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Acompañamiento terapéutico y música: Entre el sonido superyoico y la

dimensión del acontecimiento.

Palabras clave: Acompañamiento Terapéutico, Manifestación musical,


manifestación subjetiva, acontecimiento, limitación superyoica.
El trabajo, basado en un analítico recorrido bibliográfico y la experiencia in situ,
constituye una articulación entre la psicología y la música en el terreno práctico y
teórico del acompañamiento terapéutico.
Se toma como referencia una de las célebres Confesiones de San Agustín
referidas a su placer por la música, para reconocer allí un elemento superyoico
que obstaculiza la dimensión del acontecimiento.
Esta dimensión que la música posibilita en cuanto recurso artístico, expresivo y
sublimatorio, adquiere un valor fundamental en una praxis –el acompañamiento
terapéutico- donde las manifestaciones del acompañado no siempre son verbales.
En la medida en que la posibilidad manifestacional no resulte coartada por un
manejo técnico basado preponderantemente en la seguridad de alguna
adherencia superyoica, se produce un despliegue subjetivo: una trama similar a la
partitura en cuanto sucesión en el tiempo de elementos que se definen en su
relación con los demás.
La dimensión de acontecimiento -que la música posibilita en tanto recurso
expresivo, artístico y sublimatorio- adquiere considerable importancia en una
praxis –el acompañamiento terapéutico- donde la manifestación desempeña un
papel central en cuanto campo de subjetividades en interacción.

La manifestación refiere a un amplio espectro de formas y matices que incluye al


silencio como un grado de la expresión significante.

La pertinencia, por su parte, del recurso a la partitura musical para las preguntas
referidas al terreno práctico y teórico del acompañamiento terapéutico se
fundamenta en su carácter simbólico y significante.

En cuanto sucesión en el tiempo de elementos que se definen por su relación


recíproca, constituye una trama asimilable a la discursividad humana, así como a
la subjetividad que implica.

La notación musical emerge- en términos históricos- de necesidades coyunturales


propias de un determinado momento del desarrollo de la civilización. Minimizando
el margen de improvisación y espontaneidad, y posibilitando una reproducción
más exacta de la música, se pasó de lo que se ha caracterizado como “lenguaje
universal” a un lenguaje cuya decodificación implica conocimientos previos
específicos, tal como el lenguaje humano difiere en el mundo según circunstancias
geográficas y sociales, no siendo asequible cualquier idioma para cualquier
persona por igual.

La suerte de limitación superyoica que la institución edificó sobre la música, no


suprime -no obstante- la subjetividad, en la medida en que la música escrita (así
como la no escrita) necesitó alguna vez ser creada por alguien.

Además –y fundamentalmente- en la decodificación de la trama notacional los


elementos se definen -tal como en el lenguaje, vehículo de la subjetividad
humana- por su relación con los demás.

Así, una figura rítmica se define en relación a otra. Por ejemplo una corchea tiene
un valor de medio tiempo con respecto a la figura que constituye la unidad, por lo
cual se denomina como “medio tiempo de negra”.

El margen subjetivo de tales relaciones está dado por el hecho de que ese valor
“1” no tiene una correspondencia obligada con el tiempo humanamente definido en
unidades de tiempo como los segundos (por ejemplo un tiempo de negra puede
durar un segundo, medio segundo, etc.) a menos que se le asigne a la obra una
velocidad numérica exacta. En tal caso de asignación reconocemos un elemento
de limitación, que podría considerarse superyoico en cuanto “deber ser”, tal como
la música escrita lo fue en relación al acontecimiento de la música espontánea, en
un momento determinado del desarrollo de la cultura.

