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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
La integración de la dimensión espiritual en
la práctica terapéutica
Crecimiento personal
C O L E C C I Ó N
Título de la edición original:
Psychotherapy and Spirituality.
Integrating the spiritual dimension into therapeutic practice.
© Agneta Schreurs 2002, Prólogo © Malcon Pines 2002
Edición original publicada por Jessica Kingsley Publishers Ltd,
representada por Cathy Miller Foreign Rights Agency
Printed in Spain
ISNB: 84-330-1840-X
Depósito Legal: BI-3237/03
Impresión: RGM, S.A. - Bilbao
A mi hijo Hans
RECONOCIMIENTOS
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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RECONOCIMIENTOS
Agneta Schreurs
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ÍNDICE
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
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ÍNDICE
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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ÍNDICE
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 411
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PRÓLOGO
a la edición española
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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PRÓLOGO
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PRÓLOGO
Malcolm Pines
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INTRODUCCIÓN
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1. Existen muchos estudios y teorías sobre la interrelación entre los fenómenos re-
ligiosos y los fenómenos psiquiátricos, particularmente en los Estados Unidos;
véase, por ejemplo, Fallot (1998) y Shorto (1999).
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
mo una plantilla en relación con otros enfoques que impliquen una me-
todología terapéutica diferente, como, por ejemplo, las restantes psico-
terapias orientadas a la introspección. Consecuentemente, me he esfor-
zado por escribir de modo que los terapeutas de otras escuelas puedan
reflexionar acerca del material y adaptarlo a su propia práctica. También
es preciso decir que el libro no requiere un conocimiento previo especí-
fico de los conceptos del análisis grupal per se. En la medida en que los
conceptos que mencione no sean evidentes por sí mismos, proporciona-
ré una explicación y remitiré al lector a la bibliografía más importante.
La espiritualidad de la corriente principal del cristianismo, todo
hay que decirlo, puede servir para comprender la espiritualidad de
otras denominaciones cristianas, otras religiones y movimientos tales
como la New Age, únicamente de forma limitada. La elección de la es-
piritualidad cristiana como el centro de atención del libro no implica
en absoluto una falta de valoración o de consideración de otras tradi-
ciones espirituales. Muchos aspectos de la espiritualidad cristiana son
compartidos por estas otras tradiciones. Tampoco ignoro en absoluto
que algunos fenómenos y técnicas espirituales parecen ser bastante
universales. Sin embargo, la comprensión de las conexiones entre
nuestra propia profesión y una tradición espiritual en particular, nos
permitirá cuanto menos saber qué preguntas debemos hacernos a fin
de encontrar conexiones similares con otras formas de vida espiritual.
Pero si decidimos adentrarnos más a fondo en otras formas de espiri-
tualidad, este libro constituye un buen punto de partida y ofrece refe-
rencias que pueden ser de utilidad.
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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apoyo a fin de que puedan encontrar el valor para comenzar a vivir au-
ténticamente en respuesta a estas motivaciones auténticas. Lo mismo
se puede decir del establecimiento de una relación con Dios.
Los capítulos 15 y 16 se ocupan del espinoso problema de cómo co-
nocer al “objeto”, esto es, al componente divino de la relación. A esto
he decidido denominarlo el aspecto cognitivo. Cualquier relación perso-
nal auténtica requiere que nos deshagamos de las proyecciones y las
transferencias que nos impiden conocer a la otra persona, el “objeto”,
como realmente es. Lo mismo se puede decir de la relación entre el
hombre y Dios, de modo que las personas espirituales necesitan libe-
rarse –“purificarse”– de las proyecciones, transferencias, demás imá-
genes falsas de Dios y del propio autoengaño que nos salen al paso del
conocimiento y la comunicación con Dios como realmente es. En este
sentido, los objetivos de aprendizaje de la psicoterapia y la dirección
espiritual discurren paralelamente en gran medida. De hecho, la ma-
yor parte de la dirección espiritual consiste y siempre ha consistido en
eliminar tales obstáculos psicológicos. Pero una relación personal re-
quiere igualmente cuanto menos de algún conocimiento de la otra perso-
na. Necesitamos de este conocimiento como base para establecer una
relación real y mutua por contraposición con una relación imaginaria.
Y lo mismo se puede decir de la relación con Dios. Al ser Dios trans-
cendente e invisible, los procesos cognitivos implicados en este caso
son obviamente diferentes de los implicados en las relaciones huma-
nas. Por tanto, el capítulo 15 se centra en el análisis del fenómeno del
conocimiento espiritual intuitivo –“iluminativo”– en tanto que el capí-
tulo 16 analiza los aspectos implicados en la búsqueda de la integridad
intelectual por parte de las personas espirituales.
La Parte 4 analiza lo que sucede entre los dos componentes de la re-
lación, lo que he decidido llamar el aspecto relacional. ¿Cómo puede de-
sarrollarse una relación hasta el punto de alcanzar un nivel de profun-
didad tal que las personas puedan describirla como una “comunión”,
a veces incluso como una “unión”? El capítulo 17 considera las capaci-
dades relacionales requeridas para lograr una mayor profundidad e
intimidad espirituales y en qué aspectos convergen y divergen de las
cualidades relacionales a las que aspira la psicoterapia. A continuación,
el capítulo 18 explica la función que desempeña la teología en la mate-
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INTRODUCCIÓN
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Parte 1
LA ESPIRITUALIDAD EN LA
SESIÓN TERAPÉUTICA
INTODUCCIÓN A LA PARTE 1
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INTRODUCCIÓN A LA PARTE 1
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1
¿HUIDA, TEMOR O FE?
Escena 1
Al grupo le quedaban menos de tres meses para acabar. Uno de sus miembros,
un sacerdote, le contó al grupo que acababan de informarle de que le queda-
ban aproximadamente otros tantos meses de vida. El grupo se quedó anona-
dado. “¿Cómo se sentía?”. “Emocionado”, contestó, “dentro de tres meses sa-
bré con seguridad lo que me he estado preguntando durante casi toda mi vi-
da”. El grupo escogió este tema y la emoción del sacerdote se vio contrapesa-
da con la tristeza ante la perspectiva de perderle y el miedo a la muerte por
parte del grupo.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
1. Campbell (2000) presenta una divertida parodia de los muchos y diferentes ni-
veles de interpretación posibles entre los cuales un analista de grupo tiene que
elegir, en su búsqueda de la intervención más eficaz en una situación dada.
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¿HUIDA, TEMOR O FE?
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2
¿MIEDO INFUNDADO O
RAZONABLE?
Escena 2
En cierta ocasión, durante la presentación de un caso, un terapeuta de grupo
que se había encontrado con un problema me pidió consejo (como experto en
la materia allí presente). Su paciente, un miembro de una comunidad protes-
tante muy estricta, señaló durante la entrevista de admisión que tenía miedo
de que su religión no fuera a ser respetada en la terapia de grupo.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
cree usted que fue el consejo del experto: ¿Cómo sugeriría usted que el
terapeuta podría responder de la mejor manera a la ansiedad del pa-
ciente? ¿Antes de que el paciente entrara en la terapia de grupo? ¿Al co-
mienzo de la terapia? ¿Durante la terapia?
Me gustaría también hacer antes algunos comentarios generales so-
bre lo justificado de la postura de este paciente religioso. Por supuesto,
puede que esté utilizando su miedo religioso para ocultar su resistencia
a la psicoterapia, pero aunque esto fuera cierto, su temor a que no se le
respete es razonable y debería ser abordado como tal. En primer lugar,
el paciente pertenece a un sector de la población que suele ser objeto de
malentendidos y eventualmente constituye el blanco de actitudes irres-
petuosas. Muchos conversos, por ejemplo, han podido comprobar que
la conversión suele acarrear la pérdida de las antiguas amistades.
Muchas personas religiosas, y en particular los miembros de Iglesias
muy rigurosas, suelen ser etiquetadas de “fundamentalistas” y tratadas
como si no fueran más que unos fanáticos estrechos de miras. Pero la ob-
servancia fiel de las enseñanzas ortodoxas, ya sean judías, cristianas o is-
lámicas, no equivale en absoluto al fundamentalismo o al fanatismo.
Un ejemplo de lo extendida que está la ignorancia de las suscepti-
bilidades específicas de este sector de la población puede encontrarse
en un artículo que apareció publicado en un semanal holandés.1 El ar-
tículo informa con cierta inquietud de un incidente que tuvo lugar
cuando una madre llevó a su hija a un servicio regional de salud men-
tal. Durante la entrevista de admisión a la madre le preguntaron si ha-
bía o podía haber otros colaboradores profesionales que estuvieran al
corriente del problema de la hija. La mujer respondió: “Sí, el pastor de
la Iglesia”, a lo que el terapeuta respondió con: “El pastor no es un co-
laborador profesional”. El artículo prosigue relatando a sus lectores
cuál fue la reacción de la madre. Durante el resto de la entrevista la ma-
dre se mantuvo muy correcta pero después telefoneó para cancelar la
siguiente cita, alegando que a fin de cuentas su hija no era realmente
tan mala. Pero ésta no fue la razón real por la que interrumpió el con-
tacto. Antes bien, la madre razonó: “No aceptan mi fe porque no acep-
tan al pastor. Por lo tanto, no puedo confiarles a mi hija”.
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¿MIEDO INFUNDADO O RAZONABLE?
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Secuela de la escena 2
Le sugerí al terapeuta que le pidiera al paciente que en la primera sesión le di-
jera al grupo cuáles eran las creencias centrales que él sostenía y que quería
que se respetasen y que fuera muy claro, de modo que el terapeuta y los de-
más miembros del grupo no corrieran el riesgo de herir estas creencias. A con-
tinuación el paciente informaría de lo que quería cambiar o en qué consistía
su infelicidad y dejaría claro al terapeuta y a los demás pacientes que ésta se-
ría el área a trabajar en terapia. Siempre que aparecieran signos de conflicto
entre este área y su fe, el terapeuta debería en primer lugar ayudar al pacien-
te a clarificar la naturaleza del conflicto, al tiempo que respetando su fe.
Después permitiría que fuera el paciente quien volviera a tomar su propia de-
cisión respecto de lo que quería trabajar en terapia y lo que no.
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¿MIEDO INFUNDADO O RAZONABLE?
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¿MIEDO INFUNDADO O RAZONABLE?
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¿TRAUMA PSICOLÓGICO O
ESPIRITUAL?
Escena 3
Un joven estudiante se había visto atrapado por una secta religiosa no oficial
y literalmente tuvo que escapar de ella. Lo habían captado en el extranjero. La
secta le “conservaba” su pasaporte, de modo que tuvo que huir sin él y expli-
carse en la aduana para que le dejaran volver a su país. Hizo falta mucha psi-
coterapia para elaborar la culpa y el daño psicológico que la acción de la secta
y su propia respuesta a la misma habían provocado. Su búsqueda espiritual,
que constituía un rasgo prominente de su personalidad, también había resul-
tado dañada de forma casi permanente. Lo único que le quedaba era un senti-
do del altruismo que encontró su expresión a través de la ocupación que más
tarde se decidió a desempeñar.
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¿TRAUMA PSICOLÓGICO O ESPIRITUAL?
probable es que las Iglesias o las sectas de estos “proscritos” estén sin-
ceramente convencidas de que lo que hicieron fue justo. Difícilmente
puede esperarse de ellos que pidan perdón.
¿Qué puede ofrecerle la psicoterapia a estos “parias”?
Cuando nos excluyen o expulsan de nuestra Iglesia por motivos
equivocados, la situación es esencialmente la misma que tiene que
afrontar un joven homosexual o una joven embarazada que han sido ex-
pulsados de su casa por un padre muy seguro de sí mismo, pero excesi-
vamente autoritario, que les prohíbe que vuelvan o intenten ponerse en
contacto con sus hogares. En ese caso, ¿podríamos, como personas, vol-
ver a ser capaces psicológicamente de confiar, de comprometernos, de
reunir el valor de dejarnos ver por casa? Este es, evidentemente, un te-
ma apropiado para la psicoterapia. Y especialmente, en el caso de que
no hayamos solucionado estas cuestiones a nivel psicológico, si senti-
mos que tampoco podemos dejarnos ver ante Dios. Psicológicamente,
las personas excluidas de su religión han sido expulsadas de su familia,
amputadas de sus propias raíces. La psicoterapia puede y debe ofrecer-
se a ayudar a estas personas a solucionar este problema y ayudarles a
clarificar sus preguntas a Dios. Después de esto, puede que entonces se
decidan a afrontar el problema espiritual de cómo reparar lo que expe-
rimentan como la ruptura de su relación con Dios.
La psicoterapia puede igualmente ayudar a estas personas, como
las de los ejemplos mencionados, en otro aspecto relacionado con su
problema. Es importante que estas personas afronten el hecho de que
existen comunidades religiosas “insanas” y líderes religiosos medio-
cres. Los movimientos religiosos y todas las Iglesias establecidas (al
igual que los movimientos políticos y los gobiernos) pueden verse so-
metidos por facciones tiránicas o desequilibrarse colectivamente en ba-
se a exagerar un único aspecto de la religión por encima de los restan-
tes. La obsesión por las guerras de religión o la exigencia escrupulosa
de mantener una actitud conformista constituyen ejemplos de tales
exageraciones. Éstas aparecen de cuando en cuando, pero no debemos
olvidar que a las instituciones religiosas les cuesta tanto liberarse de ta-
les actitudes y comportamientos como a cualquier individuo o institu-
ción secular.
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¿ALUCINACIÓN O VISIÓN?
Escena 4
Cuando entró parecía nerviosa. Era una mujer con los pies en tierra, una dili-
gente ama de casa. Había perdido a su marido, había reconocido su pérdida y
había estado elaborándola, reconociendo claramente cuáles eran sus sentimien-
tos y lo que él había significado para ella. Era abierta y honesta. Su miedo resi-
día en lo que su médico le había pedido que me contara. ¿Pensaría que estaba
loca? ¿La mandaría a un hospital psiquiátrico? “Es que”, empezó diciendo,
“de vez en cuando oigo que me llaman por mi nombre y también he tenido una
visión. Me gustaría descifrar su sentido. Quiero saber qué es lo que piensa
usted de esto”.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
nes deben estar alucinando. Y son muchas las Iglesias que, demostran-
do ser más sabias que su correspondiente proporción de enfermos men-
tales e impostores, han venido desarrollando de forma absolutamente
comprensible una actitud muy cautelosa acerca de estos fenómenos.
En realidad, el arte de distinguir las visiones de las alucinaciones
no es tan complicado. Morton Kelsey dice: “Si alguien ve elefantes ro-
sas, está teniendo una visión. Si alguien ve elefantes rosas y se escon-
de debajo de la cama por temor a que lo aplasten, está teniendo una
alucinación. La diferencia es muy sencilla de hecho”. La mayoría de las
personas que acudían a él alegando que tenían visiones sabían perfec-
tamente que sus experiencias no tenían su origen en el mundo físico.
Kelsey explica que, al igual que sucede con los sueños, una visión es
una imagen o una serie de imágenes vívidas sobre las cuales no tene-
mos ningún control. Si podemos hacer que aparezcan intencionada-
mente, entonces no es una visión. A diferencia del sueño, la visión no
tiene lugar mientras estamos dormidos, sino cuando la persona está
absolutamente despierta y sabe que está despierta.
Winnicott considera igualmente las alucinaciones como fenóme-
nos oníricos que se han desplazado hasta adentrarse en la vigilia. En
su opinión, “la alucinación no constituye en sí misma un fenómeno
más patológico que el correspondiente hecho de que los acontecimien-
tos diurnos y los recuerdos de sucesos reales atraviesen la barrera pro-
tectora y se incorporen a la formación del sueño”. Si bien Winnicott no
diferencia entre las alucinaciones y las visiones religiosas, su afirma-
ción implica que considera que el criterio de patología no está ligado
al hecho de que las personas “vean”, sino más bien al modo en que
reaccionan ante lo que “ven”.1
Además, muchas personas absolutamente “normales” tienen vi-
siones y oyen voces en algún momento de sus vidas. Ahora que el ta-
bú acerca de hablar de estas experiencias está disminuyendo, parece
que éstas son comunes a un sector mucho más amplio de la población
de lo que se había supuesto en un principio. La investigación actual en
el campo de la psiquiatría social ha sometido a comparación a tres gru-
pos: pacientes esquizofrénicos, pacientes disociativos y no pacientes.
Los tres grupos oyen voces por igual. El Profesor Romme, director del
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¿ALUCINACIÓN O VISIÓN?
Secuela de la escena 4
“Los pacientes del servicio de psiquiatría responden claramente de una forma
diferente a como usted lo hace”, le dije. “El que usted oiga que la llaman por
su nombre me recuerda la historia del joven Samuel. Éste oyó que alguien le
llamaba por su nombre, pero fue otra persona quien tuvo que explicarle que se
trataba de la llamada de Dios”. La mujer, que también era religiosa y estaba
familiarizada con la historia bíblica de Samuel, respondió: “Sí, yo también he
tenido ese mismo pensamiento. ¿Cree usted que podría tratarse de algo simi-
lar?”. Y yo le dije: “Tal vez el Señor tiene algo que decirle, pero, por supues-
to, yo no puedo saber de qué se trata. Así pues, trate de escucharle”. Como te-
rapeuta, le aconsejé que redujera el tiempo que dedicaba a las labores de la ca-
sa y a sus oraciones y que empleara ese tiempo en descansar y estar tranquila
a fin de que pudiera escuchar mejor.
