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VIOLENCIA LEGÍTIMA: ACERCA DEL TRATAMIENTO DE LOS PRISIONEROS

Y LA RIGIDEZ DE LA CONDENA.

María Laurent Rico Carrascal


Angie Sepúlveda Valencia

La comunidad se embrutece infinitamente más por el uso habitual del castigo que

por la ocurrencia ocasional del delito.

-Óscar Wilde.

RESUMEN

La condición de justicia se ha asumido a través de la privación de la libertad, sin

despertar mayor interés por la potencialidad de otro tipo de sanciones que crearan

mayor impacto en la sociedad y en el colectivo donde tenga incidencia el acto

delictivo. Sin embargo, la propuesta de condena sólo tiene eco en sanciones de

reclusión con durabilidad extensa, como denotando el compromiso estatal con la

justicia. Este análisis parte de ser una reflexión acerca de la crudeza de las penas

y la proporcionalidad de estas como acto pleno de justicia y sanción adecuada.

Palabras clave: Penas, condenas, prisiones, proporcionalidad, crimen.

ABSTRACT

The condition of justice has been assumed through the deprivation of liberty,
without arousing greater interest in the potential of other types of sanctions that will
create a greater impact on society and the collective where the criminal act has an
impact. However, the conviction proposal only echoes imprisonment sanctions with
extensive durability, as denoting the state's commitment to justice. This analysis
starts from being a reflection about the crudeness of the sentences and the
proportionality of these as a full act of justice and adequate sanction.

Keywords: Penalties, convictions, prisons, proportionality, crime.

INTRODUCCIÓN.

El que se asuma una condena tan cruel como la privación de la libertad como el
castigo por excelencia ante cualquier comportamiento que el colectivo social

considere como desdeñable, es sin lugar a dudas, una conducta de análisis que

valdría la pena reconocer como relevante en tanto la visión de justicia que

manejan algunos grupos sociales. Permite, en otros términos, comprender cómo

los sujetos tienen en alta estima la posibilidad de movimiento y autodeterminación

que la historia le ha otorgado a tal punto que ven en la detención, control y

vigilancia el sinónimo del quehacer de seguridad y protección que los Estados

propenden. Ese análisis, se suma a los casos en los cuales, las condenas amplias

no implican que los detenidos cumplan con el proceso de resocialización que las

cárceles plantean como objetivo último. ¿En qué medida se da cumplimiento a

ello?

Pues bien, la afirmación central que hemos diseñado para orientar esta

descripción tiene que ver con la legitimación de la violencia. Indicamos que, se

presenta de manera simbólica en las penas con que se sanciona determinada

conducta, por los órganos de poder. El planteamiento es el siguiente, las prisiones

y cárceles, los encargados de la vigilancia y el tipo de castigo al que se somete a

un individuo, son actos en su mayoría reprochables. Sin embargo, en nombre de

la justicia, bajo el principio de ius puniendi y siguiendo la delimitación penal de:

violentas las conductas, violentas las sanciones, se crean espacios donde el

castigador actúa de manera más soez que el mismo castigado en su momento.

Este es, claro está, una tipificación excepcional que intentaremos ilustrar en lo

sucesivo.

El argumento está sustentado a través del informe para el Observatorio de la


Política Criminal, en tanto, se plantea que históricamente existe un desfase de la

presentación de las penas, antes de cumplir con la intencionalidad del derecho

penal de disuadir de la comisión de un acto ilegal ha redundado en la crueldad, la

tortura y las convicciones de justicia sólo a través de las penas privativas de la

libertad. Si quisiera tomarse a manera de metáfora, el informe sustenta,

adicionalmente que, dentro de la historia de las penas, han existo ires y venires,

tomando como ejemplo la abolición de la pena de muerte en 1873 y

restablecimiento de la misma en 1890. Se toma como manifestación tanto de la

crudeza de la ley como sometimiento de las sanciones en respuesta al contexto

manejado. Basándonos en ello, recrearemos en un primer momento el avance

histórico o recorrido de las penas privativas de la libertad del caso colombiano.

