cara, pero su coraje falló en el último momento. Terminó dando la
vuelta hasta el lado opuesto, fingiendo esperar también a alguien.
Se dijo a sí mismo que solo estaba esperando el momento adecuado para ir hacia él.
Meditó seriamente si sus primeras palabras debían ser “buenas tardes” o “deje que me presente”,
pero en el fondo sabía que solo estaba ganando tiempo.
Solo vete ya a casa. Yoko Eto no va a venir. Le envió mensajes mentales una y otra vez
desde el otro lado de la torre del reloj, pero la sombra tras él no cedía.
Una gota golpeó su pecho. Era lluvia. Al mirar hacia el cielo, comenzó a llover más fuerte.
La gente a su alrededor naturalmente aceleraron sus pasos. Matsuoka echó una carrera rápida
hacia la entrada de la estación.
Hirosue no se movió de la torre del reloj. Incluso cuando la lluvia comenzó a caer de forma
torrencial, siguió allí de pie, mirando sus pies. No tenía que esperar deliveradamente en un lugar
donde se mojaría. Aún se podía ver la torre del reloj y sus alrededores desde la resguardada
entrada de la estación. Pero no se movió.
Por mucho que lo quisiera, Matsuoka no podía agarrar su mano y sacarle de la lluvia,
porque no estaba vestido de mujer. No era Yoko Eto.

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No me dejes verte así, pensó. Su pecho palpitó dolorosamente, y sintió que estaba siendo
machacado por la culpa, o por algún sentimiento al que no podía darle nombre.
«Por favor, solo vete a casa». Envió el mensaje. Tras un momento, el hombre de repente se
puso en movimiento y comenzó a mirar arlrededor en pánico. Su agitación era casi penosa
mientras daba vueltas en torno a la torre del reloj una y otra vez, como un perro. Después de
treinta minutos de eso, Hirosue al fin entró en la estación. Estaba tan empapado que era una
pequeña molestia pública. Pasó junto a Matsuoka, su abatido rostro pálido y sin sangre, con la
apariencia de un muerto.
Una vez que Hirosue estuvo fuera de su vista, Matsuoka lloró un poco. Quizá sí que me he
apegado a este hombre torpe y falto de tacto, pensó. Quizá sí que me he enamorado de él.

Matsuoka caminó bajo el aguacero sin tan siquiera abrir un paraguas. No se molestó en
correr, lo que debió parecer extraño a los viandantes; podía sentir claramente sus ojos sobre él.
Las miradas interesadas de aquellos a su alrededor no le molestaban en absoluto. Sabía
que ponerse en la misma empapada situación que Hirosue no serviría de nada, pero se sentía tan
miserable que no podía permitir que fuera de otro modo.
Para cuando llegó a su apartamento, la lluvia había eliminado su calor corporal y estaba
temblando. Puso su teléfono móvil apagado en la mesa y se encerró en el baño.
Incluso en la bañera, su cabeza estaba gacha. Pensó una y otra vez en el hombre que había
permanecido empapado en la lluvia. Pensó profundamente. ¿Qué podría haber hecho? ¿Había
algo más que pudiera haber hecho en aquel momento?
Hirosue había esperado descuidadamente a pesar de que Matsuoka le había dicho que no
podía ir. ¿No era también en parte culpa de Hirosue? Pero, por supuesto, no había respuesta, y
Matsuoka aún se sentía deprimido cuando salió de la bañera. Se secó el pelo con una toalla
mientras regresaba al salón, donde “eso” se abrió paso en su visión. Lo había apagado para
evitarlo. Era prueba de que estaba huyendo del problema.
No es culpa mía, se dijo a sí mismo agarrando su móvil. Cuando lo encendió, le estaba
aguardando un mensaje de Hirosue, como esperaba.
«Si viniste, ¿por qué no te mostraste ante mí?».
Le había dicho que no podía ir. Hirosue había escogido esperar igualmente, y Matsuoka
sentía que no tenía derecho a culparlo por eso.
«Si soy una molestia, y no quieres verme nunca más, entonces, por favor, dímelo
directamente. Si me dices que me odias, nunca te volveré a enviar ningún mensaje».
Le había expuesto sus opciones. Continuar o dejarlo. Simplemente debería decir que le odio
y enviarlo. Entonces, Hirosue mantendría su promesa y nunca me volvería a enviar mensajes.
Incluso si su relación con Hirosue terminaba aquí, solo era cuestión de enfrentarle de
nuevo como Yosuke Matsuoka.
Pero Matsuoka no le odiaba, y sabía que le haría daño si lo decía, así que mintió y escribió
en el mensaje que no podía olvidar a la persona que amaba. Intentó presionar “enviar”, pero
vaciló. Si enviaba este mensaje, podía ser de verdad el final. Saber eso le hizo dudar, y al final su
decisión evitó que lo enviara.
Matsuoka se estaba volviendo cada vez más inseguro: ¿se estaba dejando llevar por este
romance por el bien de Hirosue o por el suyo propio?