La expresión numérica, entonces, se concibe como limitación y determinación de


la contingencia. Sería pertinente señalar que Lacan (1986) , por su parte, sostuvo
en su segundo seminario que la ciencia moderna había eliminado toda
subjetividad al expresarse en términos numéricos (en lenguaje matemático).
Según él, Newton había eliminado todo resto de existencia subjetiva, había
terminado de hacer callar a los planetas (¿por qué los planetas no hablan?
Preguntaba elocuentemente el autor). También afirmaba que no hablan porque
dicen lo que se espera que digan: son predecibles-a diferencia de la subjetividad
humana.
Se trata, para el terreno que nos ocupa, de concebir al acompañamiento
terapéutico como una praxis que no asuma las características del número y el
sonido superyoico.

La característica de lo superyoico radica en parte en su deber ser. Decía San


Agustín en una de sus célebres “confesiones”:

“Cuando recuerdo las lágrimas que vertí por los cantos de la iglesia en
los primeros días de mi fe recobrada e incluso ahora, cuando me
conmueven no tanto los cantos sino las palabras cantadas –cuando son
cantadas con una voz fluida y una melodía absolutamente apropiada-,
reconozco el beneficio inmenso de esta práctica. Así, me siento
flaquear entre el peligro del placer y el beneficio de mi experiencia, pero
me siento inclinado, aunque no mantengo una posición irrevocable, a
aprobar la costumbre de cantar en la iglesia, de modo que los más
débiles de espíritu puedan ascender al trance de la devoción mediante
la satisfacción de sus oídos.

Y, sin embargo, cuando sucede que me siento más conmovido por el


canto que por lo que éste expresa, confieso pecar gravemente y
preferiría no escuchar al cantor en tales ocasiones ¡ved el conflicto en el
que me hallo ahora!” (San Agustín, 2008, p. 64)

De estas expresiones de San Agustín, cuyo análisis de su persona y su


conversión al catolicismo excede los marcos de este trabajo, podemos inferir que
la legitimidad de lo que él denomina placer (asociada a los sentidos simbólicos e
imaginarios que la época permitía), así como la presencia de mociones
contradictorias en torno al ser y el deber ser, ponen de manifiesto la dimensión
superyoica en cuanto puesta en juego de la instancia psíquica conceptualizada
como portadora de la función cultural y la moral introyectada. Comunicada en
forma directa con el Ello y heredera también de sus mociones (lo que en la vida
anímica ha pertenecido a la más profundo deviene, por la formación del ideal, lo
más elevado del alma, decía Freud en “El yo y el ello”) contiene también la función
de su severidad punitiva asociada a la culpa.

Si la dimensión de la subjetividad es lo que está en juego en un acompañamiento


terapéutico, se trata de permitir que los elementos discursivos se relacionen entre
sí (tal como en los elementos rítmicos-significantes de la notación musical) de
modo que lo que se exprese no quede coartado por la seguridad que brinda
alguna adherencia superyoica.

Si San Agustín siente angustia es porque los significantes que le dan seguridad
tambalean. La adherencia a un Otro no barrado que le da seguridad está del lado
de “lo bueno”, tal como en un acompañamiento terapéutico –esta vez en
referencia al agente de la práctica- una determinada adherencia a un Otro no
vislumbrada como tal puede desembocar en un “deber ser” que haga del
acompañamiento una bandera (ideal) correctiva.

A la manifestación se debe que sepamos acerca del conflicto de San Agustín


concerniente a las cuestiones musicales-psicológicas que en él se suscitaban. La
severidad de su superyó recayó sobre lo que llama el placer de la música, pero no
así sobre la posibilidad de manifestar el conflicto. En la disyuntiva y en cierta
realidad polarizada entre lo bueno y lo malo, el campo de la manifestación se abrió
paso.

La dimensión del acontecimiento parece asimilable entonces al acompañamiento


terapéutico, donde no todo es previsible, y parece ser –valga la paradoja relativa al
deber ser- está bien que así sea. Tanto más cuanto es en la música misma como
recurso para lo que acontece, donde el acompañamiento puede desplegarse como
práctica. Una práctica que hace de la subjetividad un espacio posible.
Bibliografía general

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