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HIBRIDEZ VÍRICA ENTRE CINE Y LITERATURA

Apuntes para un pensamiento de la temporalidad pandémica

David Valencia
Paulo Ilich Bacca

He regresado insistentemente a Las Ruinas Circulares, esa oda a las realidades oníricas,
que heredamos de Borges. Al hacerlo y, a falta de la mía, siento estar retornando a tu
biblioteca, esa, que gracias a las geografías que soñamos, me albergó en ciudades, que
como la del amado Borges, parecían habitadas por fantasmas del Sur. Permíteme
decirte, sin embargo, que en sus patrias, el wayuunaiki no está contaminado por el
castellano y es infrecuente el Covid-19.

La idea de soñar a un hombre e imponerlo a la realidad, que aparece en Las Ruinas


Circulares, me parece absolutamente vigente en las actuales circunstancias. Hace un par
de semanas, en una de esas cadenas que impone el rigor del teletrabajo, recibí un
facsímil electrónico desde Viena firmado por Frijot Capra y Hazel Henderson, en él, el
físico y teórico de los sistemas y la futurista y analista política, imparten una lección
sobre las pandemias, su impacto e historia, localizada en el 2050. La pareja apela a la
ciencia para concluir, por un lado, que hay una relación entre colonialismo y
calentamiento global, que resulta directamente proporcional a la analogía que va del
exterminio cultural a la perdida de la diversidad biológica. Entre sus consecuencias, en
esta vigilia de confinamiento, sobresale la transmisión de virus que han vivido
simbióticamente con especies no-humanas; y que en el cuerpo humano, adquieren la
misma capacidad mortífera del cambio climático sobre la tierra, resultando altamente
peligrosos y tóxicos, como el Covid-19. De otro lado, treinta años en el futuro, proyectan
la producción local de alimentos con tecnologías indígenas, la disminución del turismo
de masas, el uso progresivo de combustibles fósiles, entre otras medidas amigables con
el medio ambiente.

El personaje central de Las Ruinas Circulares, un hombre taciturno llegado del Sur y
oriundo de una patria ‘donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es
infrecuente la lepra’, fue capaz de crear oníricamente a un hombre, soñando primero
con su corazón y visionando progresivamente al varón integro. En la ciencia de los
sueños de Borges, los órganos del cuerpo humano operan como los virus: en plena
transformación, se trata de materiales genéticos anárquicos sin los que la teoría de la
evolución sería una quimera. Ellos, a decir de Emanuele Coccia, no pertenecen a ningún
individuo y, sin embargo, son capaces de transformar a la totalidad de los seres vivos
permitiéndoles desarrollar su forma única. Ya te imaginarás, que el filósofo italiano,
sigue de cerca la formula del cuerpo sin órganos que a la vez resuena con el arte de
Francis Bacon, llevándolo en efecto mariposa a citar a Deleuze: ‘Hacemos rizoma con
nuestros virus, o más bien nuestros virus nos hacen rizoma con otros animales’.

Pues bien, la forma en que el personaje de Borges va palpando y acoplando en sus


sueños diferentes órganos hasta proyectar a Otro, sigue la trayectoria del cuerpo
múltiple que habita en nosotros, que pareciera ir de la literatura a la ciencia, si pensamos
en las sugerencias de Capra y Henderson. Percibir que somos múltiples, nos impone
repensarnos como humanos/no-humanos, y fluir con nuestros virus, hongos y bacterias:
‘No somos un solo ser vivo sino una población, una especie de zoológico itinerante, una
casa de fieras’. Ese humano/no-humano, como el personaje de Borges, tendrá que ser
más humilde y comprender con consuelo que es una apariencia que otro está soñando.

