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La trinidad

Dios

Significa: Padre, Hijo y Espíritu Santo

Los 3 son Dios, es decir los tres son uno: Dios.

Dios: Padre

Dios: Hijo Jesús

Dios: Espíritu Santo

¿Sabias que el espíritu santo no es una fuerza ni un viento ni una paloma es Dios mismo que se
manifiesta como el quiere?

Dios padre esta sentado en su trono en los cielos

Dios hijo Jesús esta sentado a la derecha de su padre pidiendo por nosotros
Y Dios Espíritu Santo esta aquí en la tierra

Para guiarnos hablarnos y ayudarnos.

Sabias que el Espíritu Santo aunque es nombrado en algunas ocasiones tercero en la Biblia no
significa que tenga menos importancia que el padre o el hijo

Sabias que cuando Jesús resucito y subió a los cielos envió el Espíritu Santo aquí a la tierra para
que no estemos solos.

¿Quieres conocerlo? El tiene una personalidad características de su persona

..Bien escucha con atención es:

El Espíritu Santo es una persona si la mas amorosa, tierna, sensible que puedas imaginar.

Puede hablar amar sentir percibir responder tiene emociones

El es tu amigo personal que te ayudara a orar a leer la Biblia el quiere llenarte de la presencia de
Dios.

Tan solo se lo tenemos que pedir precioso Espíritu Santo me puedes ayudar por favor y el viene a
nuestra ayuda/

Increíble!!! N0? que esperamos comencemos a disfrutar de nuestras charlas con Dios nos vemos…
hasta la próxima y recuerda ponlo por practica,…
El que no lo veamos no quiere decir que no esta es más real de lo que te puedas imaginar!!!

ERICA CORREA

envianos tus comentarios y tus cuentos!!!

Marcos y el paraiso

Marcos y el Paraíso

Escrito por: Geraldine Rodríguez Pagella (14 años)

Para: Avanza Kids

niña

Marcos era una persona muy buena, amable con todo el mundo y ayudaba a las personas, el lo
tenia todo, pero le faltaba una cosa... conocer a Dios, el decía que quería encontrar un Paraíso,
queria un mundo diferente al que nosotros vivimos actualmente, el quería encontrar el camino
que lo guíe hasta la Felicidad, Marcos decía que existía, que el lo había soñado muchas veces, pero
todos lo creían loco, los demás se preguntaban: ¿ Existe un mundo así? ¿ Podrá ser cierto lo que
dice Marcos? , Pero todos se burlaban de el por su loco sueño de que pueda existir un mundo
semejante, paradisiaco.

Un día marcos iba caminando por la plaza, muy pensativo, pensaba como seria ese mundo, como
viviría el allá, de pronto empezó a sentir como una sensación de que algo estaba por suceder, de
que se iba a encontrar con una persona que lo iba a ayudar con su sueño. Luego vio a un anciano
que estaba sentado en un banco, pero no era un anciano cualquiera como los demás, este anciano
parecía un hombre fuerte a pesar de su edad, entonces se acerco a el, y le pregunto Marcos : Hola
¿como se llama? y el Anciano respondió: Hola! Yo me llamo Gabriel, y ¿vos?,y yo me llamo
Marcos, y que hace aquí usted ¿solito? y Gabriel dijo: Estoy esperando a una persona que lo voy a
ayudar con una cosa muy importante, que tiene que resolver, y vos ¿que andas haciendo por aca?
y Marcos contesto: Estoy en busca de un Paraíso! ¿Un Paraíso? dijo gabriel, si, dijo el jóven, es un
mundo nuevo que no existe en la tierra, es algo muy hermoso.- ¿y como sabes de ese mundo?,
¿Quién t dijo que existía otro mundo que no existe en la tierra? - En verdad yo lo imagino, es mi
sueño, pero yo deseo estar en un paraiso de verdad.- Y cuéntame mas de mundo - replico el
anciano. Entonces Marcos le empezó a contar como era ese mundo sobrenatural, marcos decía
que alli todo era perfecto hermoso donde reina la armonia, la paz y sobre todo el amor, alli no
existe la maldad y las personas tienen ropas blancas, brillantes y abundan los preciosos paisajes
con vivos colores. Gabriel escuchaba con Atención todo lo que marcos le contaba , hasta que dijo:
¡¡Marcos, tengo buenas noticas para ti!! yo conozco aquel lugar. ¿en serio? dijo Marcos, ¿Me
puedes decir donde esta, y como llegar? No precisamente donde esta, sino que las buenas noticias
se refieren a que tengo el mapa de como llegar a él... y muy ansioso y sobresaltado, marcos dijo:
¡Por favo, digamelo!.

Mira, hace muchisimos años hubo en la tierra un gran maestro que vino a hablarnos de este
maravilloso paraiso. y sabes como se llamaba el mensaje principal de él: Buenas noticas. La
enzeñanzas de aquél gran maestro siempre se referian a "la vida eterna" en un paraiso celestial, el
cual era su propio reino y que no era de este mundo, y marcos meditando susurro, creo que en
verdad aquel maestro sabía muy bien lo que yo quiero saber, y mirando fijamente los ojos de
aquel anciano con mucha intriga le pregunro ¿y quienes aquél hombre, como se llama?, quizas has
sentido nombrarlo, pero veo que mucho no lo conocias, su nombre es Jesús. El es el Hijo de Dios,
el cual vino al mundo para perdonar a los hombres de todos sus errores y que luego puedan ser
sus seguidores, siguiendo sus sabias enzeñanzas para poder entrar a aquel anhelado paraiso al
cual todos queremos llegar. y si crees en Jesús Marcos, el Hijo de Dios, serás perdonado de todos
tu errores y podrás entrar gratuitamente y solo por su amor al paraiso celestial de Jesús, el Hijo de
Dios. Claro que lo voy a seguir a Jesús - dijo marcos conmovido - Allí te veré marcos - le contesto
gabriel, y se fue aquel anciano y marcos nunca más lo vió.