Un segundo apartado dará luces de una reflexión acerca de cómo las sanciones

deterioran al ser humano a tal punto de asumir su nuevo rol en la sociedad sin

intenciones de salir de él ni la proporción de los mecanismos adecuados para

lograrlo. El tercer capítulo se centrara en la discusión dada a partir de la tesis de

proporcionalidad de las penas y cómo se presenta el cumplimiento de las mismas

en el marco de la ley penitenciaria colombiana, basta mencionar que lejos de un

planteamiento inminentemente jurídico, hemos de tomarlo como un potenciador de

nuestro argumento de abuso, monopolio de violencia o coerción exagerada de las

penas que no llega a ser el objetivo cumplido de tales sanciones sino la

demostración de una sociedad ligada al imaginario de prisión/justicia. Un aspecto

relevante que debemos mencionar y llegado el momento fundamentaremos, está

relacionado con la conceptualización de violencia legítima, cercano


intrínsecamente a la categoría weberiana de monopolio de la violencia por parte

del Estado, pero en nuestro análisis enfocado en la pena privativa de la libertad.

Para finalizar, en el apartado de conclusión se integrará al análisis una perspectiva

sociológica de los procesos de resocialización posterior a la salida de las cárceles

como demostración de los niveles de asertividad de una condena de privación de

la libertad, concatenado con la perspectiva foucaltiana de las cárceles y los

dispositivos de vigilancia permanente y rígida.

1. Recorrido histórico de las penas privativas de la libertad: Caso

colombiano.

La presentación de un documento formal y de corte netamente penal se da en las

aproximaciones del año 1837, en él reposaban ciertos ideales plasmados en la

perspectiva europea, más concretamente española y francesa de las

disposiciones de carácter penal-normativo. Así, se establecieron tres tipos de

privación de la libertad, con sus respectivas determinaciones de tiempo. Entre

presidio, prisión y reclusión, cada una con doce (12), diez (10), y ocho (8) años de

condena, respectivamente. Para 1873, hubo una reducción de la durabilidad de las

penas, siendo, diez (10), ocho (8), y seis (6), en el mismo orden antes

mencionado. La determinación de este tiempo de condena se vio como resultado

de la influencia de las reformas humanistas entonces dadas, sin embargo, no se

puede argumentar con vehemencia que tal apreciación fuera la alternativa

adecuada, o si bien lo fue, el tercer momento en esta evolución estuvo cargado

por una respuesta aparentemente negativa de la sociedad y la criminalidad se


fortaleció, trayendo consigo la restauración de penas más fuertes en tanto

durabilidad.

Durante el gobierno de Rafaél Nuñez y bajo la bandera de la Regeneración, en

materia penal se dieron ciertos episodios de brutalidad a las practicas delictiva, o

lo que es lo mismo, se recrudecieron las penas, a tal punto que, se restableció la

pena de muerte con la nueva característica de muerte por fusilamiento y no por

garrote como se tenía antes dispuesto. El Código Penal de 1890, establecía que

para el presidio la durabilidad era de veinte (20) años, la prisión de quince (15) y la

reclusión de diez (10), por razones asociadas a lo que se consideró la flexibilidad

de la costumbre, que al parecer iba en detrimento de los aspectos empleados con

importancia en el mantenimiento del orden. Con la evidencia mencionada, hemos

de destacar que, si bien hubo un aumento de la durabilidad del tiempo de condena

se mantuvo por mucho la misma tipología, la misma división para los cargos que

estuvieran contemplados en ese momento. De alguna manera, ese

establecimiento fue creando los imaginarios de reclusión como sinónimo de

justicia. El tiempo que estuvieran privados de la libertad parecía poner en orden y

en equilibrio la acción cometida de tinte delictivo.

