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El Santo Rosario

Jorge Alberto Estrada Calderón


Meditación del Papa Juan XXIII para los
misterios del Santo Rosario

Modo de rezar el Santo Rosario


Rezo del Santo Rosario

V. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.


R. Amén.

V. Dios mío, ven en mi auxilio.


R. Señor, date prisa en socorrerme.

V. Gloria al Padre...
R. Como era en el principio...

Los misterios que hemos de contemplar son

Misterios gozosos (lunes y sábado)


Primer misterio
La Encarnación del Hijo de Dios

Contemplación
El primer punto luminoso para unir el cielo y la tierra. El primero de la serie de acontecimientos
que son los más grandes de los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, “por quien fueron hechas todas las cosas” en la creación, toma
naturaleza humana en este misterio. Se hace hombre Él mismo para poder ser redentor del
hombre y de la humanidad entera, y su salvador.

María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante, respondiendo al ángel: “He aquí la
esclava del Señor”, acepta el honor de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Y
nosotros, llamados en nuestro padre Adán hijos adoptivos de Dios, privados luego, volvemos hoy
a ser hermanos, hijos adoptivos de Dios, recuperada la adopción por la redención  que comienza
ahora. Al pie de la cruz seremos con Jesús, que es concebido en su seno, hijos de María. Desde
hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.
             ¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!

 Reflexión

                 Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es dar gracias a Dios,
porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a
nosotros en cuanto a nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie de la
cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo seamos igualmente de su misma
madre.

 Intención

             Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este primer misterio que se nos ofrece
a la meditación, además de dar gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y leal, de
humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto ejemplo la Virgen bendita. 

Segundo Misterio

La Visitación de Nuestra Señora


 Contemplación 

Qué suavidad, qué gracia en esta visita de tres meses, que María hizo a su prima. Una y otra,
bendecidas con una maternidad que se cumpliría a no tardar. La de la Virgen María, la más
sagrada maternidad de cuanto se pueda soñar sobre la tierra. Dulce encanto en las palabras que se
dicen como un cántico. De una parte, “bendita tú entre las mujeres”. Y de la otra, “porque ha
mirado la humildad de su sierva, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”.

Reflexión

Cuanto sucede aquí, en Ain-Karem, en el monte Hebrón, presenta, con luz celeste y al mismo
tiempo muy humana, qué relaciones son las que unen entre sí a las buenas familias cristianas,
educadas en la antigua escuela del Rosario. Rosario recitado cada noche en casa, en el círculo de
los íntimos. Rosario recitado, no en una ni en cien, ni en mil familias, sino por todas y por todos,
y en todos los lugares de la tierra, allí donde uno cualquiera de nosotros “sufre, lucha y ora”, fiel
a una inspiración de lo alto, como el sacerdocio, la caridad misionera, la prosecución de un ideal
de apostolado; o también por fidelidad a uno de aquello motivos, tan legítimos que llegan a ser
obligatorios, como el trabajo, el comercio, el servicio militar, el estudio, la enseñanza, o cualquier
otra ocupación.

Intención

            Bello es confundirse durante las diez avemarías del misterio con tantas y tantas almas,
unidas por vínculos de sangre, o domésticos, en una relación que santifica y por lo mismo
consolida el amor de las personas amadas: con padres e hijos, hermanos y parientes, vecinos y
compatriotas. Todo esto, con la finalidad y el propósito vivido de sostener, aumentar y hacer más
viva la presencia de la caridad con todos, cuyo ejercicio proporciona la alegría más profunda y es
el mayor honor de la vida.

Tercer Misterio

El nacimiento de Jesús en Belén

Contemplación

                A su tiempo, según ley de la naturaleza humana asumida por el Verbo de Dios, hecho
hombre, sale del tabernáculo santo, el seno inmaculado de María. Hace su primera aparición al
mundo en un pesebre. Allí las bestias rumian el heno. Y todo es en derredor silencio, pobreza,
sencillez, inocencia. Voces de ángeles surcan el aire anunciando la paz. Aquella paz de la que es
portador para el universo el niño que acaba de nacer. Los primeros adoradores son María su
madre, y San José, el padre adoptivo. Luego, pastores que han bajado del monte, invitados por
voces de ángeles. Vendrá más tarde una caravana de gente ilustre, precedida desde lejos por una
estrella, y ofrecerá regalos valiosos, llenos de simbolismo, de interés. En la noche de Belén todo
habla de universalidad.

Reflexión

            En este misterio no quede una sola rodilla sin doblarse ante la cuna, en gesto de
adoración. Nadie se quede sin ver los ojos del divino Niño que miran lejos, como queriendo ver,
uno a uno, todos los pueblos de la tierra. Van pasando uno a uno ante su presencia, como en una
revista, y los reconoce a todos: hebreos, romanos, griegos, chinos, indios, pueblos de África, de
cualquier región de la tierra, o época de la historia. Las regiones más distantes y desérticas, las
más remotas e inexploradas; los tiempos pasados, el presente, y los tiempos por venir.