Entonces Marcos empezó a ir a la iglesia, acepto a Jesucristo en su corazón como su salvador,


estaba lleno de Paz, de gozo, vivía paraDios y cuando fue mas grande enseñaba a Jesús y ayudaba
a los niños necesitados, y a muchas personas de diferentes lugares, era un hombre
completamente nuevo, ya había encontrado su Paraíso, lo encontró apenas empezó a ir a la
iglesia, y comprendió que su mundo era vivir para Dios, y pasaron los años y marcos envejeció.

Un día Dios lo llamo a su presencia, al paraiso ¿y saben quien vino a recibirlo? Su gran amigo
Gabriel. Si, pero Gabriel no era aquel anciano, sino un ángel de Dios, un mensajero, que se habia
disfrazado de hombre para hablar con Marcos.
No te olvides que siempre Dios va a usar alguna persona para darte una palabra, marcos al fin
había encontrado su paraíso que no era otra cosa que el cielo, la vida eterna.

Fin.

E s t r e l l a s

Existían millones de estrellas en el cielo.


Estrellas de todos los colores, blancas, plateadas, verdes,
dorados, rojas, azules...

Un día inquietas, ellas se acercaron a Dios y le dijeron:

_Señor Dios, nos gustaría vivir en la Tierra entre los hombres.


_Así será hecho, respondió el Dios. Las conservaré a  todas
ustedes pequeñitas, como son vistas para que puedan bajar a
la Tierra.

Se cuenta que en aquella noche, hubo una linda lluvia de


estrellas.

Algunas de acurrucaron en las torres de las iglesias, otras


fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los
campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños...
Y la tierra quedó maravillosamente iluminada...

Pero con el pasar del tiempo, las estrellas decidieron


abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la Tierra
oscura y triste.
_ ¿Por qué volvieron? Preguntó Dios a medida que las estrellas
iban llegando al cielo.
_ Señor, no nos fue posible estar en la Tierra, allí hay muchos
cosas malas y la gente se pelea, hay guerras, mucha maldad y
muchas personas mueren sin saber nada de Ti.

Y  Dios les dijo:_ ¡Claro! El lugar de ustedes es aquí en el Cielo,


este es el lugar que yo hice para ustedes. En la Tierra viven
los hombres y las mujeres, los niños y las niñas, los jóvenes y
los ancianos. 
El Cielo, es mi casa y el lugar donde   ustedes tienen que
estar. Porque el cielo, es  el lugar de lo perfecto, de lo que no
tiene mancha, de lo que cambia, aquí todo es hermoso...

Después que llegaron las estrellas, Dios las contó una por una...
Y luego con una voz distinta dijo: Aquí no están todas, aquí
falta una, ¿qué paso que no están todas?
Las otras estrellas se miraban entre ellas hasta que un ángel
le dijo a Dios:
_ Señor, una estrella quiso quedarse entre las personas que
viven en la Tierra. Ella descubrió que su luz ayudaba a las
personas, alegraba las noches, los días,  los campos, las plazas
y muchos lugares donde había mucha gente sin alegría ni paz... 

A Dios le gustó mucho escuchar sobre eso y le regalo a aquella


valiente  estrellita que se había quedado en la Tierra una luz
más grande y brillante, para que pudiera iluminar a todas las
personas que ella quisiera...

Jesús volvió a hablarle a la gente:


--Yo soy la luz que alumbra a todos los que viven en este
mundo.
Síganme y no caminarán en la oscuridad, pues tendrán la
luz que les da vida. (Juan 8:12)

Gabriela.

SELECCIÓN DE CUENTOS
RECOGIDOS

EN EL LIBRO
 

Una historia de fe

Había una vez un burro que no tenía más que piel y


huesos. Sus amos anteriores jamás le habían tratado
bien, pero ahora que le habían comprado para llevar a
una joven pareja a Belén sentía que las cosas
mejoraban. Sus nuevos amos le daban de comer, le
abrevaban e incluso a veces le daban palmaditas.
Comenzó a experimentar una sensación de paz y de
alegría que venía de ese feliz matrimonio. Aunque no
podía explicarlo, sentía que no eran un matrimonio
corriente:

«Puede que no sea más que un burro», pensaba para


sí mismo, «pero estoy seguro de que hay algo muy
diferente en estos dos que hace que no sean seres
humanos corrientes».

Al llegar a Belén, como no encontraron sitio en


ninguna posada tuvieron que refugiarse en un viejo
establo maloliente. Pero incluso allí no fueron bien
recibidos. Los animales que ya vivían en el lugar se
mostraron sumamente antipáticos con el jumento,
burlándose de su aspecto.

El niño nació alrededor de la medianoche, y muy


poco después llegó una multitud de pastores de los
campos vecinos, que comenzaron a hacer reverencias al
recién nacido, tratándole como si fuera un rey. Los
demás animales se enfadaron mucho, diciendo que
aquella familia no era más que un grupo de mendigos,
que no tenían otra cosa mejor que ese estúpido
jumento.

El borrico, molesto por sus comentarios, decidió


sumar su voz a la de aquellos pastores, rebuznando lo
mejor que supo: «¡Hosanna! ¡Bienvenido, Señor! Yo sé
que tú eres esas cosas y mucho más».

«No seas estúpido», le cortó un perro, «¿cómo es


posible que un bebé como ése sea el Cristo? ¡Ni
siquiera tiene una ropa decorosa!»

