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12/5/2020 Introduccion

Introducción

La oración de la mañana y de la tarde


La relectura cristiana de los salmos

1. Los salmos en la historia de la salvación

El contenido de los salmos es el misterio de la salvación. Brotan de la historia


del pueblo elegido, «en ella se mueven, constituyen un reflejo constante y la
manifestación de la misma en oración» (R. Spirito). Esto significa que, para
que pueda ser comprendido el «salterio» ('i'a TI)oLov, término procedente del
nombre del instrumento de cuerda con el que se acompañaba el canto de los
salmos), debemos considerarlo a la luz de la unidad de toda la revelación y
considerarlo, además, en sí mismo de manera unitaria. Esta es la mejor clave
para su interpretación religiosa. En esta introducción deseamos responder a
una pregunta: ¿por qué ha elegido la Iglesia el salmo como expresión común
y universal de su oración, convirtiéndolo con ello en nuestro libro privilegiado
e insustituible?

Se advierte de inmediato que esta pregunta presupone una visión de


continuidad en la novedad entre las dos alianzas: la Iglesia ha mantenido
constantemente viva esta conciencia en la oración de los salmos. Éstos, fruto
de una larga historia humana, son los compañeros de viaje de Israel y de la
Iglesia tanto en las horas de sufrimiento como en las de alegría. Los salmos
son el resultado y la síntesis de todas las tradiciones y experiencias
teológicas y espirituales de la primera y de la segunda alianza.

2. Los salmos en la historia del pueblo judío

Bendice, alma mía, al Señor


y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor
y no olvides sus beneficios.
(Sal 102,1 ss).

Todo el pueblo ha comunicado con estas palabras sus experiencias, ha


expresado su vida profunda, ha gritado su dolor, ha manifestado su alegría.
Son como el reflejo, como el espejo de toda la vida de Israel en su relación
con el Dios fiel y misericordioso. Los salmos son la oración de Israel:
enseñan al individuo y a la comunidad la actitud que deben mantener ante
Dios en las circunstancias más variadas de la vida; constituyen una escuela
de oración, son apelación a Dios y respuesta de éste a través de un eficaz
diálogo personal y comunitario con él. Los salmos constituyen, en efecto, la
reacción de fe y de oración del pueblo de Israel frente a las grandes gestas
del Señor. Dios guía la historia del pueblo y está presente en ella como su
salvador y liberador. Por eso, los salmos son alabanza a Dios creador,
confianza en el Dios fiel al pacto del Sinaí, acción de gracias por las
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maravillas que él lleva a cabo en la comunidad y en cada fiel, lamento por los
males y las contrariedades de la vida, celebración hímnica de la grandeza de
las obras de Dios y exaltación de la elección divina del ungido davídico y de
Jerusalén, ciudad santa puesta sobre el monte Sión.

Es sobre todo en el culto, especialmente en el culto litúrgico del templo de


Jerusalén, donde la comunidad de Israel se reúne para celebrar a Dios, para
evocar de nuevo los destinos del pueblo, para invocar la intervención y la
ayuda divinas sobre la comunidad en las travesías de la vida. No debemos
olvidar que, durante la última guerra, los hijos de Israel respondían con
salmos al furor del infierno desencadenado contra ellos. Este acontecimiento
manifiesta una misteriosidad y una grandeza de fe que tal vez no tengan
parangón en la historia del cristianismo, si exceptuamos la edad de los
mártires.