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3. La historia aparece en 1 S 3,1-10. (N. del T.: A menos que se especifique lo con-
trario, todas las citas bíblicas proceden de la Biblia de Jerusalén).
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¿ALUCINACIÓN O VISIÓN?
Escena 5
Se trata de un ama de casa de treinta y tantos años que entró en terapia de-
bido a una bulimia nerviosa. No es propensa a los vómitos ni al uso de la-
xantes, pero cada vez que se da un atracón se siente eufórica durante varias
horas. Cuando sale de compras no puede resistir la tentación del helado, el po-
llo asado y demás aperitivos. Lleva una vida solitaria. Aunque es miembro de
la Iglesia Pentecostal, se mantiene también a distancia de la misma. Está ca-
sada con un hombre que se ha vuelto un psicótico grave. Su hijo pequeño es
muy retraído y también es una personalidad límite (borderline). Cada vez que
está eufórica porque se ha dado un atracón es incapaz de velar por su seguri-
dad. Este niño está ahora en el hospital en observación.
La niñez de esta mujer fue triste y solitaria. Su madre, su hermana mayor
y su abuela se llevaban muy bien, pero siempre la excluían a ella, que era la
segunda hija y la más joven. Hasta que tuvo 12 años su padre la apoyó.
Después, ella se sintió atraída sexualmente por él. A los 17 años tuvo un in-
tento de suicidio y fue hospitalizada durante algún tiempo. Todavía se estre-
mece cada vez que recuerda su reclusión en una celda de aislamiento.
Su comunicación con Dios es muy intensa y en el transcurso de la misma
eventualmente experimenta visiones. En sus visiones dice que ha visto a
Jesús llorar cada vez que ella no podía seguir resistiéndose por más tiempo a
darse un atracón. De niña, había tenido la experiencia de que el Espíritu
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Santo le mostraba lo que ella era: un “trozo de hierba segado”. Más reciente-
mente se había visto a sí misma como una mujer muy bella. Sabía que ésta
era la mujer que Dios haría de ella. También se le había dado a conocer que
sería una madre buena y fuerte. Estas visiones constituían para ella expe-
riencias preciosísimas, una auténtica tabla de salvación. Pero fue a causa de
estas visiones por lo que durante algún tiempo estuvo dudando en pedir ayu-
da. ¿Estaba alucinando? ¿Volverían a ingresarla en un hospital psiquiátrico
–a aislarla nuevamente?
Actualmente se está recuperando, muy lentamente, muy dolorosamente. Y
en todo momento parece como si Dios estuviese guiando su proceso de cura-
ción a través de las visiones.
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7. 1 Co 12,10.
8. G. May (1982a), p. 125.
9. Foulkes, 1948, p. 29, según aparece citado en Pines (1983), p. 271.
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¿DEPRESIÓN U
OSCURIDAD ESPIRITUAL?
Escena 6
Todo parecía indicar que se trataba de un cuarentón triunfador dedicado al
mundo de los negocios. Pero la expresión confiada de su rostro no lograba en-
mascarar la mirada de tristeza y desesperación que se desprendía de sus ojos.
Su reciente “accidente” de coche no fue realmente un accidente. “En realidad
no era esa mi intención; no es que quisiera morirme, es simplemente que no
se me ocurre ninguna razón para vivir. Y eso es muy importante para mí.
¿Puede ayudarme?”.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Escena 7
...pero hará unos cinco años comenzó a sucederme algo muy extraño: duran-
te unos minutos me sentía vencido, al principio por la perplejidad y después
por una sensación de paralización vital, como si no supiese cómo vivir o qué
hacer, y me perdía y me sentía desolado... Estas paralizaciones vitales siem-
pre encontraban su expresión en las mismas preguntas: “¿Por qué? Bien, pero
y después?”.
2. Algunos escritos excelentes en este campo son: Binswanger (1963), Frankl (1967),
Yalom (1980) y Van Deurzen-Smith (1988, 1997, 1999). Cohn (1997) presenta una
lista de “lecturas recomendadas” y una discusión de la convergencia entre el
análisis grupal y el enfoque existencial. En los capítulos 13 y 14 de este libro se
discute más extensamente la perspectiva existencial.
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¿DEPRESIÓN U OSCURIDAD ESPIRITUAL?
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¿DEPRESIÓN U OSCURIDAD ESPIRITUAL?
4. Para una discusión más detallada, véase G. May (1982a), pp. 90-91.
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¿NARCISISMO O ADORACIÓN
MAL DIRIGIDA?
Escena 8
En su libro Agotado: El alto precio de un alto logro, Herbert Freuden-
berger describe el caso de Clyde.1
Clyde se crió en Texas con su madre, dos hermanos mayores y una herma-
na más joven. Su padre murió repentinamente cuando Clyde era un adoles-
cente. Dado que la familia tenía poco dinero, Clyde, que por aquel entonces
iba al instituto, se pasaba las noches trabajando en un restaurante de la loca-
lidad. Después de acabar el instituto aceptó un trabajo a tiempo completo co-
mo camarero. Se sentía responsable del mantenimiento de su familia. Sus her-
manos mayores se habían ido a vivir por su cuenta dejándole solo al cargo de
su madre y de su hermana.
Se volcó en su trabajo. Al cabo de unos pocos años, Clyde se asoció con su
jefe para abrir un nuevo restaurante. Trabajó todavía más, decidido a conver-
tir la nueva empresa en un éxito. Se pasaba casi todo el tiempo en el restau-
rante, consolidando el negocio y previendo el futuro. Tenía poco tiempo para
divertirse. El restaurante tuvo un enorme éxito y Clyde se dedicó a trabajar
todavía más horas.
Cuando su madre volvió a casarse, Clyde quedó libre de tomarse las cosas
con más calma y empezar a vivir por su cuenta. Desgraciadamente, había de-
sarrollado una adicción al trabajo que le resultaba difícil abandonar. Decidió
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¿NARCISISMO O ADORACIÓN MAL DIRIGIDA?
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
algunas de las cuales puede que apreciaran lo que hizo, mientras que
otras no. La suya fue una acción amorosa, cuanto menos de entrada y
antes de que otras preocupaciones desviaran esta actitud de su propó-
sito inicial. Vivir una vida amorosa y nutricia constituye una clave in-
dispensable para la espiritualidad, ya sea cristiana, budista o islámica.
Esta observación sugiere, pues, que la espiritualidad puede ser un fac-
tor importante para Clyde y una indicación para su curación, aun
cuando él todavía no sea consciente de ello. Si se demuestra que esto
es efectivamente cierto y él se vuelve consciente de ello, este factor po-
dría constituir entonces la clave de su recuperación.
Al considerar los posibles enfoques terapéuticos para la recupera-
ción de Clyde desde esta perspectiva, la estrategia más evidente con-
sistiría en ayudarle a descubrir a qué podría consagrarse en este mo-
mento particular de su vida. El hecho de concentrarse en esta cuestión
puede bastar, en sí mismo y por sí mismo, para transcender su proble-
ma en dirección a un nivel más elevado. Una posibilidad consistiría en
remitirle de nuevo a la actitud amorosa original, para que pudiera re-
flexionar acerca de dónde la perdió y hacia dónde querría dirigirse
partiendo de ahí. Se le podría animar a asumir su trabajo en el restau-
rante con dedicación y abnegación, tratando de descubrir y practicar la
esencia del “servicio humanitario” a los demás. Una vez que descu-
briese esto como una experiencia vital personal y auténtica, podría ex-
tender este mismo sentido de “dedicación” a otras relaciones.
Otro posible enfoque terapéutico desde la perspectiva espiritual
consistiría en trabajar la idolatría. Originalmente la “idolatría” se refe-
ría a la adoración de ídolos. En el lenguaje moderno significa que un
“valor” establecido por nosotros mismos se apodera de nuestra vida y
acaba por esclavizarnos. ¿Podría ser este el caso de Clyde?
El psicoanalista Erich Fromm escribe en su libro Psicoanálisis y
Religión:
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Un ejercicio de incomodidad
Si se ha sentido incómodo (intelectual, emocional y profesional-
mente molesto) durante la lectura de estos primeros seis capítulos, le
invito a que se esfuerce en introducir cierto orden dentro de este ma-
lestar. De igual modo que cuando trabajamos la contratransferencia, el
análisis de la propia incomodidad durante la lectura de este libro pue-
de constituir una herramienta importante para aumentar el autocono-
cimiento. Así pues, le sugiero que analice su incomodidad en base a
revisar sus respuestas a las preguntas que acompañaban a las escenas.
¿Puede especificar en qué aspectos y en qué sentido las escenas y sus
comentarios le parecen raros, cuestionables u ofensivos, o bien plan-
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CONCLUSIÓN DE LA PARTE 1
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Parte 2
UNA GRAMÁTICA DE LA
CONCIENCIA OCCIDENTAL
INTRODUCCIÓN A LA PARTE 2
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EL PRESENTE
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2. Estructuras de verosimilitud
Volvamos por un momento a la escena 1: el sacerdote que se alegró
ante la perspectiva de la muerte y el terapeuta que tenía que decidir có-
mo responder ante esto. ¿Por qué suponemos tan fácilmente que la
emoción del paciente debe ser interpretada como una huida maníaca
de la realidad de su muerte inminente?
Cuando se le pregunta a la gente, “¿Cómo te gustaría morirte?”, a
la mayoría de nosotros nos gustaría morirnos sin ser conscientes de lo
que nos esté sucediendo y sin demasiado dolor, ni para nosotros mis-
mos ni para los demás. Ahora bien, en otros tiempos y en otros luga-
res esta concepción de la muerte habría sido considerada irracional,
cuando no inmoral. El hombre medieval, por ejemplo, temía por enci-
ma de todo la posibilidad de una muerte repentina que no le dejara el
tiempo suficiente para prepararse espiritualmente de la forma oportu-
na. La preparación para la muerte era importante. Se insistía en morir
bien y los hombres disponían de varias guías que describían el “arte de
morir”. El mundo medieval prefería las enfermedades que ocasiona-
ban una muerte lenta o que dejaban cuanto menos un margen de tiem-
po razonable a fin de prepararse para la propia muerte. Nuestra pos-
tura actual ante la muerte violenta pone de manifiesto la misma dife-
rencia: el hombre medieval podía alegrarse por anticipado ante la pers-
pectiva de morir en la guerra, dado que antes de la batalla dispondría
del tiempo suficiente para prepararse ante la posible muerte. Esto con-
trasta fuertemente con la concepción actual de la mayoría de nosotros.
Si tuviésemos de hecho la posibilidad de elegir, preferiríamos morir-
nos inesperadamente en un accidente de coche.1
No tenemos ningún sentido colectivo de una “buena muerte”. La
mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que la muerte constituye
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4. Dupré (1993).
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6. Malentendidos simbólicos
Aunque seamos conscientes del carácter simbólico y metafórico del
lenguaje religioso, existe un problema adicional. Todos somos conscien-
tes del hecho de que el significado de las palabras puede modificarse con
el tiempo. Por ejemplo, desde la aparición de la civilización latina en el
mundo el significado de la palabra “persona” se ha transformado en su
antónimo exacto. Su significado original era el de “máscara” (las más-
caras que los actores utilizaban cuando representaban un papel en una
obra), mientras que en su sentido moderno “persona” hace referencia a
quienes somos en realidad cuando no nos ocultamos tras ninguna “más-
cara”.7 Lo mismo se aplica igualmente a los símbolos y las metáforas, aun-
que sus significados cambian de forma más gradual e inadvertida que
los de las palabras. Los efectos de estos cambios en el caso de las metá-
foras espirituales características se analizarán en los capítulos 10 y 11.
Aquí me limitaré únicamente a ofrecer un ejemplo de lo que sucedió con
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8. Ex 3,2 y ss.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Este simbolismo de las tres estrellas está dirigido a las personas que
tienen una experiencia religiosa que, según se dice, no es excepcional y
sucede en todo el mundo. Es brillantemente analizada por Rudolph Otto
en su libro ya clásico Lo Santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios.
Por diferentes que sean sus culturas, la mayoría de los hombres se sien-
ten aterrorizados en un principio cuando experimentan un contacto
real con lo Santo. La experiencia es tan abrumadora que temen profun-
damente perderse en la confrontación. Por esta razón Otto lo denomina
un “misterium fascinans et tremendum”, un misterio fascinante y te-
rrorífico.9 Las tres estrellas de la “virginidad” están dirigidas a este mie-
do espiritual. María representa la actitud humana ideal (¡tanto para las
mujeres como para los hombres!) de disposición, sin vacilación y sin
pretensiones, a permitir que Dios nos haga suyos, en cuerpo y alma. Las
tres estrellas de la virginidad tienen por objeto tranquilizarnos, asegu-
rándonos que no tenemos por qué asustarnos ante la perspectiva de
rendirnos libre y voluntariamente al Dios bíblico, porque no “violará”
nuestras almas: respeta la personalidad humana y la dejará intacta. És-
ta es también la relación entre la virgen María y la zarza ardiendo que
jamás se consume por el fuego. La zarza también tranquiliza al ser hu-
mano, asegurándole que el contacto con Dios inspirará la personalidad,
pero jamás la destruirá. El mensaje de ambas imágenes es que el Dios
de la Biblia nos pide un asentimiento libre y consciente. Hablará y ac-
tuará a través de los seres humanos, pero no en base a una influencia
indebida ni en base a “tomar posesión” de sus cuerpos y sus mentes, co-
mo en las religiones extáticas. La cuestión continúa siendo pertinente en
nuestros tiempos. Dondequiera que encontramos relatos autobiográfi-
cos de personas que han pasado por una experiencia espiritual abru-
madora, la mayoría de las veces éstas nos informan de que su primera
respuesta fue un miedo a “perderse”.
El hecho mismo de que se necesiten tantas palabras para explicar
el significado espiritual tradicional de tan sólo un icono bastante co-
mún, pone de manifiesto lo difícil que nos resulta actualmente com-
prender y apreciar este lenguaje simbólico. También pone de manifies-
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11. Berger (1980), pp. 5-6; Myerson (2001); véase también Graham (1999).
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8
EL TRASFONDO CULTURAL
LLEVADO A UN PRIMER PLANO
1. La matriz fundamental
La opinión vertida en el capítulo 7 se deriva en parte de un con-
cepto procedente de la teoría analítico-grupal y conocido como la “ma-
triz fundamental”.1 El análisis grupal utiliza este concepto para descri-
bir y analizar dónde y cómo el “exterior” y el “interior” se afectan mu-
tuamente dentro de la terapia de grupo. Desde la perspectiva analíti-
co-grupal, las tensiones culturales descritas en el capítulo 7 forman
parte de la matriz fundamental y, por tanto, es muy probable que se re-
produzcan en la interrelación terapéutica. Tal y como lo entiende este
libro, este concepto y su conocimiento del mismo es igualmente rele-
vante para otras metodologías terapéuticas además de la práctica ana-
lítico-grupal. No tenemos por qué ser analistas de grupo para utilizar-
lo como un instrumento útil de cara a observar y analizar los efectos de
las cuestiones relacionadas con el transfondo cultural dentro de cual-
quier metodología psicoterapéutica.
1. Se ha optado por traducir así el original inglés foundation matrix introducido por
Foulkes, que en otras traducciones españolas figura como “matriz originaria”;
aunque sería todavía más exacto, pero tal vez más equívoco, el término de “ma-
triz fundacional”. (N. del T.)
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
En otra parte Foulkes compara esta matriz con una pirámide que va
desde lo menos a lo cada vez más individual: colectividad, especie, cul-
tura, clase, familia, individuo.3 El concepto de “matriz fundamental” se
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EL TRANSFONDO CULTURAL LLEVADO A UN PRIMER PLANO
refiere a los estratos más bajos de esta pirámide. Incluye todo aquello
que es común a todos nosotros en tanto que miembros de nuestra cul-
tura, al igual que todo aquello que es común a todos nosotros en tanto
que miembros de la especie humana.
Esta matriz fundamental constituye una precondición para la apa-
rición gradual de la matriz propia de un grupo en particular, esto es, del
“concierto de interacciones” que le es propio y específico, aunque
siempre cambiante, y “que constituye nuestra base principal de cara a
la orientación, la interpretación, la confrontación y demás contribucio-
nes”.4 Foulkes afirma acerca de esta matriz específica:
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Escena 9
La Sra. P. cuenta que durante la pubertad su padre había abusado sexual-
mente de ella. Lo cuenta claramente y con todo detalle, pero ello demuestra
precisamente lo difícil que le resulta hablar de esto. Se dirige principalmente
al coterapeuta masculino. Este coterapeuta advierte que está empezando a
fantasear acerca de la posibilidad de llevar a juicio al padre de la Sra. P.
La Sra. P. dice que no siente ningún odio, tan sólo dolor y tristeza. No es
capaz de mantener ningún contacto con su padre, éste ha dejado de ser una
persona para ella.
A continuación, otras tres mujeres del grupo asumen y verbalizan el odio.
Un hombre mayor y empático trata de verbalizar lo que siente, pero las mu-
jeres le interrumpen.