Con la creación de la Comisión Nacional de Asuntos Penales y Penitenciarios se

creo el Código Penal de 1933 de influencia positivista e inspiración liberal. Para

1936, se dio una nueva fundamentación y clasificación de las penas, ahora

respondían como presidio, prisión, arresto, confinamiento y multa, como sanciones

principales, complementadas con otras como la imposibilidad de residencia en un

determinado sitio, negación de ciertos derechos y posibilidad de oficio, labor o


arte. En ponencia para la presentación de este Código el doctor Federico Estrada

Vélez, criticaba el hecho de que dentro de las anteriores codificaciones había

ciertas precisiones contextuales que distaban de la realidad y de la actualidad del

pensamiento universal. Explicaba que la formación de los ponentes y asesores de

redacción influían fuertemente en la condicionalidad de las penas, pero que para

el momento de la promulgación del documento ya había un atraso en comparación

con el resto.

En 1980 con un nuevo documento de codificación penal surgen nuevas

tipificaciones o tipologías de condena relacionada con la primacía gubernamental

del Frente Nacional, entre las disposiciones del código se condujo a la creación de

las figuras de prisión (treinta años), arresto (cinco años) y multa como penas

principales, y como accesorias, la prohibición de consumo de bebidas alcohólicas,

expulsión del territorio nacional, interdicción de derechos y funciones públicas,

entre otras. En antesala al código penal que ahora nos comanda, existe según lo

mencionado, adicionalidad a las condenas de privación de la libertad, pero

continua la idea de mantener a los sujetos inalienables de la norma alejados de la

comunidad que ejerce su actuar basado en ello. Como manifestación de sesgar el

grupo entre quienes aportan a la construcción de un orden inquebrantable y

aquellos que no tienen disposición de controlar sus propios actos.

En el marco del Código Penal de 2000, en funcionamiento de la ley 599 de ese

año, una serie de normativas variaron, si bien en la durabilidad de las penas tanto

como en su denominación, una explicación plausible de ello podría ser la

adaptabilidad al contexto en que se gestaron. Las penas principales en materia de


privación de la libertad, consistirían en la determinación de cierto tiempo de

prisión, esta vez concordaría con cuarenta años, en ocasiones con posibilidad de

rebaja de pena por características especiales del caso como el asumir la culpa,

entre otros. Lo cierto es que, bajo los parámetros de este nuevo código se

apreciaron ciertas condenas de menor impacto individual, pero mayor relevancia

en cuanto a la disuasión colectiva, marcado en el caso de las penas accesorias de

respuesta económica enmarcado en la verificación salarial mínima vigente, penas

de cumplimiento domiciliario, de arresto por horas y por ahí sigue la lista.

Retomando la posición sentada por Estrada Veléz (1932), la exposición de un

argumento que potencie, explique o de razón de ser al aumento de penas, puede

estar enmarcado en la creencia que explica que las contemplaciones crean

costumbre y por tanto no subyacen ante los bajos niveles de criminalidad. Explica

que, según los criminólogos del momento, la criminalidad y el delito son

fenómenos que no se pueden plantear sino como inexorables a la vida en

comunidad, pero que ello no implica que no pueda darse contrarespuesta,

prevención y disuasión frente a los actos delictivos. La criminalidad vista con tal

naturalidad permite entonces una mirada que enfoque como se gesta el proceso

de adaptación a ella por parte del individuo que compromete su actuar a la

delictividad, cuáles podrían ser, además de la privación de la libertad, métodos de

prevención y repetición o reincidencia que pone a su disposición el Estado.