Intención

            Al Santo Padre, en el transcurso de las diez Avemarías, le gusta encomendar a Jesús que
nace, el incontable número de niños -¡cuántos son!, muchedumbre interminable- que han nacido
en las últimas veinticuatro horas, de día o de noche, de la raza que sean, aquí y allí, un poco por
toda la tierra. ¡Cuántos son! Todos ellos pertenecen, de derecho, bautizados o no, a Jesús, el niño
que acaba de nacer en Belén. Están llamados al reconocimiento de su dominio, que es el mayor y
más dulce que pueda darse en el corazón del hombre, o en las historia del mundo: único dominio
digno de Dios y de los hombres. Reino de luz y de paz, el reino que pedimos en el Padrenuestro.

Cuarto Misterio

La presentación de Jesús en el templo


 

Contemplación

                 Jesús, en brazos de su madre, es presentado al sacerdote, y extiende sus brazos hacia
delante. Es el encuentro de los dos Testamentos. Él, gloria del pueblo elegido, hijo de María, está
dispuesto a ser “luz y revelación de las gentes”. Está presente y ofrece también san José, que
participa por igual en el rito de las ofrendas legales de rigor.

Reflexión e intención

                De manera diferente, pero semejante en cuanto al sentido de la ofrenda, el episodio se


renueva continuamente en la Iglesia, o por mejor decir, es algo constante en ella. Será muy grato
contemplar, durante las diez Avemarías, el campo que germina, la cosecha que se alza. “Mirad
los campos que ya están amarillos para la siega”. Me refiero a la alegre esperanza que se ve nacer
del sacerdocio, de sus cooperadores y cooperadoras, tan numerosos en el reino de Dios, y sin
embargo no suficientes aún. Jóvenes del seminario, de las casas religiosas, seminarios de
misiones, y aun en las universidades católicas. ¿Por qué no aquí, si son cristianos, llamados
también ellos a ser apóstoles? Y la alegre esperanza de tantas iniciativas de apostolado de los
seglares, imprescindibles en el mañana. Apostolado que, no obstante las dificultades y pruebas de
su expansión, ofrece, y jamás dejará de ofrecer, un espectáculo tan conmovedor que arranca
palabras de alegría y admiración.

            “Luz y revelación de las gentes”, gloria de pueblo elegido.

Quinto Misterio 

El niño Jesús perdido y hallado en el templo


Contemplación

                Jesús tiene ya doce años. María y José lo acompañan a Jerusalén para la oración ritual.
Inesperadamente, se oculta a sus ojos, tan vigilantes y amorosos. Gran preocupación y una
búsqueda que se prolonga en vano durante tres días. A la pena sucede la alegría de encontrarlo
precisamente en los atrios que rodean el templo. Habla con los doctores de la Ley. San Lucas lo
presenta con palabras expresivas y con precisión muy cuidada. Lo encontraron, dice, sentado en
medio de los doctores, “escuchando y preguntándoles”. Un encuentro con los doctores importaba
entonces mucho, lo encerraba todo: conocimiento, sabiduría, normas de vida práctica, a la luz del
Antiguo Testamento.

Reflexión

            El deber de la inteligencia humana es el mismo en todo tiempo: recoger la sabiduría del
pasado, transmitir la buena doctrina, hacer avanzar, con firmeza y humildad, la investigación
científica. Nosotros morimos uno tras otro. Vamos hacia Dios. La humanidad, en cambio, mira al
porvenir.
            Cristo no está jamás ausente, ni del conocimiento sobrenatural, ni en el ámbito del natural.
Está siempre en el juego, en su puesto. “Uno solo es vuestro maestro, Cristo”.

Intención

            Ésta, que es la quinta decena, última de los misterios gozosos, reservémosla, con una
intención especialísima, a favor de todos aquellos que han sido llamados por Dios –por su
capacidad natural, por circunstancias de la vida, por voluntad de sus superiores- al servicio de la
verdad: en la investigación o la enseñanza, difundiendo el saber antiguo, o las técnicas nuevas,
mediante libros o técnicas audiovisuales. Todos ellos están llamados a imitar a Jesucristo: los
intelectuales, profesores, periodistas. Todos, especialmente los periodistas, a quienes incumbe
diariamente la tarea peculiarísima de hacer honor a la verdad, deben transmitirla con religiosa
escrupulosidad, con agudo buen sentido, sin  distorsionarla ni desfigurarla con fantasías.

            Si, sí, recemos por todos ellos: recemos por ellos, sean sacerdotes o seglares; para que
sepan escuchar la verdad; y cuánta pureza de corazón se necesita para que sepan comprenderla; y
cuánta humildad íntima de pensamiento es necesaria para que sepan defenderla, ya que desde
entonces se hace inevitable la obediencia, que fue la fuerza de Jesús, y es la fuerza de los santos.
Sólo la obediencia obtiene la paz, es decir, la victoria.