Los dos terapeutas implicados intervienen. Dejan claro que finalmente la
Sra. P. ha demostrado estar dispuesta a comunicar sus experiencias traumá-
ticas. No sería terapéutico poner impedimentos a sus esfuerzos.
Después de esto las tres mujeres hablan también de sus propias experien-
cias de abuso sexual. Por contraste con la Sra. P., sus relatos utilizan térmi-
nos generales, son superficiales y no entran en detalle. Hablan de un padre
que entra en el cuarto de baño y empieza a acariciar burlonamente los mus-
los de su hija. Hablan de parientes que hacen chistes obscenos que finalizan
con miradas “elocuentes”. Después hacen observaciones de desaprobación
acerca de la falta de responsividad de otra mujer del grupo, la Sra. Q., que ha
guardado silencio durante todo el tiempo. La Sra. P. también ha quedado re-
ducida al silencio.
Entonces el terapeuta trata de alentar una exploración más concreta e in-
vita a las mujeres a decir algo más acerca de sus experiencias vitales. El tema
se vuelve todavía más general. “Las mujeres siempre han sido objeto de abu-
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EL TRANSFONDO CULTURAL LLEVADO A UN PRIMER PLANO
so por parte de los hombres, durante siglos” – “Las mujeres son siempre las
víctimas”– etcétera, etcétera.
Los dos terapeutas confrontan al grupo con el silencio de la Sra. P. También
señalan la presión de las mujeres del grupo sobre la Sra. Q. Una de las mu-
jeres argumenta agresivamente y con pedantería que esta presión es necesa-
ria porque “sólo la franqueza despiadada puede liberar; los supervivientes del
Holocausto lo saben muy bien desde hace tiempo”. Espontáneamente y de for-
ma igualmente agresiva, el terapeuta dice que se siente ultrajado por esta ana-
logía. El grupo guarda silencio; de vez en cuando alguien hace una observa-
ción hostil. Todos se sienten impresionados y al cabo de un rato así lo hacen
saber cautelosamente.
Durante los últimos minutos la Sra. Q. empieza a hablar. Ha leído mucho
sobre abusos sexuales y ha asistido a algunas conferencias sobre el tema. Pero
no le sirvió de ninguna ayuda. Se siente agotada mental y físicamente. Esto
se parece a los síntomas de las mujeres que han sido objeto de abusos sexua-
les, pero la Sra. Q. es incapaz de recordar ningún abuso. Esta sesión ha ser-
vido para confundirla todavía más; ya no sabe qué pensar.9
9. Haubl (1995), pp. 27-53 (la propia traducción, un tanto abreviada, de la autora
a partir del original alemán); véase Haans (1995), p. 98.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
10. Para una discusión sobre el papel desempeñado por los medios de comunica-
ción y las proliferantes y cambiantes modalidades de comunicación en la for-
mulación de nuestra identidad y la construcción del self, véase Grodin y Lindlof
(1996).
11. Véanse, por ejemplo, las sistematizaciones de Dalal (1998) y Earl Hopper (1996)
acerca de la interacción mutua entre el “inconsciente social” y el proceso grupal.
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EL TRANSFONDO CULTURAL LLEVADO A UN PRIMER PLANO
ces sus temas no se expresan explícitamente sino que más bien se “ac-
túan”. Esto hace que a menudo resulte difícil reconocer lo que está su-
cediendo y, por lo tanto, abordarlo adecuadamente.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
dado que “la subcultura religiosa”, como la he dado en llamar por ra-
zones de conveniencia, dista igualmente de ser un fenómeno homo-
géneo. La subcultura religiosa puede en sí misma complicar el proce-
so terapéutico en las sesiones tanto grupales como individuales. A con-
tinuación viene un ejemplo de cómo un tema procedente del interior de
una subcultura religiosa específica puede ser “actuado” implícitamen-
te dentro de la matriz grupal en lugar de ser expresado verbalmente:
Escena 10
En un grupo de religiosas católicas, uno de sus miembros, una encantadora
septuagenaria, dijo que tenía miedo de morir. Los otros miembros del grupo
respondieron dándole todo tipo de lo que, desde sus perspectivas, no eran si-
no buenos consejos. Se esforzaron por tranquilizarla acerca de que no tenía
por qué sentir ningún miedo. Trataron de ayudarla sugiriéndole que debía
meditar sobre el miedo de Jesús la noche antes de su ejecución. Relataron his-
torias edificantes de personas devotas que murieron con dignidad y en paz. Y
así sucesivamente, una vez y otra vez. La monja anciana guardó silencio y
parecía un tanto acobardada. Finalmente dijo: “Ya sé todo esto. Es lo que me
digo a mí misma constantemente. Lo conozco y creo en ello, pero para mí si-
guen siendo sólo palabras, palabras, palabras”. Las otras monjas no la esta-
ban ayudando en absoluto, de hecho. Se negaban a tomar en serio el miedo de
esta anciana. Después de haberles señalado esto y de preguntarles por qué no
le permitían tener miedo, gradualmente se fue haciendo evidente que este
grupo estaba “actuando” un mito perteneciente a la matriz fundamental de
su propia subcultura, a saber, que las monjas tienen una fe ejemplar y que lle-
van unas vidas cristianas ejemplares y que, por lo tanto, no tienen ninguna
razón para tener miedo a la muerte. Entonces se desarrolló una discusión mu-
cho más fructífera. Resultó que la monja anciana tenía efectivamente razón,
desde su punto de vista, en temer la confrontación con Jesús después de la
muerte. Esto a su vez incitó a otro miembro del grupo, una enfermera profe-
sional, a hablar de que ella también estaba muy enfadada consigo misma.
Explicó que estaba cuidando a una religiosa muy respetada y ahora enferma
terminal, pero que estaba enfadada consigo misma porque personalmente ex-
perimentaba grandes dificultades en llevar a cabo esta tarea paciente y amo-
rosamente. Resultó que de hecho estaba muy enfadada con su paciente, por-
que esta hermana estaba experimentando una fase terminal atrozmente dolo-
rosa e incapacitadora, en lugar de morir una “muerte hermosa” y edificante,
como se supone que hacen las monjas santas. Del mismo modo que el grupo
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EL TRANSFONDO CULTURAL LLEVADO A UN PRIMER PLANO
4. La metacomunicación
La conciencia de la importancia de las matrices fundamental y gru-
pal nos conduce a otro concepto igualmente relevante y significativo, a
saber, que dentro de una sesión de terapia grupal o individual es pro-
bable que tenga lugar una modalidad específica de metatransferencia y
metacontratransferencia entre las partes religiosa y no religiosa. Estas dos
modalidades de transferencia salieron a la luz por primera vez en el
contexto de la psicoterapia transcultural en la que los terapeutas y los
pacientes procedían de culturas diferentes. En estas situaciones existen
por definición grandes diferencias culturales que complican la comuni-
cación terapéutica. Pasemos a revisar, pues, en primer lugar la teoría de
la psicoterapia transcultural y veamos cuál puede ser su relevancia
para la comunicación en el contexto de la terapia “religioso-secular”.
En un artículo muy original acerca de la psicoterapia transcultural,
Michel caracteriza la comunicación entre pacientes y terapeutas proce-
dentes de diferentes culturas como una suerte de “juego con cuatro par-
ticipantes”.12 Estos “cuatro participantes” en el contexto del juego trans-
fero-contratransferencial de una díada terapéutica son: la personalidad
del paciente, la personalidad del terapeuta, la identidad cultural del pa-
ciente y la identidad cultural del terapeuta. Michel se sirve de un dia-
grama muy útil para ayudar a visualizar este fenómeno. Este diagrama
pone de manifiesto que el diálogo dentro de una díada terapéutica está
determinado por (1) la relación entre los dos individuos, (2) la relación
de cada una de las partes con su propio grupo cultural, (3) la relación
de cada una de las partes con el grupo cultural de la otra parte, (4) la re-
lación más general entre los dos grupos culturales de referencia y (5) el
contexto cultural en el que la sesión tiene lugar, por ejemplo, un insti-
tuto especializado de psicoterapia.
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5 4
3
2
De L. Michel: ‘The Significance of the patient’s and the therapist’s cultural groups’, en
Group Analysis 29 (1996), 3, p. 398.
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13. De Boer (1994). Un estudio clásico sobre el concepto de salud mental por parte
del clínico es Broverman et al. (1970).
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9
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PRIMIGENIAS CULTURALES
1. Aristóteles, Poética 21, 1457b (en The Complete Works of Aristotle [1984]: vol. 2, pp.
2332-2333).
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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LA PSICOTERAPIA Y LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS CULTURALES
2. Se ha optado por traducir así el original inglés root metaphor, aunque sería to-
davía más exacto, aunque más equívoco, el término de “metáfora radical” (en
el sentido de “invariante arquetípica”). (N. del T.)
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3. Véase Barthes (1972[1953]); Schafer (1983), cap. 14, “La narración en el diálogo
psicoanalítico”, pp. 212-239.
4. Véase Schafer (1983), cap. 16, “El analizando encarcelado”, pp. 257-280.
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6. Abrams (1953).
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10. Haans (1995) sugiere que al restringir el análisis a esta antítesis y su resolución
dentro de este grupo en particular, ha quedado oculto a la vista el cambio funda-
mental del pensamiento anacrónico en términos de “naturaleza” al pensamien-
to moderno en términos de “cultura”. Estoy de acuerdo en que efectivamente ha
tenido lugar un cambio mucho más fundamental en el grupo de Haubl, pero no
coincido en que sea precisamente la cuestión de la naturaleza frente a la educa-
ción lo que está en juego en este caso. Véase también Erdheim (1995).
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13. Ga 3,28.
14. Sutherland (1995), p. 285.
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LA PSICOTERAPIA Y LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS CULTURALES
Escena 11
Una de mis pacientes, una mujer de unos 40 años de edad, ha perdido un hijo
en un accidente de coche. Esta paciente es miembro de una pequeña Iglesia
protestante. Está convencida de que la muerte de su hijo es un castigo de
Dios, dado que le ha sido infiel a su marido. ¿Cómo debo enfocar esto?
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a una relación cada vez más profunda con Dios. Una metáfora primige-
nia espiritual constituye un instrumento básico para percibir un orden,
un sentido y una unidad en el aparente caos, insensatez y discontinui-
dad de la vida. Ayuda a los hombres a organizar y estructurar sus pen-
samientos y sentimientos, dirigiendo su atención al modo en que tales
situaciones y experiencias afectan a la relación con Dios. Proporciona un
lenguaje y unas imágenes para facilitar la comunicación de la visión es-
piritual de la realidad. Ayuda a los hombres a tomar decisiones, al mar-
gen de las presiones procedentes de fuerzas externas, y, a través de ello,
a encontrar y a dar forma a su identidad personal y colectiva.
En resumen, la función de las metáforas primigenias espirituales
consiste en ayudar a encontrar un sentido y una completud en las si-
tuaciones y experiencias más opuestas de la vida real, tanto positivas
como negativas.
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5. Hall (1993) considera que los efectos psicológicos de los setenta años de opre-
sión del pueblo moscovita son análogos al “asesinato del alma” en los niños
que han padecido abusos sexuales y los prisioneros sometidos a interrogatorio.
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LA PSICOTERAPIA Y LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS ESPIRITUALES
el desierto nos enseña. El pueblo elegido tiene que atravesar por el pro-
ceso de desaprender la antigua dependencia, por el proceso de apren-
der a confiar incondicionalmente en la guía de Dios y por un proceso
de formación hasta llegar a ser un pueblo responsable y justo.
Contemplado desde el primer nivel de significado mencionado
más arriba, esto es, el nivel literal, así es como los textos legislativos en-
cajan en la narración del Éxodo. Contemplados desde el cuarto nivel
de significado (el espiritual o místico), es evidente que también en ese
caso la metáfora jurídica pertenece al contexto más amplio del viaje es-
piritual de los individuos y las comunidades. Las enseñanzas espiri-
tuales de todas las grandes religiones, y no únicamente las basadas en
la Biblia, conocen un largo período de disciplina espiritual. Por decir-
lo llanamente: no es cierto que nos convirtamos de repente y que nos
encontremos donde estamos, así sin más. Lo que la promesa nos dice
es que Dios nos hará libres y que en el transcurso de nuestra vida es-
piritual comprobaremos que esto es cierto. Pero la libertad sólo resta-
blecerá la completud si se limitan sus efectos destructivos. El analista
de grupo Van der Kleij, comparando la terapia de grupo con el catoli-
cismo romano, observa en ambos casos este mismo rasgo paradójico
de disciplina y de control estrictos en el contexto de volverse libres y
volver a ser un todo nuevamente.6
Hay también mucho de qué hablar acerca del “castigo” en el rela-
to del exilio babilónico. Aquí la “narrativa maestra” contextual trata
principalmente de los reyes y los sacerdotes del Templo de Jerusalén.
Ellos son los líderes espirituales y morales del pueblo, pero han co-
rrompido su propia relación, y la del pueblo, con Dios. Los profetas
traen mensajes de Dios que les advierten de que serán castigados si
continúan por este camino. (A diferencia de cómo solemos entender las
“profecías”, en el sentido del Antiguo Testamento éstas no son más que
mensajes de Dios, que pueden afectar al pasado, el presente o el futu-
ro. Los profetas son, pues, mensajeros acreditados en la transmisión de
la voluntad, la promesa o la sentencia de Dios). La elite de Jerusalén se
niega a escuchar y se nos dice que, por esta razón, el Templo fue des-
truido y las clases superiores fueron al exilio. Desde ese momento, los
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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LA PSICOTERAPIA Y LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS ESPIRITUALES
Otros textos influyentes sobre el tema del juicio y el castigo son las
profecías sobre el Juicio Final, y en particular las que aparecen en el libro
del Nuevo Testamento llamado “Revelación” o “Apocalipsis”, que pro-
fetiza el fin de este mundo. La expectación acerca del fin del mundo ha
dado lugar a muchos movimientos “apocalípticos”. Nos inclinamos a
asociar la influencia del apocalipticismo con sus manifestaciones más ex-
travagantes. Pero no debemos perder de vista que esta “sensación de fi-
nal” ha ejercido –y continúa ejerciendo hasta este mismo día– un gran
impacto sobre la cultura popular, la literatura, la ciencia, la política, el ar-
te y el pensamiento moderno, como lo reflejan, por ejemplo, las obras de
Marx, Hegel, Milton y Blake. El término “Juicio Final” significa que en el
fin de los tiempos todos resucitaremos, después de lo cual los enemigos
reales y permanentes del amor y la justicia habrán de ser llevados ante
la justicia y recibirán el castigo que merecen, pero del que habían esca-
pado demasiado a menudo y de forma en exceso evidente en esta vida.
Relacionada con el Juicio Final está la expectativa de un período inmi-
nente de mil años, esto es, un milenio en el que la justicia, el amor mu-
tuo y la felicidad reinarán sobre la tierra.7 El Apocalipsis declara que es-
te período vendrá antes del juicio final y del inicio de un mundo com-
pletamente nuevo. A lo largo de la historia y hasta el día de hoy la ex-
pectativa milenarista ha guiado igualmente a muchos movimientos reli-
giosos y no religiosos convencidos de la inminencia de un Reino de Paz.8
Cuando se las aplica como una metáfora primigenia espiritual, esto es,
interpretadas al cuarto nivel de significado (el espiritual), las nociones re-
7. Ap 20,1-5.
8. Véase Collins, McGinn y Stein (eds.) (1998): The Encyclopedia of Apocalypticism.
No se trata tanto de una enciclopedia que pretenda abarcar términos e ideas cla-
ves, cuanto de una colección de ensayos sobre el apocalipticismo y otros temas
relacionados. La segunda parte del volumen 3 (editado por Stein) trata del im-
pacto del apocalipticismo sobre la moderna sociedad secularizada (y en especial
la sociedad protestante norteamericana). También se limita principalmente a
Norteamérica la colección de ensayos, excelente y fácil de leer, que aparece en
Millennium, Messiahs and Mayhem, de Robbins y Palmer (1997). Un estudio his-
tórico de los movimientos milenaristas desde sus orígenes a la New Age con-
temporánea, finalizando con algunas especulaciones acerca de cómo podría evo-
lucionar el mito en el futuro, puede encontrarse en Grosso (1995). El capítulo 4
de Het nieuw-religieuze verlangen, de Anton van Harskamp (2000) analiza el apo-
calipticismo y el milenarismo en la New Age y los movimientos evangélicos.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
lacionadas con el Juicio Final permiten ayudar, por ejemplo, a las perso-
nas que se encuentran en circunstancias desesperadas y corruptas a
que persistan en obrar compasivamente y justamente, y a mantener su
creencia en la victoria última del amor y la justicia.
Para resumir, el pensamiento bíblico en términos de culpa, juicio,
castigo, sacrificio, arrepentimiento y perdón está firmemente anclado en
el contexto de las narrativas maestras acerca de la liberación (por parte
de un Dios amoroso y compasivo) del extrañamiento provocado por la
opresión externa o por la propia injusticia y el egoísmo de los hombres.