3. El dinamismo del salterio hacia Cristo

El Nuevo Testamento nos revela que los acontecimientos de la primera


alianza son anuncio, figura, profecía de la persona y de la vida de Cristo:
«Era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley de Moisés,
en los profetas y en los salmos» (Lc 24,44). La oración de los salmos
encuentra en Cristo Jesús su significado cabal y su plena eficacia. Este es el
modo de releer los salmos para los cristianos. La Iglesia nos invita a rezar el
salterio no para realizar sólo una «lectura» de los salmos, sino una «relectura
cristiana», o sea, que nos invita a releerlos con una perspectiva nueva,
guiada por el Espíritu de Dios. Sin que los salmos pierdan su significado
originario, la Iglesia les da una mayor hondura y los abre de una manera
dinámica a lo nuevo, al sentido cristiano, que encuentra en Cristo su punto de
referencia y la cima de toda la gesta de Dios. Cristo es el criterio de
comprensión cristiana y espiritual del salterio. Esta «relectura cristiana» de
los salmos ha de realizarse, por consiguiente, a la luz del misterio de Cristo y
de la Iglesia. A la luz de Cristo, en cuanto que él es el Mesías del que hablan
las Escrituras; a la luz de la Iglesia, en cuanto que ella es el nuevo Israel.
Con todo, este ahondamiento espiritual perdería su significado si llegara a
faltar la referencia a la primera alianza.

4. La oración de Cristo: relectura cristológica de los salmos

El salterio es, en su sentido más verdadero, «el libro de oración de Jesús»


(D. Bonhoeffer) no sólo porque Jesús oró con los salmos en su vida terrena,
sino principalmente porque en los salmos «es Cristo el que habla, [...] el que
ora y aquel al que oramos, [...] el que habla de nosotros por medio de
nosotros y en nosotros, así como nosotros hablamos de él» (san Agustín).
Jesús se educó en la oración siguiendo la tradición de su pueblo, que
acostumbraba a orar tres veces al día en familia: por la mañana, al mediodía
y al atardecer. Aprendió a orar con el modelo de los salmos. Recitó los
salmos del Hallel después de la cena pascual (cf. Sal 112-117; Mt 26,30) y
rezó dos salmos en la cruz (cf. Sal 22,2 en Mt 27,46 y Sal 31,6 en Lc 23,46).
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Si consideramos el contenido del salterio, éste aparece como oración de


Cristo, es decir, hecha por Cristo, realizada por Cristo, llevada a cabo en él.
En efecto, el éxodo de Egipto y la liberación del exilio de Babilonia son
símbolo de la redención llevada a cabo por Cristo en la cruz, y los milagros
contemplados por Israel en el desierto significan los sacramentos del
bautismo y de la eucaristía (cf. 1 Cor 10,1-13); el rey davídico es figura de
Cristo (cf. Hch 2,25); los salmos reales se identifican con él y expresan la
esperanza cristiana de la venida del Reino escatológico; los salmos que
hablan del justo perseguido y del pobre oprimido por los enemigos hacen
referencia a Cristo humilde y pobre, a Jesús-Siervo, que sufre y camina hacia
la cruz; el orante israelita que muestra la seguridad del justo se convierte en
el cristiano que, con humildad filial, pone su confianza en Dios, reforzando
así su fe y la de la Iglesia.

a) La creación y el Creador
(cf. Sal 8; 18; 28...)

La creación existe por Cristo. Por él, con él y en él damos gracias a Dios por
la magnificencia de su obra. El se muestra poderoso en la creación y en la
historia de la salvación. El salmo es, con frecuencia, un canto sagrado por
excelencia, pues tiene como objeto la majestad de Dios.

b) La ley que nos libera de nosotros mismos


(cf. Sal 1; 18; 118...)

Cristo es la nueva ley, el conocimiento nuevo y perfecto de Dios, el camino


nuevo y perfecto para hacer la voluntad de Dios y agradarle. El se presenta
como maestro de sabiduría que exalta la Palabra de Dios en la Torá.

c) La historia de la fidelidad divina


(cf Sal 78; 104; 105...)

Toda la historia de Dios con su pueblo alcanza su plenitud en Jesús, en quien


hemos sido salvados. La historia de la salvación culmina en la misión del
Mesías y en el drama de su amor por el hombre (Sal 22; 69).

d) La esperanza escatológica
(cf. Sal 16; 88; 89; 95; 96; 97; 109; 148; 150)

La vida de comunión con Dios, la victoria final de Dios en el mundo, el


establecimiento de su realeza, han sido irreversiblemente anticipados y
orientados por el misterio pascual de Cristo. Jesucristo ha llevado
verdaderamente «ante Dios todo el dolor, toda la alegría, toda la gratitud y
toda la esperanza de los hombres» (D. Bonhoeffer).