Misterios dolorosos ( martes y viernes)

Primer misterio
La Oración en el Huerto

Contemplación

                Con ánimo conmovido se vuelve una y otra vez sobre la imagen de Jesús en la hora y el
lugar del supremo abandono. “Y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”.
Pena íntima en su alma, amargura insondable de su soledad, decaimiento en el cuerpo abrumado.
Su agonía no se precisa sino por la inminencia de la pasión que Jesús, a partir de ahora, ya no ve
lejana, ni siquiera próxima, sino presente.

Reflexión

             La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de


aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o
permite: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Palabras que desgarran y curan, porque enseñan
a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas
nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida
divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.

Intención

                En este misterio se presenta ante nuestra mirada una intención  particular: “la
preocupación por todas las Iglesias”. Solicitud que impulsa con apremio la oración diaria del
Santo Padre, como el viento que azotaba el lago de Genesaret, “viento contrario”. Pensamiento
anhelante en las situaciones más comprometidas de su altísimo ministerio pastoral. Preocupación
por la Iglesia, que esparcida por la redondez de la tierra, sufre unida a él, y él, por su parte, unido
a ella, presente en él y sufriendo con él. Afán dolorido por tantas almas, porciones enteras del
rebaño de Cristo, sujetas a persecución, sin libertad de creer, de pensar, de vivir. “¿Quién
desfallece que no desfallezca yo?”

            “Participar en el dolor del prójimo, padecer con quien padece, llorar con quien llora” es
un beneficio, un mérito para toda la Iglesia. La “comunión de los santos” es este tener en común,
todos y cada uno, la Sangre de Cristo, el amor de los santos y de los buenos, y, también, Dios
mío, nuestros pecados, nuestras debilidades. ¿Se piensa lo suficiente en esta “comunión”, que es
unión, y, como diría Jesucristo, casi unidad, “que sean uno”? La cruz del Señor no sólo nos eleva
a nosotros, sino que atrae a las almas. Siempre. “Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré
todos a mí”. Todo. A todos

Segundo Misterio
 La flagelación del Señor
Contemplación 

             El misterio trae al recuerdo del suplicio despiadado de latigazos innumerables sobre los
miembros santos e inmaculados del Señor.

              El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo está sujeto a tentaciones humillantes. La


voluntad, más débil aún, puede ser arrastrada fácilmente. Se hallará en el misterio una llamada a
la penitencia saludable, que lo es porque implica y causa la verdadera salud del hombre, al ser
higiene del vigor corporal y juntamente confortación en orden a la salvación espiritual.

Reflexión

             De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al
martirio sangriento; pero a la disciplina constante y a la diaria mortificación de las pasiones, sí.
Por este medio, verdadero “via crucis” de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones
puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada
vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su sangre
inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás. No se llega a esto por fáciles
exaltaciones, fanatismo, ojalá inocente, jamás inofensivo.

             La Madre, dolorida, lo vio así de flagelado. Pensemos con qué  amargura. Cuántas
madres querrían poder gozar del éxito en la perfección de sus hijos, dispuestos, iniciados por ellas
en la disciplina de una buena educación, en una vida sana, y en cambio tienen que llorar la
pérdida de tantas esperanza, el dolor de que tantos afanes se hayan perdido.

Intención

            En las Avemarías del misterio pediremos al Señor el don de la pureza de costumbres en la
familia, en la sociedad, particularmente para los corazones jóvenes, los más expuestos a la
seducción de los sentidos. Y juntamente pediremos el don de la firmeza de carácter y de la
fidelidad a toda prueba a las enseñanzas recibidas, a los propósitos hechos.

Tercer Misterio
La coronación de espinas

   Contemplación

               La contemplación del misterio se orienta de modo particular hacia aquellos que llevan el
peso de graves responsabilidades en la sociedad. Es, en efecto, el misterio de los gobernantes,
legisladores, magistrados. Sobre la cabeza de Cristo, rey, una corona de espinas. Sobre la de ellos
también otra corona, innegablemente aureolada de dignidad y excelencia, símbolo de una
autoridad que viene de Dios y es divina, pero que lleva en su urdimbre elementos que pesan y
punzan, y causan perplejidad, y llegarán incluso a la amargura. Espinas y disgustos, en suma. Sin
hablar del dolor que causan las desgracias y culpas de los hombres cuando se les ama tanto y se
tiene el deber de representar ante ellos al Padre celestial. Entonces el mismo amor llega a ser,
como para Jesucristo, una corona de espinas con que corazones duros hieren la cabeza de quien
les ama.

 Reflexión

                 Es el misterio cuya contemplación se ajusta mejor a aquellos que llevan el peso de
graves responsabilidades en el cuidado de las almas y en la dirección del cuerpo social; por tanto,
el misterio de los Papas, se los Obispos, de los Párrocos; el misterio de los gobernantes, de los
legisladores, de los magistrados. También sobre su cabeza hay una corona en la cual está, sí, una
aureola de dignidad y de distinción, pero que por ello mismo pesa y punza, procura espinas y
disgustos. Donde está la autoridad no puede faltar la cruz, a veces de la incomprensión, la del
desprecio, o la de la indiferencia y la de la soledad. 