La aplicación espiritual de este tema jurídico a la vida individual debe-
ría dar aliento y esperanza en lugar de la desesperación que muestra la
mujer de nuestro ejemplo. Y no olvidemos que esta mujer no constituye
en modo alguno una excepción. ¿Qué ha sucedido en su caso a nivel psi-
cológico-espiritual? Borg ha aclarado algunos puntos que podrían ser
de utilidad a la hora de encontrar una respuesta a esta pregunta.
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LA PSICOTERAPIA Y LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS ESPIRITUALES
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9. A los pacientes que están convencidos de que la muerte de sus hijos constituye
un castigo por sus pecados también les confunde eventualmente otro pasaje bí-
blico, una historia en la que la muerte de un hijo está relacionada efectivamente
con el adulterio, pero no como consecuencia del mismo. Este pasaje se encuen-
tra en la historia de David y Betsabé en el libro 2 de Samuel 12,1-25. Apoyar se-
mejante convicción en este pasaje constituye un nuevo ejemplo de las conse-
cuencias de focalizar la atención en una parte aislada y no en el todo bíblico al
que pertenece. Si conociéramos y comprendiéramos la historia completa acerca
de este niño en particular y de la respuesta de su padre ante su muerte, resulta-
ría evidente que el mensaje bíblico en cuestión no tiene que ver con el castigo por
el adulterio, sino con el arrepentimiento humano y el perdón de Dios. Es muy
probable que esta comprensión pudiera aliviar a cualquier paciente que estu-
viera basando su reacción en la parte y no en el todo. Probablemente ello no ha-
ría desaparecer los sentimientos de culpa, pero prepararía el terreno para rom-
per el círculo vicioso entre el proceso de duelo y la culpa religiosa.
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8. La psicoterapia y la Biblia
El excursus anterior acerca de algunos textos bíblicos y su interpre-
tación pretende ayudar a los terapeutas a comprender el tipo de pensa-
miento que conlleva tradicionalmente la interpretación y aplicación que
la corriente principal del cristianismo hace de los mensajes de la Biblia.
Si un terapeuta pretende adentrarse más a fondo en el mundo interior
de las personas espirituales, deberá familiarizarse con la forma caracte-
rística de pensar que está contenida en la teología tradicional. En la fal-
ta de este conocimiento es donde suele radicar la comunicación fallida
entre los pacientes “religiosos” y los terapeutas no religiosos. La mayo-
ría de los pacientes, por supuesto, no serán capaces de ofrecer una ex-
plicación técnica detallada, como la expuesta anteriormente, acerca de
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ESPIRITUALES Y LA MODERNA
CONCIENCIA OCCIDENTAL
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LAS METÁFORAS PRIMIGENIAS ESPIRITUALES Y LA MODERNA CONCIENCIA...
ciado a su “fe” y sin embargo ésta todavía seguía presente, aunque co-
mo una suerte de elemento negativo. El suyo era un caso extremo, por-
que había estado claramente envuelto en una religión tiránica. Pero
aun en casos menos extremos, este vacío o negatividad subyacente pa-
rece estar latente en el inconsciente.
Se puede decir que encontramos también un fenómeno análogo al
nivel del inconsciente colectivo. A fin de dar una idea de por dónde de-
bemos empezar la búsqueda, volveré nuevamente sobre las metáforas
del viaje, del juicio y de la guerra para centrarme en las consecuencias
que tiene el hecho de que hayan quedado, por así decir, “soterradas”.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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4. Yalom (1980).
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10. Cochran (1986), cap. 4, pp. 95-127, y cap. 6, pp. 153-181; Nixon (1962).
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CONCLUSIÓN DE LA PARTE 2
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Parte 3
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12
LA ESPIRITUALIDAD COMO UN
PROCESO DE CAMBIO
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
místicas. Los místicos son personas que combinan en sus propias vidas
dos dimensiones distintas de la espiritualidad. Por un lado, ponen su
vida entera al servicio de Dios, ejercitándose a fin de volverse cada vez
más receptivos a su voluntad y cada vez más obedientes a su voluntad
tal y como ellos la perciben. Por otro lado, son excepcionalmente recep-
tivos a la experiencia mística, a la que consideran un don gratuito de
Dios y no un producto de sus propios esfuerzos. La tensión entre sus
propios esfuerzos y ejercicios, por un lado, y su reconocimiento del ca-
rácter de don gratuito que supone su experiencia, por otro, se compara
a veces con el baile: a lo largo de un período inicial relativamente pro-
longado, al bailar (al igual que sucede en la mística) nos ejercitamos pa-
ra aumentar el dominio de nuestro cuerpo, pero más adelante es posi-
ble que perdamos ese dominio. En el caso del baile, es la música la que
marca la pauta. Nos entregamos a la música, que hace que nuestros
cuerpos evolucionen. Pero el cuerpo no sólo siente ganas de bailar. Los
espectadores pueden observar que esto es lo que sucede de hecho.
A largo plazo, el estilo de vida de los místicos genera un cambio de
personalidad tan radical que se suele hablar de una “transformación es-
piritual”. Una tradición espiritual o mística es un corpus de teorías pe-
dagógicas y ejercicios prácticos (nosotros diríamos más bien una me-
todología) que ayuda a las personas y a sus consejeros a lo largo de es-
ta lucha. A estos últimos se los denomina tradicionalmente “directores
espirituales”, aunque ésta sea una de las pocas funciones que también
han desempeñado las mujeres desde tiempo atrás. Actualmente existe
una tendencia a utilizar términos menos “directivos”, como, por ejem-
plo, “guía espiritual” o “amigo espiritual”.
En el caso de Europa, sabemos que la dinámica de este proceso se
estudiaba ya desde el tiempo de los antiguos griegos en adelante.
Posiblemente de mucho antes incluso de la cultura griega procede la
sistematización del desarrollo espiritual bajo la guía de un director es-
piritual a lo largo de tres etapas o fases: la purificación (o purgación), la
iluminación y la unificación, que se alternan con “noches oscuras” inter-
mitentes. (Ya hablé antes de que el despertar espiritual suele verse pre-
cedido de un período de “oscuridad” espiritual, y de que en el trans-
curso de un mayor desarrollo espiritual pueden tener lugar “noches
oscuras”. Fue en los comentarios de las escenas 6 y 7, el hombre de ne-
192
LA ESPIRITUALIDAD COMO UN PROCESO DE CAMBIO
1. Aunque en ese caso la puesta en práctica tendría también otras fuentes demos-
trables. La práctica ascética, por ejemplo, no parece originalmente cristiana, si-
no que parece haber sido adoptada de fuentes judías, neoplatónicas y gnósticas.
193
PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
194
LA ESPIRITUALIDAD COMO UN PROCESO DE CAMBIO
I
Pero en aquel mismo período sentía que Dios me estaba llamando. Me resis-
tí a esa sensación. Traté de encontrarle una explicación racional. Pensé que
podía ser la voz de mi superyo, el resultado de mi educación que había ani-
dado en mi conciencia y que me estaba dictando cómo debía vivir e impidién-
dome tomar mi propia decisión libre. Bastante a menudo parecía de hecho que
era la voz de mi superyo. Muchas veces creí reconocer que la llamada “voz de
la conciencia” no era sino dependencia. Muchas veces me pareció que debía
decirle no. Este es un proceso que todavía se repite. Pero una y otra vez en-
contraba también que no todo podía explicarse de este modo. De alguna for-
ma este anhelo de Dios no se decidía a abandonarme. Siempre volvía, rayén-
dome como una abrasión. Durante mucho tiempo seguí pensando que se tra-
taba de una inclinación enfermiza. Me parecía que me faltaba el valor de arro-
jarla fuera de una vez para siempre.
II
Pero más adelante, durante mis estudios de postgrado, leí los escritos de
Viktor Frankl y de Abraham Heschel. ¡Qué alivio! En ellos aparecía expresa-
da con palabras mi propia idea dormida y no verbalizada de que mi conflicto
interno no era algo enfermizo. Antes bien, tenía que ver con aquello que de
más humano hay en el hombre, esto es, la cuestión de si está solo en el infini-
to que tiene frente a él. Desde entonces comencé a ver cada vez más clara-
mente que la sed que tiene el hombre de profundidad y de eternidad se sacia
en Jesucristo.
III
Actualmente mi anhelo de Dios ha evolucionado en dirección a una relación
personal íntima.
195
PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
196
LA ESPIRITUALIDAD COMO UN PROCESO DE CAMBIO
Por ejemplo, ya no sólo al final del viaje espiritual, sino también desde
el mismísimo principio tiene que haber alguna experiencia “unitiva”
elemental, esto es, cierta conciencia de la fase tercera y “más elevada”
del desarrollo espiritual. De lo contrario, las personas no se sentirían lo
bastante motivadas para seguir luchando. Y por otro lado, también, las
personas a las que se considera místicos avanzados nos hablan de que
continúan luchando contra las tendencias egocéntricas. En cuanto a la
fase “iluminativa”, en la primera y la última etapa también es preciso
tener una intuición espiritual “iluminativa”. Ello permite integrar la
“experiencia obtenida” a un nivel cada vez más profundo de la perso-
nalidad. Por lo tanto, muchos directores espirituales de nuestros días
consideran las experiencias purgativa, iluminativa y unitiva como as-
pectos, en lugar de etapas, del crecimiento espiritual –de modo similar
a como existe actualmente un consenso general acerca de que las fases
del proceso de duelo que Elisabeth Kübler-Ross distingue en su famo-
so libro Sobre la muerte y el morir no son tanto etapas que seguimos –y
deberíamos seguir– a lo largo de una estricta secuencia temporal, cuan-
to más bien pasos fluidos por los que podemos atravesar cíclicamente
tantas veces como sea necesario mientras hacemos el duelo por una
pérdida.4 A pesar de que todo esto es real, existe obviamente cierto tipo
de secuencia lógica en el proceso, dado que el proceso del despertar es-
piritual de una persona precede necesariamente a su decisión cons-
ciente acerca de comprometerse o no con la vida espiritual y a su con-
comitante proceso de cambio espiritual. El ejemplo del estudiante de
psicología (escena 12) sirve para dar testimonio de algún modo de esta
secuencia “lógica”.
Utilizaré, pues, los términos del esquema clásico de la misma forma
levemente asociativa como estructuré la autobiografía del estudiante,
esto es, describiendo el proceso de cambio espiritual como una interrelación
dinámica de aspectos que se presuponen y se influyen mutuamente en todo
momento.
Para resumir, mi adaptación de la antigua sistematización acerca
de la purificación que precede a la iluminación, que a su vez viene se-
4. Kübler-Ross (1969).
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6. Esta y la otra cita que aparece más abajo proceden de Wakefield (1983), p. 122.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
1. Frankl (1955a, 1955b, 1964[1946], 1967). Otros “Padres Fundadores” son Bins-
wanger (1963) y Boss (1963[1957], 1979). Véase también Van Deurzen-Smith (1988,
1997, 1999). Una excelente revisión general de la historia del enfoque existen-
cial, de la influencia que ha ejercido sobre la psicología, de su afinidad con el
pensamiento oriental y de sus contribuciones (a menudo no reconocidas) a la
psicoterapia moderna se puede encontrar en “Los orígenes y la importancia del
movimiento existencial en psicología” y “Las contribuciones de la psicoterapia
existencial”, de Rollo May; ambos en R. May (1983, pp. 37-59 y 91-171). Cohn
(1997) incluye también la relación de Foulkes con el enfoque fenomenológico-
existencial.
2. De Heidegger parte la concepción del hombre como un “proyecto arrojado a la
existencia”, como se mencionará igualmente más adelante. (N. del T.)
3. Yalom (1975), pp. 84-85.
4. Yalom (1980).
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EL ASPECTO EXISTENCIAL DE LA ESPIRITUALIDAD
2. La conciencia existencial
Permítanme presentar a continuación otra escena, que servirá
como modelo de la estructura característica de la experiencia exis-
tencial:
Escena 13
Una científico de éxito afirma: “He dado a luz a una criatura mentalmente
retrasada y físicamente discapacitada. El pediatra, mi médico de familia y mi
marido insisten en que ingrese al niño en una institución. Su razonamiento
es que recibirá cuidados profesionales con los que yo no puedo competir en el
caso de que me decidiera a cuidar del niño personalmente. También señalan
que si me decido a asumir la agotadora tarea de cuidar de mi hijo, lo que, en-
tre otras muchas cosas, exigiría horas y horas diarias de ejercitar paciente-
mente sus músculos y sus limitadas capacidades mentales, pondré en peligro
mi matrimonio y mi desarrollo como persona y como científico. Ciertamente,
la sociedad en general se beneficiaría mucho más de que prosiguiera mi con-
tribución a mi disciplina académica.
5. Yalom (1975), p. 85. Cf. Combs (1989), que revisa los resultados de los estudios
acerca de las similitudes y las diferencias entre psicoterapeutas expertos y prin-
cipiantes de distintas escuelas, poniendo de manifiesto que los mejores tera-
peutas, al margen de su escuela de procedencia, se parecen más entre sí en su
concepción de la psicoterapia que los principiantes y los expertos de la misma
escuela, y sus sistemas de creencias básicas parecen igualmente muy similares
en lo fundamental. En el libro de Combs figuran también las referencias biblio-
gráficas de estos estudios.
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EL ASPECTO EXISTENCIAL DE LA ESPIRITUALIDAD
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
7. La autora utiliza aquí el pronombre personal “Yo” (como ser total) en lugar del
sustantivo “ego” (como instancia psíquica), en la línea de la diferenciación en-
tre “self” y “yo”. (N. del T.)
8. Una interesante historia del concepto, que se ha vuelto tan popular, de la bús-
queda del “Verdadero Self”, a diferencia del “yo” cotidiano, puede encontrarse
en Heisig (1997). A modo de ejemplo, Heisig analiza cómo se desarrolló el con-
cepto en la psicología de C.G. Jung.
9. Winnicott, (1990[1960b]), p. 46.
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EL ASPECTO EXISTENCIAL DE LA ESPIRITUALIDAD
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
podría ser una cuestión existencial el tener que decidirse por algo dife-
rente. E incluso para una tercera madre podría no tratarse de una cues-
tión existencial en absoluto, sino sencillamente de sopesar los pros y los
contras de cada una de las opciones. Así pues, ninguna de estas tres ma-
dres es “mejor” que las demás, dado que lo existencial es absolutamen-
te personal, es una cuestión de ser quienes somos en particular y de asu-
mir la responsabilidad por ese acto en concreto. Solemos sentirnos muy
vulnerables cuando tomamos una decisión de este tipo, dado que no
podemos ofrecer ninguna otra razón al margen de “esto es lo que soy”.
Otra de las características del aspecto existencial es que las pro-
pias personas implicadas suelen tener un difícil acceso al Verdadero
Self. Habitualmente necesitan un largo período para clarificarse. Esto
se puede ver, por ejemplo, en el contenido de las escenas 12 y 13.
Frankl y Yalom descubrieron que el papel que desempeñan los facto-
res existenciales no es fácilmente observable por los terapeutas, pero
lo mismo se puede decir de la autoobservación. La mayoría de las ve-
ces solemos estar inmersos en actividades y problemas cotidianos de
una naturaleza mucho más mundana. No hay, pues, necesidad algu-
na de ser conscientes del Verdadero Self. Habitualmente es preciso
que aparezca una situación crítica para que advirtamos que nuestra
propia existencia en tanto que seres humanos auténticos está en jue-
go. La aparición de una situación dramática trivializa nuestras preo-
cupaciones cotidianas y nos fuerza a concentrarnos en las cuestiones
fundamentales en el aquí y ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Esta es la razón de que en la psicoterapia existencial y en la dirección
espiritual a veces se invite a las personas a fantasear, dirigidos por el
experto, una situación crítica y dramática en la que tengan que afron-
tar su propia muerte. Esto puede ayudarles a identificar lo que verda-
deramente es vital por el hecho de ser quienes son en particular.
Algún tipo de “muerte” suele estar implicada efectivamente en el di-
lema existencial, como sucede en el caso de la madre de la escena 13,
que consideró su “muerte” como científico, como miembro influyen-
te de la sociedad y como mujer casada. Heidegger pone de relieve es-
ta conexión entre la muerte y el Verdadero Self, al afirmar: “Morir es
algo que todo Dasein (ser ahí) debe asumir por sí mismo a su debido
tiempo. Por su propia esencia, la muerte es, en cualquier caso, mía, en
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15. Esto es, al self, al que apuntan necesariamente. (N. del T.)
16. Wolters (1986). Una explicación clara y concisa puede encontrarse en Benner
(1988), pp. 114 y ss. Véase también Benner (1998).
17. R. May (1983), p. 91.
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4. Se ha optado por traducir spiritual self-doubt (la duda acerca del verdadero self
espiritual) como duda espiritual subjetiva, para diferenciarla de la spiritual doubt
o duda espiritual objetiva (la duda acerca de la verdad del contenido de la expe-
riencia iluminativa), que será analizada en el capítulo 16, sección 9. (N. del T.)
5. La expresión “suficientemente bueno” procede de Winnicott, tal y como apare-
cía citado igualmente al final de la sección 2 del capítulo 13. (N. del T.)
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
6. Píndaro, Odas Píticas 2,73 (la propia traducción de la autora de “genoi hoios es-
si mathoon”).