«Porque es verdad», replicó el borrico. «Estoy


seguro. Lo siento en mis huesos. Sé que este niño es
nuestro salvador. Sencillamente lo sé. ¡Lo sé! ¡Lo sé!».

Pasó el tiempo, pero el jumento siempre recordaba


aquella noche. Treinta años después, alguien vino al
establo donde vivía por entonces, le desató, y se lo
llevó. Después de un rato, llegaron a la entrada de
Jerusalén, que estaba concurrida por una gran
muchedumbre. Una vez allí, Jesús subió encima de él,
mientras la multitud lo aclamaba dando vítores y
agitando ramos de palmera:

«¡Hosanna! ¡Dios bendiga al rey que viene en


nombre del Señor!»

Varios animales testigos de esta escena miraban con


envidia al estúpido borriquillo que parecía haberse
convertido en el centro de atención:

«¿Por qué nuestro salvador y rey ha escogido


montar un jumento?», se preguntaron un caballo a otro.
«¿No somos nosotros mucho más inteligentes, más
respetables y honorables que ese ridículo animal?»

El burro seguía avanzando, feliz de llevar a su


precioso viajero. A cada paso asentía con la cabeza,
como mostrando su acuerdo con todo lo que gritaban. Y
continuamente se repetía para sus adentros:

«¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!»

*****

 
Una cruz a la medida
 
Se cuenta que un hombre caminaba por el rumbo
de la vida cargando su cruz sobre sus hombros. De
repente se le apareció un señor muy imponente, vestido
con un extraño traje rojo, que le dijo:

—Pero, hombre, ¿qué estás haciendo con semejante


cruz encima? No tiene sentido. ¿Por qué no le cortas un
poco los extremos, y así la carga se te hará más liviana?

El hombre, luego de pensarlo por un breve


momento, creyó que ésa era una buena idea para evitar
tanto esfuerzo. Fue así que limó los extremos de la cruz
y siguió caminando.
A los pocos metros, el señor de rojo se hizo presente
otra vez.
—Pero, ¿no oíste lo que te dije, amigo? No la has
achicado casi nada. Córtale las puntas un poco más.
Estás arrastrando una cruz demasiado pesada pudiendo
sacrificarte menos para llevarla. ¡No seas tonto!
Y el hombre esta vez cortó los extremos de la cruz.
Sintiéndose ahora un poco más aliviado, continuó su
camino. Ya el tamaño de la cruz había disminuido
notablemente y el hombre podía cargarla con más
comodidad.
Al poco tiempo de avanzar, el señor de rojo volvió a
cruzarse ante él y le insistió:
—Vamos... Córtale los extremos todavía más.
Mientras más chica sea la cruz, menos va a costarte
llevarla.
Entonces el hombre se detuvo y volvió a cortarle los
extremos, hasta que pudo cargarla con una sola mano.
Siguió caminando y, a medida que avanzaba, pudo
divisar una gran luz blanca al final del camino. Cuando
llegó a este punto vio que Dios le estaba aguardando.
—Bienvenido, hijo mío, al umbral de la Gran Puerta
del Paraíso.
—Pero, Dios... ¿Dónde está la puerta, que no la veo?
Y el Señor, con su dedo índice apuntando hacia
arriba, señaló una puerta en lo alto y le dijo:
—Es aquella que está allá en las alturas. ¿La ves
ahora? Bueno, para entrar sólo debes abrirla.
Evidentemente, abrir la puerta no era el
inconveniente, pero sí lo era alcanzarla.
—Pero, Señor, ¿cómo hago para subir tan alto?
—Para eso tienes la cruz. Debes apoyarla sobre esta
pared y así podrás escalar hasta la puerta. Esta cruz que
has estado cargando durante toda tu vida tiene la
medida exacta para que llegues a la Puerta del Cielo. De
otra forma es imposible.
—Pero, Señor, ... Es que mi cruz ya no tiene ese
tamaño. Yo le hice caso a un señor de traje rojo que
durante todo mi camino estuvo acechándome, tratando
de convencerme para que yo mismo me facilitara las
cosas. Y me convenció, así que hice mi carga más liviana
por consejo de él.
—Ay, hijo mío... Te has dejado tentar y mira ahora
lo que te ha pasado. ¿Te das cuenta que al final de todo
las malas influencias terminan perjudicándote?
 
 *****

La mejor cruz

Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús:


—Señor: ya estoy cansado de llevar la misma cruz
en mi hombro, es muy pesada y muy grande para mi
estatura.
Jesús amablemente le dijo:
—Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto
y elige la cruz que más se adapte a ti.
El hombre entró y vio una cruz pequeña, pero muy
pesada, que se le encajaba en el hombro y le lastimaba,
buscó otra, pero era muy grande y muy liviana y le
hacía estorbo; tomó otra, pero era de un material que
raspaba; buscó otra, y otra, y otra.... hasta que llegó a
una que sintió que se adaptaba a él. Salió muy contento
y dijo:
—Señor, he encontrado la que más se adapta a mí:
muchas gracias por el cambio que me permitiste.
Jesús le mira sonriendo y le dice:

—No tienes nada que agradecer: has tomado


exactamente la misma cruz que traías. Tu nombre está
inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no
puedas soportar, porque te ama y tiene un plan perfecto
para tu vida.

  *****

La voluntad de Dios

         Una antigua leyenda noruega cuenta acerca de un


hombre llamado Haakon, que cuidaba una ermita a la
que acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta
ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían
ahí para pedirle a Cristo algún milagro. Un día, el
ermitaño Haakon quiso pedirle un favor, guiado por un
sentimiento generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo:
«Señor, quiero padecer por Ti. Déjame ocupar tu
puesto. Quiero reemplazarte en la cruz». Y se quedó fijo
con la mirada puesta en la efigie, como esperando la
respuesta. El Señor abrió sus labios y habló... Sus
palabras cayeron de lo alto, susurrantes y
amonestadoras:

―Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con


una condición.