5. La oración de la Iglesia:
relectura eclesiológica de los salmos

Si Cristo rezó los salmos, su pueblo, que es la Iglesia, también puede


hacerlo. La Iglesia convirtió el salterio, en el siglo III, en su libro favorito de
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oración. En esto siguió el ejemplo de Cristo y de la comunidad primitiva,


aplicando los salmos a las festividades y a las circunstancias de la vida
cristiana. El apóstol Pablo, en su carta a los cristianos de Éfeso, les
exhortaba a orar juntos con «salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y
tocad para el Señor con todo vuestro corazón» (Ef 5,19). El fundamento
teológico del uso de los salmos en la vida de la Iglesia se rige por el principio
según el cual la historia de la salvación, que tiene un carácter unitario, se
desarrolla y se realiza de una manera progresiva, por lo que los hechos y las
personas de la primera alianza anuncian y prefiguran a las personas y los
acontecimientos de la segunda alianza (el Nuevo Testamento). Por ejemplo,
cuando en los salmos se recuerda a Israel, el pensamiento del cristiano vuela
al nuevo pueblo de Dios, formado por creyentes de toda procedencia (cf. Gal
6,16; 1 Cor 3,16ss); cuando se habla del monte Sión y de Jerusalén, se habla
de la Iglesia; cuando el israelita piadoso subraya el deseo de los bienes de la
tierra, el cristiano los sustituye por el anhelo de la salvación eterna.

La oración de los salmos nos enseña a orar como comunidad, como pueblo
de Dios, y «la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios en el que se realiza la
historia del antiguo Israel» (LG 2). En la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo y
el nuevo Israel de Dios, los salmos manifiestan su significado más profundo.
La Iglesia, al recitar los salmos, lleva a su consumación el viaje emprendido
por Israel, experimentando de nuevo la ayuda y la fidelidad de Dios, a pesar
de sus infidelidades y debilidades. Los salmos han pasado de la liturgia del
templo de Jerusalén a la liturgia de la Iglesia, donde «el hombre no habla ni
reza solo, sino que Cristo habla y reza en el hombre» (D. Barsotti). De este
modo, la Iglesia de Cristo «continúa la oración de Cristo» (OGLH, 6) a través
de un mutuo hablar de Cristo en la Iglesia y de la Iglesia en Cristo. De ahí
resulta que sólo toda la comunidad, con Cristo cabeza, puede rezar toda la
riqueza del salterio. En él se vive la historia de la Iglesia: los sufrimientos
presentes, su tensión hacia el cumplimiento definitivo de las promesas de
Dios, la certeza de la victoria final, a pesar de sus enemigos (cf. Sal 45). De
este modo, los salmos, como toda la Escritura, esconden un significado que
sólo se manifestará el gran día del retorno glorioso de Cristo.

Con todo, es preciso confesar que la oración de los salmos por parte del
cristiano presenta dificultades, como algunos sentimientos y actitudes
espirituales que no son cristianos en absoluto (cf., por ejemplo, el Sal
136,8ss); la misma fe israelita, limitada y cerrada a lo trascendente y a la fe
cristiana (cf. Sal 6,5ss; 22,5ss); la reevocación de los grandes hechos de la
historia de Israel como historia alejada de nosotros; el lenguaje mismo y el
mundo cultural del salterio, muy distante del actual y moderno. A pesar de
todas estas dificultades, la Iglesia ha hecho suyas estas oraciones de los
salmos y los vuelve a leer ahondando en ellos en sentido cristiano y
aplicándolos a la fe de la Iglesia y de cada creyente.

6. ¡Señor, enséñanos a orar en el hoy!