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Quizás sea todavía más útil el apoyo que un grupo puede darle a
aquellos para quienes la experiencia espiritual parece constituir en
realidad una forma de autoengaño. Puede ser muy significativo que el
autoengaño adopte esta forma en particular. El fenómeno del autoen-
gaño espiritual es análogo a la situación en la que un paciente, en de-
terminado momento de su terapia, se enamora repentinamente, con un
amor que siente que difiere totalmente de todos los amores anteriores
y que de hecho suele constituir una amenaza para su matrimonio, da-
do que “este sí es al fin mi Verdadero Amor, mi verdadero destino”.
También esto puede ser perfectamente una forma de autoengaño, pe-
ro no obstante puede incluir asimismo una verdad importante, a saber,
que la persona está creciendo de hecho en dirección a una capacidad
de amar diferente y más profunda. De ser así, es muy importante que
lo reconozcamos como tal. Ello alentará a la persona en cuestión a se-
guir creciendo en dirección hacia el amor maduro, dejando abierta ini-
cialmente la cuestión del tipo de vida que podría derivarse de ello. Del
mismo modo, una llamada ilusoria a la vida espiritual puede indicar
también un crecimiento similar: un crecimiento en dirección hacia un
nivel de relación diferente y más personal con el Ser Transcendente.
Una vez más, es importante que la persona y el terapeuta implicados
reconozcan esto como tal y mantengan una actitud abierta en relación
con ello, esto es, que permitan que la espiritualidad incipiente adopte
su propia forma y su propio curso.
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
7. Un ejemplo de estos escritos puede ser “Regresión yoica y purgación”, que apa-
rece en Fauteux (1994), pp. 14-31.
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
un “lujo superfluo”. Pronto dejó de comer cualquier cosa que le gustara. Más
adelante, pasados unos meses, decidió ayunar rigurosamente y limitarse úni-
camente a lo que consideraba estrictamente necesario para mantenerse con vi-
da. Durante este período comenzó a pensar y a sentir de forma diferente: “Era
como si me hubiese vuelto inmaterial. Todo se volvía tan intenso, tan claro.
Me sentía eufórica, a veces extática, como si todas mis limitaciones hubiesen
desaparecido, como si fuera capaz de hacer cualquier cosa. No sentía ningún
dolor, ninguna aflicción, ningún cansancio”.
Pero gradualmente su euforia se fue convirtiendo en miedo: “Tenía miedo
de que me fueran a ‘robar’ mi nueva vida. Y experimenté esta sensación de
una forma muy extraña. Parecía como si una fuerza exterior a mí misma es-
tuviera forzándome a mantener mi vida de pureza”. Este período estuvo ca-
racterizado por conflictos en todas las áreas. Discutió con sus padres a causa
de sus hábitos alimenticios; luchó contra sus propios deseos sexuales y contra
su anhelo de afecto y simpatía; y tuvo que luchar para no sucumbir al ham-
bre casi constantemente.
Marjan siguió sacando buenas notas. Después de acabar el instituto, fue
a la universidad para estudiar filosofía. Su aislamiento aumentó.8 Al cabo de
un tiempo, cayó gravemente deprimida y tuvo un intento de suicidio. Fue en
este momento, a los 22 años, cuando decidió buscar ayuda psiquiátrica.
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
10. Una discusión crítica acerca de las diferentes teorías sobre la anorexia se puede
encontrar en Malson (1998).
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
11. Barron (1989); Cheraskin y Ringsdorf (1974). Un libro informativo sobre la his-
toria y la práctica del ayuno dentro de la tradición cristiana es Ryan (1981); un
estudio sobre las dimensiones espirituales de los trastornos de alimentación en-
tre las jóvenes y las mujeres norteamericanas es Lelwica (1999).
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
Estas son las razones por las cuales a lo largo del mundo y de la
historia se ha venido practicando el ayuno como una parte integrante
del proceso de aprendizaje espiritual. El consejo que se suele dar res-
pecto de cómo practicarlo es también bastante similar: seguirlo duran-
te un cierto período, abstenerse de los lujos y de ciertos alimentos es-
pecíficos, pero hacerlo con moderación de forma que no dañemos
nuestra salud, dar generosamente a los pobres, no ayunar de una for-
ma rígida o legalista ni tampoco como una prueba de capacidad, y es-
pecialmente: que el ayuno sea por encima de todo un período de ora-
ción y de confrontación sincera con nosotros mismos. Ciertamente, al-
gunos santos famosos llegaron a extremos en el ayuno y otras prácti-
cas ascéticas, pero, por lo general, no se consideraba que esto constitu-
yera, en sí mismo y por sí mismo, un indicativo de su santidad, sino
más bien de algo sospechoso que debía ser supervisado críticamente
–y ciertamente no de algo a imitar por otras personas. Por lo demás, es-
te ascetismo tan extremo constituía habitualmente una práctica transi-
toria, un período que estas personas sentían que precisaban para cre-
cer adicionalmente en el amor desinteresado.
Marjan parece haber intuido que el ayuno reviste cierta importancia
para la vida espiritual –sin que llegara a tener una verdadera compren-
sión de este ideal de convertirse en un “ser espiritual”, e igualmente sin
demasiada comprensión de cómo puede ayudar o no el ayuno a llevar
a cabo este ideal. Antes bien, su ejemplo pone de manifiesto lo confusa
que puede llegar a ser esta situación, tanto para ella misma como para
un terapeuta. Desgraciadamente, el suyo no es un caso aislado. Otras
personas pueden sentirse atraídas a probar otras prácticas ascéticas uni-
versales tales como, por ejemplo, la abstinencia sexual, el silencio o la so-
ledad. O puede que sean menos conscientes todavía de la naturaleza es-
piritual de su deseo. Al menos, Marjan tenía algunas nociones vagas
acerca de su deseo de llegar a ser como un monje tibetano. Pero otras
personas, todavía menos conscientes de lo que quieren y de por qué lo
quieren, malinterpretan sus inclinaciones, creyendo que están al borde
de la depresión o de algo peor. Esto se analizó en los comentarios a las
escenas 6 y 7 (el hombre que tuvo un pseudoaccidente y Tolstoy).
Este impulso a la purificación y a la práctica del ascetismo conlle-
va evidentemente graves peligros espirituales, psicológicos y físicos.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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LA PSICOTERAPIA Y LA LUCHA POR LA ESPIRITUALIDAD AUTÉNTICA
pregunta que en ese caso debemos hacernos es: ¿qué es lo que ha fallado
en el proceso de desarrollo espiritual de Marjan, a pesar de su determi-
nación y de sus sacrificios? ¿Aparecen algunas claves en su propia his-
toria que nos permitan responder a esta pregunta?
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Escena 15
Mientras estaba un día sentada en el jardín, de repente tomé conciencia de la
presencia en la hierba de una colonia de hormigas que corrían con rapidez y
decisión en medio del trajín de sus ocupaciones. Hice una pausa para obser-
varlas y estudié su actividad, preguntándome hasta qué punto serían capaces
de ver ellas mismas su propia pauta. De repente me vino la idea de que yo era
tan grande que para ellas yo era invisible –excepto, tal vez, como una sombra
sobre sus vidas. Yo era gigantesca, enorme –capaz de comprender de un úni-
co vistazo, al menos hasta cierto punto, la labor de la colonia entera. Tenía el
poder de destruirla o dispersarla y estaba totalmente fuera del alcance de su
conocimiento y de su comprensión. Ellas formaban parte del cuerpo de la tie-
rra. Pero no sabían nada de la tierra, excepto de la parte diminuta de la misma
que constituía su hogar.
Apartando la atención de ellas y volviéndola de nuevo hacia mi entorno,
observé que había un árbol no muy lejos y que hacía sol. Había nubes y un
cielo azul que se extendía infinitamente. Y de repente yo era diminuta –tan
pequeña, débil e insignificante que el hecho de que existiera o no carecía en
realidad de toda importancia. Y sin embargo, por insignificante que pudiera
ser, mi mente era capaz de comprender que el mundo ilimitado que aparecía
ante mis ojos estaba más allá de mi comprensión. Sabía que yo misma era una
parte diminuta de la totalidad del mismo. Podía comprender mi falta de com-
prensión.
Un observador tendría que ser increíblemente grande para poder verme a
mí y al mundo a mi alrededor del mismo modo que yo podía ver a las hormi-
gas y su mundo, pensé. ¿Pensaría este observador externo que yo era tan in-
consciente de su existencia como yo sabía que las hormigas lo eran de la mía?
Tendría que ser más vasto que el espacio cósmico y estar más allá del enten-
dimiento, y sin embargo yo podía ser consciente de él –yo era consciente de
él, a pesar de mis limitaciones. Estaba y no estaba al mismo tiempo más allá
de mi comprensión.
Aunque el instante de comprensión fue emocionante y transformador, ya
entonces sabía que en realidad no era más que un atisbo diminuto. Y sin em-
bargo, dado que se produjo ese atisbo de comprensión, la puerta de la eterni-
dad ya esta abierta. Mi propia parte, por limitada que pudiera ser, se trans-
formó en aquel momento en una realidad que debía ser incluida en el todo. De
hecho, el todo no podía estar completo sin mi propia contribución particular.
Yo era al mismo tiempo tan insignificante que era prácticamente inexistente,
y tan importante que sin mí el todo no podía alcanzar la plenitud.
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dad y reverencia en el culto, los ritos y las liturgias, así como en la ar-
quitectura y demás artes religiosas. La presencia divina aparece en ellas
como un “misterio terrorífico y fascinante”, en palabras de Otto. Tales
experiencias pueden ser profundamente humillantes y desconcertantes.
El hecho de verse perturbado por la advertencia de la insignificancia, la
fragilidad, la imperfección de la propia existencia en comparación con
la majestad de Dios no constituye en sí mismo una experiencia negati-
va. Pero, dependiendo de la vulnerabilidad de su personalidad y de su
fe, las personas pueden sentirse abrumadas por tales sensaciones de
indignidad hasta el punto de quedar abatidas. En tal caso, las conse-
cuencias de tales experiencias se vuelven terapéuticamente relevantes
(véase también el capítulo 7, sección 6, y el capítulo 14, sección 1).
Las experiencias místicas también son vividas y reconocidas en todas
las religiones. Las autoridades y las doctrinas religiosas las valoran de
formas diferentes. Unos valoran únicamente las experiencias místicas
de los santos y los fundadores reconocidos por su tradición, por con-
traste con otros que entrenan a todos sus miembros para que se vuel-
van más receptivos a las mismas; otros recelan de tales experiencias
subjetivas y conceden mucha más importancia al hecho de vivir la vida
cotidiana religiosamente. Sea como fuere, las experiencias místicas de-
sembocan de forma característica en la sensación de haber aprehendido
la realidad última, de liberación de las limitaciones del tiempo, el espa-
cio y el yo individual, además de una sensación de beatitud o sereni-
dad. Stace ha establecido una diferenciación útil entre las llamadas ex-
periencias místicas “introvertidas” y “extrovertidas”.11 Se denominan
“introvertidas” o “unitarias” cuando toda la diversidad externa e inter-
na es excluida a fin de sumergirse en lo profundo de uno mismo para
descubrir al Uno. Se denominan “extrovertidas” cuando la multiplicidad
de objetos externos se contempla como algo unificado y divino, como
en la famosa experiencia de Thomas Merton cuando observaba a la
multitud en una plaza de Louisville. Mientras miraba a la multitud de
gente corriendo hacia la zona de los comercios tuvo la experiencia mís-
tica de que, como ser humano, estaba unido, en vez de separado, al res-
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
12. “El 18 de marzo de 1958, Merton estaba en Louisville por un asunto relacionado
con la impresión de una nueva guía para postulantes. Mientras estaba de pie en
la esquina de la calle 4ª y la calle Walnut, tuvo una experiencia que podría per-
fectamente describirse como ‘mística’. Vio a la multitud de gente corriendo en di-
rección a la zona de los comercios y se sintió abrumado al advertir que amaba a
todas esas personas y que éstas no constituían algo ajeno ni separado de él mis-
mo. La experiencia cuestionó el concepto de una existencia ‘santa’ y separada,
dado que Merton era monje, que le hacía diferente de todos ellos. Experimentó
el glorioso destino que se deriva del mero hecho de ser una persona humana y
de estar unido, en lugar de separado, al resto de la raza humana”. (Shannon,
1987, p. xii).
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EL ASPECTO COGNITIVO DE LA ESPIRITUALIDAD
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EL ASPECTO COGNITIVO DE LA ESPIRITUALIDAD
14. El excelente libro de Watts y Williams (1988) explica los procesos psicológicos
implicados en el acceso al conocimiento religioso; rechaza el punto de vista de
que el conocimiento religioso directo es imposible y de que sólo la “fe” es posi-
ble; argumenta que el modo en que las personas llegan a conocer otras cosas y
especialmente el modo en que llegan a los insights personales, es similar al mo-
do en que llegan a los insights religiosos, y señala las analogías con los procesos
cognitivos dentro de la psicoterapia.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
15. Grof y Grof (1989); véase también Lukoff, Lu y Turner (1998), y Shorto (1999).
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allá de no comprender que puede existir ciertamente algo así como “Lo
Incomprensible”, ni el cómo ni el por qué de su incomprensibilidad.
Todo esto se parece sospechosamente a una exposición filosófica.
De hecho lo es y muy buena además. ¿Cómo es posible que pueda lle-
gar a ella una niña?
En realidad, lo que está haciendo es muy similar a la metodología
filosófica. Como mi profesor de filosofía solía decir a sus estudiantes,
“Las palabras más importantes en filosofía son ‘Supongamos que’ ”. Lo
que él quería decir con esto es que el método más importante en filo-
sofía es el experimento mental. Desde Sócrates hasta el moderno aná-
lisis conceptual, la filosofía está llena de experimentos mentales tan ri-
gurosamente sistemáticos y susceptibles de ser reproducidos por otras
personas como los experimentos empíricos. En el ámbito de las cien-
cias naturales los experimentos mentales suelen preceder a los experi-
mentos empíricos cruciales diseñados para comprobar un nuevo para-
digma científico.1 Ni el experimento psicológico ni el experimento físi-
co le habrían permitido a la niña ganar este tipo de insight. De haberse
subido a una nave espacial y contemplado el mundo desde una gran
altura tampoco habría obtenido lo que le proporcionó su juego de “su-
pongamos que” junto al hormiguero.
Tanto el filósofo como la niña utilizan la misma habilidad cogniti-
va y la misma flexibilidad imaginativa necesarias a fin de que un ex-
perimento mental pueda tener éxito. La diferencia estriba, por supues-
to, en que el filósofo las utiliza de forma sistemática y con un objetivo,
como parte integrante de una metodología. La niña, sin embargo, se li-
mita a jugar a un juego de fantasía consigo misma, sin buscar ningún
resultado premeditado. Sin pretenderlo y sin conocer el término espe-
cífico en cuestión, la niña estaba adquiriendo el concepto de transcen-
dencia esencialmente de la misma forma que lo haría un filósofo.
La niña introduce a continuación un nuevo cambio, pero esta vez
de un orden totalmente diferente. Del “Yo podía ser consciente de él” se
desplaza al “Yo era consciente de él”. Esto último incluye un salto del
ámbito del pensamiento al ámbito de la experiencia. Su entendimiento
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3. Blumenberg (1983), pp. 47-85; véase también Scheler (1974), p. 113, y Almaas
(1989), p. 207: “Desde una perspectiva personal, el universo que vemos fuera de
nosotros es experimentado enteramente como algo dentro de nosotros, cual si
fuésemos un universo en miniatura. Desde una perspectiva verdaderamente
personal, no estamos fundidos sin más con el universo: somos una criatura del
universo. Somos el microcosmos”.
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LA PSICOTERAPIA Y LA EXPERIENCIA ILUMINATIVA
Escena 16
Había algo raro en este grupo. Después de la incertidumbre habitual de las
primeras sesiones, no se produjo el desarrollo gradual de una apertura y una
comprensión mutua crecientes. Antes bien, todos fuimos quedando gradual-
mente atrapados dentro de una atmósfera opresiva de temor, hostilidad y des-
confianza. Al final nadie se atrevía a decir ni a proponer nada. Nos limitába-
mos a permanecer sentados con la garganta encogida y las manos sudorosas.
El miedo y la sospecha eran recíprocos, pero se dirigían por encima de todo al
responsable del grupo. Cualquier cosa que éste dijera o hiciera se interpreta-
ba como un intento de manipularnos, como un signo de falta de autoridad o
de incompetencia. Todas sus propuestas eran rechazadas. Durante los des-
cansos lo criticaban a sus espaldas.
Había algo raro asimismo en este responsable de grupo. Aunque gozaba de
una excelente reputación a nivel nacional e internacional, el grupo se las arre-
glaba para imposibilitarle su tarea. Por si esto fuera poco, lo atacaban conti-
nuamente a nivel personal, a veces abiertamente, las más de las veces indi-
rectamente, pero de forma inequívoca. Yo sabía que tenía fama de tener de una
fuerte personalidad, pero sin embargo no se defendía. Daba la impresión de
que no sólo estaba padeciendo, sino de que también se sentía herido personal-
mente. Al mismo tiempo parecía querernos. Por el aspecto de su rostro se des-
prendía que estaba sufriendo intensamente y a la vez amando intensamente.
Podría parecer que se trataba de una pose artificial y sin embargo no lo era.
