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David Valencia
Paulo Ilich Bacca
He regresado insistentemente a Las Ruinas Circulares, esa oda a las realidades oníricas,
que heredamos de Borges. Al hacerlo y, a falta de la mía, siento estar retornando a tu
biblioteca, esa, que gracias a las geografías que soñamos, me albergó en ciudades, que
como la del amado Borges, parecían habitadas por fantasmas del Sur. Permíteme
decirte, sin embargo, que en sus patrias, el wayuunaiki no está contaminado por el
castellano y es infrecuente el Covid-19.
El personaje central de Las Ruinas Circulares, un hombre taciturno llegado del Sur y
oriundo de una patria ‘donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es
infrecuente la lepra’, fue capaz de crear oníricamente a un hombre, soñando primero
con su corazón y visionando progresivamente al varón integro. En la ciencia de los
sueños de Borges, los órganos del cuerpo humano operan como los virus: en plena
transformación, se trata de materiales genéticos anárquicos sin los que la teoría de la
evolución sería una quimera. Ellos, a decir de Emanuele Coccia, no pertenecen a ningún
individuo y, sin embargo, son capaces de transformar a la totalidad de los seres vivos
permitiéndoles desarrollar su forma única. Ya te imaginarás, que el filósofo italiano,
sigue de cerca la formula del cuerpo sin órganos que a la vez resuena con el arte de
Francis Bacon, llevándolo en efecto mariposa a citar a Deleuze: ‘Hacemos rizoma con
nuestros virus, o más bien nuestros virus nos hacen rizoma con otros animales’.
II
Se inaugura entonces esta fase infecto-solipsista del capitalismo vírico que nos asedia,
la postiza conectividad a que nos sujeta cierta contagio-fobia de rostro anómalo. Con las
facciones des-identificadas. Un rostro anómalo de facciones desenfocadas y traslaticias.
Para que te hagas una idea de cómo ando en estos encierros puedes tanto apreciar un
cuadro de Bacon como recordar al ser que habitaba el sótano de la lujosa y estilizada
mansión Park en Parásito de Boong Joon Ho. He pensado mucho en la existencia
subterránea y ciertamente escondida de tal cucarachesco personaje. En Memorias del
subsuelo, Dostoievsky destilaba en boca de su nihilista protagonista frases de escarnio y
lúcido desdén hacia los ideales de una humanidad arrogante. Nunca me habían parecido
tan pertinentes tales fraseos.
De tal crónica pestífera un amigo me recomendaba El diario del año de la peste (1722)
de Daniel Defoe, extraña escritura cernida sobre el desastre con una angustia de
exactitud y verosimilitud que asusta incluso al más descreído. De tales intentos de
retratar la peste me quedo con Francis Bacon, esas anatomías plastilínicas que de
inmediato asocio a la primera víctima (actuada por una pertinentemente antipática
Gwyneth Paltrow) de la también profética Contagio de Steven Soderbergh (2011). Eso
sí, por favor no vayas a ponerte a ver estas películas que menciono, o si no la infecto-
paranoia reinante puede degenerar en un caso de agorafobia franca y temiblemente
incurable.