El distrito comercial estaba desbordante entre semana, pero hoy las calles y los pasos de la
gente parecían más ruidosos y más inquietos de lo habitual. Quizá era porque habían pasado
mediados de diciembre y se aproximaba el final del año.
Era un paseo de diez minutos desde la oficina hasta el izakaya. Había mantenido ambas

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manos en los bolsillos de su abrigo, pero, para cuando llegó, las puntas de sus dedos estaban
congeladas.
Matsuoka cruzó las cortinas azul marino del restaurante a las ocho pasadas de la tarde, y
fue recibido por un agradable “¡Bienvenido, adelante!”.
—Buenas tardes—respondió con una amigable expresión, y dejó que su mirada vagara por
el restaurante. Estaba bastante lleno, pero a “él” tampoco se le veía hoy por ninguna parte.
Un suspiro escapó de sus labios con una sensación de decepción. No podía simplemente
darse la vuelta y salir porque no estaba allí, así que se quitó el abrigo y se sentó en el único
asiento en la barra que estaba libre. Escogió al azar unos cuántos aperitivos y bebió cerveza en
silencio.
Iba allí casi todos los días, pero aún no le había visto ni una sola vez. Probablemente su
cambio de trabajo le había dificultado frecuentar este restaurante. Pero Matsuoka no podía
pensar en otro lugar en el que contactar con Hirosue a parte de este izakaya. Si hubiera sido antes
de que Hirosue fuera transferido, podría haber arreglado algo a través de Fukuda, que estaba en
el mismo departamento. Sin embargo ahora, Hirosue trabajaba en un laboratorio alejado y no
tenía contacto con el departamento de ventas. Al final, la única estrategia que Matsuoka podía
seguir era simplemente esperarle aquí para poder comenzar una conversación.
Cada vez que la puerta del restaurante se abría, se encontraba mirando hacia ella como un
exabrupto.
—¿Está esperando a alguien?—preguntó la envejecida gerente en sus sesenta. Le ofreció
una porción de arenques fritos con una sonrisa.
—En realidad no—dijo cogiéndole el plato. El pescado frito era sabroso y delicioso. Escuchó
la puerta abrirse de nuevo, pero esta vez no se volvió. Estaba cansado de decepcionarse tantas
veces.
«Si soy una molestia, quiero que lo digas»—el mensaje de Hirosue en ese día lluvioso fue el
último. Habían pasado dos semanas desde entonces, pero aún no había escuchado nada de él.
Matsuoka tampoco había enviado su respuesta.
Siempre y cuando Matsuoka se abstuviera de contactarlo, la relación entre Hirosue y Yoko
Eto finalmente se desvanecería por sí misma. Esta era, precisamente, su oportunidad de
conocerle como él mismo, como Yosuke Matsuoka, pero no había manera de encontrarle en
persona. Con Yoko Eto, solo habría necesitado un mensaje para verle. Era irritante, tanto el hecho
en sí mismo como el hecho de que estaba pensando de este modo.
—¿Me sirve una sopa de miso con almejas de sangre, bolas de arroz a la brasa y morena
braseada, por favor?
El corazón de Matsuoka se detuvo. Estuvo a punto de dejar caer su vaso de cerveza al
escuchar la voz tan cerca. Él estaba sentado ahí, al final de la barra, a dos clientes de él. El asiento
había estado ocupado hasta hacía un momento.
—Ha pasado mucho tiempo, Hirosue-san—le dijo el dueño del restaurante. Hirosue apoyó
los codos en la barra y sonrió de manera cansada.
—Me transfirieron hace poco. Mi nuevo lugar de trabajo está bastante lejos, y no he
podido pasar mucho por aquí. Vine hoy porque resultó que tenía asuntos en la sede central, y se
me antojó su pescado, señor.
—Debe de ser duro ser un oficinista—suspiró el dueño.
—Creo que todos lo tienen difícil, sin importar en qué trabajen. Sake caliente, por favor.
Hirosue se estaba sirviendo sake para acompañar los aperitivos. El hombre al que
Matsuoka había estado esperando con tanta nostalgia estaba justo a su lado, y aun así no podía
reunir el coraje para hablar con él. Se sintió impotente e irritado. Si sus asientos estuvieran uno
junto al otro, al menos, podría girarse casualmente y decir: “Hey, ¿no somos de la misma
empresa?”, pero no estaban juntos. Los dos hombres que formaban una barrera entre Hirosue y
él eran exasperantes.