Yo quería a mi familia y sabía que ellos me querían. Ese amor era “corriente”
para mí y formaba parte de mi ambiente cotidiano. Pero el amor que yo veía
ahora no era un amor corriente y no sabía qué hacer con él. Pensé que este
mismo hombre tampoco lo sabía.
El malestar del grupo fue empeorando semana tras semana. El grupo no se
desarrollaba, en definitiva, tal y como enseñaban los libros de texto.
Cierto día –en el que me sentía completamente exhausto y estaba sentado
en silencio un tanto apartado de los demás– el grupo se ensañó especialmen-
te con el responsable. Entonces, de repente, se echaron a llorar y algunos in-
cluso se levantaron y fueron a llorar sobre sus hombros. Yo permanecí en si-
lencio, limitándome a observar. Daba la impresión de que el grupo no podía
continuar soportando por más tiempo el que su propia malignidad se viera co-
rrespondida con amor. Como caídas del cielo, me vinieron a la mente unas pa-
labras de la Biblia: “Mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza... cuando es-
toy débil, entonces es cuando soy fuerte”.4
4. 2 Co 12,9-10.
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Pensé que lo que este hombre mostraba no era debilidad, sino el increíble va-
lor de ser amable y bondadoso, de perseverar en nuestro amor bajo cualquier
circunstancia. Y pensé que ésta pudo ser igualmente la actitud de Jesucristo
cuando estaba siendo procesado.
Entonces sucedió algo que, mirándolo ahora retrospectivamente, yo diría
que consistió en algo así como un quedar subyugado por el Evangelio. Yo vi-
vía simultáneamente en dos mundos diferentes. A causa de nuestra torpeza
colectiva como grupo me encontraba en contacto con la fuerza imponente del
amor divino. Me sentía absolutamente sorprendido y abrumado por este con-
tacto directo con el mismo. Era absolutamente diferente de lo que jamás hu-
biera imaginado. Un verdadero amor incondicional de inconcebibles propor-
ciones. También yo era totalmente diferente de lo que jamás hubiera imagi-
nado. Me parecía que mi propia vida, corriente y de lo más decente en apa-
riencia, se asentaba de hecho en el miedo y en la corrupción. Ya no podía se-
guir viviendo conmigo mismo por más tiempo.
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Secuela de la escena 15
Yo estaba encantada. Corrí adentro, ilusionada con mi descubrimiento, y anun-
cié radiante: “¡Somos como hormigas, corriendo por la barriguita de un gigan-
te!”. Nadie lo comprendió, pero eso era lo de menos. Yo sabía lo que sabía.
Fue muy hermoso que sucediera algo así. Durante toda mi vida, en mo-
mentos muy dolorosos, de desgracia o de fracaso, pude mirar atrás y recordar,
totalmente segura de que la angustia del momento no era toda la realidad y
de que mi comprensión de la situación era limitada, como lo era la compren-
sión que tenían las hormigas de su participación en el mundo que yo conocía.
Secuela de la escena 15
Este conocimiento interior era emocionante y de un interés absorbente, pero
quedó sin verbalizar dado que, aunque hubiera sido capaz de expresarlo, na-
die lo habría comprendido. Una vez lo intenté y me dijeron que estaba loca.
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sos destructivos, o la invasión del self interior por parte de fuerzas de-
moníacas. Tales efectos secundarios de experiencias religiosas abru-
madoras presentan ocasionalmente la apariencia de una depresión o
una verdadera posesión diabólica. Pero existen características diferen-
ciales. Por lo general, en el caso de la hipersensibilidad espiritual no
aparecen síntomas físicos y la mayoría de las personas implicadas son
capaces de seguir adelante con sus obligaciones. De forma característi-
ca, sienten que a nivel profundo está teniendo lugar algo esencialmen-
te positivo. Además, el fenómeno es claramente transitorio y no llega a
afectar seriamente a la propia vida de oración. Un ejemplo de esto lo
constituye un hombre que tuvo una experiencia religiosa junto con un
familiar. Aunque ambos habían pertenecido siempre a la Iglesia, ade-
más de ser hombres sinceramente religiosos, se sintieron avergonza-
dos y culpables a consecuencia de ello. Durante varios meses después
de haber tenido la experiencia, este hombre experimentó fuertes im-
pulsos autodestructivos, lo que le llevó a buscar ayuda psiquiátrica. Le
recetaron antidepresivos. Intuitivamente, el hombre colocó la medica-
ción sobre la mesilla de noche, pero no la utilizó. Decidió rezar cada
vez que se sintiera a punto de ceder a los impulsos suicidas. Al cabo de
un tiempo estos impulsos se desvanecieron y jamás volvió a tener una
recaída. Sólo al cabo de varios años se decidió a hablar de esta expe-
riencia y su secuela –y se quedó asombrado al escuchar que tanto su
experiencia como el período “depresivo” posterior no eran tan infre-
cuentes y extravagantes como había imaginado y que su intuición
acerca de cómo debía manejarlos estuvo bien fundamentada. Por lo ge-
neral, esta hipersensibilidad se desvanece gradualmente y el único
efecto duradero suele ser una intuición más penetrante en relación con
otras personas y con los propios insights espirituales. Tal vez baste con
informar a la persona en cuestión de que se trata de efectos secunda-
rios transitorios y aconsejarle que no les preste demasiada atención, si-
no que, antes bien, se concentre preferentemente en la oración.
Otro de los efectos negativos del despertar espiritual es que la per-
sona puede quedar excesivamente fascinada por la experiencia y tratar de
retenerla en vez de permitir que se transforme en una parte integrante
de una orientación vital espiritual en continuo desarrollo. Este “fenó-
meno de retención” puede manifestarse bajo la forma de una necesidad
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Ahora bien, Weil y Van Baal eran personas de talento y unos eru-
ditos consagrados ya antes de tener la experiencia iluminativa que
cambió sus vidas y su forma de ver las cosas. Tuvieron el coraje de
afrontar el reto que su experiencia planteaba a lo que anteriormente
habían pensado que era cierto y, por tanto, irrefutable. Les formaron
para utilizar su intelecto a fin de dudar y reconsiderar muy crítica-
mente todo tipo de suposiciones, incluidas las fundamentales. Y fue-
ron claramente lo bastante flexibles como para reorganizarse a este ni-
vel más fundamental. Pero no tiene nada de sorprendente que otras
personas, con menos talento, menos formación y menos flexibilidad,
tengan muchas más dificultades, a pesar del don del insight que les ha
sido concedido, a la hora de manejar el conflicto cognitivo que su nue-
va comprensión puede generar y de encontrar el valor para defender
las nuevas creencias que acaban de descubrir.
Es importante darse cuenta de que las implicaciones cognitivas del
despertar espiritual pueden tener un efecto alarmante y amenazante
en algunas personas. Paradójicamente, cuanto mejor hemos integrado
los valores sociales y culturales occidentales, tales como la individua-
lidad, la autonomía, la asertividad y la competitividad, más probable
será que sintamos amenazada la sensación de seguridad, sentido y va-
lor personales. No podía por menos de ser así, aun en el caso de aque-
llas personas que en el momento del despertar espiritual responden
positivamente, con alegría y una sensación de “¡Esto es!”. Algunos su-
perarán finalmente este período sin necesidad de recurrir a una ayuda
externa. Pero otros quedan atrapados en una decisión interminable o
bien permanecen desorientados. Necesitarán ayuda. En principio esta
8. Weil (1950), Carta IV (la propia traducción de la autora a partir del original
francés).
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tar la verdad espiritual y hasta qué punto. Esta resistencia tiene algunas
fuentes psicológicas y, como tal, es relevante para la terapia. Los mismos
mecanismos pueden estar actuando igualmente en otras áreas. Si se
trata realmente de un caso de resistencia espiritual más que de duda
(espiritual objetiva) intelectual, entonces una terapia de grupo podría
ayudar a la persona en cuestión a elaborar esta resistencia espiritual
sin necesidad de enzarzarse en discusiones metafísicas.
Una de estas fuentes psicológicas es el miedo a los demás. ¿Me ata-
carán o me ridiculizarán cuando reconozca abiertamente que es cierto,
cuando me decida a cambiar mis creencias y mi propia vida en conso-
nancia con ello? Este miedo es absolutamente legítimo en el caso de
que la persona corra efectivamente el riesgo de perder el apoyo de sus
familiares y amigos y en algunos casos incluso su trabajo. Por encima
de todo, lo que esta persona necesita es apoyo y un lugar seguro don-
de poder abordar su miedo. Los que son miembros de una Iglesia de-
berían estar en mejores condiciones que los no creyentes, porque han
aceptado una cosmovisión religiosa y forman parte de una comunidad
religiosa. Pero desgraciadamente las enseñanzas y la subcultura de al-
gunas Iglesias no simpatizan con la experiencia religiosa individual. Y
no sin razón: a lo largo de la historia las Iglesias han conocido también
su proporción de personajes dudosos que afirmaban estar en contacto
directo con Dios –en ocasiones con resultados desastrosos.
Otra fuente común de resistencia es la rigidez. Desde el punto de
vista psicológico, el conflicto interior es una cuestión de disonancia
cognitiva. La disonancia cognitiva tiene lugar cuando nos vemos con-
frontados con una evidencia que contradice abiertamente nuestras
creencias más firmes y más queridas y que, por tanto, es verdadera-
mente difícil ya sea aceptar como cierta o rechazar como falsa.9 Aceptar
esta evidencia significa descartar estas creencias, lo que puede resultar
tan amenazante que sea preferible ignorar la evidencia o rechazar su
validez. La disonancia cognitiva puede inducirse deliberadamente
como un método terapéutico en las sesiones de feedback. El paciente
recibe en ese caso una información que contradice sus creencias esta-
blecidas acerca de sí mismo. Esto suele ser muy amenazante, pero en
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10. Dos obras que consideran que estas dudas que reaparecen con regularidad son
indispensables para el crecimiento espiritual son Israel (1997) y McGrath (1990).
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CONCLUSIÓN DE LA PARTE 3
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CONCLUSIÓN DE LA PARTE 3
de las tareas más importantes, tanto para las personas adheridas a una
religión como para los “exiliados espirituales”, es la de tomar una re-
solución debidamente sopesada respecto de si deciden comprometer-
se o no con la vida espiritual. Ciertas personas tienen pocos o ningún
problema en llevar esto a cabo. Para otras constituye una batalla ardua.
Pero el hecho de evadir el compromiso o de permanecer bloqueados en
la indecisión ejercerá un impacto negativo tanto en la psicoterapia co-
mo en el desarrollo espiritual ulterior. Y también vuelve a las personas
afectadas más vulnerables a la manipulación por parte de líderes reli-
giosos equívocos. Además, se precisa un compromiso auténtico y de-
bidamente sopesado porque, aunque la vida espiritual se experimenta
como algo profundamente significativo, no suele constituir una vida
fácil. Sin un compromiso serio, no seremos capaces de hacer sacrificios
o de adoptar una actitud firme en favor de la propia implicación.
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Parte 4
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
tiones tales como: ¿qué tipo de relación es ésta? ¿Cómo interpretan las
personas sus experiencias reales a la luz del modo en que se relacionan
con la Deidad? ¿Qué tipo de cuidado, afecto e intención se ha de poner
en ello? Y sobre todo, en el contexto de la tesis que constituye el punto
central de este libro: ¿en qué aspectos y de qué modo puede esta rela-
ción espiritual facilitar o desvirtuar el progreso dentro de un contexto
terapéutico?
A fin de prevenir las posibles malinterpretaciones de los capítulos
siguientes, en primer lugar quiero subrayar una dificultad que pode-
mos evitar cuando pretendemos abordar la vida espiritual como una
relación.
La concepción de las relaciones, ya sean espirituales o no, ha adole-
cido a lo largo de los siglos de la presunción aristotélica de que existen
únicamente dos tipos de realidad: sustancias y atributos. Esta forma de
concebir la realidad se aplica igualmente a los seres humanos y ha da-
do como resultado una tendencia persistente a caracterizar la realidad
humana en términos de seres (sustancias) y atributos de los seres.1 A
modo de ejemplo, en la teoría clásica en el ámbito de la psicoterapia es-
ta tendencia persistente ha llevado a los teóricos a suponer prejuiciosa-
mente que la enfermedad mental constituye un atributo de los sujetos.
A consecuencia de ello, la atención recae principalmente sobre los con-
flictos dentro del individuo, esto es, provocados por factores intrapsí-
quicos. En nuestros días resulta cada vez más evidente el carácter uni-
lateral que manifiesta realmente este enfoque. Bowlby, por ejemplo, se-
ñala que la idea de que el adulto necesite de los demás constituye un
signo de dependencia regresiva es una de las ideas más peligrosas pro-
mulgadas por la moderna psiquiatría.2 Hassan, por poner otro ejemplo,
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INTRODUCCIÓN A LA PARTE 4
3. Hassan (1998).
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2. La receptividad al aprendizaje
En su artículo “Análisis grupal: la importancia de tomarse en serio
el no-problema”, Caroline Garland sugiere que el cambio en el sujeto
constituye un precondición necesaria para el cambio terapéutico.3
Garland propone que si, y sólo si se ha iniciado un cambio en el indi-
3. Garland (1982).
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4. Algunos títulos muy conocidos sobre la oración de Jesús son Gillet (con el pseu-
dónimo de “Un monje de la Iglesia Oriental”) (1987), Chariton of Valamo (1997)
y Anónimo (1954).
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4. La confianza en el aprendizaje
El factor crucial en cualquier relación personal es la confianza mu-
tua. Sin al menos un nivel mínimo de confianza, nos retraeremos y no
nos daremos plenamente –lo que equivale igualmente a no confiar ple-
namente en nosotros mismos. Se trata, por tanto, de una cuestión vital,
tanto en psicoterapia como en el cambio espiritual. Del mismo modo
que debemos confiar en la autenticidad de nuestro Verdadero Self es-
piritual, también necesitamos confiar en Dios, si queremos encontrar el
coraje para comprometernos y abrirnos totalmente a él. En el lenguaje
religioso esta confianza y fiabilidad espiritual se suele expresar en tér-
minos de “tener fe” y “ser fiel”.
Esta confianza tiene que tener igualmente una cierta cualidad. La
confianza ciega, por ejemplo, no sería una base sólida para el estable-
cimiento de una relación amorosa. Examinar la fiabilidad del otro, ya
sea humano o divino, es importante. Esta es la razón de que, por ejem-
plo, la Biblia esté llena de historias que establecen la fiabilidad de Dios
en la historia de Israel y a lo largo de su transcurso. Otra de las cuali-
dades que la confianza ha de tener es que debería ser incondicional y
no manipuladora. “Sólo confío en ti si...”, o “Confío en ti porque tienes
el poder de...”, no indican el tipo de confianza en la que florece una re-
lación personal. La fiabilidad relacional se basa en las cualidades in-
trínsecas del uno para con el otro.
Sabemos, por la psicoterapia, cuántas personas experimentan difi-
cultades psicológicas en confiar en los demás. Probablemente tienen
las mismas dificultades en confiar en Dios, particularmente en las pri-
meras etapas de su relación espiritual. O tal vez se trate de lo contra-
rio: la desconfianza básica en Dios puede hacer que desconfiemos de
los demás. Para un terapeuta ésta es, pues, otra de las áreas en la que
se requiere el discernimiento y en donde puede que tenga sentido per-
mitir que el conflicto espiritual subyacente salga a la superficie.
No podemos “examinar” la fiabilidad de Dios directamente, del
mismo modo que podemos poner a prueba la honestidad de un em-
pleado. A medida que las personas avanzan en su desarrollo espiritual,
puede que experimenten la fiabilidad de Dios personalmente, pero en
las etapas iniciales suelen necesitar la ayuda de personas dignas de con-
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ada. Eventualmente esta voz adicional se hace oír a todos los presentes,
como, por ejemplo, cuando percibimos la santidad del otro o cuando el
propio grupo adopta una atmósfera de reverencia.
