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Clase 6

Hoy avanzaremos con las conceptualizaciones del campo de la comunicación que se


desarrollaron a partir de la década del ’60 hasta nuestros días. Pero primero retomaremos
algunas visiones de nuestras culturas contemporáneas.
Es sabido que las sociedades actuales se nos presentan fragmentadas por tradiciones,
por sentimientos de pertenencia, por lealtades religiosas y culturales, por demandas e
intereses económicos, por preferencias sexuales reconocidas y no, por apegos a los
territorios, a localidades específicas, por eternas migraciones, entre otros rasgos.
Predominan las imágenes de las diferencias y las rupturas por sobre las continuidades y
los acuerdos que subyacen en ese fino y delicado entramado social. Frente a este
universo de identidades fragmentadas, en un mundo que se nos ofrece paradojalmente
como globalizado, la intersubjetividad y la construcción de sentidos dejan de ser
evidencias (si es que alguna vez lo fueron) para convertirse en un problema. En el campo
de la comunicación este camino, que se desarrolló en América Latina sobre todo desde la
década de los ‘80 en adelante, cobra diversas especificidades desde las aproximaciones
teórico-metodológicas que se fueron esbozando.
La reflexión sobre la construcción de sentidos desde la mirada de la intersubjetividad es
una temática que excede a la comunicación en su versión instrumentalista. En ese
sentido, es necesario aproximarse desde la estrecha relación comunicación/cultura, en los
términos planteados por Schmucler1. Este camino retoma abordajes de las sociologías
interpretativas/cualitativas, ya que tienen como problema fundamental la comprensión del
otro en tanto portador y productor de significados sociales. También es necesario
repensar el diálogo entre aproximaciones teóricas ‘extranjeras’ y entre aquellas que
reclaman una mirada desde Latinoamérica, ya que enriquece notablemente la
construcción del campo de la comunicación de esta última década. Este posicionamiento
que nos permite resignificar la comunicación como el lugar desde donde pensar la cultura
y lo social (entender el dinamismo que genera la comunicación en y a partir de la cultura)
presenta un potencial analítico no siempre bien retomado. Es indudable que este nuevo
objeto todavía nos enfrenta a desafíos en el plano epistemológico y, sobre todo,
metodológico. El creciente auge de iniciativas de investigación en el campo académico y
el aumento de las perspectivas laborales que demandan una indagación de ese tipo, se
enfrentan a la falta de caminos claros por donde transitar hacia el objetivo deseado. Esta
problemática también es compartida en distintos ámbitos institucionales que pretenden
dar respuestas ante lo que definen como la ‘primacía’ de la comunicación. En América
Latina, a partir de la década del ‘60 en adelante, se han ido articulando, de manera más o
menos sistemática, distintas “miradas críticas” sobre los fenómenos comunicacionales y
mediáticos. Estas reflexiones, investigaciones y prácticas que confluyen entre sí pero que
también se distinguen, se conformaron en diálogo y en oposición permanente con las
propuestas difusionistas y desarrollistas.
Trataremos de describir algunas aproximaciones de estas miradas críticas, sin pretender
agotar la temática, pero sí mapear las distintas discusiones que se fueron dando al
respecto: la llamada “teoría de la dependencia” a la luz de los estudios de comunicación,
la invasión cultural, la comunicación alternativa en su relación con la educación liberadora,
y por último la propuesta comunicacional que aporta Antonio Pasquali2. Básicamente, las
miradas difusionistas y desarrollistas intentaron marcar los caminos que posibilitarían a
América Latina salir del subdesarrollo. En este sentido, propiciaron políticas sociales y
económicas que incluían una perspectiva comunicacional muy fuerte, sobre todo teniendo
en cuenta el lugar que los medios de comunicación cumplían en este trayecto al
desarrollo. Frente a la propuesta del desarrollismo, surge en América Latina una
perspectiva económica y social denominada “teoría de la dependencia”. Poseía una
inspiración materialista histórica y postulaba que el denominado ‘subdesarrollo’
latinoamericano no obedecía a los motivos que postulaba la CEPAL, ni era una cuestión