II

Circulares anatomías de plastilina. Borramiento de facciones tras las circulares


anatomías en la imagen que anexas. Un surreal y pictórico malentendido cuando
salpicas tu texto con alusiones corona-víricas que se han venido propagando tanto como
las cifras nuestras de cada día (y que se tornan cada vez más y menos significativas o
trascendentes). La circularidad en el cuento de Borges se desdobla en la creación del
doble, el otro, el homúnculo que repetiría incansable el ciclo de las generaciones
oníricas. De tal Eterno Retorno de lo Idéntico me asalta un cosquilleo anómalo
recordando las no infrecuentes pesadillas que le provocaban a Friedrich Nietzsche.
Tanto como la lección pandémica ahora y en 2050. Muchísimas más circulares
anatomías de plastilina.

Se inaugura entonces esta fase infecto-solipsista del capitalismo vírico que nos asedia,
la postiza conectividad a que nos sujeta cierta contagio-fobia de rostro anómalo. Con las
facciones des-identificadas. Un rostro anómalo de facciones desenfocadas y traslaticias.
Para que te hagas una idea de cómo ando en estos encierros puedes tanto apreciar un
cuadro de Bacon como recordar al ser que habitaba el sótano de la lujosa y estilizada
mansión Park en Parásito de Boong Joon Ho. He pensado mucho en la existencia
subterránea y ciertamente escondida de tal cucarachesco personaje. En Memorias del
subsuelo, Dostoievsky destilaba en boca de su nihilista protagonista frases de escarnio y
lúcido desdén hacia los ideales de una humanidad arrogante. Nunca me habían parecido
tan pertinentes tales fraseos.

El desencanto civilizatorio se torna enorme, no sé si al punto de contagiar un apetito


suicida como el de la espectral película Pulse (Dir. Kiyoshi Kurosawa, 2001). En tal
fantasmática distopía la barrera que separa el mundo de los vivos y los muertos se va
disolviendo en una verdadera epidemia tanática. Y el canal, justo como ahora, es la
obligada virtualidad tecno-dependiente. Como si la circulación de agentes patógenos
incluyera memes, pegadizas ideas, símbolos, ritornelos o fragmentos sonoros en una
heterogeneidad digna del Rizoma Deleuze-Guattárico que mencionas. Y no solo porque
el devenir nómada nos haga cohabitar con metamórficas súper gripas, ni porque tales
súper gripas vengan a castigar las malas conductas de la humanidad hacia el medio
ambiente, se trata más bien de una Peste que Albert Camus había detallado con
prefiguración visionaria si consideramos las capas de significado adosadas a las
explicaciones y posibles reacciones al contacto enfermante que padecemos y nos
padece.

De tal crónica pestífera un amigo me recomendaba El diario del año de la peste (1722)
de Daniel Defoe, extraña escritura cernida sobre el desastre con una angustia de
exactitud y verosimilitud que asusta incluso al más descreído. De tales intentos de
retratar la peste me quedo con Francis Bacon, esas anatomías plastilínicas que de
inmediato asocio a la primera víctima (actuada por una pertinentemente antipática
Gwyneth Paltrow) de la también profética Contagio de Steven Soderbergh (2011). Eso
sí, por favor no vayas a ponerte a ver estas películas que menciono, o si no la infecto-
paranoia reinante puede degenerar en un caso de agorafobia franca y temiblemente
incurable.

Me despido como con un letargo de claustro-filia incipiente. Acompañado por los


retratos baconianos que veo cada vez que al dictar clase on-line -y gracias a los vaivenes
de una siempre dudosa conectividad- las imágenes se pixelan y las voces adquieren
resonancias de ultratumba (o desaparecen en lo que se viene constituyendo como un
nuevo modelo de comunicación entrecortado y repetitivo… “me escuchan?”… “se
escucha bien?”… en un eterno retorno de tedio infinitivo). Así te propongo un homenaje
a este modo-glitch de la existencia, a este des-posicionamiento de las rutinas hiper-
consumistas, a este aquietamiento de los ruidosos ritmos del turbo-consumismo a
trasluz de una pantalla que, dibujada por Francis Bacon, diluye la precisión de la alta
definición en un maremágnum innoble de incierto gusto y de plastilina.

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