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—Hirosue-san, sí que ha pasado tiempo—dijo la gerente dejando la sopa de miso y las
bolas de arroz frente a Hirosue—. No le hemos visto mucho. La última vez, tenía a una chica muy
linda con usted, así que tanto mi marido como yo estábamos comentando que probablemente ya
no come fuera porque ella cocina para usted.
Hirosue mostró una sonrisa triste.
—Ella me dejó—dijo.
—Vaya, lo siento mucho—dijo la gerente, bajando los ojos.
—No tiene que sentirse mal. Era realmente hermosa y amable. No me merecía a alguien
como ella.
—Pronto encontrará a otra persona—le consoló la gerente.
Realmente no le dejé, dijo Matsuoka mentalmente como excusa, pero no podía negar que
su relación estaba de todo menos terminada.
El restaurante se puso abarrotado y ruidoso antes de que pudiera encontrar una
oportunidad de hablar con Hirosue. Se estaba volviendo más difícil escuchar las voces de la gente.
—Ya casi es Navidad—dijo la gerente, comenzando una conversación con el cliente junto a
Hirosue—. Mis nietos son gemelos, ambos nacieron el 24 de diciembre. Pensamos que podríamos
escaparnos dándoles el regalo de cumpleaños y de Navidad juntos, pero insistieron en tener
regalos por separado para cada ocasión. Y ya que son gemelos, tienes dos regalos dos veces.
Puede imaginarse lo difícil que es.
Mientras la gerente suspiraba resignada, Hirosue habló junto a ella.
—Mi cumpleaños también es el 24.
La gerente se giró.
—Qué coincidencia—dijo ella, parpadeando con sorpresa.
—Cuando era niño, no podía soportar tener ambos combinados en una sola fiesta.
Normalmente, tienes diferentes pasteles para tu cumpleaños y para Navidad, pero yo solo tenía
uno. Cuando eres niño, esta clase de cosas son importantes.
—Oh, lo sé. Mis nietos estaban diciendo lo mismo.
La conversación entre Hirosue, el cliente a su lado y la gerente ganaba impulso, y, aunque
Matsuoka continuó buscando una oportunidad, era incapaz de meterse en la conversación. Antes
de que pudiera iniciar ninguna acción, Hirosue pidió la cuenta, se levantó y se dirigió a la caja
registradora.
Tras pagar su comida, Hirosue sonrió a la gerente, dijo “Estaba delicioso”, y salió del
restaurante. Como si fuera a seguirlo, Matsuoka también pagó su cuenta y dejó el restaurante,
pero para cuando salió fuera, Hirosue estaba a una distancia considerable.
Matsuoka se sorprendió por su velocidad caminando. Cuando habían paseado juntos en su
cita, nunca había tenido la impresión de que Hirosue caminara rápido. El hombre se apresuró
como una hormiga trabajadora, y, para cuando Matsuoka le alcanzó, ya estaban a medio camino
de la estación.
Ahora, el próximo desafío de Matsuoka era iniciar una conversación con un hombre a paso
ligero. Probablemente sería extraño llegar por detrás de él y decir de repente: “¿No somos de la
misma empresa? En realidad estábamos en el mismo restaurante allá atrás”. Terminaron llegando
a la estación antes de poder tomar una decisión. Hirosue rápidamente compró un billete y bajó
las escaleras hasta el andén.
Finalmente se detuvo en la línea de subida en el andén. Matsuoka recuperó el aliento tras
él. Justo cuando decía “Disculpe”, un tren expreso atravesó la estación, retumbando su sirena de
advertencia. Cuando el rugido cesó. Matsuoka llamó de nuevo, ahora más allá de la línea de
seguridad.
—¡Disculpe!
—¿Sí?—el hombre se giró con mirada de sorpresa. Ver su rostro hizo que Matsuoka se
diera cuenta por primera vez de lo poco natural que había sido el tono de su voz. Era casi como si

