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¿Fantasía o realidad? Que más da.

La noche de Halloween acecha de nuevo y,
con ella, revive la adrenalina de aquellos que necesitan ser estimulados
con historias de terror que activen todos sus sentidos. Hay leyendas clásicas que
resucitan con éxito cada temporada, y otras que afloran con el paso de los años
condimentando una velada que hace las delicias de los amantes del miedo. Y es
que ciertos momentos de turbación, aunque parezca contradictorio, nos pueden
estimular, especialmente cuando logramos tomar distancia con aquello que nos
cuentan y, si es necesario, acudir a casa en busca de una buena manta que nos
proteja (¿seguro?). Estos son algunos mitos con los que os podéis regocijar esta
terrorífica noche eligiendo, además, si uno prefiere creer que son verdad o
ficción.

El hombre de los sueños


En enero de 2006, un psiquiatra de Nueva York recibió en su consulta a una de
sus pacientes como un día cualquiera. En aquella sesión, la joven le explicó que
había soñado en repetidas ocasiones con un hombre al que ni si quiera conocía.
Tenia una calva incipiente, las cejas muy gruesas y los labios extremadamente
finos, en especial el superior. Mientras oía la descripción, el facultativo dibujó el
retrato del sujeto. No le dio mayor importancia y lo dejó sobre la mesa.

Las tornas cambiaron cuando, en sus siguientes consultas, dos pacientes más
aseguraron haber visto al mismo hombre en sueños. El psiquiatra decidió hacer
copias del dibujo y enviarlo a varios compañeros de profesión. Meses después,
vieron que el número de personas que habían soñado con él no paraban de
aumentar y optaron por crear una página web en la que se registraran todas sus
apariciones. Los facultativos descubrieron que el misterioso hombre se había
colado en los sueños de cerca de dos mil personas.

Sus “apariciones” son de lo más dispares. Uno de los pacientes aseguró haberlo
visto vestido de Papá Noel. Otro dijo haberse enamorado en cuanto lo vio. Un
tercero asegura que cuando sueña que vuela, el hombre lo hace junto a él, y
nunca habla.
El fenómeno ha dado pie a múltiples teorías conspirativas. Una de ellas señala
que el intruso es una persona real con la habilidad de irrumpir en los sueños.
Otra, incluso afirma que se trata de un proyecto oculto de los gobiernos para
controlar las vidas de los ciudadanos. La hipótesis más científica, sin embargo,
indica que este rostro forma parte de la “conciencia común”.

Y a ti, ¿alguna vez se te ha presentado en sueños?

Retratos del hombre que se cuela en los sueños (thisman)AMPLIAR

El visitante nocturno
Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su
predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más
bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre
le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos.
Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la


despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a
acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una
noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se
había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la
luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo
de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre
la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a
oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al
momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la
estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el
pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le
preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al


amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo
habían dejado... menos el espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo
colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el
vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla.


Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la
profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad.
La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez
más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”.

La isla de las muñecas


Parece un escenario sacado de una película, pero es real. Existe una isla ubicada
en el centro-sur de Ciudad de México en la que reinan miles de muñecas
antiguas. Abandonadas a modo de ofrenda, algunas de sus cabezas se exhiben
clavadas en estacas, mientras que otras permanecen colgadas de los árboles. La
historia se remonta a 1950, cuando el propietario del terreno, Julián Santana,
empezó a colgar muñecas como protección contra los malos espíritus.

Santana creía que había sido maldito. Tiempo atrás, había encontrado el cuerpo
de una joven que había fallecido ahogada a orillas de los terrenos del hombre.
Empezó a convertirse en protagonista de episodios paranormales: oía voces,
pasos y el llanto de una mujer, por lo que decidió colocar muñecas por la isla
para ahuyentar el alma de la chica. Su obsesión llegó hasta tal punto que pasaba
las horas buscando muñecas en las basura y en los canales de Cuemanco.

Santana falleció en 2001 cuando se encontraba a orillas del río, justo después de
comentarle a su sobrino que una sirena quería llevárselo. Ahora, el lugar se ha
convertido en un sitio turístico y las autoridades de la región se plantean crear un
museo para conservar las muñecas.
Las muñecas permanecen colgadas por todas partes (iStockphoto)AMPLIAR

La leyenda de las gemelas


Les preparó el almuerzo y salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba
a sus hijas gemelas al colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la
mano cuando el teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió
rápidamente y su interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina.
Había ocurrido algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas;
conocían bien el camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta.
Solo dio veinte pasos. A sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe seguido de un
frenazo hizo que volteara la cabeza con una expresión de horror en el rostro. Los
cuerpos de las dos pequeñas yacían inertes bajo un camión. Todavía estaban
cogidas de la mano.
La mujer se sumió en una profunda depresión de la que consiguió salir con un
nuevo embarazo. Por ironía del destino, en su vientre estaban cobrando vida dos
niñas gemelas. Cuando dio a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas
sorprendió a más de un vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se
volvió más y más protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Un
día, de camino al colegio, las hermanas se adelantaron y corrían ante la atenta
mirada de la mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las
detuvo con brusquedad. Entre sollozos desconsolados, su madre les rogó que no
cruzaran nunca sin su permiso. “No pensábamos en hacerlo. Ya nos atropellaron
una vez, mamá. No volverá a ocurrir”.

Desde entonces, algunos viajeros aseguran que al pasar por ese tramo unas
interferencias se cuelan en la radio y se oye una misteriosa melodía: el tarareo de
unas niñas.

El clásico: La chica de la curva


Existen diferentes versiones, pero todas ellas tienen un denominador común: una
joven enfundada en un vestido blanco. Cuenta la leyenda que un padre de familia
volvía del trabajo a casa por la carretera de las Costas del Garraf. Era una noche
lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio empujaba sus párpados
hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas golpeaban con
más violencia los cristales de su coche, que perdía estabilidad en el serpenteante
trazado del asfalto.

El hombre agudizó los sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los
faros del vehículo iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia,
esperaba inmóvil a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su
destino. Sin dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó
de inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en
su vestimenta. Llevaba un vestido blanco de algodón arrugado y manchado de
barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.
Reanudó el viaje y empezaron una distendida conversación en la que la chica
esquivó en varias ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar.
Hasta que llegó el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que
redujera la velocidad hasta casi detener el vehículo. “Es una curva muy cerrada”,
le advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría
haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: “No me lo
agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté yo hace más de 25 años. Era una
noche como ésta.” Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó su piel.
Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El asiento, sin
embargo, seguía húmedo.

Esta escena se ha repetido en otros lugares de España, como en Mallorca o


Bàscara (Girona).

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