―¿Cuál, Señor?  ―preguntó con acento suplicante


Haakon―. ¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a
cumplirla con tu ayuda, Señor!

―Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas,


has de guardar silencio siempre.

Haakon contestó: “¡Os lo prometo, Señor!” Y se


efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie
reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la cruz.
El Señor ocupaba el puesto de  Haakon. Y éste por largo
tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.

Pero, un día, llegó un rico. Después de haber orado,


dejó olvidada allí su cartera. Haakon lo vio y calló.
Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos
horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni
tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante
él poco después para pedirle su gracia antes de
emprender un largo viaje.

Pero en ese momento volvió a entrar el rico en


busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el
muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al
joven y le dijo iracundo:

―¡Dame la bolsa que me has robado!

El joven, sorprendido, replicó:

―¡No he robado ninguna bolsa!

―¡No mientas, devuélvemela enseguida! ―insistió


el rico.

―¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa!


―afirmó el muchacho.

        El rico arremetió furioso contra él. Sonó entonces


una voz fuerte: “¡Detente!” El rico miró hacia arriba y
vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo
permanecer en silencio, defendió al joven, e increpó al
rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado, y
salió de la ermita. El joven salió también porque tenía
prisa para emprender su viaje.

Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a


su siervo y le dijo:

―Baja de la cruz. No sirves para ocupar mi puesto.


No has sabido guardar silencio.

―Señor ―dijo Haakon―, ¿Cómo iba a permitir esa


injusticia?

Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la cruz de


nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz. El
Señor  siguió hablando:

―Tú no sabías que al rico le convenía perder la


bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de
una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía
necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en
cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas
le hubiesen impedido realizar el viaje que para él
resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de
zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías
nada. Yo sí sé, y por eso callo.

 Y el Señor nuevamente guardó silencio.

 *****

Las huellas

Una noche soñé que caminaba a lo largo de una


playa acompañado por Dios.
Durante la caminata muchas escenas de mi vida
fueron proyectándose en la pantalla del cielo.
Según iban pasando cada una de esas escenas,
notaba que unas huellas se formaban en la arena.
A veces aparecían dos pares de huellas, otras
solamente aparecía un par de ellas.
Esto me preocupó grandemente, porque pude notar
que durante las escenas que reflejaban etapas tristes en
mi vida, cuando me hallaba sufriendo de angustias,
penas o derrotas, solamente podía ver un par de huellas
en la arena.
Entonces le dije a Dios: «Señor, tú me prometiste
que, si te seguía, tú caminarías siempre a mi lado. Sin
embargo, he notado que durante los momentos más
difíciles de mi vida sólo había un par de huellas en la
arena: ¿Por qué cuando más te necesitaba no estuviste
caminando a mi lado?»
 El Señor me respondió: «Las veces que has visto
sólo un par de huellas en la arena, hijo mío... ha sido
cuando te he llevado en mis brazos».

  *****

¡Dios existe!

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y


recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos,
entabló una amena conversación con la persona que le
atendía.

Hablaban de muchas cosas y tocaron muchos temas. De


pronto tocaron el tema de Dios, y el barbero dijo:

―Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista,


como usted dice.

―Pero, ¿por qué dice usted eso? ¾preguntó el


cliente.

―Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para


darse cuenta de que Dios no existe; o dígame: ¿acaso, si
Dios existiera, habría tantos enfermos, tanta gente
hambrienta, tantas personas que sufren? Si Dios
existiera no habría sufrimiento ni tanto dolor para la
humanidad; yo no puedo pensar que exista un Dios que
permita todas estas cosas.

 El cliente se quedó pensando un momento, pero no


quiso responder para evitar una discusión. El barbero
terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Justo al
salir, vio en la calle a un hombre con la barba y el
cabello largo; al parecer, hacía mucho tiempo que no se
lo cortaba y se veía muy desarreglado.

 Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al


barbero.

―¿Sabe una cosa?: los barberos no existen.

―¿Cómo que no existen? ¾preguntó el barbero¾:


aquí estoy yo, y soy barbero.

―¡No! ―dijo el cliente― no existen porque, si


existieran, no habría personas con el pelo y la barba tan
larga como la de ese hombre que va por la calle.

―¡Ah!, los barberos sí existen, lo que pasa es que


esas personas no vienen hacia mí.

 ―¡Exacto! ―dijo el cliente― ese es el punto: Dios


SÍ existe; lo que pasa es que las personas no van hacia
Él y no le buscan. Por eso hay tanto dolor y miseria.