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intentara buscar pelea.
—¿Puedo ayudarle?
Le había hablado y había recibido una respuesta. Eso era todo; aun así, Matsuoka tenía la
lengua trabada. El pánico recorrió todo su cuerpo, y el sudor inundó su frente. Se supone que
debería estar acostumbrado a entablar pequeñas charlas por su trabajo en Ventas, pero no salió
nada. Su mente estaba en blanco como si le hubieran lavado el cerebro.
—¿Hay algo con lo que pueda ayudarle?—le preguntó.
—Um—Matsuoka se las arregló para forzarse a hablar—. Tú eres... Estamos en la misma
empresa, ¿no?
Hirosue miró atentamente el rostro de Matsuoka y ladeó la cabeza.
—¿Trabaja en Laboratorios Koishikawa?
—Oh, no. Trabajo en la sede central.
—Oh, ya veo—dijo Hirosue, pero aún parecía estar perplejo sobre por qué Matsuoka había
hablado con él.
—Estoy en el departamento de Ventas en la sede central. Me ayudaste algo haciendo
copias hace un tiempo, ¿recuerdas? Resulta que te he visto hoy en el izakaya, y me di cuenta de
que eras el de esa vez...
Podía escuchar el clic-clac del tren aproximándose. Se hizo más y más intenso. Un
momento después de que el primer vagón les pasara, el tren soltó un largo chirrido de sus frenos
antes de detenerse.
—En verdad lo siento, pero yo, ehm, creo que no puedo recordar tu cara. Me recuerdas a
alguien que conozco, pero es una mujer—admitió Hirosue disculpándose—. De verdad lo siento.
Su rostro se giró hacia el tren mientras se disculpaba. Matsuoka sabía por su actitud que
quería subir al tren. No podía retener a un hombre que quería irse a casa, así que mostró su
mejor sonrisa de ventas.
—No, está bien. No te sientas mal por ello.
—Adiós, entonces.
La puerta se cerró justo cuando se subía al tren. Hirosue le miró a través de la ventana del
tren, y cuando sus ojos se encontraron, inclinó ligeramente la cabeza.
Mientras Matsuoka miraba al tren empequeñecer en la distancia, se vio derrotado por una
sensación de infructuosidad. Si fuera Yoko Eto la que estuviera allí en pie, Hirosue probablemente
no se habría subido al tren, incluso si se lo hubiera pedido.
Caminó hacia el andén del lado opuesto, donde él debía subir. Se sentó en el banco y
perdió cuatro trenes mientras pensaba.
Hirosue se había dado cuenta de que Yoko Eto y él se parecían, pero probablemente ni
había imaginado que eran la misma persona. Sin duda, la posibilidad ni siquiera se le habría
ocurrido nunca a él mismo.
Matsuoka sostuvo la cabeza en sus manos. No tenía ni idea de qué podía hacer para llegar
a conocerle. El hombre había dicho que ya apenas venía a este restaurante; ¿cómo se suponía
que iba a crear la oportunidad para toparse con él por casualidad? ¿Vigilarlo en el laboratorio?
Era imposible visitar un lugar tan lejano casi cada día. Entonces, vigilarlo en una tienda de
conveniencia cerca del apartamento de Hirosue...
Pero incluso si se volvían conocidos, ¿cuánto tiempo le llevaría alcanzar el mismo nivel de
intimidad que tenía Yoko Eto?
Si Yoko Eto hubiera querido ver a Hirosue, un mensaje de ella diciendo “Quiero verte” le
habría hecho echar a correr. Y, sin duda, habría recibido a Matsuoka con una alegre sonrisa
cuando llegara.

A cualquier lugar que iba, escuchaba alguna clase de canción navideña sonando. Todos en

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las calles parecían inquietos por la anticipación.
Matsuoka subió a un metro que conectaba directamente con el nivel subterráneo de unos
grandes almacenes, vestido como una mujer por primera vez en años. Su abrigo blanco con
ribetes de piel aplanaba toda su figura, incluso en su propia opinión. Dos hombres ya habían
intentado iniciar una conversación con él mientras esperaba al tren.
Aún no era hora punta, pero el tren ya estaba bastante lleno. A parte de su bolso,
Matsuoka también sostenía una bolsa de papel, que contenía un regalo que acababa de comprar.
Tras debatirse mucho sobre qué escoger, había terminado eligiendo unos guantes. Eran
simplemente unos guantes de cuero negro, finos pero muy cálidos. Las corbatas y la ropa estaban
muy sujetas al gusto personal, pero Matsuoka sentía que la gente tendía a tener menos
preferencias sobre guantes. Los guantes negros, en particular, serían fáciles de combinar con
cualquier cosa.
Mientras miraba la aburrida escena a través de la ventana del metro, Matsuoka suspiró por
enésima vez. Desde entonces, desde que se había acercado a Hirosue en la estación, no le había
vuelto a ver. Tampoco había tenido suerte vigilando la estación cercana al apartamento de
Hirosue, presumiblemente por sus erráticas horas de trabajo. Matsuoka tenía su propio trabajo,
así que no siempre podía vigilar la estación a la misma hora cada día. Intento fallido tras intento
fallido le exasperó hasta que su impaciencia alcanzó su límite.
Antes de darse cuenta, era Noche Buena. Matsuoka quería darle un regalo de algún modo;
esa era la única razón por la que se había travestido hoy. Simplemente quería hacerle feliz. No
estaba pensando en lo que vendría después.
Se bajó en la estación más cercana al apartamento de Hirosue y pasó por las puertas. Eran
las siete de la tarde, pero no había luces en la Habitación 306 en la tercera planta. Habiéndose
asegurado de que Hirosue no estaba en casa, se dirigió a la estación de nuevo y esperó en frente
de las puertas de entrada a que Hirosue llegara. Sabía que podía haber esperando en su
apartamento, pero no habría podido explicarse si Hirosue le preguntaba cómo sabía su dirección.
Por eso Matsuoka iba a fingir un encuentro casual en la estación. En cuanto al regalo, explicaría
que en principio lo había comprado para otra persona sin darse cuenta de que eran guantes de
hombre. Quizá era grosero volver a regalarlo, pero no quería darle falsas esperanzas a Hirosue
diciendo que lo había comprado para él.
A pesar de que Matsuoka había planeado deshacerse de Yoko Eto completamente, cuando
necesitaba aparecer, se descubrió usando su existencia a su favor. Sabía que estaba siendo
contradictorio, pero no podía evitarlo.
Escuchó una alegre exclamación tras él. La gente a su alrededor miró hacia el cielo. Estaba
nevando. Aunque el aire había estado extrañamente frío desde la mañana, no había esperado
que nevara.
Admiraba la llegada de una blanca Navidad, pero ese sentimiento fue breve. A medida que
la noche avanzaba y el bullicio gradualmente moría, Matsuoka comenzó a sentirse ansioso.
Hirosue estaba obligado a pasar por la estación, razón por la cual estaba esperando allí. Pero,
incluso tras dos horas, no había señales de él. Ya había ido a su apartamento una vez y se había
asegurado de que no estaba en casa aún. Hirosue tenía que pasar por la estación para llegar a
casa.
Tiene que estar viniendo, se dijo Matsuoka, pero se quedó helado al momento siguiente
cuando se dio cuenta. Quizá Hirosue estaba celebrando su cumpleaños con alguien. Si no una
novia, quizá un amigo. Si era así, probablemente no volvería a casa por algún rato, y si lo hacía,
cabía la posibilidad de que usara algún otro medio de transporte.
Matsuoka rápidamente se dirigió hacia el apartamento de Hirosue, con las piernas rígidas y
cansadas de estar de pie. Había luz en la ventana del apartamento, y los hombros de Matsuoka se
hundieron al darse cuenta de que había llegado a casa sin tomar el tren.
Ahora la opción de fingir una coincidencia estaba fuera de cuestión. Matsuoka estaba en su