 Intención
                 Podría ser otra aplicación del misterio pensar en la grave responsabilidad de quien por
haber recibido más talentos, está por ello mismo, más obligado a hacerlos fructificar con
abundancia, mediante el ejercicio constante de sus facultades, de su inteligencia. El servicio del
pensamiento, quiero decir, lo que se espera de quien está mejor dotado, como luz y guía de los
demás, debe prestarse con paciencia serena, rechazando tentaciones de orgullo, de egoísmo, del
distanciamiento que destruye.

Cuarto Misterio
 Cristo con la cruz a cuestas

Contemplación

               La vida humana es un continuo caminar, largo y pesado. Siempre hacia arriba, por la
cuesta áspera, por los pasos marcados a todos en el monte. En este misterio Jesucristo representa
al género humano. ¡Ay, de nosotros si su cruz no fuera para nosotros! El hombre, tentado de
egoísmo o de dureza, sucumbiría en el camino, tarde o temprano.

Reflexión

                Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que
con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las
palabras del Kempis: “En la cruz está la salvación, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa
contra los enemigos, en ella la infusión de una suavidad soberana”.

            ¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre dolorosa que siguió a Jesús, con
un espíritu de total participación en sus méritos, en sus dolores?

Intención 

                 Que el misterio haga pasar ante nuestra mirada el espectáculo inenarrable de tantos
seres atribulados: huérfanos, ancianos, enfermos, minusválidos, prisioneros, desterrados. Pidamos
para todos ellos la fuerza, el consuelo capaz de dar esperanza. Repitamos con ternura, y, ¿por qué
no?, con alguna lágrima escondida: “Salve, cruz, única posible esperanza”.  
 

Quinto Misterio 
 Cruficixión y muerte del Señor

  Contemplación
                 “La vida y la muerte se abrazaron en un duelo sublime”. La vida y la muerte
representan los puntos clave y resolutivos del sacrificio de Cristo. Con su sonrisa de Belén, que
prende en los labios de todos los hombres en el alba de su aparición sobre la tierra; y su deseo y
último en la cruz, que unió al suyo todos nuestros dolores para santificarlos, que expió todos
nuestros pecados, cancelándolos al fin, he ahí la vida de Jesús entrando en la nuestra. Y María
está junto a la cruz, como estuvo junto al Niño en Belén. Supliquémosle a ella que es madre;
pidámosle que también ella interceda por nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Reflexión

             Vida y muerte representan los dos puntos preciosos y orientadores del sacrificio de
Cristo: desde la sonrisa de Belén que quiere abrirse a todos los hijos de los hombres en su
primera aparición en la tierra, hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para
santificarnos, todos los pecados para borrarlos. Y María está junto a la cruz, como estaba junto al
Niño de Belén.

Recemos a esta piadosa Madre a fin de que Ella misma ruegue por nosotros ahora y en la hora de
nuestra muerte.
Aquí está iluminado también el gran misterio de los pecadores obstinados, de los incrédulos, de
aquellos que no recibieron ni recibirán la luz del Evangelio, que no sabrán darse cuenta de la
sangre vertida por ellos también, por el Hijo de Dios.

 Intención

                 Pensando en esto de la oración se sumerge en un deseo magnánimo, en una vehemencia


reparadora, en un horizonte mundial de apostolado. Y se pide, con gran fervor, que la
preciosísima Sangre derramada por todos los hombres, dé al fin, y les dé a todos ellos, conversión
y salvación. Que la sangre de Cristo sea para todos arras y prenda de vida eterna.

misterios luminosos (jueves)

Primer misterio
El Bautismo de Jesús
“Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Apenas se bautizó
Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se
posó sobre Él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”(Mt
3, 13-17).

Por aquellos días había aparecido Juan el Bautista, predicando en el desierto la conversión y
bautizando en el Jordán a las multitudes que acudían a él y confesaban sus pecados.

Entonces se presentó también Jesús, que venía de Nazaret (en Galilea) para ser bautizado por
Juan. Pero éste intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú
acudes a mí?»

Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere».
Entonces Juan se lo permitió.

Un nuevo punto de reflexión pueden ser los años que Jesús pasó retirado en Nazaret donde, como
hombre, fue cuidado y educado por José y María. Estos le prestaban el cariño y atenciones que
necesitamos los humanos de manera especial durante nuestro desarrollo, lo iban instruyendo en la
Ley y los Profetas, le enseñaban las costumbres y tradiciones del Pueblo de Dios, lo formaban
para el trabajo y lo introducían en la vida social, en fin, eran los padres que Jesús necesitaba para
progresar en estatura, sabiduría y gracia.