Otro de los efectos de aspirar a vivir “con Dios” es una preocupación
por la moralidad. Las personas espirituales entienden el sentido de sus
vidas a la luz de cómo se relacionan con Dios. El sentido último consis-
te en estar en la relación adecuada con Dios. Esta relación se interrum-
pe a causa del pecado. Una de las cuestiones religiosas fundamentales
que todas las personas espirituales deben afrontar es la de ser honestas
acerca del pecado y hacer todo lo que esté en su mano por restablecer
la relación espiritual cada vez que ésta se vea interrumpida. Así pues,
sienten una responsabilidad mucho mayor de lo que se requiere en la
vida normal. Uno de los elementos de la práctica espiritual consiste en
mantener nuestra conciencia alerta en base a examinar diariamente
nuestra conducta y nuestras intenciones. Uno de sus objetivos pedagó-
gicos consiste en aprender a incrementar y refinar nuestra sensibilidad
moral. Ello genera un concentración constante respecto de cómo afrontar la
culpa y los sentimientos de culpa, el remordimiento, la penitencia, el castigo, la
reconciliación y el perdón. Esta visión de la práctica espiritual es contraria
a la tendencia del pensamiento terapéutico a considerar tales preocu-
paciones como las exigencias de un superyo dominante. Pero el super-
yo es precisamente uno de los mecanismos de los que necesitamos “pu-
rificarnos”, a fin de que pueda tener lugar el crecimiento espiritual. Esta
es la razón de que la teología tradicional se haya opuesto una y otra vez
a la constante reaparición de la “teología del mérito” (esto es, la idea de
que podemos alcanzar nuestra propia salvación elevando la produc-
ción de buenas obras), que alienta el superyo (véase el capítulo 21, sec-
ción 3). Definitivamente, Dios no es el superyo. Dios es más bien un
Otro transcendente, amoroso y compasivo, al que la persona responde
desde el corazón. El riesgo de caer en la escrupulosidad neurótica siem-
pre estará presente, por supuesto, pero ello debe diferenciarse cuidado-
samente de la seriedad moral inherente a la vida espiritual.9
Otra de las diferencias entre las relaciones espirituales y las rela-
ciones humanas tiene que ver con la dependencia. Cualquier relación
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7. La necesidad de discernir
En los casos en que los paralelismos y las diferencias mencionados
anteriormente entre el aprendizaje espiritual y el aprendizaje terapéu-
tico parecen constituir una posible fuente de confusión, un aspecto crí-
tico consiste en evitar o resolver cualquier malentendido entre el tera-
peuta y el paciente. Para ello es necesario que el paciente y el terapeu-
ta sean conscientes de las diferencias subyacentes entre sus respectivos
objetivos y propósitos y sacarlas a la luz. Esto no siempre es fácil, pero
aun en el caso de que haya quedado claro qué es lo que el paciente es-
tá buscando, el terapeuta todavía puede precisar de un discernimiento
cuidadoso a fin de evaluar la posibilidad de que el paciente esté utili-
zando su proceso espiritual para resistirse a la terapia. Las secciones
precedentes tienen el propósito de proporcionarle al terapeuta algunos
conocimientos que pueden ser útiles a fin de llevar a cabo esta moda-
lidad de discernimiento. Permítanme ofrecer a continuación un ejem-
plo de lo ambigua que puede llegar a ser esta situación, tanto del lado
del terapeuta como del lado del paciente:
Para su investigación acerca del afrontamiento religioso del dolor,
Cook y Wimberley seleccionaron una muestra lo más homogénea po-
sible. Sus sujetos eran todos ellos padres que habían perdido a un hijo
como resultado de un cáncer o de trastornos sanguíneos. La mayoría
de estas parejas eran blancos, casados, en activo, protestantes y con
una educación secundaria o superior y vivían en la misma área geo-
gráfica. Pero sus respuestas religiosas al trauma que habían experi-
mentado variaban ampliamente. Algunos padres creían que se reuni-
rían con su hijo en el cielo, otros que la muerte del hijo constituía un
castigo por sus pecados (cf. escena 11), otros que la muerte de su hijo
servía a un noble propósito divino, etc.11 En los capítulos 19 al 22 vol-
veré a ocuparme de esta diversidad de relaciones espirituales; aquí
quiero únicamente señalar que cada una de estas interpretaciones y las
subsiguientes convicciones es compatible con la religión que estas per-
sonas compartían. Es más, ninguna de ellas es, en sí misma y por sí
misma, inadecuada a fin de afrontar religiosamente el dolor. Esto es así
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zándose por ser tan amoroso y tan justo como pueda? ¿O nega-
tivamente, por ejemplo, manipulando a los demás o permitien-
do que los demás le manipulen? ¿O adoptando una actitud de
“más santo que tú”? ¿Concentrándose exclusivamente en la sal-
vación de su propia alma preciosísima?
3. ¿Cómo está utilizando esta persona su espiritualidad en su forma
de abordar sus propios problemas? ¿Positivamente, por ejemplo,
afrontándolos eficazmente? ¿O negativamente, por ejemplo, ha-
ciendo un mal uso de la espiritualidad como una resistencia a la
terapia?
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
los protestantes tienen más problemas en sacar a relucir sus recuerdos de gue-
rra que los demás. Ello se debe probablemente a la llamada “teología de la ale-
gría”, muy popular entre los protestantes nicaragüenses. Consuelo Ruiz:
“En psicoterapia nos solemos encontrar a menudo con esta ‘teología de la ale-
gría’, que puede obstaculizar considerablemente la posibilidad de que el pa-
ciente logre resolver sus traumas. Esta es la razón de que en la mayoría de los
casos iniciemos la psicoterapia con algunos estudios bíblicos en los que se
ofrecen otros puntos de vista teológicos. Para muchos pacientes constituye
una auténtica sorpresa el descubrir que Jesús también tenía sentimientos y
emociones, que podía ponerse furioso, o triste, y que se quejó en la cruz. Otra
de las sorpresas puede ser que el Dios de la Biblia no sólo es vengativo, colé-
rico o todopoderoso, sino también amoroso, compasivo y comprensivo. Esta
puede ser una forma poco ortodoxa de empezar una terapia, pero hemos obte-
nidos buenos resultados gracias a ella”.1
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vida espiritual. Pero todas las teologías, por adecuadas que puedan
ser, tienen siempre el peligro de que las personas que se sirven de ellas
olviden sus limitaciones inherentes. Cada vez que esto suceda, aun las
mejores teologías pueden, en determinadas casos, limitar el crecimien-
to espiritual (y psicológico) de las personas en vez de fomentarlo. Esto
último no constituye una prerrogativa de las teologías. Exactamente lo
mismo se puede decir de cualquier otro marco de referencia concep-
tual que las personas no religiosas utilicen, de forma consciente o in-
consciente, con el propósito de orientar sus vidas.
La cuestión es: ¿qué puede hacer un terapeuta con este problema
sin sobrepasar los límites de su competencia? Como primera medida,
convendría que se hiciera dos preguntas preliminares muy claras:
¿cuáles son sus propios criterios para evaluar las teologías de otras per-
sonas?, y ¿dónde traza él mismo el límite de intervención entre el área
de responsabilidad de la terapia, por un lado, y del asesoramiento pas-
toral y la dirección espiritual, por otro?
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Foucauld. Estos “hermanitos” viven entre los más pobres del África
del Norte, compartiendo con ellos “esa pobreza abyecta en la que vive
el proletariado de todas las razas y pueblos, para quienes el trabajo
constituye una tortura diaria, una labor no escogida libremente, una
tarea inmunda y mal pagada”. Desde la perspectiva de una mentali-
dad europea altruista, lo que estos hermanos hacen es absolutamente
cuestionable e ineficaz: no aportan ningún dinero, no enseñan ningu-
na habilidad técnica o agrícola. Sin dinero, y vestidos como los árabes,
se limitan a sumergirse en la masa anónima de pobres musulmanes
que pululan por las callejuelas de la casba. Cuando Carretto fue a Áfri-
ca por primera vez, se alojó como invitado con un viejo amigo. Estaba
atravesando por una agitación interna en relación con su vocación. Esa
misma tarde vio una larga cola esperando a la entrada de un edificio
parecido a una fortaleza. Cada uno de ellos sostenía un cuenco en la
mano. Entonces vio la puerta abierta. Era la hora de la limosna diaria
y una hermana vestida con un hábito de un blanco inmaculado co-
menzó a repartir sopa y pan entre los pobres. Carretto se sintió desga-
rrado. ¿Qué debía hacer? Podía organizar la alimentación, la educación
y la medicación de toda esta pobre gente. ¿No sería ésta una forma mu-
cho más sensata de servir a los pobres? Trató de imaginar la posición
que Charles de Foucauld habría adoptado en semejante situación. En
su mente vio a Charles de pie al final de la cola –muy pequeño, muy
humilde, con su cuenco de comida en la mano, sonriendo tímidamen-
te, como si pidiera disculpas por complicar todavía más las cosas con
su presencia. En ese momento Carretto quedó convencido de su voca-
ción, pero también comprendió que la hermana y Charles representa-
ban dos vocaciones diferentes al servicio de los pobres, las dos igual-
mente auténticas. Representan dos formas diferentes de espirituali-
dad, no la diferencia entre la espiritualidad sana y la conducta auto-
destructiva, si bien la forma elegida por Weil, Hillesum y Carretto pue-
de conducir al sufrimiento y a la muerte.4
No es probable que personas de la talla de Weil, Hillesum y De
Foucauld hubieran necesitado la ayuda de un psicoterapeuta. Pero sus
hermanos y hermanas con menos talento, menos perspicacia y menos
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pos, que podemos sufrir a causa de ellos, que podemos hacernos sufrir
mutuamente y podemos oprimir a otros a través de sus cuerpos, y que
de hecho moriremos; en resumen, que en este mundo esta existencia
corporal constituye nuestra realidad. Ello supone aceptar, al mismo
tiempo, que hemos sido creados por un Dios bueno y que su creación
es buena, por más que sea finita y que no sea divina. A la luz de lo que
los hombres se hacen los unos a los otros, esto resulta difícil de creer.
Sostener simultáneamente esta contradicción aparente resulta paradóji-
co y genera una tensión casi insoportable. Esta es la razón de que la
cuestión del sufrimiento y el mal sea tan intensa y tan recurrente en la
historia del cristianismo. Esta alternativa no ofrece ni una solución ta-
jante ni un escape. En su lugar, nos dice que vayamos de lleno al centro
mismo de la profunda tensión que ello genera. Allí es donde desarro-
llaremos nuestra humanidad, nuestra solidaridad y nuestra fe –donde
encontraremos a Dios y su bondad. Nuestros propios cuerpos vulnera-
bles y nuestras propias vidas finitas son preciosas e indispensables en
una espiritualidad que pretenda estar al pie del cañón por y con el otro.6
El modo en que las personas abordan el sufrimiento y el mal ocu-
pa igualmente el corazón mismo de la psicoterapia. Las diferentes op-
ciones bosquejadas anteriormente difieren según las distintas tradicio-
nes espirituales y la opción que la persona elija ejercerá un impacto
fundamental sobre su forma de afrontar el trauma físico y psicológico
de cualquier tipo. Cualquier persona comprometida con la espirituali-
dad, ya sea ésta del tipo biófilo, del tipo ultramundano o del tipo es-
capista, puede que en algún momento de su vida se vea incapaz de
afrontarlo y, en consecuencia, pueda ser apta para psicoterapia. Pero,
¿la psicoterapia es apta para ayudarles? Como se explicó anteriormen-
te, la espiritualidad y la religión constituyen los marcos contextuales
dentro de los cuales las personas les dan un sentido y una dirección a
sus vidas. Pero, ¿podría ayudar un terapeuta a encontrarle un sentido
a las experiencias abrumadoras de sufrimiento y de maldad dentro de
cada una de las opciones mencionadas anteriormente? Incluso si éste
fuera el caso, ¿debería obrar de este modo en los casos en que el marco
de referencia espiritual va en contra de los ideales de la psicoterapia?
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7. Manlowe (1995).
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sights ganados en este área sean tanto relevantes como aceptables para
la persona. Dado que la metáfora relacional hace las veces de principio
organizador, las preguntas y los insights estarán dentro del marco reli-
gioso general de la persona. Por lo tanto, ofrecen la oportunidad de
permanecer fiel a lo que se siente que es positivo, y de cambiar lo que
es evidentemente negativo.
A fin de lograr esto, el terapeuta debería responder a las siguientes
preguntas:
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(O MANIPULADORAS)
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Otro de los aspectos a tratar sería, ¿cómo puede torcerse este tipo de
relación espiritual y cómo puede restablecerse? Dado que el elemento
pasivo (B) es tratado como un objeto y que, por consiguiente, no es su
propio agente, el elemento activo (A) debe ser declarado responsable
de todo lo que salga mal. Lo mismo se puede decir de la reparación: el
elemento activo es el responsable del restablecimiento de la relación.
En una teología basada en este modelo manipulador todo el mérito del
restablecimiento de una relación rota (esto es, la “salvación”) va a pa-
rar a Dios. No existe ninguna base en absoluto para afirmar ningún
mérito por nuestra parte. La gracia divina es la causa exclusiva y sufi-
ciente de la salvación.
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6. Relaciones compuestas
Un tercer aspecto que un terapeuta debería analizar cuando inten-
ta valorar el potencial para el cambio terapéutico dentro del contexto
de una relación espiritual predominantemente impersonal es si la rela-
ción específica en cuestión se combina con elementos de las otras dos
categorías o relaciones básicas, a saber, las relaciones de mutuo acuer-
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LA DOBLE PREDESTINACIÓN
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De acuerdo con esta forma de pensar, el pecado es algo más que obrar
inadecuadamente: es igualmente un estado permanente y generaliza-
do de corrupción en el que se encuentran todos los seres humanos. La
salvación, en este caso, no consiste primariamente en el restableci-
miento de una relación rota en razón de algún acto específico, sino que
significa asimismo verse liberado de este estado innato de corrupción,
y ello exclusivamente por la acción de Dios. A este respecto, el ser hu-
mano constituye el objeto pasivo. Existe además una diferencia entre
“elección” y “condena”.
La elección está directamente relacionada con la vida espiritual: el
creyente reconoce que, si él ha encontrado a Dios y los demás no, ello
no constituye el resultado de su propio obrar, sino que se debe exclu-
sivamente a la gracia de Dios. Las “buenas obras” que el creyente lle-
va a cabo no son un medio de ganarse esta gracia, sino que, antes bien,
son el resultado de esta gracia y los signos de esta gracia. Ahora bien,
tratándose de acciones humanas, tienen igualmente sus aspectos dudo-
sos (como todos los psicoterapeutas saben perfectamente). La no-sal-
vación, de acuerdo con esta doctrina, significa que se nos dejará en es-
ta degradación general a la que nosotros mismos nos hemos arrojado
al ignorar el mensaje del Evangelio.
La condenación está indirectamente relacionada con la vida espiritual,
esto es, se cree que constituye una analogía o una consecuencia de la
elección: si el creyente no ha encontrado a Dios, en ese caso Dios no le
ha otorgado esta gracia. Pero ello no implica que Dios elija al uno y con-
dene al otro del mismo modo. En otras palabras, ello no suprime la res-
ponsabilidad y la culpa del hombre. El término “doble predestinación” se
refiere a la creencia de que no sólo la elección, sino que también la conde-
nación está predestinada. Dado que se piensa que también la condenación
está predestinada, la variante de la “doble” predestinación es la más si-
niestra de las dos. Ello hace que no pocas personas se sientan simultá-
neamente “impotentes, pero culpables”, como lo expresa A. Schilder en
su estudio acerca de las depresiones de origen religioso en personas que
se adhieren a esta variante de la “doble” predestinación.1 El concepto
procede de Calvino (el fundador en el siglo XVI de las Iglesias protes-
1. A. Schilder (1987).
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2. Van Dantzig (1972), Dresselhuys (1996), Groen y Van Maanen (1977), Kalman
(1977).
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3. De Keizer (1998), Zondag (1999); véase también Greenberg et al. (1986, 1991,
1997).
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4. La predestinación y la depresión
En psicoterapia, sin embargo, tenemos que habérnoslas con indi-
viduos que por lo general no han sido capaces de afrontar los hechos.
Por lo general, no han desarrollado una relación espiritual confiada y
amorosa y muchos de ellos están resentidos, desesperados o se mues-
tran fatalistas debido a este aspecto determinista de su religión. De mo-
do que no debemos cerrar los ojos a la vulnerabilidad espiritual y psi-
cológica de aquellos que se preocupan continuamente por la condena-
ción eterna, o que se encuentran atrapados en el círculo vicioso del do-
ble vínculo de ser “impotentes, pero culpables”, o que, como la mujer
de la escena 11, están convencidos de que la muerte de su hijo es un
castigo y un signo seguro de su condenación eterna. La mayoría de las
veces estos pacientes necesitan psicoterapia y una atención pastoral.
Para un psicoterapeuta no religioso, los pacientes con esta forma de re-
ligión son los que plantean las mayores dificultades a la hora de com-
prenderlos y de identificarse con ellos. Los pacientes de estas caracte-
rísticas parecen confirmar la opinión ampliamente extendida de que la
religión centrada en la predestinación constituye una de las causas
principales de depresión. Analicemos, pues, lo que las recientes inves-
tigaciones epidemiológicas tienes que decir acerca de esto.
La “doble” predestinación parece ser de hecho un factor intervi-
niente en la desesperación espiritual y la depresión de origen religioso,
o cuanto menos en el caso de ciertas personas. La investigación sobre la
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
5. La predestinación y el prejuicio
Ahora bien, el ejemplo de la aldea aterrorizada constituye igual-
mente una ilustración de otro problema ante el que no debemos cerrar
los ojos. Los primeros estudios indican que los psicólogos hipotetiza-
ron con demasiada facilidad que esta religión debía haber conducido a
la pasividad y a la falta de resistencia a los opresores, lo que a su vez
debía haber sido la causa de que se produjeran tantas muertes entre los
prisioneros. También concluyeron evidentemente con demasiada faci-
lidad que la aceptación de la predicación acerca del castigo y el correc-
tivo por parte de los supervivientes debía ser un signo de que no habían
logrado afrontar su pérdida y su experiencia traumática. No eran los
únicos que sostenían esta opinión: también fue el consenso general del
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ACUERDO (O CONTRACTUALES)
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3. La teología de la satisfacción
Las alianzas del Antiguo y el Nuevo Testamento suelen interpre-
tarse como analogías de un acuerdo respecto de unos derechos y obli-
gaciones. En el Antiguo Testamento se dice que Dios se comprome-
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ello implica que por el hecho de hacer tales “buenas obras” pueden pre-
tender arrogarse el mérito de su propia “salvación”. En otras palabras,
la teoría de la justa satisfacción abre las puertas de par en par a la “teo-
logía del mérito”, que a su vez alienta (como analizamos anteriormen-
te) las actitudes complementarias de la arrogancia espiritual y la deses-
peración espiritual. Ahora bien, la teología de la satisfacción puede pre-
parar el terreno para los peligros espirituales de la teología del mérito,
sólo si los pecadores tienen de hecho la plena capacidad de otorgar una
satisfacción personal y adecuada. A fin de cerrar esta vía de escape doc-
trinal de una vez para siempre, la teología de la satisfacción estipula
que los seres humanos por sí solos no tienen tal capacidad y que es
Cristo el que, a través de su muerte, ha otorgado la satisfacción en su
lugar. De este modo todo el mérito de la salvación corresponde a Dios y
a Cristo y no a los propios pecadores.