de retraso en un camino que conducía al desarrollo, sino que era una situación que
encontraba su explicación en procesos histórico de dependencia a políticas económicas y
sociales externas. Paralelamente a esta corriente, surge la perspectiva teórico/política de
la Invasión Cultural que se desarrolla fundamentalmente en la década del sesenta y
setenta, en un contexto latinoamericano y mundial de fortaleza de los movimientos
sociales de liberación nacional y tercermundistas, donde el auge de las denominadas
“industrias culturales” se va dando de la mano de una fuerte intervención norteamericana
en toda la región. Desde esta perspectiva, la comunicación es asimilable excluyentemente
a medios masivos y éstos -especialmente la televisión, que aparece como objeto de
estudio privilegiado ya que en ella se hacen visibles como nunca antes las figuras del
dominador- son denunciados por su papel al servicio a la colonización económica y
cultural de América Latina. En esta mirada de los medios desde la denuncia de la invasión
cultural, la figura del investigador o del intelectual es inseparable de la idea del intelectual
como político. Se investiga, se crea, para la transformación. Paralelamente al diagnóstico
de los medios como herramientas de aculturación y dominación, durante las décadas del
setenta y el ochenta en toda América Latina se desarrolla una importante cantidad de
experiencias de comunicación por fuera, al margen, a veces oponiéndose, a los medios
masivos de comunicación y sus intereses que se llamó “comunicación alternativa”. Bajo
esta denominación se agruparon una serie heterogénea, tanto en sus definiciones
ideológicas como téorico-metodológicas, de prácticas y experiencias que tuvieron como
objeto la finalidad de constituirse en una opción a las reglas de juego planteadas por un
sistema social que posicionaba a los medios como instrumentos de reproducción de las
ideologías represivas. Para acercarnos a esta concepción de la comunicación es
ineludible la mención al trabajo del venezolano Antonio Pasquali, que marca un hito en los
estudios de comunicación en el continente.
Pasquali propone entender que la comunicación es una puesta en común, un con-saber,
diferenciándolo tajantemente de la información. Entiende que la relación comunicacional
es aquella que produce y supone a la vez una interacción biunívoca del tipo del con-
saber, lo cual sólo es posible cuando entre los dos polos de la estructura relacional
Transmisor-Receptor rige una ley de bivalencia: todo transmisor puede ser receptor, todo
receptor puede ser transmisor. La comunicación se da sólo entre personas éticamente
autónomas que reconocen a un otro. A diferencia de la información, en la que sólo hay
unilateralidad y coacción en el plano moral, donde no hay reconocimiento del otro sino
dominación del otro, en la comunicación hay diálogo, saber construido de a dos. En la
información hay causalidad; en la comunicación comunidad. Así, los medios masivos son
medios de información: la masa es negación del otro.
Pero también muchas de estas prácticas de comunicación alternativa se nutrirán en
América Latina de las reflexiones y experiencias llevadas adelante por la corriente de la
pedagogía de la liberación con Paulo Freire a la cabeza, que a través de la alfabetización
de adultos, el aprendizaje de la lengua se convertía en un proceso de liberación de la
palabra propia, posibilitando el encuentro del hombre con el mundo y con los otros. La
idea de que el diálogo, el encuentro con el otro implica una “praxis liberadora”, será
ampliamente aceptada por los comunicadores del momento y en la comunicación
alternativa reforzará la idea de unas prácticas de comunicación donde el otro esté
cercano, no invisibilizado en la masa. La comunicación ligada a la liberación del habla, a
la actividad y creatividad popular negada por los relatos dominantes.
Muchas veces, los modelos opositores al funcionalismo y a las propuestas de la mass
communication research repitieron modos de concebir las relaciones sociales y
comunicacionales, pero imprimiéndole signos opuestos. De esta forma, se mantenía el
mismo esquema lineal, polarizando la relación emisor-receptor, en un vínculo
unidireccional de dominación. Se dejaba de pensar en los medios como instrumentos de
desarrollo, para pensarlos como instrumentos de dominación o liberación. En síntesis,