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límite. Si visitaba a Hirosue solo para darle un regalo, le daría una falsa esperanza. Pero incluso si
no lo hacía, Hirosue podía hacerse la idea equivocada si descubría que el regalo era de él.
Podía colgar el regalo del pomo de la puerta de Hirosue, pero si no lo firmaba con un
nombre, probablemente sospecharía aún más en lugar de estar feliz. Matsuoka llegó frente a la
puerta de Hirosue, aún incapaz de tomar una decisión. Había un timbre, pero no podía llamar.
Matsuoka se acercó silenciosamente y escuchó dentro el sonido de la televisión.
Los minutos pasaban sin pretenderlo. Cinco minutos. Diez minutos. Tras un gran debate
interno, Matsuoka sacó su cuaderno. En una página en blanco, escribió: “Un regalo para ti. Yoko”.
—¿Yoko-san?
Matsuoka se giró sorprendido. Hirosue estaba allí de pie, llevando una sudadera negra y
unos pantalones de chándal. De su mano derecha colgaba la bolsa de una tienda de conveniencia.
Matsuoka había escuchado pasos, pero los había ignorado ya que pensaba que Hirosue estaba
dentro.
—Eres tú, Yoko-san—su mirada de asombro se convirtió en una de alegría. Solo ver aquello,
hacía que el corazón de Matsuoka se acelerara—. ¿Sabías dónde vivo?
No había manera de que pudiera decir que le había seguido a casa una vez. Matsuoka
rápidamente pasó la página y pensó en una excusa.
«Un conocido mío vive cerca. Ahí fue cuando te vi».
Hirosue leyó la nota.
—Ya veo—murmuró. Matsuoka le tendió el regalo que estaba sosteniendo—. ¿Qué es
esto?
Matsuoka le mostró la nota que había escrito antes, diciendo “un regalo para ti”.
—¿Pero por qué?
«Por tu cumpleaños», añadió Matsuoka. Hirosue miró la nota y levantó la cabeza.
—Gracias—dijo, pero sus manos no se movieron para aceptar el regalo—. Supongo que te
mencioné mi cumpleaños en algún momento, ¿no? Me hace muy feliz que me compraras esto,
pero tu intención es suficiente.
Matsuoka se mordió el labio ligeramente. Extendió el regalo.
—Siento hacer esto después de que te molestaras en comprarlo, pero no quiero ningún
objeto físico de ti.
Matsuoka colgó la bolsa en el pomo y pasó junto a Hirosue. Justo cuando iba a bajar las
escaleras, el hombre le detuvo. El agarre de Hirosue en su brazo derecho era tan fuerte que dolía.
—¿Qué pasa por tu mente?—preguntó, con su rostro contorsionado con desesperación—.
Dejaste de responder mis mensajes así que pensé que me habías dejado. Intenté olvidarte. Tenía
que conseguir olvidarte. ¿Pero por qué has aparecido ahora? ¿Por qué me das esperanzas de
nuevo con un regalo? Mi estado de ánimo depende de todos tus deseos. Es como si estuviera en
una montaña rusa emocional, y no puedo soportarlo.
Matsuoka forcejeó cuando se sintió siendo arrastrado más cerca, pero el hombre era
mucho más fuerte que él.
—Te amo.
Matsuoka se sintió débil cuando fue abrazado.
—Lo sabes, ¿no?—con sus palabras, Hirosue le reprochaba, pero con sus brazos le abrazaba
estrechamente. La espalda de Matsuoka le dolía por el agarre. Ante el sonido de pasos subiendo
las escaleras, Hirosue se apartó, enderezándose bruscamente. Con un firme agarre en la muñeca
derecha de Matsuoka, recogió la bolsa de la tienda de conveniencia que había dejado caer frente
a la puerta y sacó una llave del bolsillo de sus pantalones.
Un hombre joven apareció por las escaleras y les echó una mirada de soslayo a Matsuoka y
Hirosue al pasar. Matsuoka fue sacudido por el miedo al darse cuenta de que estaba siendo
arrastrado dentro. Las cosas se volverían demasiado arriesgadas si se quedaban solos.
La puerta se abrió. Matsuoka apartó su mano derecha, intentando liberarse, pero fue