Esta “teología de la satisfacción” ha resultado muy atractiva desde
su misma formulación por parte de San Anselmo de Canterbury en el
siglo XI. Una de las causas de su atractivo podría ser que subconscien-
te o arquetípicamente podría estar relacionada con la práctica antiquí-
sima y muy extendida de que un sustituto tome sobre sí mismo el cas-
tigo por los pecados de toda la comunidad, logrando así reconciliar a
la comunidad con la deidad local enfurecida. Fue practicada por los
antiguos egipcios, aztecas y babilonios, por mencionar sólo unos po-
cos. En el antiguo Israel existía, por ejemplo, la práctica del chivo ex-
piatorio, que en el Yom Kippur, el Día de la Expiación que se celebraba
todos los años, era arrojado al desierto, llevando con él todos los peca-
dos del pueblo. De acuerdo con el filósofo René Girard, el chivo expia-
torio y la imitación (la “mimesis”) continúan siendo los mecanismos
preeminentes que mantienen cohesionada a nuestra sociedad.2 Sea co-
mo fuere, los terapeutas son muy conscientes de que repetidas veces los
grupos de terapia tratan a un miembro en particular del grupo como su
chivo expiatorio colectivo.
Dentro del cristianismo occidental, la teología de San Anselmo fue
particularmente apreciada porque evitaba la “teología del mérito” sin
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de las partes elige servir a los intereses del otro sin ninguna obligación.
De forma característica, ambas partes valoran al otro (así como su re-
lación con él) por ninguna otra razón salvo la de que se aprecian mutua-
mente por el hecho de ser quienes son. No pueden tener la misma relación
con nadie más, porque la suya es una creación única entre estos dos in-
dividuos en particular. Esto contrasta marcadamente con la categoría
anterior de las relaciones contractuales, donde las partes eran en prin-
cipio intercambiables por cualquier otra persona que pudiera ofrecer
los mismos beneficios acordados. En las relaciones amorosas o de com-
pañerismo, las partes se conceden mutuamente un valor y una identi-
dad personales, lo que les hace ser excepcionales e irreemplazables el
uno para el otro.
Tanto en la categoría de las relaciones de mutuo acuerdo como en la
de las relaciones amorosas las partes se vuelven mutuamente vulnerables
en relación con el otro. Pero existe una diferencia en el riesgo implicado en
cada una de estas relaciones. En los acuerdos y los contratos, el guardar
las obligaciones constituye un elemento crítico para la relación. Pero en
el amor mutuo y el compañerismo, las relaciones se establecen y se man-
tienen sobre la base de valorar al otro como una persona única. De mo-
do que somos nosotros mismos, como la persona que ama y que es amada, los
que estamos en juego. Las relaciones amorosas difieren igualmente de la
mayoría de las otras relaciones en que suponen un deseo de reciprocidad.
Ello implica que las personas pueden herirse profundamente el uno al
otro cuando rechazan o quebrantan la relación: en ese caso, el uno re-
chaza al otro como la persona que es y ya no únicamente como un me-
ro gratificador de necesidades y un proveedor de beneficios.
¿Cómo pueden torcerse estas relaciones? Las relaciones de este ti-
po son compromisos abiertos. No existe ninguna especificación de dere-
chos y de deberes, ni tampoco está claro de antemano cómo se supone
exactamente que deberá actuar cada una de las partes por el bien del
otro en cualquier situación futura. La relación requiere que ambas par-
tes adopten de por vida una actitud de dedicación mutua. En cualquier
momento dado, esta dedicación puede desarrollarse en cualquier di-
rección imprevista que puede que tenga un único elemento en común,
a saber, el hecho de estar sinceramente encaminada a satisfacer los me-
jores intereses del otro y de la relación. Tales relaciones pueden torcer-
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1. Algunos títulos sobre la psicología del perdón serían: Cox (1999), Enright et al.
(1991), Freedman y Enright (1996), Klein (1975), Pingleton (1997) y Worthington
et al. (2000). Augsburger (1996) presenta varias teorías psicológicas en relación
con sus diferentes implicaciones para el proceso del perdón. Jones (1995) expli-
ca la diferencia entre lo que él llama el “perdón terapéutico” y el “perdón como
lo entienden (y deben entenderlo) los cristianos”.
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5. La insatisfacción espiritual
Existe, ahora bien, otro aspecto espiritual y terapéuticamente rele-
vante que es preciso mencionar. Se trata de los efectos negativos resul-
tantes de la decepción en el caso de que el ansia apasionada de experi-
mentar la reciprocidad divina se esté viendo insatisfecha. En una situa-
ción de tales características se experimenta mucho sufrimiento, dado que
la reciprocidad divina puede constituir uno de los anhelos más profun-
dos de la vida de un individuo. Como terapeutas, podemos captarlo las
más de las veces a través de expresiones de nostalgia, amargura, sarcas-
mo y aislamiento espirituales. El potencial para el cambio terapéutico
depende de cuál sea la causa de una experiencia tan profunda de insa-
tisfacción espiritual. Muy a menudo la causa reside en su mayor parte en
un problema psicológico y, consiguientemente, suele ser abordable con
psicoterapia. A continuación aparecen algunos ejemplos de algunas de
las causas tanto psicológicas como espirituales de la falta de satisfacción.
La causa más evidente de insatisfacción espiritual es cuando la ca-
pacidad de amar y ser amado se ha visto dañada en la interrelación con los
demás. Puede que las personas no sean capaces de aceptar o de creer
que son amadas por lo que son. A veces no son capaces ni tan siquiera
de imaginar en absoluto en qué podría consistir eso de ser amados y,
en consecuencia, no pueden ser receptivos a los mensajes de amor. O
puede que se hayan visto tan decepcionados o traicionados por las
personas a las que aman con tanta frecuencia que tienen miedo de vol-
ver a confiar en alguien, incluido Dios. No es necesario recordarles a
los terapeutas en qué consiste este tipo de daño. Desgraciadamente,
nos encontramos con ello demasiado a menudo. Pienso que en este ca-
so lo primero que tiene que hacer un terapeuta es abordar el nivel psi-
cológico, esto es, elaborar el pasado traumático del paciente y permi-
tirle aprender gradualmente en qué consiste amar y ser amado. Antes
de acceder a este nivel psicológico, lo más probable es que su ansia es-
piritual genere desesperación en lugar de esperanza y satisfacción.
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nes nos pueden resultar extrañas. Pero son cualquier cosa menos irra-
cionales desde el punto de vista de la “razón de vivir”, esto es, de los
procesos racionales implicados en el modo en que las personas le dan
sentido a sus propias experiencias vitales y dirigen sus acciones en las
situaciones de la vida real. Ya he tratado de demostrar esto anterior-
mente (en la sección 7 del capítulo 17), pero permítanme ofrecer un úl-
timo ejemplo, únicamente para demostrar lo importante que puede ser
que los terapeutas sean conscientes de las ideas que subyacen a tales
doctrinas aparentemente obsoletas, ideas que continúan siendo vitales
para la vida espiritual.
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Escena 19
Comencé a comprender que aquellos nombres de alimento, vida y amabilidad
no sólo modificaban el sentido de los nombres magistrales de Dios, tales co-
mo todopoderoso, rey, guerrero y juez, sino que verdaderamente parecían
transformar su sentido en su contrario. Tal vez, pensé, las Escrituras trans-
forman igualmente en su contrario el sentido del nombre del “Padre”.
Entonces, por primera vez, pude ver la razón de la insistencia ortodoxa en
que el Hijo no está subordinado al Padre... Es decir, si el Jesús humano, que
también es Dios, no se dedica a mandonear a sus amigos, intimidarles o exi-
girles obediencia, entonces tampoco el Padre debe exigir nuestra obediencia
incuestionable o desear intimidarnos... Es decir, si la preocupación específica
de Jesús es la curación y la realización de los pobres, las viudas, los que pre-
sentan taras sociales repugnantes y los maleantes, otro tanto era la del
Padre... María y Marta son amigas adultas de Jesús. Dado que lo aman, no
son sumisas ni serviles. No le tienen el menor miedo. No se muestran resen-
tidas y tácitamente enfadadas con él... Le dicen que están enfadadas con él y
por qué. Por su parte, Jesús no se limita a tolerar a estas mujeres arrogantes.
Las valora. Las escoge entre sus amigas más íntimas. Confía en ellas a pesar
de su enfado y les confía su vida.
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CONCLUSIÓN DE LA PARTE 4
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CÓMO PROFUNDIZAR
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400
CÓMO PROFUNDIZAR
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LECTURAS RECOMENDADAS
Psicología de la religión
Hood Jr, R. W. (ed.) (1995): Handbook of Religious Experience.
Birmingham, AL: Religious Education Press.
Este libro abarca: la experiencia religiosa en el judaísmo, el catoli-
cismo, el islamismo, el budismo y el hinduismo; la experiencia religio-
sa en el contexto de la filosofía, la sociología y la fenomenología; la ex-
periencia religiosa y las teorías psicológicas (freudiana, jungiana, de
las relaciones objetales, evolutiva, cognitiva, afectiva, conductual, de
los roles, atribucional, del apego, transpersonal y feminista); la expe-
riencia religiosa y el cuerpo.
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LECTURAS RECOMENDADAS
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LECTURAS RECOMENDADAS
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LECTURAS RECOMENDADAS
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Escritos espirituales
Sugiero comenzar hojeando los libros de Dag Hammarskjøld, Etty
Hillesum, Thomas Merton, Henri Nouwen, Simone Weil y el cardenal
Basil Hume, a fin de comprobar si alguno de estos escritores cautiva
nuestro interés. Todos ellos son autores de éxitos de ventas espirituales
que muchas librerías tienen en su haber. Algunos autores espirituales
más antiguos cuya obra continúa siendo muy popular son Santa Teresa
de Ávila, San Juan de la Cruz, Juliana de Norwich, el Maestro Eckhardt,
Tomás de Kempis y el autor anónimo de La Nube del No Saber.
410
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PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
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ÍNDICE DE ESCENAS
Escena 2 (un paciente religioso teme que su fe no vaya a ser respetada): 45,
48, 80, 315
Escena 4 (un ama de casa oye una voz): 57, 59, 81, 187, 245, 315
Escena 5 (una paciente tiene visiones religiosas curativas): 61, 81, 187, 213,
245, 315
Escena 7 (la confesión de Tolstoy): 66, 81, 187, 213, 229, 315, 389
Escena 11 (la muerte de un hijo como castigo divino): 139, 148, 309, 310, 316,
372
Escena 12 (un estudiante de psicología): 192, 196, 198, 206, 207, 211, 212, 217,
223, 233, 243, 264
429
PSICOTERAPIA Y ESPIRITUALIDAD
Escena 13 (una madre con un bebé discapacitado): 203, 206, 207, 211, 212, 214,
233, 313
Escena 14 (Marjan, un caso de “anorexia transcendental”): 225, 299
Escena 15 (la niña ante el hormiguero): 241, 243, 253, 263, 266, 270
Escena 16 (la experiencia religiosa en un grupo): 261, 263, 271
Escena 17 (Nicaragua): 317
Escena 18 (Putten, una aldea aterrorizada): 353
Escena 19 (el descubrimiento de Roberta): 271, 392
430
DIRECTOR: CARLOS ALEMANY
1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.), RAMIRO ÁLVAREZ, JOSÉ
VICENTE BONET, IOSU CABODEVLLLA, EDUARDO CHAMORRO, CARLOS DOMINGUEZ, JOSÉ
ANTONIO GARCÍA-MONGE, ANA GIMENO-BAYÓN, MAITE MELENDO, ALEJANDRO ROCAMORA.
PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS PINLLLOS. (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (21ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad.
ANA GIMENO-BAYÓN COBOS. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad.
FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (5ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa.
LUIS ZABALEGUI. (3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI.
PRÓLOGO DE M. MARROQUÍN. (2ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad.FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). JAVIER GAFO, CARLOS
DOMÍNGUEZ, JUAN-RAMÓN LACADENA, ANA GIMENO BAYÓN, JOSÉ LUIS TRECHERA. (3ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. PRÓLOGO DE J. MARTÍN VELASCO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (5ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART.
20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (8ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. PRÓLOGO DE ANA MARÍA SCHLÜTER RODÉS. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental.
GERALD MAY. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL.
24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico.
RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la Integración Psicológica y Espiritual.
DAVID RICHO. (2ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en
cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JUAN MANUEL G. LLAGOSTERA.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia.
ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. PRÓLOGO DE LUIS ROJAS MARCOS. (2ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías.
MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía práctica para sobrevivir a los exá-
menes. KEVIN FLANAGAN. PRÓLOGO DE JOAQUÍN Mª. GARCÍA DE DIOS.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico.
VERENA KAST. PRÓLOGO DE GABRIELA WASSERZIEHR.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad.WILKIE AU - NOREEN CANNON.
35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. PRÓLOGO DE CELEDONIO CASTANEDO. (3ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA. PRÓLOGO DE LUIS LLAVONA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO.
38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON.
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales.
JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH.
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ.
PRÓLOGO DE JOSÉ KLINGBEIL.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mis-
mo. CHARLES L. WHITFIELD. PRÓLOGO DE JOHN AMODEO.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO.
45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y
la pasión. DAVID BRAZIER.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
PRÓLOGO DE LUIS LÓPEZ-YARTO.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS.
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo.
LUIS CENCILLO. PRÓLOGO DE ANTONIO BLANCH. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG.
PRÓLOGO DE CARMEN MATEU. (2ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
53. Desarrollo de la armonía interior. JUAN ANTONIO BERNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ
BARBERÁ Y COLS. PRÓLOGO DE JOSÉ A. GARCÍA-MOGE.
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO.
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA.
57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares.
GIULIANA PRATA; MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODEO. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY.
60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JAIME GUILLÉN DE ENRÍQUEZ.
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía.
KEVIN FLANAGAN.
62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-
PINZÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal.
IOSU CABODEVILLA ERASO. PRÓLOGO DE RAMÓN MARTÍN RODRIGO.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA.
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO.
PRÓLOGO DE DAVID H. BARLOW, PH.D. (2ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER
y THOMAS N. HART.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad me-
diante los cuentos. JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser.
JEAN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la
longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO CARRERO.
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE
LA GÁNDARA MARTÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT.
78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ.
79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? RAMÓN ROSAL CORTÉS.
81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica.
DAVE MEARNS y BRIAN THORNE. PRÓLOGO DE MANUEL MARROQUÍN PÉREZ.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psico-
terapéutico. FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ
84. No seas tu peor enemigo...¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-MARIE
MCMAHON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA.
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABO-
RACIÓN DE ITZIAR BARRENENGOA
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona.
BARTOMEU BARCELÓ. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA.
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO
GÓMEZ, ANTONIO CREGO DÍAZ. PRÓLOGO DE GUILLEM FEIXAS I VIAPLANA.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK
OWEN. PRÓLOGO DE RAMIRO J. ÁLVAREZ.
91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU. PRÓLOGO DE ERNESTO FONSECA-
FÁBREGAS.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéuti-
ca. AGNETA SCHREURS. PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA MARDONES.
Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. STANLEY KELEMAN. (4ª ed.)
2. La experiencia somática. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y Análisis Corporal de la Relación. ANDRÉ LAPIERRE.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ.
PRÓLOGO DE JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (2ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.), ANTONIO GARCÍA RUBIO, JOSÉ A.
GARCÍA-MONGE, CARLOS R. CABARRÚS, LUIS CENCILLO, JOSÉ M. DÍEZ-ALEGRÍA, OLGA
CASTANYER, IOSU CABODEVILLA, JUAN MASIÁ, DOLORES ALEIXANDRE, MIGUEL DE GUZMÁN,
JESÚS BURGALETA, Mª. JOSÉ CARRASCO, ANA GIMENO. (8ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE LUIS
PELAYO. EPÍLOGO DE ANTONIO NÚÑEZ.
7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (6ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico.
CAROLYN J. BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS. (3ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en
pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ.
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO.
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas
psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN.
PRÓLOGO DE CARLOS R. CABARRÚS.
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE.
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (2ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación.
BRUCE M. HYMAN Y CHERRY PEDRICK. PRÓLOGO DE ALEJANDRO ROCAMORA.
Este libro se terminó
de imprimir
en los talleres de
RGM, S.A., en Bilbao,
el 8 de enero de 2004.