seguían siendo pensados como instrumentos, no retomándose su espesor cultural.
Alrededor de los años ‘70-’80 se propone cambiar las preguntas sobre la comunicación,
configurar nuevos espacios teóricos, pensar nuevas lógicas de articulación de los
saberes, inscribir la comunicación en la cultura. Marcar lo que los funcionalismos tienen
de estrechez y de miopía. En fin, cambiar no sólo las reglas del juego sino el juego
mismo.
En este juego de cambiar las preguntas, los investigadores de los años ’80 dejan de
pensar a los medios de comunicación como productores de efectos y empiezan a
concebirlos como inescindibles de la cultura.
Las rupturas y desplazamientos en el campo de la comunicación en América Latina
surgen como producto de un proceso más amplio en las ciencias sociales conocido como
la “Crisis de los Paradigmas”.
En el campo de la comunicación, específicamente en América Latina, estos
desplazamientos se visibilizaron a partir de dos producciones, De los medios a las
mediaciones de Jesús Martín Barbero y Culturas híbridas de Néstor García Canclini. Sin
embargo, antes de desarrollar estos aportes, es necesario recorrer las contribuciones de
los estudios culturales británicos al campo de la comunicación.
Desde finales de los años 50 en adelante, un grupo de investigadores vinculados con los
sectores populares/obreros y desde perspectivas marxistas, proponen revisar las formas
de apropiación de los sujetos, en calve de procesos de recepción. En este sentido, se
concibe a la recepción como una actividad central en el proceso comunicativo. Notarán
que esta idea es radicalmente diferente a las que trabajamos en las clases anteriores,
sobre todo desde el funcionalismo y la teoría crítica. Estas perspectivas se desarrollaron
en el Centro de Investigaciones de la Universidad de Birmingham. En esta línea se trabaja
la idea de la hegemonía y el conflicto como dimensión innegable de la vida social, y se
postula la necesidad de considerar a la cultura como una dimensión explicativa de la
diversidad de formas simbólicas que se presentan en la sociedad. Entre las temáticas
abordadas por esta corriente se encuentran las problemáticas de género, de etnias,
identidades, subculturas, entre otras. Los objetos de estudio se construyen desde una
perspectiva multidisciplinar, siendo un abordaje importante para la comunicación
(teniendo en cuenta su constitución a partir del cruce de distintos campos de saber).
Stuart Hall, refutando los postulados del funcionalismo norteamericano, aporta una mirada
nueva a las investigaciones sobre comunicación de masas. En 1973, en su artículo
“Encoding/Decoding”, critica el esquema lineal de comunicación conformado por un
emisor, un mensaje y un receptor, subrayando su concentración en el intercambio del
mensaje. El autor presenta en su trabajo, un sistema comunicacional conformado por
cuatro momentos que, articulados, estructuran una compleja red de relaciones.
Producción, circulación, distribución-consumo y reproducción, son planteadas como
etapas que interactúan traduciéndose en prácticas sociales de codificación y
decodificación de sentidos.
Volvamos a América Latina. Héctor Schmucler en su artículo “Un proyecto de
Comunicación/Cultura”, retoma una afirmación que había realizado diez años antes, junto
a Armand Mattelert “resulta estrecho considerar los fenómenos localizados en el clásico
esquema Emisor-Mensaje-Receptor, para entender la significación que adquieren los
mensajes que circundan al hombre”3. Critica la “estrechez” del modelo científico
funcionalista y piensa en un proyecto de Comunicación/Cultura, un nuevo espacio teórico,
una nueva manera de entender las prácticas sociales e individuales. La comunicación no
es todo pero debe ser hablada desde todas partes, debe dejar de ser un objeto constituido
para pasara a ser un objeto a lograr. Así, se deja de pensar tanto en los medios para
pensar en la resignificación en los modos de vida cotidiana, en los modos de ver, de
sentir, de conocer, de estar juntos. A la luz de los aportes de Jesús Martín barbero, se
realizan desplazamientos teóricos y metodológicos:
• De la reproducción a la producción como modo de comprender el proceso
comunicacional
• De las miradas puestas en las estructuras a las preguntas por los sujetos
• De la noción de imposición a la idea de reconocimiento de las lógicas del poder