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atraído más cerca con el doble de fuerza. Sus tacones altos le volvían inestable y se tambaleó
precariamente. Le llevó dentro, aún atrapado en sus brazos.
Sintió que intentaba besarle en el umbral de la puerta, y apartó el rostro. No intentó
besarle a la fuerza esta vez, pero en su lugar se quedó allí completamente perdido. Se había
dejado llevar lo suficiente por sus tumultuosos sentimientos como para arrastrar a Matsuoka
dentro, pero ahora parecía estar confuso sobre qué hacer.
—Por favor, entra. Disculpa el desastre...
No tenía mucho sentido invitarle a estas alturas, ya que Matsuoka ya había sido arrastrado
dentro.
—No te haré nada—añadió, como si viera la preocupación de Matsuoka.
Soltó su agarre. Ahora dependía de la libre voluntad de Matsuoka. Si quería ir a casa, solo
tenía que salir por la puerta. Si quería quedarse, también podía hacerlo.
Podía escuchar el sonido de la televisión al fondo en la habitación. La charla silenciada hizo
que la tensa situación pareciera ridícula.
Matsuoka abrió la puerta y salió primero. El regalo aún estaba colgado del pomo. Lo tomó y
se lo ofreció a Hirosue de nuevo. Hirosue ni siquiera intentaba sonreír por educación; lo aceptó
pareciendo como si estuviera a punto de llorar.
En la estrecha puerta, Matsuoka se inclinó ligeramente y se quitó los zapatos. Cuando entró
en el apartamento, la sala de unos cuatro metros cuadrados tenía un futón aún tendido en una
esquina y un kotatsu1 en el centro. Ciertamente, estaba lejos de ser un apartamento moderno;
había señales del día a día por todas partes.
Matsuoka se sentó en frente del kotatsu. Cuando metió los pies, el calor envolvió sus
extremidades. Hirosue permaneció ausente en la entrada por un rato, pero finalmente entró. Pisó
con cautela a pesar de que era su propio apartamento.
—Siento que esté tan desordenado. De verdad—murmuró, recogiendo rápidamente
cáscaras de mandarina de la mesa y echándolas a la basura.
No había nada que llamara la atención en la habitación. Matsuoka miró a su alrededor con
inmodesto interés, haciendo que Hirosue agachara la cabeza con incómodo nerviosismo.
—Um, ¿te gustaría un café o algo?—Hirosue fue apresuradamente a la cocina y puso el
hervidor a calentar. A pesar de que el agua estaba lejos de hervir, no se apartó un solo paso del
fuego
—Espero que no te importe el café instantáneo.
El café colocado frente a él olía igual que el café instantáneo que siempre servían en el
descanso de la tarde en su trabajo. Tanto en olor como en sabor eran mediocres, pero aun así le
hacía entrar en calor.
—¿Tienes hambre?—preguntó Hirosue desde el otro lado de la mesa, sin haber tocado
siquiera el café que se había servido.
«Un poco», respondió con sinceridad en papel. Tan pronto como lo entregó, el hombre
entró en pánico.
—Tengo bolas de arroz de la tienda de conveniencia. ¿Te parece bien?
De la bolsa que ya había caído varias veces, sacó un surtido de guarniciones como bolas de
arroz envasadas, ensalada, verduras guisadas y hervidas con aderezo. Aunque Matsuoka tenía
hambre, era reticente a comer lo que sin duda pretendía ser la cena de Hirosue.
«Pero esta es tu cena, ¿no?», escribió, pero el hombre sacudió apresuradamente la cabeza.
—Está bien—dijo—. No tengo tanta hambre—su estómago gruñó lastimeramente tan
pronto como salieron aquellas palabras de su boca. Se enrojeció profundamente—. No he tenido
muy bien el estómago—dijo sin convicción.
Ya que no podía robar la cena de un hombre hambriento, Matsuoka le escribió una nota.
1 Un mueble de invierno; una mesa baja con un calentador conectado a la parte inferior. Una cae a los
lados para que el calor no escape.