Cuando Jesús se marcha al Jordán, María, su madre, se queda sola en Nazaret. ¿Cuánto tiempo
había pasado María cuidando, contemplando, dialogando, rezando... con su hijo Jesús? Toda esa
convivencia en el hogar se termina con el inicio de la vida pública del Señor, que tuvo que ser
para su Madre motivo de mucha pena y aflicción, aunque el Hijo hiciera lo posible por consolarla
y ella, una vez más, estuviera dispuesta a colaborar en los designios de Dios.

En este misterio contemplamos la primera manifestación pública de Jesús adulto. Tiene unos 30
años. Los relatos de la vida de Jesús señalan su bautismo como la inauguración de su vida
pública. Además, el bautismo de Jesús es la gran teofanía o manifestación de Dios en que por
primera vez se revela el misterio de la Trinidad. Las tres divinas personas se hacen sensibles: El
Hijo en la persona de Jesús; el Espíritu en forma de paloma que se posa suavemente sobre su
cabeza; el Padre mediante la voz de lo alto: Éste es mi hijo... que proclama la filiación divina de
Jesús y lo acredita como su Enviado. Era conveniente este testimonio, porque Jesús salía del
anonimato de Nazaret y se disponía a realizar su obra de Mesías.

Nosotros no somos bautizados con el bautismo de Juan, sino con el que inauguró Jesús y al que
se refería el Bautista cuando decía: «Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás de mí os
bautizará con Espíritu Santo y fuego». Y en nosotros, en el ámbito de la fe y de la gracia, se
reproducen los prodigios del bautismo de Cristo: el Padre nos adopta como hijos y se nos da el
Espíritu para que a lo largo de nuestra vida sigamos las huellas de Cristo.

Segundo misterio
Jesús en las Bodas de Caná
“Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Faltó el vino, y la madre de
Jesús dijo a Jesús: No les queda vino.Luego dijo a los sirvientes: Haced lo que él os diga…Así
Jesús comenzó sus signos y creció la fe de sus discípulos” (cf. Jn 2, 1-12).

Meditación:
Después del bautismo en el Jordán, Jesús empezó su ministerio público, y pronto lo siguieron los
primeros discípulos.

Según refiere el evangelista San Juan, por aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de
Galilea, cerca de Nazaret, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús
con sus discípulos. Y, como faltara el vino, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le
responde: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los
sirvientes: «Haced lo que él os diga».

En este episodio podemos contemplar la primera intervención de María en la vida pública de


Jesús, que pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo. El significado y el papel que
asume la presencia de la Virgen se manifiestan cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y
solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de
todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las
palabras: «No tienen vino», María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una
intervención que la resuelva, más precisamente, esperando un signo extraordinario, dado que
Jesús no disponía de vino. Aquí la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios.
Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la
concepción virginal, ahora, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer
signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.

Las palabras de Jesús: «Llenad las tinajas de agua», nos indican que de ordinario Dios requiere
nuestra colaboración, que hagamos lo que está de nuestra parte, aun cuando Él podría hacerlo
todo sin necesitar de nosotros.

La contemplación de la gloria de Jesús, manifestada en este misterio, debe llevarnos a creer y


confiar en Él, tanto más cuando contamos con la intercesión de su Madre.

 
Tercer misterio

La predicación del Reino


“Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo,
está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 14-15).

Meditación:
Nos dice San Marcos que Jesús, al enterarse de que Juan el Bautista había sido entregado en
manos de Herodes Antipas, dejó Judea y marchó a Galilea, donde proclamaba la Buena Nueva de
Dios, diciendo: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva». En estas palabras se describe, como en programa, el contenido de la predicación
de Jesús. El Reino de Dios, su llegada y lo que para los hombres trae consigo forman el tema
fundamental de la «Buena Nueva» o «Evangelio» de Jesús. A su vez, el mensaje de la llegada del
Reino de Dios exige de los hombres una conversión total del pensar y querer, y fe. Conversión y
fe forman en conjunto un solo acto, una determinada posición religiosa del hombre ante Dios.

Repetidamente invita Jesús a los pecadores al banquete del Reino: «No he venido a llamar a los
justos sino a los pecadores». Les invita igualmente a la conversión, sin la cual no se puede entrar
en el Reino, pero les demuestra con palabras y con hechos la misericordia sin límites del Padre
hacia ellos y la inmensa «alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta». La prueba
suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida «para remisión de los pecados».

Por tanto, «Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de
Dios e invita a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe,
iniciando así el ministerio de misericordia que Él seguirá ejerciendo hasta el fin del mundo,
especialmente a través del sacramento de la reconciliación confiado a la Iglesia».

La otra cara del Reino, la que mira hacia nosotros y de la que somos responsables, es la acogida
del don de Dios, creer y aceptar lo que nos regala, dejarnos transformar por su gracia, ir
conformando nuestra vida a la nueva vida de hijos de Dios, en una palabra, la conversión.