2. Comportamiento delictivo y aplicabilidad de la condena.


Como se ha expuesto con anterioridad, la pertinencia de comprender cómo se

asume la conducta delictiva y la práctica criminal como corporeidad de nuestra

autonomía, relación directa con nuestro modelo de construcción individual y

presentación de los mecanismos que la sociedad ofreció para conseguir las metas

por ella misma propuesta, es indispensable en la aceptación e interiorización del

comportamiento con las características que este tenga. Distantes de reconoces

una postura de marcado rumbo sicológico, evidenciamos que, la perspectiva

sociológica basada en la teoría del etiquetaje crea la discusión al respecto,

culpabilizando -si así quisiera decirse- a la sociedad de los títulos que otorga a

ciertos miembros de la comunidad y que dados es dificultoso dejarlos de lado en

virtud de nuestro comportamiento habitual.

Sancho (2014), propone retomar la perspectiva expuesta por Becker acerca de la

desviación a partir de asumirla como, problematizador de la reacción social,

sustenta que no se piensa al delincuente como un ser distinto a los demás. Se

gesta a partir de comprender al individuo como actor de interpretación de un

hecho antes manifestado que radicó su proceso. Se plantea que la desviación es

una acción colectiva, por lo tanto, reducirla a la observación de un sujeto aislado

sería equivoco y unicausal, en ese orden, lo ideal es vincular la desviación con la

propuesta que el interaccionismo deja sentado de vinculación. Se crea la

necesidad de interpretar a los actores o miembros del colectivo desde los que dan

cumplimiento a las normas y los que no, quienes las crean y quienes las infringen.

Sancho citando a Chapman, menciona que la única diferencia entre los

delincuentes y no delincuentes se liga al factor de la condena. Es decir, que por lo


demás, no hay razones para suponer que no se infringiría una norma en un

momento dado por mucho que no esté en nuestra construcción moral su posible

existencia.

La discusión pertinente es preguntarse si dentro del proceso de etiquetaje, la

aceptación de la etiqueta pronto se convierte en modo de vida y habito constante

de comportamiento. Exponemos para precisar, que dentro de la conducta delictiva

el asumir el rol trae como consecuencia que todos los actos del indiciado tendrán

una afinidad delincuencial, peyorativa ante el colectivo social, como resultado de

su etiqueta de él se esperará lo peor y cualquier comisión sólo apoya esa idea, por

tanto, dentro de la comunidad no hay razones para comprender el cambio sin

condena, así sea la marginalidad social. Pronto de convierte al etiquetado en un

sujeto con la condición de anormalidad, es decir, de actuar bajo su propia lógica,

aunque esta no cumpla con los patrones social y legalmente establecidos.

Ahora bien, ¿qué sucede dentro de las prisiones con sanciones privativas de la

libertad de una crueldad frente a la disposición de la movilidad que no es suficiente

para que todos los casos nieguen la posibilidad de reincidencia? Tomando apoyo

en los casos de violencia dentro de las cárceles, en cuanto a las privaciones de

alimento, reducción del espacio en celdas de aislamiento, hacinamiento, aumento

de penas, retiro de algunos privilegios y demás aspectos posibles, se expone un

análisis de cómo antes de suponerse una característica que impide la repetición

de actos delictivos se asume como una realidad que enfrentada supondrá

costumbre y habituación. En ese orden, no implica la durabilidad dentro de la

prisión -en aquellos casos donde la pena es cumplida a cabalidad- el que el sujeto
pueda restaurarse frente al orden social que le rodea en su nuevo intento, su

habito ha pasado de libertad a confinamiento y viceversa, es casi plantear que la

estrategia de adaptación no es más que el tiempo que el individuo tarda en

acostumbrarse a la variabilidad, adaptado a los constantes cambios de libertad y

autodeterminación y luego reclusión, no hay una diferencia notable que lo haga

preguntarse dos veces por la pertinencia de su actuación.

La exposición de Martínez (2014) se fundamenta en que no se puede pretender

que las cárceles cumplan con su propósito resocializador si mantiene a los sujetos

distantes de las normas sociales a las que deben adaptarse y bajo las que deben

actuar. Menciona que, “el estar alejados o separados de la sociedad, difícilmente

puede ayudar a vivir integrado a ella respetando sus normas (pp. 14).