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«Saldré a comprar algo».
El hombre cambió de color al ver la nota.
—No es necesario—espetó—. De verdad no lo quiero. Por favor, come esto.
Hirosue era reticente a dejarle salir fuera, aun así no pareció tener intención de salir a
comprar algo para Matsuoka. Matsuoka se preguntaba por qué Hirosue no quería dejar el
apartamento. Entonces se dio cuenta de que se equivocaba: Hirosue no era reticente a dejar su
apartamento, era reticente a dejar solo a Matsuoka.
«Entonces vamos a tomar la mitad cada uno», sugirió Matsuoka comprometido. Hirosue
aún insistió en que no quería nada, pero Matsuoka lo ignoró y enérgicamente dividió la comida
en dos porciones iguales. Empezó a tomar su parte, y Hirosue vaciló antes de comenzar la suya.
Una vez que terminaron de comer, Hirosue limpió la mesa en un suspiro. La televisión estaba
emitiendo un magnífico despliegue de luces navideñas.
«Echa un vistazo al regalo».
Hirosue había vuelto a sentarse frente a él. Tras leer la nota, alcanzó la bolsa de papel y la
acercó. Desenvolvió el papel con increíble cuidado. Cuando aparecieron los guantes, una sonrisa
natural adornó sus labios. Acarició los guantes con la punta de sus dedos como para saborear la
sensación del cuero, y entonces se los puso. Flexionó ligeramente sus largos dedos.
—Son tan cálidos. Gracias. ¿Estás segura de que puedo quedarme un par tan bueno de
guantes? Siento que son demasiado buenos para mí.
«Tonterías. Por favor, póntelos a menudo».
El hombre sonrió y puso los guantes de vuelta a la caja. Una vez que terminó la gran
presentación, el silencio cayó de nuevo.
—Oh, ¿te gustaría tomar algunas mandarinas? Mis padres las enviaron del campo—sin
esperar una respuesta, sacó unas cuántas mandarinas de la caja de cartón en una esquina de la
habitación y las colocó sobre la mesa.
Para ser sincero, la escasa cena apenas había sido suficiente para llenar a Matsuoka. Como
para compensarlo, se sirvió las mandarinas. La televisión aún seguía emitiendo programas
navideños. Matsuoka se encontró preguntándose cuándo sería el momento adecuado para irse a
casa.
No era que quisiera irse, pero también sentía que no tenía permitido estar allí mucho
tiempo. A mitad de su tercera mandarina, sintió un par de ojos sobre él. De repente, se puso tan
nervioso que le era difícil llevarse la comida a los labios tan fácilmente como lo había hecho hace
un momento.
Percibió al hombre frente a él moviéndose y se puso en guardia. Hirosue fue junto a
Matsuoka y se sentó con las rodillas juntas. Matsuoka pensó que diría algo, pero Hirosue solo
miraba al suelo sin abrir la boca.
—Siento como si tuviera a un gato con pedigrí en mi habitación que es demasiado bueno
para este lugar—las palabras, cuando finalmente salieron, eran abstractas—. Siento que, después
de todo, no deberías estar aquí.
Tenía una voluntad terriblemente débil para alguien que le había arrastrado a su
apartamento. El hombre lentamente miró hacia la pared.
—El último tren sale en treinta minutos.
Matsuoka sintió que le estaba diciendo que se fuera a casa. Se levantó.
—¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Te vas a casa?
Ahora Matsuoka estaba confuso por ser retenido. ¿No fue por eso que me dijiste que el
último tren iba a salir? ¿Porque quieres que me vaya a casa? Era él quien quería preguntar.
—Pero si quieres irte a casa, no puedo retenerte—su lastimoso rostro decía que no quería
que Matsuoka se fuera. Matsuoka se volvió a sentar, incapaz de comprender las intenciones de
Hirosue.