El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención de María en las bodas de Caná,
subraya su participación en la vida pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo, acogió
las palabras con las que éste situaba el Reino por encima de las consideraciones y de los lazos de
la carne y de la sangre, y proclamaba bienaventurados a los que escuchaban y guardaban la
palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente. Así avanzó también la Santísima Virgen en la
peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz» (Lumen Gentiu

Cuarto misterio

La transfiguración del Señor


Subió Jesús a una montaña muy alta y se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Su rostro
resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y una voz desde la
nube decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”(cf. Mt 17, 1-9).

Meditación:
En Cesarea de Filipo, al norte de Palestina, Pedro dijo a Jesús que era el Cristo, el Mesías, el Hijo
de Dios vivo, y Jesús le prometió a Pedro el Primado de la Iglesia. Desde entonces, recuerda San
Mateo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de
parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.

Pocos días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó
aparte a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que
conversaban con Él.

La Transfiguración, hecho que de suyo es glorioso, aparece enmarcado en la perspectiva de la


muerte y resurrección de Jesús. Y los apóstoles necesitaban lo primero para afrontar lo segundo.
También nosotros necesitamos momentos de gloria para mantenernos firmes en los momentos
dolorosos.

Este importante acontecimiento, en el que por un momento la divinidad y el mundo celestial


irrumpen en la vida terrena de Jesús, estuvo envuelto para los discípulos que lo presenciaron, y
también para nosotros, en el velo del misterio; no podemos llegar a una plena comprensión de él.
Los evangelistas, para expresar lo inefable, se valen de imágenes como «... brillante como el sol...
blancos como la luz», y añaden que los discípulos estaban llenos de miedo, aunque las palabras
de Pedro revelan bienaventuranza y complacencia.

Santo Tomás de Aquino comenta que en la Transfiguración «apareció toda la Trinidad: el Padre
en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa». Y una plegaria de la liturgia
bizantina dice al Señor Jesús: «Tú te transfiguraste en la montaña, y tus discípulos, en la medida
en que eran capaces, contemplaron tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que, cuando te vieran
crucificado, comprendieran que tu Pasión era voluntaria, y anunciaran al mundo que Tú eres
verdaderamente la irradiación del Padre».

Quinto misterio

La Eucaristía
“Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo
partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.Lo mismo hizo con la copa,
diciendo: Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre” (cf. 1Co 11, 23-26).

Meditación:
El evangelista San Juan introduce la narración de la Última Cena con estas solemnes palabras:
«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Y
sigue el relato del lavatorio de los pies y demás.

Por su parte, los Evangelios sinópticos nos dicen que, llegado el día de los Ázimos, en el que se
había de sacrificar el cordero de Pascua, Jesús envió a Pedro y a Juan diciendoles: «Id y
preparadnos la Pascua para que la comamos». Ellos le dijeron: «¿Dónde quieres que la
preparemos?» Les dijo: «Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un
cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y diréis al dueño de la casa: "El Maestro te
dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" Él os enseñará en el
piso superior una sala grande, ya dispuesta; haced allí los preparativos». Fueron y lo encontraron
tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

Cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa con los apóstoles y, mientras estaban cenando, les
dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que
ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios».

La Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11). «Los demás sacramentos,
como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la
Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de
la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (PO 5).

El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras «hasta que venga», no exige
solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles
y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su
intercesión junto al Padre.

los misterios gloriosos (miércoles y domingo)


Primer misterio
La resurrección del Señor

Contemplación

                Misterio de la muerte aceptada y vencida. La resurrección es el mayor triunfo de Cristo,


y, juntamente da la seguridad del triunfo de la Santa Iglesia Católica, a pesar de las adversidades,
a pesar las persecuciones; ayer, en el pasado, mañana, en el porvenir. Es provechoso recordar que
la primera aparición de Jesucristo fue a las santas mujeres, que le fueron familiares en su vida
humilde, y estuvieron muy junto a Él en sus padecimientos hasta el Calvario, comprendido el
Calvario.

Reflexión
             A la luz del misterio nuestra fe contempla vivientes, unidas ya para siempre a Jesucristo
resucitado, las almas que nos fueron más queridas, de cuya familiaridad gozamos, cuyas penas
compartimos. ¡Cómo se aviva en el corazón, al calor del misterio de la resurrección, el recuerdo
de nuestros muertos! Recordados y favorecidos con el sufragio del sacrificio del Señor
crucificado y resucitado, toman parte aún en lo mejor de nuestra vida, la oración y Jesucristo.

Intención

                Por algo la liturgia oriental termina los ritos fúnebres con el aleluya por todos los
muertos. Pidamos para ellos la luz de las moradas eternas, mientras el pensamiento se detiene en
la resurrección que aguarda a nuestros propios restos mortales: “Espero en la resurrección de los
muertos”. El saber esperar. El confiar siempre en la suavísima promesa, de la que es prenda la
resurreción de Cristo, es ciertamente un cielo anticipado.