  *****

Querido bambú

        Había una vez un maravilloso jardín, situado en el


centro de un campo. El dueño acostumbraba pasear por
él al sol de mediodía. Un esbelto bambú era el más
bello y estimado de todos los árboles de su jardín. Este
bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. Él sabía
que su Señor lo amaba y que él era su alegría.
Un día, su dueño, pensativo, se aproximó a él y, con
sentimiento de profunda veneración, el bambú inclinó
su imponente cabeza. El Señor le dijo:
«Querido bambú, Yo necesito de ti».
El bambú respondió:
«Señor, estoy dispuesto; haz de mí lo que quieras».
El bambú estaba feliz. Parecía haber llegado la gran
hora de su vida: su dueño necesitaba de él,  y podría
servirle. Con su voz grave, el Señor le dijo:
«Bambú, sólo podré usarte podándote».
«¿Podar? ¿Podarme a mí, Señor?... ¡Por favor, no
hagas eso! Deja mi bella figura: tú ves cómo todos me
admiran». 
«Mi amado bambú» ―la voz del Señor se volvió
mas grave todavía―, «no importa que te admiren o no
te admiren... si yo no te podara, no podría usarte».
En el jardín, todo quedó en silencio, y hasta el
viento contuvo la respiración. Finalmente, el bello
bambú se inclinó y susurró:
«Señor, si no me puedes usar sin podar, entonces
haz conmigo lo que quieras».
«Mi querido bambú, también debo cortar tus
hojas...»
 El sol se escondió detrás de las nubes... unas
mariposas volaron asustadas... El bambú, temblando y a
media voz dijo:
«Señor, córtalas...»
«Todavía no es suficiente, mi querido bambú»
―dijo el Señor nuevamente―: «debo además cortarte
por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no
podré usarte».
«Por favor, Señor» ―dijo el bambú― «Si haces
eso... ¿Cómo podré vivir sin corazón?»
«Debo sacarte el corazón; de lo contrario, no podré
usarte» ―insistió el dueño.
Hubo un profundo silencio... algunos sollozos y
lágrimas cayeron. Después, el bambú se inclinó hasta el
suelo y dijo:
«Señor:  poda, corta, parte, divide, saca mi corazón...
tómame por entero».
El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió,
el Señor sacó el corazón.
Después, llevó al bambú y lo puso en medio de un
árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua
fresca. Ahí el Señor acostó cuidadosamente en el suelo a
su querido bambú; ató una de las extremidades de su
tallo a la fuente y la otra la orientó hacia el campo. La
fuente cantó dando la bienvenida al bambú. Las aguas
cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo
despedazado del bambú... corrieron sobre los campos
resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí se
sembró trigo, maíz y soja, y se cultivó una huerta. Los
días pasaron y los sembrados brotaron, crecieron y todo
se volvió verde... y vino el tiempo de la cosecha. Así, el
tan maravilloso bambú de antes, en su despojo, en su
aniquilamiento y en su humildad, se transformó en una
gran bendición para toda aquella región.
Cuando él era grande y bello, crecía solamente para
sí y se alegraba con su propia imagen y belleza. En su
despojo, en su aniquilamiento, en su entrega, se volvió
un canal del cual el Señor se sirvió  para hacer fecundas
sus tierras. Y muchos, muchos hombres y mujeres
encontraron la vida y vivieron de este tallo de bambú
podado, cortado, arrancado y partido.
 
 *****

Una clase de cocina

Hacía rato que José se paseaba de un lado al otro de


la casa sin dejar de mirar el reloj. Eran las 12 de la
noche, su hija aún no había regresado y su angustia
aumentaba por momentos.
De repente, se abrió la puerta y apareció ella, con
sus ojos anegados en lágrimas. José la miró y,
adelantándose hacia ella, la apretó fuerte y
amorosamente contra su pecho, sin decirle nada. Las
preguntas vendrían después, él  sabía que cualquier
cosa que pudiera decir en aquel momento podría ser
contraproducente…
Pero no hizo falta, la joven empezó a hablar con su
padre, quejándose entre sollozo y sollozo acerca de su
vida y de los obstáculos que incomprensiblemente le
surgían al paso y de lo difícil que era para ella alcanzar
las metas que se fijaba, por más que se había preparado:
finalmente, habían desechado su solicitud para aquel
puesto de trabajo…
José  la escuchaba atentamente y la dejaba hablar,
reteniendo en su memoria todo cuanto ella decía, para
ayudarla en el momento oportuno, que él sabía que no
era aquél; volcando en ella, eso sí, toda su ternura,
porque sabía de la importancia que supone el poder
desahogar el corazón de todo cuanto le oprime para
poder empezar a buscar soluciones…
Eran cerca de la una de la madrugada cuando se
retiraron cada uno a su dormitorio.
Pero pasaban las horas y José seguía sin poder conciliar
el sueño, porque en su pensamiento se repetía una y
otra vez una de las frases que había dicho su hija: «Ya
no sé que hacer papá, en ocasiones me siento que voy a
desfallecer, me siento con deseos de renunciar a todo, a
veces incluso hasta a la propia vida. Me siento cansada
de luchar. Cuando un problema se resuelve, otro nuevo
surge...»
Hasta que, finalmente, vio cómo podía ayudar a su
hija, pero de una manera práctica, y la solución se la
ofrecía su mismo trabajo.
José tenía un pequeño restaurante en el cual hacía
de cocinero. Así es que, mientras desayunaban, le dijo a
su hija: 
—Hoy me acompañarás y me ayudarás en la cocina.
Al llegar al restaurante ambos se pusieron dos
delantales, y el padre llenó tres cazuelas pequeñas con
agua y las puso a calentar al fuego, mientras le decía a
su hija que no se moviese de su lado y estuviese atenta.
Cuando el agua comenzó a hervir, el hombre colocó
dentro de la primera zanahorias, dentro de la segunda
huevos y, dentro de la tercera, granos de café. Los
ingredientes quedaron así cocinándose por varios
minutos, mientras que la impaciente hija se preguntaba
cuál era el significado de todo aquello…
Al cabo de veinte minutos el padre apagó los
hornillos. Sacó una zanahoria de la cazuela y la colocó
en un bol; hizo lo mismo con un huevo y, finalmente,
tomó una tacita y la llenó de café.
Dirigiéndose a su hija, le preguntó: 
—¿Hija, que ves?
—Veo una zanahoria, un huevo y café.  —le
respondió ella, asombradísima ante aquella pregunta.
Entonces José le pidió a su hija que alargara la
mano y tocara la zanahoria. Al hacerlo notó que la
zanahoria estaba blanda y suave. A continuación le
pidió que tomara el huevo y lo rompiera. Al quitarle la
cáscara al huevo encontró que el interior del mismo se
había endurecido. Y, por último, le pidió que probara el
café. Y ella así lo hizo, deleitándose con su exquisito
sabor y su rico aroma.
Entonces la hija, volviéndose hacia su padre, le
preguntó: 
—¿Qué me quieres decir con todo esto, papá?
—Verás hija: cada uno de estos ingredientes se ha
enfrentado a la misma adversidad, al agua caliente; sin
embargo, cada uno de ellos ha reaccionado de manera
distinta. La zanahoria ha ido al agua dura y fuerte, pero
después de unos minutos se ha puesto blanda y débil.
El huevo ha ido al agua con fragilidad; su líquido
interior estaba protegido por una débil cáscara pero,
después de haber experimentado el agua caliente, su
interior se ha endurecido. Sin embargo, los granos de
café han sido distintos: después de estar en el agua
caliente, los granos han transformado el agua en café.
»Dime: ¿cuál de ellos eres tú hija mía? ¿Eres la
zanahoria que por fuera aparenta dureza y fortaleza,
pero que con el fuego de la prueba se ablanda y pierde
su fortaleza de carácter?
»¿O tal vez eres el huevo, que al comienzo es suave
en su interior, pero el fuego de un fracaso, de una
separación, una enfermedad, una muerte, lo endurece y,
aunque por fuera parezca el mismo, por dentro se has
endurecido y ahora tiene un corazón amargado?
»¿O eres como los granos de café? No sé si sabes
que, para que el grano de café suelte todo su sabor, el
agua tiene que calentarse a 100 grados centígrados; o
sea, que mientras más caliente, más sabor le da al agua,
hasta transformarla en café, en un delicioso y aromático
café. Si tú eres como el grano de café y en esos
momentos dejas que Jesús entre a formar parte de tu
prueba, de tu sufrimiento, de tu adversidad, si te
confías a Él, y te abandonas en su Amor, el amor de
Jesús te transformará en Él y tu sufrimiento se acabará
transformando en una ofrenda agradable al Padre, y
acabarás haciendo de esa prueba, de esa adversidad,
una alabanza, un himno de acción de gracias al Señor,
pues todo cuanto Él permite que nos suceda es para
nuestro bien, y desprenderás allí donde estés ese
delicioso aroma de Jesús.
 