Más adelante, el autor manifestará que para la comprensión de la vida en

sociedad el estar condicionado, sin capacidad de autorealización, controlado y un

ambiente hostil propio de las prisiones, no son una buena estrategia. Como

mencionamos anteriormente, es una constante adaptación del sujeto al terreno

que lo ubiquen que termina por deslegitimar su visión de lo ideal, no alcanza un

objetivo exitoso porque la misma presencia dentro de la cárcel y bajo el sistema

penitenciario tan distinto de los ordenamientos jurídicos afines a la convivencia en

sociedad, no se lo permite, no le es familiar y le dificultad una resocialización

cabal.

3. Proporcionalidad de las penas; sistema penitenciario colombiano.

La relación de correspondencia entre la pena como sanción legítima y merecida a


causa de una conducta reprochable y tipificada, debería encontrar sus bases en la

sustentación experimental de tanto más cruda la pena mayor capacidad de

adaptación del delincuente al colectivo que lo recibirá de vuelta, sin embargo, el

planteamiento es otro. Se establecen las penas basados en las disposiciones del

marco constitucional y otros tratados internacionales de protección y Derechos

Humanos, pero distan de ser medidas para la resocialización como carácter

fundante, aunque así lo sustenta el principio de la penalidad.

Cita y González (2017) afirman que más allá de asumirse como lo merecido la

pena no tiene un enfoque que lo fundamente. Se parte de una abstracción de

justicia que implica que los años de condena, el trato que reciban, las experiencias

dentro de la prisión, la ruptura de la rutina y la negación del yo, no son sanción

suficiente o legitima en términos puros frente a la comisión de un delito. Continúan

mencionando mientras citan a Feijoo y Arias, respectivamente, que, en el derecho

penal el principio de proporcionalidad se define a través de la comparación de

pena y delito, entre pena y culpabilidad, entre pena y daño ocasionado con el

delito o entre pena y finalidades socialmente admisibles. (pp. 25).

Se puede afirmar que para la comprensión y adecuación de una pena es requerido

analizar varios matices presentes en su evaluación, tales como los referentes

contextuales, políticos y éticos en que se geste la iniciativa. Pensemos por un

momento en la utilidad del suplicio en el contexto que explica Foucault y la

pertinencia de hacerlo en un lugar público como generador de impacto social que

impidiera la repetición de algún otro miembro del colectivo. Aunque el tipo es

diferente la negociación de proporcionalidad y efecto era más evidente.


El tratamiento de los condenados y la rigidez de la condena se aplica a partir de la

finalidad que el Legislador en nombre del Estado persiga, en tanto a los estados

de democráticos de derecho, en nombre de la protección de la dignidad humana y

los derechos fundamentales, se vela por la libertad de los ciudadanos de ser

victimas de crímenes, por tanto las sanciones frente a la comisión de ellos debe

ser marco referencial para el establecimiento de los lineamientos de libertad que

se quieran conseguir. Por paradójico que resulten, se priva de la libertad a algunos

individuos a fin de proporcionar mayor protección y libertad a otros.

El Comité Internacional de la Cruz Roja, manifiesta que, la situación de las

cárceles en Colombia es insostenible, bajo los parámetros de resocialización y la

falta de espacio para el esparcimiento. Sostienen que las tasas de hacinamiento y

la multiplicación de casos de privación de la libertad fortalecen la poca pertinencia

de las cárceles en cuanto a su fundamento, dificulta la labor de resocialización y

deja entrever una serie de aspectos que se vinculan a la represión de la política

criminal y encarcelamiento en aras del imaginario social de seguridad, aunque

esta no exista. Como una representación de la violencia ejercida por los órganos

de poder en pro de dinamizar los campos electorales y la presencia política e

ideológicas de ciertos grupos se ha logrado encarcelar a cientos sin reducir los

efectos de la criminalidad, los casos y mucho menos conseguir que la finalidad

resocializadora de las cárceles.