Así pues, en la medida en que entremos en el misterio de Cristo y de la


Iglesia, esta palabra se convertirá en palabra nuestra. Sólo podemos orar en
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Jesucristo, y sólo él puede enseñarnos a hacerlo, seguros de ser


escuchados. Jesús nos libera de nuestro subjetivismo interesado y de
nuestras muchas charlas paganas. Se trata de la incomparable oración del
padrenuestro. Ahora bien, esta oración remite a los salmos, que la introducen
y la preparan: «El salterio está tomado del padrenuestro y éste está tomado
del salterio» (Lutero).

La Iglesia define en la liturgia de las horas los laudes y las vísperas como la
oración que el cristiano debe distribuir en su jornada: «Los laudes como
oración matutina, y las vísperas como oración vespertina, que, según la
venerable tradición de toda la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira el
oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar como las horas principales»
(OGLH 37).

Decía san Basilio Magno: «La mañana está hecha para consagrar a Dios los
primeros movimientos de nuestra mente y de nuestro espíritu, de modo que
no emprendamos nada antes de habernos reanimado con el pensamiento de
Dios, como está escrito: "Cuando me acuerdo de Dios, gimo" (Sal 76,4); ni el
cuerpo se aplique al trabajo antes de haber hecho lo que se ha dicho: «A ti te
suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo
mi causa y me quedo aguardando" (Sal 5,4ss)».

Las vísperas se celebran al atardecer, cuando va declinando el día, «en


acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto
hemos logrado realizar con acierto. También hacemos memoria de la
Redención por medio de la oración que elevamos "como el incienso en
presencia del Señor", y en la cual "el alzar de las manos" es "oblación
vespertina". Lo cual "puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a
aquel verdadero sacrificio vespertino que el Divino Redentor instituyó
precisamente en la tarde en que cenaba con los apóstoles, inaugurando así
los sacrosantos misterios, y que ofreció al Padre en la tarde del día supremo,
que representa la cumbre de los siglos, alzando sus manos por la salvación
del mundo". Y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce
ocaso, "oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros;
pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna"» (OGLH 39).

Laudes y vísperas expresan la oración pública de la Iglesia, que contempla el


misterio pascual de Cristo en sus dos aspectos de muerte y resurrección. En
esta oración sálmica -escucha y respuesta al mismo tiempo-, la comunidad
cristiana dirige a Dios su espíritu al comienzo del día, a fin de invocar su
ayuda, y al acabar el día, a fin de darle gracias y pedirle perdón.

7. El mejor método para rezar los salmos

El mejor método para rezar los salmos cristianamente es el que se basa en la


lectio divina: se parte del sentido literal o histórico del texto original hebreo, o
sea, leído por Israel (lectio = sentido literal-histórico), para pasar a la
«relectura cristiana» sugerida por el sentido espiritual, o sea, al texto leído a

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la luz de Cristo y de la Iglesia (lectio = sentido espiritual, meditatio), iluminado


sucesivamente por los Padres y por la liturgia de la Iglesia (oratio y
contemplatio), y vivido en la vida diaria (actio). El camino comienza con el
estudio del género literario y del medio donde nació el salmo (= Sitz im
Leben): esto nos ayuda a conocer bien el pensamiento del tiempo y del autor,
los sentimientos expresados, la motivación y la temática de la oración. A
continuación, nos adentramos en la interpretación cristiana del salmo:
releemos el texto poniéndolo en boca de Cristo y de la Iglesia, y
reflexionamos sobre cómo puede ser rezado a la luz de la nueva alianza.
Después lo aplicamos a la vida del cristiano, haciendo brotar sus
sentimientos personales y sus opciones de vida. Como es natural, la
«relectura cristiana» del texto sálmico y su oración serán diferentes si se
realizan en un marco litúrgico-comunitario o bien de una manera privada,
para alimentar la fe del individuo en torno a la Palabra de Dios. Con todo, la
finalidad que se quiere alcanzar en ambas situaciones es rezar el texto literal
de los salmos, aunque con el ánimo y la «relectura cristiana» que nos ha sido
enseñada por Cristo y por la Iglesia.