¿Cuál eres tú cuando la adversidad, cuando la
prueba golpea a tu puerta?, ¿cómo respondes?: ¿como las
zanahorias, como los huevos, o como el café?

 *****

 
Los ingredientes del bizcocho
 
Un niño le contaba a su abuelita que todo iba mal:
tenía problemas en la escuela, no se llevaba bien con la
familia, y con frecuencia tenía enfermedades.
Entretanto, su abuela confeccionaba un bizcocho. 
Después de escucharlo, la abuelita le dice: 
—¿Quieres una merienda? 
A lo cual el niño le contesta: 
—¡Claro que sí!. 
— Toma, aquí tienes un poco de aceite de cocinar.  
— ¡Puaf! —dice el niño, con un gesto de asco. 
— Entonces, ¿qué te parecen un par de huevos
crudos?
— Arrr, ¡abuela! ¡No me gustan los huevos crudos!
— Entonces, ¿prefieres un poco de harina de trigo, o
tal vez un poco de levadura? 
— Abuela, ¿te has vuelto loca?, ¡todo eso sabe
horrible!  
Con una mirada bondadosa, la abuela le responde: 
—Sí, todas esas cosas saben horrible, cada una
aparte de las otras. Pero si las pones juntas en la forma
adecuada, haces un delicioso bizcocho. Dios trabaja de
la misma forma. Muchas veces nos preguntamos por
qué nos permite andar caminos y afrontar situaciones
tan difíciles. ¡Pero cuando Dios pone esas cosas en su
orden divino, todo obra para bien! Solamente tenemos
que confiar en Él y, a la larga— veremos que Dios hace
algo maravilloso. 
 
 *****

El muñeco de sal

Érase una vez un muñeco de sal. Había andado


mucho por tierras cálidas y áridos desiertos. Un día
llegó a la orilla del mar. Nunca había visto el mar, por
eso no acertaba a comprenderlo.

—¿Quién eres? —preguntó el muñeco.

—Yo soy el mar.

—Pero... ¿qué es el mar? —volvió a preguntar el


muñeco.

—Yo —respondió el mar.

—No lo entiendo —musitó tristemente el muñeco.


Luego añadió—: me gustaría mucho comprenderte.
¿Qué tengo que hacer?

—Es muy sencillo: tócame. —Le contestó el mar.

Tímidamente, el muñeco tocó el mar con la punta


de los dedos de  los pies. Comenzó a comprender el
misterio del mar.... Pero se asustó, al comprobar que las
puntas de sus pies habían desaparecido.

—Mar, ¿qué me hiciste? —preguntó llorando.

—Me has dado algo para poder comprenderme —


contestó el mar.

El muñeco de sal se quedó largo tiempo pensativo...


Luego comenzó a deslizarse lenta y suavemente en el
mar, como quien fuera a realizar el acto más importante
de su vida de peregrino. A medida que entraba en el
agua, se iba deshaciendo y diluyendo, poco a poco... a la
vez que seguía preguntándose:

—¿Qué es el mar?... ¿Qué es el mar?...

Hasta que una ola lo absorbió por entero. En ese


momento final, el muñeco de sal hizo suya la respuesta
del mar:

—Soy yo: yo soy el mar.