3.1 Violencia legítima.

La regulación de los actos violentos hace parte de las premisas máximas de los

fines estatales, comprende desde los métodos de represión hasta la tortura

institucionalizada, el manejo de las armas y los permisos para su uso y porte. La

conceptualización de monopolio de la violencia parte de ese postulado, pero más

allá de eso se recae sobre la frialidad con la que el Estado a través de su derecho

a condenar es capaz de someter a tratos inhumanos, a desnaturalización y

mutación a seres por no cumplir con los aspectos para una buena sociabilidad,

desconociendo al parecer el carácter humanista de las penas, las tareas con las

que las cárceles tuvieron origen reeducativo más allá de la reclusión y aislamiento.

La conceptualización de violencia legítima es el establecimiento de sanciones a

través de los aparatos de justicia irrisorias para los casos condenados, aplica

favorable como contrario al infractor, y diremos por qué. No son justificables los

casos de robos menores a los que las penas impuestas son privativas de la

libertad por un largo tiempo y que la estafa, los robos a los recursos de la nación

sean condenas si bien mayores en tiempo, las condiciones de sometimiento de la

pena, los lugares de detención distan exponencialmente. La violencia en este

caso, sigue siendo frívola para casos en los que se contempla la procedencia del

delincuente, el monto, sus condiciones de vida antes de impuesta la sanción,

como residuo de su anterior vida se presenta la condena.


CONCLUSIÓN

Las contemplaciones que deben tenerse en cuenta para el establecimiento de

penas y sanciones, parecen ser materia de la abstracción, como salidas de un

sombrero que dispone el destino del condenado y no limita a su caso particular los

aspectos que deban tenerse en cuenta, no se recrea una imagen adecuada del

objetivo que se persigue, en lo que consiste la práctica resocializadora, de

reinserción a la sociedad.

Se justifican cierto numero de condenas, de años, la historia del avance en

materia penitenciaria de Colombia demuestra que no sólo se somete a los sujetos

al mantenimiento de un orden que dista de ser el que se establece en la sociedad

y en pro de la sana convivencia. Es decir, las penas resultan irrisorias al comparar

el propósito de la misma con el resultado conseguido, se propone que los

ciudadanos con ciertas deficiencias de sociabilidad y seguimiento de la normativa,

puedan engranar un cuerpo comunitario con las estrategias y formas idóneas,

pero se le impone el conocimiento de una normativa distinta, una rutina dispar y un

modelo de reeducación obsoleto cuando no inexistente.

La tradición foucaltiana asume que dentro del establecimiento de las condenas y

la propensión a la constante vigilancia está la demostración máxima de la entrega

de un sujeto a un sistema superior y es lo que permite su eventual transformación

en cuanto a los caracteres que la sociedad exige, pero no se precisa que funcione

así. La constante vigilancia sería causante de inseguridad, de rencor por el órgano

de control y en nada privilegia que se someta a un número de reglas que no se


encuentran en la construcción axiológica de su comportamiento habitual.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

Sancho, M. (2014). Sociología de la desviación: Howard Becker y la teoría

“interaccionista de la desviación”. Revista del programa de Investigaciones sobre

Conflicto Social,12, 65-87.

Burgos, G. (2016). El monopolio de la violencia como construcción jurídica.

Algunos desafíos globales. Análisis Político, 89, 114-129.

Cita, R., González, A. (2017). La proporcionalidad de las penas en la legislación

penal colombiana. Grupo Editorial Ibañez. Bogotá, Colombia.

Beccaría, C. (1764). Tratado de las penas y los delitos. Recuperado de: https://e-

archivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/20199/tratado_beccaria_hd32_2015.pdf?

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