Como síntesis de todo lo dicho, quisiéramos ofrecer al lector algunas reglas


que le ayuden en la comprensión de los salmos y le introduzcan en su
oración.

• Los salmos son diálogo entre Dios y el creyente. Son palabras


humanas dirigidas a Dios, pero también palabras de Dios dirigidas al
hombre. La estructura dialogística de los salmos es interacción entre el
grito

del hombre y la escucha de Dios. Pero lo que se vuelve esencial es vivir


lo que Dios nos dice cuando hablamos con él.

• Los salmos reflejan la vida cotidiana. La oración de los salmos es


una oración concreta y está relacionada con la vida cotidiana del
hombre, con sus emociones y diferentes actitudes del cuerpo, como los
ojos, las lágrimas, las manos, los gemidos. Emplea un lenguaje tomado
de la vida de cada día y comienza por lo que el creyente siente, vive en
su diálogo con Dios. Los salmos están hechos para la música, para el
ritmo, el canto y la danza (cf. Sal 46,2.6-8). Ignorar la dimensión musical
supone empobrecer la oración sálmica.

Los salmos hablan de la persona humana. El hombre, como persona


humana, es unidad de cuerpo, alma y espíritu. Todo se reconduce a la
interioridad (el ámbito del corazón), a la comunicación (el ámbito de la
palabra) y a la actividad exterior (el ámbito de la acción gestual). El
lenguaje de los salmos se conecta siempre con el misterio unificador del
ser humano.

Los salmos son oraciones de contrastes. El contenido de los salmos


se concentra en una visión del mundo y del hombre compuesta
asimismo de conflictos, de lucha, de violencia, que a menudo se
insertan en la oración (cf. Sal 16,13ss; 62,10ss). Rezar los salmos es
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reconocer también la negatividad que hay en el mundo y en el hombre,


y presentarla a Dios para que la convierta y la cure.

• Los salmos son oraciones de invocación de ayuda y de alabanza.


La oración sálmica es toma de conciencia del sufrimiento propio y del
ajeno, es invocación, grito de ayuda y de súplica que llevamos ante
Dios: «Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y
sálvame... ten piedad de mi» (Sal 7,2; 30,10; 37,23; 39,14; 69,2;
105,47). Pero es también oración que tiende a alabar al Señor de la
creación y de la historia humana: «Todo ser que alienta alabe al Señor»
(Sal 150,6).

8. Conclusión

La historia de Israel constituye el paradigma de la historia universal: la


oración de los salmos interesa al destino de toda la humanidad. Por
consiguiente, es la oración implícita de los hombres que buscan la salvación.
Los salmos tienen «el poder de asumir en sí todo el mundo y de sostener el
peso y las preocupaciones de toda la humanidad» (S. Rinaudo). El creyente,
al rezar los salmos con Cristo, queda asociado a su redención universal y
lleva una esperanza al mundo, a pesar de lo negativo; más aún, es el único
verdaderamente capaz de asumir las contradicciones del presente, porque ya
las ha vencido en su raíz. En Cristo, la Iglesia se hace oración del mundo (la
Iglesia es humanidad) para el mundo. El secreto para hacer nuestra la
oración de los salmos es salir del angosto horizonte de nuestro yo para
constituirnos un alma universal y adherirnos a una historia mayor y única, a la
que pertenecemos nosotros desde que Abrahán emprendió su camino al salir
de la tierra de Ur de Caldea y obedecer al proyecto de Dios.

Con toda razón afirmaba el papa Juan XXIII: «El salterio es una fuente
preciosísima de oración. Por eso debéis estudiarlo y conocerlo en su
conjunto y en sus partes. Meditad cada salmo para descubrir sus recónditas
bellezas y formaros un sensus Dei y un sensus Ecclesiae seguro. Reposad
en ellos: elevaos desde los salmos a la contemplación de las cosas
celestiales y desde ellos volveos a la apreciación mesurada y exacta de las
cosas de la tierra, de la cultura, de la historia y de los acontecimientos
cotidianos».

Giorgio Zevini

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