 *****
 
El bordado de Dios
 
Cuando yo era pequeño, mi madre solía coser
mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué
estaba haciendo. Ella me respondía que estaba
bordando.
Como yo era pequeño, observaba el trabajo de mi
madre desde abajo, por eso siempre me quejaba
diciéndole que sólo veía hilos feos. Le preguntaba por
qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y
porqué me parecían tan desordenados desde donde yo
estaba.  Ella me sonreía, miraba hacia abajo y me decía:
«Hijo, ve afuera a jugar un rato, y cuando haya
terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo para
que lo veas desde arriba». 
Así lo hice. Al cabo de un rato, escuché la voz de mi
madre llamándome. Cuando me senté en su regazo, me
sorprendió y emocionó ver hermosas flores y bellos
atardeceres en el bordado. No podía creerlo, pues antes
desde abajo sólo veía hilos enredados. Entonces mi
madre me decía: «Hijo mío, desde abajo se veía confuso
y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un
plan arriba.  Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo
desde mi posición, qué bello es».
 
 *****

El Rey del Himalaya

Un día, un gran Rey que tenía sus tierras al sur del


Himalaya fue visitado por un embajador de Persia que
le obsequió con una hermosa espada labrada a mano.
Mientras admiraba todo el trabajo hecho en el sable, el
Rey se cortó accidentalmente el extremo de su dedo
pequeño. Como el Rey estaba sufriendo esta pérdida, su
ministro dio un paso hacia el trono y le dijo:
―Vuestra Alteza Real no debe lamentarse por la
pérdida de la punta de su dedo, pues siempre todo está
dispuesto por Dios.
Al escuchar estas palabras de su ministro, el Rey se
sintió muy enfadado, y dijo:
―No puedes apreciar la pérdida de mi dedo porque
es mi dedo el que se ha perdido, y no el tuyo. Mejor
sería que retiraras lo que has dicho, no sea que pierdas
algo más que la punta de un dedo.
―Su Majestad, le hablo con la verdad de mi
corazón ―le contestó el ministro―, y en consecuencia
no puedo retirar lo que he dicho, pues ciertamente todo
está dispuesto por Dios, aunque  su Majestad puede
actuar como le dicte su conciencia.
El Rey, fuera de sí, lleno de ira por semejante
irreverencia, llamó a sus soldados para que le
detuvieran y le encarcelaran.
Poco después llegó el día de la caza, momento en el
que habitualmente el Rey era acompañado por su
ministro. Como éste estaba en prisión, el Rey marchó
solo. Sucedió que, una vez adentrado en las selvas, el
Rey fue atacado y capturado por una banda de
caníbales salvajes. Luchando por su vida, el Rey fue
arrastrado hasta el lugar donde se hacían los
preparativos y rituales para los sacrificios humanos. Fue
desnudado y bañado en aceites sagrados, y después fue
conducido al altar de los sacrificios. Momentos antes de
ser inmolado, el alto sacerdote advirtió que le faltaba la
punta de un dedo.
―Este hombre no es apto para ser sacrificado ―dijo
el sacerdote―, le falta la punta de su dedo y por tanto
no es completo, así que es inaceptable.
De esta forma fue llevado a lo profundo del bosque,
y se le dejó marchar.
El Rey recordó emocionado las palabras de su
ministro y, cuando llegó al palacio, fue directamente a
los calabozos a liberar a su ministro.
―Tú dijiste la verdad ―dijo el Rey―: si no hubiera
tenido cortada la punta de mi dedo hubiera sido
sacrificado y devorado por esos caníbales. Seguramente
Dios dispuso salvar mi vida. Pero hay algo que no
entiendo... ¿por qué Dios dispuso que te pusiera en
prisión de manera injusta? ¿También esto venía de
Dios?
―Sí ―contestó el ministro―: si no me hubieras
puesto en prisión yo te hubiera acompañado en la
cacería, como siempre hacíamos, y me habrían
capturado contigo. Puesto que mi cuerpo está completo
y sano, yo hubiera sido sacrificado en tu lugar, ya que a
ti se te consideró no apto.
 
 *****
El naúfrago
 
El único superviviente de un naufragio llegó a una
isla deshabitada. Pidió fervientemente a Dios ser
rescatado, y cada día divisaba el horizonte en busca de
una ayuda que no llegaba. Cansado, optó por
construirse una cabaña de madera para protegerse de
los elementos y guardar sus pocas pertenencias.
Un día, tras merodear por la isla en busca de
alimento, cuando regresó a la cabaña la encontró
envuelta en llamas, con una gran columna de humo
levantándose hacia el cielo. Lo peor había ocurrido: lo
había perdido todo y se encontraba en un estado de
desesperación y rabia.
―¡Oh Dios!, ¿cómo puedes hacerme esto? ―se
lamentaba.
Sin embargo, al amanecer del día siguiente se
despertó con el sonido de un barco que se acercaba a la
isla. Habían venido a salvarlo.
―¿Cómo supieron que estaba aquí? ―preguntó a
sus salvadores.
―Vimos su señal de humo ―contestaron ellos.

Es muy fácil descorazonarse cuando las cosas


marchan mal, recuerda que cuando tu cabaña se vuelva
humo, puede ser la señal de que la ayuda está en
camino.