En respuesta a la necesidad de romper con la perspectiva funcionalista y con la


hegemonía de un pensamiento determinista de carácter estructuralista, Martín Barbero
acuña la noción de mediaciones en un intento de romper con la “razón dualista” que
operaba con la oposición de pares de contrarios. En este sentido plantea que las
mediaciones son el lugar desde el cual y en el cual se produce el sentido, el significado de
los medios de comunicación. Son los espacios desde los cuáles producimos el sentido
acerca de los medios, sus mensajes y ellos como prácticas de esta cultura.
Desplazar el análisis de los medios a las mediaciones, implica asumir la comunicación
como un hecho cultural y no como un hecho de la cultura. No se trata de ver el papel de la
comunicación en la cultura, sino que ya no se pueden separar comunicación/cultura.
Asimismo nos plantea la necesidad de reconocer las matrices culturales desde las cuáles
construimos el sentido de los medios masivos y los mensajes que recibimos a través de
ellos.
Esta perspectiva nos permite reflexionar sobre fenómenos sociales que siendo de
carácter comunicacional, no habían sido contemplados en las anteriores perspectivas que
identificaban a la comunicación con el periodismo y los medios únicamente. Es por ello
que en estos últimos años se incluyen nuevos objetos de estudios, como jóvenes y
ciudad, para abordar las problemáticas de identidad y urbanidad, propio de esta
perspectiva sociocultural de la comunicación.
Asimismo esta perspectiva que recupera a los “sujetos” de la comunicación, inmersos en
un universo cultural determinado y provistos de diferentes competencias nos permite
pensar en los diferentes públicos y los diferentes “usos”, en su relación con los medios,
pudiendo de esta manera superar la visión reduccionista que tiende a “masificar” a la
audiencia.
Por otra parte la incorporación de estos nuevos objetos de estudio a las líneas de
investigación, como señalábamos al principio, están dando cuenta de la importancia de
ubicar a la comunicación como lugar estratégico para abordar la complejidad de las
sociedades actuales en el contexto de la globalización, donde prima la necesidad de
elaborar proyectos alternativos y políticas públicas tendientes a la democratización y la
inclusión.

comunicación, desarrollo y planificación

La planificación como saber y práctica sobre la comunicación tuvo su entrada en nuestro


continente en la década del ’60, con la teoría del desarrollo. Esta última encontró sus
bases en la concepción de la sociología funcionalista sobre la pobreza y la desintegración
nacional1, como “rasgos específicos de la sociedad que se encontraba en una fase
tradicional, premoderna o atrasada, [según la cual] la transformación de la sociedad
1
Esta concepción fue difundida, básicamente, por Daniel Lerner, Wilbur Schramm y Everett Rogers.
consistía en un proceso de cambio entre momentos históricos fácilmente identificables (...)
conceptualizados como estadios de tradición y modernidad”. A partir de aquí, los procesos
de desarrollo nacional fueron entendidos como procesos de modernización y los medios,
como los agentes de ésta. Y ser una sociedad moderna era ser, demás está decirlo, a
imagen y semejanza de las sociedades modernas occidentales.

Los planificadores del desarrollo entendieron entonces que si se analizaba cómo se había
originado el paso de lo tradicional a lo moderno en las sociedades occidentales, se podía
visualizar cuáles eran los mecanismos que habían favorecido la transformación y que
estos podían ser trasladados a nuestras sociedades. La teoría del desarrollo se fundó así
en estadísticas comparativas con la modernización de los países occidentales, y de ellas
se desprendió que realizar inversiones en el sistema de medios de las sociedades
subdesarrolladas producía un efecto multiplicador que llevaba naturalmente al desarrollo.
En otras palabras, existía una relación directa entre desarrollo económico y desarrollo de
los sistemas de comunicación.