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22
Hirosue puso ambas manos en el suelo y lentamente se arrastró más cerca de Matsuoka.
Incluso cuando estaban nariz con nariz, Matsuoka no intentó apartarse; había visto el rostro de
Hirosue, y este parecía a punto de llorar. Chocaron narices en su primer beso. Era increíblemente
torpe, pero Matsuoka no podía permitirse reír.
Compartieron un beso casto, sus labios apenas se rozaron. Fue un beso infantil, pero aun
así las orejas de Matsuoka ardían. Se besaron una segunda vez, y una tercera.
En la cuarta, el hombre tocó su pelo, lo que le hizo retroceder a toda prisa. Hirosue de
repente le mostró una mirada herida. Matsuoka se dirigió hacia su cuaderno sobre el kotatsu.
«No me gusta que la gente toque mi pelo», escribió. Cuando agarró el cuaderno para
mostrárselo a Hirosue, sintió una presencia tras él. Antes de que pudiera girarse, fue abrazado
desde atrás.
Estuvo a punto de dejar escapar su voz. Sentía el calor corporal del hombre justo contra su
espalda. Sus fuertes brazos estaban cruzados sobre el abdomen de Matsuoka. Matsuoka estaba
completamente atrapado entre las piernas del hombre.
Percibió una sensación húmeda en su cuello. No sentía dolor por el punzante beso, pero
hizo que su corazón se agitara. Sintió la mano en su vientre lentamente arrastrándose hacia su
lado, y escribió con prisa, «No», en la nota. Esta vez, los dedos del hombre descendieron por su
cadera y acariciaron su muslo. Matsuoka agarró la juguetona mano.
Una vez que fue rechazado, Hirosue no intentó tocarle de nuevo. Pero ya que no había
restricciones en los besos, besó muchas, muchas veces a Matsuoka.
Sus miradas estaban entrelazadas como amantes. Hirosue ciertamente no era un hombre
atractivo, pero cuanto más le miraba, más atractivo parecía volverse. Estaba superado por los
mareos como si su propia mente lo engañara.
—Son y veinte pasadas—murmuró—. El último tren ya se ha ido. Ahora no puedes irte a
casa.
Si Matsuoka realmente quisiera irse a casa, no tenía que ser en el último tren. Aún podía
tomar un taxi. Había otros modos. No importaba si el último tren se había ido o no. Pero aquellas
palabras hicieron que Matsuoka realmente sintiera que no podía irse a casa.
—Quiero que te quedes conmigo hasta la mañana—el hombre estrechó sus brazos
alrededor de Matsuoka—. No te haré nada... por favor, solo hasta la mañana...
Matsuoka exhaló silenciosamente. Quizá no se quedara durante toda la noche, pero sentía
que no habría daño si se quedaba hasta que el hombre estuviera satisfecho.

Cuando Matsuoka despertó, eran pasadas las seis de la mañana. El cielo del amanecer aún
estaba oscuro, y él estaba en brazos de Hirosue. La manta que lo cubría era pesada y olía a
Hirosue. No había sentido frío, a pesar de estar tumbado en el suelo de tatami, porque había
estado en los brazos del hombre todo este tiempo. Matsuoka se movió, pero Hirosue no mostró
señales de despertarse.
Matsuoka levantó la mitad de su cuerpo del suelo y acarició la mejilla del hombre. La
textura arenosa de su barba, hizo reunir el calor en la mitad inferior de su cuerpo. Superado por
el ansia, Matsuoka besó su mejilla. Hirosue había sido franco cuando dijo que no haría nada. Un
hombre adulto en sus treinta realmente no había ido más lejos que abrazar a la mujer que amaba
mientras dormían. Su sinceridad era entrañable.
Matsuoka le besó de nuevo antes de levantarse y recoger su bolso. Dejó una nota, apenas
diciendo que se iba a casa, y se dirigió a la puerta. De repente, escuchó un ruidoso de pies
arrastrando tras él. El hombre se estaba acercando a él, con los ojos aún nublados.
—¡Yoko-san!
Su pelo era un desastre y sus párpados estaban hinchados por el sueño.
—¿T-te vas a casa?

23
Matsuoka asintió en silencio. Cuando el hombre se hundió en la desesperación, Matsuoka
tomó su mano derecha.
«Los trenes ya están en marcha».
—Pero...
«Tú también tienes trabajo, ¿verdad?».
—Sí, pero...
Hirosue se resistió a que le hablara de ello, a pesar de que entendía bien que ambos tenían
trabajo.
—¿Cuándo puedo verte otra vez?—preguntó—. ¿Cuándo me dejarás verte?
Matsuoka no podía hacerle una promesa inmediata.
—¿Puedo enviarte mensajes de nuevo? ¿Puedo llamarte?
Matsuoka asintió. Asintió y se acercó a Hirosue, poniendo los brazos alrededor de su cuello.
Tras abrazarle tiernamente, le besó como si fueran amantes.
La incredulidad estaba grabada en el rostro de Hirosue. Justo ante los ojos de Matsuoka, su
expresión cambió de aturdida a una más eufórica de lo que había visto nunca, y aquello envió una
inquieta conmoción a través del corazón de Matsuoka.

Continuará...

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