 *****

Aguanta un poco más


 
Se cuenta que en Inglaterra había una pareja que
gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de
Londres. Un día, al entrar en una de ellas se quedaron
prendados de una hermosa tacita. «¿Me permite ver esa
taza?», preguntó la señora, «¡nunca he visto nada tan
fino!»
En las manos de la señora, la taza comenzó a contar
su historia: «Debe saber que yo no siempre he sido la
taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo
era sólo un poco de barro. Pero un artesano me tomó
entre sus manos y me fue dando forma. Llegó el
momento en que me desesperé y le grité: “¡Por favor...
déjeme ya en paz...!” Pero mi amo sólo me sonrió y me
dijo: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
»Después me puso en un horno.  ¡Nunca había
sentido tanto calor!.... toqué a la puerta del horno y a
través de la ventanilla pude leer los labios de mi amo
que me decían: “Aguanta un poco más, todavía no es
tiempo”.
»Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso
en un estante.  Pero, apenas me había refrescado, me
comenzó a raspar y a lijar. No sé cómo no acabó
conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba abajo...
Por último, me aplicó meticulosamente varias
pinturas... Sentía que me ahogaba. “Por favor, déjeme
en paz”, le gritaba a mi artesano; pero él sólo me decía:
“Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
»Al fin, cuando pensé que había terminado aquello,
me metió en otro horno, mucho más caliente que el
primero.  Ahora sí pensé que terminaba con mi vida. Le
rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que
me sacara, que si se había vuelto loco.  Grité, lloré...
pero mi artesano sólo me decía: “Aguanta un poco más,
todavía no es tiempo”.

»Me pregunté entonces si había esperanza... si


lograría sobrevivir aquellos malos tratos y abandonos.
Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Fue
entonces cuando se abrió la puerta y mi artesano me
tomó cariñosamente y me llevó a un lugar muy
diferente. Era precioso.  Allí todas las tazas eran
maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían
como sólo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo
cuando descubrí que estaba en una tienda elegante y
ante mí había un espejo. Una de esas maravillas era yo. 
¡No  podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo! 

»Mi artesano entonces me dijo: “Yo sé que sufriste


al ser moldeada por mis manos, pero mira tu hermosa
figura; sé que pasaste terribles calores, pero ahora
observa tu sólida consistencia; sé que sufriste con las
raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu
presencia...  y la pintura te provocaba náusea, pero
contempla ahora tu hermosura...¿Preferirías ahora que
te hubiera dejado como estabas? ¡Ahora eres una obra
terminada! ¡lo que imaginé cuando te comencé a
formar!”».

 *****

Los tres árboles

Érase una vez 3 árboles pequeños en la cumbre de


una montaña que soñaban sobre lo que querían llegar a
ser cuando fueran grandes. El primer arbolito miro
hacia las estrellas y dijo:

—Yo seré el baúl más hermoso del mundo, para


poder guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y
estar lleno de piedras preciosas.
El segundo arbolito miró un pequeño arroyo
dirigiéndose al océano y dijo:
—Yo quiero viajar a través de aguas temibles y
llevar reyes poderosos sobre mí. Yo seré el barco mas
importante del mundo.
El tercer arbolito miró hacia el valle que estaba
abajo de la montaña y vio a hombres y mujeres
trabajando.
—Yo no quiero irme de la cima de la montaña
nunca. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del
pueblo me mire levanten su mirada al cielo y piensen
en Dios. Yo seré el árbol mas alto del mundo.
Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los
pequeños árboles crecieron mucho.
Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la
montaña y derribaron los tres árboles.
El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo
llevó a una carpintería, pero el carpintero lo convirtió
en una caja de alimento para animales de granja. Aquel
árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni llenado de
tesoros, sino que fue cubierto con polvo de la cortadora
y llenado con alimento para animales de granja.
El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó
cerca de un embarcadero, pero ningún barco imponente
fue construido ese día. En lugar de eso aquel árbol
fuerte fue cortado y convertido en un simple bote de
pesca. Era demasiado chico y débil para navegar en el
océano, ni siquiera en un río, y fue llevado a un
pequeño lago.
Pero, una noche, una luz de estrella dorada alumbró
al primer árbol cuando una joven mujer puso a su hijo
recién nacido en el pesebre que habían construido con
él.
—Este pesebre es hermoso para nuestro hijo —dijo
la mujer a su esposo, mientras la luz de la estrella
alumbraba a la madera suave y fuerte de la cuna. Y, de
repente, el primer árbol supo que contenía el tesoro mas
grande del mundo.
Una tarde, un viajero cansado y sus amigos
subieron a un viejo bote de pesca. El viajero se quedó
dormido mientras el segundo árbol navegaba
tranquilamente hacia adentro del lago. De repente, una
impresionante y aterradora tormenta llegó al lago. El
pequeño árbol se llenó de temor, porque sabía que no
tenía la fuerza suficiente para llevar a todos esos
pasajeros a la orilla a salvo con ese viento y esa lluvia.
El hombre cansado se levantó, y alzando su mano
dijo: «Calma». La tormenta se detuvo tan rápido como
comenzó. Y, de repente, el segundo árbol supo que en él
estaba navegando el Rey del cielo y de la tierra.
Algún tiempo después, un viernes por la mañana el
tercer árbol se extrañó cuando sus tablas fueron
tomadas de un almacén de madera olvidado. Se asustó
al ser llevado a través de una impresionante multitud
de personas enfadadas. Se llenó de temor cuando unos
soldados clavaron las manos de un hombre en su
madera. Se sintió feo, áspero y cruel.
Pero un domingo por la mañana, cuando el sol
brilló y la tierra tembló con júbilo debajo de su madera,
el tercer árbol supo que el amor de Dios había
cambiado todo. Esto hizo que el árbol se sintiera fuerte,
pues cada vez que la gente pensara en el tercer árbol,
ellos pensarían en Dios. Eso era mucho mejor que ser el
árbol mas alto del mundo.
 
La próxima vez que te sientas deprimido porque no
sucedió lo que tu querías, solo siéntete firme, y se feliz
porque Dios esta pensando en algo mejor para darte!
 
 

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