Partiendo de esta perspectiva sociológica, fue Schramm quien desde lo


comunicacional propuso la estrategia que las Naciones Unidas adoptarían para promover
modelos de planificación de políticas públicas: “La tarea de los medios colectivos de
información y de los nuevos medios de educación, consiste en agilizar y facilitar la lenta y
larga transformación social que se requiere para el desarrollo económico y, en particular,
para acelerar y allanar la tarea de movilización de los recursos humanos que hace viable
el esfuerzo nacional”.

La planificación desde la comunicación para el desarrollo se centró,


definitivamente, en los medios. Pues estos por sí solos, independientemente de las
condiciones socioeconómicas y políticas, generaban el desarrollo (incremento de la
producción y el consumo que, luego, llevaría a la equitativa distribución del ingreso en
nuestras sociedades) y la productividad aumentaba en función de la innovación
tecnológica. Esta práctica de la planificación de la mano de los medios, se volvió, con
todo, puro acto de magia, desde el momento en que sus estrategas entendían, junto con
Schramm, que la comunicación moderna (entiéndase los medios) en las aldeas
tradicionales era como una “alfombra mágica” capaz de “transportar” a los receptores
“más allá de los horizontes por ellos conocidos”.

En esta vertiente de la planificación, llamada más tarde planificación tecnocrática,


pueden reconocerse las huellas que le dejó la modernidad. El sujeto que conoce continúa
haciéndolo desde afuera, no se involucra con la realidad que pretende transformar y la
necesidad de esa transformación no tiene más orígenes que una necesidad propia. Se
trata, en suma, de eso que Weber conceptualizó como “acción con arreglo a fines”. Y los
sujetos aparecen entonces como sujetos vaciados, a los que hay que enseñarles porque
no saben y decirles cuál es la verdad. Sujetos susceptibles de ser llenados con hábitos y
conductas que nos les pertenecen, pero que, sin más, asumirán como propias.
Aquellos intelectuales que venían trabajando desde asumir la dominación y la
dependencia como punto de vista para interpretar y analizar la sociedad concibieron la
realidad a partir de caraterizaciones de opresión e injusticia y que entonces asumieron la
idea de la planificación para la transformación. Nos encontramos en el lugar de la
planificación diagnóstica, también llamada emancipatoria o libertadora.
De modo que en la planificación diagnóstica el planificador, el sujeto que conoce, se
involucra en el proceso. Planifica desde una perspectiva de intervención en las prácticas
sociales y reconoce que no hay construcción previa a tales prácticas (por tal razón sólo se
define como comunicador en función de la práctica concreta, siendo conformado por ella).
En este sentido, reconoce la imposibilidad de pensar por separado la teoría y la práctica,
el sujeto y el objeto. No planifica desde afuera sino que parte de los otros, de
acompañarlos y junto con ellos, haciendo propios los objetivos de esos sujetos, construye
las líneas de acción que llevarán a la transformación. Transformación, por otra parte,
reconocida como necesaria por los otros Los sujetos son aquí, como vemos, actores
sociales, agentes, sujetos que a partir de su acción cotidiana transforman y construyen el
mundo y que, por esto, tienen mucho que decir sobre el mismo. Y la comunicación ya no
es aquí cuestión de medios, sino no de relaciones interpersonales o intersubjetivas, de
prácticas sociales (mediadas o no tecnológicamente) que tienen lugar en la vida cotidiana
y que desde allí construyen la cultura. Es una perspectiva de la planificación que se apoya
en la idea de la acción comunicativa en el mundo de la vida. Y en ese mundo de la vida el
poder se construye y se recrea permanentemente: no es imposición sino relación de
comunicación siempre asimétrica. Por eso la planificación no es ya puro acto de magia:
porque “el poder del mago es una impostura válida, un legítimo abuso del poder,
colectivamente desconocido y así re-conocido”. Desde esta perspectiva, entonces, se
considera que es necesario atender a que “lo esencial de lo que pasa en la comunicación
no está en la comunicación (...) sino en las condiciones sociales de posibilidad de la
comunicación”.

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