Segundo Misterio
La Ascensión del Señor

Contemplación 

            En el presente misterio contemplamos la culminación, el cumplimiento definitivo de las


promesas de Jesucristo. Es la respuesta que Él da anuestro anhelo del paraíso. Su retorno
definitivo al Padre, del que un día bajó al mundo para vivir entre nosotros, es seguridad para
todos los hombres, a quienes Él ha prometido y preparado un puesto allá arriba. “Voy a
prepararos el lugar”.

 Reflexión

             Este momento del Rosario nos enseña y exhorta a que no nos dejemos prender en lo que
pesa y entorpece, abandonándonos, en cambio, a la voluntad del Señor, que nos estimula hacia lo
alto. En el momento de volver al Padre, subiendo al cielo, los brazos del Señor se abren
bendiciendo a los primeros apóstoles, y alcanza a todos los que, siguiendo sus huellas, siguen
creyendo en Él, y es para sus almas una plácida y serena seguridad del encuentro definitivo con
Él y todos los salvados en la felicidad eterna.

Intención

            Ante todo, el misterio e nos presenta como luz y norma para las almas que se preocupan
de su propia vocación. En lo íntimo del misterio se halla el movimiento de vida espiritual, el
deseo ardiente de superación continua, que arde en el corazón de los sacerdotes no apegados a ls
cosas de la tierra, cuidadosos únicamente de abrirse, y abrir a otros, caminos que llevan a la
perfección y santidad, al grado de gracia a que deben llegar, en privado o en común: sacerdotes,
religiosos y religiosas, misioneros y misioneras, seglares amantes de Dios y de su Iglesia, y
muchas almas, aquellas al menos que son como “el buen olor de Cristo”, junto a las cuales se
siente cercano al Señor. Viven, en efecto, ya ahora, en una comunión constante de vida celestial.
Tercer Misterio
Pentecostés

Contemplación

               En la última cena recibieron los apóstoles la promesa del Espíritu Santo. En el cenáculo,
ausente Cristo, pero presente María, lo reciben como don supremo de Cristo. ¿Qué otra cosa es
sino su Espíritu? Es, además, el que consuela y vivifica las almas. El Espíritu Santo continúa su
acción sobre y en la Iglesia en todo tiempo. Los siglos y los pueblos pertenecen al Espíritu,
pertenecen a la Iglesia. Los triunfos de la Iglesia no son siempre visibles exteriormente. Pero de
hecho los hay siempre, y siempre están llenos de sorpresas, a menudo de maravillas.

Reflexión

            La virtud divina que infunde el Espíritu Santo en el alma de los hombres es gran apoyo de
la espeanza, fuerza poderosa, única ayuda verdadera para la vida humana. Nos referimos a la
gracia que nos santifica, y que en realidad es precedida y seguida de gracias efectivas.
Ciertamente lo que importa grandemente es el que el espíritu de los hombres se renueve en su
interior, naciendo a nueva vida.

Intención

            María, la Madre de Jesús, y siempre dulce Madre nuestra, se hallaba con los apóstoles en
el cenáculo de Pentecostés. Permanezcamos muy cerca de ella por medio del Rosario. Nuestras
oraciones unidas a las suyas renovarán el antiguo prodigio. Será como el nacimiento de un nuevo
día, un alba esplendorosa en la Iglesia católica, santa y aún más santa, católica y aún más
católica, en los tiempos modernos.

    

Cuarto Misterio
La Asunción de María a los cielos

Contemplación

             La figura soberana de María se ilumina y transfigura en la suprema exaltación a que


puede llegar una criatura. Qué cuadro de gracia, de dulzura, de solemnidad en la dormición de
María, cual la contemplan los cristianos de Oriente. Tranquila en el plácido sueño de la muerte,
Jesús está a su lado, y mantiene junto a su corazón el alma de María, como si fuera un niño, como
indicando el inmediato prodigio de su resurrección y glorificación.

             Los cristianos de Occidente prefieren, con los ojos y con el corazón, seguir a María que
sube al cielo en alma y cuerpo. Así la han visto y representado los artistas más célebres en su
incomparable belleza. ¡Oh, sigámosla también así! Dejémonos arrastrar por el coro de ángeles.

Reflexión

             Es motivo de consuelo y confianza, en los días de dolor, para las almas privilegiadas –y
todos podemos serlo, a condición de ser fieles a la gracia- que Dios prepara en el silencio al
triunfo más bello, al triunfo del altar.

Intención

            El misterio de la Asunción nos hace familiar el pensamiento de la muerte, de nuestra


muerte, y es una invitación al abandono confiado. Nos familiariza y hace amigos de la idea de
que el Señor estará presente en nuestra agonía, como querríamos que estuviese, para tomar Él en
sus manos nuestra alma inmortal.

            ¡Virgen Inmaculada: que podamos compartir contigo la gloria celestial!

Quinto Misterio 
La coronación de María en los cielos

Contemplación

                 Es la síntesis de todo el Rosario, que de este modo se cierra en la alegría, en la gloria.

             El gran destino que el ángel le descubrió a María, en la Anunciación, como una corriente
de fuego y de luz, ha pasado uno a uno a través de todos los misterios. El pensamiento de Dios
sobre nuestra salvación, que se ha hecho patente en tantos cuadros, nos ha acompañado hasta aquí
y nos lleva ahora a Dios en el esplendor del cielo.

             La gloria de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, toma su fulgor de la luz inaccesible
de la Trinidad augusta. Vivos reflejos de ella caen sobre la Iglesia, que triunfa en los cielos, que
padece en la confiada espera del purgatorio, que lucha en la tierra.

 Reflexión

            La reflexión ha de recaer sobre nosotros mismos; sobre nuestra vocación por la que un día
seremos asociados a los ángeles y a los santos y cuyas gracias santificantes anticipan ya desde
esta vida la realidad mistreriosa y consoladora; ¡oh qué delicia, oh qué gloria! Somos
“conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús”.

Intención

            La intención de este misterio es orar por la perseverancia final y por la paz sobre la tierra,
que abre las puertas de la eternidad bienaventurada.

            Oh María, tú que ruegas con nosotros, tú que ruegas por nosotros. Lo sabemos. Lo
sentimos, oh qué realidad más deliciosa, qué gloria más soberana, en esta concordia celestial y
humana de afectos, de palabras, de vida, que nos ha procurado y procura el Rosario: mitigación
del dolor, prueba sabrosa de paz celestial, esperanza de vida eterna.

Letanía lauretana .

Señor, ten piedad Señor, ten piedad


Cristo, ten piedad Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad Señor, ten piedad
Cristo, óyenos Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos
Dios Padre celestial Ten misericordia de nosotros
Dios Hijo, Redentor del mundo Ten misericordia de nosotros
Dios Espíritu Santo Ten misericordia de nosotros
Trinidad Santa, un solo Dios Ten misericordia de nosotros
Santa María Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios Ruega por nosotros
Santa Virgen de las vírgenes Ruega por nosotros
Madre de Cristo Ruega por nosotros
Madre de la divina gracia Ruega por nosotros
Madre purísima Ruega por nosotros
Madre castísima Ruega por nosotros
Madre virginal Ruega por nosotros
Madre sin corrupción Ruega por nosotros
Madre Inmaculada Ruega por nosotros
Madre amable Ruega por nosotros
Madre admirable Ruega por nosotros
Madre del buen consejo Ruega por nosotros
Madre del Creador Ruega por nosotros
Madre del Salvador Ruega por nosotros
Madre de la Iglesia Ruega por nosotros
Virgen prudentísima Ruega por nosotros
Virgen digna de veneración Ruega por nosotros
Virgen digna de alabanza Ruega por nosotros
Virgen poderosa Ruega por nosotros
Virgen clemente Ruega por nosotros
Virgen fiel Ruega por nosotros
Espejo de justicia Ruega por nosotros
Trono de sabiduría Ruega por nosotros
Causa de nuestra alegría Ruega por nosotros
Vaso espiritual Ruega por nosotros
Vaso digno de honor Ruega por nosotros
Vaso insigne de devoción Ruega por nosotros
Rosa mística Ruega por nosotros
Torre de David Ruega por nosotros
Torre de marfil Ruega por nosotros
Casa de oro Ruega por nosotros
Arca de la alianza Ruega por nosotros
Puerta del cielo Ruega por nosotros
Estrella de la mañana Ruega por nosotros
Salud de los enfermos Ruega por nosotros
Refugio de los pecadores Ruega por nosotros
Consuelo de los afligidos Ruega por nosotros
Auxilio de los cristianos Ruega por nosotros
Reina de los ángeles Ruega por nosotros
Reina de los patriarcas Ruega por nosotros
Reina de los profetas Ruega por nosotros
Reina de los apóstoles Ruega por nosotros
Reina de los mártires Ruega por nosotros
Reina de los confesores Ruega por nosotros
Reina de las vírgenes Ruega por nosotros
Reina de todos los santos Ruega por nosotros
Reina concebida sin pecado original Ruega por nosotros
Reina elevada al cielo Ruega por nosotros
Reina del santo rosario Ruega por nosotros
Reina de la familia Ruega por nosotros
Reina de la paz Ruega por nosotros
Reina de la Orden Franciscana Ruega por nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo Perdónanos, Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo Escúchanos, Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo Ten misericordia de nosotros.
V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

Oremos:

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu
Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.

O bien, cuando se rezan los misterios gozosos:


Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y por la
intercesión de santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del
cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

O bien, cuando se rezan los misterios luminosos:


Dios todopoderoso y eterno, luz de los que en ti creen, que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan
los pueblos por el esplendor de tu luz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

O bien, cuando se rezan los misterios dolorosos:


Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia,
asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.

O bien, cuando se rezan los misterios gloriosos:


Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría,
concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por el mismo
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

V. Ave María Purísima.


R. Sin